MANANTIALES, ACEQUIAS Y ALQUERÍAS. Caracterización arqueológica de la huerta islámica y bajomedieval en torno a un eje vertebrador del poblamiento: el río Tarafa. Aspe (Alicante)

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Descripción

Departamento de Prehistoria, Arqueología, Historia Antigua, Filología Griega y Filología Latina

[TRABAJO FIN DE MÁSTER 2014]

MANANTIALES, ACEQUIAS Y ALQUERÍAS CARACTERIZACIÓN ARQUEOLÓGICA DE LA HUERTA ISLÁMICA Y BAJOMEDIEVAL EN TORNO A UN EJE VERTEBRADOR DEL POBLAMIENTO: EL RÍO TARAFA (ASPE, ALICANTE)

FELIPE MEJÍAS LÓPEZ

TUTORA: SONIA GUTIÉRREZ LLORET

MANANTIALES, ACEQUIAS Y ALQUERÍAS CARACTERIZACIÓN ARQUEOLÓGICA DE LA HUERTA ISLÁMICA Y BAJOMEDIEVAL EN TORNO A UN EJE VERTEBRADOR DEL POBLAMIENTO: EL RÍO TARAFA (ASPE, ALICANTE)

Alicante, septiembre de 2014

Departamento de Prehistoria, Arqueología, Historia Antigua, Filología Griega y Filología Latina

[TRABAJO FIN DE MÁSTER 2014]

MANANTIALES, ACEQUIAS Y ALQUERÍAS CARACTERIZACIÓN ARQUEOLÓGICA DE LA HUERTA ISLÁMICA Y BAJOMEDIEVAL EN TORNO A UN EJE VERTEBRADOR DEL POBLAMIENTO: EL RÍO TARAFA (ASPE, ALICANTE)

FELIPE MEJÍAS LÓPEZ

TUTORA: SONIA GUTIÉRREZ LLORET

El trabajo de campo realizado hasta ahora ha puesto de manifiesto también la acelerada degradación que, de año en año, se produce en los espacios hidráulicos creados en el antiguo al-Andalus, un país que ya no existe. La investigación debe por lo menos acelerarse tanto como la degradación y la conversión del espacio hidráulico en un lugar desafecto, en un desierto. Los campesinos andalusíes, musulmanes, veían en el jardín (^yanna) la imagen perfecta del paraíso (…). El jardín es el espacio hidráulico más intenso y artificioso, como son supongo, todos los paraísos. Los campesinos andalusíes perdieron sus paraísos a manos de nuestros ancestros que los conquistaron, dominaron, asesinaron y expulsaron. Actualmente estamos en el trance de no poder conservar la vieja y arrebatada herencia. Estamos, incluso, perdiendo los paraísos perdidos.

Miquel Barceló (1989: XXXVII)

En mi opinión, la caracterización geomorfológica de las llanuras de inundación obliga a reconsiderar o al menos matizar uno de los principios fundamentales de la arqueología hidráulica teórica, el principio de estabilidad de los espacios regados, que “...permite que ahora podamos estudiarlos y sea posible reconstruir su diseño original”. Aunque el trabajo de campo arqueológico siempre es necesario, no conviene olvidar que los sistemas de regadío en los llanos de inundación no están obligatoriamente sujetos a los mismos principios de rigidez y estabilidad que caracterizan otros sistemas hidráulicos, como por ejemplo las terrazas irrigadas en zonas de pendiente, y que por tanto en estos ambientes el primer trabajo de campo ha de ser el geomorfológico, so pena de equivocar la estrategia y obtener conclusiones arqueológicas totalmente anacrónicas. Esta singular concurrencia de condiciones ambientales, sin duda “lamentable” desde un punto de vista arqueológico, puede determinar que en ocasiones los únicos indicios de la existencia de un espacio hidráulico imaginado sean estos humildes arcaduces. Convendremos entonces que los conocimientos históricos que se obtienen a partir de su estudio son cualitativamente muy importantes: concedámosles pues una categoría científica superior a la del fetiche.

Sonia Gutiérrez (1996a:13)

ÍNDICE

RESUMEN

……...……………………………………………………………………... 9

PRÓLOGO

………………………………………………………………………...….. 10

1.

INTRODUCCIÓN

……………………………………………………………….…. 16

1.1. Estado de la cuestión y objetivos 1.2. Planteamiento, condicionantes, limitaciones 1.3. Fundamentación teórica y metodológica

2. EL ÁMBITO DE ESTUDIO: TIERRA FÉRTIL Y MANANTIALES EN UN RINCÓN DE SHARQ AL-ANDALUS

……………………………………………………………….. 30

2.1. El marco geográfico-espacial 2.2. Geomorfología y red hidrográfica: las fuentes del Tarafa 2.3. El marco temporal. Del ‘Asf islámico al Azpe el Nuevo cristiano

3. HUELLAS DE PIEDRA Y AGUA: ARQUITECTURAS HIDRÁULICAS Y ARQUEOLOGÍA ISLÁMICA EN LAS TERRAZAS DEL RÍO TARAFA

…………………… 37

3.1. Estructuras de aprovechamiento hidráulico 3.1.1. Los azudes 3.1.2. Las acequias 3.1.3. Norias, balsas, pozos 3.2 La evidencia arqueológica 3.2.1. Sobre alquerías, necrópolis, baños y mezquitas 3.2.2. El registro material cerámico

4. LA HUERTA DE ASPE: ¿UN SISTEMA HIDRÁULICO ANDALUSÍ?

…………………... 79

4.1. Cartografía antigua y toponimia: palabras con mensaje 4.2. Fotointerpretación y certezas: hacia una caracterización arqueológica de la huerta islámica de Aspe

5. CONCLUSIONES ………………………………………………………………....... 98

6. BIBLIOGRAFÍA

………………………………………………………………....... 100

7. ÍNDICE DE FIGURAS ……………………………………………………….......… 109

RESUMEN Los manantiales que dan origen al río Tarafa, principal afluente del Vinalopó, han favorecido la ocupación intensiva y continuada en el tiempo de las terrazas y espacios vinculados al curso medio del río por parte de comunidades campesinas islámicas, cuando menos desde el periodo almohade. La localización en diferentes puntos a ambos lados del cauce de nuevos asentamientos con contextos materiales cerámicos de probable adscripción califal-taifal, junto al análisis arqueológico de los sistemas hidráulicos de las huertas del Aljau, Fauquí y Mayor rastreando especialmente su existencia durante el periodo andalusí nos permiten abrir una nueva vía de investigación que aborde por primera vez la caracterización arqueológica de los modos de ocupación y explotación del territorio existente en torno a Aspe previos a su teórica fundación posconquista a mediados del siglo XIII. PALABRAS CLAVE

Río Tarafa, Aspe, huerta andalusí, sistema hidráulico, comunidad campesina, almohade, taifas, califato, Arqueología islámica, Fauquí, Aljau, Huerta Mayor, Vinalopó.

ABSTRACT The springs that give rise to Tarafa River, the main tributary of Vinalopó River, have favored intensive and continuous occupation along the time of the terraces and spaces linked to the middle reaches of the river by Islamic peasant communities, at least from the Almohad period. The location at different points on both sides of the riverbed of new settlements with califal-taifal ceramic materials contexts, assignment by the archaeological analysis of hidraulic systems of Aljau, Fauquí and Mayor irrigated gardens especially tracking its existence during the Andalusian period allows us to open a new way of research that addresses for the first time archaeological characterization of the occupation and exploitation styles of the territory around Aspe, before its postconquest theoretical foundation in the mid-thirteenth century. KEY WORDS

Tarafa River, Aspe, andalusí irrigated garden, hydraulic system, Islamic peasant communities, almohad, taifa, caliphate, Islamic Archaeology, Fauquí, Aljau, Mayor Garden, Vinalopó.

PRÓLOGO Que Aspe ha vivido y bebido de las aguas del río Tarafa desde hace cuando menos un milenio es algo que muy pocos de sus actuales habitantes saben. Y sin embargo así fue, hasta que en la segunda mitad del siglo XX el pueblo le dio por primera vez la espalda, convirtiéndolo en un lugar marginal, sucio y apartado de cualquier actividad pese a encontrarse a la vista de todos. Casi de repente, en apenas 20 años, el río había dejado de existir como espacio productivo y proveedor de agua dulce y se había convertido en un vertedero invadido por los escombros, la maleza y el cieno. Diferentes factores contribuyeron a este abandono. Sin duda uno de ellos fue la puesta en explotación de los acuíferos de la Sierra de Crevillente y el Argallet, con la perforación de pozos a partir de la segunda mitad de la década de los 50. Esta circunstancia provocó un cambio drástico en la fisonomía del campo aspense, que en apenas diez años vio multiplicarse por dos la superficie regada en detrimento del secano y de los que hasta entonces habían sido cultivos tradicionales de la huerta histórica de Aspe: el olivo, el cereal y la uva vinificable, junto a las verduras y hortalizas. Excepto estas últimas, las demás producciones prácticamente desaparecieron desplazadas por los frutales y sobre todo por la uva de mesa, que llegaría a constituirse en un verdadero monocultivo con el paso de los años. Los caudales del río, mucho más exiguos aunque secularmente aprovechados hasta la última gota, fueron ahora despreciados ante este verdadero tsunami que llevó agua abundante a casi todos los rincones del término. De manera simultánea se produjo una fuerte reactivación de la actividad industrial, especialmente en los sectores con mayor arraigo en la economía local como la industria cerámica, alpargatera, del mueble o de aparatos eléctricos, a las que se añadió la del plástico. El éxodo rural imperante en aquellos años, favorecido por la necesidad urgente de mano de obra que atendiese los nuevos puestos en el campo y las fábricas, provocó que la población de Aspe pasase de los 8.700 habitantes con que contaba en 1950 a los 15.000 en 1980. Evidentemente el crecimiento espacial del pueblo fue espectacular. El núcleo urbano, que apenas había experimentado modificaciones desde la segunda mitad del siglo XVIII y se encontraba abrazado, sin apenas solución de continuidad, por un cinturón de acequias, huertas y campos cultivados que llegaban hasta las mismas tapias de las casas, se vio rodeado en apenas

quince años por toda una orla de barrios levantados de manera apresurada y sin apenas planificación, con el único fin de dar un acomodo rápido a todo aquel aluvión migratorio. Como no podía ser de otra manera, esta ampliación se hizo a costa de los espacios cultivados sin respetar ni siquiera la huerta tradicional, de tal modo que una vez rebasada la línea que secularmente había marcado a modo de limes infranqueable entre Aspe y su huerta la acequia del Fauquí, la mancha urbana se extendió imparable ocupando más de 200.000 m2 de las mejores tierras del término. Aunque en menor medida, la huerta del Aljau también se vio afectada por esta situación, perdiendo cerca de 40.000m2. Nada de todo esto contribuyó a una conservación mínimamente digna del sistema hidráulico generado y mantenido por el río Tarafa. Extremadamente frágiles, aunque en un sutil equilibrio que los mantuvo en perfecto funcionamiento durante siglos, ambos fueron abandonados a su suerte engullidos por los nuevos tiempos. Las acequias que alimentaba el río fueron condenadas; las huertas a las que abastecían comenzaron a perder importancia e incluso a abandonarse en detrimento de otras tierras con una parcelación más eficiente; el cauce se convirtió literalmente en una cloaca donde se vertían impunemente los deshechos de numerosas industrias y las aguas residuales de la población… Salvo algunas intervenciones puntuales llevadas a cabo en los años 80 y 90, como la instalación de una estación depuradora o el débil intento de acondicionamiento medioambiental del cauce en el entorno de las Fuentes-Rafica, lo cierto es que el río y su entorno más inmediato continuaron degradándose. Hubo que esperar hasta 2010 para que esta situación comenzara a revertirse. Finalmente y a instancias del propio Ayuntamiento, la Confederación Hidrográfica del Júcar inició en octubre de ese año las obras de restauración medioambiental del río Tarafa con un presupuesto cercano a los 5 millones de euros, para lo que se contó con la financiación de los Fondos Europeos de Desarrollo Regional (FEDER). Evidentemente, una actuación de esta naturaleza debía contar con el correspondiente seguimiento arqueológico, puesto que en base al informe preliminar la obra incidía directamente sobre diferentes estructuras de aprovechamiento hidráulico dispuestas en el cauce, tales como azudes, acequias, molinos o acueductos, a algunos de los cuales se les presuponía un origen cuando menos moderno. La existencia de evidencias arqueológicas en la banda de afección del proyecto, y la alta probabilidad de que apareciesen nuevos

yacimientos durante las remociones de tierras que se iban a efectuar en la práctica totalidad de los taludes y terrazas aledañas al río, hacía todavía más necesaria esta tarea de seguimiento. Tras la concesión del correspondiente permiso de la Dirección General de Patrimonio de la Conselleria de Cultura, con referencia 2011/0013-A (SS.TT.: A2007-0577), finalmente nos fue encomendada la dirección de estos trabajos a través de la empresa ARPA Patrimonio S. L., labor que desempeñamos hasta marzo de 2013, cuando el proyecto llegaba a su fin. Durante los dos años y medio de intervenciones en los 9 km de que consta el cauce hemos tenido la oportunidad de supervisar de manera intensiva y continuada las actuaciones llevadas a cabo: los primeros desbroces; las constantes remociones y acopios de tierras; el perfilado, retranqueo y acondicionamiento de taludes y terrazas; las excavaciones y sondeos realizados para la instalación de diferentes infraestructuras; las intervenciones restauradoras sobre las fábricas de azudes y acueductos; o incluso la excavación con metodología arqueológica de un puente del siglo XVIII de cuya existencia no se tenía constancia y que localizamos bajo el firme del antiguo camino real de Alicante a Madrid. Aunque a priori la propia naturaleza del espacio (el cauce de un río-rambla) hacía presuponer que los hallazgos de interés arqueológico iban a ser muy limitados, la realidad fue muy distinta. Salvo en los 3 primeros kilómetros del cauce, donde la ausencia de agua y las características geomorfológicas del terreno circundante pudieron determinar desde antiguo el nulo interés por la ocupación de sus riberas, el resto del curso fluvial y la franja de tierras que atraviesa han demostrado tener un potencial arqueológico enormemente interesante. Y lo que hemos podido entrever sin ningún género de dudas ha sido una intensa ocupación islámica de las riberas del Tarafa en su curso medio, hasta el punto de formar en algunos sectores un verdadero continuum que, a grosso modo y con todas las reservas a falta de profundizar en el estudio del patrón de asentamiento, la explotación del territorio y la cultura material, podría remontarse al periodo califal. Pese a que el seguimiento terminó hace más de un año, durante este tiempo hemos seguido tratando de ampliar nuestro conocimiento sobre el poblamiento en torno al río Tarafa. En su momento ya avanzamos mediante un artículo (Mejías López, 2012) cuáles habían sido los principales hitos del seguimiento. Más recientemente hemos insistido al respecto (Mejías López, 2013), aunque esta vez centrados en la gestación y

caracterización de la red viaria y la trama urbana junto al castillo del Aljau, yacimiento bajomedieval ubicado sobre el margen izquierdo del Tarafa que fue excavado en 2010 por ARPA Patrimonio S. L. Ya en los últimos meses y como parte del periodo de prácticas del propio máster, que hemos realizado en ARPA, se han vuelto a estudiar los materiales cerámicos recogidos durante nuestro seguimiento. Evidentemente, la elección de este asunto como eje central del trabajo fin de máster que ahora presentamos era casi inevitable. Nuestra intención era catalogar e interpretar en su contexto las estructuras hidráulicas distribuidas a lo largo de todo el curso del río y avanzar en la caracterización arqueológica de los nuevos yacimientos islámicos localizados, utilizando para ello el estudio de los materiales cerámicos recogidos durante el seguimiento. Sin embargo, en mayo de este año hemos localizado en los archivos del Instituto Geográfico Nacional una documentación histórica de primera magnitud, que había permanecido inédita hasta ese momento y que en buena medida nos ha hecho replantearnos el enfoque del trabajo: el vuelo fotogramétrico Alicante-Elda de 1935, en el que aparecen 43 fotografías obtenidas sobre la vertical de Aspe y sus huertas (Mejías López, 2014). El volumen y la calidad de la información que emana de estas imágenes es de tal calibre que resulta imposible abordar su análisis en tan corto periodo de tiempo. Además, lo temprano de su cronología da un valor añadido al hecho de que recojan desde el aire el aspecto andalusí del parcelario de nuestras huertas históricas, solo unos pocos años antes de que fueran definitivamente transformadas. Así pues, y sin dejar de lado el planteamiento inicial de nuestro trabajo, hemos creído oportuno modificar el enfoque de este estudio abarcando, como no podía ser de otra manera, el estudio arqueológico del territorio regado por las aguas del Tarafa, mucho más amplio y complejo que la franja de terrazas fluviales inmediata al curso del río. No obstante, esta decisión inexorable lleva aparejadas una servidumbre y un compromiso: por un lado, acrecienta la sensación agridulce de que estamos iniciando un trabajo que necesariamente va a quedar inacabado, bosquejado, aunque pensamos que con sus líneas maestras fuertemente trazadas. Y por otra parte, nos hace reafirmarnos en el convencimiento de que este estudio no es sino un paso más en la dirección que nos proponemos seguir en los próximos años: la investigación arqueológica, profunda y metódica, de esta realidad histórica a la que ahora nos enfrentamos y, si es posible y

finalmente lo merecemos, la consecución del doctorado. Con esa intención se plantea. El tiempo nos dirá si hemos acertado. *** Quiero agradecer, en primer lugar, la ayuda y el apoyo ofrecidos durante la gestación y desarrollo de este estudio a Sonia Gutiérrez Lloret. Su cálida acogida cuando opté por elegirla como tutora de mi trabajo fue un verdadero aliciente al que siguió una larga serie de incentivos, acertados comentarios y orientaciones de impagable valor que me ha ido ofreciendo durante las largas conversaciones que hemos mantenido todos estos meses, a veces a costa de robarle un tiempo que no me pertenecía. Mi agradecimiento también para los profesores Ignacio Grau, Javier Jover, Carolina Doménech, Jaime Molina y Fernando Prados. Sus precisiones acerca de la orientación y extensión de este trabajo, y sobre todo sus enseñanzas durante el curso de máster han sido muy valiosas para mí. Hago extensivo este agradecimiento a mis compañeros, con algunos de los cuales he tenido la ocasión de compartir interesantes y largos debates acerca del enfoque de nuestros trabajos, algo que sin duda ha contribuido a mejorar el mío. De entre ellos quiero destacar a Eloy Poveda por su ofrecimiento para la elaboración de un modelo digital del terreno en el que incluir los yacimientos sobre los que trata este trabajo. Han sido varias las personas que me han ofrecido su ayuda, su tiempo y sus conocimientos. Entre ellas se encuentran el historiador y amigo Gonzalo Martínez Español, quien lleva años poniendo a mi disposición abundante documentación escrita, planos y material cartográfico antiguo sobre Aspe y el río Tarafa, todo ello en buena medida inédito. Sin su aportación este estudio quedaría notablemente mermado. José María Pérez Ballester merece cuando menos mi agradecimiento más sincero por sus desvelos y entrega desinteresada a la hora de facilitarme algunas entrevistas con personas relacionadas con el campo aspense. Sus indagaciones han dado sus frutos con la localización de varios legajos del siglo XIX, hasta ahora desconocidos y relacionados con la gestión de las acequias y el regadío tradicional de Aspe. También gracias a él pude contactar con Manuel Asensi, agricultor veterano y profundo conocedor del sistema hidráulico del río Tarafa, a quien agradezco su compañía y sus valiosas observaciones durante la visita realizada a las huertas del Fauquí y Aljau.

Mi agradecimiento también para el arqueólogo José Ramón García Gandía, de quien nunca dejo de aprender. Sus enseñanzas, su apoyo y amistad, sus ofrecimientos de bibliografía y sobre todo, de conocimiento y experiencia, me son de una gran ayuda. A José Ramón Ortega, gerente de ARPA Patrimonio, por su amistad sincera y el trabajo compartido en el río, al que hemos adoptado como si de un hijo se tratase. También por la confianza incondicional que viene depositando en mí desde que comencé a trabajar en el Tarafa y sobre todo por su excelente disposición y las facilidades dadas para abordar este estudio. Quiero agradecer a Carlos Berenguer, presidente de la asociación cultural Amatarafa, el interés mostrado por la puesta en valor y la protección del patrimonio arqueológico y etnológico existente en el río, y el hecho de que me haya elegido para reforzar esa tarea. Gracias a mi familia y amigos por comprender las ausencias y saber esperar. También por supuesto a Loli, por estar siempre ahí aunque no la vea, vigilando esa burbuja protectora hecha de silencio y tiempo en la que ando metido. Y a mi hijo Felipe, por las risas perdidas y los juegos que no hemos compartido durante este año y que desde ya mismo prometo recuperar. A ellos dos va dedicado este trabajo.

Aspe, septiembre de 2014

1. INTRODUCCIÓN 1.1. Estado de la cuestión y objetivos El origen del asentamiento de la actual ciudad de Aspe ha sido tradicionalmente interpretado como una fundación inmediata a la conquista de estas tierras por las tropas castellanas tras la firma del Pacto de Alcaraz en 1243. La historiografía que ha abordado este asunto (Azuar, 1994: 25-26; Asencio, 1998: 180-188) insiste en señalar esta circunstancia como determinante para que se produjese un abandono forzoso por parte de la población almohade de la fortaleza del Castillo del Río, que pudo intensificarse hacia 1249, cuando se produce la conquista del castillo de Elda. Tan solo se concede la posibilidad de que el inicio de ese traslado, aunque esta vez de manera voluntaria, pudiera anticiparse a 1225 a partir de la expedición castellana de castigo al reino de Murcia comandada por Álvar Fáñez, durante la cual se produjo un enfrentamiento de cierta relevancia con los habitantes de „Asf en el que estos últimos resultaron derrotados. Asentando a los musulmanes en el llano junto al Tarafa, en un lugar desprotegido, se evitarían posibles revueltas, al igual que se hace en localidades como Novelda, Agost o Cieza (Azuar, 1994: 237). En 1252, el rey castellano Alfonso X ya cita en su Privilegio otorgado a la ciudad de Alicante la existencia de dos enclaves con el nombre de Aspe: Azpe el Viejo (el Castillo del Río) y Azpe el Nuevo. Es por tanto en este año cuando se cita por primera vez la existencia del Aspe actual. Este planteamiento de trasvase poblacional entre ambos enclaves, con el que en principio coincidimos, otorgaba tácitamente a la villa de Aspe la categoría de fundación ex novo, sin más fundamento que las escasas fuentes escritas o los paralelismos con otros lugares. Se obviaba completamente por inexistente el estudio arqueológico del emplazamiento y su entorno, algo que a día de hoy todavía no se ha producido más que de forma muy puntual y aun así en la microescala, necesariamente descontextualizada, que suponen las escasas intervenciones arqueológicas efectuadas en diferentes solares del casco urbano. Ninguna de ellas ha publicado la memoria de excavación, salvo la del Castillo del Aljau (Ortega, 2013); los informes preliminares tampoco son concluyentes, ofreciendo la mayor parte de ellas materiales pertenecientes a contextos bajomedievales y modernos. La aparición residual de cerámicas almohades en algunas de estas actuaciones nos está hablando de cronologías que van desde la segunda mitad del siglo XII hasta la segunda mitad del XIII, por lo que de momento y mientras no se efectúen

intervenciones arqueológicas de calado en el casco urbano que acometan el estudio de secuencias estratigráficas completas, no se puede concluir nada determinante de su análisis1. Así pues, sin entrar por el momento en una cuestión tan importante como es la identificación de cuál pudo ser el espacio productivo vinculado a los habitantes del Castillo del Río algo sobre lo que más adelante incidiremos cuando hablemos de las huertas, sí queremos poner claramente de manifiesto la necesidad de que debe ser la Arqueología la que comience a ofrecer información y respuestas sobre el cuándo, dónde y cómo se verifica el poblamiento en el actual asentamiento de Aspe. En honor a la verdad hay que indicar que ya se dieron hace unos años algunos pasos en esta dirección. La publicación de la carta arqueológica de Aspe (García Gandía, 2008) supuso el primer intento serio de sistematización de los yacimientos arqueológicos del término municipal. La labor de prospección que la sustenta, efectuada entre 1994 y 1999, permitió la identificación de los yacimientos islámicos del Aljau y la cercana necrópolis del Camino Arena, situados ambos sobre las terrazas del margen izquierdo del río, en el barrio del Castillo (García Gandía, 2008: 111-117). Coincidimos con el autor en la caracterización cronológica atribuida a los enclaves (siglos XII-XIII), así como en su hipótesis acerca de la posible presencia en la zona de poblamiento islámico anterior a la ocupación almohade del Castillo del Río, pese a que la prospección no proporcionó materiales cerámicos significativos que pudieran adscribirse a cronologías emirales, califales o taifales, algo que sí hemos podido confirmar (si bien en otros lugares relativamente distantes) durante nuestro seguimiento en la obra de acondicionamiento del río. A pesar de no contar en su momento con un registro material que apoyase cronologías de ocupación para el lugar anteriores a la conquista, el autor se basa en otro tipo de fuentes. Por un lado, la mención que se hace a la alquería de Asf en el «Ṭarsī al-„Ajbar» del geógrafo Al-„Ud̠rī, escrito entre 1066 y 1085. En unas fechas para las que el Castillo del Río no ha aportado de momento ningún tipo de material, esta noticia le hace pensar en la posibilidad de que Al-„Ud̠rī pueda estar refiriéndose a este yacimiento del Aljau. Por otra parte, la existencia del topónimo Castillo para definir ese lugar y la sospecha razonable de que pudo existir una fortificación cercana, que el autor confirma apoyándose en documentación notarial del 1

Nos consta la aparición de material cerámico almohade en las intervenciones llevadas a cabo en los

solares de la calle Guzmán el Bueno 24, en la zona del Aljau; en c/Santa Faz 10-esquina con calle Discretos y la muy cercana c/Virgen del Carmen 4; y en el propio Castillo del Aljau.

siglo XVIII. García Gandía argumenta con toda lógica y a la luz de lo que se sabía en aquel momento una cronología para este castillo anterior a la conquista, basándose en la imposibilidad de que la población almohade expulsada del Castillo del Río pudiese levantar ningún tipo de fortificación bajo dominio castellano (García Gandía, 2008: 156-158). Concluye de todo ello la hipótesis de que dicho castillo pudo estar vinculado a esa alquería del Aljau y deja entrever para el conjunto la posibilidad de remontarse a una cronología cuando menos taifal. La localización durante su prospección de cerámicas tardoantiguas plantea una interesantísima cuestión acerca de la continuidad del poblamiento en el Aljau más allá de los siglos VII-VIII. Se habla de la «fosilización de un asentamiento tardorromano» (2008: 116), aunque existiría un hiato ocupacional, cuando menos hasta el siglo XI, que los registros materiales no podían desmentir en ese momento. Aunque todavía vigente en sus líneas maestras, investigaciones posteriores han matizado algunas de estas afirmaciones. La excavación del castillo del Aljau en 2010 ha ofrecido cronologías para la estructura que arrancarían en la segunda mitad del siglo XIV (Ortega Pérez, 2013: 188-194); como ya hemos indicado, la presencia testimonial de cerámicas almohades habría que relacionarla con el patrón de asentamiento tipo alquería que ocuparía ese espacio en los siglos anteriores. A falta de nuevas campañas de excavación en el yacimiento que pudieran ofrecer estructuras islámicas fortificadas directamente relacionadas con esta algo bastante improbable, aunque no imposible, somos de la opinión de que se trata de una fortaleza bajomedieval construida un siglo después de la conquista cristiana. Efectivamente, habría sido una incongruencia difícilmente justificable la construcción de una estructura fortificada por parte de la población almohade después de 1243, puesto que no fueron ellos quienes la levantaron. Por lo que respecta al material cerámico, hemos localizado siguiendo el curso del río y partir de 500 metros del castillo fragmentos significativos de adscripción califal-taifal en al menos tres sectores, situados a ambos lados del cauce y separados entre sí a intervalos de unos 400-600 metros. Destacan numerosos fragmentos de jarritas con decoraciones pintadas en óxido de hierro, que nos recuerdan a contextos califales cercanos como los de la Rábita de Guardamar, la calle Curtidores/Filet de Fora en Elche, o los del Castellar de Morera, también junto al pantano de Elche. No menos significativo ha sido el hallazgo de una forma prácticamente completa modelada a

torneta que responde a la tipología de «olla valenciana», aunque en nuestro caso con un asa (Bazzana, 1984; Gutiérrez Lloret, 1999; Lorrio y Sánchez de Prado, 2008). Todas ellas podrían encuadrarse sin problemas en un horizonte cronológico que abarcaría la segunda mitad del siglo X y la primera mitad del XI, pudiendo corresponder a la olla tal vez incluso una cronología emiral del siglo IX2. A la vista de estos antecedentes surgen una serie de cuestiones a las que se intentará responder a lo largo de las siguientes páginas, aun siendo sabedores de que muchas de ellas no tienen una fácil respuesta, o tal vez ni siquiera la tengan, al menos de momento. Incluso es muy posible que en lugar de respuestas lo que obtengamos sean nuevas preguntas. Sea como fuere, nuestra intención es generar conocimiento y debate a partir de esta propuesta de estudio, que, como ya hemos dicho, es un primer paso en un proceso de investigación planteado a más largo plazo. Para ello hemos formulado una serie de objetivos. En todos ellos prevalece la certeza de que es el río Tarafa el factor fundamental que condiciona cualquier tipo de actividad y poblamiento en el territorio estudiado, al menos durante la fase islámica andalusí. Nuestra intención primordial es llegar a identificar sobre el terreno e interpretar con metodología arqueológica los diferentes elementos que conforman el paisaje histórico de las tierras vinculadas al curso medio del río Tarafa, donde la impronta islámica es indiscutible. En este empeño nos centraremos especialmente en distinguir cuál es el patrón de explotación del territorio, esto es, los procesos de trabajo y los espacios donde se desarrollaron esas actividades productivas, especialmente las vinculadas con el cultivo de la tierra y los usos del agua extraída de las fuentes del río. En nuestro caso nos referimos a los sistemas hidráulicos de la huerta de regadío andalusí de Aspe, sobre la que pretendemos avanzar en el conocimiento de su morfología y extensión originales y aventurar su posible evolución diacrónica, aunque siempre incidiendo en su primera fase previa a la conquista. Pretendemos igualmente identificar el patrón de poblamiento de este territorio para el periodo andalusí, avanzando también en el conocimiento de cómo pudo afectarle el nuevo sistema feudal impuesto tras la conquista. En base a las evidencias arqueológicas recogidas durante nuestro trabajo de campo, intentaremos conocer la cronología, ubicación y características morfológicas de los asentamientos, muy 2

El estudio de estos materiales cerámicos se aborda de manera más detallada en el epígrafe 3.2.2.

posiblemente alquerías, donde se alojan las comunidades tribales de campesinos que diseñan y explotan este territorio. Tampoco olvidaremos abordar el estudio de los lugares de enterramiento y culto, incidiendo en cómo estos se relacionan y vertebran espacialmente con las huertas y alquerías. En definitiva, ¿cuáles son las preguntas que le formulamos al territorio? ¿Y al registro material? ¿Qué queremos saber exactamente? Sin ánimo de ser exhaustivos, estas serían algunas de esas preguntas: - ¿Cuáles son los patrones de ocupación y explotación del territorio en torno al actual emplazamiento de Aspe durante los siglos IX al XIII? ¿Era un espacio poblado? ¿Era un espacio cultivado? Y si así fuera, ¿dónde se ubicaban esas posibles alquerías y a qué momento histórico pertenecen? - ¿Cómo se materializa el poblamiento almohade en el área de estudio? ¿Existieron alquerías almohades en torno al río Tarafa anteriores a la conquista? ¿Es posible establecer algún tipo de relación social, económica o demográfica entre el poblamiento del Castillo del Río y el asentamiento actual de Aspe? Y en el proceso posconquista ¿hasta cuándo perviven esas alquerías? ¿Se produjo una paulatina concentración de la población en Aspe el Nuevo? - ¿Cuál es origen y diseño de las huertas del Fauquí, Mayor y Aljau? ¿Existían antes del siglo XIII? ¿Se mantuvieron después de la conquista? ¿Es posible rastrear su existencia? Y en tal caso ¿qué información pueden aportarnos para comprender la dinámica histórica del territorio en el que se insertan? 1.2. Planteamiento, condicionantes, limitaciones Ya hemos indicado en otro lugar que el origen de este estudio se remonta a 2010, cuando tuvimos la ocasión de dirigir el seguimiento arqueológico de la obra de rehabilitación medioambiental del cauce del río Tarafa. El trabajo de campo que realizamos durante los tres años que duró la actuación nos permitió obtener una visión bastante completa de cuál era la realidad arqueológica del territorio atravesado por el río, especialmente de sus riberas y las terrazas más próximas. Desde un primer momento pudimos advertir cómo tras los desbroces y perfilados llevados a cabo en los cortes de esas parcelas recayentes al río, se podía

observar con cierta frecuencia la presencia de materiales cerámicos de filiación almohade y bajomedieval y muchas veces asociadas a ellas, aunque no siempre, estructuras significativas de mampostería y/o tapial. Comenzamos de esta manera a georreferenciar los hallazgos intentando a la vez rastrear las características cronoculturales del asentamiento al que podían pertenecer. Con esta información espacial pudimos acotar al cabo de pocas semanas un tramo del cauce de unos 3 km de longitud que se caracterizaba por la abundancia y calidad de los restos localizados, que aparecían además en los dos márgenes. Los tres primeros kilómetros del río ofrecían en todos los casos resultados negativos a la prospección; los tres últimos, a partir de la zona donde encuentra la Mina de Barrenas, parecían responder a una realidad histórica diferente, ya no islámica sino más antigua y al parecer vinculada a la explotación de la tierra en zonas más separadas del cauce, hacia el interior de la Huerta Mayor o las parcelas del Campet, ya en el término municipal de Novelda. Aunque a priori no se contemplaba la realización de prospecciones, en la práctica la propia dinámica del seguimiento nos obligó a realizarlas, si bien limitándonos a los lugares más próximos y directamente relacionados con el ámbito de actuación de la obra, esto es, una franja de terreno de 100 metros a cada lado del cauce. Este planteamiento fue más que suficiente para confirmar lo que ya intuíamos durante la inspección de los cortes orientados hacia el río: nos encontrábamos en un espacio con evidencias claras de un poblamiento diseminado aunque potente y continuado en el tiempo, al menos entre los siglos XII y XIV, aunque con evidencias claras que apuntaban a posibles horizontes califales, cuando no paleoandalusís. Es conveniente indicar aquí que buena parte de los materiales cerámicos recogidos durante el seguimiento no procedían de secuencias estratigráficas sino que se obtuvieron en prospecciones de superficie, con todo lo que ello conlleva acerca de su posible desplazamiento y alteración por fenómenos posdeposicionales, tanto de origen antrópico como morfogenético. En cualquier caso nuestra primera intención no era tanto ubicar los yacimientos con precisión sino más bien ir estableciendo acotaciones y aproximaciones cronológicas, especialmente para los lugares de los que no se disponía de información arqueológica de ningún tipo. Y esas preguntas las podía responder el registro cerámico con bastante solvencia. Además, la propia naturaleza de los trabajos, muchos de ellos efectuados con maquinaria pesada y retroexcavadoras, favorecía con

relativa frecuencia la observación de secuencias estratigráficas fiables al incidirse sobre los cortes verticales de los escarpes en los taludes del cauce, algo que también pudimos comprobar al supervisar varios sondeos y excavaciones de zanjas en parcelas cercanas. En varios de estos casos pudimos seleccionar material cerámico significativo en ocasiones piezas completas en deposición cuasi primaria, como la ya citada «olla valenciana» completando el plus de fiabilidad para la información que nos ofrecía el registro recogido en superficie. Para nuestro planteamiento de trabajo de campo, la cerámica se ha constituido en un indicador cronológico perfectamente aceptable. Sin embargo existen una serie de factores que no han jugado a nuestro favor. Durante estos años hemos podido comprobar el importante aporte sedimentario de origen cuaternario que se encuentra cubriendo algunos de los yacimientos existentes junto al río, resultando especialmente potente en la huerta del Aljau donde hemos podido constatar colmataciones sobre materiales cerámicos cercanas a los tres metros de espesor. Este hecho pone de manifiesto otro de los obstáculos que condiciona notablemente el alcance de nuestro estudio: no existen excavaciones arqueológicas en el ámbito espacial acotado para este trabajo, más allá de la ya citada del castillo del Aljau de ámbito espacial y cronológico muy reducido y de las escasas intervenciones urbanas de las que ya hicimos mención. Las excavaciones de la necrópolis de Vistalegre en 1985 (Roselló Cremades, 2012), perteneciente al siglo VII, o la de Pará de Juan 103 (García Gandía, 2008: 100-104), realizada en 2003 en la zona norte de la Huerta Mayor y correspondiente a una villa romana posiblemente altoimperial, se salen del marco crono-espacial de nuestro trabajo. Partimos casi de cero en este sentido. Pero no son estas las únicas limitaciones. Echamos en falta la ejecución de una estrategia de prospección intensiva y sistemática que vaya más allá del condicionante espacial establecido por el propio curso fluvial y que nos permita evaluar el alcance real de la realidad arqueológica del territorio vinculado al río. Sería deseable igualmente abordar el estudio en profundidad de la estructura morfológica de las tres huertas regadas por el Tarafa así como el de la red de acequias que las alimenta, incorporando el uso de los sistemas de información geográfica (SIG) a la información recogida. Todo ello debería combinarse con un trabajo serio y metódico de vaciado documental en archivos históricos locales y en otros como el de la Corona de Aragón, el Archivo del Reino de Valencia o el Archivo Histórico Nacional, donde nos consta que existe

numerosa documentación referente a la comunidad mudéjar del Aspe bajomedieval. Evidentemente, se trata de un trabajo que apenas hemos podido abordar por su magnitud y evidente necesidad de tiempo, recurso del que no disponemos por el momento. Al trabajo de campo ha seguido el de gabinete, en cuya última fase nos encontramos. La estructura de este trabajo fin de máster se ha planteado pensando en un proyecto de investigación doctoral que pensamos emprender en breve; a ese espíritu responde este guión, que indudablemente sufrirá recortes y modificaciones, aunque pensamos que las líneas maestras de esa futura tesis ya aparecen trazadas aquí. Hemos dividido el estudio en cinco bloques. Tras algunas consideraciones que introducen y contextualizan nuestra investigación dentro del marco espacial donde se desarrolla, abordamos en el primer bloque o Introducción un estado de la cuestión, analizando la escasa producción historiográfica existente sobre la arqueología aspense, que no va mucho más allá del yacimiento del Castillo del Río (cuyo último estudio data de hace 20 años) o de la reciente monografía publicada sobre el Castillo del Aljau. Detallamos también cuáles son los principales objetivos que pretendemos cumplir y las dificultades con las que nos hemos encontrado. Por último, contextualizamos metodológica y teóricamente los fundamentos de nuestro trabajo, claramente deudor de los preceptos de la Arqueología Espacial o del Paisaje, aunque no solo de esta. En el segundo bloque tratamos de definir brevemente el marco crono-espacial que da soporte a nuestra investigación. Incidimos en el papel determinante que juegan tanto la estructura del relieve local como las características geomorfológicas particulares del terreno donde nace el río; ambos contribuyen a explicar el porqué del poblamiento en este determinado lugar. Se ofrecen también algunas precisiones acerca del encuadre cronológico que hemos elegido para este trabajo, a caballo entre el mundo andalusí tardío y la nueva realidad feudal impuesta tras la conquista cristina de mediados del siglo XIII. El tercer bloque, al que hemos querido llamar Huellas de piedra y agua: arquitecturas hidráulicas y arqueología islámica en las terrazas del río Tarafa, pretende constituirse en un inventario de los elementos estructurales levantados a lo largo del tiempo para controlar las aguas del río y dirigirlas a las huertas: azudes, acequias, norias y balsas... El capítulo se completa con un registro de los yacimientos

arqueológicos que hemos localizado durante el seguimiento, tanto los que ya están inventariados en la Dirección General de Patrimonio de la Conselleria de Cultura como los que están todavía en la fase inicial de caracterización y estudio. Haremos hincapié en su ubicación y naturaleza, tratado de establecer relaciones espaciales entre los lugares de poblamiento, enterramiento y culto. Finalmente entraremos en el estudio del material cerámico recogido durante el seguimiento, si bien tan solo analizaremos aquellas piezas significativas que nos han aportado información cronológica de relieve, dejando para una siguiente fase el estudio pormenorizado, en el que se incluirá el dibujado de las piezas. Hemos reservado un cuarto bloque, La huerta de Aspe: ¿un sistema hidráulico andalusí? para interpretar y discutir acerca de lo que pensamos es el eje principal de este trabajo: el río Tarafa y su vinculación histórica con las huertas de regadío desde época andalusí. Trataremos de demostrar estos vínculos utilizando herramientas como la fotointerpretación, la toponimia o el análisis de las redes de caminos que atraviesan esas huertas, algunos de los cuales hemos podido rastrear documentalmente desde la Baja Edad Media. Finalmente concluiremos tratando de compendiar los principales asuntos tratados y estableciendo cuáles son los pasos a seguir en la investigación a partir de este trabajo. Evidentemente todo ello se acompaña de un listado bibliográfico y los correspondientes apéndices. 1.3. Fundamentación teórica y metodológica Es evidente que este estudio tiene una base de origen claramente procesualista. Pensamos que la Arqueología Espacial, y más concretamente la Arqueología del Paisaje, pueden ofrecernos las herramientas apropiadas para acometer un estudio arqueológico que incumbe a un territorio en el que un curso fluvial como es el río Tarafa determina de manera indudable la distribución de los diferentes asentamientos, la relación existente entre ellos y la explotación que los habitantes de esos asentamientos hacen de su entorno. Entendemos que el análisis arqueológico de un paisaje histórico tan fuertemente condicionado por los usos del agua como es el que nos ocupa no podía realizarse sin contar con los preceptos de la Arqueología Hidráulica. Se trata de una disciplina

relativamente joven cuyos primeros postulados comenzaron a concretarse a principios de los años 80 de la mano de su principal impulsor y teórico, Miquel Barceló. Su ya clásico El diseño de espacios irrigados en al-Andalus: un enunciado de principios generales (1989) abrió nuevas perspectivas de estudio para los espacios agrarios de regadío dentro del mundo islámico peninsular. El esfuerzo normativo empleado en este artículo y en otros que le siguieron generó una verdadera escuela de interpretación arqueológica en la que diferentes autores han colaborado con aportaciones metodológicas que matizan muy levemente lo que Barceló ha ido dictando: el concepto de sistema hidráulico y el principio de rigidez que lo vertebra y condiciona; la necesidad de una planificación previa en base a un diseño establecido que se adapta tanto a las necesidades de la comunidad que lo explota como a la topografía del lugar donde se instala... (Barceló, Kirchner y Navarro, 1995: 51-71)3. Evidentemente esta estrategia investigadora no está exenta de lagunas, de las que somos plenamente conscientes. Se trata de un cliché en ocasiones demasiado rígido que tiende a ignorar aspectos tan decisivos para la interpretación arqueológica como es la dinámica tan cambiante de la morfología del territorio en los valles fluviales, o el estudio de la cultura material cerámica, algo que ya ocasionó un interesante y tenso debate entre Miquel Barceló y Sonia Gutiérrez en los años 90 (Gutiérrez Lloret, 1996a; Gutiérrez Lloret, 1996b; Barceló, 1996; Barceló 1997), que finalmente pudo resolverse de alguna manera cuando el propio Barceló, durante su intervención en el congreso Trobada de joves investigadors: paisatge, poblament i espais agraris en època andalusina celebrado en la Universidad de Valencia en junio de 2011 acabó aceptando las críticas de Gutiérrez que atribuían un planteamiento ucrónico a los primeros postulados de la Arqueología Hidráulica. Es evidente que la Arqueología Hidráulica también lo es de los espacios agrarios. Para el estudio de los lugares donde se realiza el trabajo por parte de los campesinos es imprescindible analizar también cómo se relacionan estos espacios con los asentamientos rurales que los explotan. De esta manera vemos que el yacimiento 3

Por lo que se refiere a los principios metodológicos de la Arqueología Hidráulica podrían considerarse

como artículos de referencia los de Kirchner y Navarro, 1993; González Villaescusa, 1996; Navarro 1996; Ron, 1996; Malpica Cuello, 1999; Retamero, 2006; Sitjes, 2006; Torró Abad, 2007; Guinot Rodríguez, 2008a; Guinot Rodríguez y Selma Castell, 2008; Kirchner et alii 2010 y Malpica Cuello, 2012, entre otros muchos.

arqueológico es algo más amplio, un territorio inscrito dentro de un paisaje cultural que hay estudiar de manera global. Bajo este prisma, la Arqueología Hidráulica nos será útil en tanto en cuanto sus postulados se complementen con el tratamiento de fuentes documentales, con el estudio de la toponimia del territorio abarcado, o con otras técnicas útiles para el estudio del parcelario de las huertas como la fotointerpretación a ser posible con fotografía aérea antigua, como es nuestro caso, los SIG, la prospección o la propia excavación arqueológica. No podemos olvidar que estamos estudiando el comportamiento de una sociedad rural andalusí, donde tienen mucho que decir la Arqueología Medieval, o más concretamente la Arqueología Islámica. Pierre Guichard abrió brillantemente el camino para el avance normativo y metodológico de esta arqueología, todavía joven, cuando publicó en 1976 su ya clásico Al Andalus. Estructura antropológica de una sociedad islámica en Occidente. El componente sociológico, tribal y clánico, de los grupos musulmanes que trabajan la tierra queda aquí perfectamente reflejado. Pero no se puede realizar un estudio completo de los espacios gestionados por una comunidad islámica si no se acomete la tradicional dinámica metodológica, aunque no por ello menos efectiva, de excavar-estudiar-interpretar-publicar. El estudio de la cultura material que ofrecen estas excavaciones es fundamental para establecer inferencias aprovechables; un ejemplo paradigmático de los avances que se pueden conseguir estudiando el registro material cerámico lo encontramos en los trabajos de Sonia Gutiérrez Lloret (1992; 1999; 2012c), con su ya clásico La Cora de Tudmir. De la Antigüedad tardía al mundo islámico. Poblamiento y cultura material (1996c), convertido en manual de referencia para cualquier estudio arqueológico que pretenda acercarse a los contextos materiales cerámicos islámicos más tempranos. Igualmente aprovechables nos parecen los estudios que sobre los espacios residenciales rurales de al-Andalus, especialmente las alquerías, han venido publicando autores como Carmen Trillo (2006); Josep Torró (2009) para la evolución de los lugares de habitación mudéjares; Jorge Eiroa (2012) o la propia Sonia Gutiérrez (2012a). Utilizando como soporte esta base teórica hemos adoptado «una manera de hacer», una metodología un tanto mestiza pero adaptada a la realidad física y cronocultural que nos planteaba el territorio sobre el que hemos efectuado nuestro estudio. La base de nuestro planteamiento es intentar dar respuesta a las preguntas sobre

la configuración del primer poblamiento islámico en torno al actual asentamiento de Aspe y también al posible origen andalusí de sus huertas. ¿Qué herramientas pensamos utilizar para avanzar en esta tarea? Resulta fundamental efectuar una aproximación a la topografía original del territorio para entender sus condicionantes naturales y cómo estos afectan a la distribución de los espacios donde se desarrolla la actividad humana. Utilizaremos para ello cartografía actual, tanto la procedente del Instituto Geográfico Nacional, especialmente el mapa topográfico actualizado de la hoja 871 a escala 1:25.000, como el mapa toponímico de Aspe a escala 1:18.000, realizado en 1982. Igualmente trabajaremos con cartografía geomorfológica en línea, como la que aparece en el servidor on line del Instituto Geológico y Minero de España. El análisis toponímico y de cartografía antigua es de vital importancia para la consecución de este estudio. Afortunadamente disponemos de un amplio repertorio cartográfico para Aspe y el Tarafa que se inicia en el siglo XVIII y llega hasta la actualidad; muchos de los planos, pertenecientes al archivo de la Junta de Regantes de la Acequia Mayor de Elche, permanecen inéditos a día de hoy. Para la investigación sobre topónimos, aparte de la cartografía ya citada se ha dispuesto de la base de datos sobre toponimia de los siglos XVII y XVIII elaborada por el historiador local Gonzalo Martínez Español a partir del vaciado de los protocolos notariales de Aspe localizados en el Archivo Histórico de Novelda. Estamos seguros de que la fotointerpretación es una de las herramientas más útiles para el reconocimiento del espacio arqueológico y el complemento perfecto para la prospección. Pretendemos realizar un análisis morfológico del parcelario de las huertas y también de los lugares donde presuponemos la existencia de posibles alquerías. La principal herramienta a utilizar será el análisis de series de fotografía aérea vertical y oblicua, tanto antiguas como actuales. Afortunadamente disponemos de los registros fotográficos para Aspe del 2º Vuelo Americano o «Serie B», realizado en 1956, pero sobre todo del vuelo fotogramétrico Alicante-Elda a escala 1:18.000 efectuado por CEFTA en 1935, que pensamos aplicar como base cartográfica para nuestras ilustraciones y planos por su evidente utilidad. Por supuesto se empleará también documentación fotográfica convencional a nivel de suelo, especialmente las más de 12.000 imágenes que hemos conseguido durante el seguimiento arqueológico de

la obra del río. Esta herramienta nos permitirá de igual modo visualizar le red viaria para establecer relaciones entre posibles asentamientos y a su vez entre estos y los espacios productivos de los que dependen. Nuestra tarea debe

completarse necesariamente con una

prospección

arqueológica superficial sistemática y detallada del terreno. Ya hemos apuntado la imposibilidad de abordar en este momento una tarea de tal envergadura, por lo que provisionalmente nos basaremos en los resultados del seguimiento arqueológico de la obra del Tarafa 2010-2013, donde hemos tenido la ocasión de inspeccionar con detenimiento toda la franja de terreno atravesada por el río, las laderas y terrazas adyacentes hasta unos 100 metros de desarrollo a cada lado. Sin excavaciones que hayan respaldado nuestro trabajo, se ha tratado de abordar el estudio de las escasas fuentes materiales de las que hemos podido disponer: el registro cerámico. Por supuesto, los principios metodológicos de la Arqueología Hidráulica deben ser tenidos en cuenta en un estudio de esta índole. La escala a la que vamos a aplicarlos es relativamente amplia (sobre unas 500 hectáreas), pero no por ello dejan de ser válidos. Unida a la prospección arqueológica, y en perfecta sintonía con esta, pensamos realizar una prospección hidráulica específica para intentar reconstruir los espacios hidráulicos. Se identificarán en la medida de lo posible las diferentes fases de construcción de esos sistemas y las de las estructuras de captación fluvial y reparto de agua que los alimentan. Para ello elaboraremos un inventario detallado y georreferenciado de todas esas estructuras, haciendo especial hincapié en los trazados de las acequias y sus jerarquías dentro del sistema, así como en los azudes de los que parten. En este sentido, y pensando en el trabajo de investigación que pensamos abordar en los próximo años, será preceptivo efectuar una reconstrucción planimétrica completa de los trazados exactos de las acequias principales de distribución, sus brazales e hijuelas, así como de las balsas, albercas de regulación y pozos. El estudio de las morfologías de esos espacios irrigados, que sin duda aparecerán cuando se emprenda esa tarea pendiente, será fundamental para tratar de establecer hipótesis que contribuyan a identificar la naturaleza islámica de las huertas y la ubicación de las alquerías vinculadas. Tampoco olvidamos la utilización de las fuentes orales, especialmente la información proveniente de agricultores ancianos que han trabajado la tierra de las

huertas. Sus testimonios pueden ser fundamentales a la hora de plantear estrategias de prospección a escala «micro», donde poder identificar antiguos trazados de acequias ya desaparecidos o contrastar sobre el terreno testimonios de hallazgos esporádicos de material cerámico o de cualquier otra índole. Y por último aunque no menos importante, el estudio de las fuentes escritas. Sabemos que se trata de un trabajo pendiente, con una dimensión que sobrepasa sobradamente el planteamiento de este trabajo de fin de máster. Aunque ya hemos indicado que estamos utilizando información procedente de protocolos notariales de los siglos XVII y XVIII, esto no es suficiente. Un enfoque riguroso para el estudio de las huertas y el poblamiento islámico vinculado a estas debe pasar necesariamente por la consulta de la documentación bajomedieval y moderna que se conserva en los grandes archivos de referencia. Sabemos que las fuentes escritas árabes son muy escasas y tampoco se conservan los registros fiscales de tierras del periodo andalusí. Aunque los libros de repartimento inmediatos a la conquista feudal son una herramienta fundamental, estos no se conservan o no se han localizado todavía para el caso de Aspe. Sirva como ejemplo para evaluar el caudal de información que guardan estos archivos la reciente localización en el Archivo de Protocolos del Colegio de Corpus Christi de Valencia de un documento fechado en Aspe en julio de 1492 en el que, más allá de la mera anécdota que supone la venta de un terreno por parte de un judío, se hacen interesantísimas alusiones a estructuras desaparecidas como el Castillo del Aljau y los baños árabes, así como al parcelario inmediato o las acequias junto al camino de Monforte (Martínez Español, 2013: 44). Este tipo de fuentes primarias ofrece una información inmediata con posibilidades de contrastación y llega a donde la arqueología muchas veces no puede hacerlo, anticipando los planteamientos de posibles excavaciones o prospecciones y complementando los posteriores resultados de la investigación. No obstante y mientras no se acometa esta tarea, utilizaremos los estudios que sobre las sociedades bajomedievales de nuestro entorno han publicado Ferrer i Mallol (1988; 1996-1997) o Torró (2012), entre otros.

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