Los honores divinos de Aletes, descubridor de minas de plata en Carthago Nova, in: Actas del Primer Simposio sobre la minería y la metalurgia antigua en el Sudoeste europeo (Serós, 2000)

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Descripción

1er. Simposio sobre la Minería y la Metalúrgia Antigua en el SW Europeo, Serós 2000, 2.11, pp.207-216

LOS HONORES DIVINOS DE ALETES, DESCUBRIDOR DE MINAS DE PLATA EN CARTHAGO NOVA Ignasi Garcés Estallo Àrea d’Història Antiga Universitat de Barcelona

Dentro de la revisión y actualización de los personajes iberos cuyo nombre es conocido, actividad que venimos realizando desde hace algún tiempo, uno de los más fascinantes y polémicos a la vez es, sin duda, Aletes. Dada la relación del sujeto con la minería antigua, el presente simposio nos parece un marco adecuado para aportar algunos resultados sobre quien puede ser considerado como uno de los mineros peninsulares recordados más antiguos. En la descripción topográfica de Carthago Nova que Polibio nos transmite se incluye la mención de Aletes, evocado por haber descubierto unas minas de plata, hecho que le reportó ciertos honores divinos y la consiguiente extensión de su nombre a una de las colinas de la ciudad 1. El cerro no presenta problemas de identificación considerándose, de forma unánime, la altura de San José como el lugar indicado 2. Mayor complejidad entraña abordar la naturaleza del nombre personal, sólo conocido por este pasaje y por estos hechos, siendo uno de los escasos individuos no públicos citados en las fuentes clásicas de la Hispania prerromana. A fin de analizar estos datos debemos valorar tanto el sentido del nombre como, especialmente, el posible contexto social, político y religioso donde se enmarca, que no es otro que el entorno helenístico de la ciudad bárquida, así como de las relaciones que esta mantenía con los iberos en el siglo III a.C.

LA CUESTIÓN DE ALETES: ¿NOMBRE PERSONAL O EPÍTETO DIVINO? Las primeras indagaciones del pasaje polibiano se centraron en la etimología del nombre. Este no resulta desconocido en griego, siempre asociado a temáticas heróicas 3, aunque no parece corresponder a ninguna trasposición literaria de un héroe heleno a Iberia proceso del que, por otro lado, no faltan ejemplos 4. El hispanista Adolf Schulten lo consideró etrusco, 1Pol.,11,10,10:

“...τουτω δ ο συνεχησ Αλητου −δοκει δ ουτος γενοµενος των αργυρειων µεταλλων ισοθεων τετε υχεναι τιµον−”. La (colina) que viene a continuación lleva el nombre de Aletes, quien por haber descubierto unas minas de plata parece que ha obtenido honores divinos. 2Polibio aporta una orientación cardinal de las colinas errónea, pero correcta en cuanto a su número y situación. Sobre la ubicación, actualizado con los yacimientos conocidos a principios de los años 90: Martín Camino 1994, 293-324; trabajos clásicos con mención de los hallazgos antiguos: Beltrán 1948, 191-224; 1952, 47-82. 3En RE Aletes es lacónicamente reseñado como el descubridor de las minas de plata de Carthago Nova. Aparecen otros cuatro homónimos, todos ellos en contextos mitológicos: un hijo de Icarios y hermano de Penélope (Od., 15, 16; Apoll., 3, 10, 6); un hijo de Egisto (Sófocles, FTG, 151, n. 2); un antepasado de Eneas (Virg., Aen., 1, 121; 9, 246) y, el más célebre de todos: Αλατα, el héroe dórico que se apoderó de Corinto durante la invasión de los heráclidas, según un verso de Píndaro (Ol., 13, 17) repetido en otros autores (Apoll., 2, 8, 3; Paus., 2, 4, 3). 4Sería el caso de la esposa castulonense de Aníbal (Liv., 24, 41, 7) cuyo nombre es omitido en las fuentes más antiguas y repuesto como Himilce en un dudoso pasaje de Silio Itálico (Pun., 3, 106).

208 dentro de la peculiar visión de la presencia de esa cultura en Iberia que le caracterizaba 5. La endeblez del argumento esgrimido, así como del planteamiento general seguido, han sido suficientemente contestados, lo que nos exime de insistir en ello. Mucho más aguda resultó la observación del africanista Stephan Gsell, que en 1920, al tratar de la religión del mundo púnico africano, intuyó la posibilidad de que Aletes fuese un nombre ibérico 6. La deducción partía del excepticismo del autor frente al hecho de que alguna persona verídica hubiese obtenido honores divinos en el seno del conservador mundo religioso semita, después de demostrar como todos los supuestos casos africanos no eran tales. La excepción la constituía el periférico Aletes en Iberia, y Gsell matizaba que Polibio tampoco daba el asunto como seguro. Sin embargo, fueron los avances posteriores en la lectura de la escritura ibérica y, de forma especial en la comprensión de la formación de su onomástica, los que consolidaron entre los investigadores hispanos la posibilidad autóctona. Después de una época marcada por las lecturas indoeuropeas 7, que poco aportan al caso, podía aceptarse una filiación ibérica: un nombre formado, como tantos otros, sobre un radical más un sufijo bimembre. No obstante, Aletes carece de una estricta confirmación epigráfica, aunque es posible rastrear formas muy próximas, como Aletus, Aletius o Aletea 8 en la Hispania céltica, y debe descartarse su supuesta continuidad local bajo formas latinas en época romano-republicana 9. Todas estas objeciones no constituyeron el más mínimo obstáculo para que la historiografía peninsular no renunciara a explicar Aletes como un héroe local, de mención obligada en cualquier exposición sobre los orígenes de la minería en la Hispania antigua 10. En 1982 la discusión toma un nuevo rumbo con la aparición de un interesante trabajo de Michael Koch 11 que venía a negar, de forma contundente, la historicidad de nuestro personaje. Los argumentos esgrimidos por el investigador alemán partían, una vez más, de la rareza de la devoción personalizada entre los semitas, rechazando toda posibilidad de integrar un culto indígena en una fundación cartaginesa y no considerando realizable una transposición a la ciudad bárquida de los mitos coloniales griegos. Consideraba que una mina tan importante como era, en tiempos de Aníbal, la de Baebelo 12, que parece tomar el nombre de su descubridor indígena, no por ello recibía un tratamiento honorífico similar, y que la presencia de Aletes resultaba extraña si se contraponía a la elevada entidad religiosa del resto de deidades púnicas a las que se dedicaron las colinas adyacentes, a saber: Baal Hammon, Eshmun o Chusor. Tras descartar como aporías la reconstrucción del héroe local y la explicación polibiana de su culto a la manera griega, proponía la búsqueda de Aletes en el propio panteón feno-púnico, camino que contaba con precedentes -ignorados por la tradición hispana- entre investigadores alemanes de mediados del siglo XIX, como eran los trabajos de Movers en 1850 y Wilichs en 1884-1886 13. Estos autores habían observado en los fragmentarios textos religiosos atribuidos

5Mediante

la débil analogía con el nombre etrusco Alethna. Schulten 1930, 375; 1952, 183. 1920, 466: “Alétès paraît être un nom d'origine ibérique”. 7Albertos 1966, 16: Aletea (CIL II 2272) en Córdoba y con semejanzas en topónimos galos de Aletia, Aletum o Aletanus; Aletius (CIL II 633) en Cáceres. 8Ibidem, 16. Aletheia (CIL II 6338bb) en Araganda del Rey (Madrid) y Alethius (CIL II 6338aa) en Sadava. Resulta sugerente la idea apuntada por M.L. Albertos en relación con la transcripción del gr.: ‘αληθεια como “verdad”, que ha sido, a nuestro juicio, muy poco valorada. ¿Quiere ello decir que Aletes es, en la iterpretatio polibiana, el recuerdo abstracto “al verdadero descubridor” de las minas de plata?. 9CIL II 3434, la lectura propuesta por E. Hübner era Aledi, pero ha sido convenientemente enmendada por M. Koch, resultando: Pilemo Aleidi L(ucii) s(ervus), Koch 1982, n. 17. 10Entre otros: García y Bellido 1942, 299; Mangas 1981, 604. 11Koch 1982, 101-113. 12Plin., NH, 33, 31, 96-97:“Mirum adhuc per Hispanias ab Hannibale inchoatos durare puteos: sua nomina ab inventoribus habent, ex quis Baebelo appellatur hodie qui CCC pondo Hannibalis subministravit in dies”. 13Koch 1982, 106. 6Gsell

209 al fenicio Sanchunjaton de Beritos -quien se suponía había vivido en tiempos de la Guerra de Troya-, y vertidos al griego por Filón de Biblos hacia los siglos I-II d.C. en su desaparecida Historia fenicia, de donde, a su vez, los había tomado Eusebio, obispo de Cesarea, para redactar su Praeparatio evangelica I (s. IV d.C.). Para Filón, no sería un nombre propio sino el epíteto de un don dentro del panteón fenicio, con el resultado que los Aletes y los Titanes – como epítetos helenizados- venían a ser manifestaciones con responsabilidad sobre la economía del suelo, del campo y de su cultivo. Y, dando por sentado que los semitas priman las denominaciones indirectas de las divinidades, para Koch no habría ningún problema en extrapolar su presencia a Carthago Nova, trasladando su función agraria original a la explotación de los minerales. En todo este proceso Polibio sólo representaría la traducción griega y no se sentiría obligado a explicar porqué, pues, recordemos, la descripción topográfica es sólo una exposición introductoria al discurso principal, que es la acción bélica. Esta interesante hipótesis contiene, a nuestro entender, algunos puntos tan opacos como la teoría que trata de superar. Entre ellos, la supuesta categoría religiosa del conjunto de los cerros que envuelven la ciudad, pues se desentiende del hecho evidente de que una de las alturas fue acondicionada como residencia del propio Asdrúbal. Tampoco resta aclarado por qué un númen recordado por un epíteto divino merecería -siguiendo las palabras de Polibiohonores iguales a los dioses, en lugar de una dedicación completa. Igualmente, se puede alegar sobre la rareza de atribuir la minería a una presunta deidad ctónica agraria, o sobre la vigencia de unas relaciones tan vivas entre los púnicos del extremo occidental del Mediterráneo con la tierra madre en época tan tardía. Pero el aspecto más curioso de esta reconstrucción es la necesidad de justificar una helenización del panteón fenicio de Carthago Nova en fecha anterior a Polibio, a fin de que éste autor conociese una versión griega similar a la que desarrolló Filón en el otro extremo del mismo mar. Una solución, en definitiva, tanto o más compeja que la helenización del entorno político bárquida que, en términos opuestos, defendían los integradores del héroe local en el espacio cultual semita. La propuesta de Koch ha tenido una respuesta poco precisa por parte de algunos investigadores hispanos, especialmente por J.M. Blázquez 14 quien ha reivindicado la autenticidad del minero. Hay que reconocer, sin embargo, que la defensa se basa más en la insistencia de la tipicidad del nombre dentro de la onomástica ibérica, a nuestro juicio el elemento más débil y, hasta cierto punto insoluble, del debate, que en dar una respuesta histórica coherente al encaje de la presunta existencia de Aletes, así como de su correspondiente y excepcional obtención de honores, aparentemente tan ajena a la tradición feno-púnica 15. Este es el objetivo que nos proponemos desarrollar.

LA NATURALEZA DEL RELATO POLIBIANO. Polibio en su descripción consigue un efectivo recurso didáctico. Expone la topografía de Carthago Nova para narrar, a continuación, el asalto a la urbe por P. Cornelio Escipión. El autor disponía de excelente información, puesto que conocía personalmente los parajes, como él mismo indica 16. Su estancia en la ciudad tuvo lugar con motivo de acompañar a Escipión Emiliano en un destino a Hispania. Superadas las tesis que situaban el viaje con motivo de la destrucción de Numancia 17, éste debe situarse en 151 a.C. 18. 14Blázquez

1992, 504; 1995, 40. 1994, 250. 16Pol., 10, 11, 4. 17Pédech 1964, n. 54. Argumentación que descansaba en puntos muy débiles; se basó en una probabilidad, no en una certeza, extraíble de una carta de Cicerón a Lucilio (Fam., 5, 12, 2) donde el orador recuerda que Polibio escribió una monografía de la guerra de Numancia. Werner ya puso en duda esta presencia, alegando la elevada edad del peloponesio, que Cuntz solucionó en 1902, en sentido contrario, rebajando de forma arbitraria la fecha de su nacimiento a 198 a.C. Pédech se opone totalmente a ese artificio, que entrañaría consecuencias inaceptables para el currículo del personaje. En su lugar ha propuesto la posibilidad de diversos viajes a Europa occidental (Pol., 3, 59, 7), unos anteriores a su 15Blázquez

210 No es ocioso recordar que el megalopolitano participa de un mundo de valores aristocráticos, trastocado por el impacto de la conquista romana, que condiciona toda su obra. Polibio fue un miembro destacado de la política de Grecia durante la parte central del siglo II a.C. y su postura ante el expansionismo romano es bien conocida 19. El autor pertenece a un mundo racional que relega a un plano marginal los aspectos religiosos, sólo considerados como una manera más de gobernar al populacho 20, y difícilmente podría tener interés alguno en inventar unos honores divinos para un particular, por el contrario, su desinterés general sobre estos aspectos no debe ser ajeno al hecho de zanjar el asunto con un impreciso “según parece”. No olvidemos que la concepción polibiana de la historia tiende a resaltar el papel de los dirigentes, por ello es de agradecer que existan estudios sobre el valor que concede a las masas 21, pero es de lamentar que todavía no se disponga de un análisis de los personajes bastante numerosos- que, como en esta ocasión, son mencionados siempre de forma efímera. Sin embargo, parece fuera de toda duda que Polibio realiza en todo este asunto una interpretatio graeca de la religiosidad púnica, y muestra un cierto grado de duda o de sorpresa, que se concreta en la expresión “según parece”. En primer lugar es importante recoger la esencia de aquello que el autor dice, sin pretender hacerle decir otras cosas. El peloponesio afirma que Aletes ha recibido “honores iguales a los dioses”, no que hubiese sido divinizado. Honores divinos es el término que recogen las traducciones solventes 22, no siempre respetadas por la bibliografía moderna 23. En segundo lugar queda resuelta la causalidad que un suceso de éste tipo implica: por haber descubierto unas minas de plata. Por consiguiente, las dudas de Polibio no emanarían tanto de la causa, como del proceso en sí o, en todo caso, de la sorpresa de encontrarlo en un lugar donde a priori no se debía esperar. Que la minería en la región se remonte a épocas prehistóricas no es relevante en éste análisis, dado que en la historia de las mentalidades los lugares pueden redescubrirse o, simplemente, personificarse en algun sujeto -real o ficticio- en un determinado momento histórico. Al tratarse de un autor helenístico no debería producirle sorpresa un proceso nada infrecuente entre los griegos, esto es los honores divinos a particulares. Parece más lógico trasladar las dudas bien a la naturaleza del asunto, -y en éste caso restaría la posibilidad de responder a una deformación de un epíteto, como quiere Koch-, bien a la sorpresa de topar con esta práctica en un lugar lejano y culturalmente ajeno: Carthago Nova. En ésta segunda suposición Polibio manifestaría su extrañeza ante una, llamémosle, interpretatio poena de una práctica griega, asimilada en una singular ciudad portuaria. Esta posibilidad nos conduce a indagar si en el mundo griego la naturaleza de los honores divinos de Aletes serían posibles, dejando de lado, por el momento, si Aletes es o no un ibero.

liberación y otros posteriores a ésta, que tuvo lugar en 150 a.C. Por consiguiente, el viaje a Hispania se debe fechar en 151 a.C., durante el tribunado militar que Escipión Emiliano cumplió bajo el mando de Licinio Lúculo. 18En el mismo sentido que la nota anterior Walbank 1972, 24: “Polibius visit to that city was in 151 in the company of Scipio Aemilianus, his reference to autopsy (10, 11, 4) may well have been inserted into an account already written (but perhaps not yet publiseh) and reed not be taken as evidence for the composition of book X after 150; for the impression here is of a superficial adjustment to a narrative already worked out in detail on the basis of several sources, written and oral”. 19Musti 1978, en especial 69-142. 20Sigue una corriente racionalizadora que arranca en Aratos, quien no creía ni en dioses ni en presagios. En la misma línea Filopemén y el filósofo Ecdelos, representante de la Nueva Academia, quien con Arcesilao había comenzado a ejercer su crítica sobre las ideas religiosas. De ellos pudo pasar a Polibio, vid. Pédech 1964, 222-223. 21Gómez Espelosín 1987, 41-58. 22P.e.: “who is said to have received divine honours for his discovery” (Loeb, Pol., vol. IV, 1976, 125): “sembla que ha obtingut honors divins” (Bernat Metge, trad. M. Balasch, Pol., vol. IV, 1965, 62). 23Sin distinción de matiz Rabanal 1970, 193: “Aletes, personaje divinizado que da nombre a una de las cinco colinas”; más reciente Curchin 1996, 155-156: “Aletes, este último descubridor divinizado de las minas de plata locales”.

211 EL SENTIDO URBANO Y HELENÍSTICO DE LOS HONORES DIVINOS Entre los griegos un hombre, muerto o vivo, podía ser objeto de manifestaciones cultuales, sin que por ello se le considerase un dios 24. Se mantuvo una actitud restrictiva en cuanto a la divinización de personas, incluso en época tardía. En la historiografía contemporánea se han descartado los supuestos orígenes orientales del fenómeno y ha ganado crédito la afirmación de su origen heleno vinculado al desarrollo urbano. Así, el primer griego que fue objeto de tales honores habría sido el almirante espartano Lisandro después de haber aniquilado en Samos a la flota de Atenas en 404 a.C. 25. La victoria militar podía considerarse como una manifestación del favor divino y reportar ciertas concesiones, nunca plenas atribuciones divinas. El caso de Alejandro es muy significativo puesto que gozó de honores divinos en vida más que de una auténtica divinización o, cuando menos, esa es la lectura que se desprende de las fuentes más antiguas, siendo las tardías sospechosas de trasponer al macedonio el culto imperial romano, mucho más consolidado 26. En términos semejantes los diádocos recibieron honores que les honraban como dioses, sin implicar por ello el reconocimiento a una divinidad viviente. Incluso los Atálidas, los dinastas helenísticos que recibieron mayores muestras de las ciudades griegas y que eran considerados divinos después de su muerte, no desarrollaron un culto dinástico específico 27. Desde el siglo IV a.C. fue consolidándose la práctica de colocar personajes humanos junto a los dioses, aunque, sin llegar a fusionar ambos conceptos. Y, entre los autores que formulan el proceso, es Aristóteles quien mejor lo define. El estagirita encuentra natural que individuos, incluso privados, alcancen honores de tipo divino por sus méritos, que pueden ser muy relativos, sin que ello comporte reconocer la naturaleza divina del receptor 28. Si bien los monarcas eran los principales destinatarios de los honores divinos siempre quedó un espacio para los hombres influyentes de todo género. Según se puede apreciar en Aristóteles un simple bienhechor particular podía recibirlos, incluso antes de que se propagara la monarquía, y solamente por unos servicios mínimos a la colectividad. Como la propuesta parte de la ciudad puede darse por unos favores que, llegados al caso, ni siquiera se han producido y que, tal vez, se esperan recibir de ese miembro influyente. Al intentar aplicar el modelo al caso de Aletes enseguida topamos con la limitada naturaleza de la información disponible. No obstante, quienquiera que hubiese descubierto los filones de plata bien podía ser considerado un agraciado por los dioses y, en consecuencia, digno de honores. Desde los margenes helenísticos del proceso, ni semejante acción tiene porqué constituir una herejía ni es estraña a una ciudad, al contrario, tiende a favorecer la cohesión política y social de una urbe de reciente refundación. Precisamente el marco fundacional bien pudo servir de acicate para la introducción de novedades de corte helenístico a las que, por otro lado, no parecen ajenos los bárquidas 29. El programa político de Asdrúbal se vislumbra como uno de los factores clave para entender todo éste proceso, frente al que Polibio manifestaría más tarde su sorpresa. Hoy se dispone de indicios suficientes para provar la presencia de una comunidad ibérica anterior a la llegada de los cartagineses en el Cerro del Molinete 30, aspecto minimizado por

24Préaux

1984, 46. Lisan., 18; al parecer toma el dato de Duris de Samos. 26Préaux 1984, 48. 27Ibidem 59. 28Arist., Retor., I, 136a: “Muchos alcanzan honra por cosas que parecen pequeñas, pero la verdadera causa son los lugares o las ocasiones. Aspectos de la honra son los sacrificios, las conmemoraciones en verso y en prosa, los privilegios, los recintos sagrados, presidencias, sepulcros, imágenes, subsidios públicos; y según las costumbres bárbaras las postraciones y los arrobamientos; y los dones que según las diversas gentes son estimados”. 29López Castro 1995, 81-84 sobre la legitimación ideológica de los bárquidas mediante el culto a Melqart, mejor que una pretendida aspiración a la monarquía. 30Vid. nota 2. 25Plut.,

212 Koch, al descartar, en otro orden de cosas, la polémica ubicación de Mastia, pero el conocimiento del emplazamiento ibero es todavía muy precario. La economía de la Cartagena púnica parece diversificada: salazones, esparto, intercambio comercial de la costa con el interior, pero es, sin duda, la productividad minera, que al principio de la dominación romana rentaba 25.000 dracmas diarias 31, la actividad insignia. Dada la importancia minera, quien hubiese descubierto los yacimientos de plata, con independencia de la riqueza particular obtenida, era equiparable, a fin de cuentas, al fundador mítico de la ciudad, pues a esa actividad se le debía la mejor parte de la prosperidad visible. Los casos más parecidos en el mundo griego lo constituyen los personajes históricos con actividad refundadora que fueron correspondidos, con honores divinos. En 303-302 a.C. Demetrio Poliorcetes arrebató la ciudad de Sición a la guarnición ptolemaica; la ciudad, muy deteriorada, fue reconstruida en un lugar próximo y otorgó a ese dinasta honores equivalentes a los de los dioses 32. No muy atrás se quedaron los rodios en el homenaje a su rival, Ptolomeo I 33. Este segundo ejemplo nos ilustra también de la consagración de un espacio, un temenos, que era adecuado tanto para un dios como para un hombre y, de hecho, ya lo había señalado Aristóteles para los bienhechores 34. La fijación espacial de los honores divinos no tiene porqué restringirse a un recinto y puede ser muy variada. A Lisímaco, que había prestado ayuda militar a la ciudad de Priene, se le consagró una estatua de bronce y un altar, al que los sacerdotes y magistrados acudían en procesión llevando coronas para celebrar sacrificios en su aniversario 35. Por encima de la señalización, los honores, pasan a comportar un factor de cofradía y de perpetuación temporal, que refuerza los lazos entre los descendientes de la ciudad. Con el paso del tiempo podía designar un espacio y bien pudo suceder algo parecido con la colina de Aletes. En un núcleo de rápido crecimiento demográfico y económico como la Carthago Nova bárquida rendir honores divinos, reconocer a la manera helenística al descubridor de las minas de plata, no comportaba en absoluto el riesgo de impiedad y, por el contrario, no resultaba un aspecto nada supérfluo. La acción contribuía a consolidar, en el plano ideológico, la cohesión de los habitantes e, inclusive, justificaba las decisiones de sus grupos dirigentes presentes. Que el receptor fuese un ibero podía redundar en todo ello.

EL ENTORNO CULTUAL DE CARTHAGO NOVA Llegamos a un estadio clave en nuestra argumentación, el supuesto conservadurismo de la religión feno-púnica. En la actualidad está fuera de dudas su diversidad geográfica y su larga trayectoria vital, que condujo a diversas adopciones ajenas a las tradiciones cananeas originales 36. La más llamativa es el proceso de helenización que Cartago experimentó en su fase tardía que, sin llegar a alterar las concepciones más profundas, si las impregnó de algunas novedades. Es ilustrativo el precedente, ya en 396 a.C., de la introducción en la misma Cartago de los cultos a Deméter y Coré acompañados de los correspondientes ritos griegos, al parecer para expiar un sacrilegio cometido por Himilcón durante un asedio a Siracusa 37.

31Str.,

3, 2, 10. Deme., 10: “Los habitantes de Sición dieron a su ciudad el nombre de Demetrias. Instituyeron para él sacrificios, fiestas y juegos anuales y le concedieron los mismos honores que al fundador de una ciudad”. 33Diodor., 20, 100: “Le dedicaron en la ciudad un recinto cuadrado, a cada lado del cual construyeron un pórtico de un estadio de longuitud. Fue éste el Ptolemaion”. 34Vid. nota 29. 35OGIS 212. 36Ribichini 1988, 144. 37Diod., 14, 63, 1. 32Plut.,

213 No obstante, debemos ponderar si un acto de la envergadura de unos honores parecidos a los de los dioses a un particular pueden entrar en contradicción con las creencias y con el panteón púnico de Carthago Nova. El paisaje de la ciudad parece dominado por una serie de hitos cultuales. A la entrada del puerto, en la isla de Escombrera, existía un recinto dedicado a Melqart 38, el dios tirio por excelencia ubicado, como el caso de Gadir, en un lugar privilegiado de la navegación, pero alejado del núcleo urbano. Fuera de la muralla, aunque próxima, se encontraba la colina que sirvió de base a Escipión y que sabemos fue dedicada a Mercurio según el relato, algo más extenso, de Livio 39. La ciudad propiamente dicha se emplazaba en una península dentro de la bahía y estaba rodeada por cinco colinas. De ellas, descontada la que según Polibio contenía el palacio de Asdrúbal, el resto tomaban el nombre de elementos religiosos. Excepto la de Aletes que nos ocupa, las otras tres se caracterizan por recintos dedicados a dioses que Polibio traduce al griego, pero que en origen correspondían a deidades semitas 40: en el Cerro de la Concepción a Asclepios (equivalente a Eshmun, dios de Sidón venerado en la cartaginesa colina de Byrsa); en el Monte Sacro a Cronos (asimilable a Baal Hammon y presente en occidente en el Cabo de Palos 41 y en Gadir 42) y en la altura de Despeñaperros a Hefesto (que pudiera ser Kousar, representado en las monedas de Málaga con los atributos de Vulcano y en compañía de Tanit). Mientras que Melqart y Baal Hammon son deidades casi universales del mundo semita y no sorprende nada hallarlos, los otros dos cultos pueden tener una clara acción protectora: Asclepios en su versión salutífera y Vulcano del floreciente artesanado. En cualquier caso sorprende tal acumulación de deidades masculinas y la infrecuente disolución del binómio Baal-Tanit. Ello no quiere decir que no hubiera lugar para cultos femeninos, tan presentes en el mundo fenopúnico, pudiendo tratarse de un descuido de las fuentes literarias que, recordemos, utilizan la descripción sólo como un recurso. A pesar del carácter selectivo de la información, las alturas dominaban el paisaje que envolvía la ciudad y constituían, a su vez, un excelente referente simbólico para una población de reciente amalgama, mayoritáriamente minera y artesana; una aglomeración que se acoge a la égida de un poder político fuerte y reciente, señalizado por su palacio en un lugar destacado. Adjuntar una altura para rendir honores divinos al héroe descubridor de la rica actividad minera podía ejercer de contrapunto, recordando el poder germinador de la prosperidad, frente al poder vigente. Mediante la reconstrucción que proponemos, los hombres con recuerdo igual a los dioses facilitan la inclusión en las alturas -y junto a deidades absolutas y masculinas- de hombres vivos, como Asdrúbal, sin necesidad deacumular en ellos unos honores políticamente sospechosos. El fundador mítico y el refundador auténtico se destacan en el horizonte. Si el primero resultaba ser un ibero, lejos de entrar en contradicción, podía añadir un elemento más de integración política, solucionado dentro de unas concepciones políticas helenísticas.

LA SINGULARIDAD HISTÓRICA DEL CASO DE ALETES Con demasiada frecuencia la historiografía peninsular ha tendido a considerar los honores divinos de Aletes como un eslabón más de una cadena que, pretendidamente, demostraría la existencia de prácticas divinizadoras entre los iberos y que sería, a su vez, un precedente del culto imperial romano. Suelen relacionarse, en este sentido, tres bloques de comparación: las heroizaciones que se desprenden mediante el análisis arqueológico de algunos monumentos

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3, 4, 6. 26, 44, 6: “Quod ubi egressus Scipio in tumulum quem Mercuri(um) uocat animaduertit multis partibus nudata defensoribus moenia esse, omnes e castris excitos ire ad oppugnandam urbem et ferre scalas iubet”. El tumulus de Mercurio sería el Castillo de los Moros, fuera del núcleo urbano. 40Blázquez 1994, 257-258. 41Plin., NH, 3, 19. 42Str., 3, 5, 3. 39Liv.,

214 funerarios y monedas ibéricos 43, las alusiones referentes a los régulos ibéricos durante la conquista romana y, de una manera muy especial, los honores ofrecidos en el mediodía peninsular a Metelo en 80 a.C. con ocasión de una victoria sobre Sertorio. Debe admitirse un fuerte grado de ambigüedad para la primera propuesta, nada concluyente y cuyo análisis pormenorizado dejamos para otra ocasión. La segunda, relacionable con la problemática de la deuotio, ya ha sido justamente analizada 44. Diferente es el caso de Metelo quien, efectivamente, recibió honores divinos, un aspecto recogido por Salustio 45, Valerio Máximo 46 y Plutarco 47. Frente al carácter privado y minero de Aletes en el asunto de Metelo volvemos a encontrar el componente militar. Existe, desde luego, una notable distancia cronológica entre ambos acontecimientos, durante todo ese tiempo la población ha podido cambiar, tratándose de un entorno hispanorromano, al menos para el caso de Corduba que recoge Salustio y, en general, para las ciudades meridionales donde el general fue recibido y honrado. Pero el elemento más importante de disimetría es la insistencia del propio Metelo –como Alejandro- en recibir honores, que contrasta con el carácter pasivo y aristotélico que parece acompañar a Aletes. Valerio Máximo deja muy claro el sentido introductor de novedades helenísticas por parte del romano. En resumen, la simple coincidencia geográfica, en términos peninsulares, no parece ser motivo suficiente para seguir manteniendo un auténtico paralelismo entre dos hechos muy diferentes en propósito y situación. Por ello, la pretendida tendencia hispana a divinizar, que habrían respetado los púnicos primero y fomentado Metelo más tarde, no resulta verosímil. Parece fuera de toda duda que los honores divinos rendidos a Aletes se debieron a la excepcional actividad minera y aparecen aislados en un una ciudad singular bajo unas condiciones también únicas: refundación urbana, integración de comunidades étnicas y desarrollo de novedosas experiencias políticas y urbanísticas para organizarla. Precisamente, de la mano de la minería se van a producir los principales novedades técnológicas en el entorno peninsular, siempre de corte helenístico y, más concretamente, procedentes del Egipto ptolemaico gracias a su intensa relación con Cartago 48.

43Almagro

Gorbea 1996, 128-132. En particular la cabeza varonil y el jinete, omnipresentes en las emisiones ibéricas, se han interpretado como un símbolo del héroe fundacional o antepasado mítico de la población. 44Dopico 1994, 181-193. 45Sall., Hist., 2, 70: “Metelo era acogido por grandes multitudes de hombres y mujeres, que esparcían la tierra de azafrán y otras cosas al modo de los más famosos templos, y estando él sentado aparció, bajando por un cable, una estatua de la Victoria con un artificioso estrépito de truenos y depositó una corona en su cabeza, finalmente se le hacían pregarias”. 46Val. Max., 9, 1, 5: “¿Qué es lo que pretendía para sí Metelo Pío, el hombre más importante de su tiempo, cuando consentía que sus huéspedes de España celebraran su llegada con sacrificios e incienso; y cuando contemplaba con satisfacción las paredes de su casa cubiertas de tapices dignos de Atalo; y cuando permitía que se intercalaran costosísimos espectáculos en sus prodigiosos festines; y cuando, en fin, asistía a los banquetes solemnes con la toga de triunfador y, al igual que los dioses, recibía sobre su cabeza coronas de oro que habían descendido desde el artesonado? ¿Y dónde ocurrían estas cosas? No en Grecia o en Asia, donde el lujo podía corromper a la mismísima austeridad, sino en una provincia salvaje y belicosa, y mientras un enemigo irreductible como Sertorio nublaba los ojos de los ejércitos romanos con las saetas de los lusitanos. Metelo había olvidado rápidamente la disciplina observada en el campamento de su padre en Numidia. Por este hecho nos podemos convencer de los rápidos progresos del lujo, pues el mismo que en su juventud pudo ver las antiguas costumbres, de viejo introdujo las nuevas”. (Ed. F. Martín Acera). 47Plut., Sert. 22: “Además, habiendo vencido en una ocasión a Sertorio, se envaneció tanto y lo tuvo a tan gran dicha, que se hizo saludar emperador, y las ciudades por donde transitaba le recibían con sacrificios y con aras. Dícese que consintió le ciñeran las sienes con coronas y que se le dieran banquetes suntuosos, en los que brindaba adornado con ropa triunfal. Teníanse dispuestas victorias con tal artificio, que por medio de resortes le presentaban trofeos y coronas de oro, y había coros de mozos y doncellas que le cantaban epinicios e himnos de victoria; haciéndose justamente ridículo con semejantes demostraciones”. (Ed. A. Ranz). 48Blázquez 1992, 497.

215 CONCLUSIONES La argumentación formulada por M. Koch contra la historicidad del ibero Aletes, mediante la posibilidad que fuese una simple transposición de los textos recogidos por Filón de Biblos, aunque sugerente, no resuelve satisfactoriamente los matices que introduce Polibio. Los historiadores peninsulares han cerrado filas en torno a la composición ibérica del nombre, pero rebatir los argumentos de Koch mediante una sustentación puramente onomástica poco puede aportar a la discusión, aunque somos de la opinión que ha pasado desapercibida la semejanza griega que en su día propuso M.L. Albertos, de Aletes como “el verdadero”. Para salir del aparente círculo vicioso, en primer lugar vemos como los honores divinos recibidos por Aletes, en función de su vinculación con la minería, son perfectamente justificables entre las posibilidades ennumeradas por Aristóteles; en segundo termino no faltan ejemplos en el mundo helenístico de concesión de recintos y señalizaciones de todo tipo a bienhechores en general, y a personajes vinculados con la refundación o con la prosperidad de las ciudades, en particular. No obstante, el aspecto clave del tema, lo constituye aclarar el móvil que permitiese trasladar estos aspectos a la occidental y semita Carthago Nova, que no parecen ser otros que motivos claramente políticos. Las objeciones puramente religiosas no constituyen un obstáculo insalvable, puesto que se han señalado ejemplos de adopción de cultos griegos en la misma Cartago. Los honores divinos per se no implican necesariamente una revolución religiosa, y menos en una sociedad que da muestras de múltiples influencias técnicas, militares, políticas y culturales helenísticas. Los bárquidas con el reconocimiento a Aletes pasan a disponer en su programa de consolidación del dominio territorial, de una herramienta –y no es la única- que facilita la integración de una comunidad autóctona y, a la vez, de un refuerzo, en el plano ideológico, de su propio poder político. La exaltación de Aletes como referente no contradice la política sostenida por Asdrúbal y continuada por Aníbal, consistente en el acercamiento y la integración de ciertos sectores iberos. Aletes, más que un sujeto activo, debe analizarse como el elemento pasivo en todo el proceso de concesión de honores divinos, un instrumento más al servicio de la actividad bárquida en Iberia. Precisamente, en la minería hispánica coincide una posición de avanzada en cuanto a las novedades tecnológicas helenísticas introducidas por los púnicos en occidente, muchas de ellas de corte alejandrino. El proceso bien podía venir acompañdo de la nueva práctica de ofrecer honores divinos a personajes destacados. Toda la temática parece exógena y su comparación con los honores que recibió Metelo en Hispania carece de fundamento. El resultado final de ese proceso ha sido permitirnos conocer el nombre de un minero afortunado, recordado en el siglo III a.C. Por encima de una preferencia onomástica, siempre discutible, de aceptarse la existencia de Aletes, debe situarse en toda la magnitud histórica que le rodea, que no es otra que admitir una práctica social y religiosa helenística que justifique tales honores. Una especie de interpretatio poena de actitudes urbanas helenísticas. No es de estrañar que Polibio manifestase cierta sorpresa ante tal suceso.

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