Los Medios de Comunicación y la Cultura Política en las Democracias Nuevas y Maduras (Media and Political Culture in New and Mature Democracies)

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Descripción

Los Medios de Comunicación y la Cultura Política en las Democracias Nuevas y Maduras José Eduardo Jorge Universidad Nacional de La Plata

Resumen: Los debates que ha promovido tradicionalmente el rol de los medios en democracia se han vuelto más agudos con los profundos cambios tecnológicos y económicos de las últimas dos décadas. Utilizando como marco de análisis el concepto de cultura política, el artículo examina la transformación de los medios en el contexto de los problemas actuales de las democracias nuevas y maduras, con especial referencia a las cuestiones de la baja confianza en las instituciones y la apatía política. Se discuten las teorías del “malestar mediático” y de la “movilización cognitiva”, que dan cuenta del impacto de los medios sobre la cultura política, así como los resultados de diversos estudios empíricos, incluyendo una investigación del autor, que contrastan las principales hipótesis.

Universidad Nacional de La Plata Facultad de Periodismo y Comunicación Social La Plata, Provincia de Buenos Aires, Argentina Diag. 113 y 63 – Tel. 54-221-4215460 Trabajo en preparación. Junio de 2010

Auge y malestar de la democracia A fines del siglo XX, completando un periodo de difusión mundial de magnitud sin precedente iniciado en los años setenta, la democracia alcanzó su apogeo histórico como la forma de gobierno predominante a escala global. En 1974, menos de un tercio de los países eran democracias; en 2001, la cifra rondaba entre el 50% y el 60%, dependiendo de los criterios de clasificación utilizados.1 América latina había sido un actor temprano y protagónico de esta ola democratizadora, que surgió en el sur de Europa y acabó por extenderse a los cinco continentes.2 Con algunas notorias excepciones –entre las principales, China, la gran potencia emergente, que representa la quinta parte de la humanidad-, la idea democrática parecía acercarse a su culminación en el alba del nuevo milenio. Transcurrida una década del siglo XXI, cuando no pocas de las nuevas democracias – entre ellas las latinoamericanas- ya se aproximan a la adultez, el escenario presenta algunos nubarrones. Desde la perspectiva de este año 2010, si bien sería excesivo hablar de una “crisis” global de la democracia, no hay dudas acerca de su “malestar” (PérezDíaz, 2008). Por una parte, la gran ola democratizadora terminó dando origen a una multiplicidad de regímenes, muchos de los cuales no reúnen las características de una democracia consolidada ni parecen hallarse en transición a ésta, sino que permanecen en una zona gris. Se ha hablado, por ejemplo, de democracias “disminuidas”, “delegativas” o puramente “electorales”, para referirse a experiencias que, cumpliendo con los requisitos mínimos de una democracia –la existencia de elecciones libres, limpias y competitivas-, carecen de algunos de los rasgos propios de las democracias maduras, en particular los equilibrios formales derivados de un sistema adecuado de frenos y contrapesos, así como la vigencia plena de los derechos y garantías que dan sustancia a esta forma de gobierno (Carothers, 2002; O’Donnell, 1992; Collier and Levitzky, 1997). Al calor de esta misma ola nacieron también formas híbridas, peculiares de la época. 1

Entre los politólogos no hay unanimidad sobre una definición teórica y operativa de democracia, si bien la mayoría se inclina por alguna de las variantes del concepto de “poliarquía” de Robert Dahl (Dahl, 1989). Entre las definiciones operativas más utilizadas se encuentran la del proyecto Polity, fundado por el académico T. R. Gurr, y la de la organización Freedom House. Según los criterios del proyecto Polity, en 2001 había en el mundo 82 democracias, que comprendían el 51% de los países; de acuerdo con la Freedom House, las democracias “electorales” eran 121, el 63% de los países (Jorge, en prensa). 2 Se conoce este movimiento con el nombre de “tercera ola” de democratización, por la denominación que le diera Samuel Huntington (Huntington, 1991). Para este autor, la primera ola se extiende desde comienzos del siglo XIX hasta la década de los 20; la segunda, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta principios de los años 60.

Los “autoritarismos competitivos” –Rusia es un ejemplo- son regímenes electorales, en el sentido de que las máximas autoridades surgen de elecciones, pero no son democracias –ni siquiera “adjetivadas”, como las anteriores-, pues el grupo que detenta el poder utiliza diversas formas –normalmente más sutiles que los medios directos- para perseguir a sus opositores y captar voluntades. Son, empero, “competitivos”, pues en ellos la oposición es significativa, hay medios de comunicación independientes y las elecciones no están groseramente manipuladas, a diferencia de lo que ocurre en los “autoritarismos electorales hegemónicos” –Egipto, Kazajistán-, donde las elecciones son un formalismo destinado a encubrir una autocracia (Levitsky and Way, 2002; Diamond, 2002). A fines de 2001, sobre un total de 192 países, Diamond contabilizaba 104 democracias 73 plenas y 31 “electorales”-, 17 regímenes “ambiguos” –a mitad de camino entre las democracias y los autoritarismos-, 21 “autoritarismos competitivos”, 25 “autoritarismos electorales hegemónicos” y 25 autoritarismos puros (Diamond, op. cit.). En definitiva, la difusión de las instituciones democráticas en el último cuarto del siglo XX no tiene una interpretación simple. Muchas de las democracias jóvenes son defectuosas; otros países han experimentado una apertura política, pero sus regímenes no pueden calificarse de democráticos. Al mismo tiempo, el autoritarismo puro ha declinado y se encuentra a la defensiva, jaqueado por la creciente legitimidad global que la idea democrática ha ganado entre las elites, los grupos más activos de la sociedad civil y la población general. Las democracias tardías, con una gran mayoría de países en vías de desarrollo, han debido enfrentar, además, el desafío de responder a las altas expectativas que su instauración generó en pueblos con necesidades ampliamente postergadas. Como esas respuestas tardan en llegar –pues la democracia no ofrece soluciones inmediatas, sino la posibilidad de un aprendizaje colectivo que contribuya a lograrlas-, cierto grado de desencanto era inevitable. América latina es un ejemplo en este sentido. Entre nosotros, como en otras regiones, esto se ha traducido en una pérdida de credibilidad en instituciones centrales del sistema –en especial el parlamento y los partidos políticos-, mientras el poder ejecutivo de turno suele convertirse, aunque sólo temporalmente, en el depositario casi exclusivo de la confianza de la población. Entre los latinoamericanos este fenómeno no ha afectado, sin embargo, la legitimidad de la democracia misma,

como lo demuestran las encuestas internacionales. En 2009, según el estudio Latinobarómetro, el 59% de los ciudadanos de la región –y el 64% de los argentinosconsideraron que la democracia “es preferible a cualquier otra forma de gobierno”. Para el conjunto de América latina, este indicador de apoyo a la democracia alcanzó un pico de 63% en 1997 y un piso de 48% en 2001. En la Argentina, ha oscilado entre un máximo de 76% en 1995 y un mínimo de 58% en 2001.3 De acuerdo con la misma encuesta, la mayoría de los latinoamericanos tampoco cree que la democracia pueda existir sin congreso ni partidos, a pesar de la poca fe que tiene hoy en éstos. Más allá de las tensiones a las que se halla sometida, la democracia se ha convertido en un valor arraigado en los pueblos de nuestra región. El malestar está lejos de ser un fenómeno exclusivo de las democracias recientes: afecta también a las maduras. La baja confianza en las instituciones, la decadencia de los partidos políticos, la crisis de representación, el llamado “cinismo político”4 y sus correlatos de desafección política y baja concurrencia a las urnas, la pérdida del sentido de ciudadanía y el aumento de la desigualdad social, son cuestiones largamente debatidas en los países industrializados, cuyas primeras manifestaciones se remontan a los años sesenta (Inglehart, 1997 y 1990; Putnam, 2000; Crozier et al., 1975). Incluso el andamiaje de derechos y garantías se ha visto perturbado por la reacción suscitada tras el ataque a las Torres Gemelas de Septiembre de 2001 y los posteriores atentados en el continente europeo. Las crisis financieras, causadas por los gigantescos flujos globales de capital en ausencia de mecanismos adecuados de regulación, golpearon primero a las economías emergentes –México (1995), Sudeste Asiático (1997), Rusia (1998), Brasil (1999) y Argentina (2001)-, pero en 2008 estallaron también en Estados Unidos y la Unión Europea. Actualmente, la recesión, la pérdida de empleos y el deterioro de las condiciones de vida en el mundo industrializado, son las mayores desde la Gran Depresión de 1929. Muchos de estos países, incluyendo a Estados Unidos, afrontan la necesidad de tomar medidas para recortar sus enormes déficits fiscales –que no son sustentables en el tiempo-, lo que generalmente se traduce en un achicamiento del gasto 3

Los informes del estudio Latinobarómetro, una organización con sede en Santiago de Chile, se hallan disponibles en la web de la institución: http://www.latinobarometro.org. 4 Por “cinismo político” aludimos aquí a un sentimiento de desconfianza y escepticismo generalizados que se extiende a los actores, las instituciones y el proceso político en general, unido a la percepción de que éstos se hallan intrínsecamente asociados con la corrupción, la mendacidad, el interés propio o la incompetencia. Esta actitud lleva a no esperar nada de la política y, por lo tanto, a desligarse por completo de ella.

social. La Unión Europea, en particular, experimenta agudas tensiones dentro de la Eurozona, a raíz de los déficits y el endeudamiento de naciones como Grecia, España y Portugal, así como de la falta de competitividad de éstas frente a Alemania. Esto ha precipitado una crisis del euro y la adopción de dolorosos ajustes, que, todo indica, continuarán en los años venideros. El gran proyecto político de la Unión Europea se ve sujeto así a presiones inéditas. Mientras tanto, China, poco afectada por la crisis, ha visto crecer su influencia como gran actor global, pero sin dar signos de querer avanzar hacia una apertura política. Aunque la crisis de confianza es un fenómeno común a las democracias jóvenes y a las maduras, la aparente similitud esconde diferencias profundas. En las primeras, la desconfianza se nutre principalmente de la precaria respuesta a demandas materiales básicas, y viene a agravar la debilidad de una estructura institucional ya de por sí defectuosa. En las segundas, parece consistir en un cambio estructural de largo plazo, que se ha venido desenvolviendo durante décadas en sociedades prósperas, que ingresaron hace tiempo en la fase postindustrial. Los nuevas generaciones de estas sociedades, dando por sentada la satisfacción de sus necesidades materiales, otorgan prioridad a demandas de orden superior –vinculadas con las libertades individuales y la calidad de vida5- que las instituciones políticas consolidadas durante la era industrial, habituadas a administrar fundamentalmente el crecimiento económico y las relaciones entre trabajadores y empresas, encuentran dificultad para abordar. La actual crisis financiera vuelve a traer al primer plano las cuestiones económicas, y los gobiernos de estos países se ven en la disyuntiva de tomar medidas impopulares en un momento en que su credibilidad es más baja que nunca. Los medios y la cultura política Gran parte de la literatura sobre el papel de los medios en las democracias actuales tiene una visión crítica de su impacto, pues les asigna responsabilidad por las actitudes negativas de la población hacia el sistema político. Muchos de estos trabajos se basan, empero, en argumentos impresionistas. Como se desprende de la exposición anterior, el 5

Nos referimos a cuestiones como los derechos de las minorías, la protección del medio ambiente y la participación política directa –que se expresa en manifestaciones, petitorios, boicots y demás-, entre otras (Inglehart, 1997).

declive de la fe en la política es un fenómeno complejo, que no puede reducirse a un simple efecto lineal inducido por el contenido o la forma de los medios. Nuestro propio enfoque es que, para una mejor comprensión de los problemas de la democracia, así como del rol de los medios en su funcionamiento, es necesario incorporar al análisis una dimensión muchas veces ignorada o abordada de un modo tangencial: la cultura política (Inglehart, 1997 y 1988; Eckstein, 1988; Almond and Verba, 1963; Formisano, 2001; Morán, 1999). Definimos la cultura política como el conjunto de ideas, valores y hábitos de individuos y grupos, referidos al proceso político, sus actores e instituciones.6 Un supuesto central de esta visión es que lo que piensan y sienten los ciudadanos comunes tiene una influencia decisiva en el rumbo de las democracias (Welzel and Inglehart, 2008). Esto marca una diferencia con mucha de la literatura sobre transición democrática, que ha puesto un acento casi exclusivo en el papel de las elites o las dirigencias políticas. Es más probable que la democracia sobreviva en situaciones adversas si los ciudadanos creen que es la mejor forma de gobierno y rechaza las alternativas autoritarias. El sistema político se verá más inclinado a prestar atención y dar soluciones a las necesidades de la población si ésta muestra interés por lo que pasa, se informa y posee la disposición y capacidad para hacerse oír, asociarse y participar. La vida cívica y política será de mayor calidad si la tolerancia, la confianza y las normas de cooperación se hallan difundidas en la sociedad (Putnam, 1993). Una cultura política democrática parece ser esencial para la persistencia y la calidad del sistema, tanto como las cuestiones económicas e institucionales. El establecimiento de una democracia electoral no abre el paso automáticamente a instituciones efectivas, que den una respuesta eficaz a las demandas de la gente. Es en la estabilidad, profundidad y efectividad de la democracia, más allá del periódico ejercicio electoral, donde la cultura política cumple un rol prominente (Inglehart, 1997).

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Otro aspecto de nuestro enfoque es el abordaje empírico. Las creencias, valores y pautas de conducta que constituyen la cultura política, pueden ser definidas, operacionalizadas y medidas utilizando las metodologías y técnicas de la investigación social empírica. Esto pone fin al carácter difuso e impresionista que presenta el concepto de cultura política en parte de la literatura, y permite que las variables culturales puedan ser objeto de tratamiento estadístico o incorporarse a modelos matemáticos conjuntamente con otras variables económicas, institucionales y sociales.

¿Cuáles son las ideas y valores más importantes que, una vez arraigados en la sociedad, apuntalan una democracia plena? Un indicador de solidez de la democracia es el nivel de apoyo incondicional que ésta posee entre los ciudadanos. Hablamos de un apoyo por principio, no instrumental, es decir, independiente de lo bien o mal que se juzgue su funcionamiento. En cuanto a los cimientos de una democracia de calidad, los estudios empíricos destacan un conjunto preciso de aspectos: el interés por la política, los hábitos participativos, las asociaciones civiles, la tolerancia, la confianza entre las personas, las conductas de cooperación, los valores de autoexpresión.7 Donde las personas y grupos poseen estas disposiciones, así como un nivel mínimo de recursos materiales y habilidades para actuar en el ámbito cívico y político –lo que supone que la sociedad ha alcanzado un cierto grado de desarrollo económico y humano-, es probable que encontremos instituciones democráticas más efectivas, transparentes y sensibles a las preferencias de la población. En parte, porque la gente actúa para conseguirlas; en parte, porque los dirigentes y funcionarios están imbuidos del mismo ethos democrático. Aunque apoyada en la comunicación y la participación directas que suponen las asociaciones civiles, la confianza y la cooperación, la democracia necesita, en la compleja sociedad moderna, de la representación política y de la comunicación a través de los medios. ¿Qué papel cumplen éstos en la conformación de la cultura política? ¿Hacen posible una deliberación pública genuina, con una calidad y diversidad suficientes para estimular el interés del ciudadano y permitirle arribar a opiniones racionales? La perspectiva clásica sobre el rol de los medios en democracia les asigna un conjunto de tareas: el escrutinio del ambiente sociopolítico; la formación de agenda; la difusión y puesta en diálogo de múltiples puntos de vista, causas e intereses; el control de los funcionarios –mecanismo que hoy suele incluirse en el concepto de “accountability social”-; los incentivos para que los ciudadanos aprendan, decidan y participen (Gurevitch and Blumler, 1990; Norris, 2009). Son bien conocidas las limitaciones que encuentra este modelo ideal en la realidad, que surgen de aspectos como la propiedad y el control de los medios, la dinámica del mercado, la presiones del sistema político y de los factores de poder, la particular interacción entre políticos y periodistas, las normas y 7

Exponemos algunas de las principales teorías en el estudio de la cultura política en un libro de próxima aparición (Jorge, en prensa).

hábitos de la profesión periodística y las características de la audiencia, que suele prestar una atención tangencial a los temas políticos. Estas cuestiones, que tradicionalmente han sido objeto de arduos debates, se han vuelto aún más agudas con los cambios tecnológicos y económicos de las dos últimas décadas. Nos referimos particularmente a la globalización de la comunicación, la desregulación de los sistemas de comunicación nacionales, la concentración de la propiedad de los medios, la multiplicación de los canales tecnológicos y de las opciones de consumo cultural, la microsegmentación de los contenidos –con la consiguiente fragmentación de las audiencias e intensificación de la competencia para ganar su atención- y, más recientemente, la expansión de Internet, plataforma de una diversidad de medios interactivos en constante evolución, que crean un público capaz de dialogar y producir sus propios mensajes. Estos y otros procesos asociados han conformado un escenario muy diferente al de las democracias de posguerra, que se caracterizaban por una audiencia mucho más homogénea, alcanzada por un pequeño número de emisoras de televisión abierta y radio, y por unos pocos diarios impresos de gran influencia y circulación. Aunque hoy los diarios tradicionales conservan mucho de su influjo, la constante declinación de sus tiradas –producto en parte de una migración de sus lectores hacia la Web-, la sangría de la publicidad y avisos clasificados en sus ediciones impresas, y las dificultades que siguen encontrando para obtener ingresos equivalentes en sus versiones online, los ha dejado en una situación económica compleja, que lleva en muchos casos a recortar el número de páginas y la planta de periodistas. Por otra parte, la difusión de la televisión por cable y de los canales que brindan información las 24 horas, así como la permanente actualización de los sitios informativos en la Web, han comprimido al mínimo el ciclo de las noticias, esto es, el periodo comprendido entre la sucesiva emisión o publicación de una noticia y de las reacciones que ésta provoca, que antaño se extendía al día a día de los periódicos.8

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Para un análisis exhaustivo y actual del impacto que tiene sobre el periodismo la transformación tecnológica y económica de los medios de comunicación, ver los sucesivos informes anuales del Pew Project for Excellence in Journalism, una iniciativa del Pew Research Center, disponibles en http://www.stateofthemedia.org.

Para muchos, el nuevo escenario ha hecho que los medios prioricen en su cobertura política la información instantánea, el conflicto y el espectáculo, por sobre la profundidad y el debate racional. La opinión predominante entre los comentaristas – aunque no se apoye, habitualmente, en datos empíricos- es que esta cobertura superficial, confrontativa y fragmentaria, tiene un efecto significativo en la generalización del cinismo político y la caída de la confianza en las instituciones. Douglas Kellner, un académico en la tradición de la Escuela de Frankfurt, afirma que “con las redes de televisión por cable, debates radiales, sitios de Internet y blogs, y la continua proliferación de nuevos medios como Facebook, MySpace y Youtube, la competencia por la atención es más intensa que nunca, lo que conduce a los medios corporativos a presentar noticias sensacionalistas que construyen bajo la forma de espectáculo, en un intento por atraer el máximo de audiencia durante el mayor tiempo posible, hasta que emerja el espectáculo siguiente” (Kellner, 2008). Los espectáculos surgen de eventos que “salen de la rutina diaria, ordinaria o habitual”. Ejemplos de espectáculos políticos han sido la muerte de la Princesa Diana, el ataque a las Torres Gemelas y los frecuentes escándalos sexuales que envuelven a las personalidades políticas. El mismo autor sostiene que “la tremenda concentración de poder en manos de los grupos empresarios que controlan los conglomerados de medios, ha intensificado el control corporativo de noticias e información vitales y derrotado a los medios críticos, necesarios para una democracia vigorosa” (Kellner, 2004). Los medios promueven, desde esta perspectiva, la agenda de las grandes empresas. Además, las fusiones de compañías que producen información con otras dedicadas al entretenimiento están desdibujando la distinción entre ambos dominios: vamos hacia una sociedad del “infoentretenimiento”. Debido al sesgo ideológico de los medios, dice Kellner, la democracia está en crisis. La solución que propone es abogar por una reforma de los medios y desarrollar canales alternativos. Es necesario impulsar una mayor regulación, revitalizar la televisión pública, cultivar la radio pública y comunitaria, expandir el periodismo de investigación y de servicio público y avanzar en la utilización democrática de Internet (Ibíd.).9

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El análisis de Kellner tiene como ideal normativo el modelo de “esfera pública” de Habermas, en terminus de “un espacio en el que los individuos pueden discutir libremente temas de interés común y organizarse para implementar reformas y proyectos de cambio social”.

Steven Barnett, cuyo análisis abreva en la experiencia del sistema de comunicación británico, de propiedad mixta, observa que el debate sobre la concentración de la propiedad de los medios destaca normalmente la necesidad de promover la diversidad y prevenir el control autocrático de los espacios comunicativos. Las fusiones y adquisiciones, señala Barnett, han sido la respuesta a cambios estructurales en el mercado, a fin de asegurar la viabilidad económica de los medios. La tendencia se ha acentuado con la crisis económica, que amenaza hoy la existencia misma de numerosas empresas periodísticas. El autor propone, por consiguiente, desplazar el foco de la discusión, poniendo menos énfasis en la cuestión de la propiedad y más en una regulación de los contenidos que promueva la pluralidad de ideas y el interés público, a pesar de una menor diversidad estructural (Barnett, 2010). ¿Cuál es la visión de los mismos periodistas? El crítico de medios Ken Auletta subrayaba en una columna reciente: “A medida que se multiplican los canales de comunicación y es más fácil difundir información en la Web y el cable, el ciclo de noticias se vuelve más breve, hasta el punto de que ya no hay pausa, sólo la constancia de la Web y el argumento interminable del cable. Esto genera la presión de entretener o perecer, lo que alimenta el sesgo dominante de la prensa: ni pro-liberal ni proconservador, sino pro-conflicto” (Auletta, 2010, p. 38). Otra consecuencia, indica el analista, es que las condiciones de trabajo del periodista han cambiado. Años atrás, disponía de unas horas para hacer llamadas, buscar información y proveer contexto para su artículo del día siguiente. Hoy, cuando se acerca la hora de cierre, ya ha escrito una o más veces para la Web, hablado por radio, salido en televisión y, tal vez, hecho una entrada de blog. El requerimiento de brindar información de manera incesante hace que el periodista, en lugar de discutir una afirmación con el entrevistado o indagar el contexto para situarla, se limite a conseguir dos citas opuestas y presentar la información bajo la forma “A dijo / B dijo”. Ya no hay tiempo para profundizar: todo el mundo se ha convertido en reportero de agencia. Los cambios tecnológicos y económicos han puesto en cuestión tanto la viabilidad como los estándares de calidad de la actividad periodística, al menos bajo la forma en que la hemos conocido hasta ahora. Un extenso informe del veterano periodista James Fallows refleja esta situación desde el título: “Cómo salvar las noticias” (Fallows, 2010). Lo sugestivo del artículo –sin duda representativo del cambio de época- es la

organización que se propone llevar a cabo esa tarea: Google. El popular buscador ha ganado el derecho de tener la palabra debido al inmenso tráfico que genera su sección Google News. En lugar de hojear los diarios impresos o recorrer una por una sus ediciones online para informarse sobre los temas que les interesan, los lectores no hacen más que introducir las palabras adecuadas en el motor de búsqueda de noticias, y éste devuelve en segundos desde cientos hasta miles de resultados específicos, procedentes de un amplio abanico de diarios y otras fuentes. De aquí se desprende un argumento central en la visión que tienen los expertos de Google sobre las dificultades que aquejan al periodismo. El diario tradicional consiste en un “paquete” de secciones diversas: noticias, deportes, espectáculos, historietas, clasificados y demás. Los lectores que compran el periódico interesados en algunas de sus secciones, subsidian implícitamente las restantes. Sin embargo, los ingresos de los diarios siempre han provenido de la publicidad en unas pocas secciones especializadas –automotores, inmobiliarias, etc.-, que han subsidiado así las demás partes del periódico y en especial las noticias. Lo que ha hecho la Web –por ejemplo, Google y los sitios de avisos clasificados- es empezar a desatar el paquete y eliminar los subsidios cruzados. De acuerdo con este argumento, el problema de los diarios es cómo hacer que las noticias generen ingresos por sí mismas, suficientes para solventar un periodismo de calidad. La respuesta es que deberán crear nuevos modelos de obtención de ingresos con sus ediciones online, pues las versiones impresas, agobiadas por los costos de impresión y distribución, sólo dejan disponible entre un 15 % y un 35% de los ingresos para gastar en lo más importante: el personal periodístico. Los estudios del Pew Research Center notan asimismo que los lectores online “no buscan organizaciones periodísticas para cubrir su agenda completa de temas. Salen a la caza de noticias por tópico y evento y a recorrer múltiples medios de difusión” (Pew Project, 2010). Los blogs de periodistas individuales gozan de creciente popularidad, pero también, al tiempo que las redacciones de los diarios se achican, está aumentando rápidamente el espectro de voces no periodísticas que ingresan al mundo de las noticias y la información. Además, a pesar de la multiplicidad de medios en Internet, muchos de estos sitios están dedicados al comentario, la síntesis y la compilación de información procedente de otras fuentes. El contenido original en la Web sigue siendo suministrado principalmente por los medios tradicionales, de modo que los recortes que éstos sufren afectan de todas formas la calidad de la información online.

Las estrategias de comunicación de los gobiernos y de los distintos grupos de la sociedad no han sido ajenas a estas profundas transformaciones. La fuerte competencia por el acceso a los medios impulsó, desde hace tiempo, lo que Gurevitch y Blumler llaman la “profesionalización de las fuentes”. Los mensajes son elaborados para adaptarse a los formatos, valores noticiosos y hábitos de trabajo del periodismo. Esto requiere un planeamiento estratégico y la asistencia de consultores, relacionistas públicos, asesores de campaña y demás. En cuanto a los políticos, “empiezan a pensar, hablar y actuar como los periodistas”, los que corren el riesgo de convertirse en meros canales de propaganda (Gurevitch y Blumler, op. cit., p. 31). En el mismo sentido, Bennet y Manheim alegan que todas las organizaciones que participan del espacio político han aprendido a “suministrar información que no está diseñada para promover un compromiso informado y deliberativo de los ciudadanos”, sino para “movilizar y desmovilizar segmentos del público según estrechos objetivos estratégicos, a menudo encubriendo la identidad o la intención de los comunicadores” (Bennet y Manheim, 2001, pp. 280-281). La situación actual proporciona a los gobiernos ventajas y desventajas. Por un lado, el vertiginoso ciclo de noticias termina por devorar la mayor parte de los intentos de planificar la agenda de comunicación. Por otro, las dificultades que atraviesa el periodismo tradicional, sumadas a la proliferación de nuevos medios, crean oportunidades para materializar el sueño de todos los gobiernos: eludir el filtro de la prensa y comunicarse directamente con los ciudadanos, ahora haciendo uso de sitios Web, blogs, videos de YouTube, páginas de Facebook y Twitter y herramientas similares, en muchos casos producidas por partidarios y simpatizantes (Martin, 2010). Las teorías del malestar mediático y de la movilización cognitiva Las interpretaciones que atribuyen a los medios efectos nocivos sobre las orientaciones políticas de los ciudadanos suelen clasificarse, en forma genérica, dentro de las llamadas “teorías del malestar mediático”. Existe sin embargo otra corriente, menos difundida, que postula la hipótesis contraria: la “teoría de la movilización cognitiva”. Adoptando una perspectiva de largo plazo, ésta sostiene que el desarrollo de los medios masivos generalizó el acceso a la información política, en el pasado reservada a las elites. Este

hecho, sumado a los altos niveles educativos y habilidades aprendidas en los ambientes laborales complejos de la sociedad postindustrial, proporciona al público de nuestra época una capacidad de pensamiento y acción política muy superiores a las que poseía el ciudadano de la era de las chimeneas. (Norris, 2000; Newton, 1999; Inglehart, 1990). De las teorías del malestar y de la movilización pueden inferirse hipótesis precisas capaces de ser contrastadas empíricamente. En las formulaciones sobre el malestar mediático, los efectos se atribuyen al contenido o la forma de los medios. Como hemos visto, el contenido se refiere a las “malas noticias” sobre las instituciones y los políticos, al acento puesto en el conflicto político, a la cobertura obsesiva de “casos sensacionalistas”. El entretenimiento se ha convertido en el valor central de la programación de la televisión general, que a fin de capturar y retener la atención de la audiencia gira exclusivamente en torno a los espectáculos, los juegos, las celebridades, el deporte y la información policial; los asuntos políticos, además de quedar relegados a un espacio marginal, son presentados bajo el formato del espectáculo, de manera superficial, breve y sensacionalista. En los diarios, las normas tradicionales de la prensa escrita empezaron a ceder frente a la “tabloidización” y el periodismo amarillo: las primeras planas dedican ahora más titulares al delito y los escándalos políticos. En cuanto al efecto de la forma de los medios, algunos analistas sostienen que, por sus mismas características, la televisión no es un medio eficaz para el examen detenido y reflexivo de los temas, en tanto que Internet, debido a su naturaleza interactiva, es capaz de fomentar el diálogo y la participación. Los autores de la corriente del malestar mencionan una serie de causas para explicar las nuevas tendencias: factores económicos –intensificación de la competencia entre los medios-, tecnológicos –difusión de la televisión por cable y de Internet-, de cultura periodística –más confrontativa con el sistema político- y de práctica política – marketing electoral-. Se atribuye a los medios una variedad de efectos actitudinales: opiniones negativas respecto a las instituciones y dirigentes, desinterés por los temas políticos, cinismo, menor participación, pérdida de compromiso cívico, menor sentido de eficacia política personal. En el caso de la televisión, una hipótesis presume que su influjo negativo sería mayor en los espectadores que no tienen interés por la información política, pero que se ven expuestos a ella por tener el aparato encendido. A diferencia de las personas interesadas, estos televidentes carecen de los conocimientos

previos y de espacios de discusión con amigos que los ayuden a entender e interpretar la información recibida. Algunos piensan que Internet reforzará el cinismo político. Se dice que la velocidad de la comunicación electrónica y la ausencia de mediadores que ejerzan la función de monitorear la exactitud de la información, podría crear una situación en la que los hechos sean reemplazados por los rumores.10 Otros comentaristas afirman que la adopción general de las técnicas del marketing político y de los mensajes hechos “a medida” para llegar a determinados segmentos del público terminó por minar la credibilidad de los actores políticos. La omnipresencia de la televisión, que hace posible una relación directa entre el público y los dirigentes, ha confluido con las técnicas del marketing para dar lugar a fenómenos como la “personalización” de la política y la llamada “democracia de candidatos”. El atractivo personal y la administración de la imagen terminan por desplazar cuestiones más sustanciales, como el debate de los temas y la capacidad de los candidatos para gobernar. El politólogo Robert D. Putnam sostiene que los lectores regulares de diarios muestran más conocimiento y compromiso sobre los asuntos públicos, pertenecen a más asociaciones civiles, asisten con más frecuencia a reuniones locales y votan con más regularidad. Aunque es difícil distinguir cuál es la causa y cuál el efecto, habría evidencia de que el lector de periódicos y el “buen ciudadano” están relacionados. El hábito de mirar las noticias por televisión también está asociado positivamente con el compromiso cívico: la relación no es tan intensa como en los lectores de diarios, pero los espectadores de los noticieros son más cívicos que el resto de la población (Putnam, 2000 y 1993). El enfoque de la movilización cognitiva destaca el papel que han cumplido los medios al poner a disposición de la población general volúmenes crecientes de información política. El desarrollo postindustrial trae consigo una expansión de la educación superior y la transformación del mundo del trabajo, debido especialmente al peso 10

Las normas profesionales de los periodistas –habituales mediadores en el flujo de la informaciónpueden tener, empero, efectos distorsivos, que los medios alternativos surgidos en Internet ayudan a compensar. Gurevitch y Blumler remarcan que “el valor central concedido a los valores de la objetividad y la imparcialidad puede dar apoyo implícito a las instituciones y grupos más poderosos de la sociedad”. Así, “la neutralidad de los medios puede tender a privilegiar las posiciones dominantes y comúnmente aceptadas” (op. cit., p. 33).

creciente del sector terciario de la economía. Los empleos del sector servicios y de alta tecnología requieren el pensamiento independiente, la toma de decisiones y habilidades de organización y comunicación. Este tipo de experiencia laboral, combinada con los altos niveles de instrucción y con la información suministrada por los medios, genera un proceso de movilización cognitiva. Los ciudadanos de la sociedad postindustrial se encuentran mucho mejor preparados para la acción política autónoma que los de la era industrial, consagrados a realizar tareas repetitivas en la cadena de montaje dentro de una gran organización jerárquica. Si la población de la época de las chimeneas era movilizada desde arriba por los partidos de masas, las nuevas generaciones posmodernas, con sus valores de autoexpresión, sus capacidades cognoscitivas, sus recursos materiales y sus conexiones sociales, se destacan por la participación autodirigida, que en muchos casos plantea abiertos desafíos a las elites. En los países con

regímenes

autoritarios,

este

proceso

aumenta

las

presiones

hacia

la

democratización; en aquellos que ya cuentan con instituciones democráticas, conduce a una profundización de la democracia existente (Inglehart, 1997 y 1990). De acuerdo con esta teoría, los signos de cinismo, apatía, desconfianza y caída de la participación política son sólo una parte de la historia. Mientras disminuye la participación política convencional –la movilizada por las maquinarias políticas, incluyendo el voto, que es una forma limitada de participación-, aumentan las formas no convencionales y autodirigidas de activismo y organización política. Los movimientos sociales son un resultado de este proceso. Las nuevas formas de participación se dirigen a temas específicos –derechos de la mujer, protección del medio ambiente, etc.- y se apoyan en grupos ad hoc más que en organizaciones burocráticas establecidas. Utilizando datos de encuesta en Gran Bretaña, Newton relacionó variables de exposición a los medios, especialmente a la televisión y los medios impresos, con medidas de interés, comprensión y conocimiento políticos, eficacia personal subjetiva (la percepción de la propia capacidad de influencia política), confianza, cinismo político y evaluación del funcionamiento de la democracia en el país (Newton, 1999). De acuerdo con la teoría de la movilización, altos niveles de exposición a los medios, especialmente a los contenidos de noticias, deberían traducirse en una mayor información política por parte del público, una mejor comprensión de la política y niveles superiores de eficacia subjetiva. Para la perspectiva del malestar, la exposición

elevada a los medios debería conducir a una menor movilización y al cinismo político. Si lo que importan son los contenidos, el consumo de entretenimiento –televisivo o gráfico- debería producir mayor malestar que la exposición a una buena cobertura de noticias en cualquiera de los dos tipos de medio. Si los efectos se originan en la forma del medio, la exposición a la televisión –sean programas de entretenimiento o de noticias- debería generar más malestar político que la lectura de periódicos. Los resultados del estudio de Newton apoyan en lo fundamental la tesis de la movilización, aunque también arrojan una débil evidencia a favor de la teoría del malestar. La lectura regular de un diario sábana –por oposición a la prensa amarillaestaba fuertemente asociada con altos niveles de interés, conocimiento y comprensión políticos, y con un grado menor de malestar: estos lectores confiaban más y eran algo menos cínicos que el resto de la población. Mirar las noticias por televisión con mucha frecuencia tenía un efecto similar, pero más débil. La mitad de los televidentes seguía las noticias políticas todos los días, pero la mayoría lo hacía en forma accidental, no porque tuviera un interés previo en la política. Según Newton, los mayores niveles de movilización cognitiva de este grupo parecían un efecto de la televisión en sí, en contra del argumento de que este medio no es capaz de informar y educar. Al mismo tiempo, mirar mucha televisión general exhibía una relación, aunque débil, con algunos indicadores de malestar político, específicamente con un menor interés, conocimiento, comprensión y eficacia subjetiva, y con un poco más de cinismo político. Norris examinó una batería de encuestas en Europa y Estados Unidos. Seguir las noticias en los medios –en la televisión, los periódicos e Internet- y prestar atención a las campañas políticas, estaba asociado positivamente con el conocimiento político, la confianza en las instituciones y la participación, no con el malestar (Norris, 2000). Su interpretación causal es que el proceso funciona en forma interactiva. Como ocurre con la socialización política en la familia y el lugar de trabajo, en el largo plazo existe un “círculo virtuoso”, en el que las noticias de los medios y las campañas sirven para “activar a los activos”. Las personas más interesadas y que poseen mayores conocimientos políticos, prestan más atención a las noticias políticas. Aprender más sobre los asuntos públicos reduce las barreras para un aumento ulterior del compromiso. Habría, pues, un efecto global de reforzamiento. En cambio, los medios noticiosos tendrían menos poder para reforzar la desmovilización de quienes ya carecen de

compromiso. Según Norris, si los miembros de este grupo quedan expuestos accidentalmente a las noticias políticas, es probable que cambien de canal o de página Web, dejen de mirar, presten poca atención o desconfíen de la fuente. Investigadores de los procesos de opinión como Page y Shapiro han analizado las respuestas a miles de preguntas sobre políticas públicas, procedentes de encuestas nacionales que se extienden por un periodo de cincuenta años. Su conclusión es que, aunque el ciudadano individual esté poco informado o interesado, el público, considerado como un todo, tiene sobre las políticas públicas opiniones reales, cognoscibles, diferenciadas y coherentes. Estas opiniones colectivas son estables. Raramente fluctúan y, con el paso del tiempo, cambian de manera incremental, comprensible y predecible (Page and Shapiro, 1992). Estas cualidades corresponden al público en el nivel agregado. Las opiniones de un individuo suelen cambiar sin causa aparente con el transcurso del tiempo, pero en cada punto temporal las mutaciones aleatorias individuales se anulan entre sí, de modo que a nivel agregado la opinión del público permanece estable o cambia en forma predecible. Los autores agregan que las personas no necesitan gran cantidad de información para llegar a preferencias sensatas. En este sentido, la teoría clásica de la democracia exige a los ciudadanos niveles innecesarios de conocimiento político. Para que un individuo se forme una opinión racional sobre un tema dado, puede bastar que se apoye en sus propias creencias y valores subyacentes y en los indicios que les proporcionan personas, dirigentes y grupos con opiniones similares a las suyas y en los cuales confía. La opinión pública refleja un nivel de información y complejidad mucho más alto que el que se manifiesta en el plano individual. Page y Shapiro explican este hecho por una serie de mecanismos. Uno es el proceso ya comentado de agregación de opiniones individuales, formadas por la acción de estímulos sobre individuos aislados. Otro, quizás más importante, es el mecanismo de deliberación pública, basado en la interacción de muchos individuos y organizaciones. La deliberación pública –en la que el público como colectividad razona sobre las cuestiones políticas- se apoya en una división del trabajo de naturaleza similar al procesamiento paralelo de información: grupos especializados realizan investigación sobre las políticas públicas; los resultados se difunden a través de libros, artículos y debates a cargo de expertos, comentaristas y

políticos; el producto de esta discusión llega al público general a través de los medios masivos; finalmente, la información se refina, interpreta y disemina a través de las conversaciones entre los ciudadanos, por ejemplo en la familia y el grupo de trabajo. Debido a estos procesos, la comunidad de ciudadanos es, según Page y Shapiro, mucho más competente de lo que afirman sus críticos. Posee, potencialmente, “capacidad para gobernar”. Que esa potencialidad llegue o no a realizarse depende de la calidad del “sistema de información”, que incluye no sólo a los medios, sino además a las instituciones políticas en sus aspectos comunicacionales. Este sistema debe tener suficiente transparencia y brindar información exacta y útil. La manipulación es posible, porque las elites, con frecuencia, pueden controlar la agenda de los medios. En materia de política exterior, los gobiernos están en posición de concentrar casi toda la información y suelen confundir o engañar a la gente. La apatía y la desinformación, dicen los autores, son en gran medida un producto del mismo entorno político. Éste podría promover lo contrario mediante una “educación política” en sentido amplio, que involucre a la escuela, la deliberación pública, los dirigentes, los expertos, las asociaciones y movimientos sociales, los medios de comunicación y la participación directa. Las democracias tardías y el caso argentino: hallazgos empíricos Tanto en la Argentina como en el resto de América latina, la transformación de los medios no se aparta de las tendencias expuestas hasta aquí, si bien la penetración de Internet avanza con rezago respecto al mundo desarrollado. En el caso de nuestro país, estos procesos han motivado la aprobación de un nuevo marco regulatorio: la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. Al mismo tiempo, la relación del público con los medios y el sistema político parece tener una dinámica diferente en las democracias tardías y en las maduras. Como parte de un proyecto de investigación dirigido por el autor de este artículo, acreditado en el Programa de Investigación y Desarrollo (PID) de la Universidad Nacional de La Plata11, hemos analizado este punto utilizando las bases de datos de las sucesivas ondas de la 11

Proyecto PID-P001 “Comunicación y Cultura Política en el Gran La Plata”, desarrollado en el periodo 2006-2009. Sobre las características y resultados del proyecto, ver Jorge, 2009 y 2008.

Encuesta Mundial de Valores (WVS).12 En nuestro trabajo, seleccionamos un grupo de 36 democracias, que incluye 17 países industrializados y 19 en vías de desarrollo, y efectuamos procesamientos sobre los datos referidos a la confianza del público en la prensa y el parlamento.13 En el Gráfico Nº 1 las diferencias saltan a la vista inmediatamente. Gráfico Nº 1 – Confianza en el Parlamento y en la Prensa Prensa 43%

Parlamento 40% Prensa 33% Parlamento 27%

Democracias desarrolladas

Democracias en Vías de Desarrollo

Porcentaje de entrevistados que confía “mucho” o “bastante” en cada institución. Fuente: Cálculos propios a partir de una muestra de 36 democracias en la Base Integrada 1981-2004 y la Base 2005-2008 de la Encuesta Mundial de Valores. Se tomó el dato más reciente disponible para cada país.

En promedio, en el grupo de democracias desarrolladas –todas de larga duración, con la única excepción de España-, el 40% de los ciudadanos entrevistados afirma tener “mucha” o “bastante” confianza en el parlamento, mientras que sólo el 33% lo hace en la prensa. Por el contrario, en las democracias en desarrollo la relación se invierte: apenas confía en el parlamento el 27% de los encuestados, en tanto que la credibilidad de la prensa asciende al 43%. En las naciones industrializadas, la declinación de la confianza en las instituciones ha sido un proceso gradual, producto del cambio de demandas y valores que han impuesto 12

La Encuesta Mundial de Valores (WVS o World Values Survey), conducida por una red internacional de cientistas sociales, constituye un corpus sin precedente de evidencia empírica sobre la cultura de un gran número de sociedades. Se han realizado cinco ondas de la encuesta: 1981-1984, que se extendió a 22 países; 1990-1991 (43 países), 1995-98 (55), 1999-2004 (71) y 2005-2008 (53). En total se han encuestado 97 sociedades –la Argentina fue incluida en todas las ondas-, en una muestra representativa del 88% de la población mundial. Estas bases incluyen los datos de 340.000 entrevistados, casi 5.400 de ellos en la Argentina. Todos los datos de la Encuesta Mundial de Valores citados en este artículo surgen de procesamientos realizados por el autor a partir de las bases de datos oficiales de la World Values Survey Association. 13 Para un examen detallado de los procesamientos y datos utilizados, ver Jorge, en prensa.

las nuevas generaciones socializadas en un entorno de prosperidad. En las jóvenes democracias de los países en desarrollo, la erosión ha sido generalmente brusca y más pronunciada, debido a que el sistema político no ha sido capaz de responder, en un contexto de carencias, a las elevadas expectativas creadas por la democratización. Los datos sugieren que, en estas nuevas democracias, la prensa cumple la tarea de expresar los reclamos de la gente con más éxito que el alcanzado por el sistema político en su más difícil función de canalizar y satisfacer esas demandas. Las instituciones más afectadas por esta situación son el parlamento y los partidos14, que tienen precisamente el papel de representar las preferencias de los ciudadanos y traducirlas en programas de gobierno e iniciativas legislativas. La confianza en el gobierno –asociada, en las democracias latinoamericanas, a la figura presidencial- sigue una pauta diferente, con oscilaciones al alza y a la baja que dependen del ciclo de popularidad de los mandatarios. El caso argentino es ilustrativo de este proceso. Según nuestros procesamientos a partir de las bases de datos de la WVS, en 1984 –a poco de recuperada la democraciaconfiaba en el parlamento el 73% de los argentinos. A impulso de la frustración de expectativas, en 1991 la confianza se había desplomado al 17% y en años subsiguientes cayó aún por debajo de esa cifra: en 2006, era del 13%. La credibilidad de los partidos es todavía inferior: no hay datos anteriores a 1995, pero en ese momento confiaba en los partidos apenas el 8% de los argentinos, cifra similar a la que hallamos en 2006. En cambio, el 29% de la población depositaba su fe en el gobierno en 1995, el 8% lo hacía en 2002 y el 37% en 2006.15 Por su parte, la confianza en la prensa era del 46% en 1984 y, si bien bajó al 27% en 1991, desde mediados de los noventa se mantuvo estable en algo más de un tercio de los entrevistados, para ubicarse en un 35% en 2006. Fue precisamente en los noventa que el periodismo de investigación tuvo un papel protagónico en la denuncia de casos de corrupción, lo que contribuye a explicar la nada despreciable credibilidad de los medios en el contexto argentino. En otras palabras, en un marco de baja confianza en gran parte de las instituciones que integran el sistema político, sólo la prensa y el poder ejecutivo se han mostrado capaces de recuperar 14

Encontramos que en los dos grupos de democracias la confianza en los partidos –considerablemente más baja que la que existe en el parlamento- se halla en el mismo nivel, rondando el 20%. 15 El dato del año 2002 corresponde al estudio Latinobarómetro. Como resultado de la crisis que estalló en diciembre de 2001, encontramos en 2002 los niveles más bajos de confianza en las instituciones políticas en toda la serie temporal.

credibilidad, pero mientras los medios parecen hacerlo de un modo consistente, la fe pública en los sucesivos gobiernos –siendo la única que llega a alcanzar picos elevadosestá sujeta a fuertes fluctuaciones. En nuestra investigación desarrollamos modelos de regresión logística para determinar los factores que ejercen una influencia causal sobre distintas variables de la cultura política argentina. Los análisis utilizando la base de datos de la onda Argentina 2006 de la WVS, arrojan que la lectura de libros y diarios tiene una relación positiva, estadísticamente significativa, con el interés por la política (Jorge, en prensa). Así, por ejemplo, se declara “muy” o “bastante” interesado por la política el 40% de los encuestados que leyó un libro la semana anterior, frente a sólo el 18% de los que no lo hicieron. Del mismo modo, se manifiestan interesados el 31% de quienes leyeron un diario y apenas el 15% de los que no recurrieron a un periódico para informarse. Estas relaciones se conservan cuando se introduce el nivel educativo como variable de control. Las personas que miraron u oyeron programas informativos –o informes en profundidad- por televisión y radio, que usaron Internet o que leyeron revistas, también se interesan por la política en mayor medida que el resto, pero estas influencias se diluyen cuando se incorporan a los modelos de regresión junto a otras variables no comunicacionales. Estos resultados abonan la teoría de la movilización cognitiva: exponerse a los medios para “saber qué es lo que pasa en el país y el mundo” –como reza la pregunta en el cuestionario de la WVS- está asociado a un mayor interés por la política, no a la apatía o al cinismo, como se esperaría según las hipótesis del malestar mediático. En el marco del mismo proyecto de investigación, realizamos un estudio por encuesta sobre la cultura política en la región del Gran La Plata, en el que indagamos un amplio conjunto de variables referidas a las actitudes hacia la democracia y sus instituciones, el capital social y los hábitos de exposición a los medios.16 Uno de los resultados es que la televisión es, por lejos, el medio preferido para informarse sobre política: fue 16

La Encuesta “Comunicación y Cultura Política” (ECCP), realizada durante los meses de junio y julio de 2008, aplicó, mediante entrevistas domiciliarias, un cuestionario con preguntas estructuradas a una muestra de 400 personas de 18 y más años residentes en 40 radios censales de los partidos de La Plata, Berisso y Ensenada. El diseño muestral fue probabilístico, con selección final de los entrevistados dentro de la vivienda según cuotas de sexo y edad. Para un detalle de los resultados del estudio, ver Jorge, 2008; para una comparación de la cultura política del Gran La Plata con otras regiones argentinas, ver Jorge, en prensa.

mencionado como tal por el 41% de los entrevistados. El 25% indicó la radio y el 16% el diario. Un significativo 4% señaló a Internet como medio favorito para mantenerse enterado sobre cuestiones políticas. Además, entre las personas que leen diarios, el 24% lo hace “principalmente” por medio de la Web. Hallamos que entre los ciudadanos interesados por la política hay más lectores de diarios y mayor proporción de personas que los leen todos los días; es superior asimismo el porcentaje de usuarios de Internet y de radioyentes, y algo mayor la cantidad de horas que se mira televisión. Además, lee el periódico todos los días el 52% de los entrevistados que hacen trabajo voluntario, frente al 38% de los que no lo hacen. Una vez más, como predice la teoría de la movilización cognitiva, el interés por la política parece estar vinculado con una exposición elevada a todos los tipos de medios, aunque hay, en particular, más lectores de diarios y mayor proporción de personas que los leen todos los días. Asimismo, dada la relación que encontramos entre la lectura de diarios y el trabajo voluntario, los resultados apoyan la hipótesis –planteada originalmente por Tocqueville y retomada en nuestros días por Putnam- de que los periódicos se hallan asociados al compromiso cívico. Por otra parte, si bien encontramos en la encuesta una lógica asociación entre el interés por la política y la frecuencia con que se siguen las noticias políticas, también es muy elevada la proporción de no interesados que se expone a la información política. Esto se debe en parte a una exposición involuntaria, debida al mero hecho de tener la televisión o la radio encendidas. En el grupo de personas “muy” o “bastante interesadas”, los que dicen seguir las noticias políticas todos los días llegan al 80%, pero incluso entre los “nada interesados” este porcentaje alcanza el 55%. Esto sugiere, por un lado, un proceso de exposición selectiva –los interesados por la política buscan noticias sobre el tema-, pero no nos dice si la exposición involuntaria refuerza o no la apatía de las personas no interesadas. Aunque los estudios que hemos examinado en este artículo proporcionan más sustento a las hipótesis de la movilización que a las del malestar, el terreno por recorrer es vasto y el debate sigue abierto. Desde nuestra visión, es necesario realizar más investigaciones

empíricas17, a fin de precisar, refinar y contrastar las hipótesis, en un campo tradicionalmente muy rico en ensayos y análisis teóricos. Bibliografía ALMOND, Gabriel, and Sidney Verba. The Civic Culture. Political attitudes and democracy in five nations, Princeton University Press, Princeton, 1963. AULETTA, Ken. “Non-Stop News”, The New Yorker, January 25, 2010; pp. 38-47. BARNETT, Steven. “What’s wrong with media monopolies? A lesson from history and a new approach to media ownership policy”, MEDIA@LSE Electronic Working Papers, Nº 18, London School of Economics and Political Science, 2010; http://www2.lse.ac.uk (consultado el 10/5/2010). BENNETT, W. Lance and Jarol B. Manheim. “The Big Spin: Strategic Communication and the Transformation of Pluralist Democracy”, in W. Lance Bennett and Robert M. Entman (eds.), Mediated Politics: Communication in the Future of Democracy, Cambridge University Press, Cambridge, 2001; pp. 279-298. CAROTHERS, Thomas. “The End of the Transition Paradigm”, Journal of Democracy, Vol. 13, Nº 1, 2002; pp. 5-21. COLLIER, David, and Levitsky, Steven. “Democracy with adjectives: conceptual innovation in comparative research”, World Politics, Vol. 49, N° 3, 1997; pp. 430-451. CROZIER, Michel J., Huntington, Samuel P. and Watanuki, Joji. The Crisis of Democracy. Report on the Governability of Democracies to the Trilateral Commission, University Press, New York, 1975. DAHL, Robert. La poliarquía. Participación y oposición, Tecnos, Madrid, 1989. DIAMOND, Larry: “Elections Without Democracy. Thinking about hybrid regimes”, Journal of Democracy, Vol. 13, N° 2, 2002; pp. 21-35. ECKSTEIN, Harry. “A Culturalist Theory of Political Change”, The American Political Science Review, Vol. 82, Nº 3, 1988; pp. 789-804. FALLOWS, James. “How to Save the News”, The Atlantic, June 2010; http://www.theatlantic.com/magazine. FORMISANO, Ronald P. “The Concept of Political Culture”, Journal of Interdisciplinary History, Vol. 31, No. 3, 1991; pp. 393-426.

17

El autor dirige actualmente un proyecto de investigación que incluye un estudio de campo en la región de influencia de la Universidad Nacional del Noroeste de la Provincia de Buenos Aires (UNNOBA).

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