Los bronces rituales de la Tumba 30

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Descripción

Álvaro Fernández Flores Araceli Rodríguez Azogue Manuel Casado Ariza Eduardo Prados Pérez (coordinadores)

LA

NECRÓPOLIS

DE ÉPOCA TARTÉSICA DE LA

ANGORRILLA ALCALÁ DEL RÍO, SEVILLA

Álvaro Fernández Flores Araceli Rodríguez Azogue Manuel Casado Ariza Eduardo Prados Pérez (coordinadores)

Sevilla 2014

Serie: Historia y Geografía Núm.: 271

Comité editorial: Antonio Caballos Rufino (Director del Secretariado de Publicaciones) Eduardo Ferrer Albelda (Subdirector) Manuel Espejo y Lerdo de Tejada Juan José Iglesias Rodríguez Juan Jiménez-Castellanos Ballesteros Isabel López Calderón Juan Montero Delgado Lourdes Munduate Jaca Jaime Navarro Casas Mª del Pópulo Pablo-Romero Gil-Delgado Adoración Rueda Rueda Rosario Villegas Sánchez

Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni parte de este libro puede reproducirse o transmitirse por ningún procedimiento electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación magnética o cualquier almacenamiento de información y sistema de recuperación, sin permiso escrito del Secretariado de Publicaciones de la Universidad de Sevilla

Este libro se integra en los objetivos y la difusión del Proyecto de Excelencia de la Junta de Andalucía “La construcción y evolución de las entidades étnicas en Andalucía antigua (siglos VII a.C.-II d.C.)” (HUM-3482), a cuya edición ha contribuido económicamente. El Grupo de Investigación “De la Turdetania a la Bética” (HUM152) ha contribuido también a la financiación de esta monografía a través del Proyecto “Sociedad y paisaje: alimentación e identidades culturales en Turdetania-Bética (siglo VIII a.C.-II d.C.)” (HAR2011-25708). Asimismo la Asociación Cultural Instituto de Estudios Ilipenses ha financiado la presente edición.

Motivo de cubierta: Jarro de bronce de la Angorrilla (foto C. López).

©

SECRETARIADO DE PUBLICACIONES DE LA UNIVERSIDAD DE SEVILLA 2014 Porvenir, 27 - 41013 Sevilla Tlfs.: 954 487 447; 954 487 451; Fax: 954 487 443 Correo electrónico: [email protected] Web:

© Álvaro Fernández Flores, Araceli Rodríguez Azogue, Manuel Casado Ariza y Eduardo Prados Pérez (coordinadores) 2014 © Por los textos, los autores 2014 Impreso en papel ecológico Impreso en España-Printed in Spain ISBN: 978-84-472-1557-7 Depósito Legal: SE 1359-2014 Diseño de cubierta: Santi García Maquetación e impresión: Pinelo talleres gráficos, s.l.

Índice Prólogo por Eduardo Ferrer Albelda....................................................................... 11

Parte I ILIPA DURANTE LA PRIMERA EDAD DEL HIERRO La ciudad y el territorio Álvaro Fernández Flores, Araceli Rodríguez Azogue y Eduardo Prados Pérez.................................................................................. 17

La Angorrilla en el contexto del bajo Guadalquivir. Estudio geoarqueológico Francisco Borja Barrera y María Ángeles Barral Muñoz................... 41

Parte II LA NECRÓPOLIS DE LA ANGORRILLA La intervención arqueológica Álvaro Fernández Flores, Eduardo Prados Pérez y Araceli Rodríguez Azogue.......................................................................... 59

Catálogo de sepulturas Álvaro Fernández Flores, Eduardo Prados Pérez y Araceli Rodríguez Azogue.......................................................................... 85

El cementerio de época tartésica. Aspectos rituales Álvaro Fernández Flores, Eduardo Prados Pérez y Araceli Rodríguez Azogue.......................................................................... 251

Orientación de las tumbas y astronomía en la necrópolis de la Angorrilla César Esteban López...................................................................................... 321

Parte III EL REGISTRO FUNERARIO. LOS AJUARES La cerámica Manuel Pellicer Catalán............................................................................ 331

El armamento Fernando Quesada Sanz, Manuel Casado Ariza y Eduardo Ferrer Albelda.............................................................................. 351

Los cuchillos de hoja curva de hierro Eduardo Ferrer Albelda y Manuel Casado Ariza.................................. 379

Las fíbulas Eduardo Ferrer Albelda y María Luisa de la Bandera Romero.......... 393

Los broches de cinturón Eduardo Ferrer Albelda y María Luisa de la Bandera Romero.......... 403

Las joyas y adornos personales María Luisa de la Bandera Romero y Eduardo Ferrer Albelda.......... 429

Las pinzas Eduardo Ferrer Albelda y María Luisa de la Bandera Romero.......... 477

Los objetos de hueso y marfil Manuel Casado Ariza.................................................................................... 481

Los bronces rituales de la tumba 30 Javier Jiménez Ávila........................................................................................ 509

Las ofrendas de animales Ana Pajuelo Pando y Pedro Manuel López Aldana................................. 535

Parte IV EL REGISTRO FUNERARIO. INDIVIDUOS Estudio antropológico de la necrópolis de la Angorrilla Inmaculada López Flores............................................................................. 557

Aproximación a la dieta de la población de la Angorrilla. Resultados preliminares de análisis de isótopos estables del carbono y del nitrógeno sobre restos óseos Domingo Carlos Salazar-García............................................................... 605

Estudio del ADN mitocondrial de los restos humanos hallados en la Angorrilla Sara Palomo Díez, Eva Fernández Domínguez, Cristina Gamba y Eduardo Arroyo Pardo................................................................................. 617

Parte V EL REGISTRO FUNERARIO. VARIA Análisis de fitolitos de restos sedimentarios del jarro de la tumba 30 Marta Portillo Ramírez y Rosa Maria Albert Cristóbal..................... 635

Estudio de los restos textiles de la Angorrilla Carmen Alfaro Giner.................................................................................... 639

Análisis antracológico de las sepulturas de cremación Mª Oliva Rodríguez-Ariza............................................................................ 645

Los bronces rituales de la tumba 30 Javier Jiménez Ávila*

INTRODUCCIÓN

*  Instituto de Arqueología de Mérida (Junta de Extremadura)

La tumba 30 de la necrópolis de la Angorrilla proporcionó durante su excavación un conjunto de dos vasijas de bronce compuesto por un jarro piriforme y un aguamanil con asas del tipo denominado «brasero» (Fernández y Rodríguez, 2007: 88). Este conjunto viene a sumarse a una serie ya documentada de parejas similares aparecidas en los horizontes del Hierro peninsular que evidencian, por un lado, la existencia de prácticas rituales normalizadas y, por otro, la extensión de elementos semiológicos de origen oriental referidos al rango social de determinados personajes. En el caso que nos ocupa, las condiciones del hallazgo son especialmente óptimas, al tratarse de una excavación arqueológica efectuada con rigor metodológico y con técnicas de campo actuales, no obstante hallarse afectada por remociones previas la sepultura en cuestión. Esto contrasta con la mayoría de los hallazgos de este tipo, que han sido producto del azar o de excavaciones antiguas, lo que permite una muy limitada aprehensión de los contextos. En la Angorrilla, además, el conocimiento de una gran amplitud del espacio funerario y de sus circunstancias, permite la realización de estudios comparativos vedados en otros casos. Dentro de la tumba número 30 el «brasero» se halló en posición invertida, directamente sobre el cráneo del difunto, a modo de protección (fig.1). Esta disposición constituye una novedad en el panorama de la arqueología orientalizante hispánica, si bien se han documentado en otras ocasiones casos donde los «braseros» guardaban una estrecha relación con los cadáveres. Así sucede en la tumba 9 de la necrópolis onubense de La Joya, donde el aguamanil apareció, también invertido, directamente bajo los huesos del personaje inhumado (Garrido, 1970: 39, láms. XXXIII y XXXV); o en la tumba tumular de Cañada de Ruiz Sánchez (Carmona) donde, al parecer, se situó encima del cadáver antes de la cremación, según recoge G. Bonsor en sus anotaciones y en su reconstrucción del sepelio (Bonsor, 1899: 55-58, fig. 57). Por su parte, el jarro se hallaba desplazado de su situación originaria, como consecuencia de los movimientos de tierra ocasionados por el trazado de una zanja de cableado abierta en los años 90, que afectó severamente a esta sepultura

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Figura 1. Sepultura 30 de la Angorrilla durante el proceso de excavación. El «brasero» aparece invertido sobre el cráneo del cadáver; el jarro ligeramente desplazado de la tumba (foto Arqueología y Gestión).

(fig. 1). En su parte ventral, el metal presenta una ancha perforación cuya forma cuadrada denuncia la penetración de uno de los dientes de la pala excavadora que debió darle de lleno, y que desprendió una buena porción de la pared (fig. 3, imagen superior izquierda). Es posible que este golpe afectara también a la forma general del recipiente, que al ser visto de perfil habría quedado algo más adelgazado de lo que es habitual en los jarros de esta serie. La tumba era una sepultura de inhumación en fosa simple orientada de este a oeste, como la mayoría de las de la necrópolis. El esqueleto, cortado en su parte media, se hallaba en decúbito lateral derecho y en posición flexionada. Los estudios antropológicos determinan que se trataba de un individuo de edad adulta, muy probablemente de sexo masculino. Otros elementos de depósito funerario eran un peine de marfil y un hueso de animal situado a los pies, constituyendo una de las tumbas más ricas del conjunto1. 1.  Ver el capítulo de la descripción de las sepulturas en este mismo volumen.

EL JARRO Objeto: jarro hispano-fenicio de tipo piriforme. Material: bronce ternario, fundido a la cera perdida. Depósito: Museo Arqueológico Provincial de Sevilla. Descripción: jarro piriforme de bronce de base anular con pie indicado, cuerpo ovoide, cuello cónico y vertedero lobulado. El cuello y el cuerpo se separan mediante la interposición de un baquetón de sección aristada. Presenta un asa geminada de sección plano-convexa que corre desde la parte trasera del borde hasta la altura del baquetón, donde de-semboca en un segmento rectangular delimitado por un reborde simple en la parte superior y doble en la inferior. Este cuerpo da paso a una palmeta fenicia en posición invertida con 11 pétalos y yemas axilares. Los ribetes de la yema, los caulículos y la parte proximal de las volutas, así como los rebordes del segmento intermedio, aparecen decorados con finas incisiones que se adaptan a la disposición de cada uno de los elementos. Dimensiones: Altura: 23,2 cm. Anchura: 10,5 cm.

Los bronces rituales de la tumba 30

Grosor de la pared: 2,03-3,7 mm. Peso: 1314 g. Capacidad: 90 cl. Conservación: agrietado y doblado, con una gran perforación ventral hecha de fuera hacia adentro que ha provocado pérdida de masa metálica y grietas laterales. Documentación gráfica: figuras 2 a 5.

Morfología y encuadre cultural El jarro de la tumba número 30 de la Angorrilla forma parte de una conocida familia de recipientes metálicos que se extiende a lo largo del territorio que fue objeto de la colonización fenicia en el Mediterráneo, en especial Chipre, Italia y la península ibérica (Grau-Zimmermann, 1978). Atendiendo a su forma, más ancha por la parte inferior y cónica en el cuello, han recibido estas vasijas la denominación de jarros piriformes, es decir, en forma de pera2. Estos jarros cuentan, además, con una única asa que va del borde a la separación existente entre el cuerpo y el cuello, que se marca con un pronunciado baquetón. Dentro de esta forma genérica, que es arquetípica de los jarros fenicios, existen subtipos y variantes que están especialmente bien representados en la península ibérica, donde además, se constata una cumplida colección de ejemplares atípicos, que no encuentran parangones, como corresponde a la condición de elementos de prestigio propia de estos objetos (Jiménez, 2002: 38-104). En este panorama, el jarro de la Angorrilla se ajusta al tipo denominado Carmona-Tamassos (Jiménez, 2002: 46), caracterizado por su sencillez y sus reducidas dimensiones, dentro de lo que es habitual en la serie. Los jarros de este tipo presentan una simple embocadura lobulada y un asa geminada, en cuyo extremo inferior se sitúa una típica palmeta fenicia en relieve que constituye toda su decoración. En esto contrastan ligeramente con otros vasos de la serie piriforme, que aprovechan los vertederos o las asas para dotarse de decoraciones escultóricas más complejas y que, por lo general, suelen ser de mayor tamaño (fig. 6). El tipo Carmona-Tamassos es, por otra parte, el que más fielmente se adapta al esquema de jarro piriforme conocido y difundido desde Oriente. La forma de estos vasos piriformes parece tener su origen en los repertorios de la alfarería levantina 2.  Es la acepción que da la RAE al término ‘piriforme’. En otras ocasiones se asocia a la forma de una llama, de (pyrós) = fuego en griego.

Figura 2. Jarro de bronce de la Angorrilla (foto C. López).

del II Milenio a.C. (Grau-Zimmerman, 1978, lám. 46b). En algunas tumbas de esta época, situadas en el norte del Líbano, han aparecido los primeros ejemplares de esta forma cerámica cuya vinculación con las costumbres fenicias verifica su convivencia con jarros del tipo denominado “de boca de seta”, formando una combinación ritual que será característica de las sepulturas semitas del primer milenio a.C. a lo largo de todo el Mediterráneo. Su presencia será abundante en las necrópolis fenicias de dicho milenio del Líbano y Palestina, Chipre, Sicilia, Cerdeña, norte de África y la península ibérica, donde se revisten con el característico barniz rojo de la vajilla fenicia de esta época. Hay, sin embargo, dos rasgos que diferencian los jarros piriformes de barniz rojo de sus homólogos metálicos: el primero se refiere a aspectos formales y es que las vasijas cerámicas no tienen la característica palmeta invertida en el extremo inferior del asa. El segundo tiene que ver con su distribución y es que, mientras los jarros cerámicos suelen aparecer en las necrópolis propiamente fenicias, normalmente en zonas costeras, los vasos metálicos se encuentran en yacimientos adscritos a las culturas locales, situados en zonas más

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Figura 3. Jarro de bronce de la Angorrilla, vistas delantera, laterales y trasera (fotos C. López).

interiores. En esto se comportan como otros vasos de lujo no metálicos –realizados en vidrio o alabastro– que reproducen, de nuevo, el perfil piriforme, y que se han hallado en ricas tumbas de Asiria, Kush o la península ibérica (Jiménez, 2002: 50). La distribución de los vasos metálicos, mucho menos numerosos que los de barro, es también más

restringida, habiéndose hallado ejemplares en Chipre, Italia, la península ibérica y Cartago, si bien los jarros cartagineses son escasos –un solo ejemplar– y de carácter ya tardío (Delattre, 1895; Jiménez, 2002; 2005). En Chipre e Italia se han hallado ejemplares piriformes de plata y bronce. En Iberia sólo contamos, por el momento, con vasos de bronce, si bien

Los bronces rituales de la tumba 30

Figura 4. Jarro de bronce de la Angorrilla: vista lateral y sección (dibujo J. Jiménez– J.M. Jerez).

es necesario reseñar que de aquí procede el excepcional jarro de vidrio de Aliseda. Los ejemplares más próximos desde el punto de vista morfológico al vaso de la Angorrilla son los jarros de Coca, Carmona, Alcalá del Río y Torres Vedras, bien conocidos ya en la bibliografía arqueológica española (fig. 7). Todos reproducen el esquema de jarro piriforme de base plana, asa geminada, boca lobulada y palmeta invertida. El jarro de la Angorrilla, no obstante, presenta algunas peculiaridades, como una mayor esbeltez3 y un superior desarrollo del pie, así como la presencia de una serie de finas incisiones en los ribetes de la palmeta y en el segmento de separación del asa, que son elementos exclusivos de este espécimen. El mayor desarrollo del pie puede relacionarse con las peculiaridades que también presenta el jarro en su sistema de fabricación, como después referiré, y como es propio

3.  El jarro de la Angorrilla es más estilizado que el resto de los del tipo peninsular Carmona-Tamassos independientemente de las deformaciones que pueda haber sufrido en el proceso post-deposicional ya comentadas.

de los productos artesanales no seriados. La decoración de la palmeta, sin embargo, debe atribuirse al deseo de crear objetos únicos y diferenciados que es propio de estos bienes de prestigio y que, por tanto, debieron ser de fabricación, circulación y uso restringidos. Aparte de las similitudes morfológicas generales, también se constata en este grupo de jarros piriformes españoles una cierta uniformidad en el trabajo de las palmetas que responderían a motivaciones relacionadas con la producción, ya que este tipo de vasos debió fabricarse dentro de una misma tradición artesanal fenicia occidental (Jiménez, 2002: 85).

Aspectos técnicos Se han tomado 9 muestras analíticas por procedimientos no destructivos del jarro de la Angorrilla (tabla 1). Ocho de ellas se han realizado en el Centro Nacional de Aceleradores de Sevilla (CSIC-Universidad de Sevilla-Junta de Andalucía), por el equipo formado por las Dras. B. Gómez, M.Á. Ontalba e I. Ortega. En este caso se han realizado los análisis

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Tabla 1. Tabla de resultados de los análisis de composición química realizados sobre los bronces de la tumba 30 de la Angorrilla en el Museo Arqueológico Nacional (PA) y en el Centro Nacional de Aceleradores de Sevilla (CNA). Aparte del jarro y el «brasero» se incluye un remache que apareció en la misma sepultura. En gris, por pares, los fragmentos que han sido analizados simultáneamente en los dos laboratorios. ANÁLISIS

OBJETO

CNA/j7

JARRO

PARTE

Fe

Ni

Base

0,24

Nd

CNA/j8

Pie

0,19

CNA/j10

Cuerpo

CNA/j9

Cuello

Cu

Zn

As

Ag

Sn

Sb

Au

Pb

Bi

92,30 0,063

Nd

Nd

6,34

Nd



0,14

Nd

Nd

84,60

Nd

Nd

Nd

11,16

Nd



3,03

Nd

0,14

Nd

87,50

Nd

Nd

Nd

10,77 0,06



1,97

Nd

0,16

Nd

87,40

Nd

Nd

Nd

9,85

Nd



1,00

Nd

CNA/j14

0,19

Nd

87,00

Nd

Nd

Nd

9,70 0,17



1,08

Nd

PA11886

0,45

Nd

87,20

Nd

Nd

0,004 10,10 0,01



2,29

Nd

Nd



3,81

Nd

0,060 13,81 0,05



5,94

Nd



1,38

Nd

CNA/j13

Palmeta

0,62

Nd

79,00

Nd

Nd

CNA/j11

Asa

0,18

Nd

78,70

Nd

Nd

CNA/j12

Remache

91,20

Nd

5,40

Nd

Nd

Nd

Remache

1,40

Nd

88,30

Nd

Nd

0,120

7,85



2,35

Nd

CNA/b3

Soporte 1

0,20

Nd

86,50 0,068

Nd

0,170

6,52 0,05



7,80

Nd

CNA/b4

Asa 1

1,00

Nd

90,60

Nd

Nd

Nd

9,86

Nd



CNA/b6

Soporte 2

0,10

Nd

86,50

Nd

1,20

0,110

4,66

Nd



6,90

Nd

CNA/b7

Asa 2

1,20

Nd

88,90 0,076

Nd

Nd

9,28

Nd



Nd

Nd

CNA/b5

Copa (Fondo)

0,78

Nd

87,60

Nd

Nd

Nd

13,60

Nd



Nd

Nd

0,58

Nd

88,50

Nd

Nd

Nd

10,19

Nd



Nd

Nd

CNA/b2

BRASERO

CNA/b8

Nd

14,68

Nd

Nd

Nd

CNA/b9

Copa (Borde)

0,62

Nd

89,70

Nd

Nd

Nd

9,35

Nd



Nd

Nd

PA11888

Copa (Borde)

0,46

Nd

92,50

Nd

Nd

Nd

6,92

Nd



Nd

Nd

0,30

Nd

90,9

Nd

1,00

0,08

9,27 0,14



0,38

Nd

0,40

Nd

89,9

Nd

0,18

Nd

8,84 0,19



0,50

Nd

CNA/b10 PA11887

VÁSTAGO

mediante la técnica PIXE (Particle Induced X-ray Emission) haciendo uso de la línea de haz externo asociada al acelerador TANDEM PELLETRON de 3 MV: la irradiación de las distintas zonas del objeto de estudio mediante una haz de protones provoca la emisión de rayos X característicos de los elementos que lo componen, siendo recogidos por un detector Si (Li) y otro LEGe y configurándose unos espectros cuyo adecuado tratamiento proporciona resultados cuantitativos de la composición elemental. Otra toma se ha realizado en el Museo Arqueológico Nacional por I. Montero y S. Rovira con un espectrómetro de fluorescencia de rayos X (METEOREX X-MET 920MP) con detector de Si (Li) y fuente de Americio-Cadmio. En este caso se trata de un fragmento

desprendido de la zona del cuello y el baquetón que ha sido simultáneamente analizado en el CNA, lo que permite comparar los resultados obtenidos por distintas técnicas y equipos que, especialmente en lo que se refiere a componentes principales, son enormemente símiles (análisis PA11886 y CNA/j14). El jarro presenta dos tipos de aleaciones distintas, coincidentes con la estructura bipartita observable en macroscopia. La base es un bronce binario, con un nivel estannífero del 6,34%, notablemente inferior al que presentan las otras partes analizadas –11,5% de valor medio– y unas ligeras presencias de cinc que no se encuentran en el resto de las tomas realizadas. La presencia de plomo en esta zona es de carácter residual. El cuerpo, por su parte, es

Los bronces rituales de la tumba 30

Figura 5. Jarro de bronce de la Angorrilla: vista trasera y trazado de la palmeta (dibujo J. Jiménez-J.M. Jerez).

un bronce ternario rico en estaño y con unos niveles medios de plomo de en torno a 2,5%, que se ven incrementados por unos índices más elevados en la zona del asa y de la palmeta que, por coincidir con los más altos valores de estaño en este tramo, podrían sugerir una estructura tripartita: [base] + [pie-cuerpo-cuello] + [asa-palmeta]. No obstante, esta posible articulación no es observable a simple vista, lo que resulta particularmente extraño en la zona de unión del asa con el borde, ni es propia de los jarros fenicios de este tipo, por lo que, de momento y en espera de análisis radiográficos, se pueden atribuir estos índices a disgregaciones diferenciales del plomo en la aleación. El análisis realizado en la parte central de la palmeta demuestra que el clavo allí incrustado es de hierro, algo que se había propuesto con anterioridad para algunos jarros de esta serie, pero que nunca se había confirmado por procedimientos analíticos. Las técnicas artesanales aplicadas para la obtención del jarro han sido la cera perdida en hueco y el sobrefundido (fig. 8). Por el procedimiento de la cera perdida se ha obtenido el bloque formado

por el cuerpo, el cuello, la moldura del pie y el asa con la palmeta4. Las grietas sufridas por el jarro en toda su parte ventral permiten realizar cómodamente las observaciones que atestiguan el empleo de esta técnica y sus particularidades. A la altura del baquetón quedan algunos de los clavos de separación con el núcleo refractario –de hierro en el caso del que coincide con la palmeta, como ya se ha indicado–. Estos clavos están doblados hacia arriba, como sucede en otros vasos de la misma serie (Jiménez, 2002: 68). Este detalle, que no persigue ninguna finalidad práctica, podría ser indicativo de una tradición artesanal común, quizá atribuible al ámbito del taller, si bien se detectan algunas diferencias en el tratamiento de la base con otros jarros del mismo tipo que sugieren una cierta variación. La presencia de clavos justamente a la altura del baquetón, algo también conocido en otros jarros piriformes peninsulares (Jiménez, 2002: 68), vuelve a desmentir la 4.  En tanto no se hagan pruebas radiológicas me muevo en la hipótesis de que el asa y la palmeta no son una fundición adicional, como ya he indicado.

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Figura 6. Jarros fenicios de bronce de la península ibérica con la incorporación del ejemplar de la Angorrilla. 1: T. Vedras (Portugal); 2: Coca (Segovia); 3: Alcalá del Río (Sevilla); 4: Angorrilla (Sevilla); 5: Carmona (Sevilla); 6: Siruela (Badajoz); 7: Las Fraguas (Toledo); 8: Niebla (Huelva); 9: Faião (Portugal); 10: La Joya-17 (Huelva); 11: Lázaro Galdiano (procedencia desconocida); 12: La Joya-18 (Huelva); 13: La Zarza (Badajoz); 14: Villanueva de la Vera (Cáceres).

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Figura 7. Jarros fenicios del Bajo Guadalquivir, del tipo Carmona-Tamassos. 1: Alcalá del Río (foto M. Fuentes); 2: Carmona (foto H.S.A).

posibilidad de que este elemento coincida con una zona de unión estructural entre el cuello y el cuerpo, tratándose únicamente de una moldura decorativa. Esto es especialmente bien observable en el fragmento desprendido, que coincide con esta zona y en el que no se aprecia la menor discontinuidad por su cara interna. El bloque fundido que forma la casi totalidad de la vasija no fue tratado a martillo, como demuestra la estructura superficial, sobre todo al interior, y el grosor de las paredes, que en algunos casos llega a superar los 3,5 mm. Únicamente fue pulido en frío durante la fase de acabado final. Las decoraciones de la palmeta, mucho más pródiga en incisiones que lo habitual en este tipo de elementos, debieron trazarse inicialmente en el molde de cera. La conformación de la base muestra algunas peculiaridades que coinciden con la especificidad tipológica que el jarro presenta en esta zona: la presencia de un pie diferenciado a modo de galleta o de una corona poco profunda. La moldura, al contrario de lo que sucede en otros vasos donde ésta se ha trabajado, forma parte solidaria con el cuerpo y no con la base (fig. 4). Al interior, gracias de nuevo a la posibilidad que brindan las grietas y rompeduras, se observa una solapa de metal que recorre anularmente

todo el perímetro interno de la pared y que se superpone a la base sobrefundida (fig. 9). La impresión que se obtiene de estas observaciones es que el vertido de la colada de la base pretendía sobrepasar el nivel de esta solapa anular, asegurando así la unión con mayor firmeza (fig. 8: 3). No obstante, al solidificarse el vertido se observó que el resultado era lo suficientemente consistente y hermético, por lo que no se intentaría mejorar con una segunda colada. No es posible determinar si esta solapa existe en otros jarros de la serie piriforme, pues si la idea del broncista era –como yo creo– cubrirla con la aleación de la base, quedaría irremisiblemente oculta a nuestros ojos. No obstante, al estudiar directamente el jarro de Carmona, se observa en la base, igualmente sobrefundida, la emergencia de un posible clavo de separación del núcleo que solo encontraría su explicación si este vaso contara con una pestaña anular semejante5. En líneas generales, el horizonte tecnológico de este jarro coincide con el ya conocido para los jarros de 5.  Observaciones realizadas en el marco del Proyecto Estudio de las colecciones arqueológicas procedentes de España conservadas en la Hispanic Society of America (BHA2002-02306).

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Figura 8. Procedimiento de elaboración del jarro de la Angorrilla. 1: fabricación del positivo de cera hueco sobre el que se construye el molde de arcilla con sus bebederos y chimeneas de desgasificación; 2: obtención del jarro sin base, con solapa horizontal al interior; 3: confección de la base por sobrefundido, A = línea de saturación prevista, por encima de la solapa. B = línea de saturación obtenida, por debajo de la misma; 4: jarro acabado.

bronce hispano-fenicios (Jiménez, 2002: 327-334). En cuanto a la composición química, se trata de bronce ternario con escasos niveles de plomo, adecuándose más al espectro conocido para el jarro de Coca, correspondiente al mismo tipo Carmona-Tamassos, que a los más grandes vasos de bocas discoidales o teriomorfas, que suelen presentar índices plúmbicos superiores. Sorprende que para la base se haya utilizado bronce binario, pues es propio de las coladas sobrevertidas el empleo de aleaciones muy plomadas, que tienen un punto de fusión más bajo y son más fluidas. Esto podría deberse al hecho de encontrarnos en un estadio inicial del desarrollo de esta tradición artesanal fenicia peninsular, en la que aún existen balbuceos en el dominio de las técnicas. Así anima a

pensar, además, la escasa incidencia del plomo en la mezcla del cuerpo, pues el incremento en los niveles de plomo de las aleaciones de base cobre se entiende, a grandes rasgos, como un síntoma de modernidad a lo largo de la Edad del Hierro en todo el Mediterráneo (Rovira, 1995). En este sentido, y sin salir de la familia de los jarros, se pueden señalar también los bajos niveles de plomo que presenta el jarro de la tumba 17 de La Joya, considerado como uno de los más antiguos de la serie hispánica (Jiménez, 2002: 93). Las técnicas de fabricación también son análogas a las del resto de los jarros piriformes peninsulares, en particular a las de los ejemplares más pequeños, con los que concurren además analogías tipológicas: por un lado se funde el bloque principal

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Figura 9. Vista del jarro al interior. Obsérvese la solapa concéntrica (foto C. López).

cuerpo-cuello-asa y posteriormente se crea la base por sobrefundido, vertiendo, probablemente, desde la apertura de la boca. Restos del vertido de fundición de la base quedan en el interior del jarro en forma de adherencias y pegotes. No es posible determinar si la pestaña anular que corre por el interior de la pared, en la parte baja del jarro, es un elemento específico de esta vasija. Es posible que existiera en otros jarros de la serie y que quedara oculta al ser sobrepasado su nivel por la colada que conformaría la base, como parecen indicar algunas observaciones ya señaladas realizadas en el jarro de Carmona. En todo caso hay rasgos particulares en la conformación de este vaso, como el trabajo de la moldura del pie en el bloque principal, que hace que sea en esta parte y no en la base sobrefundida donde se apoya.

Producción y cronología A pesar de que no existen dudas acerca del origen fenicio de la forma piriforme, las valoraciones en torno a la producción concreta de estas vasijas de bronce han sido escasamente unánimes. Este es un problema que ha aquejado a los estudios sobre el artesanado fenicio en todo el Mediterráneo desde sus más remotos inicios. La aparición y el uso, hasta hoy mantenido, de términos ambiguos como orientalizante, sirio-fenicio, hispano-púnico, etc. para referirse a estas manufacturas ponen de manifiesto las dificultades de diferenciar en qué esferas artesanales –oriental, colonial o local– se han efectuado los trabajos (Jiménez, 2005: 1092-1096).

Para el caso de los jarros piriformes peninsulares todas las posibilidades existentes han sido señaladas por la investigación: la importación oriental, la fábrica colonial o la producción local en talleres indígenas, si bien la tendencia mayoritaria más reciente se dirige a valorar la segunda opción (la colonial). Es decir, se trataría mayoritariamente de creaciones salidas de talleres fenicios instalados en Occidente. Estas oficinas, aún actuando dentro de las tradiciones técnicas y formales aprendidas en Oriente, acabarían desarrollando una producción bien personalizada que permite hablar de una toréutica fenicio-occidental o hispano-fenicia (Jiménez, 2002: 328 ss.). De este modo, tanto por razones técnicas, cuanto tipológicas, así como por las propias que se refieren al desarrollo histórico y cronológico de esta artesanía, podemos encontrar rasgos propios, que en sus líneas generales ya han sido definidos. Por lo que a los jarros se refiere, en todo el grupo peninsular se detecta una cierta uniformidad técnica, al tratarse mayoritariamente de piezas bipartitas (cuerpo-base) unidas por sobrefundido. El vaso de la Angorrilla se adscribe claramente a esta modalidad, que difiere de lo que sabemos de algunos jarros orientales como el de Tamassos (Chipre), de morfología similar pero realizado en una única colada. Las aleaciones, sometidas a lógicas variaciones, suelen ser ternarias, con bajos contenidos de plomo –aquí el marco comparativo se estrecha, al carecer de series analíticas de jarros de Oriente–, algo también constatable en este nuevo ejemplar alcalareño. En cuanto a la morfología, aparte de la

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Figura 10. Palmeta del jarro de la Angorrilla (foto C. López).

indudable referencia oriental del perfil y de los motivos decorativos, las palmetas hispánicas presentan una serie de características propias que no se dan en las formulas orientales, como la conformación de la base en forma de corona invertida o la ausencia de triángulo basal, modalidad que, en su variante más decorativa, reproduce el jarro de la Angorrilla (fig. 10), a pesar de su mayor decorativismo respecto de la serie hispánica (Jiménez, 2002: 79-86). Estos son algunos de los argumentos que permiten pensar en una producción fenicia peninsular para los jarros piriformes de bronce hallados en España y Portugal, argumentos que cobran valor al compaginarlos con el resto de las producciones broncísticas peninsulares, que presentan elementos propios. Un comentario adicional merece la cuestión de un posible taller común a los jarros del tipo Carmona-Tamassos hallados en la península ibérica. Esta hipótesis, que ya ha sido propuesta en otras ocasiones, encontraría ahora mayor acomodo al haberse hallado un nuevo ejemplar en el valle del Guadalquivir, y más concretamente en Alcalá del Río, donde ya había aparecido otro de estos jarros, en una draga realizada en el lecho fluvial. Sin embargo, existen más similitudes entre el viejo jarro alcalareño y sus congéneres de Coca o Torres Vedras

que con el vaso de la Angorrilla, que presenta acusadas diferencias morfológicas y técnicas que discuten esta posibilidad, a pesar de su proximidad geográfica. Esto no impide, no obstante, que podamos seguir considerando el valle del Guadalquivir como la zona preferencial de distribución de este tipo de jarros, contrariamente a lo que sucede con otras modalidades, y que lo hagamos ahora de manera aún más perceptible. Del estudio de la forma piriforme y de su desarrollo, tanto en metal como en otros materiales –cerámica, vidrio y alabastro– a lo largo del Mediterráneo fenicio, se pueden obtener algunas conclusiones acerca de la cronología de estos recipientes en la península ibérica donde, ante la mayoritaria ausencia de contextos conocidos, resulta difícil precisar su datación. En este sentido, son fundamentales los datos procedentes de las tumbas orientalizantes del centro de Italia, donde los jarros aparecen conviviendo con cerámicas griegas bien fechadas, y también el estudio de la evolución morfológica de los jarros cerámicos, de los que contamos con abundantes muestreos en las necrópolis fenicias de Chipre, Cartago, Sicilia y Cerdeña. De estos estudios se desliga que el tipo de vaso piriforme de cuerpo ovoide que representa el jarro de la Angorrilla se desarrolla a lo largo del siglo VII a.C., que es la época de mayor florecimiento de la artesanía orientalizante en la península ibérica (Jiménez, 2002: 58-67). Dentro de este amplio lapso hay criterios que permiten sugerir mayores precisiones y que ya he adelantado al hablar de las cuestiones técnicas. Las peculiaridades morfológicas del jarro sugieren que nos encontramos en una fase incipiente de la serie en que el tipo aún no está completamente fijado. Por otro lado, los niveles de plomo son escasos, lo que hace pensar de nuevo en unos momentos iniciales la producción, que podrían situarse en torno a inicios de siglo. Los elementos contextuales de la tumba, en particular el «brasero», presentan indicios análogos en este sentido, como a continuación expondré.

EL «BRASERO» Objeto: «brasero» hispano-fenicio de tipo 2. Material: bronce binario; batido. Soportes y asas ligeramente plomados; fundidos a la cera perdida y posteriormente remachados. Depósito: Museo Arqueológico Provincial de Sevilla. Descripción: recipiente abierto, de escasa profundidad, formado por un cuenco de perfil ligeramente carenado y dos bastidores de los que cuelgan sendas asas móviles. Los soportes, unidos diametralmente

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Figura 11. «Brasero» de bronce de la Angorrilla (foto C. López).

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mediante 3 remaches cada uno, rematan los extremos en forma de manos abiertas con los dedos juntos que exhiben el dorso. Por la parte central se ensanchan reproduciendo, hasta donde es posible, la anatomía de un antebrazo humano. Cada soporte presenta dos anillas dispuestas verticalmente de las que penden las asas en forma de omega. Las anillas son de sección geminada. Las asas tienen los extremos ligeramente adelgazados y son de sección circular. El juego móvil de las asas es limitado; en uno de los casos no llega a bajar del todo, sin que quepa asegurar que estas limitaciones fueran originales. El recipiente debió tener un estrecho borde, ligeramente inclinado, que condicionaría aún más la movilidad de los agarres. En el fondo del recipiente, al interior, se ha trazado una decoración a trémolo representando un motivo radial entre lo geométrico y lo fitomorfo. El motivo central es una hexapétala inscrita en un doble círculo segmentado en pequeñas metopas, simples o dobles, dispuestas sin orden aparente. Las enjutas que deja la hexapétala están tratadas de modo diferencial: las dos que coinciden con el eje definido por las asas presentan un motivo floral formado por dos trazos curvos que se adosan a los pétalos sugiriendo la forma del cáliz de una flor. La estructura floral queda subrayada por una franja horizontal, dispuesta hacia la mitad del espacio y constituida por un doble trazo, que define una corola de perfil abocinado. La anchura de esta corola varía de una flor a otra en función del desarrollo de los sépalos, que en un caso se abren más, adoptando una configuración de segmento circular, mientras que en el opuesto tienen la forma de dos triángulos de lados curvos que ocupan mayor superficie. En las 4 enjutas restantes se dibujan simples picos triangulares que alternan con la hexafolia definiendo 8 nuevas enjutas que se rellenan con series de líneas paralelas, a modo de chevrones. La disposición de estas líneas de relleno también es diferencial: en torno a dos de los picos, opuestos entre sí, se trazan perpendiculares a los radios; en torno a los otros dos son oblicuas, en un caso, paralelas a cada uno de los lados del triángulo intermedio; en el otro caso secantes. Dimensiones: Altura calculada: 5 cm. Diámetro calculado: 36 cm. Longitud de los soportes: 18,3 cm. Grosor de la pared: 0,4 mm. Peso: 949 g. Conservación: Agrietado y doblado. Ha perdido todo el borde y parte de las paredes. Documentación gráfica: figuras 11, 12 y 14.

Morfología El aguamanil de la Angorrilla forma parte de un bien caracterizado grupo de vasijas metálicas abiertas y dotadas de asas móviles que son reconocidas en la península ibérica bajo la denominación específica de «braseros» (Cuadrado, 1956; 1966; Jiménez, 2002: 105-138). Dicho nombre se debe únicamente al parecido que guardan estos recipientes con los tradicionales braseros de carbón españoles, y no a una identidad funcional con ellos, que parece claramente descartable (Jiménez, 2002: 105-106). Las características definitorias de los «braseros» son su contorno circular, su base convexa, su escasa profundidad y la presencia de una o dos asas móviles sujetas a sendos bastidores o soportes. Esta fórmula básica es compartida por un buen número de vasijas metálicas del primer milenio en todo el Mediterráneo, pero los «braseros» presentan características propias que permiten diferenciarlos del resto de las producciones de su época, en particular la terminación en forma de manos abiertas de los bastidores que, si bien no es un rasgo siempre presente, aparece de forma mayoritaria en los ejemplares conocidos, como en el vaso que nos ocupa. Desde el punto de vista tipológico los «braseros» se vienen adscribiendo a dos tipos básicos: el Tipo 1, caracterizado por unos anchos bordes horizontales que permiten situar los soportes en disposición inferior, y el Tipo 2, que carece de este ancho borde, lo que obliga a adherir los soportes lateralmente (fig. 13). El «brasero» de la Angorrilla se adscribe sin ningún género de dudas al tipo 2. Esta constatación merece un comentario detallado pues, hasta hace poco, se venía considerando –y la evidencia arqueológica así parecía demostrarlo– que los «braseros» de tipo 1 sólo aparecían en contextos orientalizantes, mientras que los de tipo 2 eran privativos de la cultura ibérica y, consecuentemente, de cronología posterior. Las denominaciones que E. Cuadrado arbitró para estos dos tipos en sus primeros estudios reflejan esta creencia. Así, el tipo 1 fue llamado ‘oriental’ mientras que el tipo 2 se denominó ‘ibérico’, connotando con ello obvias inferencias de carácter cultural (Cuadrado, 1956; 1966). Estudios posteriores, apoyados naturalmente en más recientes hallazgos, han venido a relativizar este esquema inicial que, no obstante, sigue siendo válido en sus líneas generales. De este modo, en la actualidad contamos con «braseros» dotados de anchos bordes horizontales que corresponden a horizontes cronológicos de la II Edad del Hierro y, por el contrario, con recipientes de soportes laterales hallados

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Figura 12. «Brasero» de bronce de la Angorrilla (dibujo J. Jiménez – J.M. Jerez).

en necrópolis orientalizantes, como el ejemplar de la tumba 9 de La Joya. El «brasero» de la Angorrilla viene así a unirse a este grupo, aún reducido, de recipientes de tipo 2 que presentan cronologías elevadas (Jiménez, 2002: 107). Al estudiar el vaso de la tumba 9 de La Joya atribuí esta anomalía –la presencia de un recipiente de tipo 2 en un contexto antiguo– a la posibilidad de que este vaso onubense fuera una importación, opinión a la que contribuían, aparte de su morfología, otros elementos, como su composición química (Jiménez, 2002: 120). En el caso de la Angorrilla esta posibilidad no resulta viable, ya que el «brasero» de la tumba número 30 cuenta con rasgos específicos de la producción hispana, como la presencia de manos en los soportes o la decoración a trémolo del fondo interno. Por tanto debemos concluir que, aunque quizá de modo minoritario, durante el periodo orientalizante, se fabricaron en la península ibérica «braseros» de tipo 2. Esta conclusión no obliga necesariamente a revisar el carácter importado del «brasero» de la tumba 9 de La Joya, que sigue constituyendo un hapax en

muchos aspectos, desde los formales hasta los técnicos. La forma habitual de fabricarse este tipo de vasos en el Mediterráneo Oriental es la de unir los soportes lateralmente (Matthäus, 1985; Culican, 1968), y no sería imposible que algunos de esos recipientes orientales hubieran llegado en momentos tempranos hasta la península ibérica. En cualquier caso, la morfología de estos vasos orientales, debió influir en algunas de las producciones hispánicas con carácter previo a la generalización del tipo 1 que, finalmente, se convertiría en el modelo clásico y habitual durante el periodo orientalizante. El resultado de este proceso habría sido la aparición de unidades como la de la Angorrilla, a la que consecuentemente habría que atribuir una cronología temprana dentro de la producción peninsular. Una cuestión que, por el contrario, sí obliga a replantear este nuevo «brasero» es la posibilidad de que algunos de los fragmentos de soportes de tipo 2 aparecidos sin contexto y atribuidos por su morfología al Hierro II, sean en realidad de época orientalizante y no de época ibérica como, siguiendo los planteamientos de E. Cuadrado, se pensaba inicialmente.

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En cualquier caso, esto es algo difícilmente aceptable para la mayor parte de los hallazgos acaecidos en la zona ibérica, pero perfectamente planteable para otros objetos absolutamente carentes de contexto, como, por ejemplo, un soporte de la Colección Vives conservado en la Hispanic Society of America de New York (García y García y Bellido, 1993: 188, lám. 324) o los fragmentos de otro recipiente otrora conservados en la Colección Arqueológica de la Universidad de Sevilla y publicados por J.M. Luzón como de tipo 2, aunque la documentación gráfica presentada da pie a un cierto margen de duda (Luzón, 1964)6. A pesar de su adecuación al canon morfológico del tipo 2, el «brasero» de la Angorrilla presenta elementos que no son propios de los recipientes de cronología ibérica. Así, las arandelas geminadas, la decoración del fondo o la ausencia de caperuzas hemisféricas al interior, en los roblones. No obstante, los dos primeros rasgos son exclusivos de este «brasero», por lo que tampoco establecen grandes cotas de vecindad con el grupo antiguo. Pero la decoración a trémolo y, sobre todo, la temática sí son propiamente orientalizantes. El tema de las caperuzas hemisféricas podría ser más determinante porque sí se da prácticamente en todos los «braseros» de los siglos V en adelante, mientras que hay indicios para pensar que otros vasos de soportes laterales de época orientalizante –como el que procede de las excavaciones de J. de M. Carriazo en El Carambolo–, no los llevaban (Jiménez, 2002: lám. XXV, 53). Pero conviene tener en cuenta que el «brasero» de la tumba 9 de La Joya –quizá un objeto importado, recordémoslo– sí cuenta con estos roblones. En todo caso, la evidencia es aún muy escasa, y hay que acabar reconociendo que, si en el estado previo de nuestro conocimiento, hubiéramos encontrado los soportes de la Angorrilla fuera de contexto, les habríamos asignado automáticamente una cronología bastante posterior, incurriendo con ello en un evidente error. En suma, podemos decir que el recipiente de la Angorrilla demuestra, fehacientemente y en contra de lo que hasta ahora se venía creyendo, que en el periodo orientalizante se fabricaron en la península ibérica «braseros» de tipo 2. Este hecho encuentra su lógica si pensamos que las vasijas fenicias y 6.  No se conoce el perfil de este «brasero», pero la curvatura de los soportes sugiere una cierta proximidad al tipo 1. Tampoco cuenta con las caperuzas hemisféricas propias de los recipientes ibéricos, y en su lugar se insertan unas anómalas arandelas. Podría tratarse, como sugiere J.M. Luzón, de un ejemplar de transición. He intentado reestudiar la pieza directamente pero parece que ya no se encuentra en la colección de la Universidad Hispalense. Mi agradecimiento a la Dra. M. Belén y al Dr. R. Corzo por sus gestiones.

orientales, en las que sin duda se inspiran los «braseros» hispánicos, corresponden al sistema de sujeción lateral propio de este tipo. Es posible, incluso, que algunos de estos elementos orientales –el «brasero» de la tumba 9 de La Joya, según he propuesto– llegaran al Extremo Occidente. Y otros vasos peninsulares hallados en contextos antiguos –como el soporte de El Carambolo– presentan este mismo sistema de agarre. Sin embargo, los «braseros» de tipo 2 no debieron ser especialmente abundantes en los horizontes de los siglos VII y VI a.C., época en la que, por lo que hoy sabemos, predominaron los recipientes de anchos bordes horizontales, que son los que más frecuentemente aparecen en las tumbas. Determinar hasta qué punto la existencia de estos raros «braseros» orientalizantes de tipo 2 incidió en la morfología de los «braseros» ibéricos no es cosa fácil, máxime si tenemos en cuenta que las cronologías que presentan los pocos ejemplares documentados hasta la fecha son más bien antiguas.

Aspectos técnicos Al igual que el jarro, el «brasero» de bronce de la Angorrilla ha sido sometido a análisis de composición química en los mismos laboratorios que aquél. Las tomas realizadas en las diferentes partes evidencian los distintos tipos de aleación utilizados para cada una de ellas (tabla 1). Las únicas piezas plomadas son los soportes, que presentan índices compositivos muy similares en cuanto a componentes principales, no siendo imposible que hubieran salido de la misma colada o, al menos, de los mismos lingotes. El uso de aleaciones ternarias favorece su conformación a la cera perdida. También se ha analizado uno de los remaches que adhieren estos soportes a la copa resultando una aleación ternaria con menos contenido en plomo (2,35%). Las dos asas presentan también una composición muy similar entre sí: un bronce binario con valores estanníferos de en torno al 10%. Su morfología hace sospechar que se hubieran cortado de la misma barra original para darles después la típica forma en omega por torsión en frío. La ligera presencia de cinc, un metal escasamente detectado entre los bronces orientalizantes peninsulares, coincide con trazas de este mismo elemento en uno de los soportes, lo que podría sugerir también una fuente común y una posterior adición de plomo, ya en el crisol, en el caso de los bastidores7. 7.  Estas presencias de cinc se detectan en las muestras del CNA, cuando la mayoría de los análisis sobre la broncística orientalizante se

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Figura 13. Tipología de los «braseros» de bronce peninsulares. 1: Tipo 1; 2: Tipo 2

Por último, la copa está ausente de plomo en todas las tomas realizadas, característica que se ajusta bastante bien a su condición de objeto laminar que va a ser batido a martillo. Son pocos los «braseros» orientalizantes sometidos a análisis de composición en los últimos años. Contamos, no obstante, con la muestra de La Joya, donde se analizaron 3 «braseros» con técnicas de espectrografía de emisión en los años 70. Solo en el de la tumba 17 parece haberse analizado la copa, que apenas presenta índices de plomo, aunque, en general, en estos recipientes onubenses los índices plúmbicos son bajos. Más recientemente hemos tenido la ocasión de analizar tres «braseros» procedentes del conjunto tardo-orientalizante, o ibérico antiguo, del Museo de Cabra (Córdoba). Estas vasijas reiteran algunas de las características técnicas del ejemplar de la Angorrilla, como la ausencia de plomo en las copas y su presencia en los soportes fundidos –sólo en el caso del «brasero» nº 3 de Cabra, pues los otros realizan los soportes con lámina recortada de bronce binario–. No obstante, presentan otras tendencias propias de una tradición artesanal diferente, como el empobrecimiento de los índices de estaño que se aprecia en las aleaciones de esta época más avanzada (Jiménez, 2003; 2004a ). Un dato coincidente en han realizado en el laboratorio del Proyecto de Arqueometalurgia, por lo que puede deberse a problemas de maquinaria y/o interpretación.

todos los «braseros» analizados es la escasa incidencia del plomo en las asas, tanto en las que van a ser torsionadas (Angorrilla, Cabra-3) como en las fundidas (La Joya 5, 17 y 18), algo que no resulta fácil de explicar, sobre todo en estas últimas, si bien hay que tener en cuenta que los «braseros» de La Joya presentan poco plomo en todas sus partes. El sistema de confección del «brasero» de la Angorrilla es el habitual en este tipo de objetos: la copa se eleva por batido, mediante un trabajo de martilleado que tiene como objeto no tanto reducir el grosor de la lámina cuanto homogeneizarla y endurecerla. Los soportes, incluyendo las anillas, se funden y se adhieren a las paredes mediante remaches. En este caso, debido a la tipología del recipiente, que carece de los anchos bordes propios de esta época, no aparecen las típicas tachuelas ornamentales al exterior. Tampoco presenta caperuzas hemisféricas al interior, que empiezan a generalizarse ya en los «braseros» de época ibérica, como sucede en los recién aludidos ejemplares de Cabra. Las asas se debieron torsionar en frío, adaptándose así a las anillas de los soportes. Este simple sistema de acoplamiento se usó en los ejemplares de Niebla, Torres Vedras y Alanís, y parece ser el más frecuente a la hora de aplicar las asas de los «braseros», si bien es verdad que lo más habitual es la aplicación de mecanismos de unión muy diversos (Jiménez, 2002: 119-123).

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Figura 14. Decoración estampada en el fondo del «brasero» de la Angorrilla (foto C. López).

Finalmente, y dentro de este apartado técnico, hay que referirse al procedimiento del cincelado a trémolo, usado para trazar la decoración representada en el fondo del recipiente. Esta técnica consiste en la impresión de un cincel que se va girando leve y alternativamente hasta configurar una cadeneta zigzagueante que se usa como trazo para definir las líneas del dibujo. Con el vaso de la Angorrilla son ya tres los recipientes abiertos del orientalizante peninsular que se dotan de esta técnica, y todos ellos se sitúan en el valle del Guadalquivir, lo que puede sugerir áreas de producción o de comercialización homogéneas. Este recurso decorativo, como ya se ha señalado al estudiar los dos vasos que participan del mismo –la bandeja de El Gandul y un cuenco probablemente de la misma procedencia–, no es propio de la artesanía fenicia oriental, pero se encuentra entre los cinturones tartésicos peninsulares de primera generación, siendo uno de los pocos elementos compartidos entre las dos esferas artesanales y uno de los rasgos que definen la personalidad de la producción hispano-fenicia (Jiménez, 2002: 334).

Producción y cronología Los «braseros» de bronce son la versión peninsular de una serie de vasijas abiertas y ansadas que se extienden por todo el Mediterráneo de la época, con versiones regionales que adquieren variada morfología. Las peculiaridades del grupo peninsular se refieren sobre todo a la conformación del borde, que en los ejemplares más antiguos suele ser una ancha arandela horizontal –aunque, como ya he señalado,

el caso de la Angorrilla constituye una significativa excepción– y a la decoración de los soportes, que terminan en forma de manos abiertas, al punto de que estos objetos se han llegado a denominar ‘braseros de manos’. No obstante, tampoco todos los ejemplares de la serie se dotan de este recurso decorativo. Con estas premisas, y vista la ausencia los «braseros» fuera de la península ibérica, determinar su fabricación peninsular parece lo más adecuado. Del mismo modo, ante la falta de tradición de este tipo de vasijas en la metalistería prefenicia y la dotación de elementos orientales de que hacen gala, también parece acertado, a la vista de los actuales datos, considerarlas como obras coloniales. En este sentido, el «brasero» de la Angorrilla con sus soportes laterales tiene una cierta importancia pues reúne elementos propios de las vasijas orientales –esta disposición lateral de los soportes, que es característica de las bandejas de Chipre y Oriente (Matthäus, 1985: láms. 22-26)– con los claramente occidentales, como el trabajo de las manos en los bastidores. Algo similar sucede con el «brasero» de la tumba 9 de La Joya, solo que, si en aquel caso, las características morfológicas y técnicas podían sugerir incluso que se tratara de un objeto importado, en el caso de la Angorrilla no caben dudas sobre la fabricación peninsular. Algo que no sólo demuestra la conformación de los soportes sino también la técnica decorativa del rosetón central, que es habitual de algunas producciones orientalizantes peninsulares. La convivencia con los jarros, que se produce en numerosas ocasiones y que corresponde a una unidad funcional, sugiere que su producción fuera

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Figura 15. Cinturones tartésicos con decoración cincelada a trémolo. 1: Pieza macho del Subgrupo I.1 de Setefilla, con motivos geométricos (s. Aubet, 1978); 2: Pieza hembra del Subgrupo I.2 de Acebuchal con Árbol de la Vida (Foto M. Fuentes).

coetánea, y que debieron de empezar a utilizarse entre finales del siglo VIII y principios del VII. A partir de ahí su uso se extiende hasta finales de la Edad del Hierro, si bien con discontinuidades geográficas y cronológicas que ya han sido estudiadas (Jiménez, 2002). Las peculiaridades tipológicas del «brasero» de la Angorrilla pueden ser interpretadas en clave cronológica y atribuidas a una fecha especialmente temprana para este recipiente. Las razones que indican esta posibilidad son: 1) La mayor proximidad del sistema de fijación de los soportes a las paredes verticales con las vasijas orientales que, sin duda, sirvieron de modelo a los «braseros»; 2) La presencia de decoración a trémolo que aparece en las placas de cinturón tartésicas en época pre o protofenicia, y que, por tanto, puede entenderse como un signo de antigüedad; 3) La combinación de elementos que resultan extraños al canon de los «braseros» y que pueden atribuirse a su fabricación en un momento en que el tipo aún no está fijado; y 4) Su convivencia con un jarro que también presenta peculiaridades en el mismo sentido. Por todo esto, atendiendo a un sistema de datación convencional, una fecha de inicios del siglo VII puede ser apropiada para la datación de las dos vasijas.

La decoración La decoración representada en el fondo del recipiente abierto de la Angorrilla merece una serie de consideraciones toda vez que es el único ejemplar de la serie de los «braseros» que cuenta con semejante aditamento (fig.14). Ya he señalado brevemente

algunas cuestiones técnicas sobre este recurso decorativo en el apartado correspondiente. El procedimiento técnico es muy sencillo y consiste en ir aplicando un cincel de punta curvada a lo largo del trazado de un dibujo realizado previamente en la superficie del metal donde, por pequeños golpes de martillo, se va dejando la impronta. El dibujo original se haría, presumiblemente, con carboncillo o alguna otra sustancia que a posteriori no habría dejado restos visibles. Es habitual que el cincel se vaya girando alternativamente unos pocos grados antes de cada golpe de manera que la línea que define el dibujo recuerda una cadeneta en zigzag. De este aspecto quebrado deriva la denominación ‘a trémolo’ que se ha adoptado para esta modalidad artesanal en el ámbito anglosajón. Este procedimiento sigue usándose actualmente en la calderería de latón de algunos pueblos del norte de África. La primera vez que tenemos constancia del uso de la decoración a trémolo sobre objetos de bronce en la península ibérica es en un momento inmediatamente anterior a la presencia fenicia. Las muestras más evidentes son los broches de cinturón del grupo tartésico decorados con esta modalidad, que han aparecido en varios yacimientos del mediodía peninsular, especialmente en las tumbas del Bajo Guadalquivir, antes de la llegada de las importaciones orientales (p.e. Monteagudo, 1953: fig. 11)8. 8.  La inferencia de que son anteriores a las importaciones fenicias se deriva sobre todo de su presencia en los túmulos A y B de Setefilla, donde existe una buena colección de cinturones decorados a pesar de que, por haberse publicado antes de su limpieza, casi todos ellos aparecen editados como broches lisos (Aubet, 1975 y 1978).

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Figura 16. Cuenco hispano-fenicio de Alcalá de Guadaira (Sevilla) con decoración a trémolo de temática figurativa.

Los motivos decorativos que se aplican sobre estas placas son, inicialmente, de carácter geométrico, coincidiendo con el horizonte de ornamentos afigurativos que resulta característico de los últimos momentos del Bronce Final andaluz: triángulos, metopas, líneas en zigzag, etc. Estos motivos se reproducen en las placas de garfio incorporado, lo que testimonia su antigüedad (fig. 15: 1). La misma técnica, con motivos similares, se está aplicando al mismo tiempo sobre placas de bronce en el ámbito egeo. En algunas ocasiones, incluso los objetos sobre los que se aplican guardan cierta semejanza con las hebillas tartésicas, como es el caso de unas placas del Hereo de Argos de función desconocida (Waldstein, 1905). Por lo tanto, es posible pensar en conexiones culturales con este ámbito (Jiménez, 2002: 315). Pasado el tiempo, la técnica se mantiene sobre algunas placas de ampliación de estos mismos broches tartésicos de garfios múltiples, pero ahora se reproducen motivos de clara inspiración orientalizante, como sucede en broches de Acebuchal (Schüle, 1969: lám. 87, 3; Jiménez, 2002: fig. 253),

Las Canteras (Bonsor, 1931) y La Cruz del Negro (Monteagudo, 1953: fig. 11, 5; Bonsor, 1899: fig. 91) en los que figuran Árboles de la Vida, más o menos canónicos, en anómala disposición horizontal (fig. 15: 2). Pero, sin duda, el máximo desarrollo de esta técnica se alcanza en una serie de vasijas de bronce que presentan motivos ornamentales en el fondo, por la parte interior, y a la que este nuevo «brasero» puede incorporarse con pleno derecho. Los elementos que hasta ahora integraban esta serie son dos recipientes del Museo de Sevilla –una fuente oval y un cuenco– que se hacen proceder de las cercanías de El Gandul (Alcalá de Guadaíra), aunque no han sido hallados en trabajos científicos. Ambas vasijas, bien estudiadas desde el punto de vista formal, técnico e iconográfico (Fernández Gómez 1991, 1998; Jiménez, 2002: 139-146), presentan procesiones de animales en torno al perímetro del vaso combinadas con otros motivos de clara inspiración orientalizante, constituyendo lo que podemos considerar versiones hispánicas de los famosos cuencos decorados fenicios (Markoe, 1985).

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En el caso del cuenco, la teoría animalística, integrada por ciervos y toros, convive con un rosetón central formado por una hexapétala en cuyas enjutas se han situado 6 picos triangulares que, a su vez, se complementan con otros picos menores en las 12 enjutas resultantes. Todo ello se encierra en una estrecha cenefa circular de dentellones (fig. 16). Esta figura central recuerda enormemente el motivo que aparece en el centro del «brasero» de la Angorrilla, formado por una hexapétala en cuyas enjutas se instalan, de nuevo, 4 picos rectangulares y, coincidiendo con el eje formado por las asas, dos motivos florales de inspiración orientalizante. El tamaño del motivo es exactamente el doble del que se grabó en el cuenco de El Gandul, por lo que quizá se estuvieran empleando medidas estandarizadas. Todo ello apunta hacia la posibilidad de un mismo taller, que estaría dentro de una tradición artesanal conjunta, algo que se ve avalado también por la proximidad de los hallazgos, que se centran en la zona del Guadalquivir, coincidiendo con la distribución de los jarros de tipo Carmona-Tamassos, que también se concentran en esta zona. La decoración a trémolo es uno de los pocos recursos técnicos que caracterizan la producción de bronces hispano-fenicia que a priori puede atribuirse al contacto con el artesanado local, si bien hay que tener en cuenta, por un lado, que el origen de esta técnica es mediterráneo y, por otro, que sobre las vasijas fenicias se desarrollan motivos de mayor complejidad, incluyendo figuraciones animales y vegetales que llegan a formar escenas completas de clara vinculación con las que aparecen trabajadas sobre los cuencos orientales (Markoe, 1985). La presencia de decoración a trémolo en el fondo de este «brasero» es, conjuntamente con su tipología, otro de los elementos que lo convierten en una pieza excepcional dentro del catálogo de estos vasos, lo que sugiere una fecha temprana para su fabricación. Nunca después volverán a tener los «braseros» decoraciones de este tipo. En el periodo orientalizante el prototipo se dotará del característico borde horizontal que genera una superficie que se aprovechará para situar la decoración. Ésta se realizará normalmente en relieve, sobre los roblones que sujetan los soportes, que suelen adoptar la forma de rosetas multipétalas, solución que no está alejada de los motivos radiales aquí representados. En la cultura ibérica, cuando los anchos bordes de-saparezcan, las manos constituirán la única decoración remanente.

EL CONJUNTO RITUAL DE LA ANGORRILLA EN EL PANORAMA DEL HIERRO ANTIGUO DEL MEDIODÍA PENINSULAR Los bronces de la sepultura número 30 de la Angorrilla vienen a enriquecer de modo sustancial nuestros conocimientos sobre la toréutica del periodo orientalizante peninsular, a replantear algunas de nuestras antiguas creencias y a reforzar otras hipótesis más recientemente formuladas. De este modo la presencia de un «brasero» de tipo 2 en un horizonte de inicios del siglo VII constituye una verdadera sorpresa que obliga a cuestionar los esquemas tipológicos y cronológicos imperantes hasta ahora para estudiar este tipo de manufacturas. Por otro lado, tanto la tipología del jarro, como la técnica decorativa de la jofaina contribuyen a definir mejor las distintas áreas de producción y, sobre todo, de circulación de los productos de lujo salidos de los talleres fenicios occidentales. De nuevo localizamos elementos –jarros de boca lobulada, vasos con fondos decorados a trémolo…– que parecen propios del Bajo Guadalquivir y que no se encuentran en otras zonas, como Huelva o Extremadura, donde, sin embargo, también hay una fuerte presencia de bronces orientalizantes. Esto permite ir regionalizando mejor el mapa global de hallazgos y, si los datos siguen creciendo, puede contribuir a definir posibles grupos artesanales. Pero más allá de estas constataciones sobre los modos de funcionamiento de la artesanía fenicia occidental, estos vasos adquieren mayor importancia por sus posibles lecturas sociales e ideológicas. Los bronces de la tumba número 30 vienen así, a sumarse a un conjunto de evidencias arqueológicas que indican que la conjunción de un jarro y un «brasero» en los horizontes de la Edad del Hierro peninsular constituyó una agrupación que tuvo una funcionalidad orgánica y una significación ritual específica (Jiménez, 2002; e.p.; Ruiz de Arbulo, 1996). Aunque, en este caso, el jarro se hallaba desplazado de su posición original, son ya bastantes las situaciones bien contextualizadas donde la vecindad de las vasijas se repite, por lo que podemos postular que aquí también existiera una estrecha vinculación entre ambos elementos. Las asociaciones reconocidas se dan a lo largo de toda la protohistoria, fundamentalmente en ambientes funerarios, pero también en otras circunstancias contextuales, como sucede en Cancho Roano (Zalamea de la Serena), un yacimiento de carácter palacial donde se ha documentado otra de

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estas ocurrencias (Celestino y Jiménez,1989)9. En cualquier caso, las situaciones son siempre de carácter aristocrático y ritual, sin que se produzcan imitaciones de jarros y «braseros» en materiales menos nobles, como la cerámica, que sugieran una emulación de prácticas por parte de sectores no aristocráticos de la población. Las evidencias hasta ahora constatadas en la Primera Edad del Hierro son 8 y todas de carácter funerario (fig. 17): El túmulo de Cañada de Ruiz Sánchez en Carmona; 4 tumbas de Huelva –las nº 5, 17 y 18 de La Joya y el túmulo 2 de Santa Marta o Parque Moret–; la tumba del Cabezo del Palmarón en Niebla, la del Alto de S. João en Torres Vedras (Portugal) y la sepultura del tesoro de Aliseda (Cáceres), hallazgo excepcional donde el jarro era de vidrio tallado y el brasero de plata (Jiménez, 2002: 133-134, con bibliografía ). Es posible que otras tumbas, como la de Las Fraguas en Toledo, contuvieran otro de estos conjuntos, a juzgar por las noticias que de ella hemos podido recuperar, pero no es seguro (Jiménez, 2002: 133; Pereira, 2001). En la mayor parte de estos conjuntos el jarro es de tipo piriforme y fábrica fenicia, pero en dos ocasiones se recurrió a vasijas griegas de tipo «rodio», que conviven con «braseros» hispánicos, evidenciando ese interés por formar conjuntos funcionalmente coherentes a pesar de la diferente procedencia de las piezas. El origen de esta asociación es oriental, y se documenta por primera vez en Lefkandi (Eubea, Grecia), en una tumba del siglo IX, donde los vasos se atribuyen ya a importaciones fenicias (Popham et al., 1993: 188-189). En el resto del Mediterráneo arcaico es más difícil localizar estos conjuntos, debido a la gran cantidad de vajilla de bronce que se acumula en algunas de las tumbas orientalizantes de Chipre e Italia Central y a la escasa documentación gráfica que poseemos de las mismas. No obstante, la presencia de jarros y aguamaniles fenicios sugiere la existencia de asociaciones similares en estos mismos contextos. Para explicar la función primaria de estas asociaciones se ha recurrido a tres prácticas rituales conocidas en la Antigüedad: 1) La libación, u ofrecimiento de líquidos a los dioses y a los difuntos (García, 1957: 128; Cuadrado, 1966: 74; Almagro-Gorbea 1977: 242; De Prada, 1986: 120: Olmos, 1992: 53); 2) La ablución, o lavados rituales (Jiménez, 2002: 137; Ruiz de Arbulo, 1996); y 3) Su asociación a 9.  Aparte, se han hallado más restos de jarros y «braseros» distribuidos por diferentes partes del yacimiento.

ceremonias conviviales o banquetes donde estarían vinculados al consumo del vino (Domínguez, 1995: 43; López, 2005: 411). Como datos objetivables, en lo que puedan tener a favor o en contra de estas hipótesis, o de otras distintas que se puedan proponer, hasta ahora teníamos que: 1) El elemento fundamental de este set ritual debió de ser el «brasero» y no el jarro, puesto que aquéllos aparecen a veces de manera aislada, cosa que nunca sucede con éstos. En época orientalizante no son muchos los ejemplos aducibles de «braseros» solos, aunque los hay, pero se multiplican en época ibérica; 2) En los contextos cerrados raramente se asocian jarros y «braseros» a otros elementos de vajilla metálica o cerámica que puedan haberse utilizado en banquetes individuales o colectivos10. Por el contrario, a veces aparecen conjuntos separados, como se da en Lefkandi, donde se encontró un jarro cerámico junto a vasos de bebida claramente disociados del conjunto metálico (Popham et al., 1993: 188-189), o en Alcurrucén, una tumba saqueada, fechable en el siglo V, donde aparecieron lo que pueden ser dos sets distintos, uno asociado al consumo del vino y otro a rituales lavatorios, con dos jarros diferentes (Marzoli, 1991); y 3) Cualesquiera que fueran las funciones en que se emplearan estos vasos debían ser de carácter simbólico, pues en algunos casos las paredes de los jarros muestran defectos de fundición o montaje que provocan que no sean herméticos mientras que otros, por su constitución, son muy difíciles de llenar y usar. A fin de mejorar la base argumental para definir las funciones de estas vasijas, y aprovechando las condiciones del hallazgo de la Angorrilla, se han analizado restos del sedimento conservado en el interior del jarro de la tumba número 30 con el propósito de intentar determinar su potencial contenido. Las muestras, recogidas del barro adherido a la pared interior, se enviaron al Laboratorio del Departament de Prehistòria, Història Antiga i Arqueologia de la Universidad de Barcelona, donde fueron analizadas por las Dras. R. M. Albert y M. Portillo. Del análisis efectuado, cuyo informe se publica en esta misma obra, se obtienen los siguientes datos de interés: 1) El número de fitolitos detectado es muy bajo, algo que, como se señala en el informe, puede atribuirse a la proximidad del metal, que podría 10.  Resulta especialmente llamativo el caso de Cancho Roano, fuera de nuestro ámbito cronológico, donde se han contabilizado más de 400 vasos griegos relacionados con el consumo del vino. En la estancia N-6, donde se halló el único conjunto jarro-«brasero» bien documentado de todo el yacimiento no apareció ni una sola de estas copas.

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Figura 17. Distribución de los sets rituales jarro-«brasero» en la península ibérica durante el siglo VII a.C. 1: Las Fraguas (Toledo); 2: Aliseda (Cáceres); 3: Torres Vedras (Portugal); 4: Angorrilla (Sevilla); 5: Carmona (Sevilla); 6: Niebla (Huelva); 7: Tumbas 5, 17 y 18 de la Joya y 2 de Sta. Marta (Huelva).

haber ocasionado alteraciones en la conservación de los restos. Sin embargo, otras muestras extraídas también de barro adherido a las paredes de vasos de bronce presentan un número sustancialmente mayor de fitolitos11, por lo que no hay que perder de vista la posibilidad de que, sencillamente, el contenido del jarro de la Angorrilla fuera escaso en sustancias vegetales; 2) Entre las familias vegetales reconocidas destacan las monocotiledóneas, con más del 80% de la muestra, lo que aleja la posibilidad de que el contenido del jarro –si es que lo tuvo– hubiera sido vino o aceite; y 3) Se detectan en el sedimento restos de diatomeas, algas unicelulares que se relacionan con la presencia de agua.

11.  El análisis se hizo sobre tres muestras correspondientes al jarro que nos ocupa, al interior de la urna del conjunto de Talavera la Vieja y al vaso de bronce de Valdegamas, conservado en el MAN. El número de fitolitos por gramo de AIF en Angorrilla es de 20.000; en Valdegamas de 60.000.

Con las reservas que se exponen en el propio informe debidas a la naturaleza de los datos, los resultados del análisis apuntan más bien hacia un uso de tipo lustral que no hacia prácticas relacionadas con el consumo del vino, como sugieren también los contextos a que comúnmente se asocian estos conjuntos rituales y las propias tradiciones culturales semitas (Jiménez, 2002: 137). Pero junto a la función primaria, es de destacar el papel que debieron desarrollar estos objetos como marcadores de rango de los personajes que los usaron y que, finalmente, se enterraron con ellos. En este sentido, cobra significación el hecho de que aparezcan en territorios donde, a través de las fuentes escritas, tenemos constancia de la existencia de formaciones políticas de tipo monárquico, como Chipre, Etruria o Tarteso. Esta coincidencia, así como el que aparezcan en tumbas especialmente destacadas, sugiere que estos recipientes actuaran como símbolos del poder monárquico en las zonas

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Figura 18. Conjunto de bronces rituales de la Angorrilla (foto C. López).

que fueron afectadas por la colonización fenicia, y que llegaran a sus posesores en un sistema de intercambio de bienes de lujo de tipo arcaico y aristocrático dominado por las relaciones sociales entre individuos de rango semejante. Los análisis antropológicos, realizados por primera vez en una sepultura con jarro y «brasero»12, determinan que el personaje enterrado era una persona adulta, muy probablemente de sexo masculino, algo que no se opone al carácter de marcador sexual que los grandes bronces, por oposición a otros elementos de lujo como el oro, debieron de tener en el Hierro Antiguo peninsular, como ya he propuesto en anteriores ocasiones (Jiménez, 2002: 357-359; 2004b; 2006) y como parece deducirse del hallazgo de Aliseda, donde a un conjunto de joyas femeninas se agregaba un set ritual que evitaba a toda costa el uso del bronce como material básico. La tumba número 30 de la Angorrilla pertenecería, según esto, a un individuo de estirpe regia, sin ninguna duda el personaje más destacado de toda la población enterrada en la necrópolis, que probablemente esté representando a un grupo de rango 12. Parece que los restos óseos de la necrópolis de La Joya (Huelva) también han sido analizados, pero nunca se han publicado sus resultados.

aristocrático típico del orientalizante del mediodía peninsular. Los objetos de bronce depositados junto a él (fig.  18) probablemente se habrían usado en ceremonias purificadoras que aparecen referidas en los textos de Ugarit como previas a actos trascendentes de carácter religioso. Tales actos serían privativos de personajes de condición real, siendo oportuno señalar que a varias de las asociaciones peninsulares jarro-«brasero» se añaden timiaterios de bronce, como ocurre en la tumba 17 de La Joya (Garrido y Orta, 1978) y como, probablemente, también sucedería en la tumba toledana de Las Fraguas. En este sentido, conviene recordar que el soporte legitimador de las monarquías orientalizantes del Mediterráneo es la sacralidad de la realeza, establecida a través de la especial protección que los dioses otorgan a los reyes. Pero además, hay que entender el valor que estos productos cobrarían per se, en un contexto ideológico en el que la circulación de objetos de prestigio de bronce entre las clases dominantes del Mediterráneo tenía un especial papel en el establecimiento de relaciones sociales, tanto de carácter vertical como de carácter horizontal. Estas tumbas, no especialmente excepcionales en cuanto a la cantidad ni a la riqueza de los

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materiales que albergan, pero sí en sus contenidos simbólicos, aparecen con cierta asiduidad en los horizontes orientalizantes del mediodía peninsular, a veces de modo aislado o a veces –como en este caso– integrándose en necrópolis más o menos amplias asociadas o no a poblados y ciudades. La vinculación de estos símbolos y de estos grupos funerarios

con las unidades políticas que constituirían el entramado poblacional y cultural del Bajo Guadalquivir protohistórico es, de momento, algo apenas cuestionable. No obstante, el descubrimiento de una necrópolis orientalizante con este grado de conservación en los albores del siglo XXI es un estímulo más que prometedor de cara a seguir avanzando en esta tarea.

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LA

NECRÓPOLIS

DE ÉPOCA TARTÉSICA DE LA

ANGORRILLA ALCALÁ DEL RÍO, SEVILLA

En la primera década del siglo XXI se efectuó en Alcalá del Río (Sevilla) una serie de intervenciones arqueológicas en las que se detectaron los restos correspondientes a un poblado y a una necrópolis de época tartésica. La presente obra, aunque se centra en el análisis de los enterramientos, incorpora también la información recuperada en la zona de hábitat, al considerar ambos enclaves como partes integrantes de un mismo asentamiento. El trabajo se inicia con una contextualización de las sepulturas en el marco de la relación poblado-necrópolis, atendiendo al patrón de asentamiento, su relación espacio-temporal y la ubicación del cementerio en su contexto paleogeográfico. A partir de esta exposición se realiza un estudio centrado en la configuración general de la necrópolis y la distribución de las tumbas. El tercer nivel de análisis se ocupa de la investigación específica de cada sepultura y de los distintos elementos depositados en su interior, principalmente de los ajuares. Estos estudios se completan con una serie de análisis sobre antropología física y paleopatología, paleodieta, ADN, antracología, etc., cuyos resultados posibilitan la reconstrucción de los ritos funerarios y un acercamiento a la caracterización de la población enterrada, su hábitat y otros aspectos relativos a sus estrategias de explotación y adaptación al medio. En definitiva, los datos aportados por la excavación de la necrópolis de la Angorrilla, junto con las investigaciones desarrolladas en el poblado coetáneo, contribuyen al conocimiento de las comunidades que ocupaban el Bajo Guadalquivir durante el Hierro I, convirtiendo a este yacimiento en uno de los referentes fundamentales para caracterizar a dichas poblaciones y valorar cómo influyó la colonización oriental en este espacio geográfico.

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