“Literatura de violencia para tiempos de paz: Nuestra Señora de la Noche de Mayra Santos y The Brief Wondrous Life of Oscar Wao de Junot Díaz.”
Descripción
Literatura de violencia para tiempos de paz: Nuestra Señora de la Noche de Mayra Santos y The Brief Wondrous Life of Oscar Wao de Junot Díaz. Nuestra Señora de la Noche (2006) de la escritora puertorriqueña, Mayra Santos, y The Brief Wondrous Life of Oscar Wao (2007), del dominicano, Junot Díaz, tematizan la violencia imbricada en el proyecto moderno y relatan la implacable modernización de Puerto Rico y la República Dominicana12. Estas novelas historiográficas se concentran en el periodo que inicia después de la primera guerra mundial y concluyen con la clausura de la guerra fría y otras reestructuraciones geopolíticas3. Las novelas asedian lo que Aníbal Quijano llama “el oscuro reinado de la razón instrumental” (Modernidad 10), que, especialmente después de la primera guerra mundial, estaba “ya del todo poseída únicamente de las urgencias del capital, de la productividad, de la eficacia de los medios para fines impuestos por el capital y por el imperio . . . como mero instrumento del poder” (18). Para Quijano, América Latina: “would not . . . encounter modernity except under the guise of ‘modernization’” (Modernity 146). Es claro que para Santos y Díaz las historias de Puerto Rico y la República Dominicana se correlacionan con las de Latinoamérica, y que estas islas han tolerado embestidas particularmente viciosas, sufridas correlativamente por los subalternos racializados y ante todo en el sur global, en el periodo álgido de la modernización del vigésimo siglo. Por el fondo histórico de la trama, la intención narrativa y las fechas de publicación, estudio estas obras como productos culturales pos-‐conflicto que buscan resarcir las víctimas de la modernización4. Analizo primeramente cómo las novelas, publicadas en el siglo veintiuno, durante el capitalismo tardío y en época de supuesta paz,
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exploran retrospectivamente el terror de la modernización del vigésimo siglo en sus países, apuntan al subalterno racializado como objeto preferencial de la modernización, crean “a biological caesura between the ones and the other” (Mbembe 17) y vinculan la iniquidad moderna con el poder global5. Arguyo que los textos consignan el resarcimiento de las víctimas de la modernización para que los vejámenes de esta época queden licitados en el registro histórico de sus países. Resarcir entraña primeramente restituir la historicidad de subalternos racializados. Como señala Barkan, “redress aims to address older historical issues that inform contemporary crises and political tension” (3); y provee “sociological insights about the place of the community and the role of specific identity” (6). Conlleva además desnaturalizar la racionalidad moderna, complejizar la epistemología de la nación, proveer sofisticación tropológica y estilística, y, en suma, retar la discursividad autoritaria de la modernidad por medio de la exploración de una “estética de lo acerbo” (Mohamed 144)6, lo cual asocio con la poética de la relación que discute Edouard Glissant en Poetics of Relation (1997). Argumento que los textos promueven una disonancia discursiva y estilística7, lo cual establece la impronta de posconflicto, dignifica las víctimas, las emancipa de “la soberanía moderna” y, en última instancia, rechaza las pretensiones totalizantes de “la modernidad realmente existente” (Quijano, Modernidad 48). En la segunda parte del ensayo, determino que las novelas problematizan las identidades nacionales y celebran la identidad en relación para impulsar una apertura ontológica. Considero que este elemento del fondo conceptual de las obras se puede apreciar mejor a partir de la imagen de la singularidad cualquiera que propugna Giorgio
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Agamben, la cual cancela la ontología identitaria de la nación y refuerza la intención de resarcir la heterogeneidad subjetiva de las sociedades nacionales. Engarzo el concepto de singularidad cualquiera, en su manifestación estética, con la “poética de la relación” que Glissant adelantaría para examinar modos en los que la literatura rebate los diseños totalizantes de la modernidad y privilegia la experiencia subalterna reticulada transnacionalmente. Dignificar al subalterno racializado, objeto preferencial de la modernización. Para celebrar la subalternidad racializada en plena modernización puertorriqueña, Nuestra Señora sitúa en el centro de su trama una histórica madama negra, Isabel Luberza Oppenheimer, quien llegara a ser una de las mujeres más poderosas del siglo veinte puertorriqueño. Hija de lavandera y nieta de inmigrantes anglocaribeños afincados en Ponce, Luberza fundó un salón de baile y prostíbulo, el Elizabeth’s Dancing Place, y fue “capaz de levantar un imperio a orillas de un río” (36)8. Mediante el discurso indirecto libre, la voz narrativa focaliza alternativamente la experiencia juvenil de Isabel y su vida de adulta, en contrapunto con la vida de Fernando Fornarís, linajudo abogado blanco y amante juvenil de la protagonista. Una línea argumental relata que Luberza evoluciona de humilde lavandera a influyente empresaria, soporta las vejaciones de la sociedad blanca y finalmente muere asesinada por un sicario de las elites nacionales. Otra trama se enfoca en Fernando Fornarís, su matrimonio con una mujer de rango y raza semejantes al suyo y las variaciones garrafales de fortuna que lo llevarían a convertirse en elite administrativa al servicio del poder colonial. Nuestra Señora también cuenta las vivencias del hijo legítimo de Fernando, Luis Arsenio, y las de su “sustituto”, Roberto, desconocido
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medio hermano, mulato e hijo natural de su padre (258). El contrapunto entre Luberza y su antiguo amante integra las vidas de otras alteridades relacionadas, encara las familias putativas de los subalternos con los linajes legítimos de las elites, a la vez que dramatiza las transmutaciones socioeconómicas de Puerto Rico. El primer capítulo narra la entrada de Luberza al “casino” donde habría de codearse con “las familias más selectas del pueblo”, la elite blanca del “otro lado del río” (11), en un baile de gala de la Cruz Roja. La formidable generosidad de Luberza permitía que una mujer negra fuera recibida en dicho recinto. La narración subraya la influencia de la proxeneta en los proyectos económicos y sociales que ponen en marcha las elites políticas. El representante Nevárez y esposa la miraban de reojo. Hace una semana hablaba con ella. “Paso el sábado Isabelita, para que hablemos de la donación a la campaña”. Ella ya le tiene su carne preparada. Lisandra, la niña. Se la trajo de Colombia. “No llores, niña, no te asustes. No llores más. Si todo sale bien, ésta es la última vez que tienes que acostarte con el representante”. Unos pasos más adelante el secretario de Obras Públicas hablaba con el ingeniero Valenzuela. (10) El episodio señala, como en otras instancias en la obra, que la proxeneta vejada por las elites blancas había infiltrado los espacios de poder. La narrativa explora a la misma vez la abstrusa relación erótica, social y económica entre las elites y los subalternos, en este caso entre políticos y prostitutas. El incidente imbrica una intencionalidad estética esencial en tanto que la polifonía narrativa conlleva la disonancia entre voces, registros y estilos, apreciable en el lirismo lastimero de la relación entre la dueña del prostíbulo y la meretriz, en contrapunto con el tono prosaico que recoge las miradas de reojo que recibe Santos en el lujoso recinto.
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La exploración estética de Santos interfiere con las pretensiones totalizantes de la razón moderna, desmonta su teleología y obstaculiza la captura ontológica en tanto que en el espacio del sujeto “no hay uno, sólo muchos, no hay yo, sólo muchedumbre” (Ríos Ávila 75)9. El relato sincopado oscila entre elite y subalterno, los agentes de la modernización y sus objetos, mientras escruta las pulsiones repulsivas y atractivas entre ambas posiciones subjetivas. El funcionamiento sincopado se reitera en flagrantes atonalidades discursivas y oscilaciones aleatorias entre lo fantástico y lo realista, lo religioso y lo erótico, lo lírico y lo procaz. El subalterno racializado conforma igualmente el centro argumental de Oscar Wao. La trama de esta novela, simultáneamente histórica y fantástica, focaliza la vida de Oscar, un joven afrodominicano criado en Nueva Jersey que es insociable y obeso, y que vive embelesado con Tolkien, la literatura fantástica, los comics y la ciencia ficción. Desconoce a su padre y a su familia extendida, e ignora el trasfondo histórico y familiar que ha provocado la emigración de los suyos. Para evitar conflictos con sus pendencieras madre, Beli, y hermana, Lola, Oscar se encierra en su dormitorio y se obsesiona con su virginidad, la cual califica pecado de lesa masculinidad dominicana. En saltos temporales y de focalización, The Brief Wondrous Life of Oscar Wao recorre la modernización dominicana y cuenta las experiencias de familiares y antepasados del protagonista bajo Rafael Leonidas Trujillo (Pres. o jefe de las fuerzas armadas 1930-‐1961) y Joaquín Balaguer (Pres. 1960-‐62, 1966-‐78, 1986-‐96). La intención de resarcir víctimas de la modernización autoritaria de Trujillo y sus secuaces es visible en la obra. Además de contar los sufrimientos de Oscar y su intempestiva muerte, Díaz dedica secciones prolongadas a
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pormenorizar el terror sobrecogedor que la madre de la protagonista, Beli, experimentó en su juventud, y detallar el martirio padecido por el ignoto abuelo, el médico mulato Abelard Cabral. Al final de la novela, Junior, compañero sempiterno del joven mártir y supuesto narrador de la novela, entrega a una joven sobrina del protagonista, Isis, unos manuscritos dejados por Oscar, que aquel amigo había resguardado. Estos manuscritos se insinúan como el germen de la misma novela, así como un despojo de la maldición familiar y nacional10, y cosifican la intención de resarcir las víctimas de esta era dominicana. El carácter historiográfico de la novela recae principalmente en su marco histórico y en varios personajes secundarios y se refuerza con notas al calce que sirven como intervenciones académicas satíricas. Aparte de las oscilaciones estructurales, igual que en Nuestra Señora, las pasmosas variaciones de registro interfieren en la sobriedad narrativa y las expectativas realistas mediante numerosas referencias intertextuales a la cultura popular, los libros de fantasía y los comics. Notables son las mediaciones narrativas del Watcher, personaje de una serie de comics Marvel, que aparece como mítico testigo suprahistórico de las experiencias familiares y nacionales. La interpolación fortuita y atonal de lo realista y lo fantástico, lo académico y lo popular, lo naturalista y lo fársico, y de tópicos antagónicos apunta a la experimentación estética que invalida las pretensiones racionalistas y evita la captura ontológica de los subalternos racializados. Dominación, guerra y la razón soberana moderna. Santos y Díaz establecen un estrecho vínculo entre modernidad y violencia de manera persistente y explícita al relatar eventos de crueldad y ligarlos a la militarización
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del estado y la sociedad modernos, a eventos de guerra, a la fuerza brutal del capital global y las elites, y a la racionalidad de la modernización. Estas obras metódicamente asedian, como recomiendan Michael Hardt y Antonio Negri, la tradición de la modernidad soberana: “the dialectic as the central logic of modern domination, exclusion, and command—for both its relegating the multiplicity of difference to binary oppositions and its subsequent subumption of these differences in a unitary order” (Empire 140). Santos y Díaz reprueban la subsunción de las singularidades cualesquiera a un orden nacional, la erradicación de las historicidades aleatorias y la misma metodología brutal de la modernización. Como apunta Mbembe la razón soberana de la modernidad descansa en “a definition of politics as the warlike relation par excellence. . . . the calculus of life passes through the death of the other” (18)11. Hannah Arendt advierte, aludiendo a Marx: “The emergence of a new society was preceded, but not caused, by violent outbreaks” (Violence 11). Para Arendt la lucha por el poder se repite impetuosamente y asevera que la política entraña una violencia cifrada. Negri, en otro registro, asevera que “the value ‘peace’ does not hold up because, like every ideological projection, peace demands to be at least the double, if not a more refined product, of the victory over the enemy” (Time 123). En esta modalidad, el proyecto moderno es autoritario en estilo y lógica, sacrifica inapelablemente lo que no puede subsumir y ontologiza la singularidad de los sujetos del espacio nacional. La relación entre guerra, violencia y modernidad se suscribe como elemento central en Nuestra Señora. La trama resalta que la economía de Ponce crece unida a los
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campamentos militares Loosey Points y Santiago. Los soldados de dichos puestos enamoran a las jóvenes del pueblo, frecuentan los prostíbulos y enriquecen el antro de Luberza: “La estrategia militar de los nuevos amos estaba resultándole en negocio redondo” (309). Asimismo, la segunda guerra mundial engarza la empresa bélica global con la suerte de los puertorriqueños conscriptos y enlistados. Particularmente, esta conflagración afecta a los hermanos Luis Arsenio, como oficial, y a Roberto, como recluta. Mas la novela traslada la impronta de la empresa bélica a la empresa modernizante, así lo expresa Luberza: “ya me enteré de que la nuestra es otra guerra” (286). El texto lo reitera en el ímpetu castrense del desarrollismo industrial, la represión sanguinaria de las huelgas de la caña, la vigilancia policiaca y las reyertas entre nacionalistas, sindicalistas y las fuerzas del estado. Oscar Wao recalca el talante militar del estado dominicano y la estampa bélica de la sociedad nacional bajo Trujillo y, de manera más oblicua, bajo Balaguer, los cuales ilustran lo que Mbembe llamaría necropoder. Relata la narración que la inteligencia militar accedía a circuitos amplios y nefastos y que la represión se efectuaba en detrimento de todo derecho. Para Díaz estos estados militares, aparte de ser autoritarios, contienen agendas modernizantes: centralizan el poder, consolidan la soberanía del estado, fundan instituciones modernas e instauran una ambiciosa eficacia gubernativa, social y económica. En la novela, la justicia está supeditada al estado mayor, el cual suspende los derechos de libertad de expresión, reunión y movimiento, y subordina radicalmente la vida humana al poder soberano. Igualmente se relaciona el dominio tecno-‐político del poder soberano con empresas de producción nacional en relación
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primordial con la caña, mercancía indispensable de exportación, y se articula igualmente en el ordenamiento de una sociedad cuya racionalidad es inflexible, omnipresente y totalizadora. No como aberración de la modernidad sino como elemento central de su articulación histórica, la violencia representada en las novelas se posibilita y articula en su férrea aplicación de la razón instrumental, particularmente visible en la dialéctica civilizadora del estado y sus ansias de dominación tecno-‐política. Desde esta óptica, el proyecto moderno conlleva un exceso que pretende coartar el antagonismo fundamental entre fuerzas productivas y relaciones sociales, lo cual Slavoj Žižek señala como característica palmaria del capitalismo tardío. Santos y Díaz desarrollan series sintagmáticas de excesos de opresión, terror y crueldad que visibilizan la violencia en sus formas subjetiva, objetiva y sistémica. Según Žižek la subjetiva involucra víctimas determinadas; la objetiva existe en los órdenes socio-‐ económicos; y la sistémica se formula abstractamente “at the level of truth-‐without-‐ meaning, as the ‘Real’ of the global market mechanism” (Violence 80). En Nuestra Señora, la voz narrativa refiere la opresión laboral de Luberza, quien de niña pasaba “el día lavando” con su madrina en el río Portugués: “tenía que tender las piezas, los paños femeninos, los refajos” de “las damas del pueblo” (43-‐44). En la preadolescencia vivía como sirvienta en una casa del pueblo, donde la dueña, Gina Tous, se jacta de su bondad al proclamar “yo les voy a hacer la caridad” (59) y le proporciona un emolumento de “un dólar al mes” (59). Isabel trabaja duro y se siente permanentemente denigrada [“gente que la hace sentirse tan sin nada” (61)], el acoso sexual es cotidiano
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[“detrás de cada uno de sus pasos la seguían los ojos del señor Tous” (91)] y la hija pronuncia injurias racistas [“Suelta, que lo vas a ensuciar con esas manos de tiznada” (102)]. Su explotación disminuye cuando la contratan en un taller de costura. Evoluciona socialmente, se convierte en obrera asalariada, capaz de perfeccionar sus talentos, adquirir bienes y disfrutar de tiempo libre, mas la joven decide emanciparse de su situación laboral porque esta posición no la libera de las iniquidades sociales. La explotación de Luberza como trabajadora es metonimia de la experiencias de otras afrodescendientes y expone que la modernización favorece la explotación de la fuerza laboral, genera relaciones de producción opresivas y leyes inicuas, y apremia el progreso tecno-‐político del país. Luego del nacimiento de su hijo, Roberto, los médicos le efectúan una histerectomía forzosa a Luberza, acatando la política de higiene social del estado: “Aquel dolor y nada entre las manos. . . . Ella que se creyó con camino libre y potestad. Una mujer con un plan. Ahora estaba tendida en una cama de hospital con un costurón en el vientre” (149). El procedimiento quirúrgico deja una formidable cicatriz que será mencionada repetidas veces en el texto. El estigma evoca la violencia subjetiva afrontada por Luberza y otras subalternas racializadas, y suscribe la violencia objetiva que imbrica la colusión entre medicina, ley y estado moderno. Una conversación entre varias prostitutas de Ponce revela que a las mujeres que anduvieran solas de noche “Las llevaban al Hospital de Damas y allí las encerraban hasta por año y medio, sin celebrar juicio ni levantar cargos ni permitir visitas familiares. ‘Reglamento de higiene’, argumentaban. . . . y te meten a la fuerza como una tijera de
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hierro que te abre en dos por allá abajo para ver si estás enferma” (182). Este diálogo estipula que la violencia imbrica una relación con la ley y la justicia, como sugiere Walter Benjamin (277), y expone que las instituciones policíacas, jurídicas y médicas intentaban subyugar el antagonismo entre fuerzas productivas y relaciones sociales, veían a la mujer como el objeto preferencial de su intervención disciplinaria12, y acechaban la actividad social y económica que pudiera evadirlo. En este esquema el trabajo sexual y la sexualidad femenina representan la interacción irracional e improductiva entre sujetos evasivos del ordenamiento del estado moderno. La novela convierte a la prostituta en la metáfora idónea del antagonismo entre fuerzas productivas y relaciones sociales, y el disidente emblemático de la maquinación paranoide del poder. Periódicamente, la voz narrativa alude a la cicatriz de Luberza, descrita como “cosido del vientre” (253), “costurón en el vientre” (249, 259, 279), o “serpiente de tejidos levantados como puntada gruesa, el calado de sus tripas recrecidas” (285), y la relaciona con los sufrimientos de otros oprimidos en su país y demás regiones de la tierra. Los vectores de la guerra y la violencia proliferan. El hijo legítimo del otrora amante de Isabel, Luis Arsenio, destacado en la base Subic de Las Filipinas, descubre que “niñas sin sangre todavía se ofrecían en la miseria de las calles de Manila por unas cuantas monedas” (297). En el hogar de un compañero de estudios de la Universidad de Pensilvania, los familiares judíos deploran los campos de exterminio nazi: “en Dachau están construyendo unas salas cerradas donde caben miles . . . en Breintenau se ven por millas los humos negros de chimeneas encendidas de noche y de día . . . el aire apesta a carne chamuscada” (168). Se revela también que después de la guerra en Ponce proliferaban veteranos “paralíticos,
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lisiados, locos” (312). Se narra a la vez la represión policíaca de obreros en huelga o nacionalistas insurrectos, aparte de la violencia doméstica. Asocio estas persistentes imágenes con la figura de la vida nuda propuesta por Agamben y sugeridora de la injuria infligida por el proyecto moderno y tolerada por la subalternidad global. El terror de la violencia subjetiva, descarnada y cruel, exterioriza la violencia objetiva, las desigualdades sociales, la complicidad de las instituciones jurídicas y penales, la abyección consuetudinaria, y las enlaza con una tropología de la crueldad modernizadora, abundante y compleja, cosificada en cicatrices, traumas físicos, hambre, intemperie, desnudez, desamparo y enfermedad. Mas esta aciaga composición metafórica retrata una modernidad pertinazmente sufrida por subalternos racializados y extendida internacionalmente. En Oscar Wao la violencia subjetiva se narra de manera descarnada y prolongada, como exorcismo. La voz narrativa pondera al principio de la novela “Even as I write these words I wonder if this book ain’t a Zafa. My own counterspell”, en contra de la maldición, el “fukú”, aclarando que “the arrival of the Europeans on Hispaniola unleashed the fukú on the world” (1). La obra señala ominosamente el principio de la modernidad y conjetura la obra como intento por resarcir este maleficio. La novela se concentra en la violencia objetiva del trujillato y relata el terror cotidiano del autoritarismo dominicano. La primera de treinta y tres notas al calce asienta la maldad radical de Trujillo, “a personaje so outlandish, so perverse, so dreadful that not even a sci-‐fi writer could have made his ass up”; al listar sus saldos revela, “last but not least, the forging of the Dominican peoples into a modern state (did what his [US] Marine trainers, during the Occupation, were
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unable to do)” (3). Para dirimir la perversidad de este dictador, el relato describe escrupulosamente el terror dirigido a Oscar y a sus antepasados. Las tres generaciones novelizadas, la de Oscar, la de su madre, Beli, y la del abuelo Abelard Cabral, sufren feroces agresiones por desafiar el poder del estado. La ruptura cronológica de la historia familiar enfatiza que la ideología y la temporalidad del proyecto moderno conforman un acontecimiento que supera épocas o gobiernos. Abelard es un acaudalado médico mulato y etnógrafo aficionado que provoca la ira de Trujillo por querer proteger a sus hijas del acoso sexual del líder. Luego de un juicio artificioso, el estado lo encarcela, tortura y asesina. La voz narrativa recoge la colusión de las instituciones policiacas, jurídicas y penales del estado moderno, las cuales, vehicularon que el trujillato aniquilara su familia, disolviera su capital simbólico y repartiera sus propiedades entre los secuaces del dictador. El régimen acuciosamente borra toda memoria del médico, incluyendo su obra intelectual. “Not in an archive, not in a private collection. . . . Not a single example of his handwriting remains” (246). La obra describe la tortura de Abelard de formas terroríficas e indignas, culminando con la destrucción de sus facultades mentales con el suplicio de “la corona”: “He was manacled to a chair, placed out in the scorching sun, and then a wet rope was scinched cruelly about his forehead. . . . as the sun dries and tightens it, the pain becomes unbearable” (251). La voz narrativa pormenoriza igualmente cómo las hijas y esposa de Abelard perecen de formas siniestras. Los descendientes del médico ignoran esta hecatombe y los testigos ceden ante “the amnesia that was so common throughout the Islands, five parts denial, five parts
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negative hallucination” (258-‐59). Solo Beli, la madre de Oscar, sobrevive, y una enorme cicatriz en su espalda concierta el único vestigio del cataclismo familiar. Súbitamente huérfana y desheredada, Beli es acogida por familiares lejanos y eventualmente albergada en un hogar de crianza donde tolera una forma de esclavitud moderna y donde el maltrato y los abusos alcanzan su máxima expresión al ser chamuscada con aceite ardiente. Como la cicatriz de Luberza, la marca, “A Monsterglove of festering ruination extending from the back of her neck to the base of her spine. A bomb crater, a world-‐scar” (257), figura la violencia subjetiva, recuerda la debacle familiar y sinecdoquiza la trayectoria monstruosa de su país. Beli, la subalterna racializada, portará el estigma toda su vida y será explotada, exiliada, reprimida políticamente y oprimida racial y sexualmente. Sus desventuras se cosifican nuevamente en un mortal cáncer mamario. Mas el episodio más abominable de su biografía ocurre en su juventud, en medio de un ingente cañaveral—metonimia recurrente que rememora la formidable industria azucarera dominicana. Mancillada, desechada y encinta luego de un aparatoso y lúbrico romance con el cuñado de Trujillo, dos sicarios del dictador la brutalizan: They beat her like she was a slave. Like she was a dog. . . . her clavicle, chicken-‐boned; her right humerus, a triple fracture . . . ; five ribs, broken; left kidney, bruised; liver, bruised; right lung, collapsed; front teeth, blown out. . . . All that can be said is that it was the end of language, the end of hope. . . . in the gloaming of her dwindling strength there yawned a loneliness so total it was beyond death, a loneliness that obliterated all memory. (147-‐48) La inexorable violencia subjetiva se urde en detalladas, abundantes y a veces técnicas descripciones, entretejidas con un intertexto literario, cinematográfico y de cultura
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popular, y caladas de instancias donde el lenguaje narrativo fracasa ante el trauma, cual si las lagunas puntearan el plus de racionalidad del proyecto moderno. Oscar Wao vincula la violencia subjetiva, tenazmente asestada al médico mulato y su familia, con la objetiva, administrada a la sociedad nacional, donde la dictadura de Trujillo y el Estado dominicano ordenan un proyecto totalitario y enérgicamente explotador de los individuos, el trabajo, las relaciones sociales y el ambiente. Asimismo, el Estado pretende sojuzgar ampliamente los circuitos racionales, simbolizado en el desvanecimiento de la escritura de Abelard. De este modo, Díaz impugna el proyecto de la modernización por sus diseños epistemológica y ontológicamente totalizantes. Santos y Díaz representan la violencia en la proliferación de sujetos brutalizados por el complejo económico-‐corporativo del estado, las elites y el mercado. Allí lo subalterno se imbrica como vida nuda, como aquello que la soberanía moderna debe expulsar para poder constituirse; dicha relación biopolítica “constitutes the original—if concealed—nucleus of sovereign power” (Agamben, Homo Sacer 6). Las novelas enlazan simbólicamente el acaparamiento de plusvalía con las cicatrices, aflicciones físicas y mentales, la vejez prematura y las muertes. La modernización sitúa en la articulación de la soberanía del Estado el único avatar de la modernidad que aparecería en estos países y la denota como la cifra palmaria del “oscuro reinado de la razón instrumental” (Quijano, Modernidad 10). Siempre coligadas la violencia subjetiva y la objetiva, los crímenes de lesa humanidad perpetrados en contra de víctimas particulares—Beli, Oscar, Abelard, Isabel, entre muchos—indican la pretensión modernizante que se estructura en la represión
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política, en la explotación desmesurada de los obreros, en las disparidades y marginación sociales, y en la devastación del medio ambiente. Resarcimiento, estética y apertura ontológica Restituir las singularidades degradadas requiere asentar un elemento negativo, la vida nuda, aquello que en otro registro Spivak nominara como “the absolute limit of the place where history is narrativized into logic” (Spivak 16). Mas la aporía comprendida en la pretensión de restituir la negatividad evasiva de la racionalidad moderna en las novelas instiga una apertura ontológica. Resarcir paradójicamente entraña denodadamente explorar espacios, relaciones humanas y transacciones que en última instancia no podrán restituirse a la misma racionalidad moderna que los desierta. Este acto demanda algo más que novelizar los infiernos sistémicos del poder. Comprende escrutar órdenes identitarios ocultos en espacios, desplazamientos y transacciones clandestinos, y en redes migratorias, transnacionales y diaspóricas sibilinas; auscultar cartografías radicalmente locales, “las economías del lugar dentro de la economía global [para] recuperar los componentes no corporativos de la globalización” (Sassen 17); y focalizar personajes transmigrantes, exiliados y diaspóricos. Por tanto, Santos rastrea los desplazamientos entre las islas del Caribe y en las redes afrodiaspóricas que engendraran a Luberza—descendiente de inmigrantes de “las islas”—y muchos de sus pares, pobladores del itinerario subalterno en Ponce, Filadelfia y Washington, DC. Díaz indaga la ruta de Oscar y su familia—exiliados, migrantes y sujetos transnacionales—y desentraña sus desplazamientos entre Patterson, New Brunswick y Baní. Desde estos enclaves subrepticios ambos celebran la poética de la relación, encuentran modos de
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celebrar la identidad singular fuera de los diseños del poder soberano; una identidad articulada con-‐y-‐para-‐el-‐otro, sin embargo de repeler la soberanía moderna. Santos y Díaz, como propone Glissant, sitúan el acontecimiento estético—un evento de liberación de los diseños del poder—en estas relaciones reticuladas. Nuestra Señora explora varias ciudades, Manila, Filadelfia, Washington, DC, mas el centro de la acción se ubica en Ponce. La voz narrativa escruta el vagabundeo de obreros, lavanderas, costureras y prostitutas, y los paseos por los barrios populares de Joya del Castillo, Bélgica y San Antón. Los encuentros populares se convierten en la exposición de lo múltiple. La novela ensalza las congregaciones prostibularias, donde lo afrodiaspórico abunda y cohabita sueltamente con otras subjetividades raciales. También se describe un baile organizado por el sindicalista, Demetrio Sterling, en el centro obrero de la Federación. Isabel se encuentra con muchos y celebra su co-‐presencia con sus pares: Se echó a caminar a las afueras del pueblo . . . No iba sola. Pequeños grupos de sirvientas vestían sus mejores ropas para ir al baile. (180) “Tengo amigas”, se dijo por lo bajo. Contó todas las cosas que estrenaba aquella noche. Vestido, baile, compañía, ganas de gozar. . . . Un toque de bombas comenzó a hacer vibrar las paredes del barracón. El cuero de los tambores le retumbó contra la caja del pecho. . . . Recordaba a su Madrina enseñándole pasos de bomba. “Te imaginas lo que quieres que el tambor toque y se lo dices con el cuerpo”. . . . Isabel se quitó los zapatos, las medias, “que calzada no se baila bomba”. (185-‐86) Este episodio incorpora un performance racial, una suerte de ritual terapéutico, que subsana la humillación sufrida en sus labores de sirvienta y preconiza su coexistencia con otros subalternos racializados. Es también de interés la trascendencia de la Plaza las Delicias, centro social, cultural y comercial de Ponce, donde acaecen paseos, celebraciones, intercambios
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comerciales, seducciones y asambleas políticas. Se narra que el joven Luis Arsenio se pasea por la plaza “bajo los capás y flamboyanes que flanqueaban los costados del Parque de Bombas. . . . El corazón le latía sereno dentro del pecho. Iba a extrañar su pueblo, aquellas tardes de paseo, el tiempo enquistado en las esquinas del salitre” (241). Isabel se topa, en uno de sus paseos por la misma plazoleta, con una convocatoria sindicalista: “Trepado en un banco de Las Delicias y rodeado de correcostas y despedidos se alzaba iracundo el perfil de Demetrio Sterling” (254). En los espacios públicos se negocia la posibilidad de convivencia social, los adversarios políticos rivalizan y el subalterno comparte su singularidad cualquiera en acontecimientos multitudinarios y rebeldes. Las identidades se revelan en relación, en co-‐presencia con la alteridad. Santos remarca el valor de la solidaridad social, política, racial y humana. El evento político de la solidaridad nos remite al acontecimiento epistémico y ontológico de singularidades que comparten su co-‐presencia en series de intercambios nobles, humanitarios y justos. De este modo, el mulato, sindicalista, Sterling, mantiene un proyecto de alfabetización en un centro cultural obrero. “Los blancos del pueblo”, explica la voz narrativa, “no lo podían ver ni en pintura. Huelgas, centros obreros. Allá su nombre sonaba a proscrito” (97). Es Sterling quien adoctrina a Isabel al explicarle que “el matrimonio es un contrato de compraventa donde muchas veces la mujer sale perdiendo” e instarla a estudiar “Amor libre y soberano” de la anarco-‐feminista Luisa Capetillo (97). Por su parte, Isabel auspicia a los vendedores de ron clandestino durante la prohibición, crea relaciones de comercio justo con ellos, ampara a mujeres abusadas, patrocina el trabajo sexual en lugares seguros y funda su negocio al margen de las tecnologías represivas del estado. Se descubre este
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espacio como “otra dimensión, distinta y alegre. . . . consciente de su existencia casi imposible” (33). Allí se obstruyen las iniquidades de los órdenes mercantiles y laborales. Igualmente Díaz se concentra en Patterson, Estados Unidos, y Baní, República Dominicana, retrata las relaciones de amistad entre sujetos marginales y especula con el potencial emancipador de las relaciones informales. La voz narrativa relata que Lola, la hermana de Oscar, se convierte en “a Big Woman on [Rutger’s] Campus and knew just about everybody with any pigment, had her hand on every protest and every march” (50), e indica que el activismo estudiantil establece nexos humanos aparte del patrocinio estatal o corporativo. Relata que Abelard ofrece de sus posesiones para amparar a los haitianos perseguidos durante la masacre de miles de haitianos en 1937, y que los compañeros reos le brindan respeto al médico durante su encierro y en medio de su locura. Postergada la ontología nacional, despreciada la soberanía moderna, degradado el impulso modernizante, estos intercambios ubican el placer de la co-‐presencia de singularidades cualesquiera. Su propuesta estético-‐literaria claramente recoge: the emergence of transnational, cosmopolitan, economic, and cultural orders whose desperate inequities are most readily experienced by persons from diasporic, transitory, and migratory communities in the borderlands between the global north and south who lack recognition under dominant ideas of social membership. (Saldívar 594) El resarcimiento literario inscribe lo relacional de la experiencia subalterna, reconoce sus subsistencia, agencialidad y resistencia situadas en lo radicalmente local y articuladas en redes transnacionales.
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Oscar Wao ha sido descrita como “a historiographic battle royal. . . . yet an imaginative reconstruction that can only take place in the literary realm” (Hanna 504), y como una narrativa posracial del siglo XXI, “historical fantasy” o “speculative realism” (Saldívar 585), caracterizaciones que extiendo a Nuestra Señora. Y es que a pesar de que son novelas historiográficas, Nuestra Señora y Oscar Wao contienen, como mencioné anteriormente, elementos literarios que entretejen sistemas de representación realistas y especulativos. La exploración estético-‐literaria de Nuestra Señora y Oscar Wao persigue resarcir las víctimas de la modernización, lo cual supone inscribir en el archivo de la nación los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la modernización y restituir la historicidad del subalterno racializado. Conlleva igualmente dignificar y brindar densidad estética a la historicidad silenciada: hacerlas objeto de innovación estética, de complejidad y sofisticación artísticas y literarias. Y, como he argumentado, subvertir la ontología identitaria de la nación moderna para reivindicar la singularidad de los sujetos y de los circuitos relacionales subalternos. A pesar de dichas pretensiones y debido a la repulsión discursiva de la racionalidad moderna, los autores reinciden en lo que Best y Hartman llaman “black noise”: “political aspirations that are inaudible and illegible within the prevailing formulas of political rationality . . . because they are so wildly utopian and derelict to capitalism” (9). Es por tanto acuciante y perentorio explorar propuestas estéticas antagónicas y evasivas de la racionalidad dominante.
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La exploración estética de Santos y Díaz se expresa a través de la poética de la relación, la cual enaltece las posiciones subjetivas negadas por la modernidad, exalta lo fluido, transitorio y variable, trama redes aleatorias de singularidades, y reniega de la racionalidad moderna, el poder soberano y los proyectos totalizantes. Glissant designa espacios identitarios que se desarrollan de manera reticulada y relacional, “produced in the chaotic network of Relation and not in the hidden violence of filiation; does not devise any legitimacy as its guarantee of entitlement, but circulates, newly extended” (144). Vinculo la propuesta de Glissant con la figura de la multitud que para Virno designa: “aquello que no se hizo apto para convertirse en pueblo . . . una regurgitación del ‘estado natural’ en la sociedad civil” (Gramática 23)13. Nuestra Señora desdeña la soberanía moderna y repudia el patriarcado, al tiempo que celebra la experiencia clandestina, entroniza a la mujer negra y reconoce las pulsiones entre los órdenes socio-‐culturales de su país y las redes vinculadas a otros espacios. Aunque el asesinato de Luberza marca la conflagración entre elite y subalterno, su sepelio sitúa a Roberto y a Luis Arsenio, el heredero de Isabel y el hijo legítimo de su antiguo amante, ejerciendo como hermanos, para simbolizar la posible conciliación de sus herencias. Nuestra Señora significa la identidad en relación en la heterogeneidad racial y social de los prostíbulos, en las familias sustitutas. Retrata también los espacios que albergan encuentros sexuales precarios: prostíbulos, cuartos de servicio y terrenos baldíos, donde el poder soberano no interviene. Incide en la poética de la relación en su estilo literario y en su innovación tropológica. Transgrede la racionalidad del proyecto moderno en el fluir verbal de la narración, en su estructura rizomática y en los rezos
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heterodoxos de las mujeres vejadas, así como en el fluir de los ríos Portugués, Schuyckill y Delaware, en el flujo menstrual de las prostitutas, en el sudor y la lubricidad de los amantes, en sus fluidos genitales y en demás humores corporales que la voz narrativa evoca. En Oscar Wao, aparecen diversas entidades quiméricas: la mangosta, según el narrador, “one of the great unstable particles of the Universe. . . . an enemy of kingly chariots, chains, and hierarchies. Believed to be an ally of Man” (151), y la cual interviene para rescatar a Beli de una muerte segura; el sujeto sin rostro, una figura tremebunda que atestigua varias agresiones y que figura como otro personaje en varios cuentos de Díaz; y el Watcher, alterego recurrente de la voz narrativa, homólogo de Uatu the Watcher, en torno al cual una nota explica que “it’s hard as a Third Worlder not to feel a certain amount of affinity for [him]; he resides in the hidden Blue Area of the Moon and we DarkZoners reside (to quote Glissant) on ‘la face cachée de la Terre’” (92). Estas referencias, y otras que abundan, cifran el componente negativo de los proyectos modernos, e indican el potencial subversivo que el totalitarismo no puede disipar. Para Díaz, los lances románticos, la hospitalidad subrepticia, la bondad con el desconocido y la amistad encarnan el potencial subversivo de lo relacional. Sin embargo, estas instancias no buscan suplantar el poder, ni desafiarlo rectamente. Se atienen a celebrar la co-‐ presencia de singularidades cualesquiera, fuera del poder. La figura de la mangosta que simboliza la posibilidad de emancipación, la solidaridad con los dueños de un restaurante chino donde trabaja Beli en su juventud, la relación amorosa de Oscar con una prostituta dominicana repatriada luego de años de
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misión sexual en España, la amistad imperecedera del protagonista y Junior, el legado de Oscar que pasa a Isis, hija de Lola, aluden al potencial emancipador del subalterno racializado, entrañan una noción de futuro sin teleología, sugieren eludir el dominio de la soberanía moderna y el reino de la razón instrumental. En estos espacios tampoco hay lucro, ni plusvalía, en tanto que sitúan instancias de postrabajo, de hospitalidad incondicional como sugieren Levinas y Derrida. Conclusión Es claro que Santos y Díaz vislumbran en esta alternancia con el poder la posibilidad de desmontar la violencia sistémica, “truth-‐without-‐meaning” que menciona Žižek. Y vislumbran allí circuitos de agencialidad subalterna que no pueden ser subordinados al proyecto moderno. Santos y Díaz buscan instaurar una poética que visibilice la virulencia de la soberanía moderna, la corrupción de los estados y la iniquidad del capital global mientras componen una tropología que puntualiza espacios de resistencia donde se contravienen los diseños del poder. Aunque este ensayo propone que la violencia es una de las claves básicas para discutir los textos y que impera revelar la conflagración que los discursos nacionales ocultan en su afán de reclamar la victoria del proyecto moderno, insisto en destacar que la perspectiva del subalterno se dignifica y restituye en las novelas, y que su arquitectura estética devela la proliferación de circuitos agenciales y de resistencia, los cuales en última instancia conllevan el resarcimiento estético del subalterno racializado. Para Santos y Díaz impera por tanto construir espacios de memoria alternativa, reivindicar la historicidad del subalterno racializado y exaltar su agencialidad, contradecir el imperio racional de la modernidad y el éxito de la
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modernidad en épocas de paz, y resarcir las víctimas de la modernización puertorriqueña y dominicana.
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El presente ensayo elabora temas que he discutido en varias ponencias y un ensayo incluido en Lección errante: Mayra Santos-‐Febres y el Caribe contemporáneo. Agradezco los lúcidos comentarios sobre este proyecto que hicieron Anne Lambright, Ángel A. Rivera, Juan Pablo Rivera, las/os alumnas/os de mi seminario graduado sobre “Guerra, literatura y modernidad en Latinoamérica” y de los evaluadores anónimos de Chasqui. 2 Comprendo la modernidad como un proyecto que inicia en 1492 que acarrea numerosas reconfiguraciones epistemológicas y ontológicas globales. Ver Appadurai, Modernity at Large; Dussel, 1492: el encubrimiento del otro; Mignolo, The Darker Side of the Renaissance; Quijano, Modernidad, identidad y utopía en América Latina. 3 Ver el ensayo de Osorio Vargas en la bibliografía para un repaso de la bibliografía crítica sobre la novela historiográfica latinoamericana. 4 Al hablar de pos-‐conflicto en este ensayo sugiero que las obras dan sentido de conflicto bélico a la época de modernización, cuyas secuelas sociales y culturales son típicas de eventos bélicos. 5 Achille Mbembe establece que “race has been the ever present shadow in Western political thought and practice, especially when it comes to imagining the inhumanity of, or rule over,
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foreign peoples.” Alude a Foucault cuando asevera que “in the economy of biopower, the function of racism is to regulate the distribution of death and to make possible the murderous functions of the state” (17). Ver también Paul Gilroy, The Black Atlantic: Modernity and Double Consciousness. 6 Faisal Mohamed propone que la estética de lo conmovedor (poignancy) “prompts us to imagine human others in their physical and spiritual dynamics” y vehicula “an immanental view of justice . . . a call to ethical action in its responsiveness to demands for justice arising from subaltern individuals and collectivities” (144). 7 Para Ramón Saldívar la parábasis en textos racializados: “transports us beyond historical contingencies . . . into the realms of twenty-‐first-‐century structures of fantasy . . . exerting force against the realist imagination. . . . It creates a set of perpetually self-‐escalating acts of ironic consciousness . . . that does not allow us to return to the Real—historical, political, magical, postmodern, or otherwise” (581-‐82). 8 La vida de Luberza ha sido tratada en los relatos “Cuando las mujeres quieren a los hombres” de Rosario Ferré y “La última plena que bailó Luberza” de Manuel Ramos Otero, y la película Life of Sin—guión, Emilio Díaz Valcárcel; dirección, Luis López Neris; actuación, Raúl Juliá, Maruja Más, José Ferrer y Miguel Ángel Suárez. 9 Rubén Ríos Ávila subraya la carencia ontológica que elabora Nuestra Señora: los herederos de la modernización “son . . . los hijos de la Gran Puta que nos legaron el Puerto Rico de hoy. . . . tal parece que nosotros somos sus herederos, nosotros… y una persona más (77). 10 Si bien no quedo convencido de que el manuscrito encontrado sea la novela misma en su totalidad, como sugieren varios críticos como Saldívar y Hanna—esta hipótesis no explica numerosas secciones de la trama que ocurren antes de la vida del protagonista y cuya ocultación se insinúa como la causa del fukú, la maldición de la familia—importa notar el guiño de Junot Díaz a la crítica literaria, lo cual es característica perspicua de su escritura. 11 El ejercicio de la soberanía moderna estriba “in the power and the capacity to dictate who may live and who must die” (11), establece vínculos “between modernity and terror” (18) y articula su máxima autoridad en la capacidad de subyugar la vida a lo que él llama necropolítica y necropoder para referirse a los modos contemporáneos en los que la violencia se repliega “in the interest of maximum destruction of persons and the creation of death-‐worlds, new and unique forms of social existence in which vast populations are subjected to conditions of life conferring upon them the status of living dead” (énfasis en el original, Mbembe 40). 12 Cabe señalar que el tema de la esterilización femenina en Puerto Rico ha sido motivo de varios estudios notables. Me limito a señalar los trabajos de Yamila Azize y Luis A. Avilés, Laura Briggs y Bonnie Mass en la bibliografía, así como el ineludible documental de Ana María García, La operación (1982). 13 La crítica a las identidades nacionales, insinúa otra de orden ontológico, la cual desecha la primacía de los espacios identitarios y prioriza la ética. En The Century, Alain Badiou propone que reducir la significancia de las diferencias identitarias conduce a la identificación ética: “to exhibit as a real point, not the destruction of reality but minimal difference. To purify reality, not in order to annihilate it at its surface, but to subtract it from its apparent unity so as to detect within it the minuscule difference, the vanishing term that constitutes it” (65). Por su parte, Levinas defiende la sustitución como fundamento de la subjetividad, cuya base se haya en el tropo “the-‐one-‐for-‐ the-‐other”(100). En la indagación ética, privilegiada por encima de la ontología, encontramos una crítica al nacionalismo, a la violencia en contra del otro y al privilegio de la identidad. Ver en la bibliografía Jacques Derrida, El monolingüismo del otro; Jean-‐Luc Nancy, The Inopperative Community; y Paolo Virno, Gramática de la multitud.
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