Marco Antonio: auge y caída (44 - 30 a.C.)

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Descripción

MARCO

ANTONIO

Auge y caída (44-30)

DAVID SERRANO ORDOZGOITI

MARCO ANTONIO: AUGE Y CAÍDA (44 – 30 A.C.)

Por

DAVID SERRANO ORDOZGOITI

Bajo la dirección y supervisión de

SANTIAGO MONTERO HERRERO

MARCO ANTONIO: AUGE Y CAÍDA (44 – 30 A.C.) I. ÍNDICE

II. RESUMEN ........................................................................................................................................................................... 3 III. INTRODUCCIÓN ................................................................................................................................................................. 3 IV. LA TRADICIÓN .................................................................................................................................................................. 4 V. LA FAMILIA DE MARCO ANTONIO ...................................................................................................................................... 5 VI. CÓNSUL (44 – 43) ............................................................................................................................................................. 6 VII. ANTONIO Y LA LOBA ..................................................................................................................................................... 11 VIII. TRIUNVIRO (43 – 42).................................................................................................................................................... 15 IX. LA REORGANIZACIÓN DE ORIENTE (42 – 40) .................................................................................................................. 18 X. LA IMAGEN DEL PODER .................................................................................................................................................... 22 XI. GLORIA O PERDICIÓN (40 – 36) ....................................................................................................................................... 26 XII. ALEJANDRÍA (36 – 33)................................................................................................................................................... 31 XIII. A UNA CARTA (33 – 31) ............................................................................................................................................... 36 XIV. CAÍDA (31 – 30) ........................................................................................................................................................... 39 XV. CONCLUSIÓN................................................................................................................................................................. 40 XVI. FUENTES ...................................................................................................................................................................... 41 XVII. BIBLIOGRAFÍA ............................................................................................................................................................ 43 XVIII. ANEXO DE FIGURAS................................................................................................................................................... 46

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DAVID SERRANO ORDOZGOITI II. RESUMEN El presente ensayo histórico tiene como objetivo la recuperación de la figura histórica del triunviro Marco Antonio en el contexto de la descomposición de la República Romana durante el siglo I a.C., desde el año 44 a.C. hasta el año 30 a.C., cuando podemos apreciar en toda su magnitud la obra política del general romano. Para ello, alternando una visión diacrónica más clásica y otra temática más innovadora, se desglosan los principales nódulos históricos referentes a su capital labor al frente del gobierno de la República Romana y se discuten los conceptos geográficos e histórico-artísticos básicos para poder entender el espacio en el que vivió y los mensajes políticos que fue dejando a través de las fuentes pertinentes, valorizando de igual manera las fuentes literarias, epigráficas, numismáticas o arqueológicas. En los capítulos narrativos se pueden apreciar los diferentes estadíos de su carrera política: su ascenso a la magistratura suprema en el 44 a.C., su papel tras el asesinato de César, el breve paréntesis de Módena, la organización del triunvirato y sus consecuencias, la guerra de Filipos y el reparto del Imperio, su reorganización de Oriente, su desastrosa campaña contra los partos, el punto de fractura en la campaña de Actium y su final en Alejandría. En todos y cada uno de los capítulos se repasan los principales hechos y se discuten sintéticamente los principales problemas, proponiendo siempre la visión más actual. En los capítulos temáticos, en cambio, se proponen temas relacionados con el triunviro: su familia, sus viviendas en el contexto de la Roma de la época, sus manifestaciones en la moneda y en el retrato del momento y su intervención en la urbanística de Alejandría, donde transcurrió buena parte de su vida como triunviro. El ensayo concluye con las valoraciones finales y una completa bibliografía. III. INTRODUCCIÓN Puede parecer anodina y hasta superflua una nueva biografía sobre Marco Antonio el triunviro. Es un personaje de sobras conocido por la historiografía y sobre el que se han escrito, literalmente, ríos de tinta. Una figura de primera línea en la política romana no supone, en teoría, ninguna innovación en el campo de la Historia de la República tardía. Pero un estudio atento de su vida y de su época en seguida pone en entredicho esta visión tan conformista de la realidad. Para empezar Cicerón y Augusto, ya en época de Marco Antonio, se encargaron de distorsionar su figura para sus propios intereses. Al igual que sucede con Calígula, Nerón, Domiciano, Cómodo y otros emperadores poco afines a la clase senatorial (que, en definitiva, es la que escribe la Historia), la figura histórica de Marco Antonio constituye un reto de gran relevancia para los historiadores, que son los únicos capaces de impartir justicia ante unos hechos que ocurrieron hace más de 2.000 años. O al menos es lo que se intenta. Pero además, la historiografía está continuamente renovándose año tras año, incorporando nuevas técnicas, nuevas visiones, nueva savia ávida de alcanzar el conocimiento más objetivo posible. Confiar la visión de un fuera de serie de la política romana como Marco Antonio a presupuestos e investigaciones de hace más de 50 años, es, como mínimo, un disparate de proporciones antológicas. Si por alguien hay que empezar para cambiar la visión de la Historia es justamente por quien se sabe más. ¿O quizás no sabemos tanto? Este ensayo pretende recuperar el Marco Antonio histórico desde el año 44 hasta el año de su muerte (30 a.C.). No es que su adolescencia y su carrera política inicial no constituyan un tema importante para la caracterización de su entidad histórica. Lo son y mucho. Pero en esta etapa de su vida, Antonio siempre estuvo al mando de alguien con un cargo más importante que el suyo: Aulo Gabinio, por ejemplo, desde el 57 hasta el 54, o Julio César desde el 54 hasta el 44 a.C.. Fue, por tanto, un período de aprendizaje tutelado por generales más expertos que él, donde siempre hizo aquello que le ordenaron cumplir. A partir del 44, sin embargo, Antonio queda libre de todo compromiso y es él mismo quien ya el mismo día de la muerte de César se reorganiza para retomar la iniciativa de su carrera política. Por otro lado, este ensayo no pretende ser un lugar de discusión sobre las diversas teorías que en la historiografía se han propuesto sobre cada momento de la vida del triunviro. Sería una labor tremenda, que necesitaría, ya sólo para el año 44 a.C., de un congreso internacional de estudiosos que abordasen cada tema interdisciplinarmente. Mi humilde intento es el de presentar las últimas y más aceptadas propuestas para cada momento e incluso aceptar que no se puede llegar a ninguna conclusión en algunos puntos muy concretos. Toda esa labor, digamos, más “científica” subyace entre las páginas del ensayo, y he preferido dar prioridad a la narrativa histórica para que el propio lector se dé cuenta de la lógica que siguen los hechos en cada momento, para que él mismo acepte o rechace la propuesta según las motivaciones que le convenzan más. No debemos perder de vista que estamos estudiando ciencias humanas, con humanos detrás que piensan y razonan y que, por tanto, podemos reconstruir siguiendo sus mismas lógicas, siempre y cuando las fuentes disponibles lo permitan. Por último, conviene recordar que en mi estudio he intentado ser lo más exhaustivo y riguroso posible para acercarme al

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MARCO ANTONIO: AUGE Y CAÍDA (44 – 30 A.C.) máximo a lo que parece que ocurrió en esos años. Todos los personajes que no son Antonio reciben en este ensayo un tratamiento mucho más sucinto e incluso precario en algunos puntos, pues en todo momento prevalece la necesidad de hablar del triunviro. Su importancia histórica, sin embargo, no es menor que la del general romano, pero entiendo que su estudio exhaustivo es competencia de otros escritos académicos. IV. LA TRADICIÓN La tradición acerca de la vida y obra de Marco Antonio en campo político resulta tremendamente problemática para el historiador moderno. Debido a la damnatio memoriae que sufrió a su muerte (30 a.C.), los vencedores reescribieron los sucesos tal y como ellos preferían que se contasen. De este modo el género histórico dio paso a uno más novelado, a una historia de guerras y personajes estereotipados, portadores de valores morales positivos o negativos. Si ya en general recelamos del género histórico romano por su afinidad con la literatura, en caso de Marco Antonio la cosa empeora. Las fuentes literarias que conservamos las podemos dividir en tres grupos fundamentales: los textos presuntamente originales de Antonio, los textos afines a la memoria del triunviro y los textos en contra de la misma. No es casualidad que su número sea ascendente en este orden. En relación al primer grupo, conservamos dos cartas de Antonio custodiadas en el epistolario Ciceroniano, tres decretos en favor de los judíos recogidos por Flavio Josefo y un decreto en favor de los actores dionisiacos recogido en un papiro. En cuanto al segundo grupo, en cambio, el autor más representativo resulta ser Apiano (s. II d.C.), autor griego de una Historia de Roma en 24 libros que se ocupa fundamentalmente de la vida de Antonio desde el 50 hasta el 35 a.C.. Su relación es tremendamente valiosa, puesto que una de sus fuentes principales es una Historia perdida de Asinio Polión, promagistrado cesariano y filo-antoniano durante las guerras civiles. Su versión destaca por la mayor objetividad y verosimilitud en las situaciones y vivencias que narra acerca del triunviro, y es, por tanto, una de las pocas fuentes que contrasta la “versión oficial”. Otros textos de antonianos importantes, como Quinto Delio, o de opositores a Augusto, como Cremucio Cordo o Rabirio, también nos ayudan en nuestras interpretaciones (Cresci Marrone, 2013: 4; Traina, 2003: 117-118). El tercer grupo de fuentes literarias sobre Antonio, es, con diferencia, el más numeroso. El escritor más importante de este grupo es, sin duda, Cicerón (106-43 a.C). Contemporáneo a Antonio hasta su muerte en el 43 a.C., el orador fue uno de los opositores políticos más feroces del triunviro. Sus correspondencias, como las Cartas a Ático, a los amigos y al hermano Quinto, están plagadas de referencias feroces contra Antonio, pero su obra maestra son las Filipicas, compuestas ex profeso en el 44 a.C. para flagelar al general romano en público. Su utilidad es doblemente engañosa, pues por una parte es testigo ocular de muchos de los hechos que narra pero por la otra cuida mucho el mensaje y la postura final de lo que quiere transmitir, y es por ello que tergiversa las causas de las acciones de Antonio a propósito y trata siempre de hacer ver a sus lectores el lado más negativo y pesimista del general. Tras la muerte de Cicerón, Octaviano coge la batuta de la mala fama de Antonio. Su historiografía influencia mucho a los historiadores posteriores, como el griego Plutarco (ca. 45-125 d.C.), autor de las Vidas Paralelas, o Dion Casio (ca. 155-235 d.C.), autor de una Historia Romana en 80 libros fundamental para el período de las guerras civiles. Ésta última, aun siendo filo-augústea, incluye algunos pareceres del círculo de Antonio, aunque solo en puntos muy concretos. Otros autores como Flavio Josefo, Floro, Frontino, Tito Livio, Nicolás de Damasco, Estrabón, Suetonio, Valerio Máximo o Veleyo Patérculo también tratan en sus capítulos sobre la figura de Antonio, pero su interés no es exhaustivo. En general todos beben de la tradición augústea (Cresci Marrone, 2013: 1-4; Traina, 2003: 117-119). Ésta forma de concebir la Historia de Marco Antonio se transmite aún en nuestros días, donde la historiografía moderna sigue basando sus afirmaciones en la tradición literaria clásica e incluso tardo antigua y bizantina. Los manuales de Historia y la divulgación aún mantienen la percepción de un Marco Antonio novelizado, pero poco a poco esta tendencia está cambiando y las nuevas y exhaustivas investigaciones van lentamente conformando un Marco Antonio diferente, más extraño, más realista, más humano. Los autores italianos modernos como Gabriele Marasco, Roberto Cristofoli, Pio Grattarola, Giusto Traina o Giovanella Cresci Marrone, entre otros, han intentado durante los últimos 30 años rebatir todas y cada una de las afirmaciones de los autores antiguos y han conformado un Antonio más problemático y veraz. Tampoco la investigación anglosajona se ha quedado atrás, con autores como Si Sheppard, Duane Roller o Adrian Goldsworthy, que han intentado sacar a la luz las motivaciones reales que hay detrás del Marco Antonio que creíamos conocer.

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DAVID SERRANO ORDOZGOITI Sin duda la historiografía moderna se está beneficiando últimamente de las novedades de todas aquellas ciencias que no utilizan las fuentes escritas como base para su argumentación, como la arqueología, la numismática, la epigrafía o la historia del arte. La arqueología de Roma ha aportado tremendas novedades sobre las fases de la ciudad antigua en la tardorrepública, gracias a los años de investigación de arqueólogos como Andrea Carandini o Filippo Coarelli, entre otros. También la numismática, con Crawford, nos ha abierto una ventana más fiable para poder estudiar a Marco Antonio sin los filtros de la Historia y es, junto a la epigrafía, una de las ciencias que más nos puede aportar en este sentido. El arte romano, por último, es más difícil de interpretar debido a la damnatio memoriae, pero igualmente valioso para analizar los talleres, corrientes y valores que influyeron en el triunviro a la hora de representar su poder en el Imperio Romano. V. LA FAMILIA DE MARCO ANTONIO Marco Antonio pertenecía, por parte de madre, a una gens patricia, los Julio Césares, mientras que por parte de padre formaba parte de una gens plebeya, los Antonios (Fig. 1). Él, por tanto, era un plebeyo. Su abuelo paterno, también llamado Marco Antonio, había sido un orador excepcional. En el año 113 a.C., cuando fue elegido cuestor de la provincia de Asia, un escándalo relacionado con el adulterio de las vestales le salpicó, pero fue finalmente absuelto. En el año 102 a.C. fue elegido pretor de la provincia de Cilicia y amplió su imperium dos años más como procónsul de la misma. Llevó a cabo una importante labor contra la piratería de la zona y por ello celebró un triunfo en Roma a su vuelta. Gracias a ello, consiguió el consulado en el 99 a.C. y la censura en el 97 a.C.. Pero su importancia le pasó factura en las disputas entre los partidarios de Mario y los de Sila. Fue proscrito por el primero y decapitado brutalmente por uno de sus secuaces, que expuso su cabeza en el Foro Romano. Su hijo y padre de nuestro Antonio, también llamado Marco Antonio, era de capacidades más modestas que el padre. Fue elegido pretor en el año 74 a.C. con un imperium consulare infinitum para luchar contra la piratería en el Mediterráneo. Su acción fue tremendamente limitada y, al atacar a los piratas de Creta en el 72, fue duramente derrotado y firmó un tratado de paz ignominioso. Murió al poco tiempo, dejando a su hijo mayor Marco Antonio como pater familias y con unas deudas considerables. La madre de Antonio, en cambio, era prima lejana de Julio César. Alumbró a Marco el 14 de Enero del año 83 a.C., cuando probablemente era todavía muy joven. Al enviudar de Antonio “Crético”, se casó con Publio Cornelio Léntulo Sura, cónsul del 71 a.C., que acogió a Antonio y a sus hermanos en su casa para criarles. Antonio tenía, además, dos hermanos menores que él, Cayo y Lucio Antonio. Cayo llegó a ser legado de Julio César en el 49 y pretor en el 44, además de pontifex (Fig. 2). Fue nombrado procónsul de Macedonia ese mismo año, pero cuando ocupó su cargo en el 43 a.C., fue asediado y hecho prisionero por Marco Junio Bruto, que ordenó su ejecución a principios del 42 a.C. en venganza por las proscripciones dictadas por los triunviros a finales del 43. Lucio, en cambio, fue primero cuestor de Asia durante los años 50 y 49, para ser elegido después tribuno de la plebe en el 44 a.C. (Fig. 3). Tras su notable éxito político, fue nombrado cónsul en el 41 a.C. y protagonizó la llamada Guerra Perusina, donde fue derrotado por Octaviano, que le consiguió el proconsulado en las provincias hispanas. Murió poco después por causas naturales1 (Broughton, 1952: 531; Bunson, 2002: 24-25; Cresci Marrone, 2013: 5-6; DGRBM I: 213-217; Goldsworthy, 2011: 67-99; Hayne, 1978: 96-97; PIR I, 92-93; Rossi, 1993: 113-125; Traina, 2003: 3). Marco Antonio contrajo 4 veces matrimonio con mujeres distintas: Fadia, Antonia, Fulvia y Octavia. Con Cleopatra no parece que hubiese matrimonio romano válido, puesto que era una peregrina. Se casó con Fadia, su primera mujer, cuando era todavía muy joven, y parece ser que ella le dio algunos hijos, pero las fuentes no dicen más. Su segunda mujer fue Antonia “Hybrida” Minor, hija de Cayo Antonio “Hybrida” y prima suya, quien le dio una hija, Antonia, que fue prometida en matrimonio a Pitodoro de Trales en el 36 a.C. para afianzar sus redes clientelares en Oriente. Éste matrimonio fue muy criticado por los partidarios de Octaviano. En el 47 a.C., Antonio se divorció de Antonia para contraer matrimonio nuevamente con Fulvia, viuda de Publio Clodio Pulchro y de Gayo Escribonio Curión y descendiente de una noble familia plebeya. Las fuentes la pintan injustamente como una mujer manipuladora, violenta y vengativa, pero es muy probable que casi la totalidad de las acusaciones fueran infundadas. Sus matrimonios con miembros destacados del grupo popular la hicieron blanco perfecto para muchas inculpaciones. Antonio tuvo con ella dos hijos: Marco Antonio Antyllus y Iulo Antonio. El primero fue prometido en el 37 a la hija de Octaviano, Julia, para 1

Ap. Bel. Civ. I, 72; Cic. Brut. CXXXVIII-CXLI; Verr. II, 2, III, 213-216, Phil. II, 44, III, 12, XII, 8; Dio. Cas. Hist. Rom. XLVIII, 5; Plut. Mar. XLIV, Sil. XXXI; Ant. I; Luc. V-VI; RRC, 484.1, 517.4b; Sal. Hist. III, 3-7; Val. Max. Fac. III, 7, VI, 8, VIII-IX; Vel. Pat. Hist Rom. II, 31.

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MARCO ANTONIO: AUGE Y CAÍDA (44 – 30 A.C.) sellar el acuerdo de Tarento, pero al final no se dio cumplimiento a la cláusula, probablemente porque los dos eran aún muy jóvenes. Alcanzó la mayoría de edad en el 30 a.C. y estuvo siempre al lado del padre en sus últimos momentos. Fue ejecutado finalmente por Octaviano ese mismo año. Iulo Antonio, en cambio, llegó a ser pretor en el 13 a.C. y cónsul en el 9 a.C.. Casado con Marcela, fue ejecutado por Augusto en el 2 a.C. por haber mantenido relaciones adúlteras con Julia. La última mujer del triunviro fue Octavia, hermana de Octaviano y viuda de Marco Claudio Marcelo. Contrajeron matrimonio en el 40 a.C. para sellar el acuerdo de Bríndisi. Las fuentes augústeas siempre la recuerdan como una mujer considerada, recatada y poseedora de todas y cada una de las virtudes que se suponían en una matrona romana. Tras la muerte de su marido, cuidó también de sus hijos con Fulvia y Cleopatra, integrándolos en la corte imperial. Con ella, Antonio tuvo dos hijas: Antonia Maior y Antonia Minor. Antonia Maior contrajo matrimonio con Lucio Domicio Ahenobarbo y fue abuela del emperador Nerón. Antonia Minor, en cambio, se casó con Druso el Mayor y fue madre de Germánico y el emperador Claudio y, por ende, abuela del emperador Calígula. Tuvo una importancia capital en los enfrentamientos de corte del período tiberiano e influyó mucho en la ideología del joven Calígula, inculcándole una visión más heróica de su bisabuelo Marco Antonio. Por último el triunviro también tuvo descendencia con Cleopatra VII, de la que sobran las palabras. No tenemos muchas noticias acerca de Alejandro Helios y Ptolomeo Filadelfo tras la muerte de Antonio, pero es probable que falleciesen de muerte natural a los pocos años de llegar a Roma. Cleopatra Selene, en cambio, fue desposada por el rey Juba II de Mauritania posiblemente en el 25 a.C.. En su conjunto, la descendencia de Marco Antonio fue mucho más prolija y variada que la de Octaviano, y puso las bases para la nueva casa reinante del Imperio Romano, los Julio-Claudios, cuyos integrantes, en realidad, tenían mucho más de Antonios que de Julios (Bunson, 2002: 23-26; Cenerini, 2013: 23-27; D’Ors, 1979: 639-642; DGRBM I: 209-217, II: 133-138; Kokkinos, 2002: 6-33; PIR I, 106-107; Roller, 2003: 76-90; Weir, 2007: 2-9). VI. CÓNSUL (44-43) LUPERCALIA La carrera política de Antonio dio un salto de gran calidad cuando se consumó su reconciliación con César en el 45 a.C.. Su gestión política en Italia durante los últimos años había encontrado numerosos problemas, pero César en el fondo seguía confiando en las capacidades de Antonio y, cuando éste fue a recibirle a Narbona tras la campaña de Hispania, el dictador le prometió el consulado para el año siguiente y una prórroga del pago de sus enormes deudas contraídas en los años anteriores. Antonio tenía entonces 39 años y aún no cumplía la edad mínima para ser cónsul, pero estas excepciones en la República tardía se habían vuelto algo habitual y el general disfrutaría del máximo honor junto a César, además de un proconsulado para el año 43. La nueva posición como mano derecha del dictador le permitió superar a otros cesarianos de prestigio como Publio Cornelio Dolabela, nombrado cónsul suffectus para el 44, o Marco Emilio Lépido, magister equitum y procónsul de la Galia Narbonense y la Hispania Citerior de ese mismo año. Su nómina, además, se añadía a la pretura de su hermano Cayo Antonio y al tribunado de la plebe de Lucio Antonio, que potenciaban aún más el prestigio de la gens Antonia en el nuevo orden creado por César2 (Broughton, 1952: 315-334; Cristofoli, 2008: 132-134, 153; Goldsworthy, 2011: 214;) Además de todo ello, César nombró a Antonio integrante de dos colegios sacerdotales recién creados: el de flamines divi Iulii, encargados del nuevo culto del César divinizado en vida, y el de Luperci Iuliani, encargados de participar junto a otros dos colegios en los Lupercalia, la festividad que se llevaba a cabo cada 15 de Febrero para conmemorar la leyenda de los fundadores míticos de la ciudad, Rómulo y Remo. Los luperci (Fig. 4) partían del ángulo Suroccidental del Palatino, donde se encontraba el Lupercal, la gruta sagrada donde se creía que los gemelos habían sido amamantados por la loba, y daban vueltas a la colina corriendo semidesnudos y golpeando a todo el mundo con correas hechas de piel de cabra. El ritual tenía una función fertilizadora. El 15 de Febrero del 44 a.C., César presidia la ceremonia en una silla dorada dispuesta encima de los Rostra del Foro Romano, flanqueado por los pretores y los sacerdotes. Al final del recorrido, Antonio se encaramó encima de la tribuna y ofreció a César una diadema real, que, ante las muestras de rechazo de la muchedumbre, éste rechazó. El episodio ha resultado ser un rompecabezas tanto para la crítica como para los propios autores clásicos, pues no hay una versión igual del hecho y cada una ofrece detalles y motivaciones muy

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CIL I², 795, 942, 968; Plut. Ant. X-XI, XV, 3; Cic. Phil. II, 75-78; Suet. Iul. LXXXII, 4; Plin. Hist. Nat. II, 99, VII, 147; Flor. Epit. II, 14; Dio. Cas. Hist. Rom. XLIII, XLV, 9; Ap. Bel. Civ. III, 14; Zon. Ep. X, 11-14.

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DAVID SERRANO ORDOZGOITI diferentes entre sí3. En verdad no sabemos por qué Antonio llevó a cabo esta maniobra política y si lo hizo en connivencia con el propio César o con alguien más. Según algunos autores, Antonio deseaba obtener la gratitud del dictador ofreciéndole la oportunidad de convertirse en monarca absoluto a cambio de diversos favores, pero en mi opinión esta versión no se ajusta a la lógica real de los hechos. Para empezar nadie es capaz de explicar qué habría conseguido César de haberse convertido en rey: ya era dictador y la mención de la realeza no cosechaba grandes simpatías entre la aristocracia romana, elementos que sin duda Antonio conocía a la perfección. Además, aunque toda la crítica es unánime en considerar el acto muy poco afortunado para los intereses del dictador, éste no decidió castigar a Antonio en ningún momento por un error tan monumental, que, de hecho, tan sólo consiguió reforzar aún más la oposición hacia César. En opinión de otros historiadores, sin embargo, Antonio y César se pusieron de acuerdo para crear la situación y demostrar que el dictador renunciaba en todo momento a ceñirse la corona real. Aunque esta opinión no encuentra respaldo entre los autores clásicos, sí es verosímil pensar que pudiese ser una maniobra política para acallar rumores. En Enero, durante la celebración de los Ludi Romani, el dictador había sido jaleado como rex por la gente, y es de suponer que ése tema estuviera en boca de todos por aquellas fechas4. Lo que es seguro es que la maniobra fue un completo fracaso y el clima político se fue tensando cada vez más hasta desembocar en los famosos Idus de Marzo (Beard, North y Price, 1998: 119-124; Cristofoli, 2008: 140-152; Dando-Collins, 2010: 12-17; Scullard, 1981: 76-78; SRMR IV: 343-349; Vaccai, 1986: 215-218). IDUS Durante los últimos meses del 45 y los primeros del 44 a.C. se fue creando en la sombra un grupo político de oposición a César compuesto por cesarianos desilusionados con las medidas adoptadas por el dictador, como Décimo Junio Bruto o Gayo Trebonio, optimates de prestigio como Marco Junio Bruto o Gayo Casio Longino, y otros senadores “independientes”, como Marco Antistio Labeón o Gayo Casio Parmense, que plantearon como medida última el asesinato del dictador. En total eran poco más de 20 senadores que intentaron por todos los medios captar otros colegas para que se uniesen a su plan. Las fuentes indican que Antonio fue abordado por Gayo Trebonio en Narbona, pero el intento debió ser como mucho vago, ya que sabían que el cónsul no adheriría a su plan debido a los pocos beneficios que le otorgaría. La suerte de Antonio corría pareja a la de César por aquel entonces. Así pues, los conspiradores fijaron la fecha del 15 de Marzo de ese año (Idus) para llevar a cabo el magnicidio, ya que estaba previsto que el dictador abandonaría Roma tres días después, el 18 de Marzo, para embarcarse en la campaña contra los Getas y el Imperio Parto que él mismo había diseñado. La fecha señalada era perfecta ya que ese día también se celebraría la festividad de Anna Perenna, que ese año estaba prevista que se llevase a cabo en el Teatro de Pompeyo mediante unos ludi gladiatorios ofrecidos por Décimo Bruto, que podría reunir en el complejo, por tanto, un buen número de gladiadores armados a sus órdenes sin levantar ningún tipo de sospecha. La mañana del fatal día transcurrió como estaba previsto y César acudió junto con Antonio a la sesión del Senado que se celebraría en la Curia Pompei del complejo (Fig. 5). A la entrada de la misma, un grupo de senadores, entre los que se encontraba probablemente Gayo Trebonio, reclamó la atención del cónsul, mientras César entraba en la Curia. Poco tiempo después se consumó el asesinato ante el horror de la mayor parte de los senadores, que huyeron despavoridos temiendo un baño de sangre por parte de los conspiradores. Antonio, que probablemente llevase la escolta de 12 lictores que le correspondía como cónsul, huyó del lugar para buscar un refugio seguro. Las fuentes indican que el cónsul se despojó de sus vestiduras consulares para camuflarse entre la muchedumbre y que acto seguido se dirigió a su casa en las Carinae para atrincherarse allí toda la jornada. Si bien la escena resulta verosímil, también es verdad que está llena de sutiles matices de cariz político que quizás distorsionen la realidad. El topos del enmascaramiento encuentra sus analogías en la literatura clásica y en episodios de la propia vida del cónsul5, pero es raro pensar que ante una situación de pánico tan crítica lo primero que buscase Antonio fuese disfrazarse para salvar la vida de esa forma, cuando en Roma todos le conocían. Además la casa de las Carinae no era ni mucho menos la morada más cercana y accesible que el cónsul poseía en Roma, pues en frente del Teatro de Pompeyo poseía la domus rostrata del Campo Marcio, que además estaba cerca de donde Lépido desplegaría poco después a sus legionarios, asegurando la zona para los cesarianos. Ante esta desbandada general de autoridades, los magnicidas se dirigieron con sus gladiadores hasta el Capitolio, donde recibieron a los pocos senadores que aprobaban su conducta, y, por la tarde, 3

Para un análisis más completo y detallado de las fuentes y la crítica moderna cfr. Cristofoli, 2008: 140-152. Plut. Ant. XII, Caes. LXI; Cic. Phil. II, 84-87, III, 12, XIII; Suet. Iul. LXXVI, 1, LXXIX, 2; Dio. Cas. Hist. Rom. XLIV, 6-11, XLV, 30; Ap. Bel. Civ. II, 109; Quintil. Inst. Or. IX, 3.61; Vel. Pat. Hist. Rom. II, 56; Flor. Epit. II, 13. 5 Como por ejemplo en su huida de Roma del 49 a.C. junto a Casio y Curión. 4

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MARCO ANTONIO: AUGE Y CAÍDA (44 – 30 A.C.) bajaron al Foro para intentar obtener el apoyo del pueblo romano, que no obtuvieron6. El asesinato había puesto en guardia a toda la ciudad, que recordaba con horror los altercados de años pasados, y el mensaje de libertad de los conspiradores había pasado a segundo plano (Cogrossi, 1976: 169-178; Cristofoli, 2008: 153-176; Dando-Collins, 2010: 67-101; Goldsworthy, 2008: 629-653; Monterroso Checa, 2010: 324-325; Perea Yébenes, 2012: 170-182; SRMR IV: 349-351). NUEVOS MOVIMIENTOS Pasadas unas horas desde el magnicidio, Antonio llegó a la conclusión de que los cesaricidas no planeaban ningún mal para él y poco a poco fue tomando el control de la situación. Ahora que César había muerto, él era la persona con más rango y prestigio de toda Roma y la que mejor podía reconducir la situación tan tensa que se había generado. Lo primero que hizo fue reunirse con su familia, amigos y políticos más cercanos para intercambiar opiniones y decidir la línea a seguir. En su mente había tres fuerzas muy a tener en cuenta para controlar la situación. La fundamental durante los momentos de crisis era siempre la misma: el ejército. Lépido controlaba a los legionarios del Campo Marcio que podrían intervenir si la situación se deterioraba rápidamente. Además había que contar con los miles de veteranos de César, que estaban pendientes de lo que pasaría de ahora en adelante con las asignaciones de tierra para su jubilación. Había que ganarse su confianza a toda costa. Después estaba el Senado, una pieza fundamental para cualquier juego político. Había que decidir que se hacía con los cesaricidas y, sobre todo, con las medidas adoptadas por César antes de su muerte. Por último estaba también la plebe urbana, fundamentalmente pro-cesariana, que podía convertirse en un instrumento demagógico útil o en un problema de orden público según cómo se gestionase. Lépido era partidario de utilizar a sus tropas para aplastar a los magnicidas del Capitolio mientras que Aulio Hircio y Antonio abogaban por una solución de compromiso con ellos. No se llegó a ningún acuerdo. Esa misma noche las tropas de Lépido tomaron la ciudad mientras Antonio se hacía con los documentos, cartas y proyectos que se encontraban en casa de César y que Calpurnia, su esposa, amablemente cedió para facilitar las cosas a los cesarianos7. Antonio necesitaba toda la información disponible en vistas de una inminente apertura del testamento del dictador y por supuesto su visita entraba dentro de la normalidad (Cristofoli, 2002: 77-87; Dando-Collins, 2010: 95-101; Goldsworthy, 2011: 231; Grattarola, 1990: 15-16; Mangiameli, 2010: 1-10; SRMR IV: 353-355). Al día siguiente de nuevo los cesarianos se reunieron para llegar a un acuerdo. Alrededor de Lépido se manifestaron los más “intransigentes” del ala cesariana mientras que los “aperturistas” estaban bien representados en Hircio y Antonio, que ya conocían las acta Caesaris, los nombramientos para los años venideros, y consiguieron que se llegara a un acuerdo para convocar al Senado al día siguiente, 17 de Marzo. El lugar escogido fue el templo de Tellus, cercano a la casa de Antonio en las Carinae. Era un lugar más neutral y adapto para la reunión, cuya seguridad el cónsul confió a los veteranos de César, muy interesados en que todo se llevase a cabo con normalidad. Con un discurso moderado, Antonio propuso el perdón a los cesaricidas a cambio de la confirmación de las acta Caesaris. Antonio explicó que la damnatio del dictador habría invalidado automáticamente todos los nombramientos actuales y venideros, y la República habría sido ingobernable. Del mismo modo se expresaron Planco y Cicerón. También propuso confirmar los repartos de tierras a los veteranos iniciados en las colonias. Para los cesaricidas las alternativas en ese preciso momento eran pocas y la oferta de Antonio era realmente generosa. Estuvieron de acuerdo. Esa misma noche Antonio y Lépido enviaron a sus hijos al Capitolio como rehenes para garantizar el acuerdo y cesarianos y cesaricidas sellaron su pacto mediante una cena8. Fue el momento cumbre de las políticas de Antonio. En el poco espacio de tiempo a disposición había conseguido controlar a todas las fuerzas en campo y hasta Cicerón se había mostrado a favor de sus propuestas (Cristofoli, 2002: 87-108; Dando-Collins, 2010: 105-114; Goldsworthy, 2011: 232-233; Grattarola, 1990: 18-19; Mangiameli, 2010: 10-11; SRMR IV: 355-356). Y así, en la reunión del Senado del día 18 de Marzo, la asamblea reconoció públicamente la labor de Antonio en la reconciliación y se confirmaron los mandos provinciales aprobados por César antes de su asesinato. Sin embargo, el 6

Plut. Ant. XIII-XIV, Caes. LXII-LXVII, Brut. XVII-XVIII; Cic. Phil. II, 14-35, XIII, 22; Dio. Cas. Hist. Rom. XLIV, 19-22; Ap. Bel. Civ. II, 111-123; Vel. Pat. Hist. Rom. II, 56-58; Flor. Epit. II, 17; Nic. Dam. Aug. XXV, 88-99. 7 Plut. Caes. LXVII, Brut. XVIII; Cic. Phil. II, 89, Ep. Att. X, 1, XIV-XV, Ep. Fam. XI, 1; Dio. Cas. Hist. Rom. XLIV, 20-22; Ap. Bel. Civ. II, 118-125; Flor. Epit. II, 17; Oros. Hist. IV, 17; Nic. Dam. Aug. XXV, 92-101. 8 Plut. Ant. XIV, Cic. XLII, Brut. XIX; Cic. Phil. I, 2-6, Ep. Att. XIV, 11; Dio. Cas. Hist. Rom. XLIV, 25-53; Ap. Bel. Civ. II, 126-142, III, 15; Vel. Pat. Hist. Rom. II, 58; Suet. Tib. IV, 1; Liv. Per. CXVI.

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DAVID SERRANO ORDOZGOITI suegro de César, Lucio Calpurnio Pisón, introdujo el tema de los funerales del dictador y de su herencia. Aun no se había hablado nada de ello y era una cuestión fundamental. Antonio probablemente se esperaba la ratificación de su posición de preeminencia en el testamento, modificado por última vez el 13 de Septiembre del 45 a.C. y depositado en la aedes Vestae. Al día siguiente, por la tarde, fue por primera vez abierto en casa de Antonio: el dictador había designado a Octaviano, nieto de su hermana Julia, hijo adoptivo y heredero de ¾ partes de su legado; el restante ¼ correspondería a Quinto Pedio y Lucio Pinario, nietos de su hermana mayor. Además César legaba 300 sextercios a cada ciudadano romano y sus horti en Trastevere, para que pasasen a dominio público. Antonio y Décimo Bruto figuraban tan sólo en segunda posición. La decepción que debió llevarse Antonio ante las últimas voluntades de su mentor fue probablemente considerable. Él, que había llegado a cónsul y había sido mano derecha del dictador ahora quedaba relegado ante un heredero que, si bien no era desconocido para el mundo político romano9, no poseía tanta auctoritas como muchos otros cesarianos de su mismo entourage. Su liderazgo al frente del Senado quedaba en entredicho con la llegada del auténtico hijo y heredero de César. Por todo ello, decidió cambiar de estrategia desde ese mismo instante. Su voluntad no sería ya la de buscar la concordia dentro del Senado sino la de utilizar su posición de preeminencia para beneficiarse personalmente. Es lo que llevaba haciendo desde el principio, pero ahora sus amistades irían encaminadas a conseguir más clientes, más personas a su servicio, mayor importancia en los mandos militares y un mayor favor de la plebe romana. Al día siguiente, 20 de Marzo, todo el mundo pudo comprobar su renovada ambición. Tras la expositio del cadáver en el atrio de su casa, una pompa funebris trasladó los restos mortales de César hasta el Foro Romano, donde se celebró el funus publicum. Antonio fue el encargado de pronunciar la laudatio funebris10. Comenzó enumerando los muchos honores que César había obtenido en vida y recordó el juramento de protección que los senadores le habían hecho. Después habló de sus gestas y leyó públicamente el testamento, llegando al clímax de su fogoso discurso enseñando las 23 heridas producidas por los puñales en el cuerpo del dictador. Su intervención provocó una tremenda agitación en el pueblo, que, ante la negativa de los cónsules de cremar su cuerpo en el Capitolio, decidió cremarlo allí mismo, en el Foro. En ese mismo lugar se desarrolló un culto popular de César, creando no pocos problemas de orden público en la Urbs, que necesitaron de la decidida intervención de los cónsules para reestablecer el orden. La situación se había enrarecido de nuevo y en Abril todos los cesaricidas decidieron marcharse de Roma por temor a represalias: Bruto y Casio, designados curatores annonae en Junio, se trasladaron a Oriente mientras que Décimo Bruto, Trebonio y el resto se fueron a ocupar sus respectivas provincias11 (Blasi, 2012: 28-43; Cristofoli, 2002: 117-153; Dando-Collins, 2010: 122-135; Goldsworthy, 2011: 233-237; Grattarola, 1990: 20-29; Mangiameli, 2010: 11-30; SRMR IV: 357-360). MOMENTO DE REARMARSE Desde la muerte del dictador, Antonio pasó a sustituir a César en el día a día de la administración de la República. Junto a Dolabela, encabezó dos comisiones organizadas por decreto del Senado para gestionar los asuntos más importantes. La primera tenía que ver con la puesta a punto de las medidas incluidas en las acta Caesaris, los proyectos legislativos de César no llevados a cabo por él en vida. Antonio, según las fuentes, aprovechó de este poder para aprobar medidas, no contempladas en las acta, que le favorecían directamente. Otorgó la ciudadanía romana a los sículos mediante la lex Iulia de civitate Siculis danda, confirmó las anexiones territoriales ilegales del rey Deiotaro de Galacia mediante la lex Iulia de rege Deiotaro, llamó del exilio a personajes antes proscritos como Sexto Pompeyo o Sexto Clodio, falsificó los registros del templo de Ops en su beneficio, restituyó la libertad a Creta y nombró nuevos senadores según su arbitrio, reorganizando cargos políticos y haciendo regalos no autorizados. Es probable que algunas de estas medidas fuesen acusas falsas realizadas por el grupo anti-antoniano en los meses posteriores, pero su posición al frente de la República como cónsul no iba a ser eterna y sí es cierto que se enriqueció y aumentó de poder, poniendo en deuda con él a muchos romanos y gentes de provincia a cambio de un rendimiento futuro. En la misma línea consistió la otra comisión senatorial encargada de aplicar el programa de reasentamiento de veteranos de César en lotes de tierra creados ex profeso en las colonias. Antonio buscaba congratularse con los oficiales del ejército, especialmente con los centuriones, para ganarse su

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Octaviano había sido ya nombrado pontífex en el 47 a.C. y designado magister equitum para la campaña pártica del 44 (Broughton, 1952: 319; Cristofoli, 2002: 119-120; Eck, 2010: 11-14; Grattarola, 1990: 24-25). 10 Su contenido es aun hoy motivo de discusión. Cfr. Blasi, 2012: 28-43 y Cristofoli, 2002: 131-134. 11 Plut. Ant. XVI, Cic. XLII, Caes. LXVIII, Brut. XX; Cic. Phil. II, 9, Ep. Att. XIV, 10; Dio. Cas. Hist. Rom. XLIV, 35-50; Ap. Bel. Civ. II, 143-148, III, 11; Vel. Pat. Hist. Rom. II, 59-60; Suet. Iul. LXXXIII-LXXXV, Aug. VIII, 2; Liv. Per. CXVI; Nic. Dam. Aug. XIII, 30, XVII, 48-50; Flor. Epit. II, 15.

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MARCO ANTONIO: AUGE Y CAÍDA (44 – 30 A.C.) confianza al margen de las tropas de Lépido, al que apoyó en su nombramiento como nuevo pontifex maximus12 (Broughton, 1952: 332-333; Fezzi, 2003: 86-93; Goldsworthy, 2011: 237-239; Grattarola, 1990: 23-30; SRMR IV: 360364). Pero su influencia empezó a declinar cuando Cayo Julio César Octaviano llegó a Italia en busca del reconocimiento como hijo de César. Llegó el 16 de Abril a Nápoles, acompañado de sus fieles equites Quinto Salvidieno Rufo y Marco Vipsanio Agripa, y, gracias a la ayuda brindada por dos cesarianos de prestigio como Lucio Cornelio Balbo y Cayo Opio, entabló contacto con la aristocracia de la zona, entre ellos Cicerón, y con los veteranos de César descontentos con las medidas de Antonio. En seguida, el nuevo César comenzó a ganarse los apoyos de la facción cesariana más radical y empezó a reclutar un pequeño ejército con los préstamos que iba consiguiendo. A principios de Mayo llegó a Roma y esperó la llegada de Antonio, que había partido unos días antes para supervisar el programa de reasentamiento y confraternizar así con los veteranos. El encuentro tuvo lugar en casa de Antonio, donde ambos personajes tantearon sus opciones políticas en medio de un clima bastante encorsetado. A principios de Junio los comicios ratificaron la lex de permutatione provinciarum, en la que Antonio cambiaba la provincia asignada para el año siguiente, Macedonia, por las Galias, incluyendo, eso sí, las 6 legiones veteranas acantonadas allí. El control de esta provincia lo ejercería a partir de entonces su hermano, Cayo Antonio. Dolabela consiguió el mando de Siria y ambos cónsules se aseguraron el imperium proconsular por 5 años más13. A mi juicio no está del todo claro por qué Antonio deseaba el control de las provincias galas, pero es de suponer que, junto a su proximidad con Italia, albergasen potentes clientes y veteranos que él conocía de sus años al servicio con César. El clima se volvía cada vez más tenso y todos los políticos estaban intentando ganarse el favor de las tropas: Octaviano en Italia, Antonio en Italia, Grecia y las Galias y los cesaricidas en las provincias. Los ataques personales se volvían cada vez más frecuentes y la concordia establecida en Marzo empezaba a resquebrajarse. Las piezas del tablero se estaban moviendo y Antonio se preparaba para un futuro incierto (CAH² IX: 474; DandoCollins, 2010: 130-181; Goldsworthy, 2011: 239-242; Grattarola, 1990: 31-44; Mangiameli, 2010: 30-72; Marino, 1984: 180; SRMR IV: 364-368). ¿PROCÓNSUL? El 1 de Agosto del 44, Lucio Calpurnio Pisón, suegro de César, en la reunión del Senado acusó públicamente a Antonio de querer instaurar un régimen tiránico. Era la primera muestra pública de ruptura interna dentro del grupo cesariano y el primer episodio de una serie de ataques directos a la gestión del cónsul al frente de la República. El 2 de Septiembre, Cicerón hizo lo propio en un discurso bastante moderado, que constituyó más tarde la base de su I Filípica, que fue respondido por el propio Antonio el 19 de Septiembre, rompiendo así definitivamente con el ala conservadora republicana del Senado. Pero el episodio más difícil se produjo después, en Octubre, cuando Antonio partió hacia Bríndisi para conducir a las 4 legiones macedónicas que habían llegado a Italia hasta las Galias, con el objetivo de formar un formidable ejército en su próxima provincia. Octaviano les había prometido un generoso donativo de 500 denarios si se unían a su causa y esto provocó un motín a la llegada del cónsul. Antonio mandó entonces depurar a las legiones de sus elementos filo-octavianos, ordenando sumarias ejecuciones. No podía permitir la desobediencia de sus legionarios al legítimo imperium consular, pero en la República tardía la legalidad servía de poco y Antonio no calculó que esas legiones no le conocían, no confiaban en él y estaban siendo sobornadas por Octaviano, que, mientras, estaba reclutando un ejército de veteranos en Campania para llevar a cabo un golpe de estado. Antonio se dio cuenta a tiempo y reaccionó adecuadamente, pero no pudo evitar la deserción de las legiones IV y Martia, que pasaron a Octaviano. El hijo de César contaba ahora con 5 legiones a su servicio mientras que Antonio poseía 6, 3 veteranas de Macedonia y 3 novatas, con las que se dirigió a la Cisalpina para tomar el mando de su provincia. Pero su promagistrado saliente, Décimo Bruto, no estaba muy por la labor de cooperar y se hizo fuerte en la ciudad de Mutina (Módena) junto a sus tropas. Su posición fue apoyada en todo momento por Cicerón y Octaviano que, por motivos diferentes, buscaron continuamente la confrontación con Antonio. Éste, no pudiendo acceder legítimamente al mando de su provincia, se vio obligado a asediar

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Plut. Ant. XV; Cic. Phil. I, 20-24, II, 92-100, III, 30, V, 12, VII, 15, XII, 12, XIII, 28, Ep. Att. XIV, 12-21; Dio. Cas. Hist. Rom. XLIV, 53; Ap. Bel. Civ. III, 5-12. 13 Plut. Brut. XXI; Cic. Phil. XIII, 24, Ep. Att. XIV, 8-12; Dio. Cas. Hist. Rom. XLV, 1; Ap. Bel. Civ. II, 143; Suet. Iul. LXXXIII, Aug. VIII, 1-2; Plin. Hist. Nat. II, 93-94, XXXV, 21.

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DAVID SERRANO ORDOZGOITI Módena, dando inicio así a una nueva (y artificial) confrontación armada14 (Brunt, 1971: 480-481; Goldsworthy, 2011: 243-248; Grattarola, 1990: 95-119; Mangiameli, 2010: 73-108; Scuderi, 1978: 133; SRMR IV: 367-374). ANTONIO EL TUMULTUOSO El 1 de Enero del 43 a.C., el día que los nuevos cónsules Aulo Hircio y Vibio Pansa accedieron al cargo, Cicerón propuso que se declarase el estado de emergencia y se confiriesen poderes proconsulares a Octaviano para marchar contra Antonio. El Senado no lo vio claro y el 4 decidió enviar una delegación de 3 excónsules para llegar a un acuerdo con Antonio. Éste respondió que pararía el asedio si le concedían el mando de la Galia Comata y el de 6 legiones completas por un período de 5 años. Era una propuesta bastante razonable y comprometedora, teniendo en cuenta que legalmente el mandato de Décimo Bruto ya había expirado y que era él quien estaba provocando innecesariamente la confrontación. Cicerón, Octaviano y los antiantonianos estaban llevando a cabo unas medidas en beneficio propio que igualaban o superaban a las que estaban criticando por parte de Antonio. La demagogia no tenía fin. Al final la propuesta no fue aceptada por el Senado y se decidió declarar el estado de tumultus, es decir, de peligro para la nación causada por un ciudadano romano. Hircio se puso a la cabeza de las legiones de Octaviano mientras que Pansa se quedó en Roma organizando levas. En Abril, Hircio y Octaviano establecieron su campamento muy cerca del de Antonio y esperaron la llegada de las 4 legiones de Pansa. Antonio intuyó la oportunidad y el 14 de Abril las atacó, con las legiones II y XXXV y un nutrido grupo de caballería, a la altura de Forum Gallorum (Castelfranco Emilia)15 (Fig. 6). Antonio obligó a las legiones de Pansa a retirarse y después atacó su campamento, sin mucho éxito. Y cuando sus tropas, victoriosas pero exhaustas, emprendieron el retorno a Módena, fueron sorprendidas y aplastadas por los refuerzos de Hircio. Antonio volvió con sus tropas a Módena y organizó la defensa ante un inminente ataque, que se produjo el 21 de Abril. El general, sobrepasado por el enemigo, decidió entonces retirarse con sus fuerzas hacia el Norte, en busca del apoyo de las tropas de Lépido y Munacio Planco, que se encontraban en las provincias Narbonense y Transalpina respectivamente16. Antonio había perdido la batalla en el plano táctico: su idea de enfrentamiento “blitzkrieg” era inteligente y le había funcionado bien en Judea y Egipto, pero contra enemigos más experimentados y mejor equipados suponía un riesgo si salía mal. Antonio se confió demasiado y los cónsules fueron implacables con él. Este revés comprometía su brillante posición y ponía el control de la República en manos de Octaviano y sus legiones (Broughton, 1952: 341-348; Brunt, 1971: 481-482; Cowan, 2007: 13-14; Dando-Collins, 2010: 202-210; Golden, 2013: 43-48; Grattarola, 1990: 119-146; Mangiameli, 2010: 109-116; Sheppard, 2008: 28-34). VII. ANTONIO Y LA LOBA ROMA EN ÉPOCA DE ANTONIO Roma en la segunda mitad del siglo I a.C. era una ciudad de grandes dimensiones, bulliciosa, y capital de un potente Imperio. Todo giraba en torno a la Urbs, pues ninguna ciudad del mundo podía hacerle sombra en cuanto a población (casi 1.000.000 de habitantes a finales de siglo) e importancia política. La situación urbanística, sin embargo, no se correspondía con su rango de capital mundial. Sus calles eran estrechas y tortuosas17, los edificios residenciales altos, angostos y carentes de luz, sus templos y edificios públicos anticuados, hechos aún según la vieja tradición tuscánica, que hacía uso de la madera y la terracota. Y es que desde finales del s. II a.C., los trabajos para reparar y remodelar los viejos templos y los edificios públicos habían cesado, y además se había renunciado en todo momento a elaborar un plan urbanístico global. Un plan de este tipo requería mucho tiempo y esfuerzo y no era muy espectacular, como tampoco lo era reparar un templo deteriorado. Las grandes figuras de la República tardía preferían imponentes construcciones: Catulo había edificado el Tabularium18 y reformado el Templo de Júpiter Óptimo Máximo, Pompeyo su enorme complejo Teatro-Templo y César su revolucionario Foro. La visión de éste último, sin embargo, iba mucho más allá del 14

Plut. Cic. XLIV-XLV; Cic. ad Fam. XI, 4, XII, 3, Phil. III, 3.4, 4.5-6, Ep. Att. XVI, 8; Dio. Cas. Hist. Rom. XLV, 12-13; Ap. Bel. Civ. III, 31-47. 15 Conservamos dos relatos diferentes de la batalla: uno de Servio Sulpicio Galba, comandante de la legión Martia que entró en combate, y el otro de Apiano Bel. Civ. III, 66-70. 16 Plut. Cic. XLIV-XLV; Cic. ad Fam. X, 30, XI, 21, Phil. V, 3-31, VIII, 1-33, XI, 5-10, Ep. Att. XVI, 8; Dio. Cas. Hist. Rom. XLVIXLVIII; Ap. Bel. Civ. III, 26-76; Plin. Hist. Nat. X, 110. 17 Cic. Leg. Agr. II, 35.96. 18 ILLRP 367, 368.

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MARCO ANTONIO: AUGE Y CAÍDA (44 – 30 A.C.) simple acto evergetista y demagógico. César quería reconfigurar extensas zonas del Campo Marcio y del Trastevere, llegando incluso planear el desvío del cauce del Tíber para extender nuevas zonas urbanizables. También formaban parte de su proyecto múltiples obras, siendo las más significativas la reconstrucción de la Curia Hostilia, de la Basilica Sempronia, de los Rostra, del Ovile, de la Villa Publica e incluso de un gran teatro a los pies del Capitolio, que Augusto finalizó dedicándolo a su yerno M. Claudio Marcelo19 (ARA: 167-168, 504-506; Bianchi Bandinelli y Torelli, 2008: 130131; Coarelli, 2007: 1-9; Favro, 1996: 24-41; Galinsky, 2005: 234-248; La Rocca, 2013: 92-105; SR II.1: 843-855; Zanker, 1989: 23-29). El Foro Romano se transformó profundamente durante este período, ya que era el corazón de la vida política romana y por tanto una diana perfecta para el evergetismo de los generales romanos (Fig. 7). Durante los primeros meses del 44 a.C. César había inaugurado sus nuevos Rostra, la tribuna de los oradores del Foro Romano. Estaban ubicados en la zona Occidental del Foro, próximos al Vicus Iugarius, y sustituían a los viejos Rostra republicanos, situados en el Comitium, al Norte del Foro, desde el 338 a.C.. Esta nueva tribuna estaba constituida por un hemiciclo, accesible a través de una escalinata, construido sobre una plataforma rectangular, probablemente delimitando el templum, la zona inaugurada. César permitió que Antonio dedicase la instalación, grabando su nombre en la inscripción del edificio. A los pies de la escalinata recolocó las estatuas de Sila y Pompeyo que habían sido abatidas por la muchedumbre tras la batalla de Farsalia en el 48. Fue justamente en los recién inaugurados Rostra donde se produjo la escena de los Lupercalia. Además, la presencia de la gens Antonia en el Foro Romano se completaba con dos estatuas en bronce dorado de Lucio Antonio, tribuno de la plebe en el 44, una delante del Templo de los Cástores y la otra enfrente, junto a la Basílica Emilia 20 (ARA: 167-168; Coarelli, 2007: 64-65; LTUR II: 336-337, IV: 212-216; Richardson, 1992: 336-337; Roller, 2007: 89-90). Tras el asesinato del dictador, Antonio había heredado de Calpurnia los papeles y legajos de César, que muy posiblemente contenían esbozos de futuros proyectos. Pero al contrario que Octaviano y Lépido, de los que conocemos los monumentos que dedicaron durante el triunvirato, sabemos muy poco de la actividad edilicia de Antonio en Roma. En el 42 a.C. los triunviros decretaron la construcción de un templo para el recién divinizado Julio César. El edificio se emplazó en el extremo oriental del Foro, sustituyendo al tribunal et gradus Aurelii, justo detrás de donde se hallaba el lugar donde César fue cremado, en el que un tal Herophilus/Amatius había erigido una columna de mármol numídico en su honor, retirada por Dolabela en Abril del 44. Consistía en un templo exástilo sobre alto pódium de acceso lateral, que dejaba un hueco para el altar de César, del que son aún hoy visibles sus restos. El templo no fue finalmente inaugurado hasta el año 29 a.C., cuando Octaviano celebró su triple triunfo sobre Iliria, Actium y Egipto, decorándolo además con los rostra de los barcos capturados en Actium21. Las contribuciones de Antonio y Lépido fueron convenientemente silenciadas y el monumento se convirtió entonces en un enorme panegírico de las gestas de Augusto. La realidad es que Antonio había hecho esfuerzos muy notables para utilizar la muerte de César en su conveniencia, como también Octaviano, y no es de extrañar que quisiese edificar un templo para su antiguo colega justo en frente de sus propios Rostra. El mensaje de Octaviano, además, se contradeciría más adelante con su nuevo rol de princeps pacis, ya que unos años más tarde decidió cerrar con un muro la exedra donde se encontraba el altar de César, haciéndolo inservible. Los Rostra dedicados por Antonio correrían la misma suerte, siendo ampliados con una nueva tribuna rectangular. Todo parece indicar que el arma publicitaria contra Antonio había surtido efecto y ya no era necesario seguir recordando ni a César ni por supuesto a ninguno de sus colaboradores. El nuevo Senado, la Curia Iulia, fue igualmente dedicado sólo por Augusto en el 29 a.C. e incluso el proyecto de reforma del Ovile del Campo Marcio, el espacio destinado para los comicios, que había sido continuado por Lépido, fue finalmente dedicado por Agripa en el 26 a.C. con el nombre de Saepta Iulia. Unos años después, el 12 de Mayo del 2 a.C., Augusto inauguró el Templo de Marte Vengador y su nuevo Foro22. Los últimos estudios sugieren que este templo pudo ser votado por el mismo Antonio en el 42 a.C. en la campaña de Filipos. El epíteto Vengador de Marte habría sido entonces utilizado por Augusto para referirse a la recuperación de las águilas perdidas por Craso en Carrhae. Sea como fuere, el régimen augústeo había conseguido borrar la memoria de Antonio de cualquier parte de Roma. Esta pérdida del recuerdo suponía para cualquier romano algo mucho peor que la muerte. Pero Antonio no era un romano cualquiera y la Historia se encargaría de recordárnoslo (ARA: 168-169, 506-511;

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Dio. Cas. Hist. Rom. XLIII, 49.2, XLIV, 5.2; Suet. Caes. Caes. XLIV; Cic. Ep. At. IV, 16.14, 17.7, XIII, 33.1. Dio. Cas. Hist. Rom. XLII, 18.2, XLIII, 49.1-2, XLIV, 11.2-3; Suet. Caes. Caes. LXXV; Cic. Phil. VI, 12-13; RRC 381, 473.1; Vel. Pat. Hist Rom. II, 56.4; Plut. Caes. LXI, 1-4. 21 RRC, 496.1, 540; Dio. Cas. Hist. Rom. XLIV, 51.1-2; XLVII, 18.4; Aug. Res Gest. 19; Suet. Caes. Aug. XXIX. 22 Dio. Cas. Hist. Rom. XLIV, 5, XLV, 17, XLVII, 19, LI, 22, LIII, 23; Aug. Res Gest. 19-21; Cic. Ep. At. IV, 16.8. 20

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DAVID SERRANO ORDOZGOITI Coarelli, 2007: 57-59, 81-101, 108-113; Fraschetti, 2013: 77-82; Galinsky, 2005: 235-248; LTUR I: 332-334, II: 289294, III: 116-119, IV: 228-229; Richardson, 1992: 103-104, 160-162, 340-341; Roller, 2007: 89-98; SR II.2: 291-296; Zanker, 1989: 39, 79, 86-88). LAS MORADAS DE HERAKLES El Foro Romano, el centro del poder público, donde se celebraban las reuniones del Senado, los comicios y los juicios, era el corazón de la ciudad. En las inmediaciones, situadas en las colinas circundantes (Capitolio, Palatino, Velia), se encontraban las casas de los senadores, nobiles, homines novi e incluso libertos ricos, que necesitaban estar junto al poder público y visitar el Foro diariamente. La plebe urbana, en cambio, se concentraba en las zonas bajas de la Suburra y el Velabro. En las moradas privadas se llevaba a cabo la otra parte de la acción política: se preparaban las intervenciones públicas, los actos violentos, se tejían relaciones con las otras gentes romanas, matrimonios, alianzas, enemistades e incluso exhibiciones de prestigio. Hoy en día sucede exactamente lo mismo. Cada grupo familiar estaba radicado en un barrio diferente. Los Acilios, por ejemplo, vivían en las Carinae, los Domicios en la Velia, los Licinios y los Claudios, en cambio, residían en las pendientes Septentrional y Occidental del Palatino respectivamente. Entre ellos había también espacio para personajes que habían hecho fortuna gracias a su carrera política, como son los casos de Pompeyo, Clodio o Cicerón. Los precios en esta parte de la ciudad eran extremadamente costosos: Clodio compró su casa en el Palatino por 14.800.000 sextercios y Domicio Ahenobarbo ofreció 6.000.000 por la de L. Licinio Craso al lado de la Sacra Via23. Los que se podían permitir tan mareantes cifras a menudo también compraban las casas de los vecinos para ampliar las suyas propias y poder disponer así de todo tipo de lujos accesorios: balnea, cuadripórticos, palaestrae y hasta jardines. Las disputas por estas razones eran tremendas y las proscripciones del 43-42 a.C. no hicieron más que confirmar estas prácticas. Las dimensiones de estas moradas habían pasado de 700-800 m² de media en el s. II a.C. a los 2500 m² a finales del s. I a.C.. La lucha por el poder también se manifestaba en la urbanística privada (Carandini, Bruno y Fraioli, 2014: 5-17; Coarelli, 2012: 291). En Roma, Antonio llegó a poseer hasta cuatro casas de grandes dimensiones, dos en el Palatino, otra en las Carinae y la villa suburbana del Campo Marcio, además de otras villas de recreo en el Sur de Italia, como las de Tusculo y Boscotrecase, confiscadas tras las terribles proscripciones del 43 a.C.. 1) EL PALATINO El Palatino era una de las zonas más exclusivas de toda Roma (Fig. 8). En esta colina, Antonio llegó a poseer no una sino dos propiedades de grandes dimensiones. La tercera esposa de Antonio, Fulvia, había contraído matrimonio en el año 62 con Publio Clodio Pulchro, el ilustre miembro de la gens Claudia que había sido adoptado por un plebeyo para poder ser elegido tribuno de la plebe en el 58 a.C.. Éste había heredado de su familia una gran casa situada en el lado Oeste del Cermalus, que daba a la zona del Velabrum y permitía una bellísima panorámica de toda la ciudad. Clodio y Fulvia habían intentado por todos los medios ampliar su domicilio en detrimento de sus vecinos y llegaron incluso a quedarse con la casa de Cicerón tras el exilio de éste en el 58 a.C., constituyendo así un pequeño palacio en la mejor zona de Roma. Tras el fracaso de su plan, la pareja decidió entonces comprar la casa de Marco Emilio Scauro situada en la ladera Norte del Palatino, junto a la Sacra Via, y allí se mudaron a finales del 53 a.C. En Enero del 52 Clodio fue asesinado y Fulvia contrajo matrimonio primero con Gayo Escribonio Curión y después con Antonio en el 47 a.C.. De nuevo vemos como Fulvia se movía siempre en el entourage de los populares propio de su ilustre familia: Clodio, Curión y finalmente Antonio, todos ellos compañeros en la lucha política de esos años. Para Antonio, en cambio, el matrimonio suponía un santo cualitativo de prestigio justo cuando los acontecimientos le habían colocado en la cima de la política romana. Pasar a vivir en el Palatino era la demostración palpable de su nuevo y exclusivo estatus en Roma. Ahora viviría entre las mejores y más potentes familias de la Urbs. En el 43, con las proscripciones, el triunviro alargó sus propiedades englobando la casa de Publio Cesetio Rufo y consiguió para su general y procónsul de Macedonia y Acaya, Lucio Marcio Censorino, la domus de Cicerón, ampliando de esta forma su control sobre el barrio. Tras el fallecimiento de Fulvia en el 40, Octavia fue a vivir con Antonio a sus posesiones en el Palatino y, en el 32, cuando éste la repudió, se marchó probablemente a la domus de Octaviano supra scalas Anularias, muy cerca de allí. Finalmente en el 30 a.C. todas las

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Plin. Hist. Nat. XXXVI, 103-104.

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MARCO ANTONIO: AUGE Y CAÍDA (44 – 30 A.C.) posesiones de Antonio pasaron a ser propiedad de Octaviano-Augusto, que las ofreció a Marco Vipsanio Agripa y a Marco Valerio Mesala Corvino24. Como podemos comprobar, en el Palatino de época republicana amigos y enemigos eran habitualmente vecinos y todos compartían el mismo ambiente aristocrático (ARA: 229-232; Bunson, 2002: 129, 221-222; Carandini, Bruno y Fraioli, 2014: 109-110, 128-138, 156-157; Coarelli, 2012: 303-341; DGRBM II: 187-188; Fezzi, 2008b: 44-48, 84-86; LTUR II: 34, 104, 189-197, IV: 22-28; PIR V: 90, 457; Richardson, 1992: 114-124). De la casa que más información arqueológica tenemos actualmente es de la de Antonio junto a la Sacra Via, una morada realmente espectacular. Su anterior propietario, Marco Emilio Scauro, había probablemente ido comprando las casas de los vecinos y reformándolas, creando un complejo de desorbitado lujo en el centro de la ciudad. El núcleo Este estaba dividido en dos pisos. El inferior albergaba dos zonas: la Norte, donde se encontraban los cubicula para 62 siervos y un larario, y la Sur, en la que su propietario había construido un balneum con apodyterium, frigidarium, tepidarium, caldarium, propnigeum, un labrum, y dos alvei. El piso noble, en cambio, acogía un inmenso atrio tetrástilo de 459 m² en el que Scauro había colocado cuatro columnas en mármol negro (luculiano) de 11,2 m de alto provenientes del escenario de su teatro25. En los dos núcleos al Oeste, por el contrario, el propietario había construido dos atrios para acoger una serie de estancias (posiblemente la parte privada) y una serie de jardines ricamente decorados con fuentes, ninfeos y estatuas. Sobre la otra propiedad de Antonio en el Palatino contamos con menos datos. Hasta ahora la parcela identificada como su casa está bastante clara, entre la Porticus Catuli restituta y el clivus Palatinus A. Sin embargo los arqueólogos no se ponen de acuerdo en el modo en el que dicha morada pasó a manos de Antonio. Carandini piensa que es ésta la casa que Clodio heredó de su familia y que pasó a manos de Fulvia y después a las de Antonio. Coarelli, por el contrario, considera que esta parcela se corresponde con la domus de Quinto Lutacio Catulo, que pasó a manos de Antonio tras la proscripción de su anterior propietario, del que se desconoce su identidad. El autor identifica también los restos de una fachada de 4 m de altura en opus reticulatum y de una bañera en testaceum en un área de jardín como pertenecientes a la casa de Antonio en esta zona (ARA: 229-232; Carandini, Bruno y Fraioli, 2014: 103-107, 128-138; Coarelli, 2012: 303-341; LTUR II: 26, 34, 104). 2) LAS CARINAS El barrio de las Carinae, entre el Fagutal y la Velia, era otro de los barrios de moda entre la alta sociedad romana (Fig. 9). Ésta es la zona donde los Claudii Pulchri, los Pompeii y los Tullii, entre otras gentes, tenían su residencia tradicional desde hacía siglos. El primer Pompeyo en residir allí fue Quinto Pompeyo, cónsul del 141 a.C.. Su descendiente, Gneo Pompeyo Estrabón, poseía una casa, cercana al templo de Tellus, que había adornado con el botín de guerra del 89 a.C., cuando durante la Guerra Social había conquistado Ascoli. Su hijo, el famoso Pompeyo Magno, fue el que tuvo que rendir cuentas ante el Senado por apropiación indebida de este botín, ya que su padre había muerto un año antes26. Arqueológicamente se han barajado esencialmente dos hipótesis distintas acerca de la localización de dicha morada. Palombi piensa que la domus Pompeii se encontraba en lo alto del Fagutal, donde se han hallado dos casas republicanas con ricos mosaicos de motivos geométricos de finales del II o inicios del s. I a.C.. Carandini, en cambio, localiza la casa de Pompeyo en la pendiente Sureste de la Velia que miraba hacia las Carinae, donde en 1932 se halló una domus de época republicana durante los trabajos de construcción de la actual Via dei Fori Imperiali. La parte más antigua estaba compuesta por un peristilo, con criptopórtico inferior, además de un atrio, que actualmente se encuentra bajo el palacio Rivaldi. Ésta sería la domus de Estrabón, de 1400 m², que Pompeyo ampliaría hasta los 2200 m² construyendo un lujoso y helenístico gimnasio, compuesto de un peristylium y un balneum con varios ambientes cuadrangulares con bañeras y un ambiente circular central con nichos, que muy posiblemente se utilizaba como laconicum. Esta nueva parte, edificada probablemente gracias al botín de la campaña de Sicilia y África del 82-81 a.C., se asocia muy bien con la mentalidad helenística de Pompeyo y, con toda seguridad, con la de su posterior propietario, Antonio, que compró esta morada por 700 millones de sextercios cuando en diciembre del 47 César inició la subasta pública de los bienes de los pompeyanos muertos. Parece ser que Antonio confiaba en librarse del pago de dicha suma, pero el general fue inflexible y el triunviro tuvo que volver a endeudarse. Además, Antonio pronto se sintió a disgusto en su nueva morada y decidió ampliarla hacia el Norte, doblando el espacio disponible hasta ahora. Lindando con su casa al Sureste se encontraba la casa de Apio 24

Dio. Cas. Hist. Rom. LIII, 27.5; Cic. Ep. At. IV, 2.5, Dom. C-CXLIV, Phil. II, 88, III, 30, V, 11, Ap. Bel. Civ. IV, 29; Vel. Pat. Hist Rom. II, 14; Plut. Ant. XXIV, Cic. XXXIII, 6; Plin. Hist. Nat. XXXVI, 103-104. 25 Plin. Hist. Nat. XXXVI, 8. 26 Ap. Bel. Civ. II, 126; Vel. Pat. Hist Rom. II, 77; Plut. Pomp. IV; Flor. Epit. II, 18.4.

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DAVID SERRANO ORDOZGOITI Claudio Pulchro, hermano de Clodio, que posiblemente Antonio confiscara también en el 43 a.C.. El ansia de poseer de los poderosos se había convertido en endémica en una sociedad que ya no respetaba las normas que regulaban el buen funcionamiento de la ciudad, como tantas veces recordaba con pesar Cicerón. Pegada a ésta se encontraba el templo de Tellus, en el que Antonio convocó al Senado el día 17 de Marzo del 44 a.C., probablemente no en la cella sino en el temenos del mismo. La cercanía del lugar con su casa le habría permitido refugiarse en ella si la reunión con los tiranicidas salía mal y la muchedumbre decidía intervenir de manera violenta. Los recuerdos de las bandas de Clodio y Milón aún estaban muy frescos y el encuentro, dos días después del magnicidio, se preveía muy tenso y delicado, con lo que Antonio decidió cautamente prevenirse. Tras Actium, la morada pasó a manos de Agripa y en el 12 a.C. a las propiedades imperiales, hasta que Nerón la echó abajo para construir el vestíbulo de su Domus Aurea27 (Amoroso, 2007: 56-68; ARA: 291-292, 312; Carandini, Bruno y Fraioli, 2014: 27-31, 52-55; Goldsworthy, 2011: 212-213; LTUR II: 159160; Palombi, 1997: 137-149; Richardson, 1992: 133; Schingo, 1996: 145-146). 3) EL CAMPO MARCIO Uno de los lugares más conocidos fuera del pomerium era el Campo Marcio, sede de los comitia centuriata. En época real había albergado los horti de los Tarquinios y, nuevamente, en la República tardía, albergaría lujosas habitaciones privadas. Los trabajos para la construcción de los horti Pompeiani comenzaron probablemente en el 61 a.C., cuando Pompeyo celebró su tercer triunfo y pudo dedicar el botín de la guerra contra Mitridates VI a su nueva, lujosa habitación. Tras la desecación de la palus Caprae, Pompeyo organizó un área de 60.000 m² como su nueva villa suburbana, en la que construyó una morada de gran envergadura, la domus rostrata, en la que colocó en el vestíbulo de entrada los rostra de los barcos piratas capturados durante su campaña de limpieza del Mediterráneo de los años 67-66 a.C.. Como sucedió con la casa de las Carinae, también los horti Pompeiani fueron adquiridos por Antonio, que hizo trasladar los signa y tabulae entregados por César al pueblo romano a esta morada. Fue aquí donde recibió, con poco entusiasmo, la visita de Octaviano cuando éste llegó a Roma en el 44 para reclamar su herencia28. Desde el punto de vista arqueológico las tremendas modificaciones llevadas a cabo en el Campo Marcio en época imperial y medieval no nos permiten delimitar bien el espacio ocupado por la villa y hay otras hipótesis que sugieren lugares alternativos (Pincio, Quirinal, Monte Giordano) en base a la escasa documentación disponible. Coarelli localiza la domus de Antonio al Norte del Euripo, el canal artificial que construyó Agripa al Norte del Teatro de Pompeyo (Fig. 10). Según él, la presencia de las tumbas de los cónsules del 43 fallecidos en Módena, Aulo Hircio29 y Vibio Pansa, junto a este canal, por donde pasaba antes la vía de acceso a la ciudad desde el Oeste, nos está indicando la voluntad política del Senado (y sobretodo de Cicerón) de contrastar las aspiraciones de Antonio instalando junto a la entrada de su casa los monumentos públicos de sus enemigos caídos por la República. Como el resto de propiedades del triunviro, a su muerte la villa pasó a ser propiedad de Agripa, que comenzó justo en esta zona una transformación urbanística sin precedentes, edificando, entre otros, el Pantheon, las Termas de Agripa, los Saepta Iulia o el Stagnum Agrippae (ARA: 504-506; Carandini, Bruno y Fraioli, 2014: 54; Coarelli, 1997: 539-580; LTUR III: 51-53, 78-79; Richardson, 1992: 201). VIII. TRIUNVIRO (43-42) LÉPIDO Y ANTONIO Tras la derrota de Abril en Módena, Antonio había conseguido en muy poco tiempo rehacerse psicológicamente y moralmente. En su retirada hacia la Galia Narbonense, lo primero que hizo fue unir sus tropas con las 3 legiones de Publio Ventidio Baso en Vada Sabatia (Vado Ligure) el 3 de Mayo, tras lo cual se dirigió hacia Narbona por los pasos de la costa. Lépido, procónsul de la Narbonense y de la Hispania Citerior, mandaba allí una fuerza considerable de 7 legiones en su mayor parte veteranas y al poco de saber de los movimientos de Antonio, partió desde su base en Avennio (Aviñón) para parar a Antonio en Forum Voconii (Les Blaïs, Cannet-des-Maures). Ésta era, al menos, su línea oficial de comportamiento, puesto que en realidad veía con buenos ojos una alianza con Antonio. Ambos eran cesarianos de 27

Cic. Phil. I, 1, 31, II, 39, 62, 64-69, 89-90, XIII, 11-12, Ep. At. XVI, 14.1; Ap. Bel. Civ. II, 126, III, 11; Dio. Cas. Hist. Rom. XLV, 28.3-4, XLVIII, 36-38; Plut. Caes. LI, Brut. XIX, 1; Suet. Caes. Tib. XV, 1. 28 CIL VI, 6299; Plut. Pomp. XL, 8-9, XLIV, 4, XLVIII, 8; Cic. Phil. II, 64-68, 109; Ap. Bel. Civ. III, 14; Vel. Pat. Hist Rom. II, 6077; Flor. Epit. II, 18.4; Dio. Cas. Hist. Rom. XLVIII, 38. 29 El sepulcro de Aulo Hircio, compuesto por un sencillo zócalo de travertino y un muro en latericium, fue encontrado bajo el Palazzo della Cancelleria en 1938 (ILLRP 419; Richardson, 1992: 356).

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MARCO ANTONIO: AUGE Y CAÍDA (44 – 30 A.C.) primera fila y no tendrían espacio en una República donde los republicanos y los cesaricidas llevasen la voz cantante. Las tropas de ambos, de hecho, estaban compuestas en su mayoría por veteranos del propio César, y en ningún caso verían adecuada una alianza con los cesaricidas. En mi opinión aquí está la clave para entender todos los movimientos de los protagonistas tras los Idus de Marzo: Antonio, Octaviano y los demás podían hacer los pactos que quisiesen, pero si deseaban seguir adelante, contando con el fundamental apoyo de las tropas, deberían en última instancia defender la memoria de César. No había otra posibilidad. Así, el 29 de Mayo del 43 a.C., las tropas de Lépido abrieron su campamento a Antonio y sus legiones, que muy probablemente ya había pactado con el procónsul los términos de la alianza. Es así como se explica el papel tan relevante que llevó a cabo Lépido en el acuerdo del 2º Triunvirato. Lo mismo le sucedía a Octaviano tras su victoria en Módena. Tras la muerte de los cónsules Hircio y Pansa, el Senado había decretado los mayores honores y el mando de las legiones de Octaviano a Décimo Bruto. El hijo de César se encontraba ninguneado por los republicanos pero mantenía el favor de las tropas, ya que muchos eran veteranos de César. Como en el caso de Lépido, posicionarse contra Antonio no le habría resultado nada beneficioso ya que eran ahora los cesaricidas y los republicanos los que controlaban la República, habiéndole asignado un cargo más bajo que el que podía obtener por las armas. De este modo, decidió exigir el consulado para él y el pago de las recompensas a su ejército. Tras la negativa, decidió marchar sobre Roma y tomó el control de la República, pagando los 2500 denarios por cabeza prometidos a sus tropas y proponiendo su candidatura al consulado vacante, que fue ratificada por los comicios el 19 de Agosto, teniendo como colega a su primo Quinto Pedio30. De nuevo un cesariano estaba al mando de la República (Brunt, 1971: 481-484; Dando-Collins, 2010: 213-217; Grattarola, 1990: 171-196; Sheppard, 2008: 34-37). EL ACUERDO Y SUS CONSECUENCIAS Una vez conseguido el apoyo de Lépido y sus tropas, Antonio pronto obtuvo también el favor de los contingentes de otros cesarianos como Asinio Polión, procónsul de Hispania Ulterior, de cesarianos indecisos como Munacio Planco, procónsul en la Galia Transalpina, e incluso el de las tropas de Décimo Bruto, que le abandonaron a su suerte tras el cambio de situación política. En total Antonio mandaba 13 legiones y Lépido 10, mientras que Octaviano conservaba aun 17 en Roma, 11 de ellas constituidas por reclutas que tenían poca experiencia de combate real. Las fuerzas de Antonio y Lépido, por tanto, eran superiores tanto en número como en calidad y puede parecer que otra guerra se cernía sobre el suelo italiano. Sin embargo las noticias de Oriente pronto cambiaron esta percepción. Marco Junio Bruto, el cesaricida, había puesto bajo asedio y después arrestado a Cayo Antonio, procónsul de Macedonia y hermano del general, pasando a controlar desde entonces la provincia griega. Además, Dolabela, en su viaje a Siria para tomar el control de la provincia, había parado en Asia y mandado ejecutar a traición a Cayo Trebonio, procónsul de Asia y uno de los asesinos de César. Pero aquél, al llegar a Siria, se había encontrado con que la provincia estaba ya en manos de Casio Longino, que lo asedió en Laodicea y le obligó a suicidarse a finales de Julio31. En definitiva, pues, Bruto y Casio se habían hecho con el control de dos provincias clave, con sus respectivas tropas, comenzando el reclutamiento de nuevas legiones para retomar el control de la República. Estas noticias amenazaban gravemente las posiciones de Antonio, Octaviano y Lépido y una guerra entre ellos habría favorecido aún más la posición de los cesaricidas. Es por ello que era necesario llegar a un acuerdo (Broughton, 1952: 341-350; Brunt, 1971: 483-484; Dando-Collins, 2010: 211-212; Grattarola, 1990: 196-203; Goldsworthy, 2011: 249; Rohr Vio, 2006: 105-119). La alianza se llevó a cabo en una pequeña península del río Reno, muy cerca de Bononia (Bolonia), entre octubre y noviembre del año 43 a.C.. Los tres acordaron crear una nueva magistratura “para restaurar el Estado” llamada triumviratus rei publicae constituendae, de duración quinquenal y con plenos poderes para legislar sin necesidad de Senado o plebiscitos, para mandar ejércitos, para dictar sentencias y para disponer de los recursos del Estado con el fin último de acabar con los asesinos de César. Los triunviros se repartieron el control del Imperio occidental: Antonio detuvo el control de la Galia Cisalpina y la Comata, Lépido el de la Narbonense y las Hispanias y Octaviano adquirió el control de África, Cerdeña, Sicilia y Córcega. Fijaron una lista de 18 ciudades que debían entregar sus tierras a los veteranos y además repartieron los consulados para los años venideros. Lépido sería cónsul para el 42 a.C. mientras que Antonio y Octaviano dirigirían la futura campaña contra Bruto y Casio. Todo ello se aprobó mediante una lex Titia el 27 de Noviembre del 43 a.C. en un concilium plebis. Pero la medida que más rechazo generó entre los contemporáneos e incluso entre las generaciones posteriores fue la de llevar a cabo las proscripciones. Las cifras no están claras, pero nos 30 31

Plut. Ant. XVIII; Dio. Cas. Hist. Rom. XLVI, 38-39; Ap. Bel. Civ. III, 80-95; Suet. Caes. LXVII, 2. Cic. Phil. XI, 5-10;Plut. Ant. XVIII; Dio. Cas. Hist. Rom. XLVII, 29; Ap. Bel. Civ. III, 26, IV, 3.

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DAVID SERRANO ORDOZGOITI hablan de, al menos, 300 senadores y 2.000 equites asesinados por este motivo32. Bruto, Casio, Cicerón, Ahenobarbo y otros muchos estaban en esta lista, que cumplía dos funciones básicas. La primera y más inmediata era la de proveer de liquidez necesaria para pagar a las más de 40 legiones que los triunviros sumaban en total, un número difícilmente gestionable que exigía medidas también excepcionales para mantener su fidelidad. La segunda función era la de depurar la clase senatorial y dirigente romana para impedir una situación parecida a la vivida durante los últimos meses del 44 y los primeros del 43. Así pues, las proscripciones se pueden entender cómo las consecuencias últimas del magnicidio de César, que no había sido vengado en su momento y que ahora se cobraba las primeras víctimas. Antonio había organizado ésta y todas las otras medidas del triunvirato en estrecha colaboración con Lépido y Octaviano. Ninguno era inocente y todos se habían beneficiado de un modo o de otro, pues Octaviano también había visto vengada la actitud ambigua hacia él y hostil hacia César del orador del Piceno. En definitiva, Antonio vio cómo su suerte de nuevo había cambiado y estaba otra vez en la cúspide de la República. Su poder ya no era único e incontestado, como en el 44, pero a cambio había consolidado su posición jurídica, su posición en el grupo cesariano y su relación con el heredero de César, pequeño gran problema de ese año. La fortuna le sonreía de nuevo (De Martino, 1993: 67-83; Gabba, 1993: 127-134; Grattarola, 1990: 203-211; Goldsworthy, 2011: 253-259; Laffi, 1993: 37-59; Rohr Vio, 2004: 235-256; SCR IVa: 76-78; Sordi, 1993: 85-91; SR II.1: 800-804). LA GUERRA CONTRA LOS TIRANICIDAS Cesarianos y cesaricidas reorganizaron rápidamente sus fuerzas para poder entablar combate en verano del 43 a.C.. Los beneficios derivados de las proscripciones pronto resultaron ser menores de lo esperado y los triunviros se vieron obligados a imponer nuevos impuestos sobre las propiedades de ciudadanos varones e incluso de mujeres, que tuvieron el arrojo necesario para manifestarse en el Foro Romano lideradas por la hija de Quinto Hortensio. También los cesaricidas exprimieron todo lo posible a las provincias orientales para recabar fondos con los que pagar a sus tropas. Las ciudades que se opusieron fueron duramente castigadas: Casio saqueó Rodas y Bruto hizo lo propio con la ciudad de Janto (Kınık), en Licia. En total los triunviros contaban con 19 legiones o 95.000 hombres mientras que los cesaricidas lo hacían con 17 legiones o 85.000 hombres. Además los primeros contaban con una fuerza de caballería de 13.000 jinetes y los segundos con 20.00033. Es esencial tomarse estas cifras como una indicación aproximada e incluso al alza, puesto que la logística del momento debió exigir un esfuerzo ímprobo y probablemente cada legión no contase con los 5.000 legionarios de rigor, sino con un número sensiblemente menor, como venía siendo habitual. En cualquier caso eran dos frentes excepcionalmente grandes para la época (Brunt, 1971: 485-487; Goldsworthy, 2011: 275-281; Sheppard, 2008: 38-49). FILIPOS La estrategia de Bruto y Casio consistió en esperar a Antonio y Octaviano en Asia mientras Estayo Murco llevaba a cabo un fuerte bloqueo de los puertos del Adriático gracias a su flota. Asedió a Antonio y sus fuerzas en Bríndisi durante semanas hasta que llegó la flota de Octaviano para desbloquear la situación. Ya era finales de verano cuando los triunviros consiguieron finalmente enviar 8 legiones al mando de Gayo Norbano y Decidio Saxa hasta Macedonia (Fig. 11). Ésta avanzadilla recorrió un buen tramo de la vía Egnatia hasta llegar al paso de los Corpilos, pero tuvo que retroceder hasta Anfipolis por la llegada del ejército conjunto de Bruto y Casio, que establecieron su campamento en Filipos (Krenides), bloqueando el paso. Antonio llegó a Apolonia con sus tropas en Septiembre del 42 a.C. y, juntándose con las tropas de Norbano y Saxa, amenazó las posiciones de los cesaricidas construyendo un campamento en frente del suyo. Octaviano le alcanzó con su contingente unos días después. Bruto tenía su campamento al Norte del de Casio, unidos mediante una empalizada fortificada, y contaban con una línea de suministros constante y fiable (Fig. 12). Los triunviros, en cambio, contaban con un solo campamento y su posición era más precaria, ya que necesitaban forrajear los alimentos y no podían asaltar las líneas enemigas sin sufrir graves pérdidas. Los ejércitos de ambos bandos formaban durante horas delante de sus líneas defensivas, provocando al enemigo a dar el primer paso, pero todo siguió igual. Entonces Antonio comenzó la construcción en secreto de una línea defensiva que rodease por el Sur al campamento de Casio, para cortar sus suministros, pero éste se dio cuenta e inició la edificación de otra igual para anular el movimiento. 32

Plut. Ant. XIX-XXI, Cic. XLVI; Dio. Cas. Hist. Rom. XLVI, 55, XLVII, 1-15; Ap. Bel. Civ. IV-V; Liv. Per. CXX; Cic. Phil. XII, 14; Suet. Aug. LXII, 1; Vel. Pat. Hist. Rom. II, 65. 33 RRC, 489-494 ; Plut. Brut. XXXVIII, 3; Dio. Cas. Hist. Rom. XLVII, 16-39; Ap. Bel. Civ. IV, 31-137; Vel. Pat. Hist. Rom. II, 65; Jos. Ant. Jud. XIV, 271-276, Bel. Jud. I, 218-222.

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MARCO ANTONIO: AUGE Y CAÍDA (44 – 30 A.C.) El 3 de Octubre Antonio se percató de la situación y ordenó inmediatamente el ataque de esta línea defensiva en construcción, que cayó en seguida y permitió al triunviro invadir el campamento de Casio. Cuando las noticias llegaron a la línea principal de combate del cesaricida, sus tropas se desbandaron temiendo perder sus pertenencias. Casio huyó y se suicidó poco después. Pero por el otro flanco, las fuerzas de Bruto habían conseguido superar a las de Octaviano y habían invadido el campamento de los triunviros, obligando al hijo de César a esconderse en la ciénaga adyacente. Se restableció así el status quo y las posiciones se movieron en sentido anti horario para confrontarse de Norte a Sur. Tras unas semanas de calma tensa, Bruto vio como sus suministros peligraban y el 23 de Octubre del 42 a.C. atacó el flanco débil de Octaviano, descuidando, sin embargo, el centro, que quedó a merced de Antonio. La batalla fue muy dura y de mucho desgaste. Al final los cesarianos vencieron y obligaron a Bruto, aislado con tan sólo 4 legiones, a suicidarse. Antonio fue aclamado por sus tropas y su liderazgo en esta campaña no se discutió ni siquiera en época augústea34. Su modo de proceder, valiente, rápido y expeditivo, había conseguido fracturar el bloque republicano en la primera batalla y había permitido afrontar la segunda desde una posición más ventajosa. Había obrado de la misma forma que en Judea, Egipto y Módena, y esta vez había obtenido la victoria. Sus acciones eran desequilibrantes pero arriesgadas y quizás frente a un enemigo más experimentado habría fracasado. Pero en otoño del 42 a.C. Antonio había triunfado y su auctoritas era ahora mayor que la de cualquier otro general romano (Cowan, 2007: 32-41; Fields, 2008: 74-75; Goldsworthy, 2011: 281-288; Sheppard, 2008: 50-78). IX. LA REORGANIZACIÓN DE ORIENTE (42-40) DIÓNISO Y AFRODITA Durante todo el siglo I, la situación de Oriente había sido convulsa: guerras contra los enemigos de Roma, guerras civiles, levas, colectas de dinero y múltiples impuestos habían puesto contra las cuerdas a las ciudades orientales y a sus líderes locales, ya que mientras algunos se habían enriquecido, otros habían sido depuestos y confiscados sus bienes. La inestabilidad era la nota general y la situación política cambiaba con facilidad. Para hacerse cargo de esta situación, Antonio era el más preparado de los triunviros. Disponía de mejor reputación y salud que el propio Octaviano y había adquirido con los años una extensa experiencia en Oriente. Como ya vimos, conocía Atenas desde principios de los ’50 y había participado como magister equitum del procónsul Gabinio entre el 57 y el 55, colaborando en las campañas de Judea y de Egipto. Durante este tiempo había establecido alianzas con los nobles más importantes de cada región, como Antipatro de Judea o Arquelao de Comana35. Su intervención en Oriente tenía como finalidad no sólo reforzar la posición hegemónica romana en la región, sino también reforzar la suya propia como triunviro. Muchos de los soldados capturados en Filipos se incorporaron inmediatamente en el ejército triunviral y ello suponía tener que pagarlos para que no se pusiesen del lado de otros líderes deseosos de subir al poder mediante las armas. Antonio necesitaba urgentemente recaudar nuevos tributos en las ciudades orientales para satisfacer tales demandas. Además de ello, también pretendía reforzar la autonomía de las ciudades y regiones no controladas directamente por Roma mediante gobernantes de nuevo cuño fieles a su persona. Su política también preveía una acción punitiva o gratificante con los enclaves que habían ayudado o desafiado a los cesaricidas, una medida que no sólo se justificaba en función de sus intereses particulares sino que lo hacía también en función de los intereses de la República, ya que los partos habían colaborado asiduamente con Bruto y Casio colocando a líderes afines a su posición política, lo que suponía un grave desafío a la autoridad romana36 (Brunt,1971: 488-495; Goldsworthy, 2011: 289-291; Marasco, 1987: 9-11; SRMR, IV: 398). Desde su llegada a Bitinia en la primavera del 41, multitud de embajadas y delegaciones buscaron su favor y su arbitraje en disputas de diversa índole. Su entrada en Éfeso como Nuevo Dióniso, precedido de un cortejo de bacantes y sátiros, supuso un ulterior desarrollo de su política religiosa, que buscaba especialmente la aceptación por parte de las ciudades asiáticas de su persona como representante divino que haría entrega de una renovada libertad y abundancia a tantas ciudades castigadas por la guerra. Esta asimilación cuasi divina no era simplemente un protocolo para los orientales sino un auténtico argumento a favor de la legitimación de su poder en estas tierras. El propio Alejandro Magno había elegido esta divinidad civilizadora del mundo bárbaro y muchas ciudades habían seguido su ejemplo, como Alejandría o Éfeso. 34

Plut. Ant. XXII, Brut. XXXVII-LII; Dio. Cas. Hist. Rom. XLVII, 41-49; Ap. Bel. Civ. IV, 82-135; Suet. Aug. XIII, 1; Vel. Pat. Hist. Rom. II, 70-86; Plin. Hist. Nat. VII, 147. 35 Plut. Ant. III, 8-10, Brut. XXIV; Jos. Ant. Jud. XIV, 84-92, Bel. Jud. I, 162-171; Str. Geo. XII, 3.34-36, XVII, 1.11 36 Ap. Bel. Civ. V, 3.11; Plut. Ant. XXIII, 1; Dio. Cas. Hist. Rom. XLVIII, 2.2, 24.1.

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DAVID SERRANO ORDOZGOITI En esta ciudad, el triunviro convocó a los representantes de provincias y ciudades orientales y les explicó los motivos que le habían obligado a imponer los tributos necesarios para pagar a las tropas. Después premió a las ciudades de Licia, Xantos, Rodas y Cos, concediendo a esta última la ciudadanía romana, como hizo después también a su llegada a Cilicia con la ciudad de Tarso37. Aquí es donde Antonio había citado, mediante su emisario Quinto Delio, a Cleopatra para que diese cuenta de sus últimas actividades. Y es que el triunviro no tenía muchos motivos para confiar en la reina egipcia. Cleopatra en el 43 a.C. había indirectamente reforzado con cuatro legiones cesarianas el ejército de Casio cuando Aulo Alieno las había trasladado a Siria para ponerlas a las órdenes de Dolabela. Éste había sido sorprendido por Casio y asediado en Laodicea, mientras que las legiones de Alieno habían pasado al bando más conveniente en aquel momento, el del cesaricida. Además su strategos en Chipre, Serapión, se había pasado también al bando de Casio y éste había reclamado refuerzos, víveres y barcos para su campaña en Grecia. Cleopatra, sin embargo, nunca tuvo en consideración las peticiones del asesino de César y llegó incluso a enviar una escuadra naval a ayudar a los triunviros en su campaña. Sin embargo tal refuerzo nunca había llegado y Cleopatra se encontraba ahora a merced del juicio de Antonio. Para potenciar sus capacidades políticas y militares en Oriente, el triunviro necesitaba los recursos de Egipto, que era el mayor proveedor de grano y dinero de todo el Mediterráneo oriental. Sus opciones para con Egipto eran tres. Por un lado podía reducir el país a la condición de provincia mediante las armas, pero entonces la responsabilidad de su administración directa habría supuesto una gran carga y el triunviro lo que necesitaba era dinero rápido. También podía sustituir en el trono a Cleopatra por su hermana Arsinoe IV, exiliada en Éfeso, que podría convertirse así en un títere en manos del triunviro. Arsinoe, sin embargo, no estaba casada ni tenía hijos, lo que complicaba mucho la sucesión y abría las puertas a revueltas en todo el país. La mejor opción, por tanto, seguía siendo Cleopatra, consolidada en el poder y deseosa de ganarse la confianza de Antonio. La reina llegó a Tarso a bordo de una lujosa nave de recreo con las velas de color púrpura, la proa dorada y multitud de músicos y bailarinas. Su imagen de Afrodita/Isis encajaba muy bien con la exótica pompa de los lágidas y demostraba sus rectas intenciones para restaurar la relación entre Egipto y Roma, representada por Antonio/Dióniso. La alianza se selló entre los dos y Antonio ejecutó inmediatamente a Arsinoe y entregó a Serapión, confirmando de este modo a Cleopatra como única soberana de Egipto38 (Everitt, 2008: 123-125; Goldsworthy, 2011: 291-297; Marasco, 1987: 11-14, 20-30; SRMR, IV: 398-402; Syme, 1939: 214; Tyldesley, 2008: 149-152). Resuelto el problema egipcio, Antonio se desplazó hasta el corredor sirio-palestino para proseguir con la reorganización. El objetivo en esta zona era consolidar las regiones limítrofes con el Imperio Parto. La lucha de facciones interna en las diversas localidades de Capadocia, Siria y Judea podía ser aprovechada por el triunviro para instaurar en el poder a líderes fieles a su persona o para garantizar tal fidelidad de los ya existentes. En Capadocia medió en la disputa entre el rey Ariarates X y Arquelao Sísines, nieto de Arquelao de Comana, confirmando temporalmente la primacía del primero hasta el año 36 a.C., cuando fue sustituido por Arquelao tras su irregular gestión durante la crisis parta. En Judea, en cambio, confirmó a Hircano II como etnarca y nombró además a Fasael y Herodes, hijos de su amigo Antipatro, tetrarcas del reino. La posición diametralmente opuesta de los dos hermanos al grupo nacionalista judío filo-pártico era prueba suficiente para Antonio de su fidelidad hacia el bando romano. Por último, quizás la medida más arriesgada de todas fue la de ocupar militarmente Palmira, enclave fundamental en el intercambio comercial entre la costa Siria y el Imperio Parto a través de Dura Europos. La jugada de Antonio buscaba recordar a su población su lealtad hacia Roma, que no vacilaría en castigarles si permitían el paso de tropas partas hacia el corredor sirio-palestino. No obstante el efecto que consiguió fue el contrario, ya que su acción contribuyó a que los partos se sintieran amenazados ante la cercanía del enemigo y decidiesen en consecuencia contrarrestar al triunviro antes de que éste dispusiera de las tropas adecuadas para hacerles frente. Sea como fuere, Antonio quedó satisfecho con su reorganización y finalizó su viaje en Alejandría, donde transcurrió el invierno del 41/40 a.C.39 (Goldsworthy, 2011: 292-293; Marasco, 1987: 13-20; Schurer, 1985a: 364; SRMR, IV: 400-403). DESCONTENTO EN ITALIA Mientras en Oriente Marco Antonio trabajaba para consolidar la autoridad romana en la zona, Octaviano debía hacer frente a una situación mucho más difícil en Italia. Como su colega triunviro, Octaviano tenía primero que hacer frente a 37

Plut. Ant. XXIII-XXV; Ap. Bel. Civ. V, 4-7. Plut. Ant. XXV-XXVIII; Ap. Bel. Civ. III, 78, IV, 59, 61, 82, V, 1, 8-10; Dio. Cas. Hist. Rom. XLVII, 28-30, XLVIII, 24.2-4, 40; Jos. Ant. Jud. XIV, 324, XV, 89, Bel. Jud. I, 243; Cic. Phil. XI, 12.30. 39 Jos. Ant. Jud. XIV, 301-326, Bel. Jud. I, 243-244; Ap. Bel. Civ. V, 7.31, 9.37; Dio. Cas. Hist. Rom. XLIX, 32.3. 38

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MARCO ANTONIO: AUGE Y CAÍDA (44 – 30 A.C.) las múltiples y costosas demandas de sus soldados, nada más y nada menos que 40.000 veteranos que debían ser desmovilizados. A todos ellos Octaviano les debía asignar un lote de tierra de 40 iugera (10 ha) como recompensa por su servicio militar y para ello creó una comisión especial de tres triumviri agris dividendis que se encargarían de repartir las tierras de casi 40 ciudades de Campania, Samnium, Umbria, Picenum, Etruria, y el Norte de Italia. Las quejas de los grandes aristócratas y nobles italianos por un lado y la adecuación de las parcelas al mínimo exigido por los soldados por el otro, obligó al hijo de César a confiscar las tierras de las clases medias italianas, que tuvieron que ponerse a trabajar como asalariados para sus nuevos dueños o transferirse en masa a Roma para engrosar las filas de la plebe urbana. Los problemas que este ajuste conllevó fueron gravísimos desde todos los puntos de vista (social, económico, político, demográfico, cultural) y la popularidad de Octaviano y su régimen bajó hasta niveles alarmantes. El cónsul del 41 a.C. y hermano menor de Antonio, Lucio Antonio “Pietas”, que había celebrado un triunfo ex Alpibus el 1 de Enero, se hizo cargo de la oposición al triunviro en Italia. Su cognomen “Pietas” aludía a su devoción por la patria y el pueblo y su actividad apuntó en todo momento a hacerse un hueco en la escena política del momento independientemente de los logros de su hermano, como era costumbre entre los aristócratas romanos. Su mensaje, sin embargo, era confuso y errático, ya que si por un lado defendía los intereses de los campesinos desposeídos, por el otro criticaba la insuficiencia de las medidas para los veteranos, a la vez que reprobaba la pérdida de poder de los magistrados con poder consular. Para resolver estas cuestiones se convocó un encuentro en Teanum Sidicinum, cerca de Capua. Los acuerdos tomados allí fueron insuficientes y los municipios afectados se rebelaron. Mientras Octaviano combatía en Sabinia y Umbria, Lucio marchó hacia Roma, donde las dos legiones de Lepido no aguantaron y éste escapó para pedir ayuda. Octaviano llegó con refuerzos y forzó el retroceso de las fuerzas de Lucio, 6 legiones compuestas en su mayoría de reclutas novatos de Campania y el Norte de Italia, que se refugiaron en Perugia, buscando el auxilio de las 13 legiones de los antonianos Asinio Polión y Ventidio Baso ubicadas en la Galia. Inmediatamente Octaviano ordenó el asedio de la ciudad mediante un muro de 9 m de altura y 10 km de longitud jalonado por 1500 torres de 18 m de altura. Las legiones de Polión, Ventidio y Planco se reunieron en Fulginiae, a 30 km de Perugia, pero no intervinieron. Con toda probabilidad las tropas no querrían combatir contra aquellos que les estaban garantizando el acceso a las tierras para su retiro y así Lucio y sus partidarios tuvieron que rendirse en febrero del 40 a.C.. Lucio salvó la vida, pero Perugia fue incendiada y sus responsables ajusticiados. Aunque las fuentes destacan la activa participación de Fulvia en el conflicto, en mi opinión la responsabilidad total de las acciones emprendidas fue del propio Lucio. El convulso clima de inestabilidad de los años 40 ofrecía enormes posibilidades para personajes que supieran usar bien sus aptitudes, dinero e influencia, como el propio Octaviano, pero conllevaba también enormes riesgos. Lucio había jugado sus cartas en una acción contra Octaviano que si bien no carecía de razones sí carecía de medios, sobre todo militares40 (Broughton, 1952: 370-378; Brunt, 1971: 494496; CAH² X: 14-17; Gabba, 1971: 139-151; Goldsworthy, 2011: 301-304; Goldsworthy, 2014: 156-159; Scuderi, 1978: 117-119; Sheppard, 2008: 79-83; SR II.1: 800-805; SRMR, IV: 403-409). LA INVASIÓN PARTA En primavera del 40 a.C. el príncipe Pacoro, hijo del rey parto Orodes II, Barzafranes, un potente sátrapa, y Quinto Labieno, hijo del famoso legado de César en las Galias, invadieron la provincia de Siria al mando de un potente ejército. Desde la muerte de César, Labieno había permanecido en Ctesifonte como legado de Bruto y Casio para negociar la intervención de los partos en la guerra de Filipos, suministrándoles valiosa información sobre la situación en Roma. Orodes II ambicionaba anexionarse Siria, antiguo centro neurálgico del Imperio Seleúcida, a la vez que reforzar su posición en el trono y la de su favorito Pacoro. Decidio Saxa, el legatus cum imperio de Antonio en Siria, fue vencido en campo abierto por los catafractos de Labieno y huyó a Cilicia, donde fue capturado y ejecutado, mientras que sus exiguas tropas, muchos ex-legionarios de Casio, se pasaron a las filas de Labieno. Apamea cayó y al poco también Antioquía, al mismo tiempo que muchos otros líderes locales renegaban de Antonio: Antíoco de Comagene, Malco de Arabia, Caneo de Cirréstica, Ariarates de Capadocia o Lisanias de Calcis, por poner algunos ejemplos célebres. Una vez subyugada Siria, Labieno se dirigió al Noroeste con un ejército romano mientras que Pacoro condujo a los partos hacia el Sur. Labieno se adentró en Asia Menor y llegó hasta Stratonicea, donde asedió a Planco, promagistrado de Asia. Muchas ciudades se rindieron a su paso, pero algunas, como Mylasa y Alabanda, se rebelaron ante el invasor. Pacoro, en cambio, ocupó Fenicia mientras Barzafranes hacía lo propio en el Antilíbano. Allí se encontraba exiliado Antigono de Judea, sobrino de Hircano II, que consiguió convencer a los partos para que le ayudaran a recuperar el trono. Una treta 40

ILS I, 886-887; Ap. Bel. Civ. V, 12-51; Dio. Cas. Hist. Rom. XLVIII, 5.1-14.6; Vel. Pat. Hist. Rom. II, 74-76; Suet. Aug. XV; Plut. Ant. XXX.

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DAVID SERRANO ORDOZGOITI diplomática bastó para capturar a Fasael e Hircano, mientras Herodes huía hacia la fortaleza de Masada llevándose a su familia consigo41. En resumidas cuentas, en poco menos de un año todo el ordenamiento antoniano de Oriente había saltado por los aires. Los partos ahora controlaban un territorio insultantemente extenso y amenazaban seriamente a las comunidades limítrofes, Egipto, Grecia y Asia Menor, con nuevas agresiones. Si bien Antonio no había podido prever tal desastre, sí que contribuyó a crear la situación con su inocente aproximación militar a la frontera con Partia y su inexistente diplomacia con el único estado en todo el Mundo que podía hacer frente al Imperio Romano. A Antonio le tocaba ahora remar a contracorriente y reestablecer el prestigio perdido en sus territorios (Broughton, 1952: 384; Brunt, 1971: 497; CAH² X: 12-13; Goldsworthy, 2011: 313-317; Marasco, 1987: 31-34; Schurer, 1985a: 331-332, 363-366; Sheppard, 2008: 87-91). BRÍNDISI Desde el inicio de la Guerra de Perugia en el 41 a.C, numerosas delegaciones de las colonias afectadas por las redistribuciones de tierra habían acudido a pedir ayuda al triunviro en Alejandría. Antonio en ningún momento había decidido intervenir o apoyar a Lucio en Italia, como lo demuestra la falta de instrucciones a sus promagistrados en la zona. Entre el 41 e inicios del 40, en cambio, construyó en Siria una potente flota de 200 navíos. Constituía un enorme dispendio que no le beneficiaba en su guerra contra los partos y aún se discute sobre los verdaderos motivos de la fabricación de tal armada. Pareti sostiene que le habría servido para transportar las legiones de la Galia y Macedonia a Oriente, pero parece ser que había pocos o ningún barco de transporte en el grupo. El resto de la crítica histórica está convencida de que la acción de Antonio buscaba desde el inicio la confrontación con Octaviano, quizás confiando en su capacidad de ganarse las legiones del enemigo, pero la propuesta es a mi modo de ver poco verosímil. Octaviano contaba fácilmente con 40 legiones (= 120.000-140.000 hombres) en Italia a mediados del 40, mientras que Antonio poseía las 2 legiones (=7.000 hombres) de Ahenobarbo más su guardia pretoriana42. Que confiase tan sólo en su carisma y su buena reputación entre las tropas para jugarse la carrera en un enfrentamiento tan desigual resulta muy poco creíble. Es más probable que los eventos que sucedieron ese año le superasen y optase por lo que creía ser la mejor solución en ese momento, lo que aun así no explica la construcción de la flota (Brunt, 1971: 496-497; Marasco, 1987: 34-36; SRMR, IV: 410-411). En primavera del 40, cuando Labieno y los partos iniciaban su ofensiva en Siria, Antonio se desplazó con sus 4000 pretorianos hasta Tiro para alcanzar desde allí Atenas con su flota, donde recibió a su mujer Fulvia y a su madre Julia. Reprendió duramente la conducta poco inteligente de su esposa en Perugia y escuchó atentamente la propuesta de alianza que Sexto Pompeyo le hacía a través de su madre. La respuesta fue prudente y medida: si estallaba la guerra con Octaviano, él consideraría a Sexto un aliado; si no era así, el acuerdo con su colega seguiría en pie y tan sólo podría mediar entre los dos. La incertidumbre era máxima. El incidente que acabó por decidir al triunviro en su camino a seguir llegó en Junio, cuando Quinto Fufio Caleno, su comandante en la Galia Transalpina, falleció y Octaviano, en una visita relámpago en Julio, aprovechó para hacerse con la provincia y con las 11 legiones allí emplazadas. Antonio, por consiguiente, partió hacia Bríndisi e incorporó las 70 naves y 2 legiones de Cneo Domicio Ahenobarbo, miembro de una distinguida familia filo-republicana que había mantenido autónomamente el control del Adriático hasta entonces. Éste había atacado en numerosas ocasiones Bríndisi y es por ello que su guarnición se negó a dejar entrar a nadie al puerto. El triunviro, terriblemente airado, puso inmediatamente bajo asedio la ciudad, que aguantó hasta la llegada de Octaviano, que estableció a su vez un bloqueo en torno a las fuerzas de Antonio. Se sucedieron varias escaramuzas, pero los soldados de uno y otro bando, que habían combatido siempre juntos, enseguida confraternizaron. Entre la tropa prevalecía el deseo de llegar a una solución pacífica y así se lo comunicaron a sus líderes, que tuvieron que pactar 43. Desde luego para Antonio era una gran noticia, pues su posición estratégica se había vuelto muy delicada, ya que sus fuerzas se estaban viendo superadas simultáneamente tanto en Italia como en Oriente (Broughton, 1952: 378-386; CAH² X: 17; Gabba, 1971: 151-152; Goldsworthy, 2011: 303-305; Scuderi, 1978: 128-129; Sheppard, 2008: 84-86; SRMR, IV: 410-411).

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RRC, 524.1-2; Flor. Epit. II, 19.4; Vel. Pat. Hist. Rom. II, 78.1; Dio. Cas. Hist. Rom. XLVIII, 24-26; Str. Geo. XIV, 2.23-25; Jos. Ant. Jud. XIV, 330-376, Bel. Jud. I, 248-279; Plut. Ant. XXVIII, 1. 42 Ap. Bel. Civ. V, 52-63; Plut. Ant. XXX; Vel. Pat. Hist. Rom. II, 76; Dio. Cas. Hist. Rom. XLVIII, 20-28. 43 Ap. Bel. Civ. V, 50-64; Dio. Cas. Hist. Rom. XLVIII, 15-28; Vel. Pat. Hist. Rom. II, 76; Plut. Ant. XXX; Suet. Nero III, 1-2; Tac. An. IV, 44.

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MARCO ANTONIO: AUGE Y CAÍDA (44 – 30 A.C.)

Asinio Polión, representante de Antonio, Cayo Mecenas, representante de Octaviano, y Lucio Cocceyo Nerva, supervisor imparcial, elaboraron en Septiembre el Tratado de Bríndisi. Octaviano adquirió el control de la parte Occidental del Imperio, hasta Scodra (Albania), mientras que Antonio y Lépido conservaron sus dominios de Oriente y África respectivamente. Ambos se garantizaron el derecho de estancia y de realizar levas en Italia. Además, Antonio se encargó de la difícil campaña contra los partos mientras que Octaviano tendría que recuperar Sicilia y las demás islas ocupadas por Sexto Pompeyo, que fue excluido del acuerdo. Antonio y Octaviano celebraron sendas ovaciones y organizaron unos juegos en Roma en honor de la nueva “Concordia” alcanzada, que se selló con el matrimonio entre Octavia, hermana de Octaviano, que acababa de enviudar de Marcelo, y Antonio, que había perdido a Fulvia unos meses antes. La ley dictaba un plazo mínimo de 10 meses para casarse desde la muerte de un marido, pero un decreto especial del Senado eximió a Octavia de ese plazo y los dos se casaron sin problemas. El tratado había resultado más conveniente para Octaviano que para Antonio, ya que aquél había adquirido legalmente nuevos territorios (Galia, Hispania), mientras que éste tan sólo había visto ratificado su dominio en Oriente y recuperado parte de sus legiones emplazadas allí. Pero mucho menos satisfecho estaba Sexto, que respondió a la ofensa estrechando el bloqueo comercial sobre Italia. Los tributos especiales impuestos por los triunviros en Roma para hacer frente a la amenaza colmaron la paciencia de la gente, que en una ocasión a punto estuvo de asesinar a pedradas a Octaviano en el Foro si no hubiese intervenido Antonio para salvarle. La desesperada situación social demandaba una inmediata solución y así es como se llegó en el verano del 39 a.C. al acuerdo de Miseno, en el que Sexto obtuvo el mando de Sicilia, Cerdeña, Córcega y el Peloponeso a cambio del desbloqueo comercial de Roma e Italia44. A Antonio le venía bien tener un potencial aliado en Occidente, si la situación lo requería, que contrarrestase el monopolio de Octaviano. En la política de finales de la República cualquier enemigo podía convertirse en amigo en cualquier momento y Antonio bien lo sabía. Ahora tan sólo los partos se interponían entre él y el éxito (Broughton, 1952: 378-386; CAH² X: 17-21; Gabba, 1971: 152-160; Goldsworthy, 2011: 306-309; Marasco, 1987: 37; Sheppard, 2008: 86-87; SRMR, IV: 411-414). X. LA IMAGEN DEL PODER LA RETRATÍSTICA Durante el siglo I a.C. la imagen del poder experimenta un desarrollo sin igual respecto a épocas anteriores. Desde principios de siglo se introduce en Roma la tradición del retrato de gusto verista, que incide más en una profundización de los rasgos fisionómicos en detrimento de los áulicos e idealizantes, pero que convive con la tradición plasticista helenística del siglo anterior, en la que el παζος imprime su carácter determinante en la conformación de la figura. Aunque los artistas que confeccionan estas imágenes provienen siempre de ámbito helenístico, la nueva corriente tiende a la personalización de las caras, a la atención minuciosa por los detalles, a la exaltación de rasgos incluso poco agraciados y toscos y al endurecimiento de las poses, más cercanas quizás al tipo de retrato romano republicano que miraba a ensalzar la gravitas de los prohombres del Estado romano. Pero ya en época de Pompeyo y César estos modelos sufren modificaciones para adecuarse a la nueva, extraordinaria posición política que gozan los grandes generales de finales de la República, entre los que se encuentra Antonio. Las características fisiognómicas y psicológicas de los retratados se ponen más de manifiesto que antes y sus imágenes recuperan un cierto grado de idealización, necesario para transmitir los nuevos mensajes del poder: seguridad, fuerza, capacidad, heroísmo, inteligencia, bondad, virtus. En última instancia será Augusto quien transforme la riqueza y variedad del lenguaje plástico republicano en un nuevo sistema de valores unitario más conveniente para su principado. Las formas se volverán entonces frías, áulicas, estilizadas, elegantes, puras, sublimes, en consonancia con la recuperación del neoaticismo en la corte augústea (Bianchi Bandinelli, 2005: 203-239; Bianchi Bandinelli y Torelli, 2008: 79-80, 84-85; SR: 200-208). El retrato imperatorial de Antonio se inspira fundamentalmente en la experiencia de sus predecesores en el poder, César y Pompeyo, que ya habían configurado una imagen personificada para presentarse ante senadores, équites y populus romano. Según las fuentes, Antonio disponía de un físico imponente y de un rostro con una ancha frente y una nariz aguileña45. Desafortunadamente, el triunviro fue el primer afectado por la medida de la damnatio memoriae, decretada 44

ILLRP, 562a; RPC I, 2202; RRC, 527-529; Ap. Bel. Civ. V, 56-69, 93; Dio. Cas. Hist. Rom. XLVIII, 26-50; Vel. Pat. Hist. Rom. II, 77; Plut. Ant. XXX, XXXII; Suet. Nero III, 2; Tac. An. I, 10; Zon. Ep. Hist. X, 22. 45 Plut. Ant. IV, 1.

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DAVID SERRANO ORDOZGOITI por el Senado primero y luego por el propio Augusto, con lo que la identificación segura de sus retratos resulta tremendamente problemática y exigente. Por lo general, podemos distinguir tres grandes grupos de retratos en base a su proveniencia: el egipcio, el Oriental y el Occidental. Los bustos de Antonio del grupo egipcio se ven influidos por el helenismo barroco del que hacía gala la corte ptolemaica, que contaba con múltiples retratos de los lágidas, característicos por sus formas ovales, sus ojos grandes y sus narices apuntadas. Uno de los más famosos es el busto de basalto verde de Kingston Lacey proveniente de Canopo (Fig. 13). El retrato, de una calidad exquisita, nos muestra a un hombre maduro, aristócrata e intelectual, alejado quizás de la visión tradicional que tenemos del triunviro. El largo cuello, la pose altiva y la torsión de la cabeza configuran una imagen propia de la clase alta senatorial y no la de un general fornido e impulsivo, quizás más en consonancia con la imagen que el propio César quería transmitir de sí mismo. Está datado entre los años 40 y 30 a.C. Otro de los retratos del triunviro de dudosa interpretación es el de esquisto verde del Brooklyn Museum of Art (Fig. 14). La pose fuertemente patética nos muestra a un hombre robusto, de mentón prominente, con la frente surcada de arrugas y los ojos pequeños. Sin embargo, su parecido con las imágenes seguras del triunviro es bastante laxo y su datación, entre el 40-70 d.C., nos indica más bien una imagen idealizada en base a una idea construida de Antonio en época julio-claudia. En cambio un pequeño busto del British Museum (Fig. 15) sí que ha cosechado más aceptación entre los especialistas por sus sugerentes rasgos: forma de la cara trapezoidal, cuello robusto y frente baja con pequeños mechones. Las bolsas de los ojos nos hacen pensar en un hombre curtido por los rigores de la guerra y fatigado por la exigencia de la política romana, mitigando de este modo su expresividad facial. Estamos quizás ante otro retrato póstumo del triunviro (Holtzmann y Salviat, 1981: 275-277; Traina, 2003: V-VI; Walker e Higgs, 2000: 172-173). El grupo de retratos orientales de Marco Antonio conserva también un marcado plasticismo helenístico en las formas, característico del lugar de producción de las obras y muy apreciado por el propio triunviro. El ejemplar más relevante de este grupo lo protagoniza una cabeza de mármol blanco proveniente de la isla de Thasos, que, pese al desgaste de su superficie, conforma uno de los tipos más fiables para el reconocimiento de la imagen del triunviro en la plástica de bulto redondo (Fig. 16). La forma de la cara es prácticamente trapezoidal, la frente y el cuello son anchos, el cuero cabelludo es corto y adherente al cráneo, la cara presenta profundas arrugas y los dos ojos almendrados están flanqueados por visibles patas de gallo, que caracterizan a las figuras con un avanzado grado de madurez. El retrato, por tanto, nos muestra a un Antonio muy seguro de sí mismo, carismático, vencedor, confiado en sus posibilidades y sin ningún atisbo de duda o debilidad. La idealización llega aquí a una nueva cota. En cuanto a su datación, probablemente se enmarque dentro de los acontecimientos acaecidos tras la batalla de Filipos. Thasos había tomado partido por los cesaricidas y llegado el momento había que congratularse con el vencedor para evitar posibles sanciones46. Esta estatua quizás constituyese un pequeño ejemplo de la buena voluntad de los isleños, un regalo para el gran vencedor del 42 a.C., Antonio. De estilo marcadamente más helenístico resulta el refinado busto de mármol pario de Budapest proveniente de Patras, cuartel general de Antonio durante la guerra contra Octaviano en el 31 a.C. (Fig. 17). El lánguido cuello imprime una ligera torsión a la cabeza, de forma cúbica, que alberga dos cuencas orbitarias rehundidas y una boca pequeña y carnosa. Las arrugas confieren personalidad a este tipo tan patético, datado en la segunda mitad del s. I a.C., que con incertidumbre podemos adscribirlo al tipo de retratos del triunviro en Oriente (Holtzmann y Salviat, 1981: 267-284; Walker e Higgs, 2000: 178). Por último es conveniente examinar los retratos del triunviro procedentes de Occidente. El busto de mármol blanco conservado en el Museo Arqueológico de Narbona es quizás el más representativo de todos (Fig. 18). El retrato tiene un marcado gusto verista: toda la cara está surcada por profundas arrugas que conforman una superficie desigual que crea un fuerte dinamismo. De nuevo aparecen las patas de gallo y las bolsas en los ojos, lo que, sumado a su intensa expresión, configuran a un líder político de firme carácter, más cercano a la concepción romana del general-aristócrata. El retrato tiene todas las posibilidades de ser la adaptación romana de un modelo griego esculpido en Roma o en Oriente, del que no tenemos noticias. La cabeza de mármol pario de la Centrale Montemartini en Roma (Fig. 19), en cambio, nos muestra a un Antonio más idealizado y similar al de Thasos. La cabeza transmite dinamismo, energía, con una expresión madura y segura de sí mismo. El flequillo está levantado respecto al resto del cuero cabelludo, lo que nos recuerda vagamente la anastolé de Alejandro, que ya Pompeyo recreó para su figura y que se puso de muy de moda entre los romanos de mediados del s. I a.C.. El retrato fue hallado en 1941 en la zona de la Basílica Porcia en el Foro Romano y es por ello que Coarelli propuso identificarlo con Catón el Censor o Catón Uticense. En el Museo Arqueológico de Madrid, además, se 46

Ap. Bel. Civ. IV, 13-14, 17; Dio. Cas. Hist. Rom. XLVII, 47.1.

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MARCO ANTONIO: AUGE Y CAÍDA (44 – 30 A.C.) conserva otra supuesta cabeza del general romano en mármol que encaja muy bien en el corpus que hemos establecido (Fig. 20). Presenta importantes analogías con el retrato de Narbona: verismo muy acentuado, arrugas muy marcadas que modelan el rostro, arcos supraciliares muy abultados y mejillas excavadas, que componen una figura maciza, severa y expresiva. Los especialistas piensan podría ser una réplica del tipo oficial creado ex profeso tras Filipos en el 42, del que no tenemos datos. La cabeza, además, presenta una reelaboración claudia del cabello que habría ocultado la supuesta anastolé alejandrina, que en cambio sí hemos constatado en el ejemplar Montemartini, que se debería a la voluntad del emperador Claudio de ocultar cualquier símbolo monárquico en su corte (Cabrera et al., 2009: 72-73; Holtzmann y Salviat, 1981: 271-272, 284-287; Walker e Higgs, 2000: 174). Las conclusiones que nos planteamos tras examinar estos supuestos retratos son significativas. Vemos como la variedad de lenguajes utilizados en la retratista del triunviro es abundante: desde modelos profundamente patéticos y helenísticos a otros marcadamente veristas y de tradición más itálica, pasando por soluciones intermedias que hacen uso de recursos de una u otra corriente. Esta variedad se conjuga muy bien con la explosión artística de finales de la República, un desorden creativo que Augusto sabrá contener en su reforma estilística. Este eclectismo de lenguajes artísticos a la vez nos invita a pensar en una enorme variedad de mensajes comunicables. De este modo Antonio se presenta en Occidente como un general romano, curtido y virtuoso mientras que en Oriente se conjuga como representante de las monarquías helenísticas preexistentes, adoptando su mismo lenguaje visual. La damnatio memoriae decretada y la caída del mundo clásico, sin embargo, no nos permiten ir más allá en la interpretación, ya que la información que nos ha llegado es fragmentaria y muy incompleta. LA NUMISMÁTICA Sin duda alguna, la numismática de Antonio nos puede dar un panorama mucho más seguro y fiable acerca de su imagen que la retratística en bulto redondo que hemos analizado. No sólo disponemos de muchos más ejemplares, sino que la variedad de temas, iconografías y mensajes es mucho más amplia, completa e históricamente contrastable. Ya desde finales del s. II a.C. los triumviri monetales habían introducido las imágenes de antepasados míticos en la numismática romana, pero no fue hasta principios del 44 a.C. cuando César acuñó la primera moneda romana con la efigie de un político en vida47. En seguida tanto los cesaricidas como los cesarianos copiaron el formato para su propia promoción política. En el caso de Antonio, además, tenía a su completa disposición la larga tradición numismática helenística, que llevaba siglos en funcionamiento en la parte oriental del Imperio, para reinterpretar esquemas e iconografías (Howgego, 2002: 73-75; RRC: 487-495; Suspène, 2013: 179; Walker e Higgs, 2000: 202-203). Los especialistas han identificado hasta 6 tipos distintos de retrato del triunviro. A diferencia de los bustos de bulto redondo, la funcionalidad básica de su cara en las acuñaciones será la de recordar a sus súbditos, clientes y, sobre todo, soldados quién está al mando de la política en ese momento y a quién deben estos últimos su lealtad, que será recompensada llegado el momento. El primer tipo surge poco después de la muerte de César en el 4448 (Fig. 21). Antonio aparece aquí como augur capite velato, con el lituus y el capis, además de con la barba, símbolo de duelo por la muerte de César, que no se afeitará hasta vengar su muerte. Durante su campaña del 43 en la Galia Cisalpina, el triunviro acuña otro nuevo tipo49 (Fig. 22), de bastante peor calidad, vinculado más estrechamente con el dictador al aparecer éste en el reverso. Estos dos tipos nos hacen ver lo importante que es desde el principio vincularse con César, el único que había prometido a sus veteranos una justa recompensa por sus campañas victoriosas en la última década. Anunciar a Antonio cómo el único capaz de garantizar tales promesas es esencial para la política del general romano. Ese mismo año, ya siendo triunviro y ante la necesidad de pagar a estos veteranos, acuña otro tipo parecido al anterior50 (Fig. 23), también mediocre en cuanto a su calidad, útil solamente para reforzar los lazos entre el general y su ejército. Un año después, en plena campaña griega, los scalptores de la ceca itinerante de Antonio crean un nuevo tipo de mayor calidad51 (Fig. 24) asociado al reverso con imágenes de Marte, Fortuna o Sol, que buscan reforzar la confianza de las tropas en una campaña victoriosa liderada por el propio triunviro. Tras Filipos, Antonio celebra el consulado de su hermano Lucio Antonio

47

RRC, 480.2a; Dio. Cas. Hist. Rom. XLIV, 4.4. RRC, 480.22. 49 RRC, 488.1-2, 492.1-2. 50 RRC, 493.1. 51 RRC, 494.17, 494.32, 496.2. 48

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DAVID SERRANO ORDOZGOITI “Pietas” con dos nuevos tipos importantísimos52 (Fig. 25), que suponen el paso definitivo en la configuración del retrato antoniano, manteniendo a partir de entonces prácticamente inalterada la configuración morfológica de su rostro, fácilmente reconocible en cualquier parte del Imperio gracias a sus rasgos físicos: un rostro macizo, sujetado por un grueso cuello, alberga una silueta caracterizada por un pronunciado prognatismo, una boca pequeña, una nariz aguileña y una frente surcada de arrugas (Martini, 1985: 26-39; RRC: 739-750; Seaby, 1978: 121-127; Sear, 2000: 280-287; Walker e Higgs, 2000: 202-206). Durante el período triunviral el tipo de acuñación de moneda más utilizado fue el imperatorio o militar, es decir, la acuñación que realizaban las cecas en tránsito de los magistrados con imperium para poder pagar a sus legiones en campaña. Antonio hizo un uso intensivo de esta función hasta tal punto que llegó incluso a producir series iconográficas destinadas únicamente a tal fin, como la serie de monedas legionarias acuñadas masivamente entre el 32 y el 31 a.C. que sirvieron para pagar a las legiones de la campaña griega53 (Fig. 26). En el reverso de estas monedas aparece el nombre de la legión a la que va destinada y dos estandartes con en el centro un aquila y una embarcación militar en el anverso. El bajísimo título de esta acuñación (hasta el 60% de oro o plata) permitió que estas monedas se mantuviesen en circulación hasta el siglo III d.C., constituyendo para entonces el 3% del total de denarios en circulación (RRC: 539-541, 743-744; Savio, 2001: 133-135; Walker e Higgs, 2000: 206). Pero además de su función básica, las monedas cumplían otra serie de funciones de gran relevancia. El campo de las monedas, por ejemplo, podía ser un buen soporte para publicitar las pretensiones divinas de los generales. Ya desde tiempos de Alejandro Magno los soberanos helenísticos habían utilizado las acuñaciones para proclamar sus atributos divinos. Aunque en Roma la sensibilidad era diferente, durante el s. I a.C. la posibilidad de justificar el poder de una determinada gens mediante este mecanismo llevó a que muchos generales, como Sila, Pompeyo y César, manifestasen su filiación divina. Antonio, por su parte, también adoptó esta característica en sus monedas, comparándose con Marte, Sol, Dióniso o Hércules54 (Fig. 27), divinidad ésta muy popular entre los militares, que además sus seguidores más ilustres llevaban en el anillo a modo de sello, confirmando así su adhesión a la política antoniana. Por otro lado, las monedas también servían para la legitimación de generales durante la República y de emperadores durante el Imperio, mediante conexiones con su antecesor en el poder, personificaciones de virtudes, títulos adquiridos, e incluso la presencia de miembros de la familia, que se presentaban de este modo ante los soldados y el pueblo de Roma para facilitar, llegado el momento, la sucesión al frente del Estado. Antonio fue pionero en todas y cada una de estas facetas, estableciendo las bases para el posterior desarrollo augústeo de este programa de forma sistemática y generalizada. Como ya hemos visto, el triunviro puso en marcha la legitimación de su posición de poder tras la muerte del dictador mediante la inclusión de su retrato en el reverso de sus monedas, asociando además su augurado con el de César. Tras el acuerdo de Bolonia, Antonio, Octaviano y Lépido promocionaron en seguida su nueva condición jurídica en la numismática, apareciendo desde entonces siempre como III viri rei publicae constituendae. Además, genios, cornucopias y virtudes estuvieron siempre muy presentes en las acuñaciones antonianas. Era un modo que desde el s. II se había utilizado para promocionar las cualidades de los magistrados y fue también el modelo elegido por los seguidores de los triunviros para confirmar su estatus. Pero sin duda alguna la apuesta más arriesgada de Antonio fue la de incluir a miembros de su familia en la acuñación imperatorial. Lucio Antonio, Gayo Antonio, Fulvia, Octavia, Marco Antonio Antilo e incluso la propia Cleopatra55 (Fig. 28) se convirtieron en coprotagonistas de muchas de sus acuñaciones, constituyendo la primera forma de familia “imperial” romana de la Historia. Pese a la propaganda augústea en sentido contrario, el nuevo emperador aprendió mucho de su antiguo cuñado (Howgego, 2002: 85-90; Raaflaub y Toher, 1990: 340-341; Ranucci, 2013: 35-37; Richter, 1971: 91-98; 129-141; RRC: 498-539, 739-744; Seaby, 1978: 121-130; Sear, 2000: 280-303; Suspène, 2013: 179-181; Walker e Higgs, 2000: 192-206; Zanker, 1989: 48-58). Por último, y no menos importante, Antonio también supo explotar la capacidad de la numismática para anunciar sus victorias militares. Paradójicamente, la única victoria que pudo aprovechar e incluir en su serie monetaria fue la victoria de Armenia en el 34 a.C. (Fig. 29). En RRC, 539.1 aparece una tiara armenia frente a un arco y una flecha, símbolos de la guerra romana en Oriente, mientras que en RRC, 543.1 aparece de nuevo la tiara armenia junto a la leyenda ANTONI 52

RRC, 496.1, 516.4-5, 496.3, 516.1-2. RRC, 544.1-39. 54 RRC, 494.2, 494.8, 494.17, 496.2-3, 533.2. 55 RRC, 484.1, 489.5, 494.40, 517.3-5, 527.1, 533.3a, 541.1-2, 543.1; RPC I, 1453, 1459, 1463-5, 1469-70, 2201-2. 53

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MARCO ANTONIO: AUGE Y CAÍDA (44 – 30 A.C.) ARMENIA DEVICTA. Evidentemente ésta era la única victoria de cierta entidad que podía divulgar, ya que si la campaña parta no había salido bien, la campaña de Filipos no podía ser conmemorada al haberse tratado de una guerra civil entre romanos, una situación que disgustaba mucho a la población romana y de la que Antonio no podía sacar ningún beneficio anunciándola (Howgego, 2002: 90-92; Walker e Higgs, 2000: 204). XI. GLORIA O PERDICIÓN (40-36) RECONQUISTA Antonio en ningún momento dejó de pensar en Oriente y ya antes de desembarazarse de los asuntos políticos que le habían trasladado a Italia, puso en marcha la maquinaria romana para contrarrestar a los partos. En seguida sus legados y amigos se pusieron manos a la obra para reestablecer la autoridad romana en Oriente. Ya en el 40 Gneo Domicio Ahenobarbo fue enviado como gobernador de Bitinia con dos legiones para encargarse de la defensa de la provincia, que estaba siendo amenazada por las tropas de Labieno. En el 39 Asinio Polión fue nombrado procónsul de Macedonia para hacer frente a la revuelta de los partinos ilirios, sobre los que celebró un triunfo el 25 de Octubre de ese mismo año, edificando con el botín recaudado el Atrium Libertatis de la capital romana. Además, a finales del año 40 Herodes había viajado a Roma para presentar sus quejas ante Antonio por la usurpación de Antigono y éste consiguió que el Senado en reunión formal le declarase rey de Judea, celebrando su nuevo nombramiento con un sacrificio en el Capitolio y un banquete con el propio Antonio como anfitrión. Al triunviro se le presentó la oportunidad de colocar a su fiel aliado al frente del gobierno de Judea y no escatimó en ayudas. Herodes era una persona enérgica que podría controlar las facciones anti-romanas de Judea e influir en las decisiones de las comunidades judías de Asia, Siria, Egipto, Cirenaica, e incluso Mesopotamia, favoreciendo en todo momento las políticas de Antonio en Oriente. Con estas garantías, el nuevo rey desembarcó en Ptolemais (Acre) en el 39 y comenzó a reclutar un nuevo ejército, con el que consiguió reconquistar las fortalezas de Jope y Masada56 (Broughton, 1952: 387-388; Marasco, 1987: 38-39, 58-63; Pucci Ben Zeev, 2008: 41011; Schurer, 1985a: 367-368; Traina, 2003: 76-77). El principal ejército encargado de combatir a los partos fue puesto a cargo de Publio Ventidio Baso, legado de Antonio con poderes proconsulares. El veterano militar del Piceno desembarcó en Asia Menor en la primavera del 39 para hacer frente a las tropas de Labieno, que se retiraron hasta los montes Tauro muy cerca de Cilicia. Allí la inteligente estrategia de Ventidio, combinando un terreno favorable y el factor sorpresa de sus tropas, consiguió derrotar a la numerosa guarnición de Labieno, que fue capturado por Demetrio, gobernador de Chipre, mientras huía y condenado a muerte. Avanzando hacia Siria, encontró la resistencia de Franapates, que con un destacamento parto bloqueaba el paso a través del monte Amano, muy cerca de donde Alejandro había derrotado a Darío en Issos en el 333 .C.. Popedio Silón, el comandante de la caballería romana, fue atacado por los partos que, confiados por su fácil victoria, cayeron en la trampa de Ventidio, que les esperaba con tropas camufladas. Muerto Franapates y liberada la provincia de Siria, Ventidio procedió a la reorganización de la región siguiendo, probablemente, instrucciones del propio Antonio. Impuso onerosos tributos a los líderes locales que habían apoyado a los partos y estabilizó la provincia en previsión de un inminente ataque parto, que se produjo finalmente al año siguiente. En la primavera del 38 Pacoro y su ejército se desviaron hacia el Sur del Eufrates en vez de cruzar el río directamente a la altura de Zeugma, confundidos por las falsas informaciones de los romanos, que ganaron tiempo para agruparse y preparar una defensa cerca de Gindaros. Allí los proyectiles de los honderos aliados repelieron a la caballería parta, que contó miles de bajas, entre las que se encontró el propio Pacoro. Algunos de los supervivientes se refugiaron en Samosata, la capital de Antíoco I de Comagene, que fue asediada por Ventidio poco después hasta la llegada del propio Antonio a finales de verano, que se hizo cargo de la situación y envió a Ventidio de vuelta a Roma para celebrar un triunfo ex Tauro monte et Partheis. Antonio concluyó después una paz con Antíoco I que mantenía el status quo57. La presencia de incursores partos en Siria y la precariedad de su posición en Samosata provocaron el cambio de opinión en Antonio, que veía con mejores ojos una alianza con Antíoco que un desgaste superfluo de sus tropas, que además debían de ser alimentadas y pagadas con un dinero que de nuevo no poseía. La necesidad de recursos y de ahorro se impuso y Antonio decidió centrarse en la reorganización, una vez más, de las 56

Ap. Bel. Civ. V, 63-75; Dio. Cas. Hist. Rom. XLVIII, 41.7; Suet. Aug. XXIX, 5; Plin. Hist. Nat. VII, 115, XXXV, 10; Hor. Carm. II, 1.15-16; Senec. Con. IV, 2; Jos. Ant. Jud. XIV, 370-412, Bel. Jud. I, 271-302. 57 ILLRP, 568; CIL I², 716; RRC, 531.1a; Dio. Cas. Hist. Rom. XLVIII, 39-51, XLIX, 21.3; Vel. Pat. Hist. Rom. II, 65.3; Plin. Hist. Nat. VII, 44.135; Flor. Epit. II, 19; Plut. Ant. XXXIII; Iuv. Sat. VII, 199-201; Val. Max. Fac. VI, 9.9.

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DAVID SERRANO ORDOZGOITI provincias orientales (Broughton, 1952: 386-389; Brunt, 1971: 503; Dando-Collins, 2007: 25-39; Goldsworthy, 2011: 317-320; Marasco, 1987: 37-46; Rohr Vio, 2009: 104-126; Sheppard, 2008: 89-91; Traina, 2003: 78-80). Herodes había acudido a Samosata con tropas para ayudar a Antonio y éste le garantizó que Gayo Sosio, el nuevo procónsul de Siria para el año 37, le ayudaría contra Antigono II de Judea. Juntos, aplastaron fácilmente la rebelión de Galilea y vencieron a las tropas de Antigono cerca de Samaria para plantarse, en la primavera del 37, en Jerusalén para comenzar el asedio. Herodes contaba con un ejército de 30.000 hombres mientras que Sosio disponía de 11 legiones y 6.000 jinetes de caballería, además de tropas auxiliares y maquinaria de asedio. Tras casi tres meses de asedio, la ciudad por fin cayó en manos de los romanos, que trasladaron al último rey asmoneo a Antioquía para aplicarle la pena capital. Sosio, en cambio, fue aclamado en un triunfo ex Judaea en Roma el 3 de septiembre del 34 a.C. y comenzó la reconstrucción de la Aedes Apollinis in circo con el botín acumulado tras la campaña judía58 (ARA: 511; Broughton, 1952: 397-398; Brunt, 1971: 503; Dando-Collins, 2007: 40-46; Goldsworthy, 2011: 321; PIR III, 253-254; Schurer, 1985a: 332-333, 369-373; Sheppard, 2008: 90). TARENTO Durante el invierno del 39-38 a.C., Antonio se trasladó a Atenas con Octavia para supervisar las operaciones en Oriente, preparar la guerra contra los Partos y recibir de nuevo a las delegaciones de las ciudades de su competencia. La elección de Atenas estuvo quizás supeditada a la incertidumbre de las situaciones creadas en Oriente y en Occidente. Antonio necesitaba comprobar de cerca el rumbo de las maniobras emprendidas por sus generales contra los Partos, pero no podía perder de vista la situación en Occidente como le había pasado en el 41. Su intuición política le decía que la situación con Sexto Pompeyo no estaba ni mucho menos resuelta y desde Atenas el triunviro podría intervenir según sus propios intereses si la situación cambiaba. En Atenas, Antonio incidió en su identificación sagrada con Dióniso, instituyendo unas fiestas especiales en su honor y celebrando la hierogamia mística con la diosa Atenea, personificada en la figura de Octavia. Con anterioridad había disfrutado de estos mismos honores Demetrio Poliorcetes59, por lo que de nuevo Antonio se ganaba el favor de sus ciudadanos mediante el respeto y la puesta a punto de sus tradiciones más célebres. La necesidad acuciante de dinero para pagar las costosas operaciones bélicas presentes y futuras no fue un impedimento para que los atenienses viesen en él un amante de la cultura griega y no tan sólo un déspota como le pintarían más tarde las fuentes del período augústeo (Cresci Marrone, 2013: 83-85; Marasco, 1987: 41-43; Sear, 2000: 290-291; Traina, 2003: 78). Las cautelas adoptadas por el triunviro en materia política se demostraron ciertas cuando en el 38 a.C. la inestabilidad entre Octaviano y Sexto reclamó nuevamente la atención de Antonio en Italia, donde desembarcó en Bríndisi para una reunión con Octaviano, que finalmente no se produjo. El triunviro entonces decidió intervenir directamente en Siria para tomar el mando de la situación contra los partos y, tras pasar por Antioquía, sustituyó a Ventidio en el asedio de Samosata, como ya hemos podido analizar. En otoño de ese mismo año Octaviano envió a Mecenas como mensajero para solicitar la ayuda militar de Antonio en su guerra contra Sexto. Tras las derrotas de su flota en Cumas y Messina, Octaviano estaba en una posición realmente precaria y tan sólo Antonio era capaz de reestablecer el equilibrio entre los dos combatientes. El triunviro mantenía una posición oficialmente amistosa con su cuñado, pero también le convenía controlar el poder en Occidente en tanto en cuanto su campaña parta aún no se hiciese realidad. En primavera del 37 Antonio partió hacia Italia con 300 barcos de guerra para negociar con Octaviano. De nuevo en Bríndisi encontró problemas para desembarcar ante la negativa de la guarnición, que tenía frescos en su memoria los recuerdos del asedio del triunviro en el 40 a.C.. Antonio esta vez no se dejó llevar por sus impulsos y decidió desembarcar en Tarento, donde acudió Octaviano para negociar. El acuerdo no se firmó hasta bien entrado el verano, quizás finales de Julio o de Agosto de ese mismo año. A diferencia del año 40, era a Octaviano quien le urgía llegar a un pacto militar entre los dos generales, mientras que Antonio disponía de todo el tiempo del mundo para acordar un convenio en las mejores condiciones posibles y en vistas a la campaña pártica programada para el año siguiente. Finalmente se llegó al acuerdo de cesión de 140 barcos por parte de Antonio y de 20.000 legionarios y 1.000 pretorianos para Octavia por parte de 58

Dio. Cas. Hist. Rom. XLIX, 22-23; Jos. Ant. Jud. XIV, 451-491, XV, 1, Bel. Jud. I, 335-357; Tac. Hist. V, 9; Oros. Hist. VI, 18; Plut. Ant. XXXIV, 6. 59 RPC I, 2201-2202 ; Ap. Bel. Civ. V, 75-76; Plut. Ant. XXXIII; Dio. Cas. Hist. Rom. XLVIII, 35-39; Senec. Suas. I, 6-7; Clem. Ale. Prot. IV, 54.

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MARCO ANTONIO: AUGE Y CAÍDA (44 – 30 A.C.) Octaviano, además de una prórroga de 5 años del mandato triunviral, que expiraría, por tanto, al acabar el año 33 a.C. 60. El envío de nuevos refuerzos para su ejército en Oriente era una gran noticia para Antonio, pero él sabía que Octaviano no estaba aún en disposición de satisfacer sus demandas, por lo que confió en su palabra y retornó a Oriente con las manos vacías. Quizás Octaviano no tuviese nada mejor que ofrecerle y Antonio decidió que era mejor una promesa de refuerzos que iniciar nuevamente hostilidades con su cuñado, que habrían pospuesto aún más la ansiada campaña parta. La otra posibilidad conllevaba acordarse con Sexto, pero ese futuro se presentaba demasiado incierto y Antonio quería tener las manos libres para centrarse en su campaña oriental (Brunt, 1971: 502; CAH² X: 24-27; Fezzi, 2008a: 234; Goldsworthy, 2011: 320-321; Mazzarino, 2008: 57; Traina, 2003: 80-81). A su vuelta de Italia, en otoño del 37, Antonio decidió ultimar los preparativos para la invasión de Partia y completar la reorganización de Oriente. Invitó a Cleopatra para que se reuniera con él en Antioquía y reconoció a los hijos de ambos, Alejandro Helios y Cleopatra Selene. Además cedió gradualmente el control de algunos territorios controlados por Roma, como Chipre, Creta, Cirenaica, y parte de Cilicia, Siria, Iturea, la Decápolis y Nabatea. La cesión de cada territorio correspondía a exigencias locales de diversa índole61, pero en conjunto y a mi juicio, las medidas adoptadas por Antonio constituían una evolución de la organización del 41 y formaban parte de un diseño organizativo experimental que preveía el control nominal de los territorios y poblaciones por parte de dinastas locales y reinos fieles a Roma. Egipto ocuparía en esta organización un lugar preeminente por su importancia económica y social, y Cleopatra, última heredera de Alejandro, constituiría el pasaje natural de todo el mundo Oriental al poder de Roma. El resto de ajustes administrativos siguieron las pautas de la consolidación anti-pártica ya puestas en marcha con anterioridad. Darío fue nombrado rey del Ponto, Amintas de Pisidia, Polemón de Licaonia y Arquelao de Capadocia, entre otros. Por último, Antonio consiguió en el 36 la importante alianza con Artavasdes de Armenia, antiguo aliado de los partos y pieza fundamental en el rompecabezas político de Oriente, que ampliaba sus posibilidades tácticas y amenazaba aún más las posiciones arsácidas en Mesopotamia e Irán62 (Goldsworthy, 2011: 322-335; Marasco, 1987: 47-58; Traina, 2003: 83). LA EXPEDICIÓN A MEDIA (36) En el año 36 a.C. Antonio estaba por fin en la disposición de llevar a cabo su empresa pártica. Desde el punto de vista político había reestablecido la situación del dominio romano en Oriente y lo había incluso reforzado en cierta medida. Además sus rivales políticos más inmediatos estaban ocupados en importantes asuntos y durante un tiempo no estarían en condiciones de crearle problemas. El triunviro disponía, por tanto, de un año para culminar una carrera brillante como había sido la de César o Pompeyo antes que él. Los motivos por los cuales Antonio deseaba este enfrentamiento eran varios. En primer lugar el ya citado coronamiento de su carrera. A sus 47 años había sido cuestor, tribuno de la plebe, magister equitum, cónsul, procónsul y triunviro, pero aún necesitaba una campaña de prestigio contra un gran reino extranjero para conseguir la auctoritas necesaria que le permitiese obtener el reconocimiento total de las tropas, el Senado y el pueblo de Roma. Sólo así podría alcanzar la gloria suprema y un nombre en la Historia romana. Además, podría convertirse en el vengador de Craso y recuperar así las águilas perdidas por éste en el 53. Para el ejército romano este último aspecto era de vital importancia. Por último, y no menos importante, una victoria garantizaría a Roma un botín sin igual y la posibilidad de ampliar la oikoumene romana hasta Irán, una hazaña que tan sólo Alejandro Magno había podido conseguir antes que él (Broughton, 1952: 531; Goldsworthy, 2011: 337-338). La situación en Partia, además, era la más propicia para una intervención romana. La muerte de Pacoro había trastocado los planes de Orodes II, que en el año 37 abdicó en favor de su otro hijo, Fraates IV, en medio de la creciente agitación de los nobles partos en la corte de Ctesifonte. El nuevo rey, leyendo perfectamente la situación, puso en marcha una tremenda purga de todos aquellos elementos que pudiesen suponer un peligro para la estabilidad del reino: sus 30 hermanos y un buen número de nobles fueron asesinados. Uno de los nobles más poderosos, Moneses, general de las fuerzas armadas, consiguió refugiarse en Siria y acudió a Antonio en busca de asilo político. El triunviro decidió premiarle con el control de Larisa, Aretusa y Hierápolis, para dividir aún más a la opinión parta y conseguir aliados para la expedición. El noble parto ofreció a Antonio el apoyo de una gran parte de la nobleza y la deserción de las filas de

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ILS, 77-78; Ap. Bel. Civ. V, 92-95; Dio. Cas. Hist. Rom. XLVIII, 54; Plut. Ant. XXXV-XXXVII. Para una relación detallada de los motivos en cada territorio cfr. Marasco, 1987: 47-58. 62 Ap. Bel. Civ. V, 75; Dio. Cas. Hist. Rom. XLIX, 25-26, 32, LIII, 26; Plut. Ant. XXXVI; Str. Geo. XII, 3-8, XIV. 61

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DAVID SERRANO ORDOZGOITI Fraates IV a cambio del trono de Ctesifonte63. Las cuentas le salían a Antonio, que ultimaba la preparación de su enorme ejército (CHI²: 58; Dando-Collins, 2007: 48; Goldsworthy, 2011: 321-322, 342; Kaveh Farrokh: 144; Marasco, 1987: 6567; Sheppard, 2009: 22; Wiesehofer, 2001: 138). 1) PREPARATIVOS Los preparativos para la campaña parta se realizaron a gran escala. El número de legiones utilizado en la misma oscilaba entre 13 y 18, aunque 16 es generalmente el número más aceptado por la crítica histórica. Cada legión se componía de entre 2000 y 3000 efectivos, haciendo un total de entre 26.000 y 54.000 hombres, con un promedio aproximado de 40.000. El origen de los mismos era de lo más variado: algunos eran veteranos de César reclutados en suelo itálico mientras que otros eran novatos reclutados en las provincias orientales. En conjunto formaban un ejército equilibrado y bien equipado, pero quizás falto de entrenamiento en grupo. Además, 6 o 7 legiones al mando de Sosio y Furnio se encargaron de la protección de las provincias orientales durante las operaciones bélicas, por si los partos decidían contraatacar. En total un promedio de 22-23 legiones participaron directa o indirectamente en la campaña planeada por Antonio. Los legionarios constituían la espina dorsal del ejército romano desde hacía siglos y eran unidades versátiles y muy efectivas en el cuerpo a cuerpo. Pero el triunviro había aprendido de Craso y Ventidio y decidió incluir toda una serie de unidades auxiliares que le proporcionarían nuevas capacidades para hacer frente a los partos: unidades de proyectiles (arqueros, honderos y vélites) y unidades de caballería, todas ellas aliadas. Antonio incluyó 10.000 jinetes auxiliares, la mayoría provenientes de Hispania y Galia, y el rey Artavasdes de Armenia aportó otros 6.000, divididos en caballería ligera arquera y caballería pesada catafracta. Estas tropas auxiliares eran de vital importancia. Los partos basaban su poderío militar en la acción hostigadora de la caballería arquera y las cargas demoledoras de los catafractos, lo que les permitía una gran velocidad de movimientos, versatilidad y un gran poder destructivo en momentos puntuales. Los legionarios no disponían de la misma velocidad ni de la capacidad hostigadora, por lo que las nuevas unidades auxiliares proporcionarían estos elementos para contrarrestar a los partos. Además, los legionarios de Antonio habían perfeccionado la técnica de la testudo o tortuga y estaban mejor capacitados que antes para hacer frente a continuas ráfagas de proyectiles64 (Brunt, 1971: 503-504; CHI²: 58-59; Erdkamp, 2007: 227-228; Goldsworthy, 2003: 194; Goldsworthy, 2011: 338-340; Kaveh Farrokh: 144; Le Bohec, 2008: 166-171; Wilcox, 1986: 6-13). Además de las fuerzas armadas, Antonio contaba con un equipo profesional de ingenieros de asedio completamente pertrechados con grandes ballistae (= catapultas) y otras armas de asedio, entre las que se encontraba un gigantesco ariete de casi 25 m de longitud, que posiblemente se transportara en secciones. Estos equipos viajaban con el convoy principal de 300 carros tirados por bueyes (impedimenta) que transportaban los víveres y los equipos necesarios para el ejército, que además contaba con la ayuda de esclavos y proveedores de diferentes tipos65. Había un animal de carga disponible para cada escuadrón de diez legionarios, útil para llevar la tienda de campaña y el molino de piedra para fabricar pan (Dando-Collins, 2007: 51; Goldsworthy, 2011: 340; Marsden, 1969: 174-198; Roth, 1999: 79-91). 2) ATAQUE Mucho se ha discutido sobre el plan de Antonio para la campaña de Partia. Algunos estudiosos creen que el triunviro buscaba la conquista total del Imperio Parto, mientras que otros ponen en relieve el interés del romano en Media como nuevo estado vasallo de Roma. En general se considera que Antonio seguía los planes que César, que pretendía atacar a los partos per Armeniam Minorem (hoy Azerbaiyán), pero todas estas hipótesis no tienen en consideración detalles importantes que a mi juicio deben ser examinados. Si desde el principio Antonio tenía pensado invadir el Imperio Parto por Armenia y Media, no se explica por qué cometió errores tan garrafales de tiempo y logística en el traslado de las tropas y los materiales y no planeó dejar al menos las piezas de artillería en la capital Armenia, para agilizar el viaje. Detalles como éstos son los que marcaron el éxito o el fracaso de la operación. En contrapartida, otros investigadores han aceptado la versión de Dión Casio, que expone claramente cómo el propio Antonio tenía previsto realizar un plan diferente al mencionado, que, por contingencias del momento, tuvo que ser modificado. El triunviro había dispuesto invadir Partia desde el Alto Éufrates, partiendo de la ciudad de Zeugma, apoyándose en todo momento en la inestimable 63

Dio. Cas. Hist. Rom. XLIX, 23-24; Plut. Ant. XXXVII, Cras. XXXIII, 8-9; Just. Ep. XLII, 4-5. Ap. Bel. Civ. II, 110; Plut. Ant. XXXVIII; Vel. Pat. Hist. Rom. II, 82; Jos. Ant. Jud. XIV, 449, Bel. Jud. I, 324. 65 Plut. Ant. XXXVIII. 64

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MARCO ANTONIO: AUGE Y CAÍDA (44 – 30 A.C.) ayuda de Moneses y sus nobles y por medio de su gran y perfectamente preparado ejército66. Ahora contaba con más caballería y arqueros y las comunidades griegas y judías estaban de su lado. Y si la operación se hacía con la celeridad necesaria, habría podido coger por sorpresa a los partos al igual que ellos le habían sorprendido en el 40 invadiendo Siria (CAH²: 30-31; Dando-Collins, 2007: 48-49; Marasco, 1987: 67-69; Sheppard, 2009: 22-23; Traina, 2003: 80-81). El proyecto principal, sin embargo, no pudo llevarse a cabo y ya aquí encontramos el primer punto negativo de su campaña. A principios del 36, Fraates IV envió un heraldo a Moneses ofreciéndole un acuerdo ventajoso si regresaba a la corte. Éste aceptó y Antonio le dejó ir para no deteriorar su imagen ante la nobleza parta y porque pretendía negociar con el rey arsácida. El triunviro exigió la devolución de las águilas y los legionarios esclavizados tras el desastre de Craso en el 53, a lo que el rey se negó, porque habría constituido una muestra de debilidad de la monarquía ante sus nobles. En Abril, Antonio concentró el grueso de sus tropas en Zeugma, dispuesto a internarse en territorio enemigo, pero Fraates había sido más rápido que él y los partos mantenían fuertemente defendida la frontera. El nuevo monarca parto era muy inteligente y probablemente Moneses le había advertido de las intenciones romanas al llegar a la corte. Antonio decidió entonces cambiar de plan y de objetivos: pasando por Armenia, invadiría Media, conquistaría su capital, Fraaspa, y reduciría a su rey en vasallo de Roma, pudiendo pasar el invierno allí con sus tropas y continuar la campaña parta al año siguiente (Fig. 30). En Mayo el ejército de Antonio llegó hasta Melitene (Arslantepe) y en Junio se juntó con las 6 legiones de Publio Canidio Craso y con las tropas aliadas de Artavasdes y Polemón a las afueras de Carana (Erzurum). Allí decidió dividir en dos contingentes su enorme ejército: por un lado viajarían con él el grueso de las tropas, llevándose consigo los equipos de asedio ligeros y una pequeña provisión de comida; por el otro, siguiendo la cuenca del río Araxes, viajarían las máquinas de asedio pesadas y el convoy de víveres, escoltados en todo momento por los aliados y 2 legiones novatas al mando de Opio Staciano. El objetivo de Antonio con esta medida era el de acelerar el viaje hasta Fraaspa y sorprender así a los partos, aterrorizando a sus habitantes y quizás consiguiendo tomar la ciudad tras un breve asedio. La medida permitió a Antonio plantarse ante las murallas de Fraaspa a finales de Agosto sin haber encontrado oposición, pero el convoy de Staciano, justo cuando le faltaban tan sólo unos días para llegar, fue interceptado y arrollado por el ejército de 50.000 jinetes arqueros de Moneses y Artavasdes de Media que Fraates había enviado como refuerzo. De nada sirvió la fuerza que Antonio dirigió para socorrerles: Artavasdes de Armenia había huido con sus tropas, Polemón y los víveres habían sido capturados y la artillería de asedio era historia. Ahora el triunviro se enfrentaba a dos problemas de gran envergadura: no podía tomar Fraaspa y tampoco tenía provisiones. Resolver estos problemas era casi tarea imposible ya que aunque pudiese mantener el asedio, los forrajeadores no podían realizar su trabajo con la caballería parta hostigándoles constantemente. Antonio intentó utilizar diferentes estrategias pero ya era entrado el otoño y la situación no progresaba: los defensores de Fraaspa aguantaban y el ejército de Fraates seguía al acecho. Finalmente el triunviro, carcomido por la vergüenza de los errores cometidos, decidió anunciar la retirada de sus tropas a Armenia67. Era la mejor solución ya que, de haberse quedado, la expedición tenía muchas probabilidades de haber acabado en desastre (CHI²: 58-62; Dando-Collins, 2007: 48-57; Goldsworthy, 2011: 342-348; Kaveh Farrokh: 144-145; Marasco, 1987: 67-75; Sheppard, 2009: 22-27; Traina, 2003: 84-88). 3) RETIRADA La retirada hacia territorio aliado fue tremendamente penosa. El rey Fraates IV, que había prometido no importunar las operaciones romanas, continuó hostigando con sus jinetes a las formaciones romanas. Los legionarios pasaron hambre y sed en medio del siseo continuo de los dardos partos. Pero eran legionarios romanos y Antonio lo dio todo por sus soldados. Acudía con ellos cuando enfermaban y siempre estaba en primera línea dando instrucciones. Mantuvo la disciplina casi en todo momento y aproximadamente un mes después de partir de Fraaspa llegó por fin hasta el río Araxes. Desde allí hasta los cuarteles de Siria pasó por nuevas penurias, pero ya sin la amenaza de los jinetes arsácidas. En total se calcula que las pérdidas de hombres fueron de entre ¼ y 1/3 del total de soldados desplegados, además de la pérdida casi total de monturas y material de asedio68. La campaña había resultado ser un gran fracaso, no a los niveles del desastre de Craso pero sí una gran desilusión. Ninguno de los objetivos marcados por Antonio al inicio de la campaña habían sido cumplidos y las causas, a mi modo de ver, estaban claras. Para empezar el plan inicial no se había cumplido y 66

Suet. Iul. XLIV, 3; Plut. Ant. XXXVII, 2-3, XLV, 3-7; Dio. Cas. Hist. Rom. XLIX, 24-25, 29; Flor. Epit. II, 20.1-6. Dio. Cas. Hist. Rom. XLIX, 28-31; Plut. Ant. XXXVIII-XL; Str. Geo. XI, 13.3-4; Front. Str. I, 1.6; Vel. Pat. Hist. Rom. II, 82; Flor. Ep. II, 20; Just. Ep. XLII, 5; Eutr. Brev. VII, 6; Zon. Ep. X, 26. 68 Dio. Cas. Hist. Rom. XLIX, 25-28; Plut. Ant. XLI-LI; Vel. Pat. Hist. Rom. II, 82; Just. Ep. XLII, 5; Zon. Ep. X, 26. 67

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DAVID SERRANO ORDOZGOITI Antonio había tenido que recurrir a un plan B más arriesgado y difícil, comprometiendo seriamente el éxito final. El cálculo del tiempo, por tanto, había sido seriamente alterado y Antonio se vio forzado a improvisar una campaña más corta y premurosa que la inicialmente proyectada. Por último, Antonio había decidido confiar en su suerte dejando indefenso el convoy de víveres y armas de asedio para llegar antes a Fraaspa, una decisión tremendamente arriesgada incluso para generales de la audacia de César o Pompeyo. En conclusión su carrera política había quedado paralizada y había desaprovechado una oportunidad de oro para superar en auctoritas a Octaviano (CAH²: 33-34; CHI²: 60-66; Dando-Collins, 2007: 58-70; Goldsworthy, 2011: 348-353; Kaveh Farrokh: 145-146; Marasco, 1987: 72-75; Sheppard, 2009: 27-28; Traina, 2003: 85-88). XII. ALEJANDRÍA (36 – 33) ALEJANDRÍA EN TIEMPOS DE CLEOPATRA VII La Alejandría del último período Lágida era, después de Roma, la ciudad más imponente de todo el Mediterráneo (Fig. 31). Estaba organizada en base a una cuadrícula ortogonal de calles de entre 15 y 30 m de ancho que permitían el cómodo tránsito de cuadrigas y carruajes. El Heptastadium, un puente de 1260 m (= 7 estadios) de longitud, unía la Isla de Faros con el continente, albergando dos pasos fortificados para el tránsito entre los dos principales puertos de la ciudad: el Eunostos, al Oeste, y el Portus Magnus, al Este. Más allá del Eunostos se encontraba el Kibotos, que aún no ha sido posible identificar y que quizás se encontrase en la zona Norte de la Isla de Faros. Tampoco tenemos mucha información acerca de una de las instituciones más importantes del mundo griego, el Gimnasio, que era célebre por su belleza y por sus stoai de más de 180 m de longitud. El complejo daba a la calle principal, la plateia, que desembocaba al Este en la Puerta Canópica. Más allá se hallaba el denominado hipódromo, posiblemente una explanada usada para las carreras de caballos. Cleopatra VII también aportó su huella inconfundible en la configuración urbana de la ciudad, edificando hasta 4 complejos nuevos: el Timonio, el Cesareum, una parte de los palacios reales y su tumba. Esta última, ricamente decorada con los materiales más nobles, se encontraba cerca del templo de Isis y su cámara funeraria miraba, casi de forma melancólica, hacia el mar Mediterráneo69 (Ashton, 2008: 117-120; Calandra, 2013: 32-33; Fraser, 1972: 737, 321, 334; McKenzie, 2007: 20-24, 75-79, 173-176). 1) EL PORTUS MAGNUS El Portus Magnus o μεγας λιμην era la infraestructura más grande e importante de toda la ciudad. Se subdividía en cinco grandes sectores, de Este a Oeste: el cabo Loquias, la costa antigua, la península del Poseidio, la isla de Antirrhodos y las instalaciones portuarias occidentales. El barrio real comenzaba en el cabo Loquias, que cerraba el lado Este del Gran Puerto, donde se encontraba el Puerto Real de las Galeras, que albergaba las embarcaciones usadas exclusivamente por el monarca. Prosiguiendo hacia el Este, la antigua costa de los barrios reales proyectaba hacia el centro de la bahía un gran promontorio, el Poseidio, que albergaba el templo de Poseidón. En el extremo de un dique de la península, que avanzaba hacia la parte central de la dársena portuaria, las excavaciones han desvelado basamentos que datan del s. I a.C.. Gracias a las fuentes podemos inferir que aquí se encontraba el Timonio, el palacio-santuario que Antonio mandó construir a su vuelta de Accio, para pasar los días como un nuevo Timón, en soledad y alejado de sus antiguos amigos70 (Fig. 32) (Bernand, 1995: 46-60; Calandra, 2013: 31-33; Fraser, 1972: 21-24; Goddio, 2008: 41-47, 275-282; McKenzie, 2003: 36-41; McKenzie, 2007: 45-47, Williams, 2004: 137-176). Justo en frente del Timonio, en dirección Sudoeste, se encontraba la isla de Antirrhodos, propiedad privada del rey. Esta isla en forma de T estaba totalmente enlosada y en su brazo largo presentaba una vasta explanada de 300 m de longitud. En la explanada se han sacado a la luz los restos de los cimientos de un palacio del siglo III a.C., así como fustes de columnas de granito rosa. Puede que sea ésta la zona donde se elevaba el palacio de Cleopatra71. En el brazo Sudoeste de la isla, además, se han hallado restos arquitectónicos y tres esculturas en excelente estado de conservación: dos esfinges, una de ellas con el retrato idealizado de Ptolomeo XII Auletes (80-51 a.C.), padre de Cleopatra, y un sacerdote de Isis 69

Caes. Bel. Civ. III, 112; Strab. Geo. XVII, 1.6-10; Jos. Bel. Jud. I, 33.6; Diod. Sic. Bib. Hist. XVII, 52.3; Plut. Ant. LXXIV, 1-3, LXXV, 4, LXXVI-LXXXVI, 4; Dio. Cas. Hist. Rom. LI, 10.4-15.1; Suet. Caes. Aug. XVII, 4. 70 Caes. Bel. Civ. III, 112; Strab. Geo. XVII, 1.6, 1.9; Plut. Ant. LXIX. 71 Strab. Geo. XVII, 1.9.

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MARCO ANTONIO: AUGE Y CAÍDA (44 – 30 A.C.) portando un vaso osiríaco. Estos datos nos indican la presencia de un santuario dedicado a Isis (Bernand, 1995: 46-60; Calandra, 2013: 31; Fraser, 1972: 21-22; Goddio, 2008: 46-47, 275-281). En la zona Oeste del Portus Magnus, lindando con la Isla de Faros, existía un puerto que disponía de dársenas perfectamente adaptadas para los navíos que esperaban para cruzar desde el puerto Este al puerto Oeste, por el que se accedía al tráfico interior de Egipto. Esta zona era la conocida como Navalia, por la presencia de grandes astilleros. Por último conviene recordar cuáles eran los accesos al Portus Magnus desde el Norte. El principal bordeaba una isla por el Este mientras que el secundario lo hacía por el Oeste, pegado a la Isla de Faros. En esta pequeña isla se cree que estaba situado el célebre Faro de Alejandría, una enorme torre de caliza blanca de varios pisos que guiaba a los marineros por la noche gracias a su sistema de espejos72 (Bernand, 1995: 46-60; Fraser, 1972: 17-21, 25-26; Goddio, 2008: 46-47, 275282; Green, 1990: 158-160; McKenzie, 2007: 41-47). 2) LOS PALACIOS REALES El área de los palacios reales estaba situada en el cabo Loquias y en sus proximidades Sudoestes, abarcando, según las fuentes, casi 1/3 del área urbana existente. Cada rey había construido su propio palacio y todos estaban conectados entre sí. El complejo también albergaba el Museo y el Sema. El Museo contaba con paseos, exedras y un gran comedor común para los estudiosos de la institución. El Sema, en cambio, era el mausoleo de los Ptolomeos y donde se hallaba también la tumba de Alejandro, realizada en cristal 73. Los restos que hoy nos quedan cubren cronológicamente todo el período ptolemaico y constatan la presencia de estructuras monumentales de estilo griego y edificios de gran lujo, con pavimentos de mosaicos de alta calidad y cubiertas de tejas. Muy cerca del Portus Magnus los arqueólogos han podido hallar un edificio de columnas dóricas y jónicas datado a finales del siglo III a. C.. Más hacia el Sur apareció también una stoa dórica de notables dimensiones situada justo en la avenida principal de la ciudad. Pero sin duda los ejemplos más notables del lujo palaciego alejandrino los representan los múltiples fragmentos de mosaicos figurados encontrados en este área. Guerreros y grifos, cacerías mitológicas, centauros y otras criaturas adornaban las estancias de los Lágidas para su uso y disfrute. Los ejemplares más interesantes hasta la fecha son los mosaicos encontrados en 1993 durante las labores de construcción de la nueva Biblioteca de Alejandría. Datados a principios o mediados del s. II a.C., representan uno a un perro y el otro a dos luchadores. Están realizados en opus vermiculatum y demuestran la pericia alcanzada por los talleres alejandrinos en la antigüedad. Su calidad rivaliza con la de los mejores mosaicos pompeyanos de cien años más tarde (Bernand, 1995: 88-99; Fraser, 1972: 14-16; McKenzie, 2003: 47-50; McKenzie, 2007: 68-71, 174-175; Tyldesley, 2008: 79-80). 3) EL SERAPEION El principal templo de la ciudad, dedicado al dios sincrético Serapis, se ubicaba en la acrópolis Sudoeste de la ciudad. Su primera versión era obra de Ptolomeo I, que edificó dos estructuras similares, una en forma de T, conectadas por un pasadizo secreto. Ptolomeo II añadió el agalma para el templo y un altar dedicado a sí mismo y a su esposa Arsinoe74. Ptolomeo III edificó la segunda versión del complejo. Lo sabemos por las placas fundacionales de terracota vidriada de color turquesa que llevan la inscripción “El rey Ptolomeo, hijo de Ptolomeo y Arsinoe, los Dioses Hermanos, dedicado a Serapis, a su templo y a su recinto sagrado”, escrito tanto en jeroglífico como en griego, que fueron depositadas en las esquinas del complejo. El complejo estaba estructurado en torno a un gran patio columnado, alargado y con dos entradas a Oriente, en el que se situaban los edificios de Ptolomeo I y dos nuevas construcciones: un templo tetrástilo para el dios y una stoa adyacente a éste. En el exterior, bajando por unas escaleras, se encontraba un nilómetro. Gracias a los restos materiales, sabemos que combinaba eficazmente los estilos griego y egipcio. Tanto las placas fundacionales como el nilómetro o la decoración escultórica con esfinges provenientes de Heliópolis (Tell Hisn) sugieren un claro acento local, pero la arquitectura del complejo, con capiteles corintios, frisos dóricos y cornisas de tipo alejandrino nos devuelven hacia un planteamiento más helenístico. El edificio de Ptolomeo III estuvo en pie hasta el año 181 d.C., cuando un

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Strab. Geo. XVII, 1.6; Plin. Hist. Nat. XXXVI, 18.83; Diod. Sic. Bib. Hist. XVIII, 14.1; Amm. Marc. Hist. XXII, 16.9-11; Jos. Bel. Jud. IV, 10.5. 73 Strab. Geo. XVII, 1.8-9. 74 Tac. Hist. IV, 83-84; P. Oxy. XXVII 2465 frag. 3 col. ii.

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DAVID SERRANO ORDOZGOITI incendio lo arrasó y fue reestablecido y ampliado por Septimio Severo75 (Bernand, 1995: 74-87; Fraser, 1972: 27-28, 200, 265-270, 323-324; McKenzie, 2003: 50-56; McKenzie, 2007: 41, 53-55; Tyldesley, 2008: 79-80). 4) EL CESAREUM El Cesareum era el templo dedicado por Cleopatra VII a la memoria de Cayo Julio César. Probablemente edificado en los años 48-47 a.C. (poco anterior al Cesareum de Antioquía, del 47-46 a.C.), fue terminado, sin embargo, en los años 13-12 a.C. por el prefecto Bárbaro y el arquitecto Poncio, representantes de Augusto en Egipto, como así lo indica la inscripción de uno de los cangrejos de bronce que sujetaban el obelisco que quedó en pie in situ hasta que fue transportado a New York en 1879 y emplazado en Central Park. Los dos obeliscos de 21 m de altura, conocidos con el sugerente nombre de “las agujas de Cleopatra”, flanqueaban la entrada al complejo y estaban orientados mirando hacia el puerto, lo que quizás indicaría la posición del Cesareum en ángulo respecto a la orientación de las calles. El complejo consistía en un vasto santuario porticado distribuido en varios ambientes con propileos que contenían bibliotecas, bosques sagrados, comedores y otras habitaciones, adornadas con ex votos de cuadros, estatuas y ricos objetos de oro y plata. En origen el complejo estuvo dedicado a César más que a Antonio, ya que se enmarcaba dentro de la costumbre ptolemaica de conmemorar al soberano divinizado en vida, en este caso César, esposo de la reina y padre de Cesarión. Este mensaje sería completamente reaprovechado por Augusto, consciente de que respetar los designios de la última reina Lágida y conseguir una base sólida para su propia propaganda en Egipto eran todos ellos elementos que garantizarían la estabilidad de la nueva provincia y del nuevo, largo control de Roma sobre el mundo faraónico y sus riquezas. Así, el Cesareum se convirtió en el templo principal del culto al emperador Augusto, aunque fue utilizado también para otros cultos situados en pequeñas capillas e incluso como lugar público para conservar documentos y noticias, como tesserae militarium76 (Ashton, 2008: 117-120; CAH² X: 998; Calandra, 2013: 31-33; Fraser, 1972: 24; McKenzie, 2007: 177-178). LUJO ORIENTAL Los habitantes de Alejandría en el siglo I a.C., cerca de 500.000, según los especialistas, eran una fuerza política muy a tener en cuenta por los monarcas ptolemaicos. Sus nobles y clase media aupaban y deponían reyes y reinas. En 131 a.C. eligieron a Cleopatra II por encima de Ptolomeo VIII, y en 80 a.C., cuando Cleopatra Berenice fue asesinada por Ptolomeo XI, la masa asaltó el palacio real, llevó al rey al Gimnasio y allí le despedazaron. La corte y el pueblo de Alejandría eran dos factores muy a tener en cuenta para cualquier candidato al trono de Egipto. Descuidar alguno de ellos podía resultar fatal. En nuestro caso, Antonio y Cleopatra habían aprendido muy bien la lección. No se sabe con certeza si por mero cálculo político o por sus gustos y personalidad, Antonio estaba muy en sintonía con los habitantes de la capital egipcia. Le gustaba mucho beber, disfrazarse e ir a molestar a los alejandrinos a altas horas de la madrugada. Éstos, lejos de enfadarse le seguían el juego. No nos debe parecer tan extraña esta sintonía cuando Antonio, asimilado a Dióniso, amaba realmente la cultura helenística. Asistía a conferencias filosóficas, a espectáculos de teatro y danza y se ejercitaba muy a menudo en el Gimnasio, llegando a convertirse en gimnasiarca de Alejandría. También salía a grandes expediciones de caza con Cleopatra, una actividad ésta muy popular entre la nobleza griega77 (Ashton, 2008: 115-117; Goldsworthy, 2011: 55-65, 83-88, 297-299; Green, 1990: 537-543). Pero sus banquetes y fiestas eran sencillamente “inimitables”. Tanto es así que la pareja formó el club de “Los Vividores Inimitables”, donde tanto romanos como alejandrinos eran bienvenidos y el exceso era la tónica general. Las fuentes nos cuentan relatos sobre las extravagantes costumbres de los dos amantes. Plutarco cuenta que el médico Filotas de Anfisa, amigo de su abuelo, se había quedado atónito al contemplar que 8 jabalíes estaban siendo preparados por su cocinero para Antonio y 12 comensales más. La razón era que ellos no sabían cuando Antonio iba a pedir algo, y por ello tenían que tener listos muchos platos diferentes en horas diferentes78. Sin embargo el relato más famoso es obra de Plinio el Viejo. Tras un banquete aburrido, Cleopatra retó a Antonio a que ofrecería un nuevo banquete por el valor de 10.000.000 de sextercios. El banquete fue bastante corriente, pero hacia el final, Cleopatra ordenó que le trajeran un cuenco con 75

Clem. Ale. Prot. IV, 48; Hier. Chron. p. 290. OGIS II, 656; IGRom I, 1072; Plin. Hist. Nat. XXXVI, 14.69; Fil. Leg. ad Cai. CL-CLI; ILS III, 9059. 77 Plut. Ant. XXVIII-XXIX; Ap. Bel. Civ. V, 11; Pol. Hist. V, 83.3; OGIS I, 195; Plin. Hist. Nat. XXXIII, 49. 78 Plut. Ant. XXVIII. 76

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MARCO ANTONIO: AUGE Y CAÍDA (44 – 30 A.C.) acetum, el vino agrio y avinagrado de los pobres. Acto seguido se quitó uno de sus pendientes de perlas, famosos por su tamaño y calidad, y, disolviéndolo en el acetum, se lo bebió. Cuando ya se estaba preparando para hacer lo suyo con el otro pendiente, Munacio Planco le interrumpió y la declaró justa vencedora79. De Planco también se cuenta que apareció en una fiesta desnudo, pintado de azul y con una cola de pez postiza, imitando al monstruo Glauco, y que se puso a bailar a cuatro patas80. La realidad de todas estas anécdotas es muy dudosa y es bastante probable que muchas sean inventadas y el resto exageradas, pero no nos debemos olvidar de la intencionalidad. Para la mentalidad romana, el exceso, la pérdida de la virtus y la gravitas (que caracterizaban a los exempla republicanos) y el descontrol no eran aceptables ni siquiera en situaciones privadas. El objetivo era en todos los casos desprestigiar a Antonio y hacer ver lo que la regina meretrix era capaz de hacer con él, controlándole. Muy probablemente el estilo de vida en la corte ptolemaica era fastuoso, pero no más que el de los Lágidas del siglo III a.C.. Además había en todo ello un fuerte sentido de representación: los nobles de Alejandría no habrían sentido mucho respeto y admiración por alguien que no compartiera su ostentoso modo de vida, a la vez que habrían visto en ello un síntoma de debilidad, que podía ser aprovechado para un nuevo golpe de estado (Ashton, 2008: 120-125, 152-153; Clauss, 2002: 69-71; Fraser, 1957: 71-73; Goldsworthy, 2011: 297-299, 369-374; Zanker, 1989: 48-58). LAS DONACIONES DE ALEJANDRÍA (34) La campaña de Partia había constituido un fracaso. No una debacle como la de Craso pero sí un fracaso a tener en cuenta. Antonio se dirigió en Diciembre del 36 o Enero del 35 a la pequeña ciudad de Leuce Come (“el puerto blanco”), entre Berytus (Beirut) y Sidón, a esperar a Cleopatra. Estaba mental y físicamente extenuado y necesitaba reconfortarse: el encuentro, pese a su naturaleza política, tenía también un componente personal. Cleopatra llegó con una considerable cantidad de ropa y dinero para las legiones de Antonio81. Había que mantener contentos y fieles a los militares en todo momento, ya que ellos eran la garantía del poder de Antonio (Goldsworthy, 2011: 355-357). Mientras, en Occidente Octaviano había realizado importantes progresos. Con la ayuda de Lépido desde África y de Agripa desde el mar, el ejército del triunviro se había desplazado hasta Sicilia para asestar el golpe definitivo al poder de Sexto Pompeyo. El hijo de Pompeyo fue hábil en batalla pero no pudo impedir la ocupación de la isla, lo que provocaba serios problemas para abastecer a su flota. La batalla decisiva se produjo el 3 de Septiembre del 36 frente a las costas de Nauloco (Spadafora), con la victoria de Agripa. Lépido fue despojado de su poder tras intentar una maniobra arriesgada contra Octaviano y Sexto huyó al Este para unirse a Antonio. En invierno del 36/35 llegó a Mytilene y, cuando fue informado del revés de Antonio en Media, decidió intentar repetir el experimento de Sicilia pero esta vez en Oriente. Antonio decidió resolver el problema de raíz. Envió a Marco Titio para que coordinara la acción con los gobernadores de Asia y Bitinia, Gayo Furnio y Gneo Domicio Ahenobarbo, y con el rey de Galacia Amyntas. Fue éste último quien capturó a Sexto en Frigia y le envió de vuelta a Mileto, donde Titio le ejecutó. Octaviano se congratuló públicamente de la ejecución en Roma82 (Broughton, 1952: 410-413; Bunson, 2002: 21, 182, 226; CAH² X: 36-38; DGRBM I: 85-86, II: 191, III: 1159; Eck, 2010: 25-32; Marasco, 1987: 78-82; PIR I: 53, II: 17, 102-103, III: 328-329). Contemporáneamente, Octavia llegaba a Atenas en la primavera del 35 a.C. con 2.000 pretorianos, una unidad de caballería, dinero, suministros, animales de carga, y los 70 barcos restantes de la campaña contra Sexto. Octaviano todavía le debía a Antonio 18.000 de los 20.000 soldados que había prometido en Tarento, pero esa era una ayuda que difícilmente podía rechazar si quería seguir con sus planes en Oriente. Octaviano había sido muy preciso al mandar dicha ayuda, ya que no quería iniciar aún ningún tipo de hostilidades contra Antonio pero tampoco quería que éste se reforzase. Del mismo modo había mitigado el efecto de las noticias de la campaña pártica en Roma, erigiendo un triunfo en los Rostra, varias estatuas y el honor de poder celebrar banquetes en el Templo de la Concordia. Octaviano necesitaba tiempo para preparar a sus legiones en caso de conflicto y quizás pensase que Antonio se iría apagando poco a poco si no conseguía importantes triunfos. Para Octavia, en cambio, ayudar a su marido era muy natural. Antonio le envió el mensaje de que se quedara en Atenas porque él había decidido reemprender las campañas en Oriente. De una esposa

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Plin. Hist. Nat. IX, 119-121, XXI, 122; Plut. Ant. LVIII-LIX. Vel. Pat. Hist Rom. II, 83.1-2. 81 Plut. Ant. XLII-XLIII; Dio. Cas. Hist. Rom. XLIX, 29.1. 82 Dio. Cas. Hist. Rom., XLVIII, 30, XLIX, 17-18, 33, L, 1.4; Ap. Bel. Civ. V, 127, 133-144; Oros. Hist. VI, 19.2; Vel. Pat. Hist Rom. II, 79; RRC, 519.1. 80

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DAVID SERRANO ORDOZGOITI romana no se esperaba que siguiera a su marido a la guerra y además Sexto Pompeyo todavía no había sido neutralizado entonces y suponía un peligro para la navegación. Además, Antonio quería mandar un mensaje de advertencia a su colega en Italia para que cumpliera sus compromisos firmados en Taranto. Octaviano, años más tarde, supo manipular este intercambio de mensajes en su favor83 (CAH² X: 39; Clauss, 2002: 79; DGRBM III: 3-4; Eck, 2010: 25-32; Goldsworthy, 2011: 357-363; Marasco, 1987: 76-82; PIR II: 430-431). Todas estas cuestiones requerían especial atención por parte de Antonio que, sin embargo, deseaba enmendar sus errores del 36 cuanto antes. La situación en Partia había dado un vuelco interesante. El rey Fraates había entrado en conflicto de nuevo con sus nobles por el botín capturado a los romanos y Artavasdes de Media a principios del año 35 había enviado a Alejandría a Polemón I del Ponto, su ilustre prisionero, para negociar una alianza con los romanos. Antonio aceptó sin dudarlo: la alianza no sólo le permitiría dividir las fuerzas enemigas sino que le garantizaría unidades de arqueros a caballo medos que dotarían de más versatilidad a su ejército. Asegurado el apoyo de Media, había que apuntalar la alianza con Artavasdes de Armenia. Antonio reiteró su voluntad de contar con el rey armenio en Alejandría y a principios del 34 envió a Delio a pedir la mano de la hija de Artavasdes para Alejandro Helios, sin mucho éxito. Antonio entonces se presentó directamente en Artaxata con el pretexto de reunirse con el rey y le capturó, mientras sus 16 legiones acantonadas allí en previsión de la guerra contra los partos ocupaban el país armenio. El príncipe Artaxes huyó a Partia ante la imposibilidad de ofrecer una defensa coherente frente las legiones romanas y Armenia entró a formar parte del control directo de Antonio. Alejandro Helios, entonces, fue prometido a Iotape, la hija de Artavasdes de Media, con el que Antonio concluyó una nueva alianza más estrecha: Roma cedió parte del territorio armenio a Media a cambio de la restitución de las águilas perdidas en el 36 y su apoyo en la inminente guerra contra los partos84. El general romano había conseguido darle la vuelta a la situación. Si antes del 36 contaba con una Armenia aliada frente al Imperio Parto, ahora contaba con una Armenia bajo su directo control y el reino medo entre sus aliados frente al rey parto, que se encontraba cada vez más aislado. Pero lo más importante es que Antonio había recuperado la auctoritas necesaria para contrastar a Octaviano y el prestigio indispensable entre sus legionarios para proyectar nuevas conquistas, que constituirían la llave imprescindible para afianzar su poder en el Estado (Bunson, 2002: 438; CAH² X: 38-40; Eck, 2010: 25-32; Goldsworthy, 2011: 363-364; Marasco, 1987: 76, 82-85; Syme, 1939: 266). Antonio entró en Alejandría como un triunfador. Organizó un cortejo dionisiaco en el que se presentó como Dióniso, Baco o el Liber Pater latino, vistiendo una corona de hiedra, una túnica azafrán y oro, el thyrsus del dios y montado en un complicado carruaje. En el cortejo por las calles de la ciudad, llevaba también a los prisioneros, entre ellos Artavasdes de Armenia, y, al finalizar la ruta en el Serapeion, Cleopatra les estaba esperando sentada en un trono dorado. Esta ceremonia nada tenía que ver con el triunfo romano. Recordaba el desfile báquico realizado por Alejandro Magno en Carmania y había sido implantada por los Lágidas durante las fiestas de las Ptolemaia. Era un gesto muy apreciado entre los alejandrinos además de constituir una demostración del poder de Antonio-Dióniso85. A su vuelta a Roma el triunviro habría podido disfrutar de un triunfo romano al uso sin ningún tipo de problema. Poco después, esta vez en el Gimnasio alejandrino, llevó a cabo otra ceremonia de gran importancia que posteriormente se conoció mediante el malicioso título de “Las Donaciones de Alejandría”. Antonio y Cleopatra estaban sentados en sendos tronos dorados, ella vestida como Nueva Isis; delante de ellos y un poco más abajo Cesarión, que entonces contaba con 13 años; y aún un peldaño más abajo los mellizos Alejandro Helios y Cleopatra Selene, de 6 años, junto a Ptolomeo Filadelfo, de 2. Mediante un heraldo, Antonio proclamó oficialmente a Cleopatra VII y a Cesarión reyes de Egipto, Chipre y parte de Siria; a Alejandro Helios rey de Armenia, Media, y Partia; a Cleopatra Selene reina de Cirenaica y Libia y finalmente a Ptolomeo Filadelfo soberano del resto de Siria, Fenicia y Cilicia (Fig. 33). En consecuencia, Alejandro Helios vestía el atuendo de los monarcas medos y la tiara recta mientras que su hermano Ptolomeo Filadelfo llevaba puesto el uniforme de gala y las botas del ejército macedonio, la capa y el gorro de fieltro de ala ancha86. Esta ceremonia no era más que la culminación del proyecto político de Antonio en Oriente puesto en marcha en el 42 a.C.. La sensación que la población de los reinos clientes tenía era que se habían respetado e institucionalizado sus costumbres y particularismos ante el Estado Romano. Las esferas de poder de sus respectivos reyes (Arquelao, Herodes, Amyntas, Polemón) no se verían alteradas. Sin 83

Plut. Ant. XXVI, 5, LII-LIV; Dio. Cas. Hist. Rom., XLIX, 1-33; Ap. Bel. Civ. V, 95-139. Dio. Cas. Hist. Rom.. XLIX, 31-44, L, 1.4; Ap. Bel. Civ. V, 133; Oros. Hist. VI, 19.3; Vel. Pat. Hist Rom. XI, 82.3; RRC, 543.1; Plut. Ant. L, 3-7, LII-LIII, LVI, 1; Strab. Geo. XI, 13-14; Plin. Hist. Nat. XXXIII, 24.82-83. 85 Plut. Alex. LXVII, 1.6, Ant. L, 6-7, LIV; Dio. Cas. Hist. Rom.. XLIX, 40-41; Vel. Pat. Hist Rom. II, 82.3-5; Diod. Sic. Bib. Hist. XVII, 106.1. 86 Plut. Ant. L, LIV-LV, Dio. Cas. Hist. Rom.. XLIX, 40-41; Jos. Ant. Jud. XV, 4.1. 84

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MARCO ANTONIO: AUGE Y CAÍDA (44 – 30 A.C.) embargo Roma controlaría aún más férreamente estas zonas. Los monarcas recién designados eran hijos de aristócratas romanos (César y Antonio) y los territorios controlados directamente por el Estado seguían siendo gobernados por promagistrados elegidos por Antonio mediante sus poderes especiales. Roma conseguía de este modo evitar los inconvenientes de una ocupación militar del territorio (revueltas, malcontento, inestabilidad, notable esfuerzo económico y político, invasiones extranjeras) a la vez que garantizar un dominio teórico mediante estas dinastías ficticias. Era el mismo principio que aplicaría Constantino en el 335 d.C. con el nombramiento de Anibaliano como “rex regum et ponticarum gentium”87. Gracias a todo ello, Antonio había reforzado aún más su posición en Oriente. El único inconveniente era que necesitaba la aprobación del Senado a sus medidas y ésta sólo la podría obtener si Octaviano estaba de acuerdo (Ashton, 2008: 158-161; Beard, 2007: 267–269; Broughton, 1952: 410-413; CAH² X: 40-41; Clauss, 2002: 73-77; Marasco, 1987: 87-94; Zanker, 1989: 52; Zanker, 1998: 551-556). XIII. A UNA CARTA (33-31) FUEGO CRUZADO Tras haberse librado de Sexto Pompeyo, el único interlocutor válido con el que Octaviano podía competir era Marco Antonio. Para el año 33 a.C. la rivalidad se había hecho cada vez más áspera y Octaviano dejó de lado su vertiente oficial más amable para pasar a una relación más tensa, más enrarecida, para ver si de todo ello podía sacar algún beneficio. Antonio había hecho importantes progresos desde la derrota del 36 en Media, pero el discurso político se situaba ahora en un nuevo plano, con el objetivo de convencer a los soldados de uno y otro bando, a los senadores y aristócratas romanos y a la plebe urbana de que el otro triunviro era peor. Antonio y Octaviano empezaron a intercambiarse invectivas para descalificarse mutuamente, utilizando en muchos casos insultos y obscenidades para hacer notar el débil u oscuro carácter del rival. Antonio tildaba de cobarde y enfermo a Octaviano por su conducta durante Filipos en el 42 a.C., o le reprochaba su crueldad durante las proscripciones o incluso le echaba en cara su lujuria con las mujeres aristocráticas de Roma, inventando curiosas historias sobre su conducta. También le atacó utilizando la figura de Cesarión, “verdadero hijo de César”, que en realidad contaba muy poco en el futuro de la República. Pero Octaviano supo jugar mejor sus cartas y eligió unos argumentos más difíciles de rebatir, tanto que aún muchos historiadores le siguen dando crédito. Criticó la fama de alcohólico y juerguista de Antonio y sus seguidores, que, si bien no estaba del todo injustificada, sí que tenía, como hemos visto, un significado en la corte ptolemaica y en la forma de ser de los grandes monarcas orientales. También subrayó la falta de conquistas significativas en todos sus años transcurridos en Oriente, ensalzando en cambio sus propias campañas contra “los piratas” y contra los ilirios. Pero el artificio que mejor le funcionó a Octaviano fue el de Cleopatra. Por culpa de Octaviano los historiadores hemos transmitido una idea de Cleopatra para nada correspondiente con la realidad: dominadora, arrogante, excéntrica, egipcia y por tanto peligrosa, ambiciosa y cruel en ocasiones. En los libelos que repartían los seguidores del hijo de César, Antonio aparecía completamente subyugado a la voluntad de la reina y así se justificaban el rechazo de Octavia, la cesión del control de tantas tierras en Oriente y las Donaciones de Alejandría. Además el hijo de César le dio un significado completamente distorsionado a la política religiosa del triunviro. Antonio era sí Dióniso, pero por su afición a beber y a irse de fiesta, como también encajaba perfectamente con Hércules, sometido completamente a los caprichos de Ónfale / Cleopatra88 (CAH² X: 41-46; Cresci Marrone, 2013: 100104; Goldsworthy, 2011: 374-378; Hard, 2004: 272-275; Ijalba Pérez, 2009: 177-186; Traina, 2003: 91-92; Zanker, 1989: 62-71). TESTAMENTO Antonio intentó defenderse en Roma por mediación de los dos cónsules del 32 a.C., Domicio Ahenobarbo y Gayo Sosio. Éste último lanzó en Febrero un ataque directo en el Senado contra Octaviano, pero fue en vano y los dos tuvieron que regresar a Atenas con el triunviro. Al poco Lucio Munacio Planco y su sobrino, Marco Titio, desertaron de Antonio para pasarse al bando de Octaviano. No era la primera vez que Planco daba muestras de poca fidelidad y sin duda este paso fue premeditado y en busca siempre de un beneficio mayor. Planco se había enriquecido enormemente gracias a Antonio y en Roma sentó muy mal su discurso en el Senado, acusando al triunviro de delitos y abusos de poder. Los dos 87

Anon. Val. VI, 35; Chron. Pasch. s.a. 335. Dio. Cas. Hist. Rom. XLIX, 15-38, L, 5; Suet. Caes. LII, 2, Aug. LXIX, 1-2; Plin. Hist. Nat. XIV, 148; Plut. Ant. XC; Hor. Epod. IX, 15-20, Carm. I, 37; Prop. Eleg. II, 15, III, 11; Flor. Ep. II, 21. 88

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DAVID SERRANO ORDOZGOITI desertores habían llegado a Roma para entregar a las vestales el testamento de Antonio, del que eran testigos. Informaron a Octaviano del contenido del mismo e inmediatamente el hijo de César se fue a buscarlo al templo, lo leyó y lo sacó para leerlo públicamente, en contra de la tradición y la opinión de las vestales. El testamento ratificaba, entre otras cosas, a Cesarión como hijo de César, a sus hijos con Cleopatra como herederos suyos de pleno derecho y ordenaba que su cadáver fuera enterrado junto al de Cleopatra en la propia Alejandría. Octaviano aprovechó este último punto para rematar su versión de los hechos, declarando que Antonio y Cleopatra deseaban hacerse reyes del Imperio Romano y establecer la capital en Alejandría. El mensaje era efectivo pues el hijo de César conseguía legitimar un futuro enfrentamiento armado contra Antonio presentándolo ante la gente como una guerra exterior contra la pérfida Cleopatra de Egipto89. Y las guerras exteriores siempre eran bienvenidas entre los senadores y el pueblo de Roma. Ante esta maniobra tan efectiva de Octaviano, conviene que analicemos racionalmente los verdaderos motivos de Antonio. Parte de la crítica moderna indica que el testamento era auténtico y que Octaviano tan sólo seleccionó las partes que le convenían90. Pero el triunviro podría haber escrito ese testamento hacía ya unos años, cuando la situación no era tan inestable y desfavorable para sus intereses. En realidad el reconocimiento de Cesarión era algo de sobra conocido y las herencias a sus hijos, si bien problemáticas, eran perfectamente comprensibles a ojos de cualquier persona. La voluntad ser sepultado en Alejandría era más extraña, teniendo en cuenta que hablamos de un romano, pero no imposible si consideramos lo mucho que amaba Antonio la cultura griega. El triunviro se había sentido muy bien en Alejandría y quizás sentía que, dejando las cosas atadas en Oriente, podría haber disfrutado de un merecido descanso en la ciudad egipcia. No hay que descartar, sin embargo, la posibilidad de que Octaviano falsease, en parte o completamente, el testamento, ya que las medidas se ajustaban demasiado bien a sus intereses. Y es que la jugada en sí perjudicó mucho a Antonio, ya que aceleró el proceso que llevaba a un inequívoco enfrentamiento. Pero quizás para entonces ya lo había previsto y por ello ya se estaba preparando a fondo (CAH² X: 46-52; Cresci Marrone, 2013: 104-106; Goldsworthy, 2011: 378-382; Johnson, 1978: 494-503; Traina, 2003: 92-93). EL CONFLICTO EN GRECIA 1) PREPARATIVOS En primavera del año 33 a.C., tras concentrar sus tropas en el Éufrates para dar comienzo a una nueva campaña pártica, Antonio cambió de parecer y ordenó a Publio Canidio trasladar las 16 legiones hasta la costa jónica de Asia Menor. No había necesidad de tal concentración de tropas si se quería llevar a cabo una operación en Tracia o en la zona de Iliria, como en el 39 a.C., por lo que es de suponer que ya para entonces Antonio tuviese en mente resolver definitivamente sus problemas con Octaviano por la vía de las armas. El invierno del 33-32 a.C. lo pasó en Éfeso, para luego transferirse a Atenas, para supervisar desde allí los preparativos de guerra. Lo primero que necesitaba eran fondos, y por ello obligó a todas las comunidades de Oriente a proveerle de recursos y dinero. Cleopatra aportó 20.000 talentos además de 200 barcos de guerra y recursos como grano, tropas, generales, armas y equipamientos. La excesiva imposición fiscal de Antonio durante sus años de gobierno para llevar a cabo las campañas fue el talón de Aquiles de su reorganización en Oriente, ya que provocó no pocas revueltas e insumisiones a su modo de actuar: Malco, rey de Arabia, se opuso a las medidas confiscatorias de Antonio en el 32 y el triunviro se vio obligado a mandar a Herodes para castigar al rey. No había otra opción si quería ganar la guerra. Además ordenó la construcción de 300 barcos mercantes para transportar víveres, monturas y otros recursos necesarios para la expedición y comenzó la leva forzosa de muchos orientales para alistarlos en las legiones, concediéndoles la ciudadanía romana a toda prisa. En total Antonio concentró un total de 23 legiones, no completas, 12.000 jinetes y 700 barcos de guerra de gran envergadura, sin contar las tropas auxiliares que proporcionaron los reyes clientes. Octaviano contaba con un número inferior de tropas. A finales de verano del 32 a.C. Antonio montó su cuartel general en Patras, en el golfo de Corinto, llevándose consigo a sus generales y a algunos líderes locales importantes, entre ellos Cleopatra. Los historiadores han discutido mucho sobre las consecuencias de su presencia en la guerra contra Octaviano. La reina egipcia despertaba actitudes opuestas entre las filas del triunviro: algunos como Publio Canidio la apoyaban mientras que otros como Domicio Ahenobarbo desconfiaban de ella91. En mi opinión la

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Dio. Cas. Hist. Rom. XLIX-L; Suet. Caes. LXXIX, 3, Aug. XVII, 1; Plut. Ant. LVIII-LIX; Hor. Epod. IX, 11-16; Prop. Eleg. III, 11; Jos. Ant. Jud. XV, 93; Vel. Pat. Hist. Rom. II, 83. 90 A favor de la autenticidad del documento se muestra Johnson, 1978: 494-503. En contra, en cambio, CAH² X: 52. 91 Dio. Cas. Hist. Rom. XLIX-LI; Plut. Ant. LV-LXII, Caes. XLVIII; Jos. Ant. Jud. XV, 108-120; Vel. Pat. Hist. Rom. II, 84; Val. Max. Fac. I, 1; Senec. Suas. I, 6; Liv. Per. I, 32.

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MARCO ANTONIO: AUGE Y CAÍDA (44 – 30 A.C.) presencia de Cleopatra era obligada si todos los demás soberanos asiáticos habían acudido con sus tropas a la llamada de Antonio. Ella representaba al reino más rico y prestigioso de todo Oriente y Antonio no podía dejarla de lado sin levantar sospechas entre sus propias filas e incluso entre las del enemigo, acto que habría corroborado la versión de los hechos formulada por Octaviano (Brunt, 1971: 504-507; CAH² X: 50-54; Califf, 2004: 69-72; Carter, 1970: 188-203; Cresci Marrone, 2013: 106-108; Goldsworthy, 2011: 378-393; Marasco, 1987: 94-104; Sheppard, 2009: 43-57)). 2) DESARROLLO La idea general de Antonio para la campaña era esperar a Octaviano en Grecia. Para cubrir todos los diferentes puertos y calas desperdigadas por la costa occidental helena, decidió dispersar sus barcos y sus fuerzas terrestres desde Methone, en el Sur del Peloponeso, hasta la isla de Kerkyra (Corfú), en el Norte, dejando sin embargo desprovista la costa epirota (Fig. 34). Concentró su flota en el golfo de Ambracia y allí almacenó grandes cantidades de provisiones para suministrar a todas sus escuadras, fortificando la entrada al golfo con torres defensivas. Previsiblemente su estrategia era la de cortar el desembarco de las tropas de Octaviano en Grecia, pero, si así era, los historiadores no se explican por qué dejó desprotegida la costa epirota. Desde allí el hijo de César habría podido reunir a sus tropas y viajar hacia Macedonia para después dirigirse a Tesalia sin ningún tipo de problema. Además el dividir las tropas a lo largo de la costa debilitaba enormemente cada punto en caso de un ataque masivo por parte de las escuadras de Octaviano y Agripa. Por último su postura defensiva transmitía debilidad a sus propias tropas. Antonio siempre había llevado la iniciativa en todas y cada una de las guerras que había llevado a cabo en su vida. Lo había hecho en Judea, en Egipto, en Módena, en Filipos, en Tarento e incluso en Media, con resultados dispares. Esperar al enemigo nunca había sido el signo de distinción del triunviro. Y Octaviano se aprovechó. A principios de primavera Agripa atacó Methone, conquistándola. Aprovechando la sorpresa de Antonio, Octaviano ocupó Panormo y comenzó el desembarco de su numeroso ejército, sin que las escuadras de Antonio hicieran nada para impedirlo. En seguida avanzó por la costa, conquistando Toryne (Parga) y Glycys Limen (Cheimerion) y se plantó a la entrada del golfo de Ambracia. Allí montó el campamento en las elevaciones del monte Mikalitzi hasta que por fin llegó Antonio con su ejército para repeler la amenaza. Era demasiado tarde. El triunviro montó un primer campamento al Sur de la entrada del golfo y luego otro al Norte, pero no pudo hacer más. Agripa siguió atacando la costa y llegó a ocupar incluso Patras, cortando los suministros del triunviro que le llegaban desde Egipto y Asia Menor92 (Brizzi, 2013: 19-21; CAH² X: 54-57; Califf, 2004: 69-72; Carter, 1970: 203-214; Goldsworthy, 2011: 393-399; Sheppard, 2009: 57-60). 3) ACTIUM La posición de las fuerzas de Antonio en Ambracia pronto se hizo insostenible. Intentó rodear el golfo para cortar los suministros de agua del río Louros, que abastecían el campamento de Octaviano, pero fue rechazado. También envió a Delio a Macedonia y Tracia para reclutar nuevos contingentes de auxiliares, pero fracasó. La posición de su primer campamento, además, estaba pegada a una gran marisma, que constituía un foco importante de mosquitos que transmitían enfermedades. Las tropas de Antonio pronto sufrieron malaria, disentería y otros trastornos gástricos, minando su salud y su moral. Ahenobarbo, Delio, muchos senadores y algún rey cliente pronto cambiaron de bando para ofrecer sus servicios a Octaviano. Antonio debía hacer algo. Existía la posibilidad de internarse con sus tropas hacia Acarnania y prolongar así la guerra a la espera de una batalla decisiva, como había hecho César, pero de ese modo habría perdido toda su flota. Decidió lo contrario. Dividió su flota en tres escuadrones, con él al centro, Sosio por la izquierda y Gelio Publícola por la derecha, y dejó a Canidio la misión de salvar al ejército de tierra. A la mañana del 2 de Septiembre del 31 a.C., los barcos de Antonio iniciaron el ataque. Las embarcaciones de Agripa retrocedieron un poco para envolver con su superior número los flancos de Antonio. Por la tarde, los escuadrones abrieron un hueco por el que pasó la embarcación de Cleopatra a toda velocidad, seguida de la de Antonio y otras 70 u 80 galeras rumbo a Egipto. Al poco las tropas de Canidio negociaron su incorporación a las filas de Octaviano, consiguiendo unas buenas condiciones93. Fue el colofón que cerró una campaña nefasta. El triunviro no había estado a la altura en ningún momento, planteando una campaña llena de errores tácticos y demostrando una nula capacidad de reacción ante los imprevistos. Resulta paradójico que con tanta experiencia acumulada llevara a cabo una guerra tan indolente, aun contando con un ejército formidable. Es posible que la derrota en Media le afectara. También cabe la posibilidad de que simplemente se confiara y no tuviera en 92 93

Dio. Cas. Hist. Rom. L, 9-17; Plut. Ant. LVI-LXVIII; Vel. Pat. Hist. Rom. II, 84. Dio. Cas. Hist. Rom. L, 14-35, LI, 1-3; Plut. Ant. LXIV-LXVIII; Vel. Pat. Hist. Rom. II, 85.

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DAVID SERRANO ORDOZGOITI cuenta las dotes militares adquiridas por Octaviano y Agripa. De hecho, desde el acuerdo de Tarento, no se habían vuelto a ver las caras en un enfrentamiento militar, y desde entonces el hijo de César y su general habían hecho enormes progresos en el arte de la guerra. El daño ya estaba hecho y no había posibilidad de enmendarlo (Brizzi, 2013: 19-21; CAH² X: 57-59; Califf, 2004: 72-77; Carter, 1970: 215-227; Cresci Marrone, 2013: 108-110; Goldsworthy, 2011: 399405; Sheppard, 2009: 61-85; Traina, 2003: 96-99). XIV. CAÍDA (31-30) DESERCIONES Antes de partir hacia Grecia, Antonio y Cleopatra repostaron en Tainaron, al Sur de Laconia, para socorrer a los supervivientes de la batalla de Actium. Acto seguido, partieron hacia el Sur y llegaron finalmente hasta Paraitonion (Marsa Matruh), a 300 km al Oeste de Alejandría. Desde allí Cleopatra volvió a su capital y Antonio, en cambio, se dirigió hacia el Oeste para contactar con las 4 legiones al mando de Lucio Pinario Escarpo que permanecían en la Cirenaica. Antonio quizás pensaba que podía reagruparse para hacer frente a Octaviano en otras condiciones. Pero Pinario no pensaba lo mismo e inmediatamente se pasó al bando de Octaviano, proclamando públicamente su adhesión. Antonio, a su vuelta a Alejandría, se recluyó en el Timonio, el palacio-santuario que estaba situado en un dique del Poseidio, en el Portus Magnus, para recluirse como el ateniense Timón, renegando de todos y viviendo como un eremita. En verdad tenía mucho en lo que pensar y meditar: los errores de la campaña, el futuro de su familia, el futuro del Imperio, y muchas otras cosas. Aún había tiempo para la autocompasión, puesto que Octaviano no decidió invadir Egipto hasta el verano del año siguiente (30 a.C.). Cleopatra, sin embargo, había comenzado la construcción de una flota en uno de los puertos del Mar Rojo, con el objetivo de transferirse junto a Antonio y su familia a algún país del extranjero, quizás la India, para vivir un cómodo exilio. Pero Malco de Arabia, deseoso de ganarse la confianza de Octaviano, mandó atacar la flota en construcción y el plan se deshizo. Tan sólo quedaba buscar la compasión de Octaviano o morir luchando. Antonio y Cleopatra intentaron lo primero, buscando el favor del hijo de César mediante cartas, en vano. En realidad la presencia de Antonio en Alejandría perjudicaba a ambos, y no se explica por qué el triunviro no huyó de Egipto o se entregó a Octaviano para mejorar la situación de su aliada. Quizás era demasiado orgulloso para caer tan bajo. Lo cierto es que en verano del año 30 a.C., Octaviano dirigió por el corredor sirio-palestino a su enorme ejército para ocupar militarmente Egipto. Mandó a su legado Gayo Cornelio Galo a invadir el país por el Oeste y Antonio aprovechó la ocasión para intentar convencer a sus tropas de que se le unieran en la contienda. De nada sirvió. Para el 1 de Agosto intentó llevar a cabo la última ofensiva, por mar y por tierra, contra las fuerzas de Octaviano, que estaban ya a las puertas de Alejandría. La flota y la caballería desertaron en bloque y el resto fueron rechazados fácilmente 94. Ya no había nada que hacer (CAH² X: 59-63; Cresci Marrone, 2013: 110-113; Goldsworthy, 2011: 407-415; Sheppard, 2009: 81-85; SRMR IV: 438-442; Williams, 2000: 138-143). EL FIN DE UNA ÉPOCA El resto del relato entra dentro de la leyenda más que de la Historia propiamente dicha. Cuando Antonio volvió a palacio, los criados le refirieron que Cleopatra se había suicidado. Inspirado por su ejemplo, se clavó un puñal en el vientre, pero sobrevivió en la agonía para saber que ella seguía viva, encerrada en su mausoleo, que, como vimos, parece que se encontraba cercano al Portus Magnus. Allí fue trasladado y allí murió. Para los romanos constituyó una muerte noble, cómo la que habían protagonizado antes que él Catón Uticense y muchos otros exempla. En parte recuperó la virtus que había perdido huyendo de Accio o así le convenía recordar a Octaviano, que elogió públicamente su amistad con el triunviro y le dedicó unos honores fúnebres dignos de un rey. Antonio fue embalsamado y conservado como los antiguos faraones o los más recientes ptolomeos, dentro de un sarcófago. Cleopatra le siguió pocos días después95. Por fin, tras largos y difíciles años, Octaviano era señor de todo el Imperio Romano. Su idea del dominio no se asemejaría tanto a la idea que tenía Cicerón sino a la que tanto criticaba atribuyéndola a Antonio. Se abría un nuevo capítulo en la Historia de Roma, y no se puede negar que Antonio había colaborado escribiendo las primeras líneas (CAH² X: 63-65; Cresci Marrone, 2013: 114-119; Goldsworthy, 2011: 415-422; SRMR IV: 442-454; Tyldesley, 2008: 186-196; Williams, 2000: 138-143) 94 95

Dio. Cas. Hist. Rom. LI, 1-10; Plut. Ant. LXVII-LXXVI; Jos. Ant. Jud. XV, 183-198; Str. Geo. XVII, 1. Dio. Cas. Hist. Rom. LI, 10-16; Plut. Ant. LXXVI-LXXXVI; Suet. Aug. LXXXIX, 1; Vel. Pat. Hist. Rom. II, 87.

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MARCO ANTONIO: AUGE Y CAÍDA (44 – 30 A.C.) XV. CONCLUSIÓN En Roma existían dos tipos de políticos distintos: los que, como César o Pompeyo, utilizaban el imperium que le otorgaba su cargo para mandar ejércitos, conseguir victorias y, de este modo, acrecentar su auctoritas, y los que, como Craso o Cicerón, aumentaban su auctoritas mediante sus habilidades oratorias, sus redes clientelares o sus fortunas amasadas para ejercer de prestamista, promotor inmobiliario y otros negocios. En la República tardía la inestabilidad política fue la nota general y, ante este estado de inseguridad permanente, todo aquél que tenía un ejército se convertía en dominador automáticamente. Marco Antonio fue un político de este tipo. Sus maestros durante su carrera política inicial no le enseñaron a respetar las normas o siquiera a respetar las tradiciones de la República. El propio César se jactaba de ello. Como político, Antonio siempre se mantuvo cerca de un ejército para llevar a cabo sus acciones. Su vínculo con ellos era total: dormía con ellos, combatía con ellos, comía las mismas cosas que ellos y sufría las mismas penurias que ellos. Siempre fue muy admirado por ello y no tanto por los aristócratas romanos. Pero mantener la fidelidad de un ejército salía caro a finales de los años ’40. Por no pagar adecuadamente a sus tropas en Octubre del 44 perdió las legiones IV y Martia en favor de Octaviano. Por ello la necesidad de dinero para pagar a sus tropas siempre condicionó sus acciones: las proscripciones del 43 fueron instituidas para pagar al multitudinario ejército triunviral y lo mismo sucedió en su estancia en Oriente, ya que tuvo que financiar la reconquista de los territorios ocupados por los partos en el 40, la posterior campaña pártica del 36 y por último la campaña de Accio contra Octaviano. Además, había que sufragar también los gastos de la corte y los sueldos de los legados, que querían siempre hacer sus pequeñas fortunas. Gracias a las aportaciones de la numismática conocemos muy bien estos procesos económicos y otros más ideológicos, como su voluntad de promocionar sus victorias militares o a los miembros de su familia mediante el reverso de sus acuñaciones como triunviro. Fue, desde luego, un pionero en este campo. Merece la pena también destacar su papel como general del ejército. Sus acciones más características eran rápidas, fulminantes, drásticas y atrevidas. Arriesgaba mucho en sus decisiones y prefería, por tanto, un cuerpo de caballería rápido y versátil. En Egipto, Judea, Módena, Filipos y Media actuó siempre de este modo, pero no siempre obtuvo la victoria. Ganó en Egipto, Judea y en Filipos, pero rozó el fracaso total en Módena y en Media. Era, probablemente, su forma de ser y de actuar lo que le empujaba a tomar este estilo de batalla. En Accio, en cambio, fue todo lo contrario: lento, poco expeditivo y sin brillantez. Los historiadores aun le dan vueltas a este tema. Pero además de político y militar, los romanos también acumulaban cargos religiosos como parte de su cursus honorum. Antonio decía descender de Antón, uno de los hijos de Hércules. En Oriente se empapó de la cultura mitológica griega y se autoproclamó nuevo Dióniso, en parte también para llevar a cabo su ansiada reorganización de Oriente. Como hemos visto, parece que llevó a cabo diversas fases o intentos para consolidar el dominio romano en la zona: el primero no fue más que un cambio de dinastas locales pro-romanos a su llegada en el 42. Tras la invasión parta, sin embargo, decidió poner algunos de estos territorios bajo la tutela de Egipto, hasta que en el 34 organizó una superstructura de reyes orientales títeres de Roma para controlar a los reyes clientes aliados con el Imperio. Nunca podremos saber el éxito de sus políticas a largo plazo. Sí, en cambio, vamos conociendo cada vez mejor los lugares en los que vivió. En Roma tenemos datos nuevos sobre el lugar en el que fue asesinado César y sobre las viviendas en las que vivió el propio Antonio. Eran viviendas señoriales, aristocráticas, con un mensaje ideológico bien claro: quien las poseía estaba en la cumbre de la sociedad romana. La topografía de la Urbs también nos permite colocar mejor los sucesos y comprobar qué hay de cierto en las fuentes que nos los relatan. También de Alejandría van llegando cada vez más datos. Las excavaciones de Goddio en los años ’90 han desvelado el Portus Magnus con sus estructuras sumergidas, entre ellas, probablemente, el famoso Timonio. Por último la tradición y la leyenda popular no nos permiten eludir la cuestión de Antonio y Cleopatra. Valorar objetivamente si hubo y en qué medida una relación sentimental entre los dos políticos, más allá de los relatos de las fuentes, es, a todas luces, una entelequia. Pero destacar este aspecto en las altas esferas de la política internacional romana es una actitud tremendamente irresponsable. Antonio y Cleopatra se encontraban en planos políticos completamente diferentes. Antonio era un senador romano de prestigio, con una carrera política envidiable, en la superpotencia más importante del mundo conocido. Hacía alianzas y las deshacía según su conveniencia, pues lo único que le importaba era aumentar su auctoritas. Cleopatra, en cambio, era la soberana de un reino antaño grande y poderoso, pero que se encontraba desde hacía más de 100 años en la órbita política romana, supeditando su propia política internacional a las decisiones del Senado. Su propio padre había tenido que endeudarse enormemente para poder acceder al poder. Desde luego Cleopatra no se planteaba ni a corto ni a medio plazo un engrandecimiento de su reino a niveles

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DAVID SERRANO ORDOZGOITI del siglo III a.C.. Se contentaba con mantenerse en el poder y continuar siendo independiente pese a los continuos cambios en la política romana. A efectos prácticos, Antonio veía a Cleopatra como su reina cliente más poderosa. El resto pertenece a la tradición literaria. XVI. FUENTES LITERARIAS Amiano Marcelino, Historia, Harto Trujillo, M. L. (tr.) (2000): Madrid, Akal. Anonymus Valesianus, Ingemar König (ed.) (1987): Trier, Trierer Historische Förschungen. Apiano, Guerras Civiles, Sancho Royo, A. (tr.) (1985): Madrid, Gredos. Arriano, Anábasis de Alejandro Magno, Guzmán Guerra, A. (tr.) (1982): Madrid, Gredos. Augusto, Res Gestae, Canali, L. (cur.) (2002): Milano, Mondadori. Celsus, De Medicina, Warmington, E. H. (ed.) (1961): Cambridge & London, Harvard University Press. Chronicon Paschale, Whitby, M. & Whitby, M. (tr.) (1989): Liverpool, Liverpool University Press. Cicerón, Acerca de la Ley Agraria, en Aspa Cereza, J. (tr.) (1991): Discursos III. Madrid, Gredos. Cicerón, Cartas a Ático, en Rodríguez-Pantoja Márquez, M. (tr.) (1996): Cartas I. Madrid, Gredos. Cicerón, Cartas a los familiares, Beltrán, J. A. (tr.) (2008): Madrid, Gredos. Cicerón, Filípicas, en Muñoz Jiménez, M. J. (tr.) (2006): Discursos VI. Madrid, Gredos. Cicerón, Sobre la Casa, en Baños Baños, J. M. (tr.) (1994): Discursos IV. Madrid, Gredos. Cicerón, Verrinas, Requejo Prieto, J. M. (tr. (1990): Madrid, Gredos. Clemente de Alejandría, Protréptico, Isart Hernández, M. C. (tr.) (2008): Madrid, Gredos. Diodoro Sículo, Biblioteca Histórica, Serrano Espinosa, M. (tr.) (1985): Madrid, Alianza. Dion Casio, Historia Romana, Candau Morón, J. M. y Puertas Castaños, M. L. (tr.) (2004): Madrid, Gredos. Estrabón, Geografía, De Hoz García-Bellido, M. P. (tr.) (2003): Madrid, Gredos. Eutropio, Breviario, Falque, E. (tr.) (2008): Madrid, Gredos. Filón de Alejandría, “De Legatione ad Caium” en Triviño, J. M. (tr.) (1976): Obras completas de Filón de Alejandría. Buenos Aires, Universidad Nacional de La Plata. Floro, Epítome de la Historia de Tito Livio, Hinojo Andres, G. y Moreno Ferrero, I. (tr.) (2000): Madrid, Gredos. Frontino, Strategemata, Ireland, R. I. (tr.) (1990): Leipzig, B. G. Teubner. Heródoto, Historia, Schrader, C. (tr.) (1992): Madrid, Gredos. Hieronymus, Chronici Canones Eusebii, Fotheringham, J. K. (ed.) (1923): London, Humphrey Milford. Homero, Odisea, Pabón, J. M. (tr.) (1993): Madrid, Gredos. Horacio, Odas, Canto Secular, Epodos, Moralejo, J. L. (tr.) (2007): Madrid, Gredos. Josefo, Antigüedades judías, Vara Donado, J. (tr.) (1997): Madrid, Akal. Josefo, La guerra de los judíos, Nieto Ibáñez, J. M. (tr.) (1997): Madrid, Gredos. Julio César, Guerra Civil, Calonge, J. (tr.) (2011): Madrid, Gredos. Julius Caesar, Alexandrian, African and Spanish Wars, Warmington, E. H. (ed.) (1955): Cambridge & London, Harvard University Press. Justino, Epítome de las Historias Filípicas de Pompeyo Trogo, Castro Sánchez, J. (tr.) (1995): Madrid, Gredos. Juvenal, Sátiras, Cortés Tovar, R. (tr.) (2007): Madrid, Cátedra. Livio, Períocas, Períocas de Oxirrinco, Fragmentos, Villar Vidal, J. A. (tr.) (2008): Madrid, Gredos. Lucano, Farsalia, Holgado Redondo, A. (tr.) (1984): Madrid, Gredos. Nicolás de Damasco, Vida de Augusto, Perea Yébenes, S. (tr.) (2006): Madrid, Signifer. Orosio, Historias, Sánchez Salor, E. (tr.) (1982): Madrid, Gredos. Pausanias, Descripción de Grecia, Herrero Ingelmo, M. C. (tr.) (1994): Madrid, Gredos. Plinio el Viejo, Historia Natural, Fontán A. et al. (tr.) (1998): Madrid, Gredos. Plutarco, Vidas paralelas, Sánchez Hernández, J. P. y González González, M. (tr.) (2009): Madrid, Gredos. Polibio, Historias, Balasch Recort, M. (tr.) (1981-1983): Madrid, Gredos. Propercio, Elegías, Ramírez de Verger, A. (tr.) (1989): Madrid, Gredos. Pseudo Calístenes, Vida y hazañas de Alejandro de Macedonia, García Gual, C. (tr.) (1988): Madrid, Gredos. Quintiliano, Institutio oratoria, Gerhard Hortet, C. (tr.) (2006): México, UNAM.

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4) Estatua de un lupercus

1) Árbol genealógico de la familia de Marco Antonio

3) Áureo de Marco Antonio y Lucio Antonio (41 a.C.) RRC 517.4b

2) Denario de Cayo Antonio (43 a.C.) RRC 484.1

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DAVID SERRANO ORDOZGOITI

5) Teatro, porticus y Curia de Pompeyo (55 a.C.)

6) Batalla de Forum Gallorum (14 de Abril del 43 a.C.)

7) Foro Romano (51 – 30 a.C.)

8) Barrio residencial de la colina Palatina (111 – 36 a.C.)

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MARCO ANTONIO: AUGE Y CAÍDA (44 – 30 A.C.)

9) Barrio residencial de las Carinae (27 a.C. – 64 d.C.)

10) Detalle del Campo Marcio (27 a.C. – 14 d.C.)

11) La guerra de Filipos (43 a.C.)

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DAVID SERRANO ORDOZGOITI

12) Batallas de Filipos (3 y 23 de Octubre del 43 a.C.)

16)

13)

17)

18)

14)

15)

20)

19)

21) RRC 480.22

22) RRC 488.2

23) RRC 493.1

24) RRC 494.32

25) RRC 516.1

26) RRC 544.24

27) RRC 494.2a

28) RRC 543.1

29) RRC 539.1

49

MARCO ANTONIO: AUGE Y CAÍDA (44 – 30 A.C.)

30) La expedición a Media de Marco Antonio (primavera – otoño del 36 a.C.)

31) Alejandría en tiempos de Estrabón (30 – 25 a.C.)

33) Las Donaciones de Alejandría (34 a.C.)

32) El Timonio según Goddio

34) La campaña de Actium (31 a.C.)

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