Locos y corruptos

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Locos y corruptos

Impreso el dia 26/01/2015 a las 10:30 hs

Interesante reflexión sociológica con moraleja incluida: los argentinos quizá no seamos tan corruptos ni tan locos como pensamos que somos. Por Héctor Ghiretti - Licenciado en Historia Un año más, la encuesta Gallup ha situado a la Argentina entre los países más corruptos de su peculiar ranking: unos puestos más abajo de la media, de un total de 101 países. El detalle de la noticia nos revela que en realidad no es un estudio sobre prácticas y procedimientos institucionales, sino que se trata de una encuesta sobre la percepción que tienen los ciudadanos respecto de la conducta de sus gobiernos y empresas. 13/12/2006 |

Quitando espectacularidad al titular y ajustándolo a verdad, lo correcto sería decir que la Argentina es conceptuada por sus propios habitantes como un país en donde la corrupción afecta en un grado sustancial a las relaciones institucionales. Sin embargo, queda un interrogante en pie: ¿en qué medida las creencias, prejuicios o conceptos que una sociedad tiene sobre sí misma no es parte de la propia realidad social? Dicho en otros términos: si una sociedad cree que es corrupta, con independencia del modo en que procede en sus relaciones con los demás y con las instituciones ¿no es en realidad corrupta, al menos potencialmente? Permítaseme contar una anécdota personal. Sucedió hace unos años, lejos de aquí. Asistía a un seminario impartido por una profesora que acababa de defender una tesis doctoral sobre ética empresarial. La sentencia con la que abrió su exposición prácticamente definiría la discreta calidad de su reflexión: “Ante todo hay que decir que la Argentina es un país corrupto”. En el turno de preguntas, entre las (muchas) objeciones que le hice, le pregunté si en virtud de su condición de argentina, ella también se consideraba corrupta, formaba parte de la degradación institucional y moral que dominaba al país. No parece necesario decir que no obtuve una respuesta concluyente. Es también muy recurrida aquella expresión de que este es un país de locos, al parecer derivada de la observación de las flagrantes contradicciones e incoherencias que parecen ponernos más allá de una sana racionalidad. Ahora bien ¿podemos transformar el “estamos todos locos”, que explotaba hace tiempo un par de cómicos, en el más personal y comprometido “estoy loco”? Parece un poco más difícil. La insania sólo puede advertirse ​-bien lo advertía el genial Chesterton- cuando se está fuera de ella. Así, el plural que empleamos para formular juicios denigratorios sobre el país constituye una verdadera trampa semántica, un engaño que aparenta una aguda capacidad autocrítica, pero que a la vez nos distancia individualmente de la condición o el vicio señalados. De otro modo, ni siquiera podríamos advertirlo. Nadie puede saber qué es la corrupción si no sabe cuál es la

condición normal de una realidad no corrompida. Nadie puede saber qué es la locura si no puede distinguirla de la salud mental. De modo que cuando decimos que la Argentina es un país de corruptos o de locos, en realidad estamos diciendo que los corruptos y los locos son el resto menos yo (entendiendo por “yo” la propia persona y sus relaciones más cercanas: significativamente, la encuesta de Gallup, pregunta sobre gobierno y empresas, pero no sobre la conducta de los propios encuestados o sus familias). A primera vista podría pensarse que esta difundida creencia es saludable, puesto que sólo el reconocimiento de los propios defectos sirve para mejorar. Pero los beneficios que pudieran derivarse son sólo aparentes, precisamente por lo que se ha señalado antes: la pluralidad colectiva del juicio no se aplica a la individualidad personal de quien lo enuncia. El individuo se cree superior a la comunidad a la que pertenece y desprecia, y por tanto el juicio no se traduce en propósitos de autoperfeccionamiento, sino precisamente en lo contrario, puesto que piensa que para vivir en esa sociedad no hay más remedio que adoptar sus vicios. Cabe preguntarse cuán diferentes seríamos si sostuviéramos otras creencias colectivas, de un signo más positivo. ¿Y si, contrariamente a las creencias vigentes, pensáramos que somos un pueblo honesto y razonable? Es evidente que el riesgo, en este caso, es el de la hipocresía, a la que Mark Twain en cierta ocasión definió como el homenaje que el vicio rinde a la virtud. De todos modos, me parece infinitamente mejor que la penosa situación inversa en la que vivimos hoy, en la que la virtud se humilla ante el vicio. En materia social, del mismo modo que en el plano psicológico, es mejor tener convicciones sobre sí mismo positivas que negativas. Porque entre otras cosas, se acerca más a la verdad: si el concepto originario de corrupción es la pérdida de la forma original de un cuerpo (y por eso cuando un cadáver comienza a corromperse, lo que sucede es que se degrada en sus componentes fundamentales), los argentinos, en cambio, seguimos siendo un pueblo, conservamos nuestra forma, compartimos instituciones y creencias. Un “pueblo corrupto” en realidad ha dejado de ser un pueblo. No es posible luchar contra el mal absoluto, precisamente porque tal cosa no existe. Todo mal se define por referencia a un bien. Los argentinos tenemos muchos vicios sociales y defectos de convivencia: pero sólo aparecen vicios sociales cuando existe una sociedad que los permite. Por otra parte, si estuviéramos todos locos nadie sabría cómo es estar sano. No nos damos cuenta de que estamos enfermos si no sabemos cómo es la salud. Y sólo si aspiramos a adquirirla o a recuperarla -evitando resignarnos al mal que nos aqueja- podremos hacerlo. Con una salvedad, Chesterton explica que el gran desatino de la sociología es asumir el método de la clínica: “Averiguar el mal antes que encontrar la cura”. El objeto de la acción social es diferente del de la medicina: “La única manera de enfocar un mal social consiste en fijar en seguida el ideal social”. Sólo entendiendo bien los términos del problema es posible resolverlo: pero el problema aparece claramente después de definir el orden social al que se aspira.. URL http://www.losandes.com.ar/notas/2006/12/13/opinion-216308.asp Diario Los Andes © . Todos los derechos reservados. Mendoza, República Argentina

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