\'Los Romanos\', en Occidente: Historia y Cultura, ed. José Manuel Cerda

August 16, 2017 | Autor: Catalina Balmaceda | Categoría: Cultural History, Roman History
Share Embed


Descripción

Los Romanos

L

a cultura occidental, tal como la concebimos hoy, no se podría entender en toda su extensión y profundidad si no se tiene una idea más o menos clara de todo lo que la civilización romana aportó a la formación y consolidación de dicha cultura, que se refiere por un lado a una serie de valores, creencias, modos de pensar y, por otro, a avances tecnológicos, desarrollo del conocimiento, estructuras gubernamentales y otros logros científicos. Se puede hablar de varios niveles de contribución del legado romano a la cultura de la civilización occidental. En un primer nivel, que podemos llamarlo ‘principal’, se encuentran los fundamentos y bases sobre los cuales se construye esta cultura. En otra categoría, en cambio, se encuentra el nivel ‘secundario’, que se refiere más bien a los aportes materiales que Roma produjo para la consolidación y realización de su propia cultura y que luego permanecieron vigentes en el tiempo. Entre éstos últimos se cuentan las numerosas creaciones arquitectónicas, como por ejemplo, el arco de medio punto o la construcción abovedada que dieron lugar a edificaciones tan magníficas como los acueductos, puentes y cúpulas. También los logros en ingeniería fueron notables: sus sistemas de irrigación, de carreteras, de calefacción central, de baños y alcantarillados contribuyeron a darle a los habitantes del Imperio una considerable comodidad y bienestar. La creación en el campo militar no fue menos importante y va desde la innovación táctica y estratégica, pasando por nuevas metodologías en el

Acueducto Pont Du Gard

42

Los antecedentes constitutivos

Catalina Balmaceda

entrenamiento disciplinar y médico de los soldados, hasta la fabricación de novedosas armaduras de defensa y sofisticadas armas y aparatos para el ataque al enemigo. Pero donde Roma realiza su labor más importante es poniendo lo que quizá pueda considerarse como el primer pilar de apoyo o fundamento sobre el que se construye una cultura, esto es, la lengua. Los romanos sientan las bases y cimientos de la civilización occidental con su primordial aporte lingüístico: la lengua latina. Al producirse la conquista de los territorios del Mediterráneo, se originó también un importante traslado de romanos – colonos, funcionarios y soldados – a las provincias que llevaron su idioma a las zonas conquistadas. El latín se transformó así en la ‘lingua franca’ con la que se transmitían los edictos imperiales, las transacciones comerciales, la educación y las ideas filosóficas, especialmente en la parte occidental del Imperio. Pero el latín no fue solamente la herramienta con que se comunicaron los pueblos unidos bajo el dominio del Imperio Romano, sino que implicó también – como todo lenguaje – una manera de pensar y enfrentar el mundo que, sin duda, se transmitió a las generaciones posteriores, incluso cuando el Imperio Romano había dejado de existir como unidad territorial y cultural. La lengua latina se desarrolla en una estructura que funciona en base a un sistema de casos o flexiones que consiste básicamente en que las palabras cambian de forma según la función sintáctica que realicen y, por lo tanto, las frases tienen

una composición determinada para formular de manera exacta las relaciones de las ideas que se expresan. Junto con esto se encuentra la rígida conjugación de verbos, la invención del ablativo absoluto, las oraciones subordinadas y relativas, el importante y masivo uso del modo subjuntivo y la oración de infinitivo. Todas estas características hacen que el latín sea una lengua que fomente el orden mental y una lógica clara, configurándose así en el instrumento propio para poner de relieve la articulación de las ideas y relacionarlas entre sí, aspecto muy necesario para el que sería el lenguaje de un pueblo de políticos, administrativos y, principalmente, juristas. Pero el latín fue una herencia de los romanos no sólo por sus rasgos lingüísticos, sino también y sobre todo por su creación literaria. Los romanos cultivaron variados géneros literarios y, aunque varios se empezaron a desarrollar a partir de imitaciones de sus pares griegos, algunos llegaron sin embargo a una belleza, perfección y pureza en la expresión del genio romano difícilmente alcanzables por generaciones posteriores. Las producciones literarias de los romanos se destacan principalmente en los ámbitos de la poesía (Virgilio, Horacio, Ovidio), comedia (Plauto, Terencio), tragedia (Livio Andrónico, Séneca), sátira (Lucilio, Juvenal, Marcial), historia (Salustio, Tito Livio, Tácito) y oratoria (Cicerón, Quintiliano). De todos estos exponentes de la literatura latina clásica, conviene destacar a los que permanecieron más vigentes durante la Edad Media, no sólo como medio para aprender la lengua, sino también por su temática literaria y el contenido de sus enseñanzas especialmente en el campo de la ética, donde los eruditos medievales se afanaron buscando semejanzas con la moral cristiana. Entre ellos contamos a Cicerón, cuyos escritos retóricos (De Inventione, De Oratore) y filosóficos (Disputationes Tusculanae, De Finibus), junto con la elaboración de un latín culto que pudiera estar a la altura de temáticas filosóficas complejas lo convertirían sin duda en un educador indiscutido de Europa en la época medieval y más tarde. A Virgilio, por su parte, se le consideró casi como un heraldo de la cristiandad o ‘cristiano anticipado’ y su Égloga IV fue tenida como una profecía del nacimiento de Cristo. La Eneida permaneció como el texto de literatura latina central durante la Edad Media no sólo por la perfección de su verso, sino por tratarse del gran poema épico fundacional de los pueblos latinos y también por ensalzar valores tradicionales como la piedad, la valentía y la virtud. Virgilio llegaría a ser

Busto de Séneca

uno de los autores paganos más profusamente citado en la época medieval. Aparte de la obra de Cicerón y Virgilio, los escritos de Séneca fueron también muy conocidos por los pensadores medievales. Gran parte de su doctrina, contenida principalmente en los llamados Diálogos Morales y las Cartas a Lucilio, es compatible con el pensamiento cristiano; los padres de la Iglesia lo citan a

Los Romanos

43

menudo – Tertuliano se refiere a él como saepe noster (‘casi siempre uno de los nuestros’) – e incluso surge la leyenda en época medieval de que Séneca se habría convertido al cristianismo instruido por San Pablo. Otras muchas obras de la literatura latina clásica sólo las conservamos por la transcripción que de sus manuscritos se hicieron durante el renacimiento carolingio en el siglo VIII, como por ejemplo, los poetas Propercio, Lucrecio, Ovidio –éste último leído con una interpretación de alegoría cristiana–, o los historiadores Salustio, Tito Livio o Valerio Máximo, que fueron conservados principalmente por las lecciones morales que se aprendían de sus relatos. El latín fue entonces a la vez herramienta de comunicación, vehículo de cultura y contenido de la enseñanza y por esto se sitúa en un lugar privilegiado en la conformación de las bases de la civilización occidental. Aunque con el tiempo y la influencia de

Emperador Caracalla

44

Los antecedentes constitutivos

las invasiones germanas el latín dejó de ser hablado por todos los habitantes del Imperio, como es natural, varias lenguas de diversas regiones de Europa tuvieron su origen en la lengua latina, y son las llamadas lenguas romances: el español, el rumano, el portugués, el italiano y el francés. También el inglés, a pesar de no ser una lengua directamente derivada del latín, reconoce de esta lengua una compleja influencia. Será durante el dominio del Imperio Romano el único momento en que todos los territorios del litoral del mar Mediterráneo, junto con el mismo mar, hayan conseguido mantenerse y funcionar como una unidad política, económica y administrativa. Los romanos lograron conservar su autoridad y proteger la unidad de su Imperio durante siglos, lo que significó, sin duda, un hecho notable. Distintos factores contribuirían a la mantención de esta unidad. Entre ellos destaca la creación y propagación del concepto de ciudadanía, expandido a lo largo y ancho del Imperio Romano que resultó muy eficaz para fomentar el espíritu de pertenencia y lealtad a una comunidad. La evolución jurídica de Roma y el perfeccionamiento paulatino de su derecho contribuyeron a desarrollar dos aspectos claves dentro del concepto de ciudadanía romana: por un lado la apertura y por otro la flexibilidad. Roma va expandiendo su ciudadanía progresivamente desde la ciudad misma hacia los pueblos itálicos, hasta que finalmente, en el año 212 d.C., el emperador Caracalla otorga y concede este privilegio a los habitantes libres de todas las provincias del Imperio. Este concepto de ciudadanía era estrictamente jurídico y hacía caso omiso de razas o clases sociales. Y no podía ser de otra manera si se aspiraba a la consecución de una ciudadanía universal que, en un acto integrador, fundiese pueblos diversos con derechos y deberes comunes. Este fue un factor que constituirá uno de los ejes fundamentales de la cultura occidental: existió un sentimiento, duradero en el tiempo, de que aún después de la caída de Roma, Europa seguía poseyendo una cultura común. El derecho romano es, por supuesto, otro legado de altísimo valor para la cultura occidental. Además de ser una de las grandes creaciones culturales del momento, conservó su fuerza y dinamismo – aunque de diversas maneras – durante toda la Edad Media. Ideas como la protección de la persona y sus bienes, la necesidad de

Texto de la época Tito Livio, Ab Urbe Condita (Desde la Fundación de la Ciudad), prefacio 6-12. “[6] Los hechos previos a la fundación de Roma o, incluso, a que se hubiese pensado en fundarla, cuya tradición se basa en fabulaciones poéticas que los embellecen, más que en documentos históricos bien conservados, no tengo intención de avalarlos ni de desmentirlos. [7] Es ésta una concesión que se hace a la antigüedad: magnificar, entremezclando lo humano y lo maravilloso, los orígenes de las ciudades; y si a algún pueblo se le debe reconocer el derecho a sacralizar sus orígenes y a relacionarlos con la intervención de los dioses, es tal la gloria militar del pueblo romano que su pretensión de que su nacimiento y el de su fundador se deben a Marte más que a ningún otro la acepta el género humano con la misma ecuanimidad con que acepta su dominio. [8] Pero ni de estos extremos ni de otros similares, como quiera que se los mire o se los valore, voy a hacer mayor cuestión. [9] Estos otros son, para mí, los que deben ser centro de atención de todo empeño: cuál fue la vida, cuáles las costumbres, por medio de qué hombres, con qué política en lo civil y en lo militar fue creado y engrandecido el

leyes públicas y escritas o la presunción de inocencia hasta probar la culpabilidad, encuentran su origen en el derecho romano. Si bien sería definitivamente codificado en el siglo VI con el emperador Justiniano, recogería una tradición multisecular cuyo estudio sería recuperado más tarde por las universidades europeas – primeramente en Bolonia – y difundido luego por todo Occidente. Pero el estado romano no sólo se erigió como modelo jurídico-administrativo, sino que también importantes conceptos de la organización política se consolidaron bajo su sistema. La existencia de una constitución mixta, que suponía un sistema idealmente equilibrado, evitaba extremos de todo tipo y buscaba el consenso político fue quizá la herencia más significativa del período republicano. El cesarismo, en cambio, que ha sido definido como una combinación de absolutismo con un sistema legal altamente evolucionado (Jenkyns 1992), sería, por su parte, el más notable legado del sistema imperial, sistema que se desarrolló desde el 27 a.C. hasta la caída de su parte occidental en 476 d.C.

imperio; después, al debilitarse gradualmente la disciplina, sígase mentalmente la trayectoria de las costumbres: primero una especie de relajación, después cómo perdieron base cada vez más y, luego, comenzaron a derrumbarse hasta que se llegó a estos tiempos en que no somos capaces de soportar nuestros vicios ni su remedio. [10] Lo que el conocimiento de la historia tiene de particularmente sano y provechoso es el captar las lecciones de toda clase de ejemplos que aparecen a la luz de la obra; de ahí se ha de asumir lo imitable para el individuo y para la nación, de ahí lo que se debe evitar, vergonzoso por sus orígenes o por sus resultados. [11] Por lo demás, o me ciega el cariño a la tarea que he emprendido, o nunca hubo Estado alguno más grande ni más íntegro ni más rico en buenos ejemplos; ni en pueblo alguno fue tan tardía la penetración de la codicia y el lujo, ni el culto a la pobreza y a la austeridad fue tan intenso y duradero: hasta tal extremo que cuanto menos medios había, menos era la ambición; [12] últimamente, las riquezas han desatado la avaricia, y la abundancia de placeres el deseo de perderse uno mismo y perderlo todo entre lujo y desenfreno”.

La idea de imperio, por su parte, siguió una trayectoria mucho más larga, ya que continuó en Oriente con el Imperio Bizantino, cuyas principales características fueron el concepto romano de estado, cultura griega y religión cristiana. También en Occidente se perpetuó la idea de imperio con el Sacro Imperio Romano Germánico, cuyos emperadores se vieron como legítimos sucesores de la antigua tradición imperial romana y Roma como la capital de ese nuevo imperio. La consolidación de la idea de un imperio global que abarcaba todo el orbis terrarum contribuyó, sin duda, también al desarrollo de la idea de ‘cristiandad’, otro eje fundamental sobre el que se asentó la civilización occidental durante muchos siglos. Imperio romano y cristianismo – con sus momentos de violencia, pero también de acercamiento – se retroalimentarían tanto mutuamente que se pueden reconocer elementos, aportes e influencias mixtas en ambas realidades. La Roma clásica tiene una importancia fundamental en la historia de la religión cristiana por varios motivos. Quizá el más evidente sea el que la Pax Romana, con su consiguiente estabilidad y unidad política, permitiría que el cristianismo se

Los Romanos

45

difundiera con más facilidad por variadas y distantes zonas del Imperio. La misma infraestructura material del Imperio colaboró activamente en la expansión de la nueva religión: la existencia de un sistema de carreteras, caminos y vías marítimas no sólo intercomunicaba puntos muy alejados entre sí, sino que además tenía la ventaja de hacerlo con seguridad y rapidez. También el ejemplo romano ayudó a inspirar el gobierno y organización de la naciente Iglesia. Al principio, las primeras colectividades cristianas se regularon a sí mismas ya que, por su tamaño, no requerían un sistema muy complejo, pero con la expansión y el creciente desarrollo fue necesario proveer a estas comunidades de un gobierno más formal. El gobierno de las iglesias locales estuvo a cargo de los obispos. Ellos actuaron muchas veces como tal como lo habrían hecho los gobernadores provinciales romanos y tuvieron en las ciudades políticamente poderosas – incluida Roma misma – un ascendiente y autoridad notables. A la cabeza de la nueva Iglesia figuró también un Pontifex Maximus, que zanjaba los problemas en última instancia. La organización del colegio sacerdotal, algunas prácticas rituales y gran parte de la terminología son también herederas de experiencias romanas.

La jurisprudencia romana influyó, como es lógico, de forma muy potente en el derecho canónico y hasta la arquitectura de la Iglesia cristiana utilizó la basílica romana como base. Por su parte, el cristianismo le dio a Roma un sentido a la existencia que abarcaba no solamente el aspecto material y cultural del hombre, sino también – y más profundamente – el religioso-espiritual. Los estudios de variados historiadores sobre el triunfo del cristianismo en el Imperio Romano señalan que la religión cristiana habría llenado una especie de vacío cultural que se había ido produciendo paulatinamente en el mundo romano. El cristianismo habría logrado combinar los atractivos espirituales del ideal humano que planteaba la filosofía con el compromiso emocional-vital de los cultos mistéricos. La relación personal e íntima que se establecía con el Dios de los cristianos vino a colmar anhelos insatisfechos del hombre romano. Si bien las más cruentas persecuciones se dieron a fines del siglo III y principios del IV, ellas mismas prepararon el camino para que el Imperio se rindiera finalmente ante las sucesivas y masivas conversiones de romanos de todo tipo y condición a la religión de Cristo. Tal como lo señalara Tertuliano: sanguis

El Acueducto de Segovia

46

Los antecedentes constitutivos

Via Appia martyrum semen Christianorum, la sangre de los mártires fue semilla de cristianos. El cristianismo fue primeramente aceptado en el Imperio con el Edicto de Milán, un estatuto de tolerancia y libertad de culto dictado por el emperador Constantino en el año 313, y luego fue decretado como religión

oficial del Imperio en el Edicto de Tesalónica por Teodosio el Grande en el año 380. Los emperadores consideraron que, en adelante, la unidad esencial del Imperio debía fundarse en la adhesión común a la fe cristiana. Cristiandad e Imperio empezarían, entonces, una larga historia común.

Para saber más… * Bailey, C. (ed). El Legado de Roma, 1956 * Boardman, J; Griffin, J; Murray, O. (eds). Historia Oxford del Mundo Clásico: Roma, 1988 * Grimal, P. La Civilización Romana, 2007 * Jenkyns, R. El Legado de Roma: una nueva valoración, 1995 * Kamm, A. The Romans: an Introduction, 2008 * Paschoud, F. Roma aeterna. Etudes sur le patriotisme romain dans l’occident latin à l’époque des grandes invasions, Institue suisse, 1967

Lihat lebih banyak...

Comentarios

Copyright © 2017 DATOSPDF Inc.