\"Los caminos de la hospedería en el Perú\"

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Los caminos de la hospedería en el Perú

Reinhard Augustin Burneo

Reinhard Augustin Foto superior: Chasqui. Guaman Poma. Foto inferior: Guardián de los caminos reales. Guamán Poma

Página anterior: Montaña de San Antonio. Grabado por Moreno. (1772) En: Relación Histórica de Juan y Ulloa. Tomo I. p.279. 42

ARQUITEXTOS 29 Alguna vez se dijo que el Perú es un camino y es probable que ninguna otra expresión geográfica lo represente de manera tan correcta: no es este un país montañoso, pues casi la mitad de su superficie es de sobremanera plana y desolada; tampoco es una nación amazónica, toda vez que el centro de gravedad de su sociedad y su economía se hallan en el extremo opuesto del territorio: sobre una franja estrecha de desierto; y no puede ser desierto, si en él viven más de 20 millones de habitantes. No es ciertamente un país insular ni mediterráneo, pues su única costa recorre el Pacífico por una extensión de más de 2000 kilómetros, y sin embargo, durante tantos siglos prefirió vivir de espaldas al mar. Y es cierto, tiene valles y ríos imponentes: pero cuando se reúnen para formar el flujo más caudaloso del mundo, este se apresura por salir de sus fronteras. El Perú, es un camino.1 *** El Perú es un camino trazado y recorrido desde tiempos remotos. Aunque por la general damos todo el crédito al Imperio Inca por la construcción de las rutas y el establecimiento de la red de sistemas de comunicación autóctonos, surgen cada vez más evidencias que nos hablan de un intenso, variado e ininterrumpido intercambio cultural y comercial entre las distintas regiones y poblaciones de nuestro vasto territorio, desde hace más de 4000 años. Y empezamos por los caminos, porque finalmente son estos los que permiten los viajes, el desplazamiento, la conquista: cambiar la seguridad del hogar por la incógnita de lo desconocido y del descubrimiento. Con la temprana aparición de estos caminos, tejiendo y conectando nuestro inmenso territorio, uniendo distintas regiones y dominios, surgió también la necesidad de establecer estructuras fijas para el reposo entre las jornadas de los viajes, estableciendose desde los periodos más tempranos de nuestra historia, distintos tipos de lugares permanentes para el alojamiento temporal de viajeros y trashumantes. La civilización Inca denominó Tambo o “Tanpu” a los albergues que cada 20 o 30 kilómetros, es decir, una jornada de viaje o de caminata, se construían para el uso de quienes recorrían estos caminos; estos tambos podían contar además también con corrales sencillos y depósitos o “collpas”, para los animales y las cargas o productos que pudieran transportar. En un tiempo en el que no se tenía aun el concepto del viaje de placer, o nada parecido al concepto de “turismo” que hoy tenemos, existía sin embargo ya una amplia necesidad de viajar: para comunicar, para administrar, para conquistar. Contrariamente a lo que se piensa, no fueron los chasquis los principales huéspedes de los tambos, los chasquis generalmente recorrían un tramo fijo, y deshacían lo andado poco después de entregado su mensaje o encomienda. Fueron los representantes del Estado, cobradores de tributos, hombres de guerra y servidores prehispánicos de todas las clases, además de la nobleza y hasta mujeres de elite en camino a integrar algún acllawasi, quienes mayoramente recorrían los caminos, y tenían en los tambos un lugar de reposo seguro al final de cada jornada. La dominación de un imperio vasto demandaba la representación del poder del estado en cada rincón del territorio: fueron los Tambos y las collpas un medio que supieron utilizar muy bien los gobernantes Incas para simbolizar su presencia a lo largo de cada camino antiguo, así como de cada camino que abrieron hacia sus nuevas conquistas. Cada Tambo importante tuvo una ‘casa real’ o “kallanka”, construcción que predominaba por sobre el resto, tanto por su arquitectura como por sus acabados y su jerarquía simbólica; esta casa

visita en Lima (o alguna ciudad principal del virreinato), estaría siempre bajo la amparo de algún familiar o allegado, además, la misma arquitectura típica de la casa virreinal limeña adapta ampliamente esta costumbre, donde las habitaciones de huéspedes ocupaban generalmente la mayor parte de la planta baja del patio secundario. No desaparecieron, sin embargo, ni el concepto ni la utilidad de los tambos durante el periodo colonial, estos evolucionaron y siguieron sirviendo a la población autóctona, aunque ahora bajo términos diferentes. Al establecerse los principales asentamientos y nuevas villas durante la Colonia, los tambos y las collpas se trasladaron, si no se hallaban ya, cerca de los ingresos de las poblaciones, sirviendo de igual manera como alojamiento temporal para los viajeros y mercaderes indígenas. Era, además, el destino final de sus cargas, donde esta era almacenada, gravada con impuestos y luego distribuida, por lo que el control y posesión de los tambos más importantes fue siempre materia de disputa entre los españoles. Tanto los caminos como los tambos, permitieron la formación y desarrollo de un mercado interno colonial, completamente distinto al concepto que de éste tuvo el hombre andino, pero que a su vez, contaba con profundas raíces autóctonas. La presencia de almacenes de alimentos, siempre relacionados a los tambos, devino lentamente en la aparición de los primeros mercados fijos de abastos, casi siempre en torno a tambos y colpas, en las afueras de las ciudades. Una mención distinta merece el mercado principal de Lima, que se estableció poco después de la fundación en el centro mismo de la ciudad, frente a la Catedral, y que llevo e sus inicios el nombre de ‘el Gato’2, palabra en que devino la denominación prehispánica de katu, que significa “trueque, o lugar en que se compra y se vende”.3 Los tambos continuarían existiendo, cumpliendo sus funciones de alojamiento, de bodegas o almacenes y de preparación de alimentos durante todo el Virreinato, incluso bastante entrado el periodo de la Republica. Fueron los tambos durante todo este tiempo, casi la única alternativa de alojamiento temporal para los comerciantes y viajeros, indígenas o españoles, de baja condición económica. Aparecerían además muchos otros tambos en las periferias de Lima y del

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ARQUITEXTOS 29 estaría reservada a labores administrativas, para albergar la visita de algún miembro de la nobleza, algún alto representante del Imperio o podria ser, ocasionalmente, morada temporal del mismo Inca. No existe un modelo ni un plano típico del tambo ideal; cada localidad supo utilizar sus propias tradiciones constructivas, empleando los materiales que ofreciera la geografía inmediata; pero de ser posible, se construirían guarecidos de las inclemencias del clima, en bocas de grutas o en laderas favorables y con un buen dominio de vista; la calidad de su arquitectura y los acabados de su construcción, dependerían de la importancia del lugar o de lo transitado del punto en el camino. Podemos encontrar desde los tambos más simples, construidos con “pirkas” o piedras irregulares, trabadas con otras más pequeñas y enlucidas con barro, hasta las más complejas, levantadas con grandes piedras monolíticas y que constituyen verdaderos palacios y complejos de arquitectura monumental. Después de todo, ¿no fue acaso nuestra imagen nacional más icónica, la mayor referencia que sobre el país se tiene en el extranjero: Macchu Picchu, un lugar de distención y reposo temporal?, ¿un gran complejo de servicios, preparado para acoger a un grupo de especiales visitantes? Como se puede ver, la arquitectura para el hospedaje y hasta la raíz de lo que entendemos hoy por “turismo”, no son conceptos nuevos en el Perú. Llegado el momento de la invasión española, los antiguos caminos, los tambos, sus kallankas y hasta las collpas, cumplieron una función importante para el éxito de la conquista, pasando a conformar muchas veces, por sus ubicaciones sobre los mismos caminos, el epicentro alrededor de los cuales se concentrarían las reducciones y los corregimientos indígenas con los que los conquistadores intentaron reagrupar a la desbandada población autóctona, tomándose incluso los nombres de los tambos como referencia para las nuevas fundaciones. La conquista española avanzó casi siempre por la senda de un camino trazado. *** La ausencia de hoteles durante la Colonia, según el concepto de “hotel” que hoy tenemos, se explica principalmente porque no hubo necesidad de ellos: cualquier miembro de la sociedad colonial de

Foto superior: Tambo en Chivay. Valle del Colca Foto inferior: Tambo en Puquio. Ayacucho

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Fondas en Lima, 1780-1815; 1.”del callejón de petateros” 2.”francesa” en Bodegones 3.”de Mercaderes” 4.”de mantas” 5.”el caballo blanco” en plateros de San Agustín 6.”de santo Domingo” 7.”de la Merced”

Esquina de anticuchos y picarones. Lima. Angrand, 1837.

Fonda “La Bola de Oro”-1837. Hotel desde 1846. Calle Mercaderes (1a. cdra. Jr. de la Unión). Lima

Primeras fondas en convertirse en Hoteles; 1815 -1860. 1.“La Bola de Oro” en Mercaderes 2.“Hotel Morin” en Portal de Escribanos 3.”Hotel Coppola” en calle de Espaderos 4.“Hotel Maury” en Bodegones y Villalta

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Callao a lo largo de los siglos XVI, XVII y XVIII, como los tambos “de Polvos Azules”, “del Baratillo”, “del Sol”, “de Huamantanga”, “del Carmen Alto”, “del Mascaron del Prado”, “de Conchucos”, “de Barbones”, etc.4 El servicio de alimentos que ofrecían los tambos nunca fue considerado de buena calidad, y de estos ambientes se separarían los primeros mesones o “cocinerías”, lugares donde se guisaban y preparaban distintos potajes, que se consumían alrededor de una única mesa, una mesa redonda o “mesón”. Fueron, al igual que los tambos, casi siempre de muy pobre condición al principio, quedando luego la denominación de cocinería a los más populares y el de “bodegón” para los que ofrecían potajes o servicio con algo más de calidad. Era además bastante mal visto entre los miembros de la temprana sociedad colonial limeña, comer o beber en la calle, por lo menos hasta que se abolió la esclavitud y el servicio doméstico se redujo; antes de esto, comer “fuera de casa” era considerado casi una costumbre de vagabundos o gente de baja moral. Casi toda la actividad social de las clases medias y altas la primera parte de la Colonia, reuniones, bailes y banquetes, se daban de las puertas de casa para dentro. Los bodegones, conocidos a veces como “pulperías”, fueron además la fuente de abasto de todo cuanto sea indispensable en el hogar: alimentos, bebidas, velas, carbón, grasa, telas, herramientas, entre muchas otras cosas. Las pulperías que solo ofrecían bebidas alcohólicas y cuyo servicio o instalaciones eran de baja calidad, se les empezó a conocer como “chinganas”, y así se les sigue conociendo hasta hoy. Los bodegones, las pulperías y las chinganas fueron además, por sobre todo, un lugar de encuentro directo de la gente común: de trabajadores, comerciantes, hombres de campo y de ciudad; lugar de concordia o desacuerdo, de celebraciones, de ruidoso excesos, de guitarras y trompadas, fueron uno de los lugares de nacimiento del criollo limeño y de lo popular. *** La ilustración, la apertura de las rutas marítimas de comercio y la inmigración extranjera desde fines del siglo XVIII, trajeron profundos cambios en la cultura, el comercio y en la variedad de rubros y manejos de los negocios locales en Lima. Una vez terminado el Virreinato y le-

vantadas las prohibiciones sobre la presencia de europeos no españoles en las antiguas colonias, llegaron al Perú una diversidad de inmigrantes extranjeros. No solo llegarían inmigrantes europeos, sino también del resto del mundo, en especial desde China, pasando a formar parte rápidamente de los gustos y costumbres peruanas las novedades de su cocina, abriéndose las primeras “cocinerías” chinas desde fines del siglo XIX, principalmente en la zona de la calle Capón y en el desaparecido callejón de Otaiza, a espaldas del Mercado de la Concepción, donde se ubicó además el barrio chino y hallan su origen los actuales chifas, esa fusión tan particular de culturas culinarias. Esta presencia continua de nuevos inquilinos y pasajeros en la ciudad, hizo rápidamente que los tambos fueran insuficientes e inadecuados, por su precariedad y baja calidad. a los tambos. Es así que algunos bodegones empezaron a ofrecer también el servicio de alojamiento; a estos bodegones se los empezó a diferenciar con el nombre de “fondas” o “posadas”, e hicieron su aparición en Lima y las principales ciudad del país recién durante las últimas décadas del siglo XVIII. Algunas de las primeras fondas aparecieron en el puerto del Callao, por ser la puerta casi exclusiva de los visitantes extranjeros y una zona con alto intercambio mercantil. Las fondas constituyen entonces el antecesor más directo del tipo de hospedajes que hoy conocemos. Aunque el nivel de sus servicios e instalaciones empezó siendo bastante bajo, no tardaron algunas en diferenciarse del resto por la calidad y la variedad de sus servicios; sin embargo, los relatos que de ellas tenemos no son nada halagüeños, algunos viajeros europeos en sus memorias sobre su paso por Lima a mediados del siglo XIX, se quejaban ampliamente sobre las habitaciones y la higiene de las posadas, donde no encontraban más que un catre, cuatro paredes sucias y las legiones de pulgas que las habitaban.5 Además, las fondas ofrecían también variados platillos de comidas calientes, y no solo bebidas y fiambres como la mayoría de bodegones, por lo que fueron frecuentados cada vez más por la población, al acostumbrarse y hacerse más habitual en la ciudad. Algunas de las primeras fondas de las que tenemos noticia, hacia fines del

siglo XVIII, fueron la “fonda del callejón de Petateros”, muy cerca de la Plaza Mayor, la “fonda del Caballo Blanco” en la calle de plateros de San Agustín, a las que se sumaría “El Mesón Blanco”. La “fonda de Cayetano” era una de las mejores en los primeros años del siglo XIX, apareciendo durante las primeras décadas de este mismo siglo varias otras fondas o posadas en distintos puntos de la ciudad, las que empezaron a competir rápidamente entre sí por la clientela más pudiente. Además, durante al siglo XIX, la cocina fue refinada y elevada a niveles no menores de la más alta gastronomía europea, al trabajar en Lima un número cada vez mayor de experimentados cocineros franceses y de otros países de Europa, sobretodo a partir de 1840, durante el gran apogeo económico y cultural que trajo la explotación del guano. La influencia francesa marcó en este periodo los gustos de la sociedad limeña, influyendo de manera notable no solo en su arte y arquitectura, sino también en la composición de las cartas y los menús de las cocinas de las principales fondas. Los mejores fondas empezaron a incorporar también salones de juego, de billar, así como “mistelerías” o salones para bebidas alcohólicas y espirituosas, ambientes mucho más elegantes que los de una pulpería o una chingana, por supuesto. Tambien ambientes para la venta de dulces, helados y “alojas”, que fueron bebidas frescas a base de agua, miel y almendras, una bebida muy popular en Lima durante la colonia y hasta bien entrado el periodo republicano. Aparecen, además, desde fines del siglo XVIII, los cafés en Lima, un tipo de establecimiento que merece mención aparte, pues además de tener muy buena acogida por la novedad y modernidad que simbolizaban -en buena medida producto de la Ilustracióncongregarían a un tipo de concurrencia con mayor interés por la conversación y menor por la borrachera. El intercambio de las ultimas noticias económicas y políticas, así como las ansias por verter las opiniones propias sobre estas, convirtieron poco a poco estos lugares en los preferidos por la sociedad citadina para socializar y pasar ratos de ocio, en un periodo en que no existían aun los “clubs” o cualquier otro tipo de establecimiento para reuniones sociales. En lo mejores cafés se incorporarían salones de juego, mistelerías, alojerías,

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ARQUITEXTOS 29 heladerías, salones de baile y hasta habitaciones para todo tipo de huéspedes, alquilándose por días o incluso por horas; los sectores más conservadores de la sociedad llegaron a consideradas a los cafées como casas inmorales, que incitaban a toda clase de vicios; lo cierto es que la autoridad colonial y luego la republicana temprana vio siempre con recelo el intercambio libre de ideas políticas, nuevas tendencia ideológicas, y el cafée se prestaba para ello. El primer cafée de la ciudad se abrió en 1771 en la calle “del correo viejo”6 muy cerca de la Plaza de Santo Domingo, al que le seguirían varios otros en toda la ciudad, como el “café del Comercio”, conocido también como el “café de Bodegones”, quizá el más respetado de este periodo y por cuyos salones transcurre casi un siglo de grandes cambios y sucesos sociales. El “café del Gran Cairo” se instaló en los portales de San Agustín a inicios del siglo XIX, encontrando además al “café del Teatro” y el “café del Puente”, a un lado del Puente de Piedra, con inmejorable vista del río, entre varios otros. Los cafés, continuando con la tradición de bodegones y pulperías, pasaron a ser parte esencial en la interacción social y el contacto de “barrio”, contándose locales en casi toda la ciudad, desde los más elegantes hasta los más humildes, adaptados a todo nivel de gasto. Para 1785, los dueños de los cafés formaban parte del gremio de los bodegueros, pulperos, alojeros y misteleros.7 Entre los cafés de mayor fama y solera, hacia fines del siglo XIX, encontramos además al Café Internacional, anunciándose como el café con la carta más variada de licores finos e importados de la ciudad; el Café Garibaldi o el Gran café Americano, que ofrecía toda clase de comidas, bebidas, así como amplios y elegantes salones de billar, uno de los pasatiempos más difundidos en la Lima decimonónica. *** Con los centros de reunión, fiestas y tertulias centrados en cafés, bodegones y pulperías, la mayor parte de fondas empezaron a dedicarse con exclusividad a alguno de sus dos rubros principales: el hospedaje o la cocina. Así, a las “fondas” que ofrecieran una calidad muy alta de hospedaje, se les empezó a llamar “hoteles”, esta nueva palabra tenia origen en la denominación fran46

cesa de “chambre d’hote” para las mejores hospederías. La palabra “hotel” se conoció en Lima desde 1846, cuando se anunció como tal el “Hotel la Bola de Oro”8 en la calle de Mercaderes, y se asignaría únicamente a los establecimientos de más alta calidad, que además de cómodas y aseadas habitaciones, ofrecían comidas a toda hora, salones elegantes y un chef europeo en la cocina. Entre las primeras fondas en cambiar su nombre por el de “hotel” están el “Hotel Coppola”, el “Hotel Italiano”, el “Hotel Morin” y el hotel del francés Maury, conocido anteriormente como “la fonda francesa”. Otro de los hoteles importantes establecidos alrededor de 1850 fue el “Hotel Universo”, en los portales de San Agustín, frente a la plazuela del Teatro, hotel que gozara de dudosa reputación en la recatada sociedad de la época, por ser el escenario de los mayores escándalos públicos debido su cercanía con el Teatro Principal de Lima y con los varios prostíbulos y “chinganas” existentes en la zona por entonces. Al empezar el siglo XX, el “Hotel Universo” se transformó en el “Hotel Franco-Peruano”, y siguió siendo por algunas décadas más el hotel favorito de los actores, artistas y toreros de paso por Lima. Hacia fines del siglo XIX se fundó también un hotel en la plazoleta de Santo Domingo, bautizado como el “Hotel Terré”, y que cambio rápidamente su nombre a “Hotel Francia e Inglaterra”, trasladándose luego a la Plaza de Armas al pasar al manejo del francés Maury. Otros hoteles importantes de fines del siglo XIX fueron el “Hotel Europa”, junto al Iglesia de la Merced, que se transformaría luego en el “Leons hotel”, el hotel “Los Tres Mosqueteros”, el “Hotel Independencia”, el “Hotel Cardinal”, el “Hotel Americano” y el “Hotel Internacional”.9 En el Callao, fue celebre el “Hotel Marine”, que ofrecía cómodas habitaciones y amplios salones privados y familiares, así como todo tipo de comidas y bebidas importadas. Fue el principal alberge de capitanes de navío, hombres de mar y de importantes comerciantes, durante casi todo el siglo XIX. Para inicios del siglo XX, algunos de los hoteles limeños más importantes fueron “El Globo”, en la calle de Mantas, y el “Gran Hotel” en la calle de Melchormalo, los hoteles predilectos de políticos, embajadores y empresarios ex-

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7 1 Hotel “De Francia e Inglaterra”, originalmente “Hotel Terré”. Plaza de Armas, Lima. Fines del siglo XIX. 2 Hotel Bolivar. Lima. Antes de la remodelación de 1936. 3 Hotel Marine. 1860. Actual Plaza Grau. Callao. 4 Hotel Plaza. 1920. Espalda de la Catedral de Lima. 5 Hotel Cardinal. 1860. Calle Mercaderes. Lima. 6 Hotel Comercio. 1890. Calle de Pescadería. Lima. 7 Hotel Universo. y acceso al Franco-Peruano. Lima. 47

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tranjeros. Hacia 1930, encontramos en Lima ya una amplia cantidad y variedad de hoteles de toda categoría, algunos de ellos bastante recordados por sus ambientes, lujos y servicios, considerados durante las primeras décadas del siglo XX entre los mejores de América. Entre ellos tenemos al “Gran Hotel Bolívar”, en la Plaza San Martín; al “Hotel Plaza”, a espaldas de la Catedral; el “Hotel Centenario” a dos cuadras de la Plaza de Armas; también el “Hotel Comercio” y el “Hotel Roma”, frente a la Estación ferroviaria de Desamparados, y el “Hotel Royal” y el “Hotel Des Arcades” en la Plaza de Armas. El “Hotel Crillón”, terminado en el año de 1947, fue junto al “Hotel Bolívar” uno de los primeros hoteles construidos en concreto armado en la ciudad de Lima, edificios que conservarían aun influencia arquitectónica neoclásica. Por el lado culinario a las fondas que se especializaron solamente en la cocina europeizada y eventualmente dejaron de ofrecer hospedaje, se le empezó a conocer como “restaurantes”, aunque la palabra no fue adoptada plenamente hasta el último tercio del siglo XIX. Se refería únicamente a los establecimientos de más alta calidad, y que contaban necesariamente con chefs europeos dirigiendo sus cocinas. El servicio de preparación de comidas seguiría siendo ofrecido tanto en fondas como en casi todos los principales hoteles, aunque no necesariamente con la variedad y calidad que se ofrecían en los mejores restaurantes, existiendo algunos de gran prestigio y con cocinas de la más alta calidad internacional, sobretodo entre 1840 y 1880, es decir, en el periodo comprendido entre la bonanza del guano y la Guerra del Pacifico. Bastante celebre fue, durante este periodo, la cocina del restaurante del hotel “La Bola de Oro”, que sería con ventaja la más reputada hasta mediados del siglo XIX, cuando empezaron a brotar un numero mayor de restaurantes al estilo europeo, como los del “Hotel Americano” y el “Hotel Cardinal”, la “Maison Doreé Restaurant”, el “Lion D’Or”, el “Restaurante Tortoni”, el “Restaurant Lyonnais”, entre muchos otros.10 Es importante mencionar que la inclinación por la comida y la gastronomía francesa finalmente no prosperó en el Perú. Primero en las fondas más humildes y poco a poco en los principales

restaurantes, el gusto por el sabor de la cocina criolla y de los potajes tradicionales peruanos se fue imponiendo, y llego a ser imprescindible en laS cartas de los restaurantes más encopetados de la ciudad. Durante las últimas décadas del siglo XIX, se recuerda al “Restaurante de la Exposición”, ubicado dentro de los Jardines de la Exposición, que al contar con uno de los primeros teléfonos de Lima, podía atender con una hora de anticipación servicios para grupos numerosos de comensales. Fueron bastante concurridos también por esta época el “Restaurante Franco-Peruano”, en los portales de San Agustín, en el mismo local donde había funcionado antes el “Hotel Universo”; el “Restaurante de Paris”, en la plazuela de San Agustín, que se anunciaba como el más lujoso de la ciudad; el “Restaurante Cardinal”, que introdujo la novedad de contar con orquestas de músicos en vivo durante algunas comidas; o el restaurante “Unión Peruana”, ubicado en la plazoleta de la Merced, que se jactaba de tener la mejor carta y los mejores cocineros criollos, entre varios otros. ¿En qué momento se convirtieron los hoteles y restaurantes en las complejas estructuras de servicios que hoy conocemos? Sin duda, la apertura de las comunicaciones y rutas comerciales de aviación, a partir de la segunda mitad del siglo XX, trajo las tendencias y los estándares internacionales de la hospedería al país. Durante este mismo periodo, se sumaría la aparición y el uso extendido de los edificios y estructuras de concreto armado en el Perú, lo que llevó a la aparición de los primeros hoteles “rascacielos” en la ciudad. El “Hotel Crillón” adicionó en la década de 1950 una alta torre de habitaciones a su edificio original, creando su famoso “sky room”, como una de las primeras estampas modernas de la ciudad. El “Hotel Crillón” cerró sus puertas en 1999 y existen actualmente proyectos para la recuperación integral de su edificio. En la década de 1970, la primera cadena hotelera internacional en operar en el Perú, levantó su edificio, sobre la antigua penitenciaria, en el Paseo de los Héroes Navales: el “Hotel Sheraton”. Durante las siguientes décadas nuevos edificios de hoteles se construye-

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Página opuesta: 1. Hotel Crillón. Av. La Colmena. Lima. Década de 1960. 2. Hotel Sheraton. Paseo de los Héroes Navales. Lima. Década de 1970. 3. Hotel Westin. Lima. 4. Hotel Marriot. Lima.

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ARQUITEXTOS 29 ron en el resto de la ciudad, hoteles que ahora se extienden a distritos de Lima como Miraflores, Chorrillos, San Isidro, Magdalena, San Borja y otros. *** La llegada de la globalización y la recuperación económica que ha experimentado el Perú por más de una década, ha convertido a la hotelería, al turismo y a sus actividades anexas, en una de las principales industrias y fuentes de empleo en el país. Hoy en día, a los hoteles tradicionales que

aún subsisten, se han sumado no solo la creación de muchos otros nuevos y modernos hoteles en casi todas las ciudades del país, sino también la llegada de las cadenas internacionales más importantes y de los estándares de atención más elevados. Sin embargo, la persistencia de la raíz del viaje y la hospedería antigua, esa que sale de las ciudades y recorre los caminos en busca del verdadero país, sigue siendo la manera más auténtica de encontrarse con el Perú. Así, a manera de

modernos tambos, encontramos hoy muchos pequeños y medianos albergues, algunos sencillos, algunos de alto perfil arquitectónico y de servicios, enclavados en espectaculares escenarios o serenos paisajes, entre los muchos que nos ofrece la naturaleza y la geografía de este interminable país. Espacios de albergue que nos permiten pernoctar entre las arenas, sobre las cumbres de las montañas o a la vera de un rio caudaloso, para poder seguir recorriendo este camino, que es el Perú.

nos. El nuevo mercado tomaría el nombre de ‘Mercado de la Concepción´, en alusión al antiguo monasterio que funcionó originalmente en sus terrenos. El Mercado de la Concepción continuó atendiendo a la población hasta el año 1905, cuando se desató una epidemia de peste negra, o bubónica, durante la gestión del Alcalde Federico Elguera, llevando a que se desocupara y demoliera el edificio del Mercado de la Concepción y se construyera uno nuevo que tomó desde entonces el nombre de ‘Mercado Central’, denominación que se extendió también a las instalaciones y negocios aledaños. Finalmente, un incendio en 1964 terminó con el ya deteriorado edificio inaugurado en 1905, procediéndose a su demolición y a la construcción del Mercado Central que hoy conocemos y que lleva el nombre de “Mercado Municipal Gran Mariscal Ramón Castilla”. 3 MIDDENDORF, E.W. (1973); El Perú. Vol.1. Lima: Imprenta de

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Notas 1 Adaptación libre del texto de: GERBI, Antonello (1944); Caminos del Perú. Lima: Banco de Crédito p. 9. 2 “El Gato” fue trasladado a la plaza de San Francisco, poco después se mudaría a la plazuela de la Inquisición y, en la década de 1840, fue llevado al claustro del antiguo colegio dominico de Santo Tomas, donde sus puestos y vendedores ocuparon también las calles adyacentes, causando la incomodidad de los vecinos y muchos problemas de salubridad. En 1849, durante el primer periodo de gobierno de Ramón Castilla, se resolvió construir un mercado con las instalaciones adecuadas, tomándose para ellos una parte del convento de las monjas de la Inmaculada Concepción, siendo concluido y entregado el proyecto a la Municipalidad de Lima recién en 1859, tras una década de litigios y contratiempos legales, producto de la férrea oposición de las monjas y del Arzobispado a la expropiación de sus terre-

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