“Las murallas de Zaragoza en la Edad Media”, Recintos amurallados. Actas de las VII Jornadas de Castellología Aragonesa, A.R.C.A., Zaragoza, 2016, pp. 231-266.

July 19, 2017 | Autor: M. Lafuente Gómez | Categoría: Medieval History, Medieval Crown of Aragon, Medieval Warfare, Castles
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Descripción

RECINTOS AMURALLADOS VII Jornadas de Castellología Aragonesa Calatorao, 7, 8 y 9 de noviembre de 2014

ASOCIACIÓN PARA LA RECUPERACIÓN DE LOS CASTILLOS EN ARAGÓN INICIATIVA CULTURAL BARBACANA

Zaragoza, 2016

Jornadas de Castellología Aragonesa (7a . 2014. Calatorao) Actas de las VII Jornadas de Castellología Aragonesa: Recintos amurallados - Zaragoza: Asociación para la Recuperación de los Castillos en Aragón; Iniciativa Cultural Barbacana, 2016. 386 p. : il.; 24 cm. 1. Castillos-Aragón-Congresos y asambleas. I. Título. II. Asociación para la Recuperación de los Castillos en Aragón. 728.81/.82 (460.22)

Editores: Asociación para la Recuperación de los Castillos en Aragón (A.R.C.A.): C/Tte. Gral. Gutiérrez Mellado, 17, local municipal. 50009 Zaragoza. Correo electrónico: [email protected] Página web: www.castillosenaragon.es Iniciativa Cultural Barbacana: C/Murillo, n° 6. 50280 Calatorao (Zaragoza) Correo electrónico: [email protected] Página web: www.calatorao.net Patrocinadores: Asociación para la Recuperación de los Castillos en Aragón (A.R.C.A.) Iniciativa Cultural Barbacana Comarca de Valdejalón Ayuntamiento de Calatorao Gobierno de Aragón. Departamento de Vertebración del Territorio, Movilidad y Vivienda M aquetación: Alvaro Cantos Carnicer Depósito legal: Z-1356-2016 Fotografía portada:Tramo de la muralla de Daroca Fotografías contraportada:Tramo de la muralla de Albarracín. Torre de la muralla de Huesca

ÍNDICE Presentación. Asociación para la Recuperación de los Castillos en Aragón ..11 Presentación. Iniciativa Cultural Barbacana V II Jornadas de Castellología Aragonesa

......................................................12 ..........................................................13

Programa, Comité de Honor y Galardones de las V II Jornadas

....................15

I. PONENCIAS A m ador Ruibal Rodríguez Recintos amurallados en España: 5.000 años de historia .................................. 31 Antonio Jiménez M artínez El sistema defensivo de Albarracín. Su restauración

.........................................93

José M aría Sanz Zaragoza El recinto amurallado de Daroca .........................................................................127 Javier Ibáñez González La muralla de T e ru e l.............................................................................................. 171 Antonio Naval Mas La muralla de la ciudad de Huesca .....................................................................199 M ario Lafuente Gómez Las murallas de Zaragoza en la Edad M e d ia ..................................................... 231 Joaquín Melendo Pomareta Recintos amurallados en la Comunidad de Calatayud

.................................... 267

Valentín M airal La muralla de Jaca ................................................................................................329 II. OTRAS ACTIVIDADES DE LAS V II JORNADAS Mercado de época y actividades familiares ........................................................381 Exposiciones .......................................................................................................... 383

Las murallas de Zaragoza en la Edad Media Mario Lafuente Gómez* (Universidad de Zaragoza)

INTRODUCCIÓN Aunque, por su ubicación y funcionalidad, es evidente que las murallas no constituían un elemento céntrico en el plano de las ciudades medievales, su relevancia en el terreno de lo simbólico hacía de ellas, sin lugar a dudas, un componente central de la identidad urbana. Así lo demuestra el aplomo de aquellos tramos que, con mejor o peor suerte, han sobrevivido a los siglos permitiéndonos intuir, cuando menos, su contundencia y esplendor originales; o la monumentalidad de no pocas de las puertas y torres que antaño sirvieron tanto para acoger como para repeler a propios y extraños, y que hoy, superado el filtro de las siempre imprevisibles políticas urbanísticas y patrimoniales, se han convertido en piezas de museo a gran escala. Pero, sobre todo, de la importancia de la muralla como parte sustancial de la ciudad medieval dan buena cuenta los testimonios de sus contemporáneos, plasmados, por ejemplo, mediante representaciones iconográficas en las que, las más de las veces, una cerca poblada de torres, almenas y merlones bastaba para señalar el rango urbano de una determinada población. * Doctor en Historia. Profesor Ayudante Doctor. Área de Historia Medieval, Departamento de Historia Medieval, Ciencias y Técnicas Historiográficas y Estudios Árabes e Islámicos, Universidad de Zaragoza. Calle Pedro Cerbuna 12, 50009 Zaragoza, España. Correo electrónico: [email protected]. Este trabajo forma parte de la actividad científica desarrollada por el Grupo Consolidado CEMA (Universidad de Zaragoza), dirigido por J. Ángel Sesma Muñoz y financiado por el Gobierno de Aragón y el Fondo Social Europeo (cema.unizar.es); y el Proyecto de Investigación HAR2012-32931 (I+D+i, Ministerio de Economía y Competitividad), cuyo investigador principal es Carlos Laliena Corbera. Quiero agradecer a Carlos Laliena, Guillermo Tomás y Francisco Javier Gutiérrez sus aclaraciones y sugerencias sobre el contenido de este trabajo, de cuyos errores, en cualquier caso, no son responsables.

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Las funciones estrictamente materiales de las murallas explican, en parte, su arraigo en el imaginario colectivo de los hombres y mujeres no sólo de la Edad Media, sino, en general, de todas las culturas con una organización social mínimamente compleja, desde la más temprana Antigüedad hasta los albores de la revolución industrial. Su cometido, ante todo, consistía en proteger a la comunidad de posibles amenazas externas, una necesidad antropológica cuya trascendencia no es difícil de entender. Pero, al mismo tiempo, es preciso tener en cuenta que las murallas han cumplido históricamente una segunda función, más sutil pero también mucho más constante a lo largo del tiempo. En efecto, como toda construcción arquitectónica, una muralla modifica sustancialmente el paisaje sobre el que se asienta, creando un entorno artificial para la vida en sociedad y contribuyendo decisivamente a jerarquizar el espacio y a sus habitantes. Así, tanto las murallas como las fortificaciones anejas a ellas han actuado, siempre y en todo lugar, como instrumentos de encuadramiento social y, por tanto, como un recurso decisivo a la hora de reproducir la estratificación y la desigualdad entre grupos y personas. A lo largo de estas páginas, ofreceremos una síntesis sobre el sentido y las funciones desempeñadas por las murallas de la ciudad de Zaragoza desde finales de la Antigüedad Tardía hasta comienzos de la Edad Moderna, tratando de integrar los aspectos más estrictamente materiales (función poliorcética y soluciones técnicas) con aquellos de tipo más social y/o cultural (control de los muros e implicaciones simbólicas). El eje de nuestra argumentación parte de las tesis más sólidamente consolidadas en el panorama historiográfico reciente, que entienden el desarrollo urbano de Zaragoza en época medieval como un proceso de intervención pragmática sobre el trazado de la ciudad romana de época imperial. Este proceso conllevó, de un lado, el aprovechamiento y la renovación de múltiples espacios y estructuras antiguas, particularmente la muralla de piedra construida entre los siglos I y III, en épocas posteriores (visigótica, islámica y feudal); y, de otro, la adición de elementos originales como consecuencia de las nuevas necesidades urbanísticas, entre los que se encuentra la cerca de tapial y ladrillo levantada a partir de finales del siglo XII, que vino a ampliar sensiblemente el espacio amurallado de la Zaragoza medieval. El elemento de referencia viene determinado, pues, por el recinto murado de época romana, una estructura de planta rectangular destinada a englobar una superficie de, aproximadamente, cuarenta y seis hectáreas, reforzada por cubos cilíndricos y redondeada en sus ángulos perimetrales. Dicha estructura estaba construida en piedra labrada en sillares y contaba con cuatro puertas, una en cada uno de sus lados, en correspondencia directa con los extremos de las vías principales del entramado urbano, esto es, el cardo y el decumano máximos. La operatividad de esta construcción y, asimismo, la solidez de la fábrica inicial (rasgo que subrayan especialmente las crónicas y descripciones geográficas altomedievales) hicieron que los sucesivos poderes que controlaron la ciudad, hasta la Baja Edad Media, optaran por conservar, con muy pocas modificaciones, tanto el trazado como la obra original, incluidos sus cuatro accesos principales.

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Así, el conocido como muro de piedra se convirtió en un elemento emblemático de la ciudad en época visigótica y, sobre todo, durante el dominio islámico, tanto en las fases emiral y califal como en el periodo del reino taifa, cuando las descripciones de autoría musulmana aseguran que las murallas de Zaragoza estaban construidas de plomo y recubiertas de mármol blanco. Con la conquista feudal (1118), el muro de piedra no sólo no perdió su funcionalidad sino que conservó, también, su evidente potencial simbólico, al convertirse en el elemento que distinguía a la población encuadrada en la ciudad que, a partir de entonces, se convirtió en la gran capital de la monarquía aragonesa. La conservación del sentido práctico de la muralla romana se prolongó, de hecho, hasta el tercer cuarto del siglo XIV, cuando todavía el concejo, junto a las parroquias urbanas, desplegaron un ambicioso proyecto de reparación y adecuación de todo su perímetro para proteger a la población en caso de asedio, en el contexto de las guerras que enfrentaron, en aquel periodo, a las Coronas de Aragón y Castilla. Pero la longevidad y, sobre todo, la operatividad de la muralla de piedra no evitó que, durante la expansión demográfica y urbanística de la ciudad, sostenida durante el siglo XIII, se hubiera de levantar una segunda cerca destinada, en este caso, a englobar tanto el núcleo urbano original, de época romana, como todos aquellos arrabales surgidos en sus inmediaciones desde la época andalusí. El pleno

Figura 1. Plano de Zaragoza, donde se distinguen el perímetro del muro de piedra (siglo III) y el trazado del muro de tapial y ladrillo (siglo XIII). Leyenda: 1) Catedral del Salvador; 2) Zuda del rey; 3) Puerta del Puente; 4) Puerta del Toledo; 5) Puerta Cinegia; 6) Puerta de Valencia; 7) Puerta Sancho; 8) Puerta del Portillo; 9) Puerta de Baltax; 10) Puerta de Santa Engracia; 11) Puerta Real; 12) Aljafería; 13) Puerta Quemada. Leyenda propia, sobre una elaboración de Willtron (Licencia Creative Commons 3.0)

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desarrollo de esta construcción se sitúa en el contexto al que nos referíamos en el párrafo anterior, concretamente durante la guerra de los Dos Pedros (1356-1366), cuando, por orden de Pedro IV y bajo la supervisión del consistorio, se actuó sistemáticamente sobre el muro de tapial y ladrillo, conocido hasta entonces, sobre todo, como muro de tierra y, posteriormente, como muro de rejola. La superficie delimitada por la nueva muralla prácticamente triplicaba la acotada por el muro de piedra, aunque incluía tanto espacios urbanizados como amplias zonas de explotación agropecuaria. Su trazado vino determinado por la existencia extramuros de dos grandes barrios de fundación feudal, densamente urbanizados y relativamente bien poblados desde el siglo XIII -San Pablo y San Miguel de los Navarros-, junto a las parroquias de Santa María de Altabás (situada al norte del río Ebro, frente al Puente Mayor) y de Santa Engracia. Igualmente, quedaban protegidas por ella la Judería y la parroquia de Santa María Magdalena, cuyo desarrollo urbanístico las había hecho desbordar, ya desde finales del siglo XIII, el recinto romano original. Con todo, al filo de 1400, las murallas de Zaragoza comenzaron a perder su funcionalidad poliorcética, aunque no por ello desaparecieron del paisaje urbano. El concejo de la ciudad retuvo, de hecho, durante todo el siglo XV la conservación de los muros como una de sus atribuciones fundamentales, que ejercían, regularmente, oficiales especializados. Sin embargo, el alejamiento de amenazas militares efectivas -que no reaparecerían, de hecho, hasta comienzos del siglo XVIII, durante la guerra de Sucesión- y, sobre todo, el imparable desarrollo urbanístico de la gran metrópolis del reino de Aragón en los siglos XV y XVI, hizo que tanto el muro de piedra como buena parte del llamado muro de rejola terminaran siendo integrados en edificios públicos y particulares. 1) LA MURALLA DE CAESARAUGUSTA EN LA ANTIGÜEDAD TARDÍA Caesaraugusta fue fundada en torno al cambio de era, en época de Octavio Augusto (27 a.C.-14 d.C.), en la orilla sur del río Ebro, sobre un trazado regular con un perímetro ortogonal y las esquinas ligeramente achaflanadas para, siguiendo las recomendaciones de Vitrubio, facilitar su defensa en caso de sitio. Sus ejes, constituidos por dos grandes vías públicas, las llamadas cardo y decumano máximos -hoy, calles Jaime I y Manifestación-Mayor, respectivamente- tenían una longitud de 905 por 545 metros, mientras que su superficie total ocupaba entre 44 y 47 hectáreas, es decir, la equivalente a un campamento preparado para albergar a dos legiones. La fortificación de la ciudad, sin embargo, no fue contemporánea a su fundación, sino que se inició algún tiempo después, concretamente a partir del último cuarto del siglo I, cuando se comenzó a levantar la muralla de piedra original para rodear la superficie que acabamos de señalar.1A pesar de ello, no hemos de pensar que todo el recinto murado se encontraba urbanizado en este momento, sino más bien en un poblamiento concentrado en torno a las vías principales y los 1 GUTIÉRREZ GONZÁLEZ (2011-2012).

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espacios de poder, muy especialmente el foro. La baja densidad del poblamiento puede intuirse, además, observando la ubicación intramuros del teatro, un tipo de construcción que, por sus dimensiones y su función, solía situarse fuera de los muros de las ciudades.2 La muralla original contaba con cuatro grandes accesos, situados en los extremos del cardo y del decumano, y orientados hacia los cuatro puntos cardinales, con una ligera inclinación hacia el noreste (aproximadamente 30°) impuesta por el cauce del Ebro.3Tres de estos accesos permanecieron en su ubicación original hasta finales de la Edad Media y, como veremos algo más adelante, recibieron diversos nombres. Se trata de los situados en la zona del actual Mercado Central, en la plaza de la Magdalena y frente al Puente de Piedra. El cuarto debía emplazarse en algún punto próximo al arranque de la calle Jaime I, si bien su localización exacta no ha podido ser fijada por el momento. En su cara exterior, la muralla estaba reforzada por torres de planta semicircular de aproximadamente 8,30 metros de diámetro, peraltadas en su base y con desarrollo ultrasemicircular en altura, que las hacía sobresalir del muro unos 5,50 m. La regularidad de las torres en los tramos de muralla conservados y, sobre todo, las referencias contenidas en las fuentes bajomedievales, han permitido estimar el número total de este tipo de estructuras entre 120 y 200, margen que puede variar en función de la época. La distancia entre las torres responde a un criterio de regularidad -lo cual no significa que sea idéntica en todos los casos- y su longitud media es de 13,20 metros.4 A pesar de que tanto el trazado de la muralla como la mayoría de sus torres conservaron su funcionalidad durante siglos, a día de hoy son muy pocos los restos que pueden identificarse como propios de la etapa inicial. Concretamente, son tres tramos, situados en la parte exterior del monasterio de las canonesas del Santo Sepulcro, en la avenida de Cesaraugusto (junto a la iglesia de San Juan de los Panetes) y en la calle Mártires.5

Figura 2. Tramo noroeste de la muralla romana o muro de piedra, visto desde la Avenida César Augusto. Fotografía propia (8 de mayo de 2015).

2 BETRAN ABADIA (1996): 382-385; ESCUDERO y DE SUS (2003): 393-396. 3 BETRAN ABADIA (1996): 390-391. 4 ESCUDERO y DE SUS (2003): 395; FALCÓN PÉREZ (1997): 13. 5 GUTIÉRREZ GONZÁLEZ (2011-2012); ESCUDERO ESCUDERO (2014).

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Figura 3. Base de uno de los cubos de la muralla romana o muro de piedra, en su tramo noroeste. Fotografía propia (8 de mayo de 2015).

La fábrica de la muralla consistió en la yuxtaposición de dos lienzos, uno de ellos (exterior) de sillería tallada en alabastro y arenisca, y el otro (interior) de opus caementicium, sumando entre ambos un grosor de entre 5 y 7 metros. La oscilación en la anchura de los muros se debe a razones poliorcéticas, ya que es en la cara norte, en paralelo a la defensa natural que constituye el río Ebro, donde hay un menor espesor, si bien en esta zona parece que se prescindió por completo del lienzo de hormigón, levantándose la totalidad de la estructura en sillería. La doble composición de la muralla exigió, a su vez, una doble cimentación, de manera que el lienzo de opus caementicium se asentó sobre una superficie de este mismo material, mientras que la parte de sillería descansaba sobre una base de cantos trabados con cal. Asimismo, los testimonios arqueológicos han permitido estimar la altura de los muros entre 22,80 y 24 m. 6

Figura 4. Base del primero de los cubos (siguiendo el curso del Ebro) del tramo norte del muro de piedra, en la zona del convento del Santo Sepulcro. Fotografía propia (27 de abril de 2015).

6 ESCUDERO y DE SUS (2003): 399-402; GUTIÉRREZ GONZÁLEZ (2011-2012); ESCUDERO ESCUDERO (2014).

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Figura 5. Base del segundo de los cubos (siguiendo el curso del Ebro) del tramo norte del muro de piedra, en la zona del convento del Santo Sepulcro. Fotografía propia (27 de abril de 2015).

Figura 6. Cara interna de la muralla romana de Cesaraugusta, en el tramo noroeste (detalle). Fotografía propia (8 de mayo de 2015).

Figura 7. Cara interna de la muralla romana de Cesaraugusta, en el tramo norte, donde se sitúa el convento del Santo Sepulcro (detalle). Fotografía propia (27 de abril de 2015).

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La disposición urbanística de la época fundacional experimentó algunos cambios significativos durante el Bajo Imperio y también en el periodo de dominio visigótico, que se manifestaron, sobre todo, en el abandono y desmantelamiento progresivo de los grandes edificios cívicos, como el teatro o las diversas construcciones del foro.7 Sin embargo, parece que la muralla de piedra no corrió la misma suerte, sino que, muy al contrario, comenzó entonces su particular peripecia histórica, convirtiéndose en objeto de adaptaciones sucesivas que no alteraron -al menos no sustancialmente- ni el trazado ni la fábrica originales.8Resulta obvio que, mientras el culto y las expresiones cívicas tienden a cambiar con cierta regularidad a lo largo del tiempo, provocando así la reorganización de edificios y lugares, no sucede lo mismo con las prácticas bélicas, mucho más constantes históricamente, de ahí que la sólida muralla romana fuera racionalmente aprovechada por generaciones y culturas posteriores, hasta la Baja Edad Media. En este sentido, cabe señalar que su caso no es, para nada, excepcional, ya que en la Zaragoza altomedieval se han detectado otros fenómenos de continuidad muy significativos. Así, por ejempo, las tres necrópolis musulmanas descubiertas hasta ahora en la ciudad están situadas extramuros (calles de Predicadores y San Agustín, y paseo de la Independencia), junto a tres de sus principales accesos, en los márgenes de las respectivas vías de comunicación y en los mismos solares empleados como cementerios en época romana.9Y lo mismo sucede con el poblamiento periurbano, ya que en muchas de las almunias del periodo islámico excavadas entre 1984 y 1991 se hallaron, bajo su superficie, restos de antiguas villae romanas.10 2) LA MURALLA DE SARAQUSTA: DEL EMIRATO AL REINO TAIFA La conquista de Caesaraugusta por los musulmanes tuvo lugar en 714 y, a partir de entonces, la ciudad se convirtió en la cabecera de la Marca Superior de alAndalus, posición que ocupó durante las épocas emiral (714-929) y califal (929­ 1031), para, ya en el siglo XI, pasar a constituirse como capital de uno de los reinos más importantes de la Península Ibérica. A pesar de que el nuevo poder político iba a transformar profundamente la estructura social, la cultura y el sistema económico precedentes, en lo que respecta a la fisonomía urbana no parece que, al menos incialmente, se produjeran grandes modificaciones, entre otras cosas porque la ciudad, como la mayor parte de los dominios del antiguo reino visigótico, se sometió al Islam sin apenas resistencia.11 Las evidencias de continuidad entre ambos periodos comienzan por el propio nombre de la ciudad, ya que el término árabe Saraqusta no es sino una adaptación

7 HERNANDEZ y BIENES (1998): 35-37. 8 BETRAN ABADIA (1996): 396-398. 9 GALVE y BENAVENTE (1989): 383-384; GALVE y BENAVENTE (1991): 85-89; SOUTO LASALA (1991): 60-62; BETRAN ABADIA (2005): 55-59. 10 AGUAROD, ESCUDERO, GALVE y MOSTALAC (1991): 476. 11 VIGUERA MOLINS (1995): 45-47; CHALMETA GENDRÓN (1999): 15-18.

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del latino Caesaraugusta. Pero además, en lo que respecta al trazado urbano, los investigadores han constatado la conservación de la estructura romana en la zona que actualmente ocupa la basílica del Pilar, donde se instaló, desde 714, el barrio cristiano (mozárabe) de la Zaragoza islámica. Asimismo, en lo que atañe a la muralla, hay constancia de que tanto su trazado como sus accesos principales fueron respetados. Sin embargo, no se puede decir que el caso de Zaragoza sea representativo, al menos en el ámbito del Valle del Ebro, ya que otros grandes núcleos de fundación romana experimentaron profundas transformaciones en su constitución inmediatamente después de la conquista, entre ellos Osca (Huesca) y Turiaso (Tarazona).12 Pero el profundo cambio político y social que supuso la incorporación de Zaragoza a la civilización islámica no podía, evidentemente, pasar desapercibido a nivel urbanístico. Poco a poco, las autoridades locales fueron interviniendo sobre edificios y espacios, dando a la ciudad el aspecto de una auténtica madina. Algunos de estos cambios fueron consecuencia de acontecimientos fortuitos, como la reedificación del ángulo noroeste de la muralla en 827, provocada por una gran avenida del río Ebro que se llevó por delante al menos un lienzo y dos torres.13 Otros se debieron a intervenciones militares, como la encabezada por Abderramán I en el año 784 o la que dirigió personalmente Abderramán III en 935-937, con objeto de someter la sublevación de las autoridades locales.14 Tras la rendición de la ciudad, el califa ordenó destruir toda la parte superior de sus murallas, una medida que equivalía a desarmar, en la práctica, a la población, y que incluía, a su vez, una clara intencionalidad simbólica. En efecto, recortar la altura de muros y torres significaba, en el plano cultural, un serio correctivo frente a la actitud de los zaragozanos, altivos e insolentes a los ojos del califa. De otro lado, en este mismo contexto podría datarse una estructura de época califal situada en el solar del Gran Teatro Fleta, cuyas características permiten identificarla como la cimentación de una torre cuadrangular, tal vez una de las que, según las fuentes escritas, mandó construir el califa para ser utilizadas como plataformas desde las que atacar el recinto urbano.15 Pero las actuaciones más importantes a nivel urbanísitico no se debieron tanto a factores coyunturales como a estrategias adoptadas por los poderes políticos y/o religiosos. Dejando a un lado los edificios de culto, cuyo análisis nos desviaría demasiado de nuestra línea argumental, cabe destacar la construcción de un primer complejo fortificado intramuros, del que se da noticia, precisamente, en la capitulación de Saraqusta ante Abderramán III en 937. Se trata de un alcázar calificado como "viejo" (al-qasr al qadim), que, probablemente, se encontraba en

12 BETRAN ABADIA (1996), 398-400; BETRAN ABADIA (1992): 60-70. 13 CORRAL LAFUENTE (1998): 56; ESCUDERO y DE SUS (2003): 402. 14 ESCUDERO y DE SUS (2003): 398, 403. 15 GUTIÉRREZ GONZÁLEZ (2007): 282.

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la zona del actual palacio arzobispal.16 Mucha mayor relevancia tuvo, sin duda, el edificio denominado zuda o alcazaba, que se situó en el ángulo noroeste de la ciudad y cuya construcción no puede remontarse antes de mediados del siglo IX. Su perímetro estimado abarcaría desde el acceso situado en la zona del actual Mercado Central hasta el lienzo norte de la muralla, abarcando el antiguo convento de San Juan de Jerusalén y la superficie urbana colindante. Este tipo de fortificación, común en el resto de madinas islámicas, servía como sede al poder político y, a la vez, constituía el lugar donde se concentraban los mandos militares. Aunque no nos han llegado restos de su fábrica original -el torreón llamado actualmente de la zuda es del siglo XVI17-, sin duda debía ser una estructura imponente, ya que, con posterioridad a la conquista feudal (1118), la monarquía aragonesa puso especial empeño en conservar la propiedad la parte más próxima a la puerta de la muralla, entregando el resto a la orden militar de San Juan de Jerusalén.18

Figura 8. Tramo noroeste del muro de piedra de Saraqusta, donde se situaba la zuda o alcazaba. En primer término, el Torreón de la Zuda (siglo XVI). Año 1951. Archivo Juan Mora (Archivo Municipal de Zaragoza).

Figura 9. Tramo noroeste del muro de piedra de Saraqusta, donde se situaba la zuda o alcazaba. En primer término, el Torreón de la Zuda (siglo XVI). Fotografía propia (8 de mayo de 2015).

16 CORRAL LAFUENTE (1998): 57. 17 FATAS CABEZA (1977): 311. 18 BETRAN ABADIA (1996): 404-405; BETRAN ABADIA (2005): 39-42.

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Además del alcázar y la zuda, la ciudad de Saraqusta fue dotada de un tercer edificio con funciones a caballo entre fortificación y residencia palaciega, aunque, en esta ocasión, su emplazamiento se encontraba extramuros. Se trata de la Aljafería, una construcción que, inicialmente, surgió en el siglo IX como una fortaleza articulada en torno a una gran torre, en la que todavía hoy pueden reconocerse algunas hiladas de su fábrica original.19 El entorno de la Aljafería era conocido como al-Muzara -de donde proviene el topónimo actual, Almozara- y estaba dedicado a zona de recreo y ejercicios propios de la caballería. Más adelante, en los siglos XI y XII, los reyes de Saraqusta hicieron de la Aljafería su residencia y la dotaron de sus dependencias más representativas, siguiendo el modelo de los grandes palacios cordobeses.20 Como hemos indicado anteriormente, la muralla de piedra de Zaragoza es uno de los elementos que muestran una mayor continuidad entre la Antigüedad Tardía y el periodo de dominio islámico, ya que, más allá de los cambios sufridos en 827 y 935-937, se perpetuaron su trazado, fábrica y rasgos principales. A juzgar por los testimonios escritos, no cabe dudar de la eficacia de las defensas saraqustíes, cuyas contundencia y solidez contribuyeron decisivamente a la idealización de la ciudad por los escritores musulmanes hasta, al menos, la Baja Edad Media.21 Muchas de las referencias y descripciones de Saraqusta que han llegado hasta nosotros coinciden en destacar, por ejemplo, la fábrica de sus muros mediante grandes sillares que, según Muhammad al-Zuhri (Kitab al-Yacrifiyya, obra de mediados del siglo XII) se ensamblaban mediante la técnica del machihembrado y cuyo espesor contrastaba con la ligereza de las casas, construidas en tapial. El citado autor, al igual que Ibn Hayyan y al-Idrisi, destaca también la altura de la muralla que, según él mismo escribió, levantaba hacia el exterior cuarenta codos, pero tan sólo cinco hacia el interior, por lo que todas las casas sobresalían por encima de aquella.22 Con el tiempo, la voluntad de dar fe de la grandeza de Saraqusta llevó a muchos autores a identificarla como "la ciudad blanca" (al-Madinat al-Bayda), alegoría que, en realidad, tiene su origen en una tradición antigua, posiblemente anterior al Islam, y que los autores musulmanes asumieron como propia para ensalzar el prestigio de la ciudad de cara a la posteridad. Así, el primero que empleó esta alegoría para referirse a Zaragoza es al-Idrisi, en una obra redactada con posterioridad a la pérdida de la urbe por el Islam en 1118.23 Otro autor que reproduce este tópico es Alí al-Rusatí, quien, avanzado el siglo XII, aseguraba además que la muralla de Saraqusta estaba "construida con mármol reforzado interiormente con plomo".24 Pero, sin duda, las referencias más fastuosas se encuentran en la obra conocida

19 MARTÍN-BUENO y SÁENZ (1998): t. I, pp. 69-72. 20 MONTANER FRUTOS (1998): 54-64; CABAÑERO y LASA (2004): 19-28. 21 BRAMÓN y SOUTO (1987): 7-8. 22 BETRAN ABADIA (1996): 384, 400-401; BETRAN ABADIA (2005): 39. 23 BRAMÓN y SOUTO (1987): 9-10. 24 BETRAN ABADIA (1996): 404; GONZALBES CRAVIOTO (2008): 185-186.

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como Una descripción anónima de al-Andalus, redactada al filo de 1400, cuando el proceso de idealización del pasado andalusí tanto de Zaragoza como de la mayor parte de la Península Ibérica había alcanzado ya un elevado grado de desarrollo. En esta fuente, las murallas de la ciudad adquieren un especial protagonismo, al atribuírseles no sólo virtudes arquitectónicas y poliorcéticas, sino también toda una serie de poderes mágicos orientados a salvar la vida de la población. Merece la pena reproducir, literalmente, el fragmento donde se da cuenta de todo ello: "Lo maravilloso de la arquitectura de esta ciudad es que está rodeada de un foso cuyo muro está hecho de pumita blanca desbastada, de apariencia marmórea y con los bloques machihembrados; por su parte externa tiene una altura de cuarenta codos, mientras que en su interior se halla al mismo nivel que el suelo. (...) Zaragoza disfruta de un agua magnífica y de un clima extraordinario; no pueden penetrar en ella serpientes, alacranes o víboras sin que mueran al instante: si se coge una víbora o un alacrán vivos y se los introduce en la ciudad, mueren. En ella no se pudre ni se corrompe ningún alimento, se puede encontrar allí trigo de cien años (...) Tampoco se estropean la madera ni la ropa, sea ésta de lana, seda, algodón o lino. En todo al-Andalus no hay otra zona más fructífera, más productiva ni que cuente con mejores alimentos, pues es la región más privilegiada, más fértil y mejor situada (...) ."25

3) LAS MURALLAS DE LA CIUDAD FEUDAL (I): EL MURO DE PIEDRA La incorporación de Zaragoza a la soberanía de la monarquía feudal aragonesa se produjo, mediante capitulación, el 18 de diciembre de 1118. Después de varias tentativas y un prolongado sitio, finalmente, Alfonso I se hizo con el dominio de tan preciada urbe y, en seguida, ésta se convirtió en el centro político, cultural y administrativo de un Estado en claro proceso de expansión.26 La instalación de la sociedad feudal en la ciudad implicó, en primer lugar, la salida de gran parte de la población musulmana precedente, que, en su mayoría, marchó hacia tierras del Islam. Quienes permanecieron, por su parte, fueron obligados por el nuevo poder a concentrarse en uno de los arrabales extramuros, situado en el área suroccidental del recinto originario, concretamente en la zona que hoy ocupan el Paseo de la Independencia, la calle del Coso, la avenida Cesaraugusto y la plaza del Carbón, junto con sus espacios intermedios.27 El resto de la ciudad y, particularmente, el espacio delimitado por la muralla de piedra, quedó a merced de los conquistadores, que, bajo la dirección del propio monarca, desarrollaron un eficaz programa de reparto y control de los diferentes espacios urbanos. La organización del poblamiento cristiano de Zaragoza en los momentos inmediatamente posteriores a la conquista quedó definida a partir de la delimitación

25 MOLINA (1983): t. II, 76-77. 26 LACARRADE MIGUEL (1987) : 88-96; LALIENA CORBERA (1998): 218-227. 27 GUTIÉRREZ GONZÁLEZ (2006): 53-56.

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de trece distritos parroquiales, articulados en torno a otras tantas iglesias que, además de funcionar como lugares de culto, hacían las veces de sedes del poder político y, en no pocos sentidos, también económico.28 El resultado de este proceso denota una evidente continuidad en cuanto a la utilidad y consideración de no pocos de los espacios urbanos, comenzando por la instalación de la sede episcopal zaragozana, la catedral de San Salvador, sobre el solar ocupado por la mezquita aljama y, previamente, por el foro romano. Simultáneamente, el barrio mozárabe se convirtió en la parroquia de Santa María la Mayor, conservándose también su trazado y disposición urbanística. En adelante, ambas parroquias iban a constituir el espacio privilegiado por excelencia de la ciudad feudal, concentrándose en ellas la población más distinguida y convirtiéndose además en sede de importantes manifestaciones cívicas y religiosas.29 Al mismo tiempo, los ejes del antiguo trazado romano, el cardo y decumano, que habían pervivido durante siglos, sirvieron también como referentes para la ubicación de las principales parroquias situadas intramuros.30 Así, tres de ellas se situaron en sus extremos norte, sur y este, junto a los principales accesos a la ciudad. Se trata, respectivamente, de San Juan del Puente, San Gil y Santa María Magdalena. La confluencia entre ambas vías albergó, asimismo, a otras dos parroquias, las de San Jaime o Santiago y, significativamente, la de Santa Cruz. San Felipe, por su parte, se situó en el extremo suroeste del casco urbano. Además, la Judería y otros cinco distritos parroquiales, de menor entidad, se instalaron también en el interior del antiguo casco urbano: San Lorenzo, San Nicolás, San Pedro, San Juan el Viejo y San Andrés. A estas trece parroquias se añadieron, posteriormente, las de San Pablo y San Miguel de los Navarros, durante el siglo XIII, y la de Santa María de Altabás, ya en el siglo XV. Estos tres distritos, junto a la antigua parroquia de Santa Engracia o de las Santas Masas -cuyo entorno era conocido también como Ballestar-, el arrabal suroccidental y una parte del barrio judío, conformaron el poblamiento extramuros de Zaragoza durante el resto de la Edad Media. La instalación de las nuevas estructuras de poblamiento, encuadradas ya plenamente en la sociedad feudal, se manifestó también mediante el aprovechamiento y adaptación del complejo fortificado que el poder islámico había levantado en el extremo noroeste de la ciudad y que, como veíamos en el apartado anterior, recibía el nombre de zuda o alcazaba. A raíz de la conquista feudal, esta construcción quedó dividida en dos espacios diferentes. Uno de ellos, el más próximo a la puerta oriental de la ciudad (zona del actual Mercado Central), pasó a ser propiedad de la monarquía y, por ello, en adelante fue conocido como Zuda del rey. El otro, más próximo al Ebro, incluiría la zona de San Juan de los Panetes, hasta el convento de Santo Domingo, y quedó adscrito al dominio de la orden militar de

28 FALCÓN PÉREZ (2011): 37-42; LOZANO GRACIA (2006): 142-147. 29 FALCÓN PÉREZ, (1998): 87-103. 30 BETRAN ABADIA (1996): 415.

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San Juan de Jerusalén.31 Asimismo, en el otro extremo de la ciudad, siempre en el interior del recinto acotado por el muro de piedra, se encontraba el conocido como Castillo de la Judería, un segundo complejo fortificado cuyo origen es desconocido y que, en la baja Edad Media, tuvo carácter tanto residencial como de fortaleza, además de albergar la cárcel de la aljama.32 Figura 10. Tramo noroeste del muro de piedra de Saraqusta, en su cara interna. Después de la conquista feudal, este tramo del muro y la zuda (fortificación) asentada sobre el mismo quedaron bajo el dominio de la monar­ quía aragonesa. Al fondo, se abría la Puerta de Toledo. Fotografía propia (8 de mayo de 2015).

Todo este dispositivo urbanístico estuvo condicionado por la conservación de la muralla de piedra de origen romano y que los poderes islámicos se habían encargado de mantener, como hemos visto, plenamente operativa. El control de la mayor parte de la muralla -concretamente el tramo que unía los extremos del decumano por el sur- debió pasar poco después de la conquista a manos de las autoridades locales aunque siempre bajo la estricta tutela del rey. Una de las primeras medidas al respecto -común a otras ciudades aragonesas, como Huescaconsistió en la dotación de 1.000 sueldos jaqueses anuales procedentes de las rentas reales, por parte de Alfonso II, en 1162, con objeto de financiar, al menos parcialmente, el mantenimiento del muro.33 No sabemos si, en aquel momento, dicha aportación llegaba a cubrir una parte significativa del coste anual de las obras de la muralla, pero lo cierto es que durante la Baja Edad Media esta cantidad no suponía ya más que una porción prácticamente testimonial. Además, hay constancia que, al menos durante las décadas centrales del siglo XIV, dicha transferencia se suspendió irregularmente en más de una ocasión, lo que provocó airadas quejas por parte de los representantes de la ciudad en las Cortes celebradas en Caspe, Alcañiz y Zaragoza entre 1371 y 1372.34

31 IBÍDEM: 408. 32 FALCÓN PÉREZ (2011): 64-65. 33 SÁNCHEZ CASABÓN (1995): doc. 1. 34 LALIENA CORBERA (2008): 482-483.

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La Zaragoza feudal conservó tres de las cuatro puertas principales abiertas sobre el muro de piedra en la etapa fundacional, concretamente las situadas en los dos extremos del decumano (este-oeste) y aquella que se abría en uno de los extremos del cardo, en la cara norte de la muralla. La situada en la parte sur, sin embargo, no tuvo la continuidad de las anteriores, ya que, en algún momento que está todavía por determinar, fue cerrada, de manera que el acceso principal en este lado de la ciudad hubo de trasladarse a unos 100 m de distancia hacia el oeste. A partir del siglo XII, estas cuatro grandes puertas fueron estrechamente controladas por el poder y exigieron, a su vez, numerosas intervenciones. De su prolongada utilidad y, al mismo tiempo, de las sucesivas actuaciones sobre ellas, dan buena cuenta la cantidad de nombres que recibieron a lo largo no sólo de los siglos medievales, sino también en época moderna. Veamos, a continuación, algunos de los episodios más significativos de sus respectivas trayectorias históricas. Comenzando por el extremo occidental del decumano nos encontramos con la Puerta de Toledo (en la zona del actual Mercado Central), topónimo que aparece documentado por primera vez en 1134 pero que, muy probablemente, existía con anterioridad. Rodeada por la fortaleza conocida como Zuda del rey, a la que nos referíamos más arriba, estaba custodiada por dos grandes torres que, en el siglo XV, servían como cárcel.35 El entorno de esta puerta, en el lado extramuros, se convirtió a partir del siglo XIII en uno de los espacios de sociabilidad y de poder más significativos de la ciudad, ya que allí se ubicó el mercado, se celebraban juegos y espectáculos cívicos y, sobre todo, se ejecutaban las penas judiciales que incluían un mayor componente de ejemplaridad y, por lo tanto, de espectacularidad.36 Entre

Figura 11. Puerta de Toledo. "Zaragoza antigua. La plaza del mer­ cado ". Federico Ruiz, El Museo Universal (17 de febrero de 1867)

35 FALCÓN PÉREZ (2011): 28-29. 36 LOZANO GRACIA (2006b): 169-173

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ellas, cabe destacar la ejecución, con la posterior exhibición pública del cadáver descuartizado, de Bernat de Cabrera, uno de los consejeros más próximos al rey Pedro IV que, tras haber sido declarado culpable del crimen de lesa majestad, fue decapitado públicamente en la plaza del Mercado el 26 de julio de 1364.37 Se conservan numerosas representaciones de la Puerta de Toledo a partir de finales del siglo XVI y hasta 1842, año en que fue derruida.38 En la cara norte de la muralla, orientada hacia el Puente Mayor del río Ebro y flanqueada por dos torres, se situaba la Puerta del Puente. A su alrededor se construyeron, en el siglo XIV, las llamadas Casas del Puente, sede del consistorio, y, a mediados de la centuria siguiente, el edificio de la Diputación del reino. Jaime I cedió el dominio y el portazgo de este acceso al concejo en 1244 y, poco después, en 1257, le entregó también la propiedad del pontazgo cobrado sobre las mercancías que atravesaban el contiguo Puente Mayor. Entre las intervenciones realizadas sobre su fábrica, la más representativa fue la dirigida por Martín de Escanilla en 1492­ 1493, cuando se añadió en su parte superior una talla del Ángel Custodio atribuida a Gil Morlanes. Este detalle hizo que, en adelante y hasta su destrucción en 1868, se conociese a este acceso como Puerta del Ángel.39 La tercera de las puertas principales abiertas sobre la muralla de piedra es la llamada Puerta de Valencia, que se situaba en el lado oriental de aquella a la altura de la actual plaza de la Magdalena. La primera mención conocida a esta puerta data de 1155, aunque, como señalábamos al hablar de la Puerta de Toledo, es muy probable que el topónimo sea muy anterior. Al igual que los dos accesos descritos, la Puerta de Valencia se encontraba encajada entre dos potentes torres, de las que nos han quedado algunos testimonios gráficos de época moderna. El arco superior, que se conservaba todavía entre las viviendas que la

37 LAFUENTE GOMEZ (2012): 14-15. 38 CUARTERO y BOLEA (2013): 58-67. 39 FALCÓN PÉREZ (2011): 31; CUARTERO y BOLEA (2013): 32-57.

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Figura 12. Ángel cus­ todio, situado sobre la Puerta del Puente. Pere Johan, 1493. Museo de Zaragoza.

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fueron rodeando durante siglos, fue finalmente derribado en 1867.40

Figura 13. Puerta de Valencia (desde el Coso), mediados del siglo XIX. Archivo Juan Mora (Archivo Municipal de Zaragoza)

Figura 14. Puerta de Valencia (desde la plaza de la Magdalena), mediados del siglo XIX. Archivo Juan Mora (Archivo Municipal de Zaragoza)

Y, por último, la muralla de Piedra estaba atravesada por la Puerta Cinegia, situada en la actual plaza de España, en el acceso al actual centro comercial que lleva su mismo nombre. El topónimo, de origen árabe, se documenta ya en 1117 y remite a una tribu bereber, los Sinhaya, asentados en la zona de la ciudad que después ocuparía la parroquia de San Gil.41 Su fábrica era mucho menos monumental que la de las tres puertas que acabamos de describir, ya que estaba situada en un compás de la muralla y contaba tan sólo con un portón de un solo vano. Es por ello que, en 1492, con motivo de una visita de los Reyes Católicos a Zaragoza, fue objeto de una completa remodelación dirigida por Domingo de Urrozola.42

40 FALCÓN PÉREZ (2011): 30-31; CUARTERO y BOLEA (2013): 76-81. 41 FALCÓN PÉREZ (2011): 29-30. 42 FALCÓN PÉREZ (2011): 30; CUARTERO y BOLEA (2013): 68-75; DE SUS (2003): 365-366.

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Desde el momento de la conquista y hasta el último cuarto del siglo XIV, tanto los responsables del gobierno municipal como la propia monarquía mantuvieron plenamente operativa la función poliorcética de la muralla de piedra. Esta decisión significó, entre otras medidas, que apenas se autorizara la apertura de nuevos accesos en la misma y que, cuando esto se producía, las licencias otorgadas con este fin revistieran un marcado carácter de excepcionalidad. Cabe destacar, al respecto, la concedida al caballero Galacián de Tarba en 1327, que le permitiría abrir un postigo en el lado norte, a la altura de la parroquia de San Nicolás, o el permiso otorgado en 1328 con objeto de abrir otros dos postigos al sur de la ciudad, en la Judería, para facilitar la afluencia de público desde los barrios situados extramuros hacia la catedral, donde se iba a celebrar la coronación de Alfonso IV. No obstante, una vez terminada la celebración, ambos portillos deberían volver a cerrarse.43 La guerra de los Dos Pedros (1356-1366) fue el último contexto en el que el muro de piedra conservó su sentido práctico, aunque, para ello, hubo de ser objeto de una intervención sistemática e integral. El coste de esta actuación supuso cerca del 50% de la inversión destinada a fortificar Zaragoza durante el conflicto, absorbiendo concretamente 100.000 sueldos jaqueses de los 215.000 invertidos en total. El esfuerzo material realizado en este momento vino provocado por la amenaza de sitio que, durante buena parte del conflicto con Castilla, se cernió sobre la ciudad y que fue contemplada como una posibilidad desde poco después del comienzo de la guerra, ya que las obras de fortificación comenzaron en 1358 y no concluyeron hasta 1364.44 Sin embargo, una vez alejado el peligro, a partir de 1366, la muralla de piedra comenzó una etapa muy diferente de su ya prolongada existencia. En efecto, a partir de la citada fecha su rentabilidad no iba a encontrarse tanto en el terreno de lo militar como en el de lo estrictamente económico. Así, sabemos que al menos desde finales de la década de 1360 los responsables del consistorio comenzaron a arrendar fragmentos y dependencias anejas a la muralla de piedra, con objeto de incrementar en lo posible la partida anual de ingresos municipales. Las primeras noticias localizadas sobre esta práctica corresponden al ejercicio 1372-1373, cuando la hacienda municipal percibió la modesta cantidad de 6 sueldos jaqueses por el arrendamiento de cuatro de las torres situadas en el muro de piedra.45 Dos de ellas, ubicadas en la zona sur, en el perímetro de la parroquia de San Felipe, se encontraban entonces arrendadas a dos vecinos de la ciudad, Domingo Gil de Almudévar y Diago Don Peret. De las otras dos no hay constancia sobre su emplazamiento, aunque pensamos que podían situarse en el lienzo que cerraba la Judería por el sur, ya que sus dos arrendatarios eran judíos: Mosse Dada (alias Pacerí) y Juce Susano.

43 FALCÓN PÉREZ (2011): 23-24. 44 LAFUENTE GOMEZ (2010): 581-582. 45 LAFUENTE GOMEZ (2016).

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Figura 15. Tramo norte del muro de piedra de Zaragoza, en la zona donde se sitúa el con­ vento del Santo Sepulcro (siglo XIV). Fotografía propia (27 de abril de 2015).

Entre dos y tres generaciones después de la última fecha citada, hemos de imaginar el muro de piedra de Zaragoza repleto de edificaciones de todo tipo, adheridas tanto en su superficie interior como en la exterior. Como apuntábamos en el párrafo anterior, los responsables de dar soporte legal a estas actuaciones eran las propias autoridades locales, esto es, los jurados del concejo, mediante la expedición de licencias en beneficio de particulares y a cambio de un importe económico al que se añadía el pago de una cantidad anual, en concepto de renta. Según una relación de bienes inmuebles pertenecientes al concejo, elaborada en 1460, en el tramo de muralla situado entre las puertas de Toledo y de Valencia, es decir, aproximadamente en la mitad de su perímetro, se levantaban entonces unas 120 torres, separadas por otros tantos compases. El usufructo de esta importante porción de muro se encontraba compartimentado, según la citada fuente, entre varios centenares de vecinos de la ciudad, y su uso estaba destinado principalmente a servir de dependencias comerciales (entorno de la plaza del Mercado) o de vivienda (Judería-Puerta de Valencia).46 La mutación experimentada por el sentido y la utilidad de la muralla hizo que, con el tiempo, fuese mucho más habitual la apertura de accesos menores, conocidos como postigos, portillos o trenques, y que en el Cuatrocientos se documentan con cierta frecuencia.47 Y, al mismo tiempo, influyó

46 FALCÓN PÉREZ (2011): 105-106. 47 IBÍDEM: 25-28.

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decisivamente para convertir el foso exterior a los muros en un desagüe donde confluían las aguas residuales de comercios y viviendas.48 4) LAS MURALLAS DE LA CIUDAD FEUDAL (II): EL MURO DE TAPIAL Y LADRILLO La fortificación de la Zaragoza feudal no sólo descansó sobre la adaptación de la antigua muralla de piedra, sino que se apoyó también en la construcción de una segunda cerca, hecha de tapial y ladrillo, y destinada a proteger aquellos barrios y arrabales situados extramuros del casco urbano original. Aunque los historiadores hemos asumido que esta segunda muralla era de origen islámico, e incluso hemos datado su construcción en los siglos IX-X 49, lo cierto es que no hay evidencias arqueológicas de su existencia en época andalusí, ni tampoco las fuentes escritas altomedievales llaman la atención sobre ninguna estructura que pueda identificarse, en rigor, con un muro de tales características.50 Ni siquiera la descripción de Zaragoza que al-Zuhri incluye en su Geografía universal (siglo XII) -tal vez la autoridad más citada sobre el particular- hace alusión alguna a lo que posteriormente se ha venido denominando radam o muro de tierra.51 No obstante, ello no significa que el poblamiento extramuros de época islámica y, más concretamente, el arrabal suroccidental (siglo XI), no pudiera disponer de algún tipo de protección externa, tal vez articulada sobre la propia disposición de los edificios situados en su periferia, que podrían conformar un armazón a modo de cinto.52 Es más, desde el punto de vista técnico, lo razonable es pensar que la ciudad de Saraqusta contara, si no con un muro de tapial, sí al menos con una o varias barbacanas, destinadas a mantener a distancia al enemigo en caso de asedio. Pero, desde luego, lo que parece muy poco probable es que el perímetro del muro de tapial y ladrillo, tal y como lo conocemos para la Baja Edad Media, se asentara sobre un trazado definido supuestamente entre tres y cuatro siglos antes. Por todo ello, a día de hoy, nos parece más verosímil que esta segunda muralla se levantara al compás de la expansión demográfica y urbanística de la ciudad iniciada a finales del siglo XII y continuada, sobre todo, durante el siglo XIII, cuando empezamos a contar con noticias cada vez más explícitas sobre esta nueva estructura. Desde mediados del Doscientos, al menos, su alzado parece estar relacionado con la instalación en el espacio periurbano de los dos nuevos barrios de

48 IBÍDEM: 24-25. 49 CANELLAS LÓPEZ (1960): 207-210; VIGUERA MOLINS (1995): 26; FALCÓN PÉREZ (1997): 11-12; CORRAL LAFUENTE (1998): 62-63; LAFUENTE GOMEZ (2010): 578-579. 50 GUTIÉRREZ GONZÁLEZ (2006): 56. 51 VIGUERA MOLINS (1995): 26; BRAMÓN PLANAS (1991): 142-143, 245; GONZALBES CRAVIOTO (2008): 186-187. 52 FATAS CABEZA (1977): 310; BETRAN ABADIA (2005): 54-55; GUTIÉRREZ GONZÁLEZ (2006): 56.

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fundación feudal: el de San Pablo, conocido también como Población del rey, y el de San Miguel de los Navarros. Estas dos parroquias, verdaderos ensanches de la Zaragoza medieval, quedaron perfectamente acotadas por el perímetro de esta segunda muralla, junto al arrabal suroccidental -ubicado al sur-oeste de la Puerta Cinegia, como ya hemos señalado-, parte de la Judería, el pequeño barrio de Santa Engracia -también llamado del Ballestar- y las calles formadas frente a la Puerta de Valencia, en el entorno del convento de San Agustín. En el exterior de este recinto, únicamente quedaba la parroquia de San Juan del Puente situada en la margen izquierda del Ebro, que seguramente fue fortificada también mediante un muro de tapial. La más antigua de las referencias sobre la nueva muralla que ha podido ser documentada hasta la fecha está datada en 1180, cuando, al delimitar la superficie de una propiedad donada por Alfonso II a la orden de San Juan de Jerusalén, se cita expresamente la Puerta de Sancho ("el agua que viene de los molinos de la Puerta de Sancho y llega al Ebro").53 Si bien es cierto que, en esta noticia, no se nombra explícitamente el muro de tapial, pensamos que la presencia del topónimo que sirve para nombrar el acceso, tal y como se documenta desde mediados del siglo XIII, permite acreditar la existencia de, al menos, un tramo de muralla que rodeaba el caserío zaragozano por aquel flanco.54 La siguiente noticia, mucho más explícita, corresponde a 1259, cuando, al fijar los límites de la parroquia de San Blas (situada en el distrito de San Pablo), el obispo de Zaragoza utilizaba como referencias la Puerta de Toledo, el río Ebro y "todo el perímetro que recorre el muro de tierra literalmente muri terrei-" entre las puertas de Baltax (zona de la actual Puerta del Carmen) y de Sancho (en el comienzo de la actual avenida del mismo nombre).55 Asimismo, su utilidad poliorcética puede acreditarse, al menos, desde la guerra con Francia de 1283-1285, cuando las autoridades locales organizaron ciertas obras sobre su perímetro.56 Sin embargo, el contexto en el que la muralla de tapial alcanzó su máximo desarrollo fue, sin duda, la guerra de los Dos Pedros, cuando, como hemos apuntado más arriba, la amenaza castellana hizo que llegara a temerse, durante varios años, una inminente llegada del ejército de Pedro I hasta las mismas puertas de Zaragoza. Según las instrucciones emitidas por el rey al comienzo del conflicto sobre el acondicionamiento de la muralla, ésta contaba entonces con sesenta y seis torres y seis grandes puertas, cuyos nombres y ubicación (de este a oeste) eran los siguientes: Real (junto al convento de San Agustín), Quemada (final de la actual calle Heroísmo), de Santa Engracia (final de la actual calle de Santa Engracia), Baltax (actual Puerta del Carmen), Santa María del Portillo (junto a la iglesia homónima) y Sancho (comienzo de la actual avenida del mismo nombre).57

53 LEDESMA RUBIO (1963): 231; BETRÁN (2005): 55. 54 BETRÁN (2005): 55. 55 CANELLAS LÓPEZ (1972-1975): vol. 1, doc. 95. FATAS CABEZA (1977): 314. 56 CANELLAS LÓPEZ (1972-1975): vol. 2, doc. 408. 57 FALCÓN PÉREZ (2011): 33-36.

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Cada uno de estos accesso contaba con su rastrillo, es decir, una estructura metálica sostenida mediante poleas que podía dejarse caer para impedir el acceso al interior.58 El tipo de fábrica empleado mayoritariamente durante esta intensa fase de fortificación fue el tapial, en detrimento del ladrillo, algo comprensible si tenemos en cuenta que, como sucedía en prácticamente toda la mitad occidental del reino de Aragón, era preciso consolidar las defensas de la ciudad con plenas garantías y en el menor tiempo posible.59 Desde el punto de vista técnico, tanto el muro como sus torres se levantaron mediante la aplicación de cajones prismáticos de encofrado, rellenos de argamasa compuesta principalmente de tierra y piedras de pequeño tamaño o grava. A partir de estos dos elementos podían elaborarse distintos tipos de combinaciones, en función del resultado que se quisiera conseguir, pero, a juzgar por la información que nos proporcionan las fuentes zaragozanas, parece que en la ciudad se optó por levantar el muro sobre una base de tierra, piedra menuda y aljez (yeso), para recubrirlo posteriormente bien mediante una cobertura de mortero de

Figura 16. Cubo del muro de rejola (actual calle Alonso V), cara sureste. Fotografía propia (27 de abril de 2015).

Figura 17. Cubo del muro de rejola (actual calle Alonso V), cara noroeste. Fotografía propia (27 de abril de 2015).

58 LAFUENTE GOMEZ (2010): 579. 59 LAFUENTE GOMEZ (2014): 307-344; CANTOS CARNICER (2014): 177-190.

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cal o bien de ladrillo, en función de las necesidades de cada tramo.60 De otro lado, no es difícil pensar que el grosor del muro pudiera alcanzar varios metros, sobre todo en las inmediaciones de los accesos principales, aunque no contamos, por el momento, con referencias directas sobre este aspecto. Gracias a la conservación de algunos de los contratos de obra establecidos entre las autoridades de la ciudad y los responsables de llevar a cabo los trabajos de fortificación, disponemos de descripciones más o menos detalladas de ciertas partes de la muralla. Por ejemplo, según las instrucciones contenidas en el instrumento de contratación de los maestros Mahoma Adolmelch y Juce de Gali -ambos mudéjares y habitantes en la ciudad- por los procuradores de la parroquia de San Felipe, sabemos que aquellos debían levantar varias estructuras.61 La mejor descrita de todas ellas consistía en un antepecho (antepeyto), es decir, la parte superior del muro, correspondiente al tramo que unía la Puerta de San Agustín y una torre denominada Mayor, situada en algún punto próximo, pensamos que siguiendo el perímetro de la muralla hacia el sur. Dicha estructura, al igual que todas aquellas de este tipo que se construyeran, debían estar dotadas de saeteras y mureznos, un tipo de protección situada entre los merlones, generalmente móviles y fabricados en madera o metal.62Asimismo, se indica también la obligación de recostruir una torre menor mediante ladrillo y aljez, que contara en su interior con una superficie de madera elevada y cubierta, rematada con antepechos como los que acabamos de describir y dotada, además, de una imagen de Santa Bárbara junto a su puerta.63

Figura 18. Cubo del muro de rejola (actual calle Alonso V), detalle de la parte superior. Fotografía propia (27 de abril de 2015).

60 LAFUENTE GOMEZ (2010): 587-595; CANTOS CARNICER (2006): 184; GIL CRESPO (2013): 403-406, 488-497. 61 LAFUENTE GOMEZ (2010): 590-591. 62 CANTOS CARNICER (2006): 184-187. 63 LAFUENTE GOMEZ (2010): 591.

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Superada la crítica situación que atravesaron la ciudad de Zaragoza y, en general, todo el reino de Aragón, con motivo de la guerra de los dos Pedros (1356-1366) y los discontinuos enfrentamientos posteriores con la Corona de Castilla y las compañías que, procedentes de Inglaterra y Francia, se involucraron en la guerra civil castellana (1366-1369), el consistorio zaragozano optó por sustituir progresivamente la fábrica en tapial de la segunda muralla por otra, más fírme, basada casi exclusivamente en el ladrillo (rejola). De hecho, la expresión muro de tierra, que había predominado a la hora de nombrar esta muralla durante las décadas de 1350 y 1360, fue sustituida antes de 1400 por la denominación muro de rejola. Pero, aunque desconocemos la evolución de su estado y la cuantía de las inversiones que fueron destinadas a su mantenimiento entre finales del siglo XIV y mediados del XV, todo apunta a que los magistrados municipales fueron relegando este concepto a una posición cada vez más secundaria en los presupuestos anuales del concejo. Una de las consecuencias más evidentes de este progresivo abandono se manifestó en el deficiente drenaje de las aguas pluviales a través de la muralla, lo que llegó a provocar, en 1460, serios desperfectos a lo largo de todo su perímetro.64

Figura 19. Viviendas adosadas a uno de los torreones del muro de rejola, en la actual calle de Alfonso V (1877). IPCE, ARV, Madrid.

64 FALCÓN PÉREZ (2011): 32-33.

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5) LA SOCIEDAD ZARAGOZANAY LAS MURALLAS DE LA CIUDAD EN LA BAJA EDAD MEDIA Toda construcción arquitectónica es -lo destacábamos en la introducción- una forma de alteración artificial del paisaje capaz de proyectar, en mayor o menor medida, rasgos representativos de la cultura en la que emerge.65 Desde este punto de vista, las murallas de las ciudades medievales constituyen un elemento singular, ya que se trata de elementos muy estrechamente unidos al poder público -al igual que lo están, por definición, todas las fortificaciones- y funcionaron, además, como factores determinantes a la hora de vertebrar no pocos espacios, materiales y simbólicos, de su propio entorno. En este apartado, vamos a tratar de desarrollar estas ideas en el contexto de la Zaragoza bajomedieval centrándonos, para ello, en tres grandes cuestiones: en primer lugar, observaremos las murallas como factores de encuadramiento no sólo material sino, sobre todo, social; a continuación, ofreceremos algunas reflexiones sobre la propiedad de los muros y su control efectivo por parte del poder; y, por último, observaremos un ejemplo significativo de utilidad poliorcética, concretamente la instalación de grandes máquinas de artillería durante la guerra de los Dos Pedros (1356-1366).

Las murallas como factores de encuadramiento social En relación con la primera de las tres cuestiones apuntadas, es preciso destacar, en primer lugar, que la muralla de piedra de Zaragoza sirvió para delimitar, inmediatamente después de la conquista feudal (1118), dos ámbitos de instalación netamente diferenciados: de un lado, el espacio intramuros, considerado como la ciudad en sentido estricto, se convirtió en el destino preferente de los agentes sociales más directamente involucrados en la campaña militar y de las instituciones religiosas; de otro, el cinturón periurbano, que fue considerado, por comparación, un espacio opuesto al anterior y, por ello, el destino indicado para concentrar a la población islámica que decidió permanecer en Zaragoza, concretamente en el barrio situado en el área suroccidental del recinto antiguo. Esta distinción cualitativa entre el interior y el exterior de la antigua muralla de piedra se atenuó relativamente pronto, ya que, fruto de la expansión demográfica y económica que experimentó el reino de Aragón -como la mayor parte del Occidente feudal- en el siglo XIII, Zaragoza vivió un proceso de crecimiento en todos los sentidos que, en el plano urbanístico, tuvo como consecuencia la creación ex novo de nuevos y populosos barrios cristianos en el exterior del casco urbano original. Se trata de las parroquias de San Miguel de los Navarros y de San Pablo, a las que identificábamos anteriormente como auténticos ensanches de la Zaragoza medieval. De hecho, la fundación de la segunda de estas parroquias fue concebida del modo en que se habían efectuado las grandes fundaciones feudales al sur del Valle del Ebro, es decir, mediante la instalación de nuevos pobladores, dotados por la

65 VARELA AGÜÍ (2002): 81.

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monarquía de un estatuto jurídico beneficioso (el mismo que el resto de los pobladores de la ciudad) y también de los medios de producción necesarios para iniciar su nueva andadura vital. La dirección de todo este proceso expansivo corrió a cargo de la monarquía y, en este sentido, resulta significativo que la urbanización resultante del mismo recibiera, ya desde sus orígenes, el nombre de Población del rey. En el terreno urbanístico, este programa se manifestó mediante el trazado de un plano de parcelas homogéneas, en las que se levantaban las viviendas que, al menos en la primera etapa, hemos de imaginar muy similares entre sí.66 Pero, junto con estas nuevas expresiones urbanísticas, el entorno del muro de piedra albergó también otros fenómenos de colonización urbana, protagonizados por algunas órdenes religiosas que, beneficiadas por la monarquía, recibieron importantes lotes de tierra sobre los que edificar nuevos conventos.67 Entre ellos, cabe destacar el de San Francisco, en la zona de la actual plaza de España y el edificio de la Diputación Provincial.

Figura 20. Plano de Zaragoza. Servicio Geográfico del Ejército (1865)

La superficie ocupada por los barrios y conventos emplazados extramuros durante los siglos XII y XIII fue rodeada por el llamado muro de tierra o de rejola, cuyo perímetro se solapaba, como hemos indicado, con el muro de piedra en la cara norte de este último. Todo el caserío y, por lo tanto, todos los habitantes de Zaragoza quedaban así englobados físicamente por una misma muralla, pero este hecho,

66 LOZANO GRACIA (2006b): 169-173. 67 BETRAN ABADIA (1996): 419-420.

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como también hemos visto, no significó la desaparición del sólido muro de piedra que protegía el núcleo de la ciudad, sino que, muy al contrario, éste se mantuvo plenamente operativo hasta las últimas décadas del siglo XIV. La pervivencia de la muralla de origen romano fue determinante para perpetuar, en el campo de lo simbólico, la distinción entre los zaragozanos domiciliados dentro de su perímetro y aquellos instalados en el exterior, aún encontrándose éstos encuadrados por el muro de rejola y sometidos a un mismo régimen jurídico. Es significativo, en este sentido, que durante toda la Edad Media y hasta bien entrado el siglo XX, el casco romano continuó siendo considerado la ciudad, mientras que los barrios situados a su alrededor se identificaban, en el mejor de los casos, como la población. La importancia social de esta distinción no debe ser minusvalorada, dado que podía tener consecuencias muy relevantes en contextos determinados. Así, por ejemplo, en las ordinaciones sobre el modo en que debía realizarse la fortificación de Zaragoza emitidas por el rey al comienzo de la guerra de los Dos Pedros, se establecía que, en primer lugar, debía completarse la intervención sobre el muro de piedra para, posteriormente, pasar a actuar sobre el de tapial. Como es comprensible, esta medida no sentó nada bien entre los habitantes afincados extramuros del casco antiguo y, por ello, los capítulos parroquiales de San Pablo, San Miguel de los Navarros y Santa Engracia se organizaron para acudir ante Pedro IV en abril de 1357 y solicitar que se invirtiera el orden de acondicionamiento de los muros. El monarca, sin embargo, no estaba dispuesto a ceder y, enterado de que una representación de dichas parroquias se dirigía a su encuentro, les remitió una nueva misiva para disuadirles de ello. Como muestra el siguiente texto, la voluntad real en este sentido era inamovible: "Quanto a lo aldre que nos feytes saber que mandaderos nos deven venir por part de los habitantes en las parroquias de Sant Pablo, de Belestar [Santa Engracia] e de Sant Miguel de los Navarros de Saragofa, por supplicarnos que los muros de terra de la part de fuera se fagan antes que los de piedra de la part de dentro, vos respondemos que adu no son venidos, antes si vienen los faremos tornar alla, e les mandaderes que siguan la ordinacion por nos feyta sobre las ditas obras.”68

Más de quinientos años después, Tomás Ximénez de Embún, en el preámbulo a su Descripción histórica de Zaragoza y sus términos municipales, todavía distinguía el espacio intramuros de la muralla romana y aquél situado en su contorno, con los términos ciudad y población: "En primer término hay que distinguir á la Ciudad de la Población: la Ciudad correspondía a la antigua colonia romana, su perímetro estaba rodeado de grueso muro de piedra robustecido a trechos con número proporcionado de torres o bastiones; la Población, equivalente a lo que decimos ensanche en la actualidad, estaba también defendida con un fuerte muro de rejola u hormigón con sus cubos almenados."69

68 LAFUENTE GOMEZ (2010): 577. 69 XIMÉNEZ DE EMBÚN (1901): 9.

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La propiedad y el control de los muros Durante los siglos XII y XIII el dominio efectivo de la muralla de piedra quedó dividido entre la monarquía, que se apropió del tramo situado junto a la Puerta de Toledo y correspondiente a la antigua zuda o alcazaba -llamada, posteriormente, Zuda del rey-; las órdenes religiosas y militares instaladas intramuros, que se asentaron sobre el tramo norte y la mitad del situado al este, hasta la Puerta de Valencia; y, sobre todo, el concejo de la ciudad, que asumió la propiedad y el control de algo más de la mitad del perímetro amurallado, concretamente el segmento que unía, por el sur, las Puertas de Toledo y de Valencia. Las detalladas descripciones elaboradas por María Isabel Falcón sobre la compartimentación de esta muralla a mediados del siglo XV nos proporcionan una buena instantánea sobre el particular, aunque todavía desconocemos prácticamente todo sobre los criterios empleados para distribuir los diferentes tramos en la época inicial y, sobre todo, la evolución del panorama resultante en la larga duración. En este sentido, es preciso advertir que, al menos a finales de la Edad Media, ninguno de los segmentos enunciados constituían bloques de propiedad homogénea, ya que, por ejemplo, en el correspondiente al concejo encontramos varias torres y compases controlados por la monarquía, y en cambio, en la zona norte, el entorno de la Puerta del Puente estaba vinculado directamente al consistorio.70 Muy diferente era la situación de la segunda muralla, la de tapial y ladrillo, cuyo dominio pertenecía por entero al municipio, lo que vendría a confirmar su construcción durante los siglos XII y XIII, como efecto del desarrollo urbanístico de la ciudad. Sobre el heterogéneo panorama que acabamos de detallar, el concejo actuaba como institución de referencia para supervisar el mantenimiento de las dos murallas y controlar los accesos. Así, entre los oficios propios del municipio se encontraba, desde 1311, un encargado de velar por el buen estado de los muros y del resto de estructuras defensivas de la ciudad, conocido como el obrero de muros. A finales del Trescientos, como consecuencia de unos estatutos promulgados por Juan I, se creó un nuevo oficio muy estrechamente relacionado con aquél, el veedor de carreras, términos y puentes. Y muy poco después, en 1414, ambas funciones pasaron a ser desempeñadas por un único oficial, el veedor de muros y carreras, según las ordinaciones ratificadas por Fernando I.71 De otro lado, el concejo tendió también, en todo momento, a monopolizar el control de los accesos y, para ello, contó con oficiales contratados al efecto. Se trata de los porteros o guardas, cuyo número podía alcanzar, en función del contexto, hasta varias decenas de personas organizadas en parejas o incluso pequeños grupos. Más allá de la heterogeneidad existente en cuanto al dominio de los muros, es evidente que el poder y la autoridad de los magistrados locales dotaban al conjunto de una evidente uniformidad, cimentada sobre la base del interés común. Este

70 FALCÓN PÉREZ (2011): 105-106. 71 FALCÓN PÉREZ (1977): 259-267.

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principio se hacía explícito en momentos especialmente delicados a nivel político, como el atravesado por el reino en 1429, a causa de la guerra con Castilla. Ese mismo año, el rey, Alfonso V (1416-1458), confirmó una ordenanza según la cual las iglesias de San Pablo, San Gil y Santa María Magdalena debían hacer sonar sus campanas en caso de que se detectaran amenazas sobre la ciudad, con el fin de que todas sus puertas se cerraran inmediatamente.72 Pero, sin duda, el contexto en el que el concejo asumió de modo más decidido el liderazgo sobre el mantenimiento y control efectivo de los muros fue la guerra de los Dos Pedros (1356-1366), cuando en apenas seis años (1358-1364) se desarrollaron sucesivamente hasta cuatro intervenciones sobre las dos cercas que protegían la ciudad, cuyo coste fue asumido por el conjunto de los vecinos, mediante la recaudación de impuestos directos por niveles de riqueza. En términos cuantitativos, esas cuatro actuaciones significaron la movilización de otras tantas partidas económicas, fijadas en 100.000 (1358, muro de piedra), 50.000 (1358, muro de tapial), 50.000 (1362, muro de tapial y artillería) y 15.000 sueldos jaqueses (1364, muro de tapial).73 La ejecución de esta gran empresa fue dirigida por los magistrados locales, quienes se apoyaron para ello en una comisión nombrada al efecto por el rey, Pedro IV, al comienzo del conflicto, y, hasta 1362, en los capítulos parroquiales, verdaderas células de organización política de la comunidad. Para ello, independientemente de la existencia del oficial designado de modo ordinario por el concejo para supervisar la conservación de las murallas -el obrero de muros-, a partir de 1358 cada capítulo parroquial se vio obligado a designar una comisión de obreros particular, compuesta por dos personas responsables, engargadas de llevar adelante las labores asignadas a su circunscripción.74 Desconocemos cuáles fueron los criterios aplicados por los capítulos parroquiales para escoger a sus respectivos obreros, aunque, dado que las funciones que iban a desempeñar abarcaban a todas las fases de la construcción, es probable que se designaran a aquellos que ofrecieran un resultado más eficiente. Ese parece ser el principio seguido en Tarazona, por ejemplo, donde está documentado este procedimiento en 1397, cuando el concejo de la ciudad adjudicó la obra de la Torre del Rey a Martín de Alaviano, quien se ofreció a completarla por 4.400 sueldos jaqueses.75 Hay que tener en cuenta que, durante la Baja Edad Media, cuando la fortificación de una ciudad se planteaba bajo una amenaza real y en pleno conflicto bélico -como fue el caso de Zaragoza- solía reglamentarse en términos idénticos a la movilización militar, ya que, en definitiva, se trataba de otra forma de colaborar a la defensa de la comunidad. Es por ello que los obreros de cada parroquia contaron para el desarrollo de sus funciones con competencias de tipo coercitivo, que les

72 IBÍDEM: 176-178. 73 LAFUENTE GOMEZ (2010): 581-582. 74 IBÍDEM: 587-588. 75 AINAGA ANDRÉS (1985): doc. 36.

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permitían, entre otras cosas, convocar a los varones de su circunscripción mediante decenas, es decir, a través de las divisiones propias de la milicia urbana. Para ello, podían contar con los llamados cabos de decena y exigirles la movilización de tantos peones como fuese necesario, pudiendo aplicar severas sanciones económicas a los negligentes. En concreto, los cabos debían ser sancionados con una multa de 10 sueldos jaqueses por cada ocasión que, tras haber sido llamados, no acudiesen, mientras que, para los peones, el castigo sería de 5 sueldos. El destino del dinero recaudado por este concepto era triple: una parte era para el concejo, otra para los obreros de la parroquia y la tercera se empleaba para contribuir en los gastos de la obra.76

La utilidad poliorcética de las murallas de Zaragoza La utilidad poliorcética de cualquier fortificación, incluidos los recintos urbanos, no terminaba, evidentemente, al dar cobijo a la población en tiempo de guerra, sino que consistía también -y muy especialmente- en servir de plataforma para combatir con garantías al enemigo en caso de asedio.77 De ahí que en las instrucciones sobre la fortificación de Zaragoza en la guerra de los Dos Pedros que hemos venido citando hasta ahora se indique la necesidad de dotar a las murallas de antepechos, saeteras, mureznos, torres y otros elementos útiles desde los que pelear. Entre todos ellos, nos gustaría destacar aquí las grandes máquinas de artillería, que las fuentes de la época denominan ingenios y que se repartieron por distintos puntos de los dos perímetros amurallados. La tipología de estas máquinas presenta, a mediados del siglo XIV, una cierta heterogenidad y las referencias documentales no suelen ser demasiado elocuentes a la hora de describirlas, por lo que es muy difícil llegar a conocer con precisión qué tipos de ingenios se construyeron en Zaragoza. No

Figura 21. Gran ballesta de torno o espringal. Romance de Alejandro, 1338-44. Bodleian Library, Oxford

76 LAFUENTE GOMEZ (2010): 589. 77 SETTIA (2002): 154-172.

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obstante, gracias a uno de los albaranes expedidos tras la compra de varios fustes de madera para la fábrica de una de las máquinas, sabemos que ésta contaba un torno.78 Este elemento, que remite al tipo de tracción empleada para lanzar el proyectil, nos permite identificar el ingenio con el llamado espringal, un artefacto cuya estructura se basa en el funcionamiento de las ballestas de mano, si bien su tamaño y los proyectiles que dispara son, lógicamente, mayores.79 Hasta ahora, han podido documentarse directamente cuatro ingenios, todos ellos situados en las proximidades del muro de tapial. Tres de ellos estaban ubicados sobre edificios de gran tamaño, concretamente la iglesia de Santa Engracia, la de San Miguel y el convento de Santo Domingo. El cuarto, en cambio, se instaló sobre la llamada Puerta de Sancho, en el extremo occidental de la ciudad. Dada la fisonomía y la utilidad de las máquinas de artillería, es lógico que los puntos óptimos para su emplazamiento se hallaran sobre las puertas de acceso y las torres de las murallas, aunque también los campanarios y techumbres de iglesias y conventos, debido a la solidez de sus fábricas, constituían emplazamientos eficaces. De su aprovechamiento dan algunos detalles las crónicas bajomedievales, no sólo en Zaragoza, sino también en otras ciudades y villas aragonesas, como Teruel y Calatayud.80 La construcción de las máquinas de artillería fue encomendada por el concejo, a través de un delegado nombrado al efecto -el notario Pedro López de Bonmacip- a artesanos locales, pertenecientes a los sectores del metal, de la madera y de la piel. Dentro del primer grupo, cabe señalar a tres herreros: un ciudadano (Martín López de Lorbes) y dos mudéjares (Juce Rafacon y Juce de Brea).81 Los nombres de las piezas fabricadas por cada uno de ellos encajan, a priori, en la tipología descrita anteriormente, es decir, en el tipo de ingenio denominado espringal. Así, al comprar varias piezas de metal a Martín López de Lorbes, se indica que su destino eran las perchas (soportes) y las archas (arcos grandes) de los ingenios. De otro lado, dos vecinos (Miguel de Monzón y Esteban de Marcuello) figuran como vendedores de fustes de madera, preferentemente de pino y morera. Y, por último, un peletero zaragozano (Sancho de Zuera), fabricó una gran pieza de cuero rojo (vermello) destinada a las fundas de los ingenios. La utilidad de estas piezas residía en servir como cubierta de las máquinas, para intentar evitar que se incendiaran inmediatamente al recibir el impacto de proyectiles incandescentes. FINAL La trayectoria de las murallas de Zaragoza en la Edad Media es, qué duda cabe, más una historia de continuidades que de rupturas, pues no de otro modo puede interpretarse la longevidad de unas construcciones que vinieron a acotar, durante 78 LAFUENTE GOMEZ (2010): 596-597. 79 GARCÍA FITZ (2011): 832. 80 LAFUENTE GOMEZ (2010): 596-597. 81 IBÍDEM: 596-597.

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siglos, el espacio físico y mental de los habitantes de la gran metrópolis del valle del Ebro. En efecto, más de un milenio de vida funcional contempló a la antigua muralla de piedra, entre los siglos III y XV, mientras que el muro de tapial y ladrillo, a pesar de su tardía construcción, fue altamente operativo durante al menos tres siglos, desde mediados del XIII hasta el ocaso de la Edad Media. Todavía algunas centurias más tarde, en concreto en los siglos XVIII y XIX, el trazado original de esta cerca hubo de ser recuperado por los zaragozanos, prácticamente en su integridad, para repeler los asedios perpetrados por los ejércitos franceses durante las guerras de Sucesión (1700-1714) y de Independencia (1808-1814). Y aún hoy en día, cuando el sentido práctico de nuestra cultura nos ha llevado a prescindir de murallas, torres y estructuras similares, su impronta continúa marcada sobre el plano de la ciudad, a través de la red viaria, la toponimia o, sencillamente, la memoria colectiva.

Figura 22. Vista de Zaragoza en 1647. Juan Bautista Martínez del Mazo (1647). Museo del Prado (Madrid)

Al final de nuestro recorrido, en los albores del Renacimiento, Zaragoza se encontraba inmersa en un proceso de expansión que la iba a llevar, al igual que a muchas otras ciudades europeas, a soltar lastre y avanzar hacia los nuevos horizontes que la modernidad señalaba. En las cada vez más lejanas latitudes del pasado quedaban, como muchas otras cosas, esas viejas murallas cuya figura, en el mejor de los casos, pasaba a quedar integrada en las traseras de numerosos edificios, tanto públicos como privados. Esto es lo que ocurrió, por ejemplo, con los palacios erigidos en época moderna a lo largo del antiguo foso del muro de piedra, reconvertido ahora en una de las calles principales de la ciudad y lugar de residencia de algunas de las familias más señaladas de la elite local, entre ellas los Coloma, los

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condes de Luna o los señores de Sástago. Posteriormente, otras construcciones emblemáticas, como la iglesia jesuítica de la Inmaculada o el edificio de la Universidad, se fueron levantando también sobre la misma calle del Coso. Dos ilustres testigos de este proceso de regeneración, Anton van den Wyngaerde y Juan Bautista del Mazo, lo recogieron en sendas Vistas de Zaragoza, datadas en 1563 y 1646 respectivamente, en las que muestran la imagen de una ciudad que emerge de sí misma al tiempo que renuncia a una parte de su ser. Porque las ciudades son, históricamente, seres autófagos y Zaragoza no es, ni mucho menos, una excepción. BIBLIOGRAFÍA AGUAROD, María del Carmen; Francisco de Asís ESCUDERO; María Pilar GALVE y Antonio MOSTALAC (1991), "Nuevas perspectivas de la arqueología urbana del periodo andalusí : la ciudad de Zaragoza (1984-1991)", Aragón en la Edad Media, 9, pp. 445-491. AINAGA ANDRÉS, María Teresa (1985), "Aportaciones documentales para el estudio del urbanismo de Tarazona (1365-1565)", Tvriaso, VI, pp. 201-283. BETRAN ABADIA, Ramón (1992), La forma de la ciudad. Las ciudades de Aragón en la Edad Media, Delegación en Zaragoza del Colegio Oficial de Arquitectos de Aragón, Zaragoza. BETRAN ABADIA, Ramón (1996), "Mutación y permanencia : el plano de Zaragoza en la Edad Media", Tecnología y sociedad : las grandes obras públicas en la Europa medieval, XXII Semana de Estudios Medievales de Estella, Gobierno de Navarra, Pamplona, pp. 381-434. BETRAN ABADIA, Ramón (2005), "Continuidad, proyecto y evolución urbana en Saraqusta (714-1118)", Zaragoza, espacio histórico, Ayuntamiento de Zaragoza, Zaragoza, pp. 35-73. BRAMÓN PLANAS, Dolors y José Antonio SOUTO LASALA (1987), "Las maravillas de Zaragoza", Aragón en la Edad Media, 7, pp. 7-26. BRAMÓN PLANAS, Dolors (1991), El mundo en el siglo XII: estudio de la versión castellana y del "original" árabe de una geografía universal, "El tratado de al-Zuhr?", Ausa, Barcelona. CABAÑERO SUBIZA, Bernabé y Carmelo LASA GRACIA (2004), El Salón Dorado de la Aljafería: Ensayo de reconstitución form al e interpretación simbólica, Instituto de Estudios Islámicos y del Oriente Próximo, Zaragoza. CANELLAS LÓPEZ, Ángel (1960), "Evolución urbana de Zaragoza", Estudios de urbanismo, Institución 'Fernando el Católico', Zaragoza, pp. 207-228. CANELLAS LÓPEZ, Ángel (1972-1975), Colección diplomática del concejo de Zaragoza, vol. 1: Años 1119-1276, vol. 2: Años 1276-1285, vol. 3: Álbum, Zaragoza, Ayuntamiento. CANTOS CARNICER, Álvaro (2006), "La arquitectura militar de la Baja Edad Media en Aragón: desarrollo cronológico, tipologías, componentes y problemas de

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M. Lafuente: Las murallas de Zaragoza en la Edad Media

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