LO DIFERENTE Y LO SEMEJANTE: EL CHOQUE DE DOS MUNDOS (A propósito de una celebración)

September 19, 2017 | Autor: S. Aldana Rivera | Categoría: Peruvian History, Historia Regional, HISTORIA PERUANA, Historia del Norte del Perú
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Descripción

LO DIFERENTE Y LO SEMEJANTE: EL CHOQUE DE DOS MUNDOS
(a propósito de una celebración)

."Lo diferente y lo semejante" En: Diez Hurtado, A., Ed.- Después... ¿qué?: descubriendo el V centenario.- Cipca, Piura, 1992.- pp. 6-8 (Dossier regional, 8)

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Susana Aldana Rivera
CIPCA-Investigaciones


Toneladas de papel deben haberse escrito en torno a los 500 años del encuentro, invasión, genocidio, encontronazo... choque de dos mundos y sobre todo de dos maneras de entenderlo.
Añadamos una gota más a ese oceáno de papeles, no para aumentar la prolífica terminología en torno a estas celebraciones ni tampoco el número de votos a favor o en contra del descubrimiento y posterior conquista. Sino pensemos y tratemos de entender -no justificar- unas pocas características peculiares a cada mundo, que vinieron a chocar en América a partir de 1492 y en nuestro terreno, el Perú, a partir de 1532. Lanzar algunas ideas, quizás osadas, que nos permitan perfilar las grandes diferencias y las grandes semejanzas de dos culturas que en el tiempo, permitieron el predominio de una sobre la otra.
Antes que nada no perdamos de vista una consideración fundamental, el grado de organización societal de los diferentes grupos nativos americanos. No resultaría muy válido contrastar elementos de sociedades en grado muy diferente de desarrollo, como lo eran la española y las antillanas. Pero si es interesante oponer los de sociedades en niveles semejantes de organización como la española y la azteca y particularmente en este caso, la inca. Por supuesto, las características de estas últimas están también presentes en esas sociedades tribales sólo que en escalas acorde con su nivel de estructura societal.
Téngamos en cuenta como en Centroamérica y hasta en Venezuela, el enfrentamiento de sociedades de tan distinto nivel de organización se reflejó en la cruenta conquista y en el exterminio casi total de su población nativa. Pero en nuestro caso, la situación fue muy diferente y el proceso bastante más complejo: imperio o no, los incas habían construído un aparato estatal que se soportaba en una población controlada en niveles que los españoles nunca habían siquiera imaginado y en el tejido social de un sinnúmero de alianzas y antagonismos étnicos que sí les resultaba familiar.
En efecto; diferencias y semejanzas en la forma de percibir el mundo. Ese desconcierto primero y mutuo de ambas partes ante el encuentro, fue el fruto de la incomprensión de lógicas distintas. Pero la rápidez de la conquista y de la asimilación cultural de unos y otros es la muestra de que no eran radicalmente diferentes; hubo puntos de contacto entre ambos mundos. Así como muy pronto los nativos captaron las estructuras del sistema que les fue impuesto y al menos un sector, pudo moverse con cierta facilidad en ellas; igualmente los españoles se dieron cuenta que había una manera distinta de hacer las cosas y mal que bien, la asimilaron. Baste recordar a los encomenderos actuando casi como curacas, sirviéndose de la reciprocidad y de la redistribución.
De manera muy rápida y dejando aparte de la reflexión estos elementos constitutivos de la lógica de relación andina y humana (dones y contradones), consideremos una primera gran diferencia: la forma en que los nativos y los españoles ocuparon el territorio americano. Y tengamos en cuenta que la manera de apropiarse de un espacio responde a una lógica de organización que de un lado, se sustenta en una experiencia histórica de siglos de adaptación al medio y del otro, se refleja en la manera en que se administra; es decir en el Estado que la soporta. En estas tierras fue característico el patrón disperso de población mientras que, por el contrario, el que impuso el español fue un patrón concentrado de población.
Fíjemosnos en como hablar de una ciudad prehispánica es hablar de centros ceremoniales o centros administrativos con una población dispersa en su hinterland y que se congrega tan sólo en determinados períodos del año (las grandes fiestas, por ejemplo). Mientras que si pensamos en una ciudad española o europea, nos imaginamos un conglomerado de gente agrupada en torno a la Abadía, al Castillo del señor feudal o al Burgo. Y en América, las ciudades de los conquistadores se organizaron en torno a la Catedral, la Cárcel y el Cabildo con un número de solares repartidos entre los vecinos principales.
Pero sabemos también que cada ocupación cuenta con su correlativo económico. ¿Acaso un patrón disperso de población no permite más fácilmente el acceso diferenciado a un máximo número de pisos ecológicos que uno concentrado?. Y no con esto estoy negando el que toda sociedad agraria funde su desarrollo en el acceso a climas y cultivos diferentes; los mismos españoles del XVII poseían tierras dispersas que les permitía abastecerse de productos variados. Pero estamos hablando de una lógica del grupo social, etnía, señorío o imperio, que localizaba gente a manera de islas -y de allí el término de archipiélago acuñado por John Murra- o colonias en tierras a diferente altura para obtener los productos propios de cada nivel, compartiendo ese espacio con gente de otros grupos en situación semejante y sobre todo, sin que perdieran la pertenencia a su núcleo de origen.
Una relación muy importante para el grupo social y que nos permite señalar una diferencia más entre nativos y foráneos: la percepción sobre el elemento hombre. Para los nativos, su capacidad y su fuerza de trabajo era el agente económico productor de bienestar social mientras que para los foráneos, era la acumulación de objetos materiales, metales preciosos, tierras, ganado, etc. Baste recordar el tributo. Es un lugar común que para los incas, el tributo se cubría en fuerza de trabajo mientras que con los españoles debía pagarse en objetos, moneda o productos. Y claro, si el hombre era la pieza económica social fundamental, debía ser susceptible de ser controlado y cuidado en su utilización. Una percepción muy distinta de la española, hombre-mano de obra, en la que el hombre era más bien el medio para el acopio de bienes materiales y no un fin en sí mismo.
Y si pensamos en lo que hemos venido diciendo, se puede plantear una hipótesis bastante sugerente: que la mayor diferencia entre ambas sociedades estuvo en la percepción sobre la continuidad espacial del Estado y por tanto, en las formas políticas de gobernarlo. Para unos éste era territorialmente continuo mientras que para los otros, era territorialmente discontinuo. Es decir, que mientras para los españoles, el Estado se extendía sobre un espacio dado y después sobre los hombres ubicados en su interior; para los incas, el Estado se extendía primero sobre los diferentes grupos de hombres y luego, sobre el espacio geográfico donde estos se encontraban.
Nos es fácil pensar en España como el reino que agrupaba varios reinos, y en la mente los podemos representar físicamente uno al lado de otro. Pero nos es difícil imaginar a los incas como cohesionadores de diferentes grupos étnicos, igual de nítidos y distintos que un reino, uno al lado de otro en cuanto poblaciones y no territorio. Una forma de organización nativa que los incas generalizaron en su espacio. No es de extrañar por tanto, que desarticulado ese supraestado se generara un vasta movilización poblacional; el curacazgo volvía a ocupar su lugar como entidad rectora de las relaciones sociales de los diferentes grupos étnicos y se retornaba a su dominio. Un grupo mitma Colán en Huaura (Lima) no dejaba de responder a las normas de su cacicazgo en Piura. Recordemos como ya en la colonia, los caciques buscaban a su gente hasta en la misma capital para que cumplieran con su tributo.
Y si nos es difícil contraponer las diferencias, más aún tan escuetamente caracterizadas, peor aún con las semejanzas. Pero ciertamente las había.
La más saltante es quizás que, al momento de su encuentro, la base económica de ambas sociedades era la agricultura. Sociedades campesinas, tradicionales, que se habían ido desarrollando venciendo las características de su habitat geográfico; en un interesante artículo, Lumbreras lo puntualiza. Por ejemplo, mientras que en España no eran necesarias las grandes obras de irrigación, aquí eran fundamentales por los grandes desiertos costeños. Y también hubo un uso máximo e intensivo del escaso suelo cultivable, camellones y terrazas son una muestra; bastante diferente en el caso español con mayores posibilidades de agricultura extensiva.

Pero hay un elemento que puede haber sido el factor determinante en el proceso de dominio del sistema foráneo: la estructura semejante de la organización política del Estado. En ambos casos, es posible hablar de una pirámide de jerarquías socio-políticas cuya amplia base permitía el sustento de una cúpula en el poder. Mientras a la cabeza del Tawantinsuyu se encontraba una diarquía, en España había un monarquía; independientemente de su número, el cargo concentraba el poder en uno y otro mundo. En el siguiente estrato, los nobles y de entre ellos se reclutaban las autoridades del territorio. Finalmente una amplia capa de gente del común, con un variado número de niveles (si artesanos, si campesinos, etc.), con una limitada -sino inexistente- participación política.
Por supuesto hay cualitativas y sustanciales diferencias pues las trayectorias de evolución de las instituciones políticas tienen que haber sido muy diferentes. Pero al llegar, los españoles encontraron un esquema político no muy distinto del propio aunque comprendieran del todo la forma como se aplicaba. Y viceversa, el sector dominante inca y de los grupos étnicos liberados del Tawantinsuyu, engarzaron con cierta facilidad en un sistema algo diferente por lo que veían pero que no amenazaba su existencia; siguieron fungiendo como bisagras entre el poder, ahora Estado virreinal, y su gente, la población nativa. De hecho, percibieron rápidamente -quizás más que los criollos- que la realidad colonial variaba como consecuencia de los cambios en el panorama europeo y que ello los afectaba directamente. Pero al tratar de remontar la situación, se encontraron con que el sistema si era substancialmente diferente; algunos se rebelaron, otros simplemente se readecuaron a las circunstancias...
Mucho más se podría aventurar si ampliamos las escuetas caracterizaciones que hemos hecho y si seguimos esta línea de pensamiento. Por el momento detengámosnos en una idea: en un inicio es probable que para el común de indígenas, los españoles no fueran más que un grupo étnico nuevo, que se asentaba en estas tierras y que rápidamente se expandía en ellas, como en algún momento lo hicieran los Wari, los Chimús y sobre todo los Incas. No tenían como percibir que ese grupo contaba con un bagaje histórico muy diferente del de ellos y que las estructuras estatales que impuso, de un lado, estaban determinadas por una compleja articulación con un mundo mucho más amplio, y del otro, se soportaba en una estructura de poder en la que no había espacio para otros grupos diferentes del propio.
Una posibilidad quizás excesivamente simplista que sin embargo, resulta una interesante hipótesis a pensar.




Y al referirme a ellos, englobo a los Chimúes, sociedad en grado semejante e incluso hasta más refinada que los incas.
Cfr. al respecto Trelles, E: Lucas Martínez Vegazo. Funcionamiento de una encomienda peruana inicial.- Lima, PUCP, 1986).
Utilizo este término y el de cacicazgo como sinónimos pues uno es el término generalizado en el sur y el otro en el norte. Sin embargo, si parece que hubo sútiles diferencias entre uno y otro (Comunicación personal A.Diez).
Lumbreras, L.- "500 años después". En: Paginas.- Lima, Vol. 16(107): Feb. 1991.- pp. 7-16
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