Limpieza y contaminación en la Villa de Madrid durante la Edad Media: casas de baño y tenerías

May 25, 2017 | Autor: Josemi Lorenzo | Categoría: Medieval History, Water, Sanitation, and Hygiene, Madrid, Historia de Madrid
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Descripción

DAVID ALEGRÍA SUESCUN

En la figura 1 se representa un oficial transportando zumaque en una espuerta para cocerlo en la caldera. En la fig. 2 aparecen dos ~ficiales volteando la seda en el baño de zumaque, para después tmtarlo de negro y enfriarlo (fig. 3). La fig. 4 trata de un tintorero dando jabón a la seda en negro después de lavada y posterior lavado por parte de dos compañeros. Finalmente, la fig. 5 representa a dos oficiales tendiendo la mencionada seda en negro, colocándola en la mesa contigua

LIMPIEZA Y CONTAMINACIÓN EN LA VILLA DE MADRID DURANTE LA EDAD MEDIA: CASAS DE BAÑO Y TENERÍAS

Laura Burguete Ors Josemi Lorenzo Arribas Universidad Complutense de Madrid

Las ciudades medievales tienen hoy fama de sucias. Lo que podía ser una mera impresión asentada en un diferente concepto de la higiene y la salubridad, cuyo desarrollo viene impulsado por las ideas ilustradas, tiene, no obstante, contrastación múltiple en las propias fuentes documentales de la época. Es decir, los contemporáneos también salificaron de sucias muchas de las ciudades que transitaron, siendo una vez más la literatura de viajes una buena fuente para extraer información relativa a este particular. Pero para que una ciudad se considere sucia previamente ha de existir la primera realidad que nombramos: un asentamiento urbano. Sabido es que su desarrollo comit~nza en Europa a partir del siglo XII, coadyuvando a ello muchos factores bien estudiados, que no viene al caso tratar aquí, pero que en. muchas ocasiones producen abigarrados centros demográficos que crecieron rápida y desordenadamente donde con_. vive no sólo una heterogénea población, que comprende todos los grupos sociales sin excepción, sino los más variados oficios y µsos del suelo. Si toda actividad propia de un ser vivo produce desperdi-

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Agua y sistemas hidráulicos en la Edad Media Hispana (2003), C. Segura coord. Madrid, 206 pp. ISBN 84-87090-30-3

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cios, la manufactura masiva o la producción industrial de bienes y objetos los multiplica. De cara a la sociedad que genera ese tipo de residuos su incidencia en el mediÜ ambiente se revela no problemática cuando• 1a relación espacio habitado/producción de basuras es favorable al primer parámetro. En la sociedad medieval, por ejemplo, el medio rural absorbe sin grandes problemas la evacuación de la contaminación humana. Pero la proporción se invierte drásticamente cuando consideramos el medio urbano. El espacio urbano, habitualmente constreñido por una cerca, una muralla o un elemento geofísico se mostró insuficiente para eliminar de manera natural tanta suciedad y permitir una vida sin molestias desconocidas previamente. Por lo tanto, la gestión de los residuos urbanos comenzó a preocupar a los responsables municipales, y la expresión de dicha inquietud produjo las cada vez más frecuentes normativas tendentes a regular y planificar la eliminación de dicha suciedad. Lógicamente este proceso obedece a distintas cronologías según los diferentes modelos de ciudad que se fueron conformando, y dependiendo de variadísimos factores, pero su arranque difiere en poco tiempo al nacimiento de lo que hoy entendemos por ciudad. Si bien en un principio la intervención oficial ante los variados y desagradables vertidos respondió a demandas particulares, quejas de usuarios de un río aguas abajo de un foco que lo contaminaba, protestas por la insalubridad de una calle ante la actuación de otros vecinos ... , pronto llegarán ordenanzas y reglamentos de carácter más abstracto y general. ¿Qué podemos decir de Madrid? En 1570, cuando la Villa era la capital del Imperio, el· diagnóstico. de un viajero, L. Wyts, no puede ser más rotundo. A su parecer nuestra población era "la más sucia y puerca de todas las de España" (BLASCO, 1998: 22. Esta autora contradice susodicho testimonio: BLASCO, 2000: 375). Si consideramos la industria de las tenerías no tendremos· problemas mayores en suscribir el juicio condenatorio del viajero, pero estas manifestaciones, producidas por una mirada subjetiva, frecuentemente hiperbólica, aunque no por ello desacertada, y en fecha tan tardía no 'han de ser tomadas sin considerar también otros referentes, como por ejemplo el que nos va a ocupar gran parte de estas páginas: la práctica bañística que madrileñas y madrileños desarrollaron desde casi la fundación del emplazamiento sobre las terrazas del Manzanares hasta el final del periodo que llamamos medieval. En este capítulo trataremos de los baños madrileños o, mejor dicho,• del único baño público medieval que existió, tema absolutamente abandonado por la bibliografía, y terminaremos con las tene-

rías, industrias dedicadas al curtido de pieles, sumamente contaminantes y mejorrepresentadas·en la Villa, razón que tampoco habastado para disfrutar de estudios exhaustivos. La casi absoluta carencia de monografías sobre la costumbre premoderna del baño aconseja una pequeña introducción sobre esta institución, sólo privatizada en su vertiente higiénica en el siglo XX.

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l. Baños 1.1. Los baños en las ciudades medievales Los precedentes obvios e inmediatos de la práctica bañística medieval la encontramos en Roma, pero los musulmanes acogen esa tradición de una manera tan acusada que casi le imprimen sello de autoría. De hecho, Isidoro de Sevilla incluye los baños "balnea" en su tipología .de edificios públicos, por más que la referencia es más etimológica y grecolatina que documental, sin demasiada encarnación en la realidad visigoda (Etimologías, XV-2-40). Por tanto, y a pesar de sus precedentes latinos, no debemos menospreciar la influencia de la cultura bañística andalusí a la hora de juzgar los modelos en los que se basaron las ciudades de la Península Ibérica, y no sólo de una manera evidente en las ciudades bajo control musulmán, sino también en las que progresivamente se fueron cristianizando (AZUAR, 1989). Al referirnos a baños en este trabajo aludimos a los establecimientos bañeros de uso público, al margen de su titularidad jurídica, y dejando a un lado las prácticas bafiísticas en los interiores privados de las mansiones pudientes o de los monasterios, herederos directos de la .cultura romana del. baño. Aquellos servicios no sólo fueron utilizados en la Edad Meá.ia por las tres distintas confesiones sino que además compartieron las mismas instalaciones en aquellas ciudades donde convivían habitantes de distinto credo. Bien es cierto· también que si el baño para la cristiandad era una ocasión para salubridad e higiene, en la mentalidad judía y principalmente musulmana hemos de añadir el factcir religioso, que incluye las abluciones, el "hammam" (AZUAR 1989: 33-43; BERGES, 1989). En cualquier caso, para toda la sociedad ir a los baños públicos también tenía una función social innegable, que en Madrid tuvo continuidad hasta el mismo siglo XX. Cuando los baños eran concejiles, su uso aparece de vez en cuando regulado en los fueros respectivos de las poblaciones, deno89

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tando con ello también su importancia, como por ejemplo en Calatayud, Usagre, Cáceres, Sepúlveda, Cuenca, Zorita de los Canes, Iznatoraf, Brihuega, Alcaraz, Murcia (RUIZ-MORENO, 1945: 153; SANTO TOMÁS, 1998: 29), si bien, como veremos un poco más abajo, la titularidad podía ser eclesiástica, regular o secular, o simplemente podían gozar de los beneficios e?onómicos de su explotación, como el cabildo de Sigüenza, a qmen, fueron a parar la mitad de las rentas de los baños en 1144 (GONZALEZ, 1975: 263), sumando los baños a otro tipo de inmuebles relacionados con el agua: aceñas, molinos, batanes, lavaderos, el madrileño monast~rio de San Jerónimo poseyó uno sobre el Manzanares a finales del siglo XV, susceptible de ser explotado económicamente. . . Pero muy pocas instalaciones públicas de baños han subsistido desde la Edad Media de un modo reconocible. A pesar de su ubicación usual en posiciones excéntricas a las urbes, el crecimie~to de éstas, la no suntuosidad cuando no lo efímero de sus construcciones todavía a finales del siglo XIX las casas de baño ribereñas del Ma~zanares estaban compuestas de toldos y lonas, su reconversión cuando se hallaban intramuros ... , ha provocado que sólo se hayan conservado en buenas condiciones los excepcionales baños palaciegos, privados por tanto, 9omo los mudéjares construi?os amediad~s del siglo XIV por Alfonso XI para Leonor de Guzman en el palac10 real de Tordesillas· los baños musulmanes de Jaén, o de Córdoba. Finalmente,' en las ciudades donde convivían varias comunidades religiosas se solían compartir los baños públicos, pero m~nte­ niendo una estricta separación no .sólo por razón de sexo, las mujeres unos días y otros los varones, sino también en función del credo. Una distribución habitual fue destinar los baños martes, jueves Y sábados para los varones, y para las mujeres, lunes y mié~coles: L~s viernes y los domingos quedaban así para la comumdad JUdia (MENÉNDEZ PIDAL, 1986: 132).

en otras ciudades, insuficiencia que no sería privativa de su etapa precapitalina, sino que la Villa arrastraría siempre este déficit. No es improbable, por tanto, que el uso de los baños públicos en el Madrid medieval cristiano, que es la época en que la información comienza a multiplicarse, fuese un tanto limitado y no una práctica realmente habitual. El recurso al río local, el Manzanares en nuestro caso, no explica la escasez de tradición en este tipo de establecimientos, porque los documentos que demuestran su uso estival como lugar de baños de la población que, buenamente decidía bajar hasta el río con ese fin, son muy tardíos, y las primeras casas de baños ribereñas no se instalan hasta el siglo XVIII. Por si fuera poco, la proverbial falta de caudal de este cauce, llamado Guadarrama en la Edad Media, desanimaba a los más decididos. A principios del siglo XVII, Luis Vélez de Guevara explica apresuradamente, nada más comenzar El diablo cojuelo como "el río de Manzanares [... ]se llama río porque se ríe de los que van a bañarse en él, no teniendo agua; que solamente tiene regada la arena". Pero al menos, a pesar de salir del río "fregados más. de la arena que limpios del agua", testimonia una práctica huidiza de aparecer en registros oficiales, favorecida por la espontaneidad de la misma, la lejanía del río respecto de la población y las escasas consecuencias de la acción, las márgenes estaban escasamente pobladas y el baño personal no es una actividad que fácilmente produzca daños a terceros, pero una práctica que no hay razón para dudar de no arrancar de la Edad Media. Descartado el río como lugar dotado y habilitado para un uso continuado de baño, la vecindad madrileña habría de bañarse en los tradicionales establecimientos públicos pensados para tal fin. Al contrario que en otras poblaciones, nada dice el fuero de ellos y su tímida aparición documental viene determinada como referencia topográfica. Nos indica ql!e debía ser un sitio bien conocido por la población madrileña medieval, aun tiempo después de que quedase arruinado el lugar para el efecto al que fue construido, ya que las escasas menciones que a ellos aluden demuestran el conocimiento de la actividad en el pasado y su desuso contemporáneo. Los baños más antiguos de Madrid sólo existieron en las fantasías etimológicas de Quintana y quienes le siguieron, cuando interpretó el topónimo Valnadú (o Balnadú), que dio nombre a una de las puertas más importantes del primer recinto murado, como derivado de "Balnea duo", es decir, dos baños (LANDA GOÑI, 1986: 84). Aunque técnicamente no pudo ser imposible esta hipótesis por el buen emplazamiento de dicho acceso, cercano a la actual calle Arenal por donde circulaba

1.2. Lqs baños en Madrid Muy 2oco se puede afirmar sobre los baños madrileños medievales, habida cuenta de una parquedad documental que se.dobla de su correspondiente silencio historiográfico (los dos artículos monográficos de SIMÓN PALMER, 1975, y ANDURA, 1983. comienzan en el siglo XVII. Dos páginas sól
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