“Los gozos y las sombras\" de Gonzalo Torrente Ballester: el realismo trascendido
Descripción
Los gozos y las sombras de Gonzalo Torrente Ballester: el realismo trascendido Jéssica Castro Rivas
La trilogía Los gozos y las sombras del escritor español Gonzalo Torrente Ballester, ha sido calificada dentro de la tendencia realista, estableciendo una filiación con el realismo decimonónico, el que marca el comienzo de la novela contemporánea, ya que pretende tanto describir al hombre de una época de la historia como revelar el mecanismo de las sociedades, con el fin de hacer de la novela una técnica de conocimiento; es decir, por medio de la lectura de una novela realista se puede aprehender la realidad de un determinado momento histórico. 1 Sin embargo, dicha relación es sólo aparente ya que no existe un concepto unívoco de lo real y, por consiguiente, tampoco existe una única literatura realista, a pesar de la recurrencia con que ésta ha sido identificada con la tendencia narrativa del siglo XIX. La importancia de la trilogía radica en la proposición de una nueva manera de entender el fenómeno realista, alejándose por completo de teorías tales como el realismo genético o el realismo formal. El término realismo involucra una serie de problemáticas, que abarcan desde la ambigüedad con la que ha sido definido hasta la imprecisión y polisemia con que es utilizado el concepto. 2 Del mismo modo, según algunos críticos, se ha producido una desorientación entre el plano teórico y el plano histórico, confundiendo a la mimesis – característica general de todo arte, incluida la literatura– con el realismo, el cual debe ser entendido como un modo particular de representación. Asimismo, no puede identificarse al realismo únicamente con una escuela o tendencia concreta, especialmente con la que recibió ese nombre en el siglo XIX, sino con una constante mimética del arte que mira y reproduce creativamente a la realidad. Según esto, el realismo literario sería un principio dinámico, (...) un ideal que orienta a los artistas en su búsqueda de novedades y que se somete siempre a la ley del extrañamiento. Este extrañamiento es una de las múltiples convenciones que hacen posible la literatura y puede consistir en la búsqueda de perspectivas insólitas para observar, en mostrar realidades
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infrecuentes –tanto más ‘reales’ cuanto más verificables– y, por supuesto, en la interposición de variaciones estilísticas. Las perspectivas más ‘ingenuas’ y el lenguaje llano pueden ser fuertemente extrañadores en contraste con los procedimientos vigentes, si éstos se basan en una clara exhibición de artificio. (Villanueva 1992: 25).
Este principio presenta dos modalidades como concepto crítico-literario: (i) Realismo genético o mimético, el cual pone énfasis en la potencialidad imitativa o reproductiva que tiene la obra de arte verbal con respecto a la realidad exterior. Es decir, lo real ingresa al interior de la obra como simple copia de lo exterior, manifestando la existencia de una realidad unívoca anterior al texto. Frente a ella, se sitúa la conciencia perceptiva del artista, quien logra aprehender todos los detalles mediante una demorada y eficaz observación. El resultado de esta indagación será la reproducción veraz del referente, fruto de la transparencia o adelgazamiento del medio expresivo propio de la literatura –el lenguaje– y de la sinceridad del artista. Dentro del proceso de producción de la obra realista cobran gran importancia dos factores: en primer lugar, la naturaleza y la observación directa de ésta y, en segundo lugar, el sujeto que aprehende dicha naturaleza. 3 (ii)Realismo formal o inmanente, es aquél que presenta al mundo creado por el texto literario como una construcción independiente de lo real, como un mundo autónomo. Los autores en el momento de la producción de la obra no se basan en la simple mímesis del mundo exterior, sino en la utilización de un conjunto de técnicas literarias que les permite la construcción de universos ficticios. Lo que trae como consecuencia, la autonomía de la obra literaria y la defensa del carácter creativo otorgado a la realidad en ella representada. Este tipo de realismo, según Villanueva, rehabilita la imaginación frente a la observación y concibe para la obra literaria no un mundo externo, previo a ella, sino una realidad creada, simultánea al propio texto, pues nace y se construye al unísono con él. Dentro del realismo formal se destacan dos aspectos: primeramente, el papel del artista en la producción de esta realidad autónoma, ya que todo se centra en el autor y su relación con el texto. La realidad artística plasmada en la obra es inmanente; es decir, que no es copia de la realidad exterior, por lo tanto, sólo se justifica como producto del
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autor. El siguiente aspecto se relaciona con el carácter ilusionista de la realidad, en el sentido de que (...) toda arte, incluso la más unánimemente aceptada como realista, se basa en la ilusión mimética, que no en la correspondencia o la reproducción. La ilusión depende, en última instancia, del uso de ciertas convenciones formales y su acomodo a las pautas de aprendizaje en la percepción visual según la cultura específica de cada sociedad y momento histórico. (1992: 62-63).
Según esto, el realismo inmanente es el resultado de una construcción y no de la mera trasposición de una realidad preexistente, vale decir, que se abandona el principio mimético por el constructivo. Sin embargo, esta interpretación de la obra desde parámetros puramente artísticos, más acordes con su naturaleza esencial, corre el peligro de desconectar totalmente el mundo creado de la propia realidad, provocando la ausencia absoluta de referentes externos al texto literario. Ambas concepciones –realismo genético y realismo formal– entregan visiones parciales del fenómeno literario y resultan insuficientes a la hora de analizar la inclusión de la realidad en la obra artística. Frente a estos modos fragmentarios de enfrentar la realidad, se ha hecho necesaria la inserción de una tercera teoría sobre el realismo, realismo intencional o trascendido, la que aspira a un equilibrio entre la autonomía de la obra literaria y la relación innegable entre dicha obra y la realidad. Este tercer postulado sostiene que la realidad debe ser entendida como un fenómeno perceptible que cobra sentido en la medida en que existe una conciencia que la comprenda a través de un acto de entendimiento (realismo intencional). En otras palabras, el realismo intencional indagará en la relación que se produce entre la obra y el lector, siendo éste el encargado de otorgar al texto los significados y actualizaciones correspondientes. La literatura, entonces, es autónoma de todo referente externo a ella y a toda significación que no provenga del receptor. Éste acepta el pacto propuesto por la obra literaria –se vuelve cómplice de ella–, colaborando activamente en el juego impuesto. Dicho juego plantea la total aceptación, por parte del lector, del mundo literario representado ante sus ojos, reconociendo en el narrador la capacidad de implantación de un universo autónomo, regido por leyes propias.
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Por consiguiente, la obra literaria necesita de la participación del lector para ser concluida. Éste es el encargado, a través del proceso de lectura, de rellenar los espacios en blanco y resolver las indeterminaciones dejadas por el texto. El receptor, al aceptar las condiciones impuestas por la obra (suspensión voluntaria del descreimiento y sumisión al contrato ficcional), proyectará sus propias experiencias de la realidad en la ficción leída, identificando, en mayor o menor medida, a lo representado y produciendo el realismo intencional. Según lo anterior, no existe una única realidad que responda a los postulados de esta tendencia literaria, por lo tanto, tampoco existe un lenguaje realista ni un método que se aproxime a este tipo de realidad (Lázaro Carreter 1985). En este sentido, lo que se impone son las realidades realistas, es decir, fenómenos que son identificables por el lector mediante la lectura de un determinado texto, la utilización de métodos que posibiliten dicha identificación y la presencia de lenguajes que produzcan una realidad con independencia de sus referentes. Siguiendo con esta línea, la función del realismo – a través de la ilusión de realidad– se caracteriza por dar a conocer el significado de las cosas, estableciendo una relación epistemológica con la realidad (Raffa 1968). De esta manera, y en consonancia con el tema fundamental del arte realista que consiste en considerar al ser humano como valor y sujeto de valores, el realismo dará a conocer los aspectos más importantes de la condición humana, instaurando como ideal artístico la pasión humanista por la realidad. La narrativa torrentina incorpora todos estos elementos, en la medida en que otorga gran importancia tanto a la figura del lector (componente encargado de identificar la realidad entregada por el texto como posible) como a los elementos humanos presentes en él. Como consecuencia de la incorporación de estos factores, la obra presenta una realidad profundamente humana, la cual se manifiesta a través de la participación y actuación de los personajes literarios, los que contribuyen a la creación de una realidad de naturaleza humana en su calidad de portavoces del ser humano. A raíz de esto, es posible sostener que la trilogía torrentina responde a un tipo de realismo intencional o trascendido, en la medida en que rechaza las formulaciones genetistas y formalistas, concibiendo a la realidad en forma amplia y no como simple reflejo de lo existente. El realismo trascendido ubica en su centro al hombre como expresión de las pasiones, valores y determinaciones que lo rodean. Es por ello que los personajes literarios son
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considerados de vital importancia en el desarrollo de Los gozos y las sombras, pues son los encargados de suministrar y presentar los aspectos que vinculan a lo humano con la realidad, vale decir, que la obra intenta entregar una impresión de realidad a través de los personajes, sus caracterizaciones y descripciones insertados en un determinado contexto ficcional. Dicha realidad responde a motivaciones y problemáticas que definen a todos los seres humanos, por tanto, son reconocibles e identificables por cualquier lector en cualquier época. Los gozos y las sombras presenta un tipo de realidad profundamente humana, la que se ve manifestada notablemente en las figuras novelescas que pueblan sus páginas. La obra ha sido concebida íntegramente de acuerdo al realismo trascendido, en la medida en que la realidad que comunica puede ser aprehendida por sus receptores, los cuales acceden a un tipo de conocimiento relacionado con experiencias humanas particulares y válidas. La realidad exhibida por la novela se relaciona con acciones y acontecimientos cotidianos de los personajes, los que se constituirán en el centro de interés de la obra. A su vez, estos elementos contribuyen a crear la ilusión de realidad necesaria para que el lector entre en el juego impuesto por el texto y pueda interpretar sus claves. Los personajes, por su parte, se muestran en toda su humana complejidad, factor que incita al lector a involucrarse con esas existencias ficticias y descifrar sus contradicciones con el objetivo de reconstruir una imagen unitaria de los personajes, dado que éstos son presentados de variadas formas en el transcurso del texto según las situaciones y acciones que enfrenten. Todos estos procedimientos favorecen la aparición del efecto de realidad, es decir, del realismo trascendido, el que no está en las cosas y hechos narrados sino en la manera en que el lector se aproxima a ellos. La trilogía construye un vasto mundo ficticio mediante diversos procedimientos que permiten observar tanto la presentación de los personajes como el ambiente en el que éstos se desenvuelven. Estas perspectivas son integradas por el receptor, quien reflexiona acerca de la manera en que los hechos le son presentados, ya que en ningún momento el texto se muestra unitariamente, sino de manera fragmentaria y diferida. Este resultado surge de la incorporación de dos instancias narrativas (Ruiz Baños 1992), narración panorámica y omnisciente 4 , las que poseen como función principal dar a conocer a las figuras ficticias y el escenario en que realizan sus acciones.
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Los gozos y las sombras configura un todo armónico, un universo autónomo regido por sus propias leyes y principios, el cual revela, mediante un tipo particular de conocimiento, las complejas relaciones que determinan la existencia humana. La preocupación por lo humano se ve evidenciada en la relevancia que adquieren los personajes en el texto, los cuales manifiestan modos particulares de ser caracterizados. Uno de los rasgos principales en la configuración de estos seres ficticios está dado por la importancia que adquiere el pensamiento como elemento predominante en el establecimiento de la personalidad y del carácter de cada figura. Cada personaje realiza largas y variadas reflexiones en torno a sí mismo o sobre quienes lo rodean, actuando como elemento central del establecimiento del cosmos novelesco. En este sentido, también es importante destacar la trascendencia que adquieren los diálogos producidos entre las figuras, en donde la palabra cobra real sentido en la medida que permite la conformación de la naturaleza de quien la pronuncia y, también, sobre quien es pronunciada. Estos aspectos se ven complementados en el texto con un tipo de caracterización eminentemente barroca. Dicha caracterización va presentando a los personajes poco a poco, vale decir, las figuras nunca son mostradas en su totalidad, sino por medio de la integración de diferentes momentos y actitudes que los van definiendo. Asimismo, el personaje se forma a través de la progresiva inclusión de rasgos y facetas que permiten la constitución de personajes que forman una totalidad humana, polivalente y compleja. 5 La trilogía manifiesta claramente estos factores, presentando a figuras humanas alejadas de cualquier prototipo o abstracción (personajes unívocos) 6 , actuando de acuerdo a sus propias determinaciones y decisiones y siendo portadores de significaciones trascendentales relacionadas directamente con la problemática existencia de cada ser (personajes multívocos) 7 . Los gozos y las sombras contribuye a la configuración de la existencia humana a través de la creación de personajes complejos y ambiguos y de la representación de sus acciones, pensamientos y reflexiones. La caracterización progresiva de dichos personajes permite mostrar en toda su extensión sus vicios y virtudes, sus luces y sombras, así como también, la diversidad e integridad de la problemática humana. Estos elementos permiten al lector participar del proceso de creación, mediante una acción cooperativa que implica la correcta interpretación de ciertos indicios o señales dados por el texto y la identificación de la realidad literaria como elemento reconocible por su
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experiencia, debido a la incorporación de elementos humanos. De esta forma, el realismo trascendido se instaura como condición distintiva y preeminente dentro de la trilogía, elevando al hombre como medida de la existencia. Todo lo sostenido anteriormente, permite dar cuenta de la importancia de Los gozos y las sombras en el contexto general de la narrativa torrentina, en la medida que manifiesta la postulación de un nuevo realismo que abarca todos los ámbitos de la realidad humana, la que es dada a conocer mediante los conflictos existenciales presentados por los personajes. La realidad expuesta en el texto no puede ser reducida a la simple observación de elementos externos al hombre o a la creación de un mundo alejado por completo de sus referentes. Por el contrario, lo real debe aunar tales proposiciones, ubicando al conocimiento y a la pasión por lo humano como centro de su tarea.
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Notas: 1
Asimismo, el movimiento realista decimonónico se vuelve utilitarista, pues intenta aportar elementos que producen cambios al interior de la sociedad, como por ejemplo, difundir la cultura, enseñar y educar al pueblo o producir un despertar de las conciencias. Gracias a ello, los narradores se imponen la tarea de abordar al hombre en su dimensión sociológica, siendo imposible separarlo de su contexto, de su medio ambiente natural. Como consecuencia, se presentará no sólo el entorno y las costumbres, sino que también su temática recogerá las inquietudes, estructuras y transformaciones sociales, describiendo todo tipo de asuntos. El escritor se propone captar el mundo tal como lo observa. Frente a esto, la literatura adquiere un afán de testimonio y denuncia, desarrollando, a su vez, una perspectiva desde la que el narrador acomete su relato, distanciándose del subjetivismo romántico y pretendiendo una impasividad propia de un cronista que le permita diseccionar a la sociedad y a sus personajes. La base filosófica del realismo fue tomada del Positivismo, corriente que fomentaba la confianza del individuo en la certeza del conocimiento científico y en la creencia de un progreso infinito de las ciencias. En este sentido, se pensó que sería posible analizar sobre bases seguras la personalidad humana. Debido a ello, el papel de la imaginación creadora en la literatura disminuyó progresivamente. 2 Para un análisis más profundo acerca del concepto de realismo y las implicancias que establece con la noción de mimesis, véase: Bozal, Valeriano (1966). El realismo entre el desarrollo y el subdesarrollo. Madrid: Ciencia Nueva; Ynduráin, Domingo (1976). “Hacia la novela como género literario” en: Sanz Villanueva, Santos y Barbachano, Carlos J. (ed.). Teoría de la novela. Madrid: Sociedad General Española de Librería. pp.145-170; y muy especialmente, Villanueva, Darío (1992). Teorías del Realismo Literario. Madrid: Espasa-Calpe. 3 Un auténtico realismo genético presume una sólida evidencia de una realidad unívoca e incuestionable, así como también, las dotes de observación del artista, lo cual no debe confundirse con sus habilidades artísticas. Por último, el novelista debe acomodarse fielmente a la verdad, es decir, que ante todo debe privilegiar la sinceridad con respecto a la realidad examinada, requisito indispensable para lograr una auténtica obra de arte, en conjunto con una expresión clara y la verdad moral del tema tratado. El creador, entonces, deberá tener o poseer como facultades principales “(...) la de saber ver y copiar, pero también, y no en menor grado, la de saber componer.” (1992: 37). Todo ello se basa en la exactitud de los detalles, la representación exacta de los caracteres típicos en circunstancias típicas. La base de este tipo de realismo radica en la fuerza de la propia realidad y en las dotes de observación y sinceridad del escritor, ya que ellas le impedirán tergiversar aquello que pudiera no agradarle o interesarle. Éste debe apoyarse en la realidad y conocerla de cerca para pintarla verídicamente en las obras de arte. 4 La primera de estas instancias presenta un narrador que no participa de los hechos que son relatados, limitándose a mostrar la acción, sin inmiscuirse en su posterior desarrollo. La función principal de este narrador es mostrar el mundo en el que se mueven los personajes, instaurando a Pueblanueva como centro indiscutido de la trilogía. A su vez, ofrece una visión panorámica y resumida de los hechos ocurridos en el pequeño pueblo gallego, los que giran principalmente en torno a la casta de los Churruchaos, a la oposición con los Salgado y al dominio impuesto por unos u otros en determinado momento. Este narrador popular otorga las características y descripciones necesarias para la constitución del escenario propicio en el que los personajes se manifiestan en toda su complejidad. El segundo punto de vista presentado en la trilogía, con el fin de establecer una realidad autónoma de cualquier referente externo, se caracteriza por un tipo de narración omnisciente e impersonal. Su perspectiva acerca al lector a todos aquellos momentos y lugares en los que los personajes tienen alguna participación, erigiéndose, en muchas ocasiones, como cronista de los hechos. En este sentido, aporta, con gran eficacia y prontitud, una serie de detalles que permiten tanto la configuración de los entes de ficción en toda su extensión como la inmersión de éstos en la realidad correspondiente. Este narrador se encarga de ir matizando las intervenciones de los personajes dentro de los diferentes diálogos entablados, pues, de ese modo, se accede tanto a la presentación de los hechos ocurridos como a la caracterización de las figuras. Ambas visiones se complementan: mientras la primera se limita a narrar desde una perspectiva general, la segunda lo hace mostrando y dramatizando a los personajes. Se trata de un procedimiento de focalización que va desde lo externo o situacional (muestra cómo son juzgados los seres principales de Pueblanueva por sus propios coterráneos) hasta lo estrictamente interno o conflictivo (Ruiz Baños 1992). Del mismo modo, el primer narrador actúa como marco del segundo, el que, a su vez, permite la contemplación del despliegue de las acciones y diálogos de los personajes. Estos niveles conforman el mundo autónomo sustentado en la novela, consecuencia del principio de realidad suficiente que otorga a la narración las
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características básicas para que sea aprehendida como real por el receptor. De esta forma, se construye el realismo trascendido por medio del efecto de realidad producido por el lector y del aporte de ciertos elementos estructurales que generan la complejidad humana en el texto y su posterior aprehensión por el destinatario. 5 La caracterización barroca –incluyente, progresiva y abarcadora– permite la construcción de personajes complejos, ambiguos, multívocos, determinados por sus sentimientos, pasiones e instintos. El Barroco construye un ideal de hombre que integra las luces y sombras de la existencia, las que actúan en perfecta consonancia con el cambiante mundo en el que se desenvuelve (Casalduero 1975). Los personajes torrentinos son presentados al lector mediante una caracterización progresiva, es decir, son construidos bajo una superposición de imágenes tomadas desde diferentes puntos de vista: presente y pasado; dichos y hechos; realidad y ensueño; palabra exterior e interior; y, finalmente, el juicio propio y ajeno. Todo ello se ve desarrollado a lo largo de la obra, matizado adecuadamente en cada ocasión, según las reglas y principios que rigen al entramado novelesco. 6 El personaje unívoco posee como peculiaridad el estar perpetuamente vinculado a una misma e invariable significación, lo que puede traer como consecuencia, que se convierta en un símbolo. El proceso de creación de estos personajes se ha realizado “desde fuera”, es decir, que el principio de cohesión que los rige se sitúa al exterior de ellos mismos, por lo tanto, la mayoría de las veces, poseen una sola dirección que los lleva a transformarse en una abstracción o en un tipo. 7 Los personajes multívocos se caracterizan por haber sido construidos autónomamente mediante la presencia de la intuición del creador, permitiéndoles plena libertad en su actuar. Para el autor, el personaje más auténtico y verosímil, es aquél que se ha gestado por vía intuitiva, ya que la frescura creativa e imaginativa de éste darán origen a personajes e historias nacidas de un proceso absolutamente artístico, alejado de la mera transmisión de ideas. El personaje multívoco es aquél que adquiere distintas significaciones para lectores de diferentes épocas, es un personaje vivo, individual, concreto. El lector no lo percibe como una abstracción intelectual sino que logra reconocer en él rasgos que caracterizan a la naturaleza humana. Dichas características han sido definidas por el propio Torrente en sus diferentes ensayos, particularmente en: Torrente Ballester, Gonzalo (1965). “Esbozo de una teoría del personaje literario” en Cuadernos del Idioma, n° 3, año I. Buenos Aires. pp.67-86.
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Bibliografía: Bozal, Valeriano (1966). El realismo entre el desarrollo y el subdesarrollo. Madrid: Ciencia Nueva. Casalduero, Joaquín (1975). Sentido y forma del Qujote. Madrid: Ínsula.
Lázaro Carreter, Fernando (1985). “El realismo como concepto crítico-literario” en Estudios de Poética (La obra en sí). Madrid: Taurus. pp.121-159.
Raffa, Piero (1968). “Sobre el concepto de Realismo Literario” en Vanguardismo y Realismo. Barcelona: Ediciones de Cultura Popular. pp.271-349.
Ruiz Baños, Sagrario (1992). Itinerarios de la ficción en Gonzalo Torrente Ballester. Murcia: Universidad de Murcia.
Torrente Ballester, Gonzalo (1965). “Esbozo de una teoría del personaje literario” en Cuadernos del Idioma, n° 3, año I. Buenos Aires. pp.67-86.
Torrente Ballester, Gonzalo (1971). Los gozos y las sombras: El señor llega. Madrid: Alianza.
Torrente Ballester, Gonzalo (1972). Los gozos y las sombras: Donde da la vuelta el aire. Madrid: Alianza.
Torrente Ballester, Gonzalo (1972). Los gozos y las sombras: La Pascua triste. Madrid: Alianza.
Villanueva, Darío (1992). Teorías del Realismo Literario. Madrid: Espasa-Calpe.
Ynduráin, Domingo (1976). “Hacia la novela como género literario” en: Sanz Villanueva, Santos y Barbachano, Carlos J. (ed.). Teoría de la novela. Madrid: Sociedad General Española de Librería. pp.145-170.
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