Manual para salir de la cárcel
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Manual para salir de la cárcel Imprimir
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Escrito por Antoni Castells Talens Creado: 24 Junio 2015 Visto: 164 Xalapa, Ver.- En la pequeña bocina sonaba Vivir mi vida, de Marc Anthony, a volumen moderadamente alto. Milton, de 64 años y cuerpo de halterofilista, se levantó y se puso a bailar, mezclando movimientos de salsa con pasos moonwalk. Exhibía buen ritmo. Bajo su tupido mostacho una sonrisa mostraba más que satisfacción, libertad. Su público, también sentado en sillas escolares, lo alentaba con risas y aplausos. En otro rincón, Luigi y Rosana, que pasaban de los 20 años sin llegar a los 30, también comenzaron a bailar como si estuvieran en un antro un sábado por la noche. Pero el lugar no era un antro, ni tampoco era fin de semana. Era la mañana de un lunes de primavera de 2015 y estábamos en un austero salón del penal de Pacho Viejo, en las afueras de Xalapa.
Edición octubre 2015
No sé por qué Luigi y Rosana están allí. Tampoco sé por qué está Milton, aunque en más de una ocasión me ha dicho que hasta perdió la cuenta de la gente que ha matado. Sé que el sistema judicial mexicano está tan agusanado que cualquiera puede caer en la cárcel, haya o no violado la ley, sobre todo si es pobre y carece de dinero. Lo sé, y lo sabe el cuarto de millón de presos en México y sus familias, cifra que sitúa a nuestro país en la séptima posición mundial en números absolutos, y en el sitio 64 en números relativos, en cuanto a población penitenciaria. Cómo acabé en la cárcel es fácil de explicar. En 2011, una antropóloga me invitó a participar en un círculo literario para promover la lectura en el reclusorio. Yo era, soy, investigador y en seguida me di cuenta de que las inquietudes culturales de los presos son mayores a las que nos hacen imaginar los prejuicios. Platicando con internos se me ocurrió impulsar un programa para fomentar el intercambio de ideas, usando la música como medio. El plan era tan sencillo que me pareció posible de funcionar. Escucharíamos canciones de todo el mundo sobre un tema en particular y después de cada canción, la analizaríamos y aprovecharíamos para platicar en libertad del tema del día. Con el nombre de Músicas del Mundo, pretendía combinar un espacio con un foro de expresión en un contexto poco propicio a la comunicación libre. En 2012 presenté el proyecto a las autoridades educativas del Cereso, como un programa de vinculación del Centro de Estudios de la Cultura y la Comunicación de la Universidad Veracruzana, y dos semanas después comenzó el experimento que en mi mente equiparaba a un programa de radio comunitaria sin antena, con música, micrófono abierto y participación popular, pero sin transmisor. A los participantes les entregué un cancionero de elaboración propia con traducción al español en el caso de las baladas en inglés, portugués, maya, italiano, occitano, catalán y francés. Chico Buarque, Georges Moustaki, Marc Parrot, Renato Carosone, Paco Ibáñez, Maria del Mar Bonet, Garth Brooks, Mercedes Sosa, Pulp, Raimon, José Afredo, Malpaís, Nadau, Les Luthiers, Gossos i Dani Macaco, Edith Piaf. El coctel ecléctico de música abarcaba medio mundo y ocho décadas, de 1940 a 2011. El resultado, no lo niego, fue inestable. Cada sesión duraba de dos a tres horas. La participación fluctuaba entre ocho y 10 participantes, con picos de 12 o 15, y un par de sesiones en las que sólo se presentaron dos personas y me hicieron preguntarme si era hora de arrojar la toalla. En mis lecturas acerca de experiencias participativas en cárceles del mundo, encontré que la baja participación es normal y que sólo la persistencia consolida programas de esta naturaleza. A pesar de la inestabilidad en el número de asistentes, el contenido del programa despegaba. Los participantes se abrían, aunque con limitaciones; se comenzaba a construir un clima de buen humor, con respeto; un ambiente donde se dialogaba, se escuchaba, y donde yo intentaba promover concordia y una cultura de la paz. Para conseguirlo, buscaba una participación no limitada a expresar opiniones, sino una participación que les permitiera sentirse agentes de cambio. La propia dinámica del programa alentaba a los integrantes a manifestar sugerencias, con la intención de que pasaran de ahí a acciones de empoderamiento. Ya desde mi primera reunión para explicarles el proyecto surgió una idea genial: incorporar canciones de los mismos participantes y algunos de ellos aparecían con guitarras e interpretaban sus propias creaciones.
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Otra sugerencia fue cambiarle el nombre al programa. A pocas semanas de iniciarlo, me propusieron rebautizarlo como Oveja Negra, en honor a la primera canción que escuchamos, Be negre, del barcelonés Marc Parrot. Al ver el impacto de esa canción, activé los contactos que me quedan en mi Cataluña natal para contactar a Marc Parrot. Le conté de su éxito y él me mandó un videomensaje explicando su canción. • Impune ataque a Cencos • México no respalda a los periodistas • Ecología de los medios; la dimensión ambiental del impacto mediático: Carlos Scolari
‒Es increíble que alguien del otro lado del charco nos pele -dijo Carlos. otro lado de la barda! -replicó Marcos. La respuesta fue unánime: “Tenemos que responderle con un video”. Fui al piso de arriba de la prisión, a las oficinas de las autoridades. La subdirectora técnica se mostraba reticente a meter una cámara al penal y me sugería que mandáramos una carta escrita. Al final logré hablar con el director del Cereso, quien fue más receptivo y nos permitió filmar la respuesta. La edité y la mandé. Después de ésta, llegaron más videocartas de cantantes, actores, académicos y gente de radio. Desde el penal, contestábamos las que podíamos. Tras el éxito, la práctica del empoderamiento comenzaba a arraigar. Venían más sugerencias: ¿Y si vemos cortometrajes también? Hecho. ¿Y si miramos una película un día? Hecho. ¿Y si filmamos un video para explicar al resto de la población lo que hacemos? Hecho.
CARTÓN
Patriotas
Bueno, eso fue un fiasco. El resultado de hacer un video participativo sin experiencia fue que acabamos con cuatro directores con ideas muy distintas acerca del inexistente guión. Filmamos durante dos días hasta que nos dimos cuenta de que el video no iba a ninguna parte y abortamos la operación para volver a escuchar canciones. ¿Y si decidimos nosotros los temas de las próximas semanas? El “¿y si...?” se convirtió en una herramienta que daba frutos. Y sí. Pasaron a decidir ellos los temas de las canciones a escuchar y a analizar y yo, desde la universidad y con la ayuda de becarios, otros investigadores y una red de corresponsales virtuales, buscábamos canciones de los temas que ellos votaban: Naturaleza, infidelidad, la muerte y la vida, vicios, desamor, rebelión, mujeres, golpes de la vida, música tradicional, prisión, deportes, soledad, racismo y esclavitud, narcotráfico, protesta, mitos y leyendas, abuso de poder, rupturas amorosas, agua, libertad. Los comentarios al estilo “cuando estoy aquí se me olvida que estoy preso”, “al escuchar esta canción, me transporté; estaba en un concierto, no en la cárcel” o “aquí me siento como persona, no como preso”, se repetían en las discusiones y en alguna evaluación que organizamos. Estábamos “bajando la barda”. Ahora, si en la mente de todos había una dicotomía de concreto entre el “afuera” y el “adentro”, teníamos que subvertir estos conceptos y llevar el afuera adentro tanto como fuera posible.
Sitios de interés
Para lograrlo, además de videocartas, buscamos visitas. Llegaron estudiantes de posgrado a dar pláticas de música y compositores que actuaron sin cobrar: Francisco González, miembro fundador del conjunto californiano Los Lobos; un cuarteto de músicos de la Orquesta Sinfónica de Xalapa; un grupo de son jarocho. La idea de salir de la cárcel metiendo a gente de afuera también resultó.
Platicando con internos se me ocurrió impulsar un programa para fomentar el intercamb io de ideas, usando la música como medio
Con libertad de expresión, con respeto a las ideas, con visitas físicas y por video, con imaginación y música de todo el mundo; con una cultura de no violencia y sobre todo, con participación; desde hace tres años en un penal de Veracruz, un grupo de presos construyen un manual para salir de la cárcel, aun estando dentro.
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