Laurencia e Isabel: dos mujeres deshonradas del teatro del Siglo de Oro, dos aproximaciones al honor y la justicia

September 8, 2017 | Autor: M. Castro Rodríguez | Categoría: Lope de Vega, Pedro Calderon De La Barca, Teatro del Siglo de Oro
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Descripción

María Luisa Castro Rodríguez

Laurencia e Isabel: dos mujeres deshonradas del teatro del Siglo de Oro, dos aproximaciones al honor y la justicia ¡Mal haya el hombre, mal haya el hombre, que solicita por fuerza ganar un alma! (Calderón, 1956-1958) 1

El tema del honor es uno de los más utilizados por los dramaturgos para construir sus obras, ya lo aconsejaba Lope en el Arte Nuevo “los casos de la honra son mejores, porque mueven con fuerza a toda gente” (Vega, Arte nuevo, 327-328). En el caso de las obras que analizaremos a continuación: Fuente Ovejuna del Fénix y El garrote más bien dado o El alcalde de Zalamea2 de Calderón se trata este tema, presentado en la violación de una villana a manos de un personaje poderoso, el Comendador Fernán Gómez en el primer caso y el capitán don Álvaro, en el segundo. Analizaré, en primer lugar, la configuración de los personajes femeninos cuya honra les será arrebatada, así como la reacción que cada uno de ellos tiene ante la afrenta. Con esto, así como con ciertos aspectos de los personajes masculinos que los rodean, en particular la figura del padre, espero poder describir la manera en que cada uno de estos autores presenta el tema del honor y la justicia que van asociados a la pérdida de la honra y la restauración de ésta. Lo primero que salta a la vista al comparar a Laurencia e Isabel es la gran diferencia que existe entre la participación de una y otra en la obra; mientras Laurencia aparece en escena desde el inicio del drama y hasta el final de éste, Isabel aparece en unas pocas escenas y su participación sólo se reviste de fuerza dramática al principio de la tercera jornada cuando se lamenta de su deshonra. De aquí que podamos decir que el personaje de

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Cito las obras por número de verso. A partir de aquí: El alcalde.

Laurencia es un personaje activo, que habla y actúa, mientras que Isabel es un personaje pasivo alrededor del cual sucede la acción pero que en realidad no muestra un marcado protagonismo en ella. Podemos ver esto ya desde la manera en que se introducen los personajes en el texto, pues a Isabel se le presenta como objeto de posesión haciendo énfasis en su hermosura y en la subordinación del personaje femenino a la figura masculina del padre. El Sargento es el primero en mencionar a Isabel cuando le dice al Capitán que se hospedará en casa de Pedro Crespo: Sargento: Dicen que esta es la mejor casa del lugar, señor; y si va a decir verdad, yo la escogí para ti, no tanto porque lo sea, como porque en Zalamea no hay tan bella mujer... Don Álvaro: Di Sargento: como una hija suya. (Calderón, 174-181)

Laurencia, en cambio, aparece en el texto por su propia voz, es el primer personaje que habla en Fuente Ovejuna, y se hace énfasis en su fuerza y la defensa que manifiesta de sí misma: Laurencia: ¡Mas que nunca acá volviera! Pascuala: Pues, a la he, que pensé que cuando te lo conté, más pesadumbre te diera. Laurencia: ¡Plega al cielo que jamás le vea en Fuente Ovejuna! Pascuala: Yo, Laurencia, he visto alguna tan brava, y pienso que más; y tenía el corazón brando como una manteca. Laurencia: Pues ¿hay encina tan seca como esta mi condición? Pascuala: ¡Anda ya! Que nadie diga: de esta agua no beberé. Laurencia: ¡Voto al sol que lo diré, aunque el mundo me desdiga! (Vega, Fuente Ovejuna, 173-188)

Una similitud importante, sin embargo, que presentan ambas mujeres, es el desdén que muestran en cuanto al amor y los hombres, factor que favorecerá la fuerza de la ofensa que llevarán a cabo los personajes poderosos al final de la segunda jornada en ambas obras.

En el caso de Isabel, este desdén se muestra en su primera aparición en escena, con la queja que hace de las pretensiones de don Mendo: Isabel: No me mandes, que a la ventana me ponga, estando ese hombre en la calle, Inés, pues ya, en cuánto el verle en ella me ofende, sabes. (Calderón, 356-360)

sin embargo, no se hace mayor alusión a esta indiferencia de Isabel por los hombres y el amor. En el caso de Laurencia, como se desprende de la fuerza de carácter que muestra, como vimos, desde el inicio, el tema se toca en reiteradas ocasiones, y este desprecio se muestra por el Comendador: Laurencia: Pues en vano es lo que ves, porque ha que me sigue un mes, y todo, Pascual[a], en vano. Aquel Flores, su alcahuete, y Ortuño, aquel socarrón, me mostraron un jubón, una sarta y un copete. Dijéronme tantas cosas de Fernando, su señor, que me pusieron temor; mas no serán poderosas para contrastar mi pecho. (Lope, Fuente Ovejuna, 198-209)

por Frondoso, que la pretende con intenciones de matrimonio: Laurencia: A medio torcer los paños, quise, atrevido Frondoso, para no dar que decir, desviarme del arroyo; decir a tus demasías que murmura el pueblo todo, que me miras y te miro, y todos nos traen sobre ojo. Y como tú eres zagal de los que huellan brioso y, excediendo a los demás, vistes bizarro y costoso, en todo el lugar no hay moza o mozo en el prado o soto, que no se afirme diciendo que ya para en uno somos; y esperan todos el día que el sacristán Juan Chamorro nos eche de la tribuna, en dejando los piporros.

Y mejor sus trojes vean de rubio trigo en agosto atestadas y colmadas y sus tinajas de mosto, que tal imaginación me ha llegado a dar enojo: ni me desvela ni aflige, ni en ella el cuidado pongo. (Lope, Fuente Ovejuna, 723-750)

y por el amor, como concepto abstracto disociado de cualquier persona específica: “Barrildo: Que no hay amor. / Laurencia: Generalmente, es rigor” (Lope, Fuente Ovejuna, 366-367); “Mengo: ¿Amas tú? / Laurencia: Mi propio honor” (435). Ahora bien, antes de entrar en el momento de la afrenta y la deshonra de las villanas, detengámonos un momento en la relación que éstas tienen con sus padres, los cuales, como veremos se presentan también de manera opuesta y en complemento de la personalidad de sus hijas, pues mientras Pedro Crespo, padre de Isabel, se nos muestra como un personaje activo, dominante y de gran fuerza; Esteban; padre de Laurencia, apenas aparece y sólo lo hace en relación directa con su hija y el acoso a que el Comendador la tiene sometida. Habría mucho que decir sobre estos personajes, en particular sobre la figura de Pedro Crespo, sin embargo, me centraré solamente en la relación padre-hija que es lo que interesa ahora para los propósitos de este trabajo. Ya vimos que a Isabel se la presenta como hija de Pedro Crespo antes de que se introduzca el personaje en escena, en el caso de Fuente Ovejuna sucede al revés pues se introduce a Esteban, uno de los alcaldes, como padre de Laurencia en voz de ésta: “Laurencia: Si los alcaldes entraran, / que de uno soy hija yo, / bien huera entrar; mas si no...” (Lope, Fuente Ovejuna, 607-609). Aquí, se presenta a Esteban como protector de la honra de su hija, ya que ella se ampara en su presencia/ausencia para rechazar al Comendador. Se puede ver esta defensa por parte del padre, cuando el Comendador se acerca a él para pedirle que interceda a su

favor con su hija, a lo que el alcalde responde: “[...] vos, señor, no andáis bien / en hablar tan libremente” (Lope, Fuente Ovejuna, 971-972). Pedro Crespo adoptará este papel cuando, al enterarse de que el capitán viene a hospedarse en su casa, pretende esconder a su hija: Hoy han de venir a casa soldados, y es importante que no te vean. Así, hija, al punto has de retirarte en esos desvanes, donde yo vivía. (Calderón, 535-540)

La defensa que hace Pedro Crespo es mucho más fuerte que la que muestra Esteban y reitera la posesión de Isabel al nombrarla nuevamente su hija: Pedro Crespo: ¿Cómo es eso, caballero? ¿Cuándo pensó mi temor hallaros matando un hombre, os hallo... [...] requebrando una mujer? Muy noble sin duda sois, pues que tan presto se os pasan los enojos. Don Álvaro: Quien nació con obligaciones, debe acudir a ellas; y yo al respeto de esta dama suspendí todo el furor. Pedro Crespo: Isabel es hija mía, y es labradora, señor, que no dama. (Calderón, 721-732)

Es, sin embargo, el intento de Pedro Crespo de esconder a su hija lo que iniciará el deseo de don Álvaro: Don Álvaro: ¿Qué villano no ha sido malicioso? De mí digo, que, si hoy aquí la viera, caso de ella no hiciera; y sólo porque el viejo la ha guardado, deseo, vive Dios, de entrar me ha dado donde está (Calderón, 588-593). Que se verá reforzado por la ya mencionada belleza de la villana: Sargento: ¿Verla una vez solamente a tanto extremo te fuerza? Don Álvaro: ¿Qué más causa había de haber, llegando a verla, que el verla? De una sola vez a incendio

crece una breve pavesa; de una vez sola un abismo fulgúreo volcán revienta; de una vez se enciende el rayo, que destruye cuanto encuentra; de una vez escupe horror la más reformada pieza. De una vez amor ¿qué mucho, fuego de cuatro maneras mina, incendio, pieza y rayo, postre, abrase, asombre y hiera? Sargento: ¿No decías, que villanas nunca tenían belleza? (Calderón, 995-1012)

Vemos, entonces, que lo que mueve a don Álvaro y lo llevará al extremo de robar y forzar a Isabel es la pasión, y se escudará tras “Este fuego, esta pasión / [que] no es amor solo, que es tema, / es ira, es rabia, es furor” (Calderón, 935-937) al momento de cometer el delito. En el caso del Comendador es el poder quien motiva sus acciones, la resistencia de Laurencia ofende su orgullo pues considera que la villana es de su propiedad como todo en la villa que tiene a cargo. Son, como vemos, dos pasiones diferentes, pero el resultado es el mismo, la ofensa es la misma y la consecuencia, como veremos, será la muerte, a pesar de que se ejecutará de muy diversa manera en una y otra obra. Pasemos, pues, al momento del rapto, final de la segunda jornada en ambas obras. En Fuente Ovejuna, sucede justo después de la boda de Laurencia y Frondoso. Esteban pide al Comendador el perdón de Frondoso y Fernán Gómez, quitándole la vara de alcalde lo golpea con ella ante lo que Laurencia dice: “Si le das porque es mi padre, / ¿qué vengas en él de mí?” (Lope, Fuente Ovejuna, 1637-1638). En lo que se muestra una inversión de los papeles padre-hija pues es ella la que defiende al padre, mientras que en el momento en que el Comendador ordena a sus hombres que se la lleven a ella también Esteban tan sólo pide la ayuda de los cielos: “¡Justicia del Cielo baje!” (1641). En contraste, durante el rapto de Isabel, Pedro Crespo intenta defenderla: Como echáis de ver, ¡ah, impíos!, que estoy sin espada, aleves, falsos y traidores! [...]

¿Qué importará, si está muerto mi honor, el quedar yo vivo? ¡Ah, quién tuviera una espada! Cuando sin armas te sigo es imposible. Ya airado a ir por ella me animo. ¡Los he de perder de vista! ¿Qué he de hacer hados esquivos que de cualquier manera es uno solo el peligro? [...] Ya tengo honra, pues ya tengo espada con que seguirlos. Soltad la presa, traidores cobardes, que habéis traído, que he de cobrarla o la vida he de perder. (Calderón, 1729-1751)

Del mismo modo, mientras que, como vimos, Laurencia es quien intenta defender a su padre de los golpes del Comendador, en El alcade Isabel pide la ayuda de Pedro Crespo reafirmando la relación padre-hija, incluso en el momento de mayor tensión dramática. La tercera jornada de El alcalde comienza con la entrada en escena de Isabel, “como llorando” que se lamenta y pide al Sol que no salga y se prolongue la noche para con la oscuridad no ver su desgracia: “Nunca amanezca a mis ojos / la luz hermosa del día, / porque a su sombra no tenga / vergüenza yo de mí misma” (Calderón, 1788-1791). Es, de hecho, en esta interpelación al día, representado en el “mayor planeta” (Calderón, 1800) “de tantas estrellas / primavera fugitiva” (1792-1793), en que se queja de su suerte, culpándola a ella, simbolizada en el astro, de su desgracia, no al verdadero culpable, don Álvaro, como si hará, como veremos, Laurencia: Isabel: [...] ¡Ay de mí, que acosada y perseguida de tantas penas, de tantas ansias, de tanta impías fortunas, contra mi honor se han conjurado tus iras! (Calderón, 1820-1825)

Pasa, entonces, a lamentarse no ya de su propia deshonra, sino de la que ésta acarrea a su padre, pues la mujer, ya sea hija, hermana o esposa, es la depositaria del honor del hombre:3 Si a mi casa determinan volver mis erradas plantas, será dar nueva mancilla a un anciano padre mío, que otro bien, otra alegría no tuvo, sino mirarse en la clara luna limpia de mi honor, que hoy desdichado tan torpe mancha le eclipsa. (Calderón, 1827-1835)

Viene entonces el encuentro con el padre quien, conocedor de su deshonra desea también la muerte: “Vuelve a matarme, / serás piadoso homicida; / que no es piedad, no, dejar / a un desdichado con vida” (Calderón, 1884-1887) Dejemos aquí un momento a Isabel y Pedro y vayamos a Fuente Ovejuna, donde los hombres de la villa están reunidos discutiendo la mejor manera de lidiar con el problema de los abusos del Comendador que tiene a Laurencia y Frondoso en su poder, como dice el propio Esteban que sigue esperando la ayuda divina: “¡Frondoso con prisiones en la torre, / y mi hija Laurencia en tanto aprieto, / si la piedad de Dios no lo socorre…!” (Vega, Fuente Ovejuna, 1655-1657). Esta discusión se interrumpe con la entrada de Laurencia, como lee la acotación, “desmelenada”, recordemos que Isabel, en contraste, entraba “como llorando”. La fuerza que la protagonista de Fuente Ovejuna había mostrado desde el inicio de la obra, llega aquí, tras la afrenta, a su punto climático: Dejadme entrar, que bien puedo, en consejo de los hombres; que bien puede una mujer, si no a dar voto, a dar voces. ¿Conocéisme? (Vega, Fuente Ovejuna, 1712-1716)

Para el tema del honor, cf. Américo Castro. “Algunas observaciones acerca del concepto del honor”. Revista de filología española. (Madrid) 3 (1916): 1-50, 355-386. 3

Ante esta interrogante, Esteban duda en un primer momento: “¡Santo cielo! / ¿No es mi hija?” (Vega, Fuente Ovejuna, 1716-1717), para reconocerla unos versos más adelante: “¡Hija mía!” (1721) a lo que Laurencia responde: “No me nombres tu hija” (1721-1722). Comparemos este encuentro con el que se da entre Isabel y su padre, pues ella sigue amparándose a la protección paterna: “¡Padre y señor! Pedro Crespo: ¡Hija mía!” (Calderón, 1877), mientras Laurencia, como vemos no sólo niega esta protección sino el mismo lazo paternal, debido a que Esteban ha fallado en su deber de protegerla, como ella misma le reclamará al inicio de su discurso. Veamos ahora los discursos de ambas mujeres que, a pesar de la diferencia de tono que se deriva del estado emocional en que cada una llega ante el personaje masculino, hay una serie de similitudes que pueden arrojar luz no sólo sobre estas diferencias, sino sobre la ideología misma que se esconde detrás de la afrenta. Ambos discursos comienzan con la narración del rapto y desde aquí se muestra la diferencia en el carácter de ellos, pues Isabel explica la ruptura del orden partiendo de un escenario idílico bajo la protección de su padre, mientras que Laurencia reclama, como mencionábamos la ausencia de dicha protección, al mismo tiempo Laurencia acusa directamente al Comendador, mientras que Isabel se mantiene en el plano de la indeterminación hablando tan sólo de “embozados” y “traidores”: Isabel: Estaba anoche gozando la seguridad tranquila, que el abrigo de tus canas mis años me prometían, cuando aquellos embozados traidores –que determinan que lo que el honor defiende el atrevimiento rinda– me robaron [...] (Calderón, 1898-1906) Laurencia: [...] dejas que me roben tiranos sin que me vengues, traidores sin que me cobres. Aún no era yo de Frondoso, para que digas que tome, como marido, venganza,

que aquí por tu cuenta corre; que en tanto que de las bodas no haya llegado la noche, del padre y no del marido, la obligación presupone; que en tanto que no me entregan una joya, aunque la compren, no ha de correr por mi cuenta las guardas ni los ladrones. Llevóme de vuestros ojos a su casa Fernán Gómez [...] (Vega, Fuente Ovejuna, 1725-1741)

A continuación ambas usan la misma imagen del lobo que roba el ganado para sintetizar el rapto, pero una vez más Laurencia acusa, ya no sólo a su padre, sino a todos los hombres de la villa de permitir la afrenta: “Isabel: [...] bien así, / como de los pechos quita / carnicero hambriento lobo / a la simple corderilla” (Calderón, 1906-1909); “Laurencia: [...] la oveja al lobo dejáis / como cobardes pastores” (Vega, Fuente Ovejuna, 1742-1743). La misma oposición entre el lamento de Isabel y la ira de Laurencia por la falta de protección se presenta en el fragmento en que ambas relatan la afrenta: Isabel: [...] ¡Qué ruegos, qué sentimientos, ya de humilde, ya de altiva, no le dije! Pero en vano; pues ¡calle aquí la voz mía!, soberbio ¡enmudezca el llanto!, atrevido ¡el pecho gima!, descortés ¡lloren los ojos!, fiero, ¡ensordezca la envidia!, tirano, ¡falte el aliento! osado, ¡luto me vista!..., y si lo que la voz yerra, tal vez el acción explica. De vergüenza cubro el rostro, de empacho lloro ofendida, de rabia tuerzo las manos, el pecho rompo de ira. Entiende tú las acciones, pues no hay voces que lo digan. (Calderón, 1968-1985) Laurencia: [...] ¿Qué dagas no vi en mi pecho? ¡Qué desatinos enormes, qué palabras, qué amenazas, y qué delitos atroces, por rendir mi castidad a sus apetitos torpes!

Mis cabellos, ¿no lo dicen? ¿No se ven aquí los golpes, de la sangre, y las señales? ¿Vosotros sois hombres nobles? ¿Vosotros padres y deudos? ¿Vosotros, que no se os rompen las entrañas de dolor, de verme en tantos dolores? (Vega, Fuente Ovejuna, 1744-1757)

Una importante diferencia entre un discurso y otro, es que Isabel alude a que el capitán don Álvaro pretende excusar su falta escudado, como decíamos, en el amor y la reiteración de palabras como “belleza” y “hermosura” parecen indicar que es ésta la causa de que Isabel inspirara la reacción desmedida del capitán: Isabel: [...] pretendió (¡ay de mí otra vez y otras mil!) con fementidas palabras buscar disculpa a su amor. ¿A quién no admira querer de un instante a otro hacer la ofensa caricia? ¡Mal haya el hombre, mal haya el hombre, que solicita por fuerza, ganar un alma! Pues no advierte, pues no mira, que las victorias de amor no hay trofeo en que consistan, sino en granjear el cariño de la hermosura que estiman; ¡porque querer sin el alma una hermosura ofendida, es querer una belleza, hermosa, pero no viva! (Calderón, 1950-1967)

En cambio, Laurencia, dedica todo su discurso al reclamo ya tantas veces mencionado, y completa la inversión de papeles al decir que será ella quien limpiará su honra al vengar la afrenta y al utilizar elementos propios de cada uno de los sexos – femenino, masculino– para describir al opuesto. Laurencia: [...] ¡Dadme unas armas a mí, pues sois piedras, pues sois bronces, pues sois jaspes, pues sois tigres...! Tigres no, porque feroces siguen quien roba sus hijos, matando los cazadores antes que entren por el mar, y pos sus ondas se arrojen. Liebres cobardes nacistes;

bárbaros sois, no españoles. ¡Gallinas! ¡Vuestras mujeres sufrís que otros hombres gocen! ¡Poneos ruecas en la cinta! ¿Para qué os ceñís estoques? ¡Vive Dios, que he de trazar que solas mujeres cobren la honra, de estos tiranos, la sangre, de estos traidores! ¡Y que os han de tirar piedras, hilanderas, maricones, amujerados, cobardes! ¡Y que mañana os adornen nuestras tocas y basquiñas, solimanes y colores! (Vega, Fuente Ovejuna, 1760-1782)

En contraste, Isabel apela al cielo esperando justicia, como ha hecho, hasta este momento, Esteban en Fuente Ovejuna: Isabel: [...] Baste decir que a las quejas de los vientos repetidas, en que ya no pedía al cielo socorro, sino justicia, salió el alba, [...] (Calderón, 1986-1990)

Y, a diferencia de Laurencia que busca restaurar su honor con la muerte del ofensor, Isabel pide a su padre que restaure la de él con la muerte de ella: Isabel: Tu hija soy, sin honra estoy, y tú libre; solicita con mi muerte tu alabanza, para que de ti se diga, que, por dar vida a tu honor, diste la muerte a tu hija (Calderón, 2062-2067).

Para finalizar, veamos la reacción de los padres tras la narración de la afrenta que las hijas exponen en sus discursos y cómo se da la resolución del conflicto en cada caso. En El alcalde, Pedro Crespo, tras el discurso de Isabel, continúa con la actitud protectora que ha tenido a lo largo de la obra y regresa junto con su hija a su casa. La venganza que pretendía tomar se complica cuando le anuncian que ha sido nombrado alcalde y que debe regresar a la villa para juzgar el caso alrededor del capitán. El primer intento de Pedro por restaurar su honra es humillarse ante don Álvaro y rogarle que se case con Isabel, pero, ante la respuesta negativa de éste, decide apresarlo, juzgarlo y

sentenciarlo a muerte, sentencia que se lleva a cabo de forma inmediata, de manera que nadie tiene oportunidad de detenerla. De esta manera, el recién nombrado alcalde restaura su honor y, en cuanto a Isabel, que ha desaparecido de la escena, decide enviarla a un convento. En el caso de Fuente Ovejuna, Esteban, ante los insultos de Laurencia, responde: Yo, hija, no soy de aquellos que permiten que los nombres con esos títulos viles. Iré solo, si se pone todo el mundo contra mí. (Vega, Fuente Ovejuna, 1794-1798)

y a él se unen los demás hombres de la villa que van a matar al Comendador a la voz de: “¡Mueran tiranos traidores! / ¡Traidores tiranos mueran” (Vega, Fuente Ovejuna, 18131814). Sin embargo, la inversión de papeles no se resuelve del todo, pues, mientras los hombre van a la casa de la Encomienda con la intención de “Ir a matarle sin orden” (1805), Laurencia reúne a las mujeres para “Que puestas todas en orden, / acometamos un hecho / que dé espanto a todo el orbe” (1829-1831) y constituyen, para esto, un ejército, con nombramientos como cabo y alférez, y el remate de la escena en que la propia Laurencia se compara con los grandes héroes épicos: “Que adonde / asiste mi gran valor, / no hay Cides ni Rodamontes” (1845-1847). La honra, entonces, no sólo de Laurencia, sino de la villa toda, se restaura con la muerte de Fernán Gómez. Y la obra concluye con el restablecimiento del orden tras el perdón de los Reyes. Como podemos observar, tras lo dicho, en Fuenteovejunta, la conducta de los personajes masculinos deja vacío el lugar correspondiente a la defensa y restauración del honor, y es lo que lleva a Laurencia – y con ella a todas las mujeres de la villa – a adoptar dicho papel socialmente reservado a los hombre. En el caso de El Alcalde, no se da dicha inversión, ya que Pedro Crespo cumple con su deber de personaje masculino, específicamente de padre, y, por lo tanto, Isabel puede ampararse bajo su protección.

Como vemos, Lope acumula en su obra una serie de transgresiones al código social con, no sólo la muerte del Comendador a manos del pueblo, sino también con la mencionada inversión de papeles. Calderón, por su parte, mantiene inalterado a lo largo de toda la obra, el esquema social, de tal forma que la única “transgresión” que existe: el hecho de que el capitán sea juzgado, sentenciado y ejecutado por un tribunal civil y no uno militar, se excusa con la frase de Pedro Crespo, que después reiterará el rey, dándole autoridad, de: “¿qué importa errar lo menos quien acertó lo demás?” (Calderón, 27102711, 2726-2727). Laurencia e Isabel, como se desprende de lo dicho, representan, no sólo dos tipos de personajes femeninos opuestos, sino que encarnan la manera en que cada uno de los autores estudiados aborda el tema de la pérdida de la honra depositada en la mujer, de las relaciones sociales de su tiempo y de la manera en que se restaura el honor perdido por el abuso de los personajes que pertenecen a la milicia y que, como tales, se ubican en un estamento superior en la escala social con respecto a los villanos que deshonran. Y aquí, discreto senado este trabajo da fin. Sus defectos perdonad.

Obras citadas CALDERÓN DE LA BARCA, Pedro. El alcalde de Zalamea. Ed. Ángel ValbuenaBriones. Madrid: Cátedra, 2005. VEGA, Lope de. Fuente Ovejuna. Ed. Francisco López Estrada. Madrid: Cátedra, 1996. ---. Arte nuevo de hacer comedias. Ed. Enrique García Santo-Tomás. Madrid: Cátedra, 2006.

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