LOS NÚMEROS Y EL SENTIDO DE LOS CUENTOS MARAVILLOSOS

October 9, 2017 | Autor: Luis Castro Berrojo | Categoría: World Literatures, Comparative Literature
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LOS NÚMEROS Y EL SENTIDO DE LOS CUENTOS MARAVILLOSOS

(La primera versión de este ensayo fue publicada en la revista El papel de la Efepe, del IES “Tierra de Ciudad Rodrigo”, en algún momento entre 2008 y 2010)

Luis Castro

Nos dice la profesora Ana de la Fuente Cantarino que la literatura no sólo se da la mano con la historia, sino también con las matemáticas, en las que es una excelente introductora. Tiene razón; pero, pensándolo bien, resulta difícil concebir algo que no tenga que ver con los números. Ya los pitagóricos pensaban que comprender los números y sus relaciones era tanto como entender el Universo en todas sus formas, pues, según ellos, “Todas las cosas poseen un número”. Más tarde, la ciencia moderna parte de principios como el siguiente: “el libro de la Naturaleza está escrito en caracteres matemáticos” (Galileo); y, según eso, la labor científica consiste en observar y medir el mundo físico con instrumentos de precisión (relojes, telescopios, termómetros...) y luego reflexionar y tratar de codificar lo percibido mediante leyes de expresión numérica. Si “Dios hizo todas las cosas con número, peso y medida”, como dice la Biblia (Sabiduría, 11,20) y recuerda Tomás Campanella, que compartió época y lugar de origen con Galileo, aún hoy resulta difícil de entender el encono de la jerarquía eclesiástica contra este tipo de pensadores, empeñados en comprender racionalmente la Creación. (Recordemos que Campanella pasó 27 años encarcelado por la Inquisición, y que su contemporáneo Giordano Bruno acabó quemado vivo en 1600. La iglesia católica, hoy gran campeona de lo que llama la “libertad de conciencia”, tiene una muy larga historia de embestidas contra los que usaban su cabeza para pensar. Pero no nos distraigamos). Ahora sabemos que los primeros documentos escritos, aparecidos en Mesopotamia en el cuarto milenio antes de Cristo, son apuntes contables hechos por los sacerdotes de los templos sumerios, relativos a la producción agraria y ganadera. Consta también que los ábacos –primitivas máquinas de calcular– son anteriores a los primeros sistemas organizados de escritura, de todo lo cual se puede concluir que esta, así como la

literatura en su sentido más básico –como registro simbólico duradero–, no es sino una derivación o desarrollo de los primigenios métodos numéricos y contables. De acuerdo con lo dicho, serían innumerables las cosas codificadas mediante cifras. “Las disposiciones de los pétalos de una margarita –dice, por ejemplo, el científico Clifford A. Pickover–, la reproducción de los conejos, las órbitas de los planetas, las armonías musicales y las relaciones entre los elementos de la tabla periódica (…) se describen mediante patrones numéricos”. Más allá de todo eso, puesto que las constantes físicas y las leyes científicas están constituidas por cifras, símbolos y fórmulas matemáticas de validez universal o cósmica, podríamos concluir diciendo que los números son legisladores de todo cuanto existe en el mundo real. Pero, ¿sólo el mundo físico y perceptible con nuestros sentidos o mediante instrumentos sería formulable matemáticamente? No, no sólo; también el reino de la fantasía y de la imaginación está tocado por la magia de los números. El sicólogo Carl G. Jung los relaciona incluso con los sueños y el inconsciente, cosas que, a primera vista, parecerían ámbitos muy alejados de la lógica y de la racionalidad numérica. Ese imperio universal de las matemáticas da pie para considerar, como vamos a hacer, la relación que hay entre las cifras y los cuentos, esas pequeñas piezas literarias que narran con gracia una aventura o suceso verídico, verosímil o fantástico.

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Las relaciones de los números con los cuentos maravillosos son muy variadas. Por lo pronto, no es casualidad que en castellano contar, por una parte, sea “numerar”, pero también “referir algún caso o acontecimiento” o relatar. Los cuentos y las cuentas, como lexema, vienen de una misma raíz léxica. El “dar cuenta” es hacer un relato dotado de sentido y de forma lógica, completa y exacta. Y “cuento” (o “qüento”) era, además, en el castellano antiguo, sinónimo de millón o de cantidad desmesurada. (Tomo las definiciones del Tesoro de Cobarruvias, donde, por cierto, no son pocos los mitos, fábulas y anécdotas entreverados). Así vemos que, de entrada, los relatos maravillosos tienen que ver con el número al menos en tanto que cantidad y abundancia, aspecto en el que sobrepasan ampliamente a los demás géneros literarios, ya que los cuentos suelen presentarse no de uno en uno, sino en series o conjuntos amplios y variados.

Según los entendidos, la antigua literatura india es la fuente más abundante de relatos de la que se va a nutrir la narrativa posterior, llegando hasta hoy en sus formulaciones orales. El poeta y lingüista A. K. Ramanujan (1929-1993) asegura que él y otros etnólogos han recopilado más de 3.000 cuentos populares indios en la segunda mitad del s. XX, siempre partiendo de testimonios orales de alguna de las 105 lenguas dominantes en el subcontinente. De las fábulas de Esopo –obra seminal del género en la cultura de Occidente– nos han quedado 273 piezas, pero seguramente debían de ser más, pues lo que llega a nuestros días es una recopilación parcial de relatos orales muy anteriores. Del Pancha Tantra hindú, que tiene puntos comunes con la obra de Esopo, nos quedan solo algo más de setenta piezas, pero en su caso la multiplicidad estriba en su extraordinaria potencia generadora de versiones posteriores: más de 200 en lenguas distintas, entre ellas el castellano, donde aparece con los nombres de Sendebar y de Calila e Dimna (que son traducciones del árabe, a su vez tomadas del persa, etc). Estos conjuntos de elementos literarios se van enriqueciendo con el paso del tiempo, ya sea mediante nuevas versiones de viejas historias o por adición de temas nuevos. Buena parte de los arquetipos literarios del cuento aparecen en la Edad Antigua (por ejemplo, el tema del príncipe destronado que debe superar varios peligros para recuperar su reino, el del poderoso que es vencido por el astuto, los malvados que se engañan mutuamente, etc) y en algunas de sus versiones no andan lejos de los relatos míticos y religiosos, como la Odisea homérica o las Metamorfosis de Ovidio, pero también de algunos pasajes de la Biblia (el arca de Noé, la torre de Babel, la historia de Esther o de Jonás, el éxodo… ). La civilización islámica sirvió mas tarde como transmisora de buena parte de ese patrimonio literario al occidente cristiano y, gracias a su propia creatividad y a sus contactos culturales con diversos pueblos orientales (indios, persas, sirios, judíos, bizantinos, etc), le dio proyección, de modo que hoy se halla felizmente disperso por todas las partes del mundo. Si más no, la constatación de la difusión universal de los cuentos y de las abundantes analogías en cuanto a sus personajes, estructuras y desenlaces nos sugieren la idea de que los cuentos maravillosos ejemplifican y muestran sucesos comunes al ser humano como tal, y por ello resulta fácil su expansión en culturas y contextos históricos muy diferentes, con las naturales adaptaciones y multiplicaciones. Otra fuente importante de relatos míticos y populares fue la tradición cristiana. Enlazando los siglos finales de la Edad Antigua y los primeros del Medioevo hallamos los compendios de vidas de santos –como la Leyenda dorada de Jacobo de la Vorágine–, donde se insertan multitud de elementos legendarios que pronto pasan a la cultura popular cristiana a través de las predicaciones de los púlpitos, la literatura de

cordel, las estampas y los calendarios. En una versión francesa de este libro hemos encontrado la historia de 400 santos, si bien a ellos se añaden cohortes de mártires como los Macabeos y los hijos de Santa Felicidad (unos y otros en número de siete), los Santos Inocentes (número indeterminado), así como las 11.000 vírgenes. Versiones posteriores (como la que circula en España, publicada por Alianza editorial) añaden al libro de Vorágine otros sesenta santos más, aproximadamente, así como la historia de los 10.000 mártires, cuya fiesta se celebra el 22 de junio. No creemos que sea forzar las cosas incluir estas vidas de santos en el corpus de la literatura narrativa corta tradicional, pues comparten con ella sus elementos esenciales: un breve desarrollo argumental con algún elemento de sorpresa o de espanto, una intencionalidad didáctica y una deliberada ortodoxia moral y religiosa. Ni que decir tiene que tan rico repertorio de dramáticas historias –todas con final feliz, sin embargo, en el Reino Celestial– no solo abastece a la literatura oral y escrita, sino también a la imaginería y a las artes plásticas occidentales. Ni la intención esencialmente catequizadora del dominico Vorágine –contemporáneo de su cofrade Tomás de Aquino–, ni la naturaleza popular de sus oyentes (o lectores) requieren de mayores artilugios estilísticos, si bien a veces llega a refinamientos del tipo del metarrelato; así, por ejemplo, Santa María Magdalena habla de su propia historia recogida ya en el Evangelio tiempo atrás: “... Esa famosa pecadora que lavó los pies del Salvador, los secó con sus propios cabellos y obtuvo el perdón de todos sus pecados”. Y lo hace treinta años después, cuando se halla en Francia a punto de morir. Mientras tanto, ella ha vivido todo ese tiempo en una gruta alejada, sin jamás tomar alimento sólido ni líquido, sino nutriéndose sólo con los cantos de los coros celestiales, a los que asistía cada jornada por intercesión de los ángeles del Señor. La Edad Media fue un periodo fértil para el cuento de transmisión oral. Las poblaciones seguían siendo mayoritariamente iletradas y la comunicación de distintas tradiciones culturales (judeocristiana, grecorromana, árabe, etc) permitía el trasiego al acervo común de elementos de distinto origen, a veces potenciado por los estamentos cultos clericales. En la Castilla de Alfonso X “el Sabio” se recopilan y traducen muchas piezas orientales, a las que se suman los relatos previos de Pedro Alfonso Disciplina clericalis y los posteriores del Conde Lucanor. Las Fabliaux francesas se cuentan por encima de las 150, si bien en muchos casos no son sino meros chistes, refranes ejemplificados o historietas moralizantes. Es difícil precisar el número de cuentos de las “1.001 noches” –en todo caso, no bajan de 200–, puesto que algunos de ellos se encuentran intercalados dentro de otros más extensos, a la manera de muñecas rusas (técnica de interpolación que ya aparecía en el Pancha Tantra) y muchas veces en

una misma historia se individualiza el relato de cada uno de sus protagonistas. Y no debemos olvidar meter en la cuenta de Las 1.001 noches el relato que estructura toda la obra, iniciado con el episodio de la infidelidad de las esposas del rey Sahriyar y de su hermano Sah Zamán y acabado del modo que veremos más adelante. Ese comienzo en do mayor da paso a dos pequeñas joyas ( La doncella del cofre y el efrit; El asno, el buey y el labrador), aún antes de que Sahrazad comience a contar durante la noche primera, cuando aborda la narración de El comerciante y el genio (efrit o ifrit) como ardid para que el rey Sahriyar le perdone la vida. La garra literaria de esa pieza y de las sucesivas apresa al monarca (como a nosotros aún) hasta esa última jornada número 1.001, en que hay “una noche que no se cuenta entre las terrenales y más radiante que la luz diurna”. Mientras, en la alcoba del rey ha habido algo más que literatura, pues, como es sabido, en ese momento Sahrazad presenta a Shariyar los tres hijos que le ha dado su compañía durante todas esas noches fabulosas. La generosa, bella y locuaz Sahrazad va desplegando su espléndido tapiz literario a la vez que multiplica la especie. (Mardrús nos advierte convenientemente en su versión de que dos de los niños eran gemelos, pero añade que la felicidad continuó en la noche 1.002, con lo que imaginamos una historia posterior con más niños y más historias...). Se diluye así la amenaza de muerte que flotaba en el aire, se despeja la incógnita, reina una perspectiva de felicidad futura y nos preguntamos si la satisfacción del lector que culmina una obra semejante no es análoga a la del que resuelve satisfactoriamente un problema matemático muy complejo. Son veinticuatro las piezas que integran los Cuentos de Canterbury, si bien el plan inicial de Chaucer concebía redactar 120. Y el Decamerón, aunque no sea propiamente del género fantástico (tampoco el libro de Chaucer), se presenta como un compendio de 100 cuentos “narrados en cien días por siete señoras y tres jóvenes”, pero en realidad son 102, pues Boccaccio intercala uno de su cosecha al principio de la cuarta jornada y la propia estructura general del libro –como ocurre en las 1.001 noches– se inscribe en un relato o novela, el concerniente a esos diez jóvenes que huyen de la Gran Peste de 1348 para pasar el tiempo conversando en una finca próxima a Florencia. Allí tampoco es difícil imaginar que los relatos vinieran acompañados de algo más, teniendo en cuenta quiénes y cómo son los protagonistas y dónde se desarrolla la acción: un lugar ameno … con pequeños prados y con maravillosos jardines y con pozos de agua fresquísima y con bodegas de preciados vinos y (…) hechas las camas en las alcobas, y todo lleno de flores…”.

En la época moderna va perdiendo fuerza creativa el cuento maravilloso, de modo que los escritores se limitan muchas veces a remodelar temas antiguos o a pasar al lenguaje escrito temas captados por vía oral. Probablemente la razón principal de ese cambio tenga que ver con el paso de la transmisión oral del relato a la codificada en la escritura, una vez que se difunden la imprenta, los libros y la educación. Por otro lado, para las élites cultas y racionalistas del Renacimiento la literatura popular era una manifestación poco apreciable del arte, algo propio de las “edades oscuras” medievales. Sin embargo, una parte de los escritores modernos siguen la estela de los viejos relatos y los usan como materia literaria. Perrault o La Fontaine en Francia o Iriarte y Samaniego en España son buenos ejemplos, lo mismo que los folkloristas de los siglos XVIII y XIX, autores de compilaciones generosas de relatos de tradición oral. La de los hermanos Grimm en territorios germanos incluye unas 200 piezas, entre ellas las más populares de nuestra cultura: Cenicienta, Hansel y Gretel, Caperucita roja, Pulgarcito, Blancanieves… Y Afanásiev reúne más de 600 cuentos de tradición eslava, mientras que los relatos completos de Andersen son 156, si bien en este caso predomina la creación literaria sobre la mera recopilación o recreación de obras populares tradicionales. En España se atribuye a Antonio Machado Álvarez y a Fernán Caballero la primera recopilación de cuentos populares (unos 97), si bien autores como Bécquer, Alarcón, Pardo Bazán o Valera utilizan elementos tradicionales en algunos relatos propios. Pero el hispanista Aurelio Macedonio Espinosa, con el asesoramiento de Menéndez Pidal, recopiló más de 300 piezas recorriendo varias provincias españolas en 1920. Y asegura que hubiera recogido muchas otras de haber tenido más tiempo disponible. (Estudios suyos posteriores, en Méjico y otros países hispanoamericanos, le llevaron a demostrar la estrecha relación de la cuentística americana con la española). Por esas fechas, la editorial de Saturnino Calleja, que publicaba libros baratos e ilustrados, se encargaba de abastecer una creciente demanda popular, presentando adaptadas o resumidas las viejas historias. De la abundancia de su repertorio (varios cientos, quizá miles, de piezas) queda testimonio en el proverbial dicho: “tienes más cuento que Calleja”. Desde luego, no fue la única editorial en esas funciones y es probable que Bruguera (Barcelona) fuera, en su época clásica (1910-86), la principal difusora de literatura narrativa en gran variedad de formatos. El cuento o novela corta contemporánea se adentran ya en pautas realistas o expresionistas, más deudores de la mentalidad racionalista que de las tradiciones del relato maravillosos tradicional. Los relatos góticos, esotéricos, de terror o de anticipación científica que predominan en los siglos XIX y XX –lo mismo que los meramente realistas–, son algo distinto del cuento maravilloso, si bien autores como

Ángela Carter, Úrsula K. Le Guinn, Ray Bradbury o Fritz Leiber elaboran poderosos remakes de viejos temas o apuntan otros nuevos. De vez en cuando aparecen piezas maestras nuevas de tipo fantástico, como La Bella y la Bestia o Barba Azul, pero es difícil no encontrar antecedentes de las mismas (por ejemplo, en estos dos casos mencionados, la leyenda de Eros y Psique). En todo caso, los libros, como más tarde la radio, el cómic, el cine o la televisión han servido para estimular la producción y demanda de ese tipo de obras literarias con una profusión interminable. ---------------------------------------------

Es razonable suponer que muchos relatos tradicionales no hayan sido jamás recopilados y, los que sí lo han sido, al repetirse oralmente una y otra vez en situaciones y lugares muy distintos dan lugar a innumerables formulaciones. Como señala A. K. Ramanujan, “al igual que los proverbios, los cuentos populares sólo cobran sentido en un contexto determinado, (...) son textos poéticos que encierran en sí mismos parte de su contexto cultural y a la vez metáforas viajeras que adquieren significados nuevos cada vez que se vuelven a contar”. Casi se puede decir que el cuento es nuevo cada vez que se relata en un momento distinto, con relatores y oyentes diferentes. Ahora bien, esa versatilidad y adaptación semánticas del relato erosionan la unilateralidad de la enseñanza que se busca transmitir. Lo que se gana en riqueza literaria se pierde en consistencia del mensaje didáctico, de la moraleja. Puesto que estábamos argumentando acerca de la analogía entre los relatos y los números no está de más señalar la lejanía entre unos y otros en este aspecto. Una cifra o una fórmula matemática no puede ser ambigua; carecería de sentido. Sin embargo, en el cuento siempre debe caber algún grado de ambigüedad, de modo que permita integrar modificaciones en su sentido según va pasando a contextos humanos diferentes. Si ese sentido es demasiado distinto del original se producen versiones variadas de una misma historia, ampliando o multiplicando así su universo significativo . “La experiencia de los antepasados constituye una enseñanza para quienes vienen detrás y el hombre saca provecho de lo que ha acontecido a sus semejantes –dice el prólogo de Las 1.001 noches”– ; considera y estudia los acaecimientos de los pueblos, lo que les ha ocurrido, y lo tiene en cuenta. ¡Gloria a Quien creó las historias de los antepasados e hizo que fuesen fuentes de enseñanzas para sus sucesores!”. (En todo este trabajo estamos utilizando la versión de Juan Vernet de 1990 para la editorial Planeta). Como la

Historia, la literatura se muestra “maestra de la vida”, pero para mantener su eficacia en ese sentido ha de sufrir transformaciones, dado que la mentalidad del hombre de un momento dado difiere en mayor o menor medida de la de sus antepasados. Por ejemplo, la versión más conocida de la historia de Sahrazad y del rey Sahriyar concluye con el perdón del rey y la aceptación jubilosa de los hijos habidos en el trascurso de las noches. (Ese es, por ejemplo, el happy end que nos da el canon de Mardrús –traducido al castellano por Blasco Ibáñez-, quien lo redondea añadiendo el paralelo casamiento del hermano del rey, Sah Zamán, con Dunyazad, la hermana de Sahrazad). Pero otras versiones dudan a la hora de evitar el castigo final de Sahrazad, mostrando a un rey aún rencoroso por el ultraje inicial de la historia y displicente ante la habilidad literaria de Sahrazad, a la que perdona solo por razón de su estado gestante. La conclusión antropológica que cabe hacer de la historia es opuesta en uno y otro caso. En el segundo estaríamos aún en el mundo patriarcalista y misógino de las culturas pastoriles preislámicas; en el primero, en una civilización más refinada y urbana donde la mujer ha podido desarrollar sus potencialidades. Como señala Vernet, Las 1.001 noches son un mosaico o cajón de sastre donde caben piezas de muy distinta procedencia cultural y de temáticas y morales muy diferentes. Así, por ejemplo, abundan los relatos que señalan la perfidia supuestamente connatural a las mujeres (y con ello empieza la serie, refiriendo la infidelidad de las esposas de Sahriyar y de su hermano, reforzada aún más con episodio de la doncella y el efrit: “No te fíes de las mujeres –señalan unos versos ahí intercalados–, no des crédito a sus promesas/ su contento o su enfado depende de su sexo...). Siendo así, el lenguaje más adecuado para el trato con ellas es el de la estaca (o el puñal, si su ultraje es muy grande), como se ve en el relato de El asno, el buey y el labrador, narrado por el visir, padre de Sahrazad, para enseñanza de esta. Ahora bien, junto a estos cuentos misóginos y un tanto planos, no escasean otros donde la mujer aventaja al hombre en cordura, sabiduría y bondad, como los protagonizados por la esclava Tawaddud o por Sayyidat al-Masayj (Discusión sobre el mérito de los sexos). Si aceptamos que la historia general de las Noches termine con la consumación de la amenaza de Sahriyar, damos prevalencia a esa visión tradicional –la encontramos ya en el relato del Génesis– que presenta a la mujer como maleante incorregible y origen de todas las desgracias; en el caso alternativo, la relación del hombre con la mujer ha sido enriquecedora y liberadora. “... En verdad –dice Sahriyar en la versión de Mardrús– después de haberte escuchado durante estas mil noches y una noche, salgo con un alma profundamente cambiada y alegre y embebida del gozo de vivir”. La justicia poética nos sugiere una interpretación más sutil si aceptamos esta opción: partiendo de un estado inicial de recelo u hostilidad hacia el

género femenino se llega a una solución armoniosa, sintética y mutuamente liberadora del hombre y la mujer; y el tránsito por el mundo de los relatos ha sido una experiencia y una enseñanza imprescindibles para ello. Cabe concluir, pues, diciendo que el número de cuentos y de interpretaciones es potencialmente infinito, y no digamos ya si asumimos la noción de los “cuentos en busca de oyentes”, los “cuentos sin contar” o “interminables” que protagonizan algunas historias indias. Podríamos pasar, no ya 1.001 noches oyéndolos o leyéndolos, sino todos los días de nuestra vida, la cual, bien mirado, es un relato más, aunque sea sin sentido y lo narre un loco, tal como quería el poeta de Stafford. Finalmente aparece así, de un modo natural, al hablar de los cuentos maravillosos, la vertiginosa y escurridiza idea de lo innumerable y de lo infinito. Jorge Luis Borges ha dibujado variadas fórmulas de esa noción en relatos y poemas que hablan de espejos, laberintos, mapas o bibliotecas que se multiplican, nos multiplican y vienen a resultar interminables. En su Libro de Arena, que se llama así “porque ni el libro ni la arena tienen principio ni fin” se lee : No puede ser, pero es. El número de páginas de este libro es exactamente infinito. Ninguna es la primera, ninguna la última. No sé por qué están numeradas de ese modo arbitrario. Acaso para dar a entender que los términos de una serie infinita admiten cualquier número. Desde luego, aunque la óptica sea distinta, no queda muy lejana a esta la noción de infinitud que nos puede plantear un divulgador matemático como Martin Gardner mediante la idea de las regresiones infinitas. La analogía vinculante de una cosa y otra se podría plantear del siguiente modo: puesto que un relato puede contener otro dentro de su desarrollo, y este a su vez otro, y así sucesivamente, el universo existente y observable contiene y es contenido por otros universos más allá de nuestros umbrales de percepción y no sería posible para el ser humano abarcar conceptualmente todos ellos, a no ser que concibamos un periplo vital más allá, mucho más allá, de la existencia normal en el mundo mortal conocido. En un feliz pasaje de su conocido libro ¡Ajá! Paradojas que hacen pensar enuncia esta cuestión del siguiente modo: ¿Es nuestro universo, en su continua expansión, todo cuanto existe, o es solo parte de un sistema más vasto todavía, del que nada sabemos? (…) ¿Es el electrón una partícula última o, por el contrario, tiene estructura interna y está compuesto por partes aún

menores? Los físicos opinan ahora que muchas partículas están formadas por combinaciones de quarks. ¿Estarán los quarks formados por entidades aún más pequeñas? Hay físicos que consideran verosímil que no haya fin en ninguna de estas dos dimensiones. El universo total de universos sería como un inmenso juego de cajas chinas… Y este tipo de reflexiones nos acercan a su vez a la idea de los mundos paralelos o literalmente metafísicos (esto es: más allá del universo físico observable) y nos muestran cómo la relación de los humanos con lo misterioso de la existencia, de la conciencia y de la vida puede plantearse –si se plantea– al margen de la religión, aunque no necesariamente en competencia con ella. Sin descartar la hipótesis de la pluralidad de infinitos y las inquietantes paradojas que ello encierra. (Por ejemplo, si la serie de números pares –o impares– es infinita y la de los números naturales también, ¿se puede afirmar que esta es doblemente infinita que cualquiera de aquellas?, ¿es concebible un infinito como parte de otro aún mayor?...). En fin: cabe preguntarse, como hace Borges en un soneto dedicado al ajedrez: “Dios mueve al jugador, y éste, la pieza./¿qué dios detrás de Dios la trama empieza/de polvo y tiempo y sueño y agonía?”. ------------------------------------

Puede parecer trivial esta relación que hemos hecho entre los cuentos y los números, pero no acaba ahí el asunto, ni mucho menos, pues las cifras afectan también a la propia estructura de los relatos, a sus protagonistas y a los sucesos que viven. Hay ahí algunos aspectos que solo podemos abordar por encima con algunos ejemplos ilustrativos.

Barba Azul

Se habrá visto la recurrencia de ciertos dígitos –sobre todo el dos, el tres y el siete– en los títulos y en los lances y personajes de los cuentos. (Antes de seguir, advirtamos que muchas veces esa presencia del número es irrelevante para el significado del relato). El dos resulta un número básico en la literatura al manifestar la polaridad de contrarios (vida/muerte; noche/día; amor/odio, etc.). De él surgen la división, la lucha y la descomposición, pero también es el principio de la generación y de la progresión hacia otros números y cosas. Del dos sale el tres, del mismo modo que –si se nos permite la pedestre analogía– de la pareja nace el hijo. Pero si hay dos niños, uno suele ser bueno y el otro malo (o feliz/desgraciado; generoso/egoísta, etc), reflejando esa dualidad u oposición . “Había una vez una viuda que tenía dos hijas, la una hermosa y trabajadora, fea y perezosa la otra…”, comienza “La vieja Tía Frost”, de los hermanos Grimm. Puede ocurrir también que los dos niños (o niñas) sean bellos e inteligentes, pero que se vean enfrentados por otras causas, como puede ser la rivalidad por una sucesión al trono o al linaje, como vemos desde Caín y Abel o Esaú y Jacob . Y está de más señalar la virtualidad más poderosa que tiene el duplo cuando se encarna

en los dos sexos y es generador de números ulteriores y de relatos que nacen como procesos de superación de esa polaridad. ¿Cabe imaginar la literatura, no ya los cuentos, y tantas otras cosas de la vida humana sin esa dialéctica entre los sexos?... (Del cero y del uno no hablamos por parecernos demasiado metafísicos, aunque estén en la base de todo. Si asociamos al primero con la noción de la nada, del caos o del vacío, el segundo iría emparejado a la idea de divinidad y de creación, de manera que constituirían un modelo bastante sólido de dualidad). No menos esencial es el tres. Siendo la suma del 1 y el 2, que representan el principio divino y el mundanal –y el masculino y femenino– respectivamente, el 3 encarna la noción más básica de la totalidad y de la perfección y por ello es un número sagrado para muchas religiones. El armazón básico de los relatos, por otro lado, como el del drama clásico, suele ser ternario: hay un planteamiento o situación inicial, un desarrollo de acontecimientos y un desenlace final que acostumbra a venir acompañado de un mensaje moral implícito o explícito, de acuerdo con los valores y prejuicios dominantes en la época y no siempre inequívoco. (Por ejemplo, la fábula de las moscas que mueren “presas de patas” en la miel que devoran puede ser puesta como ejemplo contra la gula, pero también como caso feliz del que muere harto y satisfecho, algo muy llamativo en un mundo lleno de hambrientos como lo ha sido y aún es en parte este en que vivimos.) Por otro lado, si el héroe del relato debe afrontar peligros o problemas, cosa inevitable para dar marcha al relato, a la “acción”, estos acostumbran a presentarse de tres en tres, de modo que “a la tercera va la vencida”. Por ejemplo, en El soldado y la muerte, cuento ruso recogido por Afanásiev, son tres las galletas que reparte el soldado al comienzo de la historia, tres los gansos que le permiten comer, tres las horas que la Muerte personificada le concede para despedirse de sus familiares… y tres las partes en que cabe distribuir la historia: el encuentro con los mendigos, el episodio de la trifulca con los diablos en el castillo abandonado y los lances finales con la propia Muerte. Ahora bien, los personajes maléficos, como las brujas, es posible que aparezcan también en grupos de tres, lo que quizá sea una reminiscencia de las Erinias o de las Parcas griegas (Cloto, Láquesis y Átropos), ordenadoras de la muerte. En El espejo y la máscara Borges hace decir a uno de los personajes: “Somos figuras de una fábula y es justo recordar que en las fábulas prima el número tres”. Estos aspectos tienen mucho que ver con la simbología numérica, un campo amplísimo y sugerente que amalgama el conocimiento científico con los valores culturales y los prejuicios de cada época. Si el tres, como va dicho, es un número espiritual y demiúrgico, el cuatro es más bien mundano y material, pues se encarna en los elementos naturales (tierra, agua, aire y fuego) o los puntos cardinales que forman y

orientan el mundo. Si el tres suele dar cumplimiento feliz (tres veces tira las redes el protagonista de El pescador y el tritón, relato árabe) el cuatro puede llevarnos a la desgracia (cuatro veces las tira el pobre de El pescador y el efrit, causando una situación que está a punto de costarle la muerte). Y si el siete es el número mítico y perfecto por excelencia ello se debe a que suma el simbolismo complementario del tres y del cuatro, aunque también basa su prestigio en el número de astros visibles para los observadores de la Antigüedad y de la Edad Media (así se enumeran en la noche 455: “los siete planetas son: el Sol, la Luna, Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno. El sol es cálido, seco, maléfico en la conjunción y benéfico en la oposición. Permanece treinta días en cada signo…”). Más allá del “séptimo cielo” estaría el lugar de la divinidad y de la felicidad eterna. De modo que el siete reflejaría la totalidad de la creación, lo mismo que el tres, pero de un modo más complejo. De ese “hebdomadismo mágico” derivan los días de la semana (a los que dedica Andersen un relato) o los de la Creación; el número de las bellas artes y de las ciencias medievales; el de las maravillas del mundo; el de las puertas de las ciudades sagradas; el de los pisos de los zigurats babilónicos –en cuya última planta moran los dioses–; el de los vicios y virtudes capitales… El profesor de matemáticas añadiría que es uno de los primeros números primos y que sumando las siete primeras cifras (1+2+3+4+5+6+7) nos da 28, que es el periodo lunar y el femenino, de amplia influencia en todo lo que pasa en este bajo mundo. Es, pues, un número propicio, como se ve, por ejemplo, en Blancanieves, que es protegida por 7 enanitos, o en el relato de los Siete cuervos. Wladimir Propp, crítico literario ruso que estudió a fondo las estructuras de los cuentos populares, defendió que hay “una similitud de los cuentos de todo el mundo” y que la mayoría de ellos se derivan de una nómina de siete “personajes” o protagonistas básicos que se repiten: el héroe, el falso héroe, la princesa, el padre de la princesa (que suele ser el rey), el agresor, el donante del objeto mágico y los auxiliares del héroe. La mayor parte de los relatos, según Propp, serían variaciones sobre un censo reducido de relaciones o “funciones” entre ellos. Estas serían no más de 31: uno de los miembros de la casa se aleja, el héroe es objeto de una prohibición, la prohibición es transgredida, el agresor intenta obtener informaciones, etc. Con este utillaje conceptual se hace una clasificación, abriéndose paso en la inmensidad selvática de relatos de todo origen (la bibliografía de la “Morfología del cuento” comprende más de 1.200 libros, muchos de los cuales son colecciones copiosas de relatos, como las 1.001 noches), análoga a la que Lèvy Strauss hizo de los mitos y las estructuras de parentesco. Sin duda, estos planteamientos estructuralistas iluminan el significado literario de muchos cuentos, pero, en conjunto, nos parecen un tanto reduccionistas. Entre otras

cosas porque, como hemos apuntado de pasada, el sentido de un cuento no deja de ser ambiguo en ocasiones, sin perder por ello valor literario o simbólico, antes al contrario. También porque la forma y/o el contenido del relato ha podido ser alterado por el paso del tiempo y porque los prejuicios dominantes en cada época lo distorsionan de modo que llegue hasta nosotros cercenado o transformado. Es sabido, por ejemplo, que las primeras versiones que circularon por Europa de las 1.001 noches iban expurgadas de relatos o pasajes donde aparecían temas escabrosos para el gusto de la época (homosexualidad, bestialismo, sexo explícito, etc). En el mismo sentido, se nos dice que, junto a la “Bella durmiente”, podría haber habido un relato paralelo titulado “El bello durmiente”… Pero sigamos el repaso de los números. Como el 7, el 10 y el 12 son también favorables. El 10 simboliza la perfección al abarcar al mundo y a su creador, siendo resultado de la suma de los cuatro primeros (1+2+3+4), que contienen la totalidad de las referencias existentes. Sin embargo, en el ámbito literario es desplazado por el 12 en tanto que número perfecto más usado. De entrada porque así como el 7 suma el 3 y el 4, el 12 los multiplica, potenciando aún más su significado esencial. También puede ser visto como resultado de la yuxtaposición del uno y del dos, aún más básicos. Podemos dar como referencias cuentísticas al respecto “Los doce cazadores” (Grimm) o “Los doce del correo”, de Andersen, donde los personajes son los 12 meses del año. Por lo demás, la Jerusalén celestial, según nos la describe el libro de la Revelación, se fundamenta en ese número, que se halla en el número de sus puertas, el de las rocas sobre las que se levanta, el de las medidas de sus lados (multiplicadas por mil estadios), así como la altura de sus muros. Está de más recordar al paciente lector la importancia que el 12 y el sistema sexagesimal tienen en otros ámbitos, hasta el punto de que es el único sistema contable que aún hace rivalidad al decimalismo (a no ser que consideremos también al sistema binario que está en la base de la informática). No es lo mismo el trece, número nefasto por antonomasia. Se cree que el Pecado original tuvo lugar en el Paraíso el día décimotercero tras la Creación, la Crucifixión fue un viernes 13 (del calendario judío) y así mismo 13 eran los asistentes a la Última cena de Cristo. (Aún más, si numeramos a los 12 asistentes a ese ágape, los ponemos enfrente unos de otros y los sumamos por parejas, vuelve a aparecer el fatídico número: 1 + 12; 2 + 11; 3 + 10; etc.) Por lo mismo, el 13 denota adversidad y desgracia en los cuentos, como se ve en “La hija del leñador” o en “Los 12 hermanos” (Grimm), donde el nacimiento de una niña, después de 12 hijos varones, pudo significar la muerte de sus hermanos. En la versión alemana de “La bella durmiente” son 13 las hadas del reino, pero solo 12 son invitadas al bautizo, de modo que es la decimotercera la que, despechada, anuncia un futuro funesto a la princesa.

Sería interminable rastrear el listado de números provistos de significado simbólico en los cuentos o en otros ámbitos culturales. Pero quizá resulta razonable suponer que las cifras superiores al doce derivan su sentido de las variaciones, combinaciones o multiplicaciones de los doce primeros números. Pongamos por caso el 360, tal como aparece en la Noche 45: … tenía 360 concubinas, tantas como días tiene el año copto, entre las cuales las había de todas las razas. Había construido una habitación especial para cada una de ellas y todas se encontraban dentro del recinto del palacio. Había hecho edificar doce palacetes, tantos como meses tiene el año y en cada uno había treinta habitaciones (…);

las jóvenes habitaban individualmente en esas

habitaciones y él pasaba una noche en cada una… Se nos describe tal situación a propósito de un poderoso príncipe que no tardará en tener dos hijos gemelos de una esclava significativamente llamada Sofía. El 360 (12 x 3 x 10) indica por aproximación la duración del año y se halla cerca también de la suma total de puntos que tiene la baraja europea, la cual se compone de 52 naipes, es decir, el mismo número que el de las semanas que componen el año. Va ahí implícita una vez más la noción de completitud y perfección. No es de extrañar que algunos crean poder ver en las combinaciones de los naipes cualquier cosa que pasa o puede pasar en el futuro. Algunas cifras potencian su significado simbólico casi hasta el paroxismo. Sería el caso del 144.000, que multiplica por mil el cuadrado del 12 y aparece en el Apocalipsis (7,4) como cifra de los “sellados” por los ángeles de Dios, los cuales se librarán de las plagas que azotarán al mundo al final de los tiempos e irán a parar con toda seguridad al reino de los cielos. Una interpretación de los sectarios evangelistas hace derivar ese número de la multiplicación de las 12 tribus de Israel (en las que estaba la salvación del Antiguo Testamento) por los 12 apóstoles (en los que residiría la salud espiritual evangélica), multiplicando por mil, cifra simbólica de la multitud que asumiría el mensaje de estos antes del final de los tiempos. Se nos advierte que no ha de tomarse esa cantidad al pie de la letra. La cifra de los “señalados en la frente” por los ángeles del Señor será más grande, pero aún mayor será la de los elegidos para el cielo: “… una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y delante del Cordero, vestidos de vestiduras blancas…” (Apocalipsis, 7, 9).

-----------------------------------------------Para acabar digamos que no faltan los acertijos lógicos y matemáticos como materia para los cuentos fantásticos. Sin duda el caso más significativo es Lewis Carroll con sus libros sobre Alicia. El divulgador matemático Henry E. Dudeney escribió con gran naturalidad hace un siglo “Los acertijos de Canterbury”, donde se cuenta cómo los peregrinos ingleses prolongaban sus jornadas viajeras planteando y resolviendo problemas de todo tipo, una vez que se les acabaron las historias. Se insinúa que el propio Chaucer pudo haber escrito algo similar, pues era un “matemático ingenioso” y amigo de plantear y resolver problemas. Y entre las noches 436 a 462 de las “1.001 noches” la esclava Tawaddud, tan bella, sabia e inteligente como la propia Sahrazad, resuelve una serie interminable de incógnitas y preguntas, relativas, por ejemplo, a las 10 virtudes de la oración, a las 4 raíces del Islam, al número de huesos, venas y órganos del cuerpo humano, a los impuestos canónicos (“por cada 25 camellos, una camella preñada”), a los 25 profetas, etc. También el siguiente problema, con el cual nos despedimos: -

Una bandada de palomas llega volando a un árbol y unas se posan en las ramas y las demás quedan en tierra. Las de arriba dicen a las de abajo:

-

Si una de vosotras sube aquí, quedarán en el suelo un tercio del grupo y, si una de nosotras baja, los dos conjuntos serán iguales.

-

¿Cuántas palomas había en total?

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