Los grandes volcanes y la arqueología

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Descripción

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dencias arqueológicas localizadas en la Cueva de Caluca, en el Iztaccíhuatl (Navarrete, 1957, pp. 14-18), y en la cima del Monte Tláloc (Towsend y Solís, 1991) se sabe que desde el Preclásico Tardío existía el culto en las montañas. La ubicación, la delimitación y los escenarios rituales de los sitios arqueológicos en la alta montaña dedicados al culto tienen profundas variaciones que demuestran que la relación comunidad/montaña era compleja. Así, hay evidencias de que en las más altas e inaccesibles cimas se realizaban rituales ascéticos; observaciones astronómicas; que otros sitios fueron emplazamientos en los que se conjugaron elementos acuáticos, una analogía con la abundancia hidráulica; algunos más fueron destinados para rituales de la nobleza; y la mayoría funcionaron como receptores de sencillas ofrendas depositadas por campesinos locales, que pedían un clima benigno para sus campos de labor.

Los grandes volcanes y la arqueología Ismael Arturo Montero García

En México, las cimas nevadas son excepcionales. En el Altiplano Central no hay más de tres montañas con hielos perennes y en invierno apenas una docena más se cubre por nevadas ocasionales; este paisaje fue sacralizado desde tiempos remotos. Recientemente surgió una arqueología especializada en esos agrestes parajes, la cual se conoce como “arqueología en alta montaña”, disciplina poco conocida que muestra cómo se desarrollaron los adoratorios en alturas que sobrepasan la posibilidad biológica de la supervivencia humana.

Foto: Marco Antonio Pacheco / Raíces

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or arriba de los 4 000 msnm no se puede desarrollar la masa forestal pues las condiciones de baja temperatura marcan el límite natural para el crecimiento arbóreo, límite que es fácilmente perceptible en el paisaje. Los materiales arqueológicos localizados por arriba de esta cota demuestran la capacidad de quienes antiguamente realizaban cultos por superar fronteras naturales, mucho antes de que las modernas técnicas del alpinismo se aventuraran a conquistar las más altas cumbres. Entre los sitios arqueológicos situados en las cúspides se encuen50 / Arqueología Mexicana

tran el Iztaccíhuatl, el Nevado de Toluca y la Sierra Negra. Aunque en el Popocatépetl y en el Pico de Orizaba la actividad volcánica borró toda huella, no obstante hemos registrado en sus laderas sitios arqueológicos escalonados que consideramos eran parte de la ruta de ascenso a la cima. Subir a las montañas En el medio agrícola de la antigüedad, la mayoría de los habitantes vivía en un ambiente geográfico limitado; los rasgos orográficos dominantes del paisaje se relacionan con

el pensamiento religioso. La geografía adquirió una calidad absolutamente espiritual y se le atribuyeron asociaciones concretas y simbólicas: los montes primero fueron humanizados y luego deificados. Había distintas intenciones religiosas para subir a las montañas. Rogar por la lluvia no era el único motivo por el que se ascendía, pero sí era el más importante. Ofrendar en la montaña servía para estimular el clima, el ritual de propiciación climática era un modelo generador de agua que se aplicaba cíclicamente para beneficio de los campos de cultivo. Por las evi-

Las primeras noticias sobre hallazgos arqueológicos en los grandes volcanes tuvieron lugar en el siglo xix. Désiré Charnay,

Sierra de Río Frío (4 125 msnm): 4 sitios

Iztaccíhuatl (5 230 msnm): 30 sitios

Nevado de Toluca (4 690 msnm): 18 sitios

Estado de México d.f.

Ajusco (3 930 msnm): 5 sitios

Morelos

Cofre de Perote (4 220 msnm): 3 sitios

Golfo de México Pico de Orizaba (5 610 msnm): 15 sitios

tlaxcala

puebla

Popocatépetl (5 465 msnm): 7 sitios

guiado por indígenas de la región, exploró entre 1857 y 1888 en el Iztaccíhuatl el sitio de Nahualac, y en el Popocatépetl los de Nexpayantla, Tenenepanco y Lomas de Nexpayantla. Su magnífica colección suma cientos de piezas, que José Luis Lorenzo (1957) ubicó en el Posclásico Temprano, y consta de vasijas con efigies de Tláloc, vasos y figurillas. Para mediados del siglo xx, el registro de Charnay junto con el aporte de José Luis Lorenzo dio como resultado

veracruz

Sierra Negra (4 585 msnm): 1 sitio La Malinche (4 430 msnm): 14 sitios

nueve sitios de altura. Recientemente, gracias al entusiasmo de diferentes investigadores por estudiar la historia, la arqueología, los ritos y los sistemas de creencias en torno a los grandes volcanes, así como al intenso trabajo de prospección, se registraron 97 sitios, aunque no todos emplazados en las partes altas, pues los hay también en el somonte (la falda de las montañas), pero sin duda todos están relacionados con el culto a la montaña.

Foto: Subdirección de Arqueología Subacuática / inah. Reprografías: Boris de Swan / Raíces

Los mesoamericanos deificaron los cerros altos y los volcanes y como parte del culto eran depositadas ofrendas, como jarras con la efigie de Tláloc. Ofrenda 5 de Nahualac, región de los volcanes Popocatépetl e Iztacíhuatl. mna.

Los grandes volcanes

Sitios arqueológicos en alta montaña

En las lagunas del Sol y de la Luna del Nevado de Toluca –a más de 4000 msnm– se ha realizado investigación arqueológica subacuática. Entre los hallazgos destacan cetros ceremoniales de madera, púas de maguey aún con cutícula y piezas de copal que conservan su aroma. Los grandes volcanes y la arqueología

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DOSIER Entre 1857 y 1888 el viajero francés Désiré Charnay recuperó en la región del Popocatépetl varias piezas –ahora reunidas en la Colección Charnay– del Posclásico Temprano. a) Jarra con la efigie de Tláloc. b) Vasija con atributos de las deidades del pulque. Santuario de Apatlatepitonco. Ambas en la Colección Charnay. mna. Fotos: Boris de Swan / Raíces

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En las cimas El ascenso para realizar rituales en las cimas de los volcanes por arriba de los 5 000 msnm estuvo restringido a unos cuantos individuos, los que por unas horas pudieron soportar el clima extremo y se sobrepusieron al agotamiento de un ascenso prolongado por pendientes escarpadas. En esos sitios, carentes de cualquier evidencia arquitectónica, se realizaban ofrendas y sacrificios. Entre los hallazgos en la cima del Iztaccíhuatl destacan fragmentos de pequeñas vasijas de cerámica de silueta compuesta y aplicaciones de efigies de Tláloc con asas retorcidas, mangos de sahumadores e incensarios propios de la loza Texcoco Bruñido del complejo Azteca III. Menos frecuentes son los objetos de la tra52 / Arqueología Mexicana

dición Chalco-Cholula Policromo y variedades locales de Texcoco Rojo Monocromo, Texcoco Bruñido Inciso, Texcoco Negro sobre Rojo y Texcoco Blanco sobre Rojo. La cerámica de filiación Chalco-Cholula Policromo corresponde al Posclásico Temprano e incluso al Posclásico Tardío. No obstante, la mayoría de los objetos proviene del Posclásico Tardío, por lo cual podemos confirmar que la cima fue utilizada regularmente durante los dos últimos siglos antes de la conquista (1350-1520 d.C.). Entre los demás objetos sobresalen el dorso de una escultura femenina, malacates, silbatos, ocarinas, navajas de obsidiana, púas de maguey para sangrado ceremonial, cuentas de piedra verde, un pedazo de arco, trozos de instrumentos musicales de madera con su percutor, huesos, y más de una docena de segmentos de “rayos de Tláloc” o cetros ceremoniales serpentiformes de madera, varas y carrizos atados con hilos.

loc, con una calzada de 152 m de longitud. Sin embargo, no fue el único en la alta montaña pues se sabe de cuatro más: tres en el Iztaccíhuatl y uno en el Popocatépetl. En el Iztaccíhuatl, los tetzacualco, de acuerdo a la altura en que se encuentran, son los de El Caracol, El Solitario y Nahualac. Al analizarlos detenidamente con el paisaje, las estructuras de Nahualac y El Caracol, no obstante su rústica construcción, muestran la complejidad intelectual lograda por los sacerdotes-astró-

nomos del Posclásico Temprano y su capacidad de observación del cosmos, pues ambos sitios están alineados a la salida del Sol durante el equinoccio en la cima sur del Iztaccíhuatl, justamente donde se ha registrado el sitio arqueológico. Es admirable que los sitios de Nahualac y El Caracol, separados por más de 2 km y con una diferencia altitudinal de 560 m, coincidan, pues desde ambos sitios se ve aparecer el Sol sobre el mismo corte de la montaña en el equinoccio. De la quinta

estructura en Nexpayantla, en el volcán Popocatépetl, no queda ya evidencia, sólo su descripción en los trabajos de Désiré Charnay y José Luis Lorenzo. En el tetzacualco se sustituye la arquitectura sobrenatural y primigenia por una arquitectura cultural y astronómica que por medio de sus muros marcaba un límite estricto, que correspondía a diversas funciones rituales y de diferenciación social, un espacio íntimo al que no todos los individuos accedían. Estos emplazamientos ar-

quitectónicos marcaban un eje, el axis mundi que aseguraba, a partir de la observación astronómica, una cronología para el ritual, destacando el manejo ortogonal al orto solar del este-oeste en relación con la senda del Sol. Es así como las posiciones del Sol proporcionan puntos cardinales básicos. Otra evidencia del uso de la montaña como observatorio astronómico es la Estela del Nevado de Toluca, escultura que pertenece a la tradición cultural de Teotenango del Epiclásico y que fue recuperada

Alfredo Zalce, El santuario de los volcanes, 1964, encáustica sobre madera, 150 x 425.5 x 11.8 cm. mna. Los mesoamericanos construyeron teozacoalcos en los estanques que se forman con el agua del deshielo de las altas montañas. En el centro de los teozacoalcos se depositaban ofrendas. Foto: Boris de Swan / Raíces

El observatorio del Sol o tetzacualco El tetzacualco es una construcción rectangular de apariencia burda por la ausencia de mortero, sin un trabajo detallado aunque no menos arduo, considerando el acarreo a más 4000 msnm de toneladas de piedra. No tiene pisos ni estucos que cubran las paredes, solamente toscos muros de piedra que en su momento de esplendor sobrepasaron el metro de altura; el acceso era por el oeste, lo cual corrobora que se utilizaba para observar el amanecer. Por su tamaño y las referencias que de estas estructuras se hacen en las fuentes históricas, el más importante fue el de Monte Tlá-

En el sitio de Nahualac –a 3990 msnm, en la ladera oeste del lztaccíhuatl– se localizó este tetzacualco, santuario que estaba en el interior de un estanque. También se encontraron ofrendas, entre las que había vasijas con la efigie de Tláloc. Foto: Arturo Montero Los grandes volcanes y la arqueología

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en 1962 a 4 330 msnm en el borde norte del cráter del Nevado de Toluca. Muestra a un personaje que porta el Sol en el abdomen. Los cálculos sobre la posición de la estela respecto al horizonte conspicuo apuntan a un evento excepcional: el día del paso cenital del Sol, 16 de mayo y 27 de julio, el disco solar surge al amanecer entre dos picos de la misma montaña, ambos forman una horqueta natural que funciona como un marcador crítico, pues una ligera desviación y hay una variación en la fecha para el observador. La corroboración del paso cenital se confirmaba al medio día por la ausencia de sombra lateral sobre la estela. Con este proceso de ajuste y comprobación, suponemos que se pudo ajustar el calendario respecto a los años bisiestos.

Foto: Arturo Montero

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Laderas, aristas y cuevas

Helipuerto Torrecillas

Foto: Arturo Montero

Vuelta de Tecamachalco

Cueva del Muerto

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Teopixcalco

Nexpayantla

Foto: Arturo Montero

Tenenepanco

En la cima sur del Iztaccíhuatl, en la ladera sur del Pico de Orizaba y en la ladera norte del Popocatépetl fueron encontrados sitios y materiales arqueológicos. a) En el Iztaccíhuatl, los materiales arqueológicos se localizaron a 5 220 msnm. b) Cuatro de los cinco sitios arqueológicos localizados en 2002 en el Pico de Orizaba. c) En el Popocatépetl, los sitios arqueológicos están a más de 4 000 msnm; destacan Nexpayantla, en el que se localizó un tetzacualco, y Tenenepanco, de donde en 1880 Désiré Charnay recuperó 370 piezas arqueológicas.

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Por debajo de las cimas, las evidencias arqueológicas se multiplican. En las laderas se han registrado sitios en terrazas o plataformas naturales, que eran espacios propicios para que un grupo de personas realizara una ceremonia entre terrenos inclinados. Las terrazas o plataformas naturales no son un elemento común en las pendientes alpinas, por eso en aquellas que dominaban el paisaje se realizaban rituales. En las vertientes alpinas también se han localizado materiales arqueológicos adosados a rocas erráticas, las cuales se mantienen invariables a diferencia de otros elementos de la naturaleza sujetos a cambios como la vegetación, los astros o los cuerpos de agua. Esta invariabilidad pudo ser significativa pues se oponía a la precaria cualidad humana sometida a procesos de cambio y desaparición; así, las rocas erráticas, por su ubicación, pudieron ser por tales en la delimitación del espacio sagrado respecto al profano. Sobre las aristas del Pico de Orizaba y de La Malinche se han encontrado sitios escalonados que permiten suponer que se trataba de rutas de ascenso o de caminos procesionales. En su superficie se ha encontrado dispersa cerámica doméstica y decorada y en pequeñas proporciones en aristas y laderas sobre las cuales aún en la actualidad se reconocen veredas. Esos sitios se encuentran separados a corta distancia en las vertientes menos accidenta-

das y con menor pendiente. En un aspecto metafórico, los cambios climáticos en las aristas causados por el viento y los remolinos perceptibles en la nubosidad pudieron ser también una alusión a divinidades asociadas al viento, como Ehécatl. Los abrigos rocosos y las cuevas son muy comunes en las laderas alpinas. El vulcanismo promueve una espeleogénesis específica de reducidos desarrollos subterráneos que en algunas ocasiones, por la presencia de rocas diaclasadas, permiten la aparición de manantiales. La existencia de manantiales da pie a una yuxtaposición simbólica de elementos religiosos que determinaron su uso ritual desde la época prehispánica y que ha trascendido hasta nuestros días en cultos comunales realizados por los trabajadores de temporal o graniceros. Para los feligreses, las cuevas en las altas cumbres son consideradas como recintos sagrados en los que reside la divinidad. De todo el acervo arqueológico en

montaña. En la cima del Ajusco se han recuperado dos esculturas interesantes: un Tláloc y “el Cuartillo”, que es una piedra labrada con representaciones de mazorcas de maíz con jilotes en cada una de sus caras. Ambas piezas, elaboradas posiblemente durante el Posclásico Tardío, reflejan el culto a las deidades del agua, asociadas a su vez con las deidades del maíz y la fertilidad de la tierra. Investigaciones recientes Recientemente han dado inicio los trabajos de investigación por parte de la Subdirección de Arqueología Subacuática del inah en los lagos del Nevado de Toluca. En la primera temporada, en 2007, se han recuperado piezas de copal, cetros de madera, púas de maguey y teselas de turquesa. Los materiales orgánicos se localizaron en condiciones excepcionales: del copal aún se desprende el aroma, de las púas se

En la primera temporada (2007) de trabajos realizados por la Subdirección de Arqueología Subacuática del inah en los lagos del Nevado de Toluca se han recuperado piezas de copal, cetros de madera, púas de maguey y teselas de turquesa.

los grandes volcanes, casi una cuarta parte de los sitios se encuentra dentro de una cueva. Otro porcentaje significativo (10%) se encuentra asociado a manantiales dedicados al culto al agua y en ellos se depositaron ofrendas. Todas las altas cumbres del altiplano fueron veneradas. En la cima del Cofre de Perote y en su laderas se han encontrado restos de cerámica, y al menos cuatro centros ceremoniales de los valles circunvecinos tienen edificios alineados hacia la cima. En la Sierra Negra, donde ahora se alza el Gran Telescopio Milimétrico, se encuentra un humilde espacio ritual donde se localizó material cerámico y lítico que corresponde al Epiclásico y al Posclásico Temprano, posiblemente procedente de la zona arqueológica de Santa Cruz Cuyachapa, ubicada en la planicie, 13 km al sur, ya que dos de sus estructuras piramidales muestran una sugestiva alineación con la

conserva su cutícula y la madera de los cetros se ha preservado sin alteraciones significativas. Este grado de conservación se debe a la temperatura del agua, que en promedio es menor a 8 °C, a un fondo suave y fangoso que ha cubierto y protegido los materiales, y a la ausencia de microorganismos que los afecten. La cerámica recuperada de las orillas de los lagos corresponde al Posclásico Tardío y a las culturas matlatzinca y mexica. También se localizaron siete petrograbados: tres horadaciones en la roca –con diámetros menores a 15 cm– conocidas como xicalli, y que posiblemente funcionaron como receptores de ofrendas líquidas, que bien pudieron ser sangre de los feligreses o pulque; y cuatro representaciones de yecametztli (yácatl, nariz; metztli, luna), nariguera en forma de media luna, uno de los atuendos característicos de las divinidades femeninas y masculinas asociadas a la Luna y el pulque.

Conclusión Para registrar los adoratorios de alta montaña, en la prospección arqueológica se realizan amplios recorridos por extensas vertientes y escarpados terrenos, soportando un clima y altura extremos. Cuando se localizan vestigios, los restos materiales están muy lejos de ser espectaculares: lo espectacular es encontrar evidencias a tal altitud. Más aún, lo difícil es encontrarlos, por la escasez de ofrendas o porque los objetos eran enterrados sin dejar rastro; además, si sobrevive alguna evidencia, todavía tiene que tomarse en cuenta el saqueo y la erosión. La localización de vestigios también se complica cuando están bajo la vegetación o la nieve. La pendiente representa otro factor en la dispersión de materiales. Por eso en algunos casos basta con unos cuantos fragmentos cerámicos o líticos para catalogar un sitio. La mayoría de los tiestos en superficie no son diagnósticos; se aprecian maltratados por estar a la intemperie y por la meteorización, que les ha arrancado toda huella de decoración, y su clasificación se hace casi imposible La montaña se diluye por contornos fluctuantes, que se dispersan entre los valles, y se inserta en la lejanía del horizonte. El pilar espiritual no está únicamente en la cúspide, encuentra múltiples ejes que se dispersan por cañadas, laderas y cuevas: la montaña está más allá del espacio que ocupa, y arremete con sus cumbres en el imaginario colectivo, forjando una identidad que fortalece la existencia. Ismael Arturo Montero García. Arqueólogo, maestro en historia de México y doctor en antropología. Miembro del sni-Conacyt. Premio Nacional Forestal, 2002. Codirector del Proyecto de Arqueología Subacuática en el Nevado de Toluca, sas, inah. Para leer más… Broda, Johanna, “Ritos mexicas en los cerros de la Cuenca: los sacrificios de niños”, en Johanna Broda, Stanislaw Iwaniszewski y Arturo Montero (coords.), La montaña en el paisaje ritual, iih, unam/Conaculta/una/ Universidad Autónoma de Puebla, México, 2001, pp. 295-317. Lorenzo, José Luis, Las zonas arqueológicas de los volcanes Iztaccíhuatl y Popocatépetl, inah, México, 1957. Montero García, Ismael Arturo, Atlas arqueológico de la alta montaña mexicana, Comisión Nacional Forestal/ Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales, México, 2004. Navarrete, Carlos, “El material arqueológico de la Cueva de Calucan. Un sitio posclásico en el Iztaccíhuatl”, en Tlatoani, 11, 1957, pp. 14-18. Towsend, Richard, y Felipe Solis, “The Mt. Tlaloc Project”, en Davíd Carrasco (coord.), To Change Place: Aztec Ceremonial Landscapes, University of Colorado Press, Niwot, 1991, pp. 26-30.

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