Manuel José Crespo Losada, La acusación de “ateísmo” a los primeros cristianos
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G. del Pozo, I. Serrada (eds.), Fe cristiana y ateísmo en el siglo XXI, Ediciones San Dámaso, 2015
La acusación de ateísmo a los primeros cristianos Manuel José Crespo Losada Facultad de Literatura cristiana y clásica "san Justino" 1. Introducción Al final de las persecuciones contra los cristianos (ca. 311-‐313), el gran historiador de la Iglesia y «archivero del cristianismo primitivo»1, Eusebio de Cesarea, acometía en su Preparación evangélica la tarea de proponer, como ya habían hecho otros antes, la validez del cristianismo, esta vez frente a polemistas anticristianos de la talla del intelectual Porfirio. Para ello, como hábil refutador avezado en la retórica clásica aprendida en la multisecular escuela romana, comienza poniendo sobre el tablero las acusaciones que durante ya tantos años habían sido motivo de persecución del cristianiamo en el Imperio. A los seguidores del Nazareno se les imputaba una doble traición. No sólo habían rechazado las creencias paternas y se habían adherido a una religión extraña, extranjera, bárbara, sino que, además, habían tergiversado la religión de los judíos que decían profesar. Es éste el planteamiento de un pasaje donde Eusebio sintetiza el sentir de los ciudadanos del Imperio, los "griegos", y el de los judíos frente a los cristianos. El obispo de Cesarea muestra que el cristianismo es visto por judíos y griegos como un nuevo modo de vivir y una forma nueva de pensar que los hacía distintos a ellos y que los hacía acreedores de calificativos como "impíos y ateos", "adversarios de los dioses", enemigos de la convivencia y de la estabilidad del Imperio, irrespetuosos con las tradiciones y usurpadores de un patrimonio cultural y religioso que no les pertenecía por derecho. El esbozo de Eusebio refleja con maestría el sentir de judíos y paganos que subyace a la polémica acusación de ateísmo contra los cristianos en los primeros siglos y merece la pena traerlo a estas páginas: «En primer lugar, alguien se podría cuestionar quiénes somos los que nos hemos puesto a escribir, si griegos o bárbaros, o bien un término medio entre ambos, quiénes decimos que somos nosotros mismos, no en cuanto a la denominación, pues es conocida por todos, sino en cuanto a las costumbres y forma de vida; pues ni se nos ve pensar como los griegos ni vivir como los bárbaros. ¿Qué hay de especial en nosotros y qué hay de nuevo en nuestro modo de vida? ¿Cómo no podrían ser en todos los aspectos impíos y ateos los que han renegado de los dioses patrios (πῶς δ' οὐ πανταχόθεν δυσσεβεῖς ἂν εἶεν καὶ ἄθεοι οἱ τῶν πατρίων ἐθῶν ἀποστάντες), gracias a los cuales se aseguraba la cohesión de todo el pueblo y del Estado? ¿Qué se
1 Cf. C. Moreschini, E. Norelli, Historia de la literatura cristiana antigua griega y latina. I, Biblioteca
de autores cristianos, Madrid 2006, 477.
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puede esperar de aquellos que se han convertido en adversarios y enemigos de lo que era saludable y han rechazado a los bienhechores? ¿Qué otra cosa, pues, son ellos más que adversarios de los dioses (θεομαχοῦντας)? ¿Qué perdón merecen los que se han revuelto contra las divinidades que desde siempre todos reconocen, griegos y bárbaros, en las ciudades y en los campos, en toda clase de cultos, iniciaciones y misterios, por parte de reyes, legisladores o filósofos y, en cambio, han elegido del patrimonio humano prácticas impías y ateas? (ἑλομένους δὲ τὰ ἀσεβῆ καὶ ἄθεα τῶν ἐν ἀνθρώποις) ¿A qué castigo no sería justo entregar a los que han desertado de las tradiciones de los antepasados (οἱ τῶν μὲν πατρίων φυγάδες), para convertirse en defensores de leyendas extranjeras y judías, universalmente desacreditadas? ¿Cómo no es una perversidad y volubilidad extremas abandonar sin dificultad las instituciones patrias y adoptar, con una fe irracional y no sometida a examen (ἀλόγῳ δὲ καὶ ἀνεξετάστῳ πίστει), la facción de los impíos (δυσσεβῶν) y de los enemigos de todas las naciones (πᾶσιν ἔθνεσι πολεμίων), sin confiar en el mismo dios que es honrado entre los judíos según las tradiciones al uso entre ellos y trazar un sendero nuevo y solitario, que no respeta ni las tradiciones de los griegos ni de los judíos (μήτε τὰ Ἑλλήνων μήτε τὰ Ἰουδαίων φυλάττουσαν)? Estas son las cuestiones que nos podría plantear con razón un griego que no tuviera verdadero conocimiento ni de sus creencias ni de las nuestras. Los hijos de los hebreos, sin embargo, nos reprocharían que, siendo extranjeros y de una raza distinta a ellos (ἀλλόφυλοι ὄντες καὶ ἀλλογενεῖς), abusemos de sus libros que no nos pertenecen; que haciendo una irrupción tan vergonzosa como impúdica, forcemos a domésticos y aborígenes (τοὺς δὲ οἰκείους καὶ ἐγγενεῖς) a abandonar lo propio de su patria...»2.
Como acabamos de ver en Eusebio, los principales enemigos del cristianismo en época prenicena fueron el judaísmo y el paganismo o, por ser más precisos, el enfrentamiento con los cristianos provino principalmente desde círculos judíos y desde personajes del mundo grecolatino. Esta situación viene en parte provocada por el nacimiento y el proceso de expansión del cristianismo, que proyecta a los cristianos desde Palestina y la diáspora, es decir, las comunidades judías establecidas fuera de las fronteras de la tierra de Jesús, hasta los confines del Imperio romano, como se deduce de la noticia que nos da Lucas en los Hechos de los apóstoles (Act 13,46-‐47) y en su Evangelio (Lc 24,47). Sin duda, la presencia de los cristianos en el Imperio ya desde los comienzos resultaba incómoda para judíos y paganos. Según la anónima Carta a Diogneto3, como si se tratara de extranjeros, los primeros combatían contra ellos y los segundos, incluso, los perseguían.
2 Eusebio de Cesarea, Preparación evangélica 1,2,1-‐5, trad. J. M. Nieto, BAC 697, Madrid 2011. 3 A Diogneto 5,17.
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1.1. Los judíos como probables propagandistas contra los cristianos en el imperio El filósofo y mártir Justino atribuye en el siglo II a los judíos la responsabilidad de haber inventado y divulgado las calumnias con que los paganos denostaban a los cristianos: «Y en efecto cuando supisteis que [el que habíais crucificado] había resucitado y subido a los cielos, como las profecías lo habían anunciado, no sólo no hicisteis penitencia de vuestras malas obras, sino que, escogiendo entonces hombres especiales de Jerusalén, los mandasteis por toda la tierra para que propalaran que había aparecido una impía secta de cristianos, y esparcieran las calumnias que repiten contra nosotros todos los que no nos conocen. De modo que no sólo sois culpables vosotros de vuestra propia iniquidad, sino de la de todos los hombres»4.
Pero la noticia de tales calumnias es una constante entre los apologistas cristianos, tanto griegos como latinos5. La persecución contra los cristianos no acaba sólo en las calumnias, sino que son los hechos los que muestran que las palabras no tenían una mera intención retórica6. Se sabe que los judíos de Esmirna colaboraron con los paganos en construir la pira sobre la que fue martirizado Policarpo, obispo de esa ciudad, y que incluso llegaron a presionar al procónsul para que no entregara a los cristianos las cenizas del muy admirable mártir. En el relato de los hechos, Eusebio de Cesarea anota que los judíos actuaban «como era costumbre en ellos»7. Respecto de las principales acusaciones que los judíos lanzaban contra los cristianos, el Diálogo con Trifón de Justino nos permite sintetizar los siguientes argumentos: a) Faltaban a la observancia de la Ley, pues no se circuncidaban, no santificaban las fiestas judías ni el sábado (10); b) depositaban su esperanza en un hombre crucificado ignominiosamente (10) al cual, paradójicamente, se atrevían a honrar con el título de Hijo del Hombre, y de Mesías (32), toda vez que, según los 4 Diálogo contra el judío Trifón 17, trad. D. Ruiz Bueno, Padres apologetas griegos (s.II), BAC 116,
Madrid 1979. 5 Cf. Arístides, Apología 17 (versión siríaca); Justino, Apología 1,27, 2,12; Atenágoras, Súplica en favor de los cristianos 3 y 31; Teófilo de Antioquía, A Autólico 3,4; Minucio Félix, Octavio 9,28; Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica 5,1,14-‐52; Tertuliano Apologético 4,11. Para este apartado sigo fundamentalmente A. Casamassa, Gli apologisti greci. Studio introduttivo, Roma 1944, 1-‐25; P.F. Beatrice, «L'acusation d'athéisme contre les chrétiens», en M. Narc, E. Rebillard (eds.), Hellénisme et christianisme, Paris 2004, 134-‐141. 6 Ello no implica que en sus escritos de defensa los cristianos no hayan acudido a la retórica como instrumento de persuasión, estrategia que comparten con otros paganos cuyo modo de vivir o de pensar resultaba de alguna manera inaceptable para la sociedad romana (cf. M. Rizzi, «Athéisme chrétien et primauté dans la cité: politique, rhétorique et religion, 150-‐250 apr. J.-‐C.», G. Dorival, D. Pralon (eds.), Nier les dieux. Nier dieu, Aix-‐en-‐Provence 2001, 279-‐292. 7 ὡς ἔθος αὐτοῖς, Eus HE 4,15,29.43.
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judíos, el Mesías aún no se había manifestado pues aún no había regresado su pregonero y precursor Elías (8); c) por último, profesaban una doctrina falsa en virtud de la cual negaban al Dios de los patriarcas, de Abrahán, de Isaac y de Jacob (11). Es decir, que eran ateos. 1.2. El cristianismo naciente, al principio, corre la misma suerte que el judaísmo Bien pronto el cristianismo apareció a los que se agrupaban bajo la religión del Imperio como una secta insignificante de los judíos y por ello hubieron de sufrir su misma suerte en lo que toca al descrédito por sus ideas religiosas. Tertuliano, apologista cartaginés del siglo II, afirma que los cristianos vivían como a la sombra de una muy insigne religión, sin duda lícita8. Los judíos, pues, y como ellos los cristianos, sufrían diversas calumnias cuales eran venerar la imagen de un asno al que sacrificaban9 un carnero o un buey10; además, eran acusados de odiar al género humano y alimentar el odio contra todos los demás pueblos11. Pero sobre todo, eran ateos porque no adoraban a los dioses imperiales e incluso los despreciaban12. Más tarde, cuando la distinción entre cristianismo y judaísmo estuvo clara y distinta para la mentalidad de los paganos, los cristianos acapararon tanto el odio del pueblo como el de las personas cultas y sufrieron severísimas persecuciones por parte del Estado13. 1.3. Roma y su imperio contra los cristianos Para el pueblo romano en general, los cristianos eran culpables de ateísmo, antropofagia e incesto. «Los paganos nos echan en cara tres delitos» —afirma 8 Apologético 21. 9 cf. Levit 9,4. 10 cf. Tácito, Historias 5,4. 11 Tácito, Historias 5,5. 12 Flavio Josefo, Contra Apión 2,6; Tácito, Historias 5,5; Plinio, Historia sobre la naturaleza 13,4,46. 13 Los datos reflejados en las fuentes, si bien no dejan lugar a duda respecto al hecho de que los cristianos sufrieron persecución, sin embargo han suscitado interesantes controversias acerca de los aspectos jurídicos, políticos y religiosos que subyacen a esta actitud de Roma hacia el cristianismo. Puede consultarse, entre otros, un estado de la cuestión interesante aunque no actualizado en L. F. Janssen, «'Superstitio' and ahe Persecution of the Christians», Vigiliae Christianae 33 (1979) 131-‐159; véase también un amplio estudio de las persecuciones en W. H. C. Frend, Martyrdom and persecution in the early church: a study of a conflict from the Maccabees to Donatus, Oxford 1964 y, con perspectivas distintas, el minucioso análisis de G. de Ste. Croix, «Why were the Early Christians Persecuted?» en M. Whitby, J. Streeter (eds.), Christian Persecution, Martyrdom, and Orthodoxy, New York 2006, 105-‐152.
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Atenágoras en la Súplica a los emperadores— «ateísmo, cenas tiesteas (antropofagia) e incestos al modo de Edipo»14. El delito de ateísmo, que ya le habían imputado a los judíos, aparece como acusación a los cristianos en las siguientes ocasiones: 1. Época de Domiciano, 95-‐96, con la condena de Flavio Clemente y Flavia Domitila y otros, que son condenados a diversas penas por acusación de ateísmo que implicaba un crimen de lesa majestad (ἔγκλημα ἀθεότητος)15. 2. En el año 155, con ocasión del ya mencionado martirio de Policarpo, durante el cual la turba gritaba «mueran los ateos», el procónsul que lo juzgaba pretendía que el anciano Policarpo repitiera la blasfemia (Αἶρε τοὺς ἀθέους)16. 3. En el siglo II, los contemporáneos de Justino llaman ateos a los cristianos17 e incluso el filósofo cínico Crescente se atreve, desde su ignorancia, a acusar a los cristianos de ateos e impíos (ἀθέων καὶ ἀσεβῶν)18. 4. También en el siglo II, el discípulo de Justino, Taciano, apunta que los cristianos son calificados por los paganos como ateos en grado sumo, ἀθεωτάτους ("ateísimos")19. 5. En el episodio de los mártires de Lyon y de Viena, año 17720, Vetio Epágato, en nombre de los otros mártires, demuestra en público que entre los cristianos no existe ateísmo ni impiedad (μηδὲν ἄθεον μηδὲ ἀσεβές).
14 Athenágoras, Discurso en defensa de los cristianos 3. Una acusación similar la que profieren los
denunciantes de los mártires de Lyon: Eusebio, Historia Eclesiástica (Carta de las iglesias de Lyon y Viena) 5,1,14. 15 Dión Casio, Historia de Roma 67,14 16 Eusebio de Cesaraea, Historia Eclesiástica 4,15. 17 Apología 1,6. 18 Justino Apología 2,3,1-‐2, ed. E. J. Goodspeed, Die ältesten Apologeten, Göttingen 1915, 2,17 [cf. Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica 4,16,3] οὐ γὰρ φιλόσοφον εἰπεῖν ἄξιον τὸν ἄνδρα, ὅς γε περὶ ἡμῶν ἃ μὴ ἐπίσταται δημοσίᾳ καταμαρτυρεῖ, ὡς ἀθέων καὶ ἀσεβῶν Χριστιανῶν ὄντων, πρὸς χάριν καὶ ἡδονὴν τῶν πολλῶν τῶν πεπλανημένων ταῦτα πράττων: «Pues no es justo llamar filósofo a un hombre que hablando de nosotros acerca de lo que no conoce, acusa a los cristianos de ateísmo y de impiedad, actuando así en favor del gusto y del agrado de la multitud que está en el error». 19 Exhortación a los griegos 27,1. 20 cf. Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica 5,1.
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6. No mucho después, Atenágoras en la Súplica en favor de los cristianos, dedica una primera parte de su apología a refutar la acusación de ateísmo, ya sea teórico (caps. 4-‐12) ya práctico (caps. 13-‐30). En un segundo apartado de la obra defiende a los cristianos de los infundios clásicos que sobre inmoralidad eran lanzados contra ellos: incesto, infanticidio y antropofagia21. 6. Frontón de Cirta (ca. 170), preceptor de Marco Aurelio, en uno de sus discursos, se hace eco de las calumnias de antropofagia y de incesto que el vulgo atribuía a los cristianos22. 8. Ya en el siglo III, en tiempo de Minucio Félix23 los cristianos son considerados peores que Diágoras, al que la antigüedad le había colocado el sobrenombre de ateo: cui Atheon cognomen adposuit antiquitas. 9. Sin salir del siglo III, Tertuliano24 defiende a los cristianos de la acusación de cometer crímenes contra la lealtad debida a la religión y a la grandeza sagrada del pueblo romano expresados con las fórmulas: crimen laesae romanae religionis, crimen irreligionis, crimen laesae divinitatis, sacrilegium. No cabe duda de que los cristianos despertaron una insólita expectación entre otros motivos por la rápida expansión y el crecimiento exponencial de sus comunidades por todo el Imperio. «Somos de ayer —decía Tertuliano— y hemos llenado ya el orbe y todo lo vuestro: ciudades, islas, aldeas, municipios, asambleas, los mismos campamentos, las tribus, las decurias, el palacio, el senado, el foro. Sólo os hemos dejado los templos»25. Tampoco la gente culta era menos intransigente con los cristianos que el pueblo, pues tanto filósofos como literatos no tenían empacho en seguir los prejuicios de la plebe cuando se trataba de emitir un juicio contra los cristianos. Algunos autores reflejan en sus textos el modo de pensar del estamento culto del Imperio Romano 21 Resulta muy revelador el capítulo cuarto con el que de comienzo al apartado dedicado al ateísmo, en especial porque pone de relieve, por comparación de las actividades y doctrinas de un ateo tipo como Diágoras con las de los cristianos, que la carga de la refutación de ateísmo no reside en las actividades, ya que los cristianos no secundan ningún aspecto del culto pagano, sino que se apoya en la creencia positiva en Dios. 22 Cf. Minucio Félix, Octavio 9,6; 31,2. 23 Cf. Octavio 8,2. 24 Apologético 24-‐25. 25 Apologético 37, 4-‐5.
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en el siglo II acerca del cristianismo y los cristianos son entre otros. Así, los calificaban de superstitio al cristianismo lo hacían recargando el término con evidentes peyorativos, como Plinio el joven (m. en 113), en su etapa como legado de Trajano en la provincia de Bitinia-‐Ponto: superstitio prava et immodica26; o el historiador Tácito (m. 119), para quien los cristianos conformaban una exitiabilis superstitio27; o el biógrafo de emperadores, Suetonio (m. 160), que destaca la novedad perniciosa de la secta de los cristianos mediante la fórmula superstitio nova ac malefica28. Por su parte, Luciano de Samosata (m. 180) en el Sobre la muerte de Peregrino pergeña una descripción satírica de los filósofos cínicos en general y en particular de su contemporáneo Teágenes, escogiendo, para argumento de su diálogo, a Proteo Peregrino (primero cristiano, luego asceta egipcio, más tarde filósofo cínico y suicida). De esta forma consigue vituperar también a los cristianos burlándose de su heroico desprecio de la muerte29. Sin embargo, es justo decir que, ante el testimonio de los cristianos, algunos intelectuales como el médico Galeno de Pérgamo (ca. 129·199), asistente de Marco Aurelio y de Cómmodo, que no tenía ninguna simpatía por los cristianos, confesaba entre admirado y extrañado al ver a hombres sin formación comportarse como auténticos filósofos: «Podemos ver todos los días cómo nos les importa afrontar la muerte y lo que viene después; cómo se apartan de la vida licenciosa. Incluso hay entre ellos no sólo hombres sino también mujeres que durante toda la vida guardan la castidad. También entre ellos hay algunos que mantienen un régimen de comida y de bebida y una búsqueda de la justicia que en nada se diferencian de los verdaderos filósofos»30.
Galeno reconoce estar sorprendido de cómo los cristianos, ante la vida y ante la muerte, asumen actitudes propias de auténticos filósofos al llevar una vida sobria,
26 Epístolas 10,96,8. 27 Anales 15,44,3. 28 Vida de Nerón 16,2. 29 Cf. Sobre la muerte de Peregrino, en especial 11-‐16. 30 Platonis Dialogorum Summaria: De Republ., R. Walzer, Galeni Compendium Timaei Platonici,
Aliorumque Dialogorum synopsis quae extant fragmenta, edd. P. Kraus et R. Walzer, in Plato Arabus I, Londini 1951, fr. I, p. 99ss.
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alejada de las pasiones, que le permitiese afrontar las dificultades de la existencia y, sobre todo, hacer frente a la muerte con gallardía y sin miedo31. 2. El concepto de ateísmo: religio, ἀθεότης, δεισιδαιμονία (superstitio). A la búsqueda de un patrón de comprensión 2.1. El léxico griego Si afrontamos el tema directamente desde el léxico, salta a la vista que el adjetivo griego ἄθεος y su correspondiente sustantivo abstracto ἀθεότης se refieren a la negación de dios según aparece explícito en la alfa privativa: «no dios». Si embargo el concepto de ateísmo en la Antigüedad es más amplio y más complejo de lo que la composición de estas palabras dan a entender a simple vista. Si atendemos al léxico latino, donde no existe un vocablo autóctono equivalente, habrá que esperar a que Cicerón importe del griego el término atheus para encontrarlo en su invectiva contra el corrupto Verres, en uno de cuyos textos, tras acusarlo de haber robado las estatuas de Apolo en Delos, lo califica, según la traducción española de Requejo, de «impío» (atheus), «criminal» (sceleratus) y «sacrílego» (nefarius) para con los dioses inmortales32. Según el Diccionario Griego-‐Español que está elaborando el Consejo superior de investigaciones científicas33, ἄθεος y ἀθεότης hacen referencia por una parte al menosprecio en alguna medida de los dioses, significado que alude en última instancia a una actitud, y por otra a la negación de la existencia de los mismos o a la imposibilidad de su conocimiento, de ahí la traducción de «ateo» o de «agnóstico». En esta segunda acepción, en la que prima la dimensión cognoscitiva, el significado de ἄθεος y ἀθεότης aparecen ejemplificados en el conocido pasaje de la Apología de Platón. En él, Sócrates es tachado de ateo por Meleto porque enseña a los jóvenes a creer no en los dioses en los que cree la ciudad sino en otros espíritus nuevos, acusación a la que responde el audaz filósofo con ironía precisando que si él enseña que hay dioses «entonces —arguye— no soy 31 Cf. J. J. Ayán, «Libertad para vivir y cantar el don», en A. Pérez de Laborda (ed.), Existencia en
libertad. El Escorial 2003, Publicaciones de la Facultad de Teología 'San Dámaso', Madrid 2004, 17-‐ 20. 32 Cf. Cicerón, Contra Verres 2,1,47 en J. M. Requejo, M. Tulio Cicerón. Discursos. I, Biblioteca Clásica Gredos 139, Madrid 1990. 33 V.V.A.A., Diccionario Griego-Español. Vol. 1. α - ἀλλά, Madrid 22008.
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enteramente ateo»34. En este apartado el diccionario añade un ejemplo tomado del tratado Sobre las Leyes, donde Platón critica a aquellos que piensan que los filósofos, si se ayudan de la astronomía, se vuelven ateos35. Y por fin, el diccionario hace mención de pensadores antiguos que han pasado a la historia como ateos por antonomasia, como Diágoras de Melos y Teodoro de Cirene, quienes según Cicerón36 «eliminaron sin ambages la existencia de cualquier naturaleza divina», o el sofista Protágoras, discípulo de Demócrito, quien se había ganado la reputación de ateo por iniciar su libro sobre los dioses afirmando: «con respecto a los dioses, yo no sé si existen o no ni cuál es su esencia»37, o incluso poblaciones enteras como nuestros compatriotas los Καλλαϊκοί, según la noticia de Estrabón38. De aquí se deduce que el ateo puede ser el que niega la existencia de los dioses, como Diágoras y Teodoro, que son los ateos por antonomasia en la literatura grecolatina, o como el ateo confeso de Protágoras, según la noticia de Eusebio de Cesarea, pero también quien enseña a creer en otros dioses distintos de los de la polis sin que él mismo se considere ateo, que es el caso de Sócrates, por cierto, uno de los ejemplos en los que se apoya el cristiano Justino para defenderse de las falsas acusaciones de ateísmo. En este caso, el significado de ἄθεος no es el que niega la existencia de los dioses, sino aquel al que le acusan de negar toda existencia divina porque pone en tela de juicio a los dioses de sus acusadores. El componente retórico de este significado, muy interesante para nuestro estudio, salta a la vista. Ahora bien, si en esta segunda acepción de la palabra observamos que el significado de negación de la existencia o imposibilidad de conocer presenta matices que alejan del sentido literal ciertos contextos de aplicación, la primera acepción que hemos presentado, el ateo como «el que menosprecia los dioses y sus leyes, impío, sacrílego, criminal», nos sumerge en un torbellino conceptual que nos permite afirmar de modo rotundo la complejidad semántica que entraña el concepto de ateísmo en los textos griegos antiguos. En efecto, para esta acepción, el diccionario asocia con ἀθεότης una no pequeña lista de vocablos de carácter 34 Platón, Apología 26c. 35 Platón, Las leyes 967a. 36 Sobre la naturaleza de los dioses 1,63. 37 Texto recogido por Eusebio de Cesarea, Preparación del Evangelio 14,3,7, y por Agustín de
Hipona, Contra Petiliano 3,21,25. También algunos testimonios denuncian como ateo al filósofo Epicuro (Eliano Sofista, Fragmentos 92a). 38 Geografía 3,4,16
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principalmente actitudinal, entre otros: ἀσέβεια (impiedad), ἀνομία (desprecio a la ley), ὕβρις (desmesura), ἀδικία (injusticia), δυσχερεία (antipatía) e incluye dentro de este ámbito la fórmula ἔγκλημα ἀθεότητος, «acusación de ateísmo» según la cual dicha actitud entra a formar parte de los delitos contra el Estado. A todo esto es preciso añadir como complemento el substantivo ἀνοσιότης (cf. ἀνόσιος) con el significado de «sacrilegio, desprecio de lo sagrado». Sirva como ejemplo de esta sorprendente ampliación del campo semántico la siguiente cita de Eurípides, en la que Helena de Troya, ésa que en el imaginario colectivo acumula los peores adjetivos con que se puede calificar a una mujer, resulta que, además ¡es atea!: «Tú eres hija de Zeus, Helena; tu alado padre te engendró en el seno de Leda. Después, tu nombre ha sido en tierra helénide símbolo de traición (προδότις) y de infidelidad (ἄπιστος), de injusticia (ἄδικος) y de ateísmo (ἄθεος)»39.
2.2. El léxico latino En el léxico latino, pues, no existe correlato autóctono para expresar ἄ-‐θεος, que es definido por el Catálogo de glosarios latinos mediante el entimema theos deus est, atheus qui caret deo40. Será Cicerón quien introduzca el concepto en la tosca lengua del Lacio por medio de la transliteración atheus, pero su aparición en los textos que nos interesan es sorprendentemente escasa. Interesante y productiva, sin embargo, es la convivencia del vocablo con impius (correspondiente, según el Thesaurus linguae Latinae, con ἀσεβής, ἀνόσιος, ἄθεος) e irreligiosus (en correspondencia así mismo con ἀσεβής) todos ellos agrupados en un texto muy significativo de Arnobio, uno de los mayores usuarios del ya latino atheus y una de las fuentes latinas más productivas para el tema que nos ocupa: «Nos llamaréis todo lo impíos que queráis, irreligiosos o ateos (impios, inreligiosos [...] aut atheos), pero nunca lograréis hacernos creer (numquam fidem facietis) que hay dioses de los amores, dioses de las guerras, dioses que siembran discordias, que inquietan los ánimos con furiosos estímulos»41.
El polemista Arnobio nos regala otra perla léxica, sacrilegus (correspondiente al gr. ἀνόσιος) con la que podemos completar este variado mosaico que estamos formando en torno al campo semántico del ateísmo en la Antigüedad: 39 Euripides, Helena 1144-‐1148, trad. L. A. de Cuenca, BCG 22, Madrid 1979. 40 Cf. Thesaurus linguae Latinae, s.v. atheos, (-‐us).
41 Arnobio de Sicca, Contra los paganos 3,28, trad. C. Castroviejo, BAC, Madrid 2003.
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«Confieso que ya hace tiempo, reflexionando en el ánimo mío sobre tales monstruosidades (rerum huiuscemodi monstra), solía maravillarme de que vosotros osarais llamar ateo, irreligioso, sacrílego (atheum inreligiosum sacrilegum), a quienquiera que afirme que los dioses no existen en absoluto o dude de ellos (deos esse omnino aut negent aut dubitent), o mantenga que ellos fueron hombres (eos homines fuisse) adscritos al número de los dioses a causa de algún mérito o poder»42.
Por su parte, Tertuliano, cuyo léxico no cuenta con el grecismo atheus, también insiste en los vocablos impius, sacrilegus, irreligiosus que serán luego utilizados por Arnobio: «¿Y cómo es que pecáis de impíos, sacrilegos e irreligiosos para con vuestros dioses (impii et sacrilegi et irreligiosi erga deos)? Os despreocupáis de ellos mientras afirmáis que existen (praesumitis esse), los destruís mientras los teméis (quos timetis, destruitis), e incluso os burláis de ellos (illuditis) mientras los reivindicáis»43.
Sin pretender entrar en profundidades inoportunas, cabe decir que, por analogía con el texto precedente, los tres conceptos: atheus, inreligiosus, sacrilegus, pueden ser en cierta medida equivalentes y no referidos individualmente a cada una de las nociones subsiguientes en el texto, toda vez que en el pasaje anterior es evidente la acumulación pretendida por Arnobio con el fin de expresar indignatio. En todo caso, se trata de tres actitudes que, a la vista del texto anterior de Arnobio, caracterizan a los ateos denunciados por Tertuliano que resultan ser ¡los propios romanos que acusan a los cristianos! Si agrupamos todos estos vocablos con el fin de clasificarlos en la medida de lo posible, observamos el siguiente resultado: *ἀθεότης > [ATHEUS] IMPIETAS IRRELIGIOSITAS ≈ ἀσέβεια (impiedad) IMPIETAS ≈ ἀνοσιότης (sacrilegio desprecio de lo sagrado) IMPIETAS SACRILEGIUM ≈ ἀνομία (desprecio a la ley) ≈ ἀδικία (injusticia) ≈ ὕβρις (desmesura) ≈ δυσχερεία (antipatía) ἔγκλημα ἀθεότητος (acusación de ateísmo)
A la vista de los datos cabe comentar que, en lo que respecta al latín, prácticamente deaparece la distinción entre lo nocional, el llamado ateísmo teórico 42 Arnobio de Sicca, Contra los paganos 5,30, trad. C. Castroviejo. 43 Tertuliano, Apologético 13,1, trad. C. Castillo, BCG 285, Madrid 2001.
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por Bernard Pouderon, y lo actitudinal, el ateísmo práctico44, toda vez que su equivalente impietas abarca términos de ambos campos. Por otra parte, los vocablos latinos por sí mismos no distinguen lo uno de lo otro, ya que el presunto ateo nocional no lo es en estado puro, sin que en los textos dejen de acompañar al término otros vocablos que indican actitudes de menosprecio; es decir, que en los textos latinos no encontramos al ateo sólo de pensamiento. Pero casi lo mismo sucede en el ámbito griego, donde la impiedad resulta ser prácticamente sinónimo de ateísmo. Prueba de ello es que en las traducciones consultadas no pocas veces ἄθεος es traducido por «impío». Por último, interesa añadir que el ámbito semántico de ἄθεος y ἀθεότης es completado también por contraste. Así sucede cuando el Diccionario Griego-‐ Español apunta que el antónimo de ἀθεότης es δεισιδαιμονία, concepto que encuentra en el vocablo latino superstitio un correlato léxico, que no semántico, como luego veremos. Como conclusión podemos afirmar que, si abordamos la acusación de ateísmo contra los primeros cristianos desde el léxico que nos facilitan las fuentes, resulta muy difícil poder precisar cuál es el asunto del que estamos tratando. Un último argumento para corroborar esta dificultad nos obliga a descender desde la abstracción y las taxonomías de los lexicones al trabajo de campo con los textos. Antes de abordar esta tarea es preciso advertir que la acusación de ateísmo a los cristianos aparece en estrecha relación con las persecuciones que éstos padecieron y resultará muy ilustrativo, por tanto, acudir a dos pasajes que presenten la polémica que se produce en contextos de persecución. El primero de los hechos tiene lugar en torno al año 16745 y es narrado en la carta que escribe, a la iglesia de Filomelio, la iglesia de Esmirna acerca del martirio de su obispo Policarpo. Durante una persecución a los cristianos el anciano Policarpo acaba siendo detenido y llevado al estadio por el poder imperial movido por las exigencias de las turbas que, días antes, al grito de "mueran los ateos" había 44 Athénagore. Supplique au sujet des chrétiens et Sur la resurrection des morts, Sources Chrétiennes
379, Paris 1992, 83, 111. 45 Para el problema de la datación cf. J. J. Ayán, Padres apostólicos, Biblioteca de Patrística 50, Madrid 2000, 319s.
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exigido la muerte de Policarpo. Dejemos al autor anónimo de la carta el protagonismo que merece: «Al ser conducido a su presencia, el procónsul le preguntó si él era Policarpo. Y como lo confesó, trató de persuadirlo para que apostatase, diciendo: "Considera tu edad" y otras cosas semejantes, tal como acostumbran a decir: "Jura por el genio del César", "cambia de parecer", "di: Mueran los ateos" (Αἶρε τοὺς ἀθέους). Pero Policarpo, con rostro severo, miró a toda la muchedumbre de paganos impíos que había en el estadio, levantó la mano hacia ellos, suspiró, dirigió su mirada hacia el cielo y dijo: "¡Mueran los ateos!" (Αἶρε τοὺς ἀθέους). El procónsul insistió diciéndole: "Jura, y te libero. Maldice de Cristo". Pero Policarpo insistió diciéndole: "Ochenta y seis años le llevo sirviendo y nada malo me ha hecho. ¿Cómo podría maldecir a mi Rey, que me ha salvado?"»46.
El segundo pasaje se remonta a los años del reinado de Nerón. Tras el incendio de Roma en el 64, Nerón encuentra en los cristianos un chivo expiatorio y se desencadena la primera persecución contra los cristianos en Roma. El historiador Tácito refiere que Nerón «presentó como culpables y sometió a los más rebuscados tormentos a los que el vulgo llamaba cristianos, aborrecidos por sus ignominias. Aquel de quien tomaban nombre, Cristo, había sido ejecutado en el reinado de Tiberio por el procurador Poncio Pilato; la execrable superstición (exitiabilis superstitio), momentáneamente reprimida, irrumpía de nuevo no sólo por Judea, origen del mal, sino también por la Ciudad, lugar en el que de todas partes confluyen y donde se celebran toda clase de atrocidades y vergüenzas»47.
Nos encontramos, pues, con dos testimonios primordiales en los que los cristianos son asociados respectivamente con ἀθεότης y con superstitio, vocablo éste que, como ya hemos apuntado, se correponde con el griego δεισιδαιμονία. Lo sorprendente, volviendo al griego, es que los diccionarios establecen que no sólo no existe relación alguna entre ambos, sino que significan realidades antagónicas. Dado que ambos vocablos, ἀθεότης y δεισιδαιμονία, aluden a realidades aparentemente antagónigas cuando, sin embargo, ἀθεότης y superstitio (el correlato latino de δεισιδαιμονία) aparecen en contextos similares dentro de la acusación a los cristianos y serían, en cierta medida, semánticamente equivalentes desde el momento en que los acusados de lo uno y de lo otro, los cristianos, acaban sufriendo la pena capital, interesa estudiar, frente a la tajante afirmación de los diccionarios, en qué medida ἀθεότης y δεισιδαιμονία guardan relación. Para ello 46 Martirio de Policarpo 9,2-‐3, trad. J. J. Ayán, Padres apostólicos, Madrid 2000. 47 Tácito, Anales 15,44, trad. J. L. Moralejo, BGC 30, Madrid 1980.
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resulta oportuno buscar el valor de ambos conceptos en una obra contemporánea a la época que estamos estudiando. Se trata de una obra de Plutarco, titulada Περὶ δεισιδαιμονίας, La superstición, una pieza de juventud y el primero de sus escritos teológicos, datado entre los años 70 y 80 después de Cristo. En este tratadito, el hombre de profundas convicciones religiosas que habría de ser sacerdote de Apolo y uno de los representantes del platonismo medio del siglo II, Plutarco de Queronea, defiende la tesis de que la superstición es un mal, una enfermedad, peor que el ateísmo. Entre ambas desviaciones se encuentra la verdadera piedad. Se trata de una obrita que tuvo tal fortuna en la posteridad que el propio Juan Jacobo Rousseau llegó a citar alguno de sus pasajes en el Emilio haciéndose eco de la tesis plutarquea del mal menor en este asunto, al afirmar que es preferible no tener idea ninguna de la divinidad antes que concebir indignas ideas acerca de ella. Pues bien, al comienzo de la obra, una vez que afirma que la ignorancia y el desconocimiento sobre los dioses son causas, respectivamente, para la existencia del ateísmo y de la superstición, Plutarco se detiene a definir ambos conceptos: «El ateísmo (ἀθεότης), al ser una opinión falsa de que no existe nada feliz e incorruptible, parece que, por su falta de fe en la divinidad, lleva hacia una especie de insensibilidad y, para él, el resultado de no creer en los dioses es el no temerlos. Pero la superstición (δεισιδαιμονία), como lo muestra también su nombre, es una opinión emocional y una creencia que produce un miedo que humilla y desalienta al hombre que cree que los dioses existen, pero que son adversos y funestos. Pues, en efecto, el ateo parece ser inflexible ante la divinidad, pero el supersticioso, agitado de forma no conveniente, se extravía. Sin duda, la ignorancia engendra en uno la falta de fe en aquello que le puede ayudar e impone, en el otro, la opinión de que es dañoso. Por esto, el ateísmo es un razonamiento falso, y la superstición una emoción nacida de un razonamiento falso»48.
El filósofo de Queronea establece dos actitudes humanas antagónicas que de alguna manera rechazan la divinidad: la primera de ellas, el ateísmo, al partir de la falsa opinión de que no existe la felicidad ni la incorruptibilidad, concluye que no puede existir aquella realidad, la divina, que podría encarnar ambas cualidades concebidas por él desde su experiencia negativa, dado que la condición mortal de los humanos está abocada al sufrimiento o a un destino que no es enteramente feliz y los tiene sometidos a la corrupción, llamados a la muerte paulatina e inexorable ya desde su nacimiento. Estas dos concepciones acerca de la vida 48 Plutarco, Sobre la superstición 165B-‐C (Stephanus), trad. C. Morales, J. García López, BCG 98,
Madrid 1986.
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humana pertenecen al acerbo común del pensamiento helenístico que por falta de tiempo me abstengo de comentar49. A diferencia del ateísmo, que es un juicio falso (κρίσις φαύλη), la segunda de ellas, la superstición, es para Plutarco una opinión que está condicionada por las emociones (δόξα ἐμπαθής) hasta el punto de que la creencia en los dioses resulta perniciosa pues en lugar de ser una ayuda para el ser humano éste experimenta el miedo que procede de los dioses a los que considera como arbitrarios y dañinos. La ignorancia y el desconocimiento como causas de estos procesos evoca el trasfondo platónico de la mentalidad de Plutarco en este punto. Ambos, ateísmo y superstición, son, además, fruto de un modo falso de razón: el primero por vía directa (λόγος διεψευσμένος) y la superstición, por su parte, es una moción originada por una falsa razón (λόγος ψευδής). Aunque la obra de que estamos hablando lleva como título Περὶ δεισιδαιμονίας, De superstitione, no es extraño que el tema principal vaya acompañado de correspondientes consideraciones acerca del ateísmo. En efecto, un hombre de profundas creencias religiosas como el de Queronea necesitaba, por una parte, el apoyo del contrario para exponer con más claridad lo que es la superstición. Pero, sin menoscabo de lo anterior, para Plutarco es imprescindible también dejar claro que el rechazo de la superstición no debe llevar a caer en otro error, ciertamente de menor gravedad, pero en definitiva un error como es el ateísmo. Este es precisamente el modo de actuar de algunos que profesan el ateísmo como rechazo de las posturas insoportables de los supersticiosos. En efecto, la superstición, dice en otro lugar50, procura al ateísmo el punto de apoyo para existir y los argumentos para defenderse, pues los comportamientos extravagantes de los supersticiosos provocan que algunos lleguen a afirmar que es mejor que no existan los dioses. 49 Remito, brevemente, al capítulo sobre la paradoja del justo doliente en la tragedia griega de la conocida obra de Charles Moeller, Sabiduría griega y paradoja cristiana, Madrid 1989, donde el conspicuo humanista y crítico literario pone de manifiesto cómo la literatura griega es toda un grito desgarrador emitido por el deseo frustrado de felicidad del hombre que se ve a sí mismo como medida del cosmos y, en segundo lugar, como es sabido, al binomio gerenación corrupción que, presente en el pensamiento de Platón y desarrollado en un tratado específicamente dedicado por Aristóteles, entre otros, se ha constituido en un transversal del pensamiento occidental (Timeo 52., Las leyes 6, 773E, 776B; Banquete 207D-‐208B); recuérdese, a este respecto, el octosílabo partimos cuando nacemos... en las Coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique. 50 Sobre la superstición 171A.
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Plutarco, probablemente haciéndose eco de las diatribas entre estoicos y cínicos, identifica a los ateos con estos últimos al afirmar que el ateo no cree ni en la justicia ni en la providencia51 —en tanto que ambas actuarían sobre la vida de los humanos procedentes de una instancia divina superior a los dioses cósmicos— y que, por el contrario, considera que los aconteceres humanos discurren en confusión y desorden52. En su defensa del ateísmo como mal menor cuando es comparado con la superstición, Plutarco manifiesta cierta indignación contra quienes afirman que el ateísmo es una impiedad (ἀσέβεια), pero no dicen lo mismo de la superstición53, de lo cual cabe deducir que en el universo léxico e ideológico del De superstitione la ἀσέβεια está más cerca de la δεισιδαιμονία que de la ἀθεότης. En su opinión, creer en los dioses que creen los supersticiosos es un acto de sacrilegio (ἀνόσιος) mayor que no creer en ellos54 lo cual también nos permite calificar de sacrilegio la superstición aún con más razón que el ateísmo55. Como se puede observar a simple vista, el tratado discurre con un procedimiento muy escolar, a base de enfrentar en cada tema las características propias del ateísmo con las de la superstición, de suerte que aparentemente el resultado de nuestra investigación habría resultado inútil, pues habríamos tenido que concluir que, en efecto el ateísmo y la superstición ciertamente se apartan ambos de la piedad pero son dos males irreconciliables entre sí. Sin embargo, al menos un pasaje de los que hemos estudiado permite establecer ciertos vínculos entre ambos. Dejemos que el propio Plutarco nos lo explique: 51 Respecto a la triple dimensión de la providencia en Plutarco, cf. Sobre el hado 9 (572F-‐573AB). 52 Sobre la superstición 168A. Más tarde, los cristianos utilizarán este mismo argumento, el de la
negación de la providencia divina, para considerar inaceptables las enseñanzas de los filósofos ateos. Es el caso de Orígenes, quien acuña la expresión «politeísmo ateo» (ἄθεος πολυθεότης, Orígenes, Contra Celso 1,1,17; 3,73,23). Según Gregorio Taumaturgo, el maestro alejandrino estimulaba a sus discípulos al estudio de filósofos y poetas, con la excepción de aquellos que profesaban la negación de Dios y de su providencia [Grégoire le Thaumaturge, Remerciement à Origène, 13, 151-‐152. Edición y traducción: H. Crouzel, apud P.F. Beatrice, «L'acusation d'athéisme contre les chrétiens», 133]. 53 Sobre la superstición 169F-‐170A. 54 Ibidem. 55 Con todo, el propio Plutarco, pasados los años, matizará su radical rechazo de la superstición en uno de sus tratados antiepicúreos (Sobre la imposibilidad de vivir placenteramente según Epicuro, 21 [1010C]). Cuando afirma que es preciso arrancar la superstición de la creencia en los dioses, advierte del peligro que existe de arrancar al mismo tiempo la fe en los dioses que profesa la mayoría de la gente, en referencia a las creencias populares.
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«El ateo no cree que los dioses existen, pero el supersticioso no quiere que existan, mas lo cree contra su voluntad, pues teme no creerlo, y, como Tántalo56, si pudiera escapar de la piedra que pende sobre su cabeza a causa de su temor y lo atormenta, se alegraría y celebraría la condición de ateo por su libertad. Pero, en cambio, el ateo no participa en nada relativo a la superstición, mientras que el supersticioso, aunque por elección es ateo, es demasiado débil para pensar sobre los dioses lo que quiere»57.
Como vemos en este pasaje, Plutarco nos da pie a considerar la superstición (δεισιδαιμονία) como una suerte de ateísmo cobardón, incapaz de negar la existencia de los dioses por miedo a que existan; el supersticioso sería, pues, el ateo que tiene miedo de no creer, es el ateo que tiene miedo de su ateísmo. En todo caso, el sentido para δεισιδαιμονία que aquí subyace no se aparta de sus raíces etimológicas: deído temer y daímo divinidad. Sea como sea, el pasaje que acabamos de presentar deja claro que la δεισιδαιμονία es una especie de ateísmo encubierto, lo cual nos permite seguir adelante en la investigación. Pese al hallazgo anteriormente presentado en el que aparecen ciertas confluencias entre los campos semánticos de los términos griegos ἀθεότης y δεισιδαιμονία, es preciso advertir que no existe plena identidad entre el sentido de δεισιδαιμονία en griego con su correlato latino superstitio, pues éste presenta un ámbito de significación más ambiguo. En latín, el concepto primario de superstitio, un sustantivo que no aparece hasta Cicerón, está determinado por la etimología de superstitiosus, su adjetivo correspondiente, más antiguo, que se relaciona con la adivinación en pasajes de autores de época arcaica como Plauto y Ennio pero que conserva aún este significado en algunos de época imperial como Tácito y Suetonio, ambos entre finales del siglo I y comienzos del II. Sin embargo en estos dos autores el ámbito de significación de lo adivinatorio aparece también expresado mediante el sustantivo religio, con el sentido de «sentimientos religiosos mezclados con la expectación ante el prodigio, la búsqueda de remedios para evitar lo prodigioso o el propio temor que se experimenta ante tales manifestaciones»58. También en Varrón59 aparece con el sentido de «temor ante la 56 Tántalo, según variantes del relato más conocido, fue castigado con un miedo eterno al estar una
peña constantemente suspendida sobre su cabeza con peligro de caer y aplastarlo. Sin duda, Plutarco alude aquí a este relato, recogido también por Píndaro Ístmica 8,10. 57 Sobre la superstición 170F. 58 Así, Suetonio (Vida de Augusto 90) refiere una lista de irracionales supersticiones que turbaban a Augusto, entre las que se contaban el temor insensato a los truenos y relámpagos cuyos peligros
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divinidad» y con este valor tanto religio como superstitio se corresponden con el concepto griego de δεισιδαιμονία que un siglo más tarde presentan los textos de Plutarco. Más tarde religio y religiosus acaban cediendo a superstitio y superstitiosus todo significado asociado con el temor, de suerte que ya el gramático Sexto Pompeyo Festo (siglo II dub.) atestigua una definición del hombre religioso en la que no destaca el miedo sino tan solo la veneración positiva y confiada hacia los dioses60. Otro ámbito de significación, más interesante para el estudio que nos ocupa, atribuye a superstitio valores de ámbito social relacionados por contraste con el concepto de exclusividad de la religión romana, bien sea: a) oponiendo religio publica a superstitio privada o particular, una acepción muy bien documentada en Suetonio61; b) ya sea para indicar un culto o una religión extranjera62; o c) en la acepción que más nos interesa, superstitio caracteriza una religión ilegal, no reconocida oficialmente por el estado romano, una religio iniusta; sirva como ejemplo de nuevo Suetonio quien califica así a la religión de los cristianos a la que, en un ejercicio de prodigalidad descriptiva, le dedica la expresión de superstitio nova ac malefica63 en un pasaje que hace referencia a los mismos sucesos atinentes a la persecución de Nerón del año 64 narrados por Tácito y que anteriormente hemos mencionado. A este ejemplo es preciso añadir otro que, curiosamente, nos creía conjurar llevando siempre consigo una piel de vaca marina; cuando se avecinaba una tempestad se escondía en paraje subterráneo y abovedado pues arrastraba un miedo cerval desde que un día vio caer un rayo cerca de él en un viaje nocturno. 59 Tal es la noticia de Agustín, La ciudad de Dios 6,9: Quale autem illud est, quod cum religiosum a superstitioso ea distinctione discernat, ut a superstitioso dicat timeri deos, a religioso autem tantum vereri ut parentes, non ut hostes timeri («¿Qué se quiere decir cuando se afirma que el religioso se diferencia del supersticioso en que éste teme a los dioses y, en cambio, el religioso los venera más bien como padres, que los teme como enemigos?», trad. J. Morán, BAC, Madrid 1958) 60 Sextus Pompeius Festus, Epitoma operis de uerborum significatu Uerrii Flacci fragmenta (W.M. Lindsay 1913) religiosus est deorum sanctitatem magni aestimans («el hombre religioso es el que tiene en gran aprecio la santidad de los dioses»). 61 Nerón 56: religiones aplicado a una diosa siria; Tiberio, 5, 3: religio refiriéndose al buey Apis; CIaudio, 25, 5: religio refiriéndose a los druidas y Domiciano 12, 1: religiosus aludiendo al atuendo de la religión isíaca. 62 Tito Livio 10,39,2 a los samnitas; Cicerón, Las Leyes 2,40 a Mater idaea. 63 Suetonio, Nerón 16,2: afflicti suppliciis Christiani, genus hominum superstitionis novae ac maleficae («Los cristianos, un grupo de gente con una superstición nueva y perversa, fueron entregados al suplicio»). Se acusaba a los cristianos del incendio de Roma. A su suplicio, dice Tácito, se añadía la irrisión; se los envolvía en pieles de bestias para que los perros los devorasen, se los ataba en cruz o se les embadurnaba el cuerpo con resina, encendiendolos por la noche como antorchas para alumbrarse. Nerón había cedido para este espectáculo, sus propios jardines. Orosio añade que iguales horrores fueron ejecutados en las provincias).
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acerca de nuevo, ya desde el ámbito latino, a la acusación lanzada contra Sócrates, de quien dice Quintiliano de Calahorra que fue acusado de corromper a la juventud y de introducir nuevas supersticiones64. Nos encontramos, pues, con una miscelánea de términos en latín y en griego asociados de alguna manera con el ateísmo, en tanto que negación o menosprecio de los dioses o de lo relacionado con lo divino, la religio, que no se corresponden exactamente entre sí. A la clasificación anteriormente propuesta es preciso añadir ahora, en griego, gracias a Plutarco, un sucedáneo de ἀθεότης, la δεισιδαιμονία, el temor a lo divino, cuyo correlato latino superstitio coincide sólo parcialmente, dado que a esta coincidencia semántica es preciso añadir, para la época que estamos estudiando, los significados de religión privada opuesta a la religio publica romana, de religión extranjera, no incorporada en el seno del inmenso saco de los cultos admitidos positivamente por la religión del estado que dominaba el Imperio, y de religión ilícita, de suerte que descripción lexicográfica podría representarse con la siguiente tabla: *ἀθεότης > [ATHEUS] ≈ ἀσέβεια (impiedad) ≈ ἀνοσιότης (sacrilegio desprecio de lo sagrado) ≈ ἀνομία (desprecio a la ley) ≈ ἀδικία (injusticia) ≈ ὕβρις (desmesura) ≈ δυσχερεία (antipatía) ἔγκλημα ἀθεότητος (acusación de ateísmo) ≈ ± δεισιδαιμονία: τῇ προαιρέσει ἄθεοτης
IMPIETAS IMPIETAS IMPIETAS
IRRELIGIOSITAS
SACRILEGIUM
/≈ ± / SUPERSTITIO religio privata religio aliena religio iniusta
A la vista de estos resultados ya no debe resultar extraño que, dentro del concepto de ateísmo en el expediente contra los cristianos, deban incluirse también no sólo todos aquellos calificativos que acompañan a los términos generales, sino también el concepto de superstitio que opera en el ámbito léxico de 64 Quintiliano, Instituciones sobre la oratoria 4,4,5 Socrates accusatus est, quod corrumperet
iuventutem et novas superstitiones introduceret.
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las fuentes latinas. Es posible, por tanto, afirmar fundadamente que la acusación a Policarpo y la que reciben los cristianos de Roma bajo Nerón, son ambas acusaciones de ateísmo. Pero, ¿cuáles son los motivos de una y de otra? ¿Responden a los mismos motivos? Como hemos visto en Plutarco, y ahora manejando ya los términos con la libertad de conocerlos, la calificación de ἀθεότης pertenece al ámbito nocional o, por mejor decir, doctrinal, lo que Pouderon denomina el ateísmo teórico65. Por su parte, la superstitio atiende a las cuestiones actitudinales, es decir, al modo como los cristianos se comportaban. Además, mientras que ἀθεότης puede referirse a la doctrina que profesa cada uno de los miembros de la comunidad, la superstitio atañe más a lo social, a los cristianos como grupo. Volvamos de nuevo al valor real de ambos tipos de acusación. Al igual que Sócrates es calificado de ateo sin serlo, ¿en qué medida los cristianos son realmente ἀθέοι o pertenecientes a una superstitio? O, más concretamente, ¿cuáles son las razones para lanzar una acusación que podía llegar a saldarse incluso con la vida del acusado? A la luz que arrojan los dos términos, estableceremos sendos ámbitos de análisis: en primer lugar el que atañe a la superstitio o la acusación de ateísmo práctico y, por razones de interés expositivo, dejaremos para el final el teórico. 3. Los motivos de la acusación 3.1. La acusación de ateísmo práctico: La superstitio y la libertad de conciencia como respuesta Como dice J. Scheid66, la religión romana tiene dos características que la definen. Es por un lado una religión social, en la que no es agente de la misma el individuo sino la comunidad, ya sea la familia, el gremio profesional, un grupo civil como el ejército o el senado y, sobre todo, la comunidad política. Por otro lado es una religión que se afirma mediante actos de culto, por medio de ritos arraigados en la tradición que deben ser conservados y celebrados con meticulosidad. Es Cicerón precisamente quien define la religio como un cultus deorum67. Este culto y los ritos a él ligados por tradición son celebrados y conservados con esmero. Dichos 65 Cf. Athénagore, 83. 66 «Religion et superstition à l'époque de Tacite: Quelques reflexions», en VVAA., Religión,
superstición y magia en el mundo romano, Cádiz 1985, 19-‐34. 67 La naturaleza de los dioses 2,8.
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rituales son celebrados en grupo, nunca individualmente, y son presididos por quien ejerce la responsabilidad de tutelar el grupo en concreto, ya sea por ejemplo el paterfamilias, o sobre todo, en el ámbito general de la res publica, los magistrados y sacerdotes. De ahí las contundentes afirmaciones que leemos en historiadores como Th. Mommsen y A. J. Toynbee. El primero decía que «la religiosidad es el patriotismo que se manifiesta de forma sacral»; y el segundo, que «un acto público de culto no era en sí una declaración explícita de fe religiosa sino una declaración de lealtad a la comunidad»68. Ante la superstitio, sea cual sea el tipo como ésta se manifieste, ya sea como culto extranjero practicado en el Imperio, ya sea como religión privada o incluso como religión ilícita, no permitida expresamente por el Estado, es decir, ante lo que Scheid llama la religiosidad subjetiva, la mentalidad religiosa romana en principio no se inmuta. Para el romano de época imperial que practica una religión cuyo fundamento no parte de la experiencia personal, sino de la adhesión a una comunidad en la que lo religioso es indefectiblemente político, el error, según Scheid, «no consiste en adorar a falsos dioses, en practicar una religión ilícita»69. Cuando los cristianos, u otros grupos, son acusados de superstitio no es porque practiquen una religión privada que escapa al interés de las autoridades encargadas de garantizar el bienestar de la religión cívica como causa del mantenimiento de la pax deorum, sino porque esta actitud comporta perniciosos efectos públicos, es decir, porque perturba de alguna manera el orden público. Y es entonces cuando los poderes públicos intervienen persiguiendo, no tanto la superstitio en sí misma, sino el robo , la violación, la violencia, la revolución o la alta traición (lesa majestad), vinculados a ella, con independencia de que éstos sean crímenes reales o acusaciones falsas, producto del infundio. El crimen cometido por superstitio, en definitiva, constituía un ataque a la sociedad y al Estado y no un crimen contra la religión. Desde esta perspectiva es como se deben entender las acusaciones de superstitio que aparecen en los textos de Plinio, Trajano y Tácito anteriormente registrados en este trabajo70. Por parte de los cristianos, las 68 Citados por P. Siniscalco, Il cammino di Cristo nell’Impero romano, Roma-‐Bari 21996, 67-‐68. Cf. J. J.
Ayán, «Libertad para vivir y cantar el don», 11-‐37. 69 Scheid, «Religion et superstition à l'époque de Tacite», 33s. 70 Cf. los pasajes relativos a las notas 26, 27 y 28.
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medidas que adopta el Estado contra ellos, intentando por la violencia ahormarlos dentro de sus estructuras religiosas, son identificadas como una injerencia inaceptable en su fe. Por ello, sabedores de que hay que obedecer a Dios antes que a los hombres (cf. Hch 5, 29), la respuesta de los cristianos a las acusaciones por superstitio71 pone de manifiesto de modo general una sorprendente libertad de conciencia frente a la presión del poder político, que muchas veces se sustanciaba arrostrando el martirio u otras penas severísimas, porque el Espíritu les instaba a sostener incluso hasta la muerte lo que proclamaban con su boca: «Deus maior est, non Imperatores»72. Las palabras de la mártir Perpetua, «hemos llegado voluntariamente hasta aquí para que nuestra libertad no sea derrotada»73 son un perfecto exponente de esta actitud. 3.2. La acusación de ateísmo teórico: Una nueva concepción de la liturgia como parte de la acusación de ἀθεότης Desde este punto de vista del ateísmo teórico se pueden aducir muchos aspectos doctrinales que forman parte del argumentario esgrimido por parte de la acusación y que se han puesto de manifiesto en las fuentes utilizadas a lo largo del estudio. Pero me ha parecido interesante destacar éste de la liturgia que, por lo general, no es tenido en cuenta entre los estudiosos. En este apartado discurro bajo la égida de un sugerente estudio de Patricio de Navascués74. De Navascués afirma que para los primeros cristianos la vida, muerte y resurrección de Cristo implicaban también una liturgia nueva y, por ello, concebían la carne como el templo donde se daba lugar el culto cristiano. De hecho, Arnobio, en Contra los paganos 6, 1, nos deja conocer la opinión que, por este motivo, circulaba en la sociedad acerca de los cristianos: «acostumbráis a cargarnos con el mayor delito de impiedad (crimen nobis maximum impietatis adfigere), porque no construimos templos para las ceremonias
71 Los cristianos, pese a su negativa a practicar cultos oficiales instituidos por el Estado o las ciudades particulares, no se declaran en rebeldía y, por lo general, muestran respeto y lealtad para con la autoridad política; cf. Ayán, Libertad para vivir y cantar el don, 20-‐25. 72 Actas del martirio de Saturnino 11 (Th. Ruinart, Acta Martyrum, Regensburg 1859, 419). 73 Martirio de Perpetua y Felicidad 18 (ed. J. A. Robinson). 74 P. de Navascués, «El templo del cristiano. Sobre la vida litúrgica», Revista española de teología 66 (2006) 27-‐58. El aspecto del culto como parte de la controversia contra los cristianos ha sido puesto de relieve por N. Brox, «Zum Vorwurf des Atheismus gegen die Alte Kirche», Trierer Theologische Zeitschrift 75 (1966) 274–82 según refiere P. F. Beatrice, «L'accusation d'athéisme contre les chrétiens», 139.
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del culto, no elevamos ni imágenes ni nada semejante a ninguno de los dioses, no erigimos altares ni aras, no ofrecemos la sangre de animales sacrificados, ni incienso, ni alimentos salados, y, por último, no ofrendamos un vino que se vierte en las libaciones de páteras. Nosotros, ciertamente, nos abstenemos de construir y de hacer todo esto, pero no porque alimentemos intenciones perversas o criminosas, o hayamos albergado, con temeraria presunción, cierto desprecio hacia los dioses, sino porque pensamos y creemos que (si realmente son dioses y adornados de la eminencia de este nombre) se ríen de los honores de esta clase, si realmente se ríen, o los soportan con indignación, si se expresan con los estímulos de la ira» 75.
Nótese que el hecho de que Arnobio califique esta acusación como de «máximo delito de impiedad» constituye un importante argumento para considerar el problema del culto como uno de los puntos fuertes que justificaba el rechazo al primer cristianismo por parte tanto de paganos como de judíos, como más abajo veremos. La innovación que subraya Arnobio, según de Navascués, no se ampara en la condición incircunscrita de Dios, ni en la conciencia de que el verdadero culto a Dios es el que se rinde en el interior, pues los filósofos estoicos y algunos judíos como el alejandrino Filón ya habían postulado de alguna manera estos principios76. La novedad consiste en que el lugar de culto, el lugar donde Dios pone su morada, es la carne gloriosa de Cristo y, de ahí, en virtud de su participación en el cuerpo de Cristo, la de los cristianos. De esta premisa se deriva que el culto no tenga un tiempo reservado sino que todo el tiempo sea apropiado para la alabanza y la ofrenda a Dios; y que los nuevos espacios litúrgicos, frente a la arquitectura de judíos o paganos, sean el universo entero y los propios cristianos77 cuyos lugares de reunión no son considerados durante los primeros siglos como lugares de culto. De Navascués subraya también que la incomprensión de este hecho por parte de los paganos suscitó no pocas acusaciones78. A este respecto la noticia de algunos insignes apologetas es elocuente. Atenágoras, frente a la acusación de ateísmo que conllevaba, defiende la práctica de un culto racional y un sacrificio incruento a Dios, pues el que es Artífice y Padre del universo y de los seres vivos no tiene necesidad de libaciones y grasa de víctimas como expiación, ni de humo de 75 Trad. C. Castroviejo. 76 Cf. M. Pellegrino, P. Siniscalco, M. Rizzi, Marco Minucio Felice. Ottavio, Corona Patrum 16, Torino
2000, 408-‐410. 77 cf. Hb 3, 1-‐6. 78 La situación tiene precedentes en el contexto judío de la iglesia primitiva cuando el protomártir Esteban, en el discurso que serviría de excusa para su lapidación, declara que Dios no habita en casas hechas por mano de hombre (Hch 7,48).
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sacrificios o aromas de flores e incienso79. Por su parte, Minucio Félix se entretiene en refutar la acusación del pagano Cecilio acerca del secretismo que implica el hecho de carecer de altares, templos y estatuas, indicio claro de que los cristianos veneran algo criminal y vergonzoso, argumentando que si el universo no puede contener a Dios cuánto menos un templo; que la ofrenda verdadera no consiste en devolver a Dios lo que es suyo, sino en ofrecerle «un alma buena, un espíritu puro, una conciencia sincera»80. Ya años antes la ironía de Tertuliano al servicio de la ofensiva antipagana había puesto de manifiesto cómo la ausencia de lugares de culto y el rechazo de sacrificios cruentos eran pilares de suma importancia en la acusación contra los cristianos: «Dejad que adore uno a Dios y otro a Júpiter; que uno eleve al cielo sus manos suplicantes y otro las tienda al altar de la Fe; que uno rece (si creéis que es así) mientras cuenta las nubes y otro, los techos artesonados; que uno ofrezca a Dios su propia vida y otro la vida de un chivo81».
Durante los tres primeros siglos los cristianos viven con la conciencia de no poseer otro templo que no sea el cuerpo de Cristo (cabeza y miembros)82. Ya no es sagrado el templo, o los ritos, o el concepto sociológico de nación o de pueblo, sino que, con palabras de Navascués, «todo espacio se ha hecho sagrado; [...] todo lo creado, en cuanto venido de Dios, servido por Dios, ungido por Dios y glorificado por Dios en las primicias de la carne gloriosa de Jesucristo, revela para los cristianos su destino a ser salvado, a ser indestructiblemente sacro, a ser el escenario de la liturgia definitiva y mediación indispensable de la misma, que habrán de cumplir cabal y perfectamente los hombres todos sobre toda la tierra»83.
79 Cf. Atenágoras, Súplica a los emperadores 13. 80 Cf. La acusación del pagano Cecilio, en Minucio Félix, Octavio 10,2, y la respuesta del cristiano Octavio en Íd., 32,1. La traducción en V. Sanz, Biblioteca de patrística 52, Madrid 2000. 81 Tertuliano, Apologético 24. La enumeración de miembros antitéticos contrapone en el texto las actitudes de los cristianos y las de los paganos. La última oposición juega con la ambigüedad semántica en latín de anima, «vida», «alma». (cf. C. Catillo García, Tertuliano. Apologético. A los gentiles, BCG 285, Madrid 2001, n. 250. 82 Para mayor abundancia argumental así como para el cambio que experimenta esta realidad a partir del siglo IV, cf. de Navascués, «El templo del cristiano». 83 De Navascués, «El templo del cristiano», 49. Cf. también J. J. Ayán Calvo, La promesa del Cosmos (hilvanando algunos textos de San Ireneo), Publicaciones de la Facultad de Teología "San Dámaso", Madrid 2005.
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Conclusión A lo largo de estas líneas he presentado un panorama general que pudiera ilustrar el contenido de la acusación de ateísmo desde los testimonios que nos ofrecen las fuentes. Éstas nos han mostrado que los cristianos viven relaciones conflictivas ya desde el principio con los judíos y más tarde, como fruto de su expansión, con las gentes, con los intelectuales y con las estructuras que conforman el Imperio romano. Pero también dichos textos nos han mostrado una compleja amalgama léxica vinculada a la acusación en la que he intentado mostrar que la polémica sobre el ateísmo de los cristianos no pivota sólo sobre la familia griega ἄθεος ἀθεότης, sino también sobre el vocablo latino superstitio que presenta un correlato léxico pero no una plena identidad semántica con δεισιδαιμονία. Por medio del tratado Sobre la superstición de Plutarco hemos estudiado las relaciones no siempre antagónicas entre ateísmo y superstición en el universo conceptual griego y, mediante los testimonios latinos, hemos visto cómo el concepto de superstición en el universo mental romano, más que a un estilo timorato de ateísmo, como en el caso griego, designa un grupo religioso que de alguna manera se sitúa al margen de la religión oficial romana. Simplificando quizá en exceso, he acabado concluyendo que la acusación de ateísmo contra los cristianos se puede sustanciar en dos aspectos. El primero de ellos pone de manifiesto que la acusación de ἀθεότης tendría mayor relación con el ateísmo teórico, uno de cuyos puntos de conflicto es la nueva concepción del culto religioso y de la liturgia, que en los primeros siglos del cristianismo no están constreñidos por limitaciones de espacio ni de tiempo. El otro aspecto es el que atañe a la concepción del cristianismo como una superstitio incómoda de una u otra manera para los poderes públicos quienes, pese a las persecuciones, no logran, por lo general, someter la libertad de conciencia que confiere al cristiano ser miembro de una nueva raza (tertium genus de Tertuliano) con una dignidad renovada y un modo nuevo y peculiar de ciudadanía asentadas en la salvación que otorga el Hijo de Dios hecho carne.
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