Los dos ciegos (1855), entremés cómico-lírico de Olona y Barbieri: rumor, noticia, cuento y zarzuela (ATU1577)

September 8, 2017 | Autor: José Manuel Pedrosa | Categoría: Music History, Folk Theatre, Folk legends, Folk and Fairy Tales, Zarzuela
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Descripción

Los dos ciegos (1855), entremés cómico-lírico de Olona y Barbieri: rumor, noticia, cuento y zarzuela (ATU1577) José Manuel Pedrosa Universidad de Alcalá Una zarzuela española adaptada de una buffonerie Offenbach: la concepción y el estreno

francesa de

El libro, sin música, de Los dos ciegos, entremés cómico-lírico, arreglado del francés por don Luis Olona, con música de don Francisco [Asenjo] Barbieri, vio la luz en la Imprenta de José Rodríguez, calle del Factor, núm. 9, en Madrid, en 1855; y fue puesto a la venta en Madrid en la librería de Cuesta, calle Mayor, 2. Aquella primera versión impresa puntualizaba en su portada que el entremés había sido representado por la primera vez en el Teatro del Circo, el 25 de Octubre de 18551. Los dos ciegos de Olona y Barbieri era una adaptación muy libre de Les deux aveugles, bouffonerie musicale en un acto con libro de Jules Moinaux y música de Jacques Offenbach que se había estrenado en el Théátre des Bouffes Parisiens tres meses y medio antes, el 5 de julio. Con enorme éxito, pues se mantuvo en cartel durante un año (y se repondría después unas cuantas veces más) y conoció enseguida traducciones al inglés y al alemán, aparte de la adaptación española. A Jacques Offenbach le sonrió la suerte no solo con aquella buffonerie, sino también con la de Une nuit blanche (Una noche blanca), junto con la que se estrenó, y con la del Revé d'une nuit d'été (Sueño de una noche de verano), que subiría a escena muy poco después, el 30 de aquel mismo mes. Gracias a las tres arrancó de manera muy feliz la arriesgada aventura empresarial de aquel Théátre des Bouffes fundado por el propio Offenbach, y París quedó consolidada como primer centro irradiador de teatro cómico-musical del mundo. De hecho, tanto éxito tuvo en la capital francesa aquella producción inicial que hasta la prensa española no dejaron de llegar sus ecos: [1] El teatro de los Bufos Parisienses es demasiado pequeño para contener la inmensa concurrencia que acude a oír La noche blanca y Los dos ciegos. Se

1 Puede encontrarse en la Biblioteca Digital Hispánica de la Biblioteca Nacional: http://bdh.bne.es/bnesearch/CompleteSearch.do;jsessionid=BCB4F870E77C95B30C874EOBA36CB 619?field=todos&text=Los+dos+ciegos&showYearItems=&exact=on&textH=&advanced=false&co mpleteText=&pageSize=l&pageSizeAbrv=10&pageNumber=8 (consultado 01-11-2014).

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sorprende uno al encontrarse en la ópera en miniatura de Offenbach motivos que harían éxito en más de una ópera en grande acto (Gaceta musical de Madrid, 5 de agosto de 1855, pp. 213-214). [2] El teatro de los Bufos parisienses continúa siendo, por parte de la alta sociedad, un objeto de predilección. Mr. Offenbach, su hábil director, recibe cada día los más lisonjeros cumplimientos, así por el éxito de sus composiciones, como por su inteligente dirección. El Sueño de una noche de verano, la graciosa piececita en un acto Une nuil blanche, y la espiritual bufonería Los dos ciegos, han tenido un verdadero éxito popular (Gaceta musical de Madrid, 19 de agosto de 1855, p. 231). [3] El tenor compositor Leopoldo Amat [Leopold Amat] va a dar una matine musical y dramática en el teatro de los Bufos parisienses. Muchos artistas, entre los cuales citaremos á Darcier, Pradeau y Berthelier, prestarán el concurso de sus talentos a esta función que se terminará por la 50 representación de Los dos Ciegos, esta célebre bufonería musical que tanto llama la atención (Gaceta musical de Madrid, 26 de agosto de 1855, p. 239).

Solo un mes y medio después del feliz estreno parisino de Les deux aveugles, el diario La España de Madrid anunciaba que se estaba cocinando ya su adaptación al español: Nuevas producciones. La empresa del afortunado teatro del Circo nos prepara en la próxima temporada un abundante repertorio de nuevas obras. Además de las que hemos anunciado últimamente sabemos que el infatigable y aplaudido autor lírico-dramático don Luis Olona, durante su permanencia en la capital del vecino imperio, ha concluido de arreglar del francés dos nuevas producciones estrenadas con feliz éxito en los teatros parisienses. La primera es una zarzuela en cuatro actos, El sargento Federico, y la otra un entremés del mismo género titulado Los dos ciegos. La música de ambas obras está confiada a la pluma del inspirado y popular compositor don Francisco Asenjo Barbieri (La España, 24 de agosto de 1855, p. 4).

Este adelanto de prensa corrobora que existía una relación de colaboración ágil y estrecha entre ciertas compañías de teatro musical parisinas y madrileñas, más de una década antes de que quien sería atrevido y popularísimo actor-empresario, Francisco Arderíus, creara (en septiembre de 1866, un año después de su viaje iniciático a París) la Compañía de los Bufos Madrileños (Bufos Arderíus a partir de 1867), que durante años se dedicó a adaptar no pocas de las producciones de teatro cómico-musical que se estrenaban en la capital francesa (Barreiro Sánchez 2009: 96-107; Casares Rodicio 1993:1-12). No es el espacio de este artículo, que quiere centrarse en la contextualización sociológica del entremés de Olona y Barbieri dentro de la sociedad y de las prácticas discursivas del Madrid de mediados del XIX, el más adecuado para analizar lo que deben Los dos ciegos de OlonaBarbieri a Les deux aveugles de Moinaux-Offenbach. Baste decir que se trata de una adaptación muy libre: el libro de Olona sustituía sin 106

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miramientos París por Madrid y el costumbrismo francés por el español. Y la música de nuestro castizo Barbieri se despegaba con inspiración y acentos muy personales de la del gran Offenbach. Tampoco es este el espacio más apropiado para deslindar la deuda (lejana) que Moinaux y Offenbach tenían con la ópera cómica Les deux Aveugles de Toléde (1806), con libro de M. Marsollier y música de Étienne Nicolás Méhul, que había sido representada en Madrid (traducida al español) tantos años antes que casi nadie se acordaría ya. Así había anunciado su representación el Diario de Madrid: "En el [Teatro] del Príncipe, a las 7 de la noche, se executará la ópera nueva traducida del francés, en un acto, titulada Los dos Ciegos, música de Mr. Mehul, y la comedia en un acto titulada El Zeloso por fuerza" (Diario de Madrid, 24 de noviembre de 1810, p. 4). La obertura de la ópera de Méhul fue, por cierto, pieza bastantes veces interpretada en los conciertos madrileños de la época y de todo el siglo XIX. El estreno madrileño de Los dos ciegos de Olona-Barbieri se quedó, en cualquier caso, muy lejos del éxito parisino, pese a que la expectación había sido estratégicamente calentada por las noticias, con cierto tufillo promocional, que llegaban de allende los Pirineos, además de por anuncios de este corte: Para mañana se anuncia en el Circo [el Teatro del Circo, que estaba en el solar que desde 1868 ocuparía en la plaza del rey de Madrid el Circo Price] la zarzuela nueva titulada Los dos ciegos. La empresa de este teatro hace esfuerzos para complacer al público y distraerlo en medio de las graves preocupaciones presentes (La Época, 24 de octubre de 1855, p. 4).

He aquí algunos extractos de las críticas, que fluctuaron entre la incomprensión y el rechazo, que el entremés de Los dos ciegos de OlonaBarbieri obtuvo en los días que siguieron a su estreno: [1] Los dos ciegos. Anoche se estrenó en el Circo una zarzuela en un acto titulada Los dos ciegos. Es increíble que entre dos personas de talento, como los señores Barbieri y Olona, hayan podido componer tan descomunal disparate. El Marqués de Caravaca [zarzuela de Barbieri, con libro de Ventura de la Vega, que se representó el mismo día] fue muy bien desempeñado. Volvemos a repetir que ni desde las primeras filas de butacas se entienden las palabras que cantan las señoritas Latorre y Di Franco (£/ Clamor público, 26 de octubre de 1855, p. 3). [2] Anoche se estrenó con mediana fortuna en el teatro del Circo el entremés lírico-dramático Los dos Ciegos. Esta obra, que solo podemos calificar de juguete, ha sido arreglada del francés y puesta en música, según tenemos entendido, por el maestro Barbieri. La parte musical fue justamente aplaudida por la numerosa concurrencia que llenaba las localidades. Se pidió la repetición de un tango cantado por Becerra y el simpático Caltañazor, los cuales hicieron los mayores esfuerzos para el buen éxito de la función. Abrigamos, sin embargo, la esperanza de que cuando el público no sea tan escogido como el que anoche se reunió en el 107

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Los personajes del ent fue encarnado por el quien fue representad "el teatro representa Moro hay en la Cues trombón. Luego "Rob Intenta robar con u Jeremías tiene ante sí insultos a su competi

[3] Los dos ciegos. El teatro del Circo empieza a estar de algún tiempo a esta parte en desgracia con las producciones nuevas que en él se ponen en escena. Los dos Ciegos, cuyo libro ha sido arreglado del francés por el señor Olona y de cuya música se ha encargado el popular compositor señor Barbieri, ha tenido el día de su estreno un éxito poco lisongero, a pesar de la favorable predisposición con que acude el público al coliseo de la plazuela del Rey. El segundo día el público desairó esta función. Lo que más agradó fue un tango cantado por los señores Becerra y Caltañazor, el cual mereció los honores de la repetición. Las señoritas Latorre y Di Franco [que cantaron el mismo día en la zarzuela El Marqués de Caravaca], parece que se han propuesto de algún tiempo a esta parte cantar para ellas solas, lo cual no tiene maldita la gracia. Suplicamos a esta linda pareja que haga un pequeño esfuerzo para hacerse oír de sus apasionados, y merecer los ramos de flores con que de vez en cuando las obsequian (La Iberia 27 de octubre de 1855, p. 4).

que anoche se reuni entradas a la empresa"

Circo, los dos Ciegos podrán dar buenas entradas a la empresa (La Época, 26 de octubre de 1855, p. 4).

Si las críticas del estreno fueron malas, las de la reposición de siete años después fueron aún peores: "Cosas de mal gusto. No quisiéramos ver puestas en escena obras como Los dos ciegos que anoche nos regaló, para preparamos a otras impresiones menos desagradables, la empresa de la Zarzuela" (La Iberia, 17 de septiembre de 1862, p. 4). Pese a la repugnancia que Los dos ciegos (más por su tema y por su libro que por su música) inspiró en la crítica, el público común acogió el entremés de manera mucho más benévola. Fue, de hecho, repuesto unas cuantas veces durante cerca de medio siglo, y algunas de sus romanzas se hicieron un hueco entre las favoritas del canturreo popular. Los dos ciegos de Olona-Barbieri: ciegos, mendicidad, cultura popular Los dos ciegos no es, hay que admitirlo, una obra lírico-musical genial, ni llegó a ingresar nunca en el olimpo más apreciado y canónico de la zarzuela. Pero ni su libro es del todo nefasto (aunque sea un remedo de personajes y de chistes bastante convencionales, según veremos), ni su música carece de la chispa y la versatilidad que sabía otorgar Barbieri a cuanto componía. En mi opinión, su insistencia sobre tópicos costumbristas archimanidos no hay que achacarla a incapacidad, ramplonería o falta de originalidad del libretista ni del compositor, sino más bien a su voluntad perfectamente concienzuda, incluso provocativa, de ironía. En contra tenía nuestro entremés, claro, que reflejaba con pocos paños calientes unos bajos fondos populares que repugnarían al paladar del público sibarita de los estrenos y que encajaría mejor en el gusto del público más común. A ello justamente había aludido el crítico de La Época al desear que "cuando el público no sea tan escogido como el

Roberto, entonces, se mía! Por huir del tu Recoletos, dejo el ofí creyendo ejercer libr rival! Que el diablo c simétrica: "Malhaya devotos en la puerta instalo en este sitio d ese nuevo industrial Roberto se arranca responde con una c Roberto "(cantando arrancaría, por su re entre el público refir gozar de gran popul del siglo XX: Córdoba la su/tan*, la reina de Aiuíáta su frente de tópaos vencida humilló a ímpetus del crist que con fuerte ésp al moro de Berberí de España lanzó, al moro, al moro de España lanzó.

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que anoche se reunió en el Circo, los dos Ciegos podrán dar buenas entradas a la empresa". Los personajes del entremés son el (falso) ciego Jeremías Narigudo, quien fue encarnado por el señor Caltañazor, y el (falso) ciego Roberto Chato, quien fue representado por el señor Becerra. "La escena es en Madrid", y "el teatro representa la primera esplanada que para bajar al Campo del Moro hay en la Cuesta de la Vega". Hace mucho frío. Jeremías toca el trombón. Luego "Roberto sale con una guitarra y un asiento de tijera". Intenta robar con un palo el sombrero con algunas limosnas que Jeremías tiene ante sí, sobre el suelo. Jeremías se da cuenta y cubre de insultos a su competidor. Roberto, entonces, se lamenta: "¡Un colega! ¡También es desgracia la mía! Por huir del tullido que ayer había a mi lado en la puerta de Recoletos, dejo el oficio de manco, me establezco de ciego, vengo aquí creyendo ejercer libremente mi profesión y... nada. ¡Me hallo con este rival! Que el diablo cargue con él". Jeremías le responde con una queja simétrica: "Malhaya su estampa. Ayer un manco me quitaba todos los devotos en la puerta de Recoletos: dejo las maletas; me hago ciego; me instalo en este sitio donde la parroquia puede ser productiva. Y he ahí ese nuevo industrial que viene a perjudicarme". Roberto se arranca a cantar muy destempladamente, y Jeremías le responde con una cantilena más tosca aún. La dislocada romanza de Roberto "(cantando y cargando el acento en las sílabas que se marcan)" arrancaría, por su rebuscada vulgaridad, más de un mohín de disgusto entre el público refinado del estreno. Pero lo cierto es que no dejó de gozar de gran popularidad durante muchas décadas, hasta los inicios del siglo XX: Córdoba la sií/tana, la reina de Andalucía, su frente de topacios vencida humilló a Ímpetus del cristiano que con fuerte espada al moro de Berbería de España lanzó, al moro, al moro de España lanzó.

Las voces solapadas de los dos ciegos arman un guirigay espantoso. Luego se enfadan y están a punto de llegar a las manos. Solo se calman cuando cada uno mira al contrincante por el rabillo del ojo y entablan un diálogo que abrevio mucho: ROBERTO: ¿Y nació usted así? 109

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JEREMÍAS: ¿Así? No, señor. Yo nací más pequeñito [...] ¿Y usted? ¿Puede saberse de qué se ha quedado usted ciego? ROBERTO: De un puntapié [...] Al recibir el puntapié caí de boca en un caldero de agua hirviendo [...]

JEREMÍAS: Yo fui vista [vigilante] de una aduana [...] Y de pronto me enamoré ciegamente [...] ¡De una joven de quince años, imbécil! Un rival feliz me robó su cariño. Yo quise hacer valer mis derechos [...] Discutimos . Y él me dio esta respuesta. (Le da una bofetada a Roberto). [...] Furioso yo entonces, maldigo a mi rival, maldigo a la ingrata, hago dimisión... y me quedé ciego. ROBERTO: ¿Usted? ¿De qué? EREMÍAS: Del hígado. ROBERTO: ¿Ciego del hígado? JEREMÍAS: Sí, señor. La bilis me afectó esa parte que tanto influye en la moral del hombre... y de la mujer; y sobrevino la hipocondría.

Tras este disparatado episodio de la declaración de las causas de sus respectivas (falsas) cegueras, Los dos ciegos se enredan en este otro episodio chistoso: Sale por la derecha un caballero muy gordo, saca una moneda y la echa en el suelo al pasar. Jeremías y Roberto se levantan y con presteza y ansia se abalanzan a recoger la moneda, se empujan mutuamente y entablan un combate desesperado por cogerla. Por último Roberto da un furioso empellón a Jeremías, que cae al suelo, en tanto que su adversario se ha apoderado de la moneda. (La mira). ROBERTO: (Mirando hacia donde se supone que va el caballero que acaba de pasar). ¡Oiga usted, don tinaja! ¡Otra vez no dé usted a los pobres ciegos un cuarto borroso! (Se lo guarda). JEREMÍAS: (Dirigiéndose A Roberto) ¿En dónde está el óbolo? ROBERTO: ¿Quién? JEREMÍAS: El óbolo. ROBERTO: ¿Es ese señor que acaba de pasar? (Con sencillez). JEREMÍAS: No, estúpido. Yo pregunto por la limosna, por... por el vil ochavo. Dámelo... o de un salto vas a parar hasta la Moncloa.

Vuelven Jeremías y Roberto a darse palos entre sí, pero durante la refriega tienen un momento para mirarse con detenimiento y acaban reconociéndose como los competidores manco y tullido de la noche anterior en Recoletos. Se proponen entonces crear "una sociedad anónima para pedir limosna [...] unámonos con los vínculos del vil interés. Cantemos juntos, tú con tu guitarra y yo con mi trombón... Y partamos lo que nos den". Y el telón cae mientras los dos ciegos cantan (muy poco acordadamente) juntos. No cabe duda de que Los dos ciegos no era, con su acto único y sus dos mendigos ateridos de frío e incapaces de cantar afinadamente, un entremés cómico-lírico comparable en ambiciones o en glamour a los precedentes Galanteos en Venecia (1853) de Olona-Barbieri o Los diamantes de la corona (1854) de Camprodón-Barbieri: zarzuelas grandes de altos vuelos, fulgores palaciegos y tres actos. Además, el público burgués de 110

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los días de estreno, acostumbrado a evitar a los ciegos y mendigos que infestaban las calles de Madrid con sus cantos y sus quejidos, se preguntaría qué necesidad habría de pagar por ver en el teatro un reflejo de la sombría realidad cotidiana, a mitad de camino entre lo convencional (porque aquella plaga de ciegos y sus trifulcas que se habían colado también en la zarzuela eran comidilla del rumor y de la prensa de todos los días) y lo poco complaciente (porque el entremés poco suavizaba el drama de la mendicidad que campaba por las calles del Madrid de entonces). En cualquier caso, aunque el entremés de Los dos ciegos naciese con pretensiones muy modestas (con un solo acto), la ironía (acida, aunque se ocultase bajo un manto ramplón) de su libro y la gracia e inspiración de su música no se merecían el duro castigo que recibió a manos de la crítica y del público de su estreno. Piénsese, en fin, que no faltaron zarzuelas que de escenas similares sacaron muchísimo peor partido. Así, en el primer acto de Salambó o Los ojos de mi morena, zarzuela (u opereta) de Antonio Paso y Joaquín Abatí, con música de Pablo Luna, que sería estrenada el 24 de noviembre de 1914 en el Teatro de la Zarzuela de Madrid, había engastada otra escena de dos ciegos dándose palos que no alcanzaba ni mucho menos la altura de la de Olona-Barbieri. Ciegos fingidos, ciegos que se disputan un sitio, ciegos que se cuentan las causas de su invalidez El imaginario común, el rumor oral, la literatura escrita de muchas épocas y lugares se ha hecho eco de infinitos mendigos tunantes que han fingido o fingen todo tipo de discapacidades físicas o mentales con el fin de obtener alguna caridad de la gente. No es un tópico que nos propongamos ahora nosotros desentrañar, porque exigiría mucho más espacio del que está en estos momentos a nuestro alcance. Pero tampoco desaprovecharemos la ocasión de convocar, aunque sea muy rápidamente, a unos pocos ciegos a los que veremos enredados en (mal)andanzas sorprendentemente análogas a las que protagonizaron nuestros Jeremías y Roberto madrileños. Recordemos, en primer lugar, al picaro aquel que describía, en la Segunda parte de la vida del picaro Guzmán de Alfarache (1602) de Mateo Lujan de Saavedra, la escuela de fingimientos que puso una impresionante turba de bribones nómadas: Yo me salí de Alcalá habrá dos años, cansado de estudiar gramática, y he buscado esta invención y manera de vida, con la cual me hallo muy bien, porque nunca en ella me faltan cincuenta escudos que gastar y jugar, y estoy quitado de cuidados de honra y estudios; ando de tierra en tierra a mi gusto y sin cuidado, y hasta 111

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agora sé diez y siete maneras de pedir limosna, y sacarla aunque sea de un bronce: a unos llorando, a otros con exclamaciones y con diferentes tonos. La primer salida fue hacia Medina del Campo y Salamanca; éramos ocho de camarada, sin otras tantas amigas que llevábamos: uno se fingía mudo; Otros dos ciegos, cantando sucesos y coblas con guitarras y morteruelo; otros dos como cautivos; y, como yo me apaño a escribir bien, de cuando en cuando les hacía testimonios falsos, dando fees en ellos de diferentes sucesos de sus libertades, con que cogíamos mucho dinero... (Lujan de Saavedra 2001:169).

Nuestra literatura áurea, en especial la picaresca, abunda tanto en episodios de esta cuerda que hasta se podría hablar de todo un repertorio narrativo que versó sobre las artes de falsos ciegos, inválidos y cautivos. Dejemos su detalle para otra ocasión. Más convendrá que nos asomemos ahora al tópico de los falsos ciegos que se disputan un lugar que creen de privilegio para lanzar sus cantos y sus ayes. Su ejemplo más ilustre puede que sea el de la inolvidable controversia que mantuvieron Pedro de Urdemalas (disfrazado de ciego) y un ciego mendicante ante la ventana de una viuda en la Jornada Segunda de la comedia homónima cervantina. Pero hay otros ejemplos muy válidos y mucho menos conocidos: el de la Primera Parte (1624) de El donado hablador Alonso, novela picaresca de Jerónimo Alcalá Yáñez y Ribera, que nos cuenta cómo otro ciego falso y advenedizo se empeñó en disputar su espacio de trabajo a unos cuantos invidentes que tenían plaza en propiedad y acabaron logrando su expulsión. Mejores estrategas fueron, desde luego, los Jeremías y Roberto del entremés de Olona-Barbieri, que al menos pactaron sumar fuerzas y partir ganancias: En efeto temí, imaginando, si por ventura yo me finjo enfermo, podría ser que me quedase por tal, y para mi condición era prebenda demasiado costosa y no poco aborrecida. El ser pedigüeño, y aunque pobre, no del modo de un ciego de Andalucía, el cual como fuese algo corto de vista, y no totalmente sin ella, de modo que no pudiera trabajar y ganar de comer de otra suerte, tentóle la codicia, y procuró pasar la plaza de ciego, y para esto buscó un muchacho, tomó un palo en que arrimarse, y á grandes voces comenzó á pedir limosna, obligándose él a que rezaría la oración de san Gregorio, la del justo Juez, el apartamiento del cuerpo y el alma, y la de las once mil vírgenes, con su gloriosa reina santa Úrsula. Los demás ciegos de su lugar tuvieron notable envidia, y querellaron del nuevo opositor, por quitarles su ordinario sustento, teniendo, como tenia, bastante vista para cualquier oficio y ganar con él su comida. Oyó las partes el juez, y arrimándose a la voluntad de los contrarios, desterró del pueblo al fingido Longinos, el cual saliendo a cumplir la sentencia, llamando a su Lazarillo, y consolándose con él, le dijo: "Anda acá, niño, no se te dé un cuarto; que yo espero en Dios que antes de un año tengo de estar muy ciego, para vengarme de mis enemigos"(Alcalá Yáñez y Ribera 1946: 510).

Otra pieza clásica de sesgo picaresco, el anónimo Entremés de los mirones, escrito hacia 1611-1617, que ha sido en alguna ocasión atribuido a Cervantes, nos ofrece, por su parte, un episodio en que tres ciegos picaros se confían los unos a los otros las causas de sus respectivas 112

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cegueras. Las analogías con el pasaje correspondiente de Los dos ciegos de Olona-Barbieri no pueden ser más evidentes: Segundo mirón: Tomaron sus puestos estos dos ciegos con los demás que ya tenían los suyos, y mientras los unos rezaban y los otros pedían que les mandasen rezar, advertimos que tres de los que estaban más juntos, estando desocupados, se acercaban a hablar entre sí. Vínonos gana de escucharlos, porque de ordinario son sus conversaciones donosísimas. Pusímonos juntos y oímos que el uno dellos contaba a los compañeros la causa de su ceguera. "Unas viruelas", decía; "siendo yo niño de año y medio, me contaba mi madre que sea en gloria, que me habían quitado la vista de los ojos. Y ¡qué ojos!: como dos estrellas juraba que eran". Acudió el otro ciego, diciendo: "Un gran corrimiento me cegó. Mandóme mi agüela en una noche de invierno que tomase la alcuza y trajese medio cuartillo de aceite de la tienda. Al ir, fui muy alegre, cantando el romance Mira Zaide que te aviso, que entonces dábamos en él como en real de enemigos, los muchachos. Y yo, que tenía un tiple como una chirimía, hundía la ciudad a voces. Compré mi aceite en la tienda; y, a la vuelta, del sereno, o yo no sé lo que fue, no vía palmo de tierra. Cargóme un humor terrible sobre los ojos; llegué llorando a mi casa; mi madre, por ahorrar de dotor, trató con una vecina vieja, que decía sabía de ensalmos, qué me pondría para atajar el corrimiento. Hizo la vieja un emplasto. Esta, por la mañana, me lo puso, y apenas eran las tres de la tarde, cuando cada ojo se me puso arrugado como una ciruela pasa. Quédeme hasta hoy a buenas noches". El tercer ciego, dando de hombros y sonriéndose un poco, dijo: "Pardiós, compadres, yo di tanto a la bomba, siendo mozuelo de veinte años, con ocasión de que un tío mío era padre de la casa, que poco a poco se me fue la vista adelgazando, hasta que al fin me dejó a oscuras". Entonces los otros dos compañeros ciegos, refregándose las manos y meneando las cabezas, dijo el uno, lamiéndose los labios: "¡Ese sí, cuerpo de Cristo, es cegar, que lo demás es burlería!" Y el otro: "¡Diera yo otros dos ojos más de los que no tengo, por haberlos perdido en esa guerra!"(Alonso 1987: 77-78).

El tópico literario de los ciegos que, en franca conversación, se cuentan los unos a los otros las causas de su ceguera no solo se traslució en las narraciones de corte picaresco. También en las de propósitos morales. Recordemos ahora uno de los edificantes relatos del Fructus sanctorum y quinta parte del Flos sanctorum (1594) de Alonso de Villegas, que nos muestra a tres ciegos reconociendo las causas de su invalidez, en un ceremonial que vuelve a recordarnos, claro, el de los madrileños Jeremías y Roberto cuando, en registro más hipócrita y disparatado, se confiaron también las falsas razones de sus respectivas cegueras: En Alexandría se dize que están los huessos del profeta Hieremías, llevados allí de Egipto por Alexandre, fundador de aquella ciudad, y puestos en un templo venerable llamado Tetrafilo. Aquí llegó al punto de mediodía el autor del libro llamado Prado Espiritual con Sofronio, grande amigo suyo, y vieron tres ciegos que estavan hablando entre sí. Llegaron sosegadamente por oír su plática y sacar della algún provecho espiritual, y oyeron que el uno preguntava al otro el modo como avía cegado, y respondió:

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—Siendo mogo y teniendo por oficio el de marinero, partiendo de África, repentinamente perdí la vista. Mas, y tú, ¿cómo cegaste? Respondió: —Hazía vidro, y de estar continuamente cerca del fuego vine a quedar ciego. Estos dos preguntaron al otro el modo como avía cegado, y respondió: —Diréos ciertamente la verdad. Siendo mogo aborrecía el trabajo, y andando holgarán di en vicios carnales, y, faltándome lo necessario para la vida, comencé a hurtar. Donde un día, aviendo cometido grandes pecados, vi llevar a enterrar un difunto, adornado de ricos aderemos, conforme a la costumbre de la tierra. Seguí el entierro y, visto dónde quedava el muerto — que fue a las espaldas de la iglesia de San Juan, en una cueva —, yo aguardé a que los oficios se acabassen y, acabados y siendo noche, entré en la cueva y desnudé el cuerpo, y cargúeme de su rico aderezo. Salía de la cueva rico de despojos, mas mi mala consciencia me incitó a que bolviesse y le desnudasse la camisa, que sola le avía dexado. Llegué al cuerpo y comencé a quitársela, mas el muerto levantó el medio cuerpo y, echándome sus manos a los ojos, me los sacó ambos. Yo, miserable, dexando todo lo que le avía quitado, con grande afán y peligro salí del monumento. Veis aquí de la manera como quedé ciego y sin vista (De Villegas 1988).

De la ficción a la realidad, o de la literatura a la noticia: ciegos y prensa Los ciegos que hasta aquí nos han ido saliendo al paso — los de OlonaBarbieri, los de la literatura picaresca áurea, los del Flos sanctorum — han sido ciegos eminentemente literarios, y por ello tópicos, impostados, hiperbólicos. Cierto que el ciego literario era, de algún modo, reflejo del ciego de la calle. Pero reflejo retorcido, manipulado, verosímil aunque no veraz. Máscara antes que retrato. Los textos que manejaremos a partir de ahora van a ser textos esencialmente periodísticos. La mayoría proclama, desde su marco de género pretendidamente noticiero, ser descripción fiel y urgente de sucesos que acontecieron (ayer, casi siempre ayer) en la calle. Unos cuantos se ajustan, por contra, al formato del chiste o del chascarrillo breve, más literario que cronístico, que también ha tenido espacios, por lo general claramente acotados, en la prensa periódica. Pero la mayoría pretenden pasar por noticias, están elaborados poéticamente como crónicas, son publicadas en las secciones de sucesos de actualidad, se reclaman a sí mismos como veraces y verídicos, como reales. Nosotros sabemos que lo que esos periódicos del XIX o de los inicios del XX comunicaron como noticias llevaba siglos circulando como rumores, como leyendas, como cuentos, y que los informadores de los periodistas, los propios periodistas, los protagonistas de la noticia, los espectadores que supuestamente asistieron en la calle al suceso y el público lector, todos juntos, actuaron muchas veces como partes de una conjura de validación del relato que incumbía a todos, que nadie negaba, que 114

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convertía la información en real tan solo porque podía ser cierta, o acaso porque todos entendían y toleraban la dosis de ironía que podía llevar, o porque a nadie le mereciese la pena perder el tiempo en intentar desmentirla. Las presuntas noticias periodísticas que van a ir desfilando ante nosotros van a poner a prueba, por ello, las fronteras que convencionalmente solemos establecer entre realidad y ficción, entre suceso y relato. Considerados de uno en uno, no son textos extensos ni trascendentes, ni están elaborados con sofisticación, aunque algunos sí destilan ingenio de la mejor ley. Pero su conjunto sí puede tener un significado metapoético importante para nosotros, porque se halla instalado en un intersticio crítico de la cultura, el que se halla entre lo que sucede y lo que se cuenta, que todos reconocemos como crucial para el entendimiento de la historia, de la literatura, de nosotros. Comencemos por algunas de las crónicas periodísticas cuyo noticierismo tiene visos de ser más legítimo. Dan cuenta de las disputas, que seguramente eran casi cotidianas, que se producían entre mendigos que buscaban los mejores emplazamientos para pedir limosna. De este modo se manifestaba La Carta de Madrid con un preámbulo de llamativa hondura metapóetica: Milagro. Hace pocos días tuvo lugar uno en la Plazuela de Oriente, con no poco asombro de las personas que por aquel paraje transitaban, y que incrédulas hasta el punto de poner en duda lo que con sus ojos presenciaran, se atrevían todavía a asegurar que la época de los milagros (entiéndase de los de la especie que vamos a referir) había por desgracia pasado para no volver más. Dos ciegos acompañados de una mujer y dos guitarras habían plantado sus reales en la bajada de dicha Plazuela, inmediatos a un infeliz baldado y mudo por añadidura, que con gestos bastantes significativos y unos gritos muy parecidos al graznido de los cuervos, imploraba con algún fruto la caridad pública hasta la llegada de sus vecinos los músicos. Disminuyéndose por grados la colecta desde que los ciegos comenzaran a ejercer sus habilidades, no le fue posible al buen mudo y baldado contener por más tiempo su despecho, y lleno de coraje, levantóse de repente, y con gran asombro de las personas que poco antes se compadecieran de su infeliz situación, principió a hacer más uso del que debiera de su lengua y miembros impedidos, llenando con la primera de improperios a los pobres ciegos, y amenazando con los segundos (pies y manos) hacer un ejemplar con los tunantes que sin consideración alguna impedían a un hombre honrado ganar su sustento sin perjudicar a nadie. El resultado fue hacer abandonar el campo a los asustados ciegos y volver el mudo baldado a gesticular y graznar sin importunos adláteres que impidieran a los transeúntes fijar en él su atención y compadecerse de su desgraciada suerte (La Carta, 16 de julio de 1847, p. 2).

La noticia bien pudo ser cierta, pero puede también que no lo fuera. Fijémonos en que el cronista no se arriesga a ponerle fecha exacta ("hace pocos días tuvo lugar..."), lo cual no resulta buen síntoma. Además, si 115

José Manuel Pedresa

las personas que contemplaron el suceso se habían quedado "incrédulas hasta el punto de poner en duda lo que con sus ojos presenciaran", ¿por qué habría de mostrarse más crédulo el lector que no había llegado a ver nada? Sobre todo si periódicos como La Iberia publicaban, más como chistes que como noticias, otros relatos, claramente inverosímiles, acerca de mudos respondones: Al salir de la iglesia una señora le da una peseta a un ciego que pide limosna. —Perdone usted, señora — le dice el mendigo —, esta moneda de Filipinas no pasa. —¿Y cómo sabe usted que es de Filipinas? ¿No es usted ciego? —No, señora, soy sordo mudo (La Iberia, 7 de noviembre de 1894, p. 3).

En fin, el caso es que tanto si sucedió de verdad como si no sucedió en la realidad, en los primeros días de julio de 1847, aquella notable trifulca de los ciegos y del mudo de la plazuela de Oriente, su trama no deja de asemejarse, y mucho, a la competencia por el espacio entre los ciegos Jeremías y Roberto de la zarzuela de Olona-Barbieri, con la confesión de sus fingimientos que hacen los dos al final. Hagamos ahora un repaso muy selectivo (podría ser muchísimo más prolijo, sin duda) de otras noticias acerca de ciegos que se agredían en las calles y plazas de Madrid en lo que casi siempre eran disputas por el lugar de trabajo: [1] Diálogo a oscuras. En la tarde de anteayer estaban dos ciegos sentados a la puerta de la iglesia de Jesús tocando la guitarra y entonando una salmodia. Parece que el canto llano de uno incomodaba al vecino, y agarrándose de palabras y luego de palos se dieron tal solfa de canto llano, que rompieron las guitarras, alborotaron la concurrida puerta del templo, y alcanzó algún garrotazo estraviado el creyente que entraba o salía en el ciego furor de los contendientes (£/ Clamor público, 9 de abril de 1851, p. 3). [2] Anteayer se dieron de palos dos ciegos que estaban pidiendo en la puerta de la capilla de Nuestra Señora de la Paloma, sobre cuál de los dos recogía más limosnas. A pesar de la falta de vista, se conoce que les sobró tino para sacudirse, pues los dos sacaron algunas contusiones, que les fueron curadas en la cuarta Casa de socorro (El Contemporáneo, 26 de marzo de 1864, p. 4). [3] Por competencia, sin duda, en cuestión de pedir limosna, la emprendieron a golpes dos ciegos, a las cuatro de la tarde de ayer, en la calle de Colón, resultando uno de ellos con una gran herida en la cabeza, que le fue curada en la Casa de Socorro. El agresor fue puesto a disposición del juez municipal, habiéndosele ocupado el garrote y al agredido una guitarra con la que se había defendido desesperadamente, hasta hacerla pedazos (La Iberia del 12 de noviembre de 1882, p.3). [4] Antes de anoche reñían furiosamente dos ciegos en la calle Ancha de S. Bernardo, y era tal su encarnizamiento que algunas personas caritativas se 116

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impusieron el deber de separarlos, evitando de este modo una desgracia, muy probable sin duda si se atiende a lo terribles que siempre son los palos de ciego (La Carta, 23 de julio de 1847, p. 3). [5] A las nueve de este día, en la calle Ancha de Peligros, se han pegado dos ciegos solemnes garrotazos, ensangrentándose la cara el uno al otro, sin que se haya presentado ningún agente de policía en el sitio de la refriega (La Esperanza, 18 de septiembre de 1849, p. 4). [6] Palos de ciego. Ayer armaron una terrible escena de garrotazos dos ciegos en las afueras de la puerta de Atocha. Pero tuvieron tal acierto que ni uno ni otro pudieron sacudirse el polvo. Llenos de cólera al ver infructuosos sus buenos deseos, se arrojaron al suelo y comenzaron a rugir como dos leones, rompiendo ambos las guitarras de que se servían para implorar la caridad pública (El Clamor público, 9 de junio de 1854, p. 3). [7] A las diez de la noche del mismo domingo, dos ciegos se dieron una buena de sendos palos en la puerta de Toledo, resultando uno de ellos terriblemente descalabrado (La Iberia, 22 de mayo de 1861, p. 3). [8] Ayer noche riñeron en la plaza de Lavapiés dos ciegos, resultando herido uno de ellos de gravedad en la nariz, siendo curado en la casa de socorro del distrito (La Correspondencia de España, 25 de enero de 1876, p. 6). [9] A las dos y media de la madrugada riñeron en la calle de San Bernardo dos ciegos, los cuales se propinaron mutuamente sendos garrotazos. Los individuos en cuestión fueron detenidos (La Discusión, 28 de marzo de 1883, p. 3). [10] En las inmediaciones del puente de Vallecas riñeron esta tarde dos ciegos, resultando uno de ellos con dos heridas graves en el muslo derecho y otra en la mano izquierda, y su contrincante con una en la mano derecha. El segundo fue detenido, y el primero llevado al Hospital en mal estado (El Día, 18 de febrero de 1884, p. 3). [11] Esta tarde a las cuatro, en las inmediaciones del Puente de Vallecas, trabóse una sangrienta lucha a navaja entre dos ciegos. Uno quedó mortalmente herido. El otro, que fue detenido, manifestó, según parece, que ambos, a la voz de uno de ellos, sacaron a relucir las navajas, y que, a otra segunda voz, comenzaron la lucha (La Correspondencia de España, 19 de febrero de 1884, p. 3).

No tenía Madrid el monopolio exclusivo de tales grescas, a veces bastante sangrientas, entre ciegos. Estas noticias venían de muchos otros escenarios: Barcelona, Zaragoza, Alicante, Cartagena, Málaga, Córdoba, Ttz-ro'7 Jerez... [1] Anteayer presenciamos una acalorada reyerta entre dos ciegos, al parecer mendigos, que querían ocupar un mismo poyo inmediato a una de las puertas de la ciudad. Cada cual alegaba sus derechos de posesión; pero ninguno de los dos se convenció por las razones de su contrario. Aunque bastante apartados del sitio de la cuestión era digno de notarse cómo lo señalaban con sus palos, lo mismo que si lo estuviesen viendo. Largo rato estuvieron debatiendo, hasta que por fin 117

José Manuel Pedrosa sus lazarillos, que eran dos rollizos muchachos, y que se habían estado callados hasta entonces, resolvieron dirimir la contienda a puñetazos. Como dos Alcides se abalanzaron el uno sobre el otro dominados por el mismo furor de que se hallaban poseídos sus dueños y a buen seguro se hubiesen maltratado sin la oportuna intervención de un agente de la autoridad que logró alejarlos (El Áncora, Barcelona, 14 de abril de 1852, p. 229). [2] Anteayer tarde presenciamos una lucha entre dos ciegos por motivos a lo que pudimos comprender de muy poca monta; y si bien era muy singular la certeza de sus golpes, privados como se hallaban del órgano de la vista, era todavía más de admirar cómo un gran número de curiosos se complacían en presenciar aquella escena altamente repugnante. Los ciegos, con una inmoralidad asombrosa, proferían las palabras más indecorosas y viles, haciendo gala de un cinismo extraordinario (El Áncora, Barcelona, 9 de noviembre de 1852, p. 657). [3] En la plaza del Pilar, de Zaragoza, riñeron tres ciegos, resultando uno de ellos con una grave herida en la cabeza, producida por un estacazo propinado a tientas, sin duda (£/ Siglo futuro, 24 de octubre de 1893, p. 3). [4] El lunes se armó en Alicante una riña a garrotazos entre dos ciegos, resultando uno de ellos tan mal parado de un terrible golpe que recibió en la cabeza, que fue necesario llevarlo al hospital. El otro contendiente fue sometido al tribunal correspondiente (El Globo, 14 de abril de 1877, p. 2). [5] En Cartagena se promovió días pasados una gran reyerta entre tres ciegos, propinándose mutuamente innumerables palos de ídem; y tantos y tan fuertes fueron, quo los tres contendientes resultaron heridos, uno de ellos de gravedad (El País, 3 de enero de 1895, p. 3). [6] Riñen tres ciegos. Málaga 27. En el pueblo de Arenas riñeron los ciegos Antonio Expósito y su mujer, María Martín, con la madre del primero, Antonia Martín, también ciega. Esta resultó con diversas lesiones y dos heridas punzantes de pronóstico reservado (El Siglo futuro. 28 de agosto de 1926, p. 4). [7] En Málaga han reñido dos ciegos, por rivalidades del oficio, acometiéndose con los palos que les sirven de guía (El Día, 6 de febrero de 1901, p. 2). [8] El lunes riñeron dos ciegos en Córdoba, concluyendo por hacer uso de sus garrotes y empezar a descargarse leñazos. Pero como de palos de ciego se trataba, un transeúnte recibió uno de ellos en las costillas, y a un perro le partió otro la cabeza. Un agente de orden público que trató de separar a los contendientes; parece que también recibió alguna caricia antes de llegar a ser conocido por aquéllos (La Iberia, 8 de septiembre de 1887, p. 2). [9] En Jerez se batieron a palos dos ciegos en la tarde del viernes, quedando ambos heridos de consideración (El Globo, 12 de agosto de 1885, p. 3).

Casi todas estas trifulcas parecen cortadas por el mismo patrón y atañer solo a los propios ciegos, aunque algún golpe perdido podía llegar a llevarse algún incauto espectador o transeúnte. Algunas implicaron, sin embargo, a contrincantes que tenían el don de la vista, y en esas

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Los dos ciegos, entremés cómico-lírico de Olona y Barbieri

ocasiones eran los ciegos los que salían casi siempre muy malparados. Fijémonos en estas delirantes escenas madrileñas: [1] No hace muchas noches que entraron dos o tres ciegos en el café de Pombo, pero apenas comenzaron a poner en orden sus instrumentos, fueron interpelados por los mozos para que se retirasen. Los ciegos, alarmados con semejantes disposiciones, se negaron a obedecer la orden. Y aquí fue Troya. Los mozos se empeñan en que aquella se cumpla, los ciegos en que no. De las palabras pasan a las manos, los mozos empujan a los ciegos, y el más determinado de estos, formando un terrible molinete con su gran palo, hace retirar a cuantos presenciaban el hecho. Mesas, sillas, bandejas, mozos, todos reciben palos de ciego. Los mozos, por su parte, se arman con las sillas, y cargan sobre el héroe de la función, que se encuentra acorralado, sin saber por dónde le embiste el enemigo, que se apodera de él y se venga cruelmente en su persona, haciéndole sangre en toda la cara y arrojándolo a la calle. Así dio fin la batalla de los ciegos (El Español, 22 de febrero de 1848, p. 4). [2] Sobre... vino... Cuéntase que hace unos días estaban en una taberna tres ciegos, saboreando unas cuantas copas de Arganda. Sin duda se achisparon algo, pues empezaron a vocear y a disputar entre sí, como suele acontecer en estos venerandos lugares. Un salvaguardia que pasaba casualmente, les impuso silencio amenazando a uno de ellos con que le llevaría a la cárcel. "¡Cómo!", contestó el ciego, "¡a mí, que soy un republicano! ¡Un liberal!". "Me basta esto para que vengan los tres a la jefatura", dijo el salvaguardia. Y dicho y hecho; los tres ciegos se encuentran en la cárcel condenados a sufrir un mes de detención, porque el vino los elevó a regiones desconocidas sin duda para los infelices (El Espectador, 3 de octubre de 1848, p. 4). [3] Tres ciegos y un tuerto riñen a estacazos. Hoy riñeron por rivalidades profesionales los ciegos tocadores de guitarra Antonio Burgos, Ricardo Torres Calvacho y Ángel Linar y el tuerto tocador de acordeón Higinio Gómez. Este último esquivó los estacazos que se repartieron los contendientes, pero los tres primeros tuvieron que ser asistidos en la Casa de Socorro de las heridas que se produjeron a fuerza de garrotazos (El Sol, 27 de febrero de 1926, p. 3).

Las riñas de ciegos contra videntes podían hasta concluir en tragedia. He aquí la noticia, penosísima pero de valor enorme desde el punto de vista de la historia de la música popular española, que publicó La España: Asesinatos. Según un periódico de Málaga, corría el rumor en aquella ciudad, ignorándose con qué fundamento, que habiendo ido a la feria de Ronda un negro y dos ciegos que le hacían son para que bailase; después de recoger el metálico, producto de su industria, pidieron los ciegos la parte, que les correspondía. Negósela el negro, se trabaron con palabras, y el resultado ha sido dar aquel muerte a sus dos infelices compañeros. Dícese también que él reo está preso en Ronda, y que es el mismo que andaba por las calles de Málaga bailando el tango (La España, 4 de abril de 1850, p. 2).

Y, para cerrar este capítulo, el suceso más desgraciadamente sangriento de todos, y que implicó, otra vez, solo a contendientes ciegos. Parece, paradójicamente, el relato de alguno de aquellos crímenes tremendos 119

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que durante generaciones vocearon los ciegos por las calles y plazas de toda España. Dio la noticia El Imparcial: Un ciego parte a otro el corazón de una puñalada.

Alicante. Esta mañana se ha desarrollado un sangriento suceso, del que fueron protagonistas tres ciegos. En la calle los Platos viven Gil Ginés Sánchez y su esposa Josefa Conesa Almodóvar, ambos ciegos, que ganan el sustento haciendo rifas. Parece que Ginés, que tiene mal carácter y es celoso, disputaba frecuentísimamente con su mujer. Hoy fue a visitar al matrimonio Juan Conesa Almodóvar, ciego también, hermano de Josefa. Como de costumbre, marido y mujer estaban riñendo, y Ginés, en el calor da la disputa, profirió una frase ofensiva para la madre de Josefa. Intervino Juan, diciendo que no consentía que se faltase a su madre, y se entabló una violenta contienda entre los dos cuñados. Salieron desafiados a la calle, Ginés, armado de un grueso garrote; Juan, con un cuchillo. Rápidamente se acometieron y Juan dio muerte a Ginés de una tremenda puñalada en el pecho. Tan rápida fue la agresión, que los vecinos que acudieron a los gritos de Josefa, no pudieron evitarla. Juan, que intentó huir, fue detenido en la calle inmediata (El Imparcial, 27 de agosto de 1920, p. 3).

El cuento de Los ciegos que son incitados a pelearse (ATU 1577) y sus avalares madrileños y españoles El catálogo internacional de relatos folclóricos de Aarne-ThompsonUther tiene etiquetado con el número 1577 este tipo de cuento: Los ciegos obligados a pelearse: un trickster dice que da a uno de los ciegos alguna moneda que todos deberán repartirse. Sin embargo, no les da ninguna. Cada uno de ellos sospecha que los demás le engañan y todos se pelean. El trickster observa desde una distancia prudencial. En algunas versiones el trickster se los lleva a una taberna a beber, pero no les da ningún dinero (Uther 2004).

La trama de este tipo cuentístico coincide, obviamente, con el episodio de la zarzuela de Los dos ciegos en que "sale por la derecha un caballero muy gordo, saca una moneda y la echa en el suelo al pasar. Jeremías y Roberto se levantan y con presteza y ansia se abalanzan a recoger la moneda, se empujan mutuamente y entablan un combate desesperado por cogerla. Por último Roberto da un furioso empellón a Jeremías, que cae al suelo, en tanto que su adversario se ha apoderado de la moneda". Recordemos que a continuación se da cuenta Roberto de que se trata de una moneda borrosa, de que Jeremías se encoleriza al escuchar tal cosa, pues sospecha que su competidor le engaña para quedarse con la moneda, y que cada vez con más entusiasmo se enzarzan los dos en una gresca de palos. De acuerdo con el catálogo de Aarne-Thompson-Uther, han sido registradas versiones de este cuento en las tradiciones orales de

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Los dos ciegos, entremés cómico-lírico de Olona y Barbieri

Finlandia, Letonia, Lituania, España, Cataluña, diversos países de Hispanoamérica, Brasil, Holanda, Flandes, Alemania, Italia, Grecia, Rusia, en varias tradiciones judías, en Irak, India, China, Japón y Argelia. La geografía hispana del relato ha sido también escrutada de manera específica, y más de una vez. José Fradejas Lebrero estudió eruditamente unos cuantos de sus avatares, sobre todo medievales e iconográficos (Fradejas Lebrero 1975: 9-18). Máxime Chevalier dio cuenta de versiones que aparecían en la comedia barroca No hay dicha ni desdicha hasta la muerte de Mira de Amescua, en un Entremés dos cegos engañados portugués publicado en 1658, en un anónimo Entremés de los ciegos de 1672, en una novela de Blasco Ibáñez (La Bodega) y en las tradiciones orales de la Cataluña, Navarra y Nuevo México del siglo XX (Chevalier 1983). Hace años yo también dediqué un extenso artículo al análisis de relatos (cuentos, leyendas, canciones, pliegos de cordel) parecidos que han sido documentados en tradiciones orales y escritas de muchas tradiciones diversas (Pedresa 1995:102-161). No voy a reiterar aquí ninguno de los textos ya conocidos y estudiados, pero sí a desgranar otros que nos van a dar idea de la popularidad que durante siglos ha tenido este tipo de relato y, sobre todo, de lo ambiguo de su acomodo, en el territorio sutil en que se encuentran realidad y la ficción, en el imaginario común, los rumores y noticias que circulaban por el viejo Madrid. La primera versión que vamos a convocar es muy singular. Primero, porque es la única dieciochesca que tenemos hasta ahora documentada. Después, porque tiene una factura sofisticadamente literaria, sin ínfulas de noticierismo, y porque es también una de las pocas documentadas en España que culmina con el apéndice que detallaba el catálogo de AarneThompson: "en algunas versiones el trickster se los lleva a una taberna a beber, pero no les da ningún dinero". Fue publicada, con el título de Apólogo forense, en el Semanario erudito y curioso de Salamanca: Estaban dos ciegos juntos suplicando que les socorriesen con algún ochavo. Pasa un Pillo, y dice: "esto es para entrambos": el uno responde: "aquí tengo cambio": Y el otro le dice con algún enfado: "no por cierto, Roque, tú tienes el quarto". "Mientes tú, Basilio",

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responde alterado el otro, "que a mí ninguno me han dado". Se aumentan las voces, ya empiezan los palos, cansados de dichos muy desvergonzados. Y el Pillo que estaba la fiesta mirando desdo lexos dice, para intimidarlos: "Vamos a la Cárcel que se están pegando". Ellos que tal oyen, luego suplicando se ponen rendidos. Y el Pillo taimado, ¡qué brava ocasión! dice: "Perdonados quedareis, con tal que paguéis entrambos ahora el alboroque". Luego al punto: "Vamos de aquí a la Taberna". Y ellos resignados dicen: "sí, Señor, con gusto pagamos". De este modo cumplen nuestros Abogados, enzarzan los Pleytos para eternizarlos, y luego los cortan, si les dan regalos. (Semanario erudito y curioso de Salamanca, 14 de enero de 1794, p. 37)

Si el texto que acabamos de reproducir tiene todo el aspecto de ser un juguete elegantemente literario, el que vamos a leer a continuación podría presumir, en principio, de justo lo contrario: de tener todas las garantías y sellos de caso realmente sucedido. Fue publicado como noticia acaecida, con la inmediatez y contundencia del «ayer», no por uno, sino por dos periódicos: La España y El Observador. Con precisiones de lugar, personas y circunstancias tan detalladas y realistas que convencerían, o casi, a cualquiera. Pero el que parezca un relato verosímil no significa que sea veraz. Suscita la duda sobre su legitimidad noticiera y permite pensar que se trata de un rumor puesto a circular como broma no solo el hecho de que sepamos que el cuento de la moneda falsa por la que se enzarzan a palos dos ciegos era más que viejo y manido. También porque no resulta difícil apreciar que el argumento de esta noticia de 1848 es excesivamente similar al argumento del entremés de Los dos ciegos que sería estrenado

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Los dos ciegos, entremés cómico-lírico de Olona y Barbieri

siete años después, en 1855. Hasta en detalles tan específicos (y desconocidos o poco comunes en otras versiones) como el de que el bromista de 1848 diera a los dos ciegos una moneda "un poco borrada", mientras que el de 1853 les entregara "un cuarto medio borroso"; o el de que, tras la batalla a palos, ambos engañados ciegos hicieran fraternalmente las paces. Para agravar nuestras sospechas, el periodista de 1848 concluye informando de que "un cantante del teatro del Circo, a quien conocemos, y el cual pasaba a la sazón por dicha puerta [de Atocha], indemnizó de su pérdida a los iracundos ciegos entregándoles dos monedas de cuatro duros. Este cantante, según se nos ha dicho, debe su nacimiento a uno que carecía de vista". Ello parece sugerir que la fuente de información del entusiasta periodista había sido aquel "cantante del teatro del Circo, a quien conocemos". Pues bien: resulta que el Teatro del Circo para el que trabajaba el anónimo cantante que dio la noticia de la gresca de ciegos a la prensa era el mismo Teatro que conoció el estreno de Los dos ciegos el 25 de octubre de 1855. Y resulta también que desde 1843 (era por entonces un joven de veinte años) Luis de Olona era empresario del Teatro del Circo. Que Olona había tenido que conocer en 1848 la historia de los dos ciegos pendencieros que había publicitado un "cantante" de su teatro, eso era seguro. Que hubiera estado próximo, que hubiera sido cómplice, que hasta hubiera podido ser él el tal "cantante, a quien conocemos", eso es algo sobre lo que no podemos albergar más que sospechas. El caso es que tantas complicidades entre la noticia de 1848 y el entremés zarzuelero de 1855 no pueden ser casuales, y que Olona, que estaba en el Teatro del Circo cuando alguien de allí hizo circular la noticia primero y que seguía allí cuando se estrenó la zarzuela siete años después tiene todos los méritos para ser considerado el vínculo obligado entre ambas historias. ¿Coincidencias casuales? Imposible. ¿Broma artística largamente gestada? Quizás: Juramentos y lágrimas. Entre la Puerta de Atocha y el Portillo de Embajadores se hallaban ayer dos ciegos ensayando varias canciones, que habrán de ejecutarse en varios corros a presencia de cierto público que les pertenece exclusivamente, y cuando más entretenidos estaban los músicos en el susodicho ensayo, se les acercó un solapado tunante, y tomando de la mano a uno de ellos, depositó en ella una moneda, diciéndole en voz baja: "Tomad para los dos; está un poco borrada; pero es de dos y medio". El ciego tomó la moneda, y después de acribillar de cumplimientos al munificente, que tenía sus razones para no detenerse a recibirlos de cerca, principió al cierto rato a jurar tan destempladamente, y a dirigirle denuestos tan atroces, que su pacífico compañero se vio en la precisión de refrenarle. Pero cuando este se enteró de que el motivo de su irascibilidad era el haber recibido una media peseta de hoja de lata, creyó que era víctima de un engaño, y no pudiendo dominar su cólera, la emprendió a garrotazos con su compañero, el cual se defendía y atacaba a la vez con el violín; los ciegos se batieron denodadamente hasta que sus instrumentos se hicieron

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José Manuel Pedresa

astillas. Al verse desarmados ambos, e inutilizados por añadidura para procurarse su subsistencia, entraron en explicaciones, se entendieron, hicieron las paces y se dirigieron hacia la puerta de Toledo, agarrados fraternalmente del brazo, y llorando amargamente su desventura. Un cantante del teatro del Circo, a quien conocemos, y el cual pasaba a la sazón por dicha puerta, indemnizó de su pérdida a los iracundos ciegos entregándoles dos monedas de cuatro duros. Este cantante, según se nos ha dicho, debe su nacimiento a uno que carecía de vista (La España, 24 de mayo de 1848, p. 4, y El Observador del mismo día, p. 4).

Resulta curioso que en julio de 1855, muy poco antes del estreno madrileño (en octubre) de Los dos ciegos de Olona-Barbieri, publicitase la prensa de Madrid esta otra noticia, más escueta que la anterior, pero enormemente sugestiva también. Apréciese cómo la marca de verosimilitud que confiere el «domingo» queda rápidamente atenuada por la inconcreción de «un templo» que no se especifica cuál es: Dame y toma. Al salir el domingo un caballero de un templo, se puso entre dos ciegos que había en la puerta y dijo muy bajito "para los dos", pero con la particularidad que a ninguno dio nada. Un momento después, el uno decía al otro: "dame"; y el otro le contesta, "dame"; y poco después el "dame" se convirtió en "toma", con una lluvia de garrotazos que mutuamente se repartieron. Puestos en orden, el caballero dejó medio duro en cada mano de ambos, se alejó, no sin lamentar antes el conflicto en que impremeditadamente había puesto a los dos infelices (El Clamor público del 11 de julio de 1855, p. 3).

He aquí otra versión que vuelve a querer combinar, con resultados poco convincente, el formulario noticierismo del «ayer mañana» con la vaguedad decepcionante de "una de las calles [sin identificar] más concurridas de esta corte": Palo de ciego. Media hora de solaz proporcionó ayer mañana a cuantos pasaban por una de las calles más concurridas de esta corte, una animadísima polémica entablada entre dos ciegos que acompañados de ronco guitarrillo cantaban oraciones a San Antonio y Santa Lucía bendita, tranquilamente sentados a la puerta de uno de los principales templos. Es el caso, que cierto caballero que pasaba acompañando a unas señoras, sin duda para dar en presencia de estas una prueba de filantropía, echó mano al bolsillo y sacó una, al parecer peseta, que puso en manos de uno de los ciegos, diciendo al mismo tiempo "Para los dos". Siguió el caballero su camino y el ciego, que debe ser pájaro largo, creyendo que su colega no se había apercibido de nada, continuó cantando con mayor fervor que antes; pero el otro, que no debe ser pájaro corto, al cabo de algunos momentos, le dijo con mucha sorna que cuándo pensaba darle la parte de limosna que le correspondía; el primero se hizo de nuevas y contestó negando haber recibida en toda la mañana más que el ochavo que diariamente le entrega una criada, que así cumple con su conciencia elástica en cuestiones de suma y resta. El segundo no se dio por convencido y apeló al testimonio de un mozo de cordel, a quien él había oído decir "demonio, y le da una pesetiña". Obstinóse aquel en negar, este en afirmar, y al fin ambos se levantaron, dejaron las guitarras en el suelo, con el palo en la mano fuéronse uno a otro con el instinto de los ciegos cuando se buscan, y no bien conoció hallar cada uno a tiro a su adversario,

descargáronse una que uno de ellos imprudente. Las ca los adalides que se nudosos garrotes, c hizo soltar al mal objeto de cambiarla siete cuartos. Pero, ¡ Quedáronse ambos uno de ellos acerca de nosotros! ¡Cómo Mira; en adelante, buen garrotazo, po Y la gente se fue r en el suelo, y allí co

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Los dos ciegos, entremés cómico-lírico de Olona y Barbieri

descargáronse una lluvia de garrotazos como de ciego, siéndolo más de lamentar que uno de ellos dejara maltrecho a un pobre chico que se les atravesó, imprudente. Las carcajadas y silvidos de los espectadores aumentaban el furor de los adalides que se sacudían cada vez con mayor fuerza, cortando el aire con sus nudosos garrotes, cuando se apareció un municipal que, enterado de la cuestión, hizo soltar al mal amigo de su compañero la peseta origen de la disputa, con objeto de cambiarla, según era equitativo y justo, por dos monedillas de a diez y siete cuartos. Pero, ¡oh, caso no previsto por los ciegos! ¡La peseta era falsa! Quedáronse ambos viendo visiones, que es cuanto puede ver un ciego, y al fin uno de ellos acercándose al otro, le dijo en tono de mal reprimido furor. "¡Bestias de nosotros! ¡Cómo pudimos creer en una peseta, cuando el pan vale a dos reales. Mira; en adelante, si te se acerca alguno y te da más de un cuarto, suéltale un buen garrotazo, porque de fijo te quiere engañar". Y la gente se fue riendo, y los ciegos cogieron las guitarras, se sentaron otra vez en el suelo, y allí continúan cantando (La España, 14 de agosto de 1856, p. 4).

Fascinante resulta esta otra versión, con su completa parafernalia cronística: su «ayer» contundente, su «plazuela del Progreso», sus dos ciegos y su arriero, desgranados todos en aluvión narrativo que alcanza casi a convencernos. Fue publicada en El Clamor público: Buen tacto. Antes de ayer ocurrió el siguiente suceso en la plazuela del Progreso entre dos ciegos y un arriero. Este llevaba consigo una peseta falsa de que había determinado desprenderse: y como tan buena ocasión se le presentaba, puesto que la persona menos a propósito para ver cualquier cosa es un ciego, a uno de los dos citados le pidió un librito de los que vendía a dos o tres cuartos, esperando que le entregarían la vuelta de la moneda en dinero. El ciego, por serlo, nada veía; pero su esquisito tacto descubrió la maca de la peseta, y le dijo al arriero cuatro frescas delante de un gran corrillo que se había reunido a las voces. Ni para imponer silencio a los dos individuos de que hablamos, ni para averiguar la verdad y evitar el engaño con que el arriero intentaba privar tal vez de la subsistencia de aquel día a los desgraciados ciegos, para nada de esto apareció por casualidad un municipal de los muchos que por ahí andan tomando el sol cuando hace frío, el fresco cuando hace calor, y el líquido cuando hace sed (El Clamor público, 15 de octubre de 1850, pp. 3-4).

No solo fueron los ciegos de Madrid las víctimas, reales, ficticias o exageradas, de estas bromas crueles. Esta noticia la daba un periódico valenciano, El Guadalaviar: En la mañana del miércoles último, y a eso de las once, en las afueras de la puerta de San Vicente [de Valencia], hubo una disputa entre dos ciegos que a no haber mediado algunos transeúntes, Dios sabe en qué hubiera parado. Es el caso que junto al pretil del valladar se hallaban dos ciegos, el uno cerca del otro, cuando acertaron a pasar tres jóvenes, y acercándose uno de ellos a los ciegos, dijo en alta voz: "tome, cieguecito, para los dos". Alargaron entonces los ciegos la mano sin que la prontitud con que la estendieron les sirviese de nada, porque ninguno de los dos recibió lo que a su parecer le regalaba aquel generoso caballero; mas juntándose el joven con sus compañeros, que impacientes aguardaban el desenlace de aquella broma, uno de los ciegos dijo al otro: "Garul, ¿qué te ha dado?". A lo que contestó el otro: "a mí nada, ¿y a 125

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ti?". "A mí tampoco"; y creyéndose engañados mutuamente, se enredaron de palabras sobre cuál había recibido la limosna, y principiaron a sacudirse tan tremendos garrotazos, que a no ser por la gente que logró separarlos, aunque con mucho trabajo, se hubieran lastimado lindamente, pues los tiros de ambos eran certeros, y los dos querían hacerse tortilla (£/ Guadalaviar, 21 de noviembre de 1858, p. 15).

Que en Valencia debían tener poderosa implantación estas bromas y estos relatos lo prueba esta algo macabra ironía: En Valencia se ha descubierto un medio sencillo y económico de celebrar funerales. Si dos familias encargan un funeral para un mismo día y en una misma iglesia, las dos familias se encuentran servidas con una misma función. Es lo de aquel que cuando veía dos ciegos juntos se acercaba y decía en voz alta: "para los dos", y no daba limosna alguna. ¡Consideren ustedes dos almas a la puerta del cielo disputándose la propiedad de una función religiosa! (El Globo, 24 de julio de 1878, p. 3).

Tampoco faltaron, en la prensa del XIX las versiones de sesgo explícitamente literario, sin acotaciones de tiempo ni de lugar, alojadas en las secciones de chistes y chascarrillos que nunca faltaban, para que nadie dudase de su condición de cuento. He aquí una:

Palos de ciego (1994)

Un guasón mal intencionado pasa entre dos ciegos que piden limosna. —Tomad — les dice —, diez céntimos para los dos. Y se aleja. —Dame los cinco céntimos que me tocan — dice el uno. —Dámelos tú, que tienes los diez. — ¡Mentira! A tí te los ha dado. — ¡Embustero! Tú los guardas. — ¡Tunante! — ¡Ladrón! Y vienen a las manos. ¡El guasón no le había dado nada! (La Época, 8 de diciembre de 1882, p. 4)

No dejó de haber versiones, tampoco, que, además de explícitamente literarias, eran sofisticadamente novelescas. Esta fue fabulada por el escritor Augusto Martínez Olmedilla e incorporada a una especie de relato de aventuras burlescas protagonizadas por un picaro sevillano de su invención, Frasquito Palma, que publicó, bajo el título general de "El estorbo": Más graves consecuencias pudo acarrearle otra de sus felices ocurrencias. Situábanse tres ciegos, consuetudinariamente, a la puerta del Patio de los Naranjos, en espera de turistas pródigos a quienes apiadar con el espectáculo de sus miserias. Frasquito Palma se propuso embromarles, de acuerdo con varios compinches, no tanto para que le ayudasen, como para tener en ellos espectadores dignos de apreciar la hazaña en proyecto. Proveyóse de una moneda de plata, agujereada convenientemente, a la que ató un bramante, y la 126

Los dos ciegos, entremés cómico-lírico de Olona y Barbieri

dejó caer, de modo que sonase, en el platillo de uno de los menesterosos, retirándola luego con el hilo, al tiempo que decía: —Repártanse esa peseta entre los tres, hermanitos. Respondióle una letanía de bendiciones. Los conjurados situáronse, silenciosos, cerca de los mendigos, para no perder detalle de cuanto acaeciese. Y aconteció que los ciegos, al tratar de repartirse la moneda y no encontrarla en el platillo, creyéronse robados unos por otros, y emprendieron a palos entre sí, con vehemencia digna de mejor causa, ante el regocijo de los promotores del desaguisado. Mas como el hecho fuese repetido varias veces, comprendieron los burlados que a otra causa distinta de la supuesta por ellos obedecía; y luego de meditar la conducta que más conveniente les fuera seguir, determinaron encomendar la vigilancia a uno de ellos, cuya ceguera, más aparente que efectiva, permitíale abrir el ojo y atisbar disimuladamente, cuando hacía al caso. Pronto cayó Frasquito en la emboscada. La impunidad habíale hecho temerario, sin contar con el vigilante, quien, persuadido de sus designios aviesos, propinó varios garrotazos — duros palos de ciego, aunque con vista — al que así explotaba, para divertirse, la desdicha de otros. De resultas de la aventura Frasquito Palma tuvo la cabeza abierta varios días, con grave peligro de serias complicaciones. Esto le hizo abandonar por algún tiempo sus prácticas jocosas (La Correspondencia de España, 28 de enero de 1920, pp. 9-10).

Palos de ciego (1994) de Juan José Millas Para concluir, otro artículo-noticia-cuento que fue publicado en la prensa madrileña, pero un siglo (aproximadamente) después. Y con guiños intertextuales, colores irónicos y destellos de genialidad como es muy difícil encontrar en nuestra prensa o en nuestra literatura de hoy. Palos de ciego es un enorme cuento breve que vio la luz en El País (de cuya hemeroteca digital y abierta lo copio) el 23 de enero de 1994, firmado por Juan José Millas. Consagra, una vez más (aunque con más altura literaria que nunca), el ceremonial de los ciegos pendencieros, de sus espectadores, cronistas y lectores, de todos aquellos que, ellos junto con nosotros, estamos siempre en lucha por demostrar, a golpes de palabras, que de alguna manera existimos: Había un hombre y una mujer, los dos ciegos, dándose de bastonazos en la esquina de María Moliner con Julio Casares. Voy mucho a pasear por esa zona, pues, quizá por la ausencia de comercios, está más vacía que una boca sin lengua. Por no haber, no hay ni quiosco de periódicos; el más cercano está en la confluencia de Príncipe de Vergara con la plaza de Cataluña. A veces, deambulando por allí, he tenido la impresión de encontrarme en el interior de un decorado, lo que no me disgusta: ese sentimiento de ir realidad favorece el brote de las palabras. Podría decir que voy allí a buscar palabras como otros van al bosque a recoger setas, sólo que a éstos les interesan las comestibles y a mí las venenosas. Pues bien, había en esa esquina dos ciegos que empezaron por quitarse la palabra y acabaron a bastonazos, ya digo. La calle estaba desierta y las persianas de los edificios a medio echar, o sea, que yo era el único testigo de la ciega pelea. Procuré no hacer ruido, para que no advirtieran mi presencia, y los 127

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observé durante un rato. Tras el aperitivo verbal, enmudecieron de repente y pusieron en alto los bastones. La sensación de irrealidad se acentuó porque el silencio de la calle, de por sí inquietante, se hizo más oscuro al sumarse a él el de los ciegos. Callaban, para no dar pistas sobre su localización al otro, mientras descargaban palos de ciego en la dirección aproximada. Se trataba de una pelea sin ruido, que es algo así como un arcoiris sin color, o sea, en blanco y negro, como las buenas películas existenciales. Se comprende, pues, que, lejos de intervenir, contribuyera con mi sigilo a la creación de aquella atmósfera en la que los movimientos de los cuerpos tenían la calidad muda de las tragedias que se producen bajo el agua. El hombre recibió enseguida tres palos certeros — uno en la cabeza y los otros dos en los hombros —, porque tenía una respiración un poco silbante que le delataba. Al cuarto, que le abrió una cremallera de sangre a la altura del lóbulo frontal, huyó a ciegas, perdiendo una tira de cupones que recogí y guardé. Después me acerqué a la ciega fingiendo que acababa de llegar y pregunté que qué había pasado. Al principio se resistió a hablar conmigo, pero bajé con ella, tomándola del brazo en cada cruce, por María Moliner, y antes de llegar a la avenida Espasa, que no está a más de cinco calles, me lo había contado todo. Por lo visto, el ciego y ella habían sido novios en una época en la que los dos veían, al menos hasta el punto que se lo permitía su ciego amor, más ciego si consideramos que contaban con la oposición de los padres de ella, que detestaban al novio. Cuando a las presiones habituales para que no se vieran añadieron la amenaza de enviarla a estudiar fuera de Madrid, decidieron suicidarse en una pensión que hay al final de Julio Casares. Ella, como su padre era militar, puso la pistola, y él pagó la cama. Permanecieron toda la tarde el uno en brazos del otro y, cuando ya se habían dicho todas las palabras, él tomó el arma, disparó sobre la cabeza de su novia y enseguida se metió una bala en la propia. Pero lo hizo con tan mala fortuna que en lugar de morir se quedaron ciegos. Como si la pérdida de la vista les hubiera arrebatado también su ciego amor, empezaron a odiarse hasta el punto de que los dos querían vender cupones en la misma esquina. Cuando le señalé que aquella esquina comercialmente no valía nada, me dio la razón, aclarándome que la habían escogido por eso, porque por allí no pasaba nadie y no les separaban cuando se daban de bastonazos. O sea, que a veces vas a buscar unas palabras y vuelves a casa con una pistola. Por eso me gustan esas calles (Millas 1994).

Bibliografía Fuentes «El Áncora» (Barcelona). Hemeroteca Digital. Biblioteca Nacional de (consultado 06-11-2014). «El Clamor público». Hemeroteca Digital. Biblioteca Nacional de (consultado 06-11-2014).

España,

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«El Contemporáneo» (M
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