Los cacles

July 9, 2017 | Autor: Apab'yan Tew | Categoría: Literature, Anthropology Of Dance, Mexico History, Danza de concheros
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Descripción

Universidad Maya Kaqchikel

Los cacles “Adiós, adiós, hermano adiós Fue tu fin que aquí llegó Recordarle a mi creador Que aquí me quedo yo…” 1

Recuerdo que la Velación había sido algo difícil, especialmente por el frio. Ya era casi el amanecer y me dolían ambas muñecas de las manos, los dedos de la mano izquierda. Los ojos de tanto frotármelos. Me había quedado sentado ya muy atrás, algo lejos del altar. Afuera. Después del último descanso tuve que cambiar cuerdas y, al intentar regresar a mi lugar, ya alguien lo había ocupado.

Había un viento constante que azotaba fuertemente una lona muy grande, de tela, que se había colocado arriba, muy arriba del patio en la casa. –“Plas, plas”, sonaba. E incomodaba. Y no dejaba cantar, en eso estaba yo pensando. Llegó una persona y se sentó a mi lado. Miraba todo atentamente, como conociéndolo ya pero también como tratando de descubrir algo. Y algo encontró porque le cambió de repente la mirada. Noté que quería hablar, como que quería hacer cacería de mis ojos para ver en qué momento los cruzábamos para empezar de una vez. No me dejé, fijé mi mirada al frente y sólo de reojo hacía por ver qué pasaba. La persona insistió, siguió mirándome directo y en un reojo, más tarde, me pescó. No tardó nada en decirme: -le quiero contar una historia. -Cuente usted, le dije. Bajé mi Cuenta y me dispuse a escuchar. -Mi padre fue danzante. Bailó muchos años con un señor de por aquí que fue su maestro y que, de repente, un día no regresó de una obligación. Nadie supo la razón. Mi padre entonces, siguió danzando por su propia cuenta, literal, con su Cuenta y a dónde pudiera. Llevaba su guitarra de adorno, casi que como si fuera su bastón ya que a mi padre lo que había quedado de cargo, era revolear el estandarte de su maestro. -¿Usted lo acompañaba?, pregunté.

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-No, nadie lo acompañaba, éramos muy pobres y eso de la danza, para nosotros, era como un lujo que sólo él se podía dar. Bueno, no un lujo porque sin dinero salía y sin dinero llegaba. “Plas, plas, plas…” Arriba, la lona. -Un día mi padre tuvo un accidente muy grave en el trabajo. Él era campesino y ve usted que por acá se da muy grande la mazorca, incluso la que crece entre la piedra. Una piedra nos cambió todo. Mi padre estaba abriendo surco cuando, en la distancia, vio que alguien parecía llamarlo con urgencia y, según nos alcanzó a contar, él creyó que era su maestro, así que echó a correr. No se fijó, lo consumía alguna alegría, los pensamientos tal vez lo jalaron muy fuerte, nadie sabe, el caso es que se tropezó y cayó de frente contra una roca y allí quedó con la cabeza sangrando. Nadie lo vio, así que además, el sol lo tuvo para sí mismo mucho tiempo. -¿Cómo se llamaba su papá?, pregunté. -Espera, deja te cuento todo. Y cambia él, la persona, de postura, entonación y me tutea mientras pienso que yo no había notado siquiera que habían cultivos en la zona. -Mi padre estuvo mucho tiempo en cama. No sé qué le dio, ninguno de sus hijos e hijas supo. Él ya tenía algo de antes pero no nos había contado nada. Lo de ahora y lo de antes más que nadie lo quiso cuidar, quizá hizo que se enfermara muy rápido y eso, también, al parecer, provocó que dejara de hablar. A 3

nosotros nos gustaba que dejara de hablar, eso antes. Hablaba mucho. Esta vez que dejó de hablar fue un desconsuelo y no sabíamos qué hacer. Queríamos, todos, que volviera a hablar. Empeoró. Él se puso peor. Extravió la fuerza y perdía la conciencia completamente, sólo le veíamos respirar y jadear. No hacía más. ¿Sabe usted qué es la conciencia? Creo que no. Usted está muy joven y seguro, apenas le importa. Mi padre así duró un buen rato, muchos, muchos días, semanas, meses. Nosotros, sobre todo sus hijas y yo, nos íbamos a acostar con congoja y de vez en vez, en la noche, alguien se despertaba a palpar y sentir su pecho para ver si él seguía respirando. “Plas, plas” y un “plas” más rotundo, un “plás” con acento, se dejó venir y silenció el advenimiento del amanecer. Adentro, mis hermanos concheros cantaban sin cesar. “Dios te salve luna hermosa Dios te salve luz del día Dios te salve sol y estrellas…” -Un día, en la tarde, tuvimos un problema, continuó la persona. -No había quien se quedara en casa. Todos teníamos mandados y pendientes y no sabíamos qué hacer. Yo decidí quedarme, mucho de mala gana y, la verdad, en parte fue porque tampoco quería ir, otra vez, a traer a casa al doctor para escuchar que el señor dijera, una vez más, que ya no había más remedio. 4

La casa era grande, un solar que nos dividíamos entre todos y que separábamos con cortinas. Al fondo estaba el altar de mi padre, su altar de conquista. Le iluminaba una luz directo a través de una ventana. A él lo acostamos de forma tal que, cuando pudiera abrir los ojos, mirara todas sus cosas. Cambiamos de dirección su cama pero él no abría los ojos. Allí andaba yo dando vueltas cuando escuche que él respiraba fuerte. Me alegré un poco, quizá mejoraría y volvería a hablar. Y habló. -Tráeme mis cacles, debo hacer una larga marcha. -Tráeme mis cacles, debo hacer una larga marcha. -¿Cuáles cacles apa’? -Mis cacles de danza, los que están a un costado del cuadro de María Graciana. Pónmelos, debo hacer una larga marcha. Prende el sahumador, levanta el estandarte, debo hacer una larga marcha. -Debo hacer una larga marcha. Fui entonces por sus cacles, todo afligido acomodé el estandarte y encendí el sahumador con carbones que habían quedado en el brasero de la cocina. Le puse unas cuentitas de copal y limpié los cacles con un trapo húmedo, también de la cocina. El humo se extendió. Me acerqué a la cama. Mi padre seguía hablando lo mismo pero de forma ya muy tenue y, aunque le explique que 5

él no tenía fuerzas ni había modo de que hiciera su marcha, lo destapé y le quité los calcetines, acomodé a un costado la colcha que lo cubría y comencé a ponerle sus huaraches. Esos cacles todos gastados que habían durado hasta que se acabaron. Eso quería él y eso hice. Mientras lo hacía, mi padre ya no habló pero cambió su expresión en la cara, se veía satisfecho o feliz, tranquilo. Terminé, tomé la colcha y lo tapé. Cuando iba a acomodar su cabeza en la almohada noté que ya no respiraba. Entonces entendí. Ya había comenzado su marcha.

© Apab’yan Tew Profesor Asociado Universidad Maya Kaqchikel. Narración recopilada en Apaseo el Grande, Guanajuato. 1993.

1. Canto, luto ejecutado como despedimiento de una persona en ceremonia de velación. Autor Fabián Frías Santillán, Apab’yan Tew.

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