Las maquinas de la felicidad

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Descripción

Las máquinas de la felicidad


"-Tienes aspecto de que tampoco tú
sabes qué hacer contigo mismo en
esta casa. Fumas un poco más por la
mañana y bebes un poco más por la
tarde y necesitas unos cuantos
sedantes más por la noche. También
estás empezando a sentirte
innecesario."
Ray Bradbury, La sabana (1951).


Sobre la innecesariedad
Pese a que generalmente el canon académico le cierre a la idea la puerta en
la cara, en no pocos ámbitos –incluso la historia, incluso la ciencia– la
literatura resulta esclarecedora. Esa capacidad radica en una fuerza que le
es inherente, y que es como una marea impulsora hacia la interpretación y
la aprehensión crítica del mundo –no hace falta aclarar de qué literatura
estamos hablando. Por ejemplo Borges, en obras como El libro de arena, El
Aleph o La biblioteca total vio que todo placer conlleva, de manera latente
aunque irrevocable, un horror. Redundante sería hablar de Orwell o Huxley
que también sabían, y posiblemente nos estuviesen recordando, que aquello
que se presenta como revelador de nuevos secretos arrancados a la
naturaleza, cada flamante prodigio de la ciencia y sus técnicas; lo que se
erige sobre lo anterior como mejor y más útil, y que, irradiando el zumbido
de un nuevo placer, se inviste de progreso y civilización, siempre llega
preñado de un horror potencial. Que normalmente se concreta. Las conquistas
de América y Africa iban a contribuir a que Europa se reconstituyera y
dejara atrás las miserias del medioevo; las máquinas industriales traerían
el bienestar social; la Teoría de la Relatividad era la mayor revolución
científica de la humanidad y tal vez Einstein no haya imaginado que su
genio se materializaría en una bomba atómica. El teléfono, que Antonio
Meucci inventó en 1854, serviría para comunicar a la gente. De hecho lo
hizo, y el horizonte de sus usos se amplió de tales maneras que hoy esa
facultad parece querer llegar al infinito en su involucramiento con las
personas. A tal punto que es capaz, tanto de hacerlas explotar a distancia
como de provocar la implosión de su privacidad y su intimidad.

Como pocos otros Ray Bradbury supo describir –quizás para que no cayera en
el olvido aquello que no se debe olvidar– la inexorable ligazón que une a
los componentes de la trinidad progreso-placer-horror. Lo hizo apelando a
un tono cándido en los capítulos que en El vino del estío (1957) le dedica
a la máquina de la felicidad. Allí, el inventor Leo Auffmann crea una
máquina que, reproduciendo determinadas imágenes, olores, sonidos, intenta
proporcionar felicidad a sus usuarios. Pero termina provocando todo lo
contrario porque invoca lo que no se podrá recuperar y aquello que muy
difícilmente se logrará; exacerba la memoria de lo irrecuperable y el deseo
de lo imposible. Al final, el invento por poco no desemboca en la muerte
del creador. En una operación similar, aunque con mayor crudeza, en el
cuento La sabana (1951) Bradbury se ocupa de una casa máquina de lo más
amigable y servicial, "una casa que los vestía y los alimentaba y los mecía
para que se durmieran, y tocaba música y cantaba y era buena con ellos."1
La casa, de tanto empeño en proporcionar el placer de lo que es útil y
eficaz, y en adelantarse y satisfacer los deseos de la familia, de tanto
ímpetu en ahorrarle a sus miembros tiempo y tareas, por tanto querer
parecerse a la realidad y realizar por ellos sus imágenes, termina por
querer ser parte de la familia. La casa ha asumido todas las tareas humanas
posibles; y desde un concepto de felicidad interpretado como función, ésta
también es parte de sus tareas. La casa máquina ha ocupado el lugar del
otro. Los miembros de la familia (padre, madre, hijo varón, hija mujer) se
relacionan con la casa, o entre ellos con su mediación. Es así que los
padres George y Lydia comienzan a sentirse innecesarios; y la
innecesariedad es la muerte. Los progenitores batallan contra las máquinas
de la casa por la necesariedad; éstas salen victoriosas y les fabrican una
muerte entre una manada de leones en una sabana africana recreada en el
cuarto de juegos de los niños. La pesadilla que a cada momento atormenta a
George Hadley se ha hecho realidad: la innecesariedad es la muerte ocurrida
una y mil veces, todos los días, "la espantosa muerte en las fauces de un
león... Y repetido una y otra vez."2 Lo que no es necesario puede morir.

La innecesariedad es el horror que se juega hoy en la era de la
digitalización universal, la de los dispositivos digitales e informáticos,
las nuevas máquinas que suceden a sus pares mecánicas y analógicas. ¿Cuánto
hay de voluntad de reemplazo del otro en los nuevos desarrollos
tecnológicos relacionados con la información, la comunicación, el
entretenimiento y la cultura? ¿Hasta dónde llega su poder para el análisis
y la construcción de la subjetividad y la identidad? ¿Pueden las máquinas
elaborar la felicidad que tantas veces no se encuentra en el mundo con los
otros? Resultaría cuanto menos pomposo ensayar una respuesta a estos
interrogantes. Sin embargo, ellos pueden ayudarnos a reflexionar acerca de
los intentos de imponer un determinado modelo de ver, de ser y de estar, en
un mundo que exhibe a la globalización y a la digitalización como nuevos,
únicos e infalibles paradigmas del progreso y la inclusión. Es, en
definitiva, la relación entre las nuevas tecnologías, el poder, la
economía, y el hombre y su cultura, la que constituye el marco de lo que
aquí nos interesa.


Montada en las tecnologías informáticas y digitales, la ideología económica
y política dominante –neoliberalismo y globalización–, presenta a las
nuevas máquinas de ciertos modos en los que, como si de un fenómeno natural
y dado se tratara, éstas aparecen como si tuvieran capacidades idénticas a
las del ser humano, incluso menos falibles, en sus facultades para la
construcción de socialidad, de individuación, de subjetividad. Es el sueño
del análisis total, de la construcción y recreación total; en fin, del
control total. Allí, junto con el enfoque que mira al núcleo de la vida de
los cuerpos como si de un software se tratara, está el intento por ocupar
lugares inherentes al hombre y a la cultura.
No temamos en este punto un desvío hacia lo que Sloterdijk llamó histeria
antitecnológica; toda histeria, incluida la protecnológica, significa una
declinación del pensamiento. Y justamente, lo que cada vez más emerge como
necesario es ejercitar el pensamiento crítico, poner un filtro ante los
intentos por naturalizar, por hacer penetrar y arraigar en el sentido común
las novedades surgidas a partir de las nuevas tecnologías. En este universo
digitalizado, que pareciera a cada rato presentar una nueva máscara de
felicidad, es indispensable poner la mano en visera y entrecerrar los ojos
contra las refulgentes luminarias y marquesinas con que los nuevos avances
técnicos, atravesados por la lógica capitalista, pretenden encandilar. No
se trata de poner en práctica alguna especie de neonihilismo tecnológico;
sí, en cambio, de ser conscientes del contexto sociocultural, político y
económico en que la explosión informático-digital ocurre, y al cual
simultáneamente edifica, sostiene y reproduce. Un contexto cuya marca
esencial es el corrimiento del capitalismo hacia la cultura. Parafraseando
a José Luis Brea, el capitalismo, en este nuevo estadío, que es el del
capitalismo cultural, donde la generación de riqueza se ha desplazado hacia
la producción de conocimiento, ha usurpado toda la tarea de reproducción
social, todo el trabajo de administrar la representación, para investirse
de los papeles de la cultura. El contexto de la cotidianeidad tiende cada
vez más a ser el de una impostación total del concepto de cultura, y la
función de producción de identidad, de socialidad, de pertenencia que ésta
ostentaba se ha corrido hacia los nuevos dispositivos que, desde el
universo de la mercancía y de las industrias del ocio y el entretenimiento,
se hacen cargo de la reproducción social.3 Es innegable que sin la red, sin
las nuevas máquinas y su capacidad productiva y de distribución estos
fenómenos estarían lejos de alcanzar el grado de realización universal que
en la actualidad exhiben; por lo tanto, a la noción de capitalismo cultural
es necesario agregarle el adjetivo de electrónico. Capitalismo cultural
electrónico, otro concepto que debemos agradecer a Brea.

El lado Coca Cola de la vida
La nueva campaña de comunicación de Coca Cola, en la que la gaseosa se
identifica como Fábrica de Felicidad, nos brinda un excelente paradigma a
partir del cual reflexionar acerca del vuelco al que, con las nuevas
máquinas como instrumento esencial, la edificación de lo cultural –como
representación, construcción y experimentación de la existencia– se ve
sometida. No es nueva ni original la base de la estrategia comunicativa,
muchas otras empresas la usaron y la usarán. De hecho, desde sus primeros
tiempos tomar Coca Cola se presentó como sinónimo de disfrutar de la vida
(Enjoy Coke); el famoso refresco, como tantas marcas, normalmente se
involucró con la vida (Todo va mejor con Coca Cola; Coca Cola... sensación
de vivir; Coca Cola y sonrisas; Vive la sensación; Coca Cola ayuda a vivir;
La chispa de la vida). Sin embargo, un nuevo abordaje es posible porque el
cambio del contexto, dadas la velocidad y profundidad con que se operó, es
radical. El mundo en que estamos es nuevo; la base socioeconómica y
política sigue siendo capitalista, pero ahora es un capitalismo que cuenta
con el poder de lo digital, que se ha asentado sobre éste, un poder para
cuyas posibilidades es difícil imaginar límites.

El caso Coca Cola en mucho esclarece lo que venimos sosteniendo. En primer
lugar porque invoca abiertamente el tándem capital-máquinas-producción de
subjetividad. La felicidad puede producirse tecnológicamente en una
fábrica. Es digno de verse el sitio web www.coca-cola.com.ar donde se
explica cómo armar la propia fábrica de felicidad, en el marco del nuevo
slogan El lado Coca Cola de la vida. Para ello, hay que seguir una serie de
instrucciones a cuyo término un mensaje le abre las puertas al usuario para
empezar con su fábrica: Ya sabés todo lo que hay que hacer para ser un
excelente dueño. Entre los premios se puede llegar a ganar un Tour de la
felicidad que visita Cancún, Orlando y Atlanta. La fragmentación, desarme,
vaciamiento y rearmado del concepto engendran una especie de Felicidad
Frankestein, es decir, hecha a partir de unos nuevos pedazos (fábrica,
dueño, Disney, Coca Cola, etc.) que la componen sin tener nada que ver con
el concepto que pretenden originar. Es una felicidad que está ahí, al
alcance de una serie de operaciones –luego de haber comprado, porque es
necesario tener los códigos de las tapitas–, de tecleos y clickeos, y a
través de la interacción con la máquina es posible que se concrete. La
dinámica, en síntesis, es: consumo-máquina-felicidad.

La otra, y no menos importante serie de cavilaciones a la que El lado Coca
Cola de la vida nos empuja, se vincula precisamente con una
reinterpretación de ese slogan en tanto enunciado que, en gran medida,
resume los objetivos de toda megacorporación que se precie de estar
involucrada en la cruzada del capitalismo cultural electrónico. El lado
Coca Cola de la vida es una apelación que nos invita a dar el salto hacia
ese mundo nuevo donde se ha producido el "declive precipitado de la
totalidad de las Grandes Máquinas productoras de socialidad, de identidad
(…) –familia, religión, etnia, escuela, patria, tradiciones…–"4 y en el
cual "lo que sobre todo decide su actual debacle es la absorción
generalizada de esa función directamente por parte del universo de la
mercancía, de la máquina capitalista. Ella, en efecto, conjura poderes y
funciones antes reservadas en exclusiva a la esfera de lo cultural."5 El
lado Coca Cola de la vida es emblema de dos aspectos esenciales a un mundo
que, al configurarse a partir de la explosión del conocimiento y de la
extensión ininterrumpida –e ininterrumpible– de la red, deviene mundo
máquina. Uno, Coca Cola es el estandarte de la propiedad intelectual; su
fórmula es un dios intocable que no duda en destruir a los profanos. La
propiedad intelectual es la garantía de rentabilidad en un mundo donde –ya
lo dijimos– la generación de riqueza se ha desplazado hacia el
conocimiento. Es el mundo sobre el cual Naomi Klein nos advertía tan
elocuentemente en su No Logo. Pese a la infinidad de ámbitos y herramientas
con que hoy cuenta la generación colectiva de conocimiento, su propiedad
colectiva está lejos todavía de poder dar batalla a la propiedad privada.
La regulación de los accesos al conocimiento es productora de poder y de
riqueza; lo saben muy bien los laboratorios. Dos, Coca Cola es pionera en
la transnacionalización de modelos económicos y culturales a gran escala(.
Nuestro Papá Noel, ese gordinflón vestido no casualmente de rojo y blanco,
es obra de los genios del marketing de la gaseosa, quienes lograron
exportar a gran parte del mundo la imagen para una tradición, a la vez que
un fuerte estímulo para el consumo según los patrones del american way of
life. Esa exportación, al encaramarse en la potencia distributiva de lo
digital, vio revolucionada su capacidad de expansión y penetración; empezó
a llegar tan lejos y tan hondo como nunca antes. La globalización fue
posible porque sus máquinas le otorgan un tremendo poder de alcance e
instalación.

¿Un mundo CRM?
No es casual que la estrategia contemporánea que el capitalismo ha
delineado para llevar adelante sus embates –sintetizada en sus propósitos
de usurpación de las funciones de lo cultural– ocurra de manera simultánea
con la nueva dirección que han tomado las ciencias de la vida. Ambos
fenómenos forman parte de un mismo continuum en el tránsito –que aún no ha
llegado a su culminación– de la visión mecanicista que del mundo y del
hombre arrastramos desde la modernidad hacia las nuevas metáforas que
tienen que ver con lo digital; es decir, el hombre, la naturaleza, la vida,
convertidos en información, traducibles a un lenguaje de programación y,
por lo tanto, programables. El universo digitalizado es su hogar y
productor. Allí no solamente ocurre la proliferación y el perfeccionamiento
y la profundización del entretejido del hombre con las máquinas que están
por fuera de él; ahora la máquina también quiere estar dentro, en el
núcleo. Así, la lógica de la biociencia se ha emparentado definitivamente
con la del marketing: tienen en común el deseo de ir más y más profundo en
el cuerpo humano, dividirlo en partes cada vez más pequeñas para analizarlo
mejor y desentrañar sus secretos. "Es una evolución tecnológica pero, más
profundamente aún, una mutación del capitalismo"6, nos dice Deleuze. Los
dispositivos del Customers Relationship Management trascienden el ámbito
del consumo para insertarse en los procesos de la experiencia, de la
naturaleza y de la vida misma de los seres humanos. El tránsito hacia un
mundo CRM está en constante aceleración. La tecnociencia se proclama capaz
de obtener el dominio total sobre la vida y la muerte al mismo tiempo que
las marcas anuncian sus facultades para crear comunidad. El mundo empieza a
soñarse como una megacorporación sostenida en las redes digitales donde
empresa y vida –en términos del ser y el estar en el mundo– tienden cada
vez más a confundir sus fronteras. El proceso es furtivo porque se disfraza
de natural; y frente a ello deviene indispensable un nuevo aprendizaje –un
reaprendizaje– de lectura para enfrentar los nuevos relatos acerca del
mundo, para operar sobre las grietas de su discurso.

En marzo de 2008, el diario Clarín publicaba la siguiente noticia:
Planean descifrar el ADN de cien mil voluntarios
Los datos ayudarían a develar secretos sobre enfermedades y cómo
enfrentarlas.
Un científico de la Universidad de Harvard, respaldado por los aportes de
dos empresas: Google Inc. y OrbiMed Advisors LLC, planea develar los
secretos de enfermedades comunes decodificando el ADN de 100.000 personas
en el mayor proyecto genético secuencial del mundo.7

La novedad es impactante. Es altamente esperanzadora y placentera porque
trae la promesa de nuevos beneficios para la humanidad. Ilógico sería no
darle la bienvenida a semejante avance. Sin embargo, no debemos pasar por
alto el profundo carácter simbólico que emana del texto. Es sintomático del
rumbo que ha tomado la contemporaneidad, el hecho de que ciertas empresas
sean las dueñas del proyecto para decodificar el ADN de 100.000 seres
humanos. En el caso de Google, que como sabemos es una de las mayores
corporaciones teleinformáticas a nivel mundial, la noticia nos habla del
desarrollo de la medicina personalizada sostenida por el creador de la
publicidad personalizada. Google analiza y persigue, ve al usuario, puede
inducirlo y controlarlo. Exactamente del mismo potencial están cargadas las
nuevas ciencias de la vida. Establecer el paralelismo no es difícil:
análisis / estudio de preferencias y conductas de búsqueda y navegación;
identificación / elaboración del perfil del consumidor; tratamiento /
generación de avisos publicitarios –google adds– que impulsan al consumo de
acuerdo a cada perfil. El otro auspiciante es el menos conocido OrbiMed
Advisors LLC, que bajo su slogan Inversiones en el Ciclo de Vida (Life
Cycle Investing) se presenta como la firma más importante del mundo en
inversiones destinadas al cuidado de la salud, con más de U$S 6.000
millones bajo su administración(. Llanamente, OrbiMed se dedica a asesorar
sobre inversiones en salud y cómo hacer rendir mejor el dinero invertido.
Es la dinámica Coca Cola (consumo-máquina- felicidad) traducida al ámbito
de la biociencia: inversión-máquina-vida; Life Cycle Investing.

Bajo control
Del cuerpo cuyo valor de mercancía estaba en su fuerza de trabajo se pasa
al cuerpo valorado por la carga de información que contiene. La generación
de riqueza se halla en plena transmutación de lo mecánico a lo orgánico; y
en su seno ocurre el imprescindible rediseño de los dispositivos de
control. En sus estudios sobre el biopoder y los mecanismos disciplinarios
Foucault estaba anticipando lo que luego Deleuze sentenció: las sociedades
de la información son sociedades de control. Dado que la información no es
solamente poder y riqueza, sino también control, las máquinas para extraer
esa información y las máquinas para controlar son cada vez más precisas. Si
merced a la tecnologización digital el capitalismo trabaja en las tres
dimensiones y en su composición –rodea largo, alto y ancho al tiempo que
penetra el volumen–, es claro que ese esquema operativo se traslada también
a sus máquinas y dispositivos de vigilancia. Las sociedades de la
información son panópticas al extremo. La innovación tecnológica escupe
máquinas que pasan a formar parte de un paisaje subrepticiamente
naturalizado y se multiplican en una escenografía de vigilancia que se
legitima a sí misma a través de nociones impuestas de seguridad y
bienestar. En el mundo globalizado, donde la megacorporación fagocita al
Estado las herramientas de control que uno y otro maniobran se hallan
superpuestas.

Se controla desde afuera. Un ciudadano londinense "es registrado unas 300
veces por día por las cámaras de seguridad. Hay 4,2 millones de cámaras en
todo el país, una cada 14 habitantes"8; por 1.000 millones de dólares EE UU
"prevé incorporar en una gigantesca base de datos información biométrica de
cada uno de los ciudadanos, a fin de poder establecer la identidad de las
personas a partir de rasgos físicos como la palma de la mano, el iris,
cicatrices y otras particularidades."9; la UE proyecta "tomar las huellas
dactilares y hacer un escaneo de toda persona que cruce las fronteras del
bloque"10. Al mismo tiempo, enchufado a las nuevas herramientas orquestadas
en torno al universo electrónico el ciudadano deja rastros indelebles. El
celular, internet, el correo electrónico, el chat, el cajero automático, el
peaje, el rastreo satelital de los vehículos, las tarjetas de débito y
crédito11 –por mencionar algunos– generan una información que rezuma las
huellas electrónicas del transcurrir de lo privado.

Se controla desde adentro. La biología molecular, la genética y la
neurociencia se han introducido en el ADN de los organismos vivos. De igual
manera que en la modernidad los cuerpos son blanco del enfoque mecánico
propio de la máquina industrial, la visión contemporánea los asimila al
dispositivo digital. El cuerpo se digitaliza, como si, al igual que las
nuevas máquinas, funcionara a través de un programa de instrucciones y
operaciones lógicas; como si el código genético fuera un software. El sueño
de la nueva tecnociencia es el cuerpo programable; lo que se programa se
puede controlar. Esa es su "vocación fáustica, el impulso de controlar lo
aleatorio, del poder infinito sobre las cosas, de resolución del misterio
mismo de la vida y la muerte."12

Como en el encierro panóptico, finalmente, el control está internalizado y
es envolvente. No solamente se controlan los cuerpos, también los
imaginarios. El panóptico del hombre contemporáneo lo conforman la
necesidad y la advertencia de innecesariedad. El vigilante que se ha
internalizado es la siempre latente posibilidad de perder lo que se tiene y
lo que se es, de quedar afuera y pasar a ser parte de los excluidos. Real o
no, la amenaza se siente ahí afuera, acechando. Los medios, montados en el
tremendo poder de fuego que le otorgan las nuevas tecnologías y sus redes
nos lo muestran todo el tiempo, persiguiéndonos en cada rincón. La
publicidad, encaramada en la misma locomotora, inflama el deseo y la sed de
consumo. El discurso dominante del Estado-megacorporación sofistica y
extrema el temor a no tener y no ser; eleva a un punto sublime la
posibilidad del horror. "El hombre ya no es el hombre encerrado, sino el
hombre endeudado"13 afirma Deleuze; y es el hombre asustado me permitiría
agregar yo. Lo nuevo es que la red no deja espacios libres y ningún ámbito
está librado al azar. El rumbo que el hombre ha impreso al mundo con sus
nuevas máquinas se orienta a una proliferación y evolución constantes de
micromecanismos de poder que, en sus sueños de omnipresencia, parecen
querer investirse del carácter de lo divino.

Acerca del dudar
Dos hechos están fuera de discusión: toda innovación tecnológica provoca
cambios en las sociedades y en la cultura, y el hombre coevoluciona con sus
máquinas. Como afirmó Mazlish en un texto de 1967, "el hombre y las
máquinas que éste crea son continuos (…) el hombre puede percibir ahora su
propia evolución como inextricablemente entretejida con su uso y
perfeccionamiento de las herramientas"14. Aceptar esa continuidad implica
que el ego –como ocurrió con Copérnico, con Darwin, con Freud– sepa
asimilar el golpe que se le asesta. De lo contrario, ver la máquina como
discontinua del hombre es cegarnos ante ella. Negar la máquina es tornar
invisible nuestra condición de productor y, peor aún, de producto de las
máquinas. Allí está el sustrato de la amenaza: no saber de dónde viene el
golpe, no percibirlo y, por lo tanto, incorporarlo naturalmente al sentido
común. Quien no se sabe producto de la máquina sucumbe a su zumbido
adormecedor. Esa ceguera es lo que impide notar que aquello que llega con
credenciales de placer y bienestar, de comodidad y comunidad, de
conocimiento e información, de comunicación y relación con el otro, es,
muchas veces, control e impulso al consumo. Como explica Brea, en las
sociedades de la información, no porque el saber, el conocimiento o la
esfera de lo cultural estén en su centro motor debemos caer en la tentación
de creer que el capitalismo se haya hecho más humano. Al contrario, se
prepara para ser más alienante, más bárbaro, y lo que ha mejorado es su
capacidad de disfrazarse; "es más capaz de encubrir su rostro salvaje con
la máscara de una mejor fingida humanidad, de una más extensa disposición a
la solidaridad o a la persecución de la autenticidad."15

Por eso, a los modos de ser-con la tecnología que Mitcham describiera hace
treinta años, el mundo digitalizado le exige una reinterpretación. Este
mundo requiere una actitud que sepa dosificar el escepticismo, el optimismo
y el desasosiego, que pueda apropiarse de esas visiones efectuadas a partir
de recortes históricos, para extrapolarlas a la contemporaneidad en tanto
"tipos… formas o modos de pensar la relación del hombre con la
tecnología"16. El resultado de esa síntesis es la crítica. Tal es la
actitud que, interpuesta entre los ciudadanos y quienes tienen el timón que
comanda el derrotero de ciertas prácticas colonizadoras de la esfera humana
a partir de las nuevas tecnologías, posiblemente reavive el recuerdo de que
ni la ciencia ni la técnica han logrado todavía traducir a leyes la vida
del espíritu, el profundo misterio del ser, la emoción humana. Los intentos
por digitalizar el ser caerían en la quimera de realizar el discurso de lo
inasible.

Al contrario de una diatriba antitecnológica, mi objetivo ha sido
contribuir a instalar una pausa, poner el vértigo en suspenso, sacar la
cabeza por encima de las olas que ininterrumpidamente barren el mundo
indicándole ahora ir hacia allí, ahora dirigirse allá. En este presente que
es puro instante, resulta sano el ejercicio de mantenerse a flote a fuerza
de dudar, de sospechar de aquello que viene dado e intenta anular su
carácter histórico. Las nuevas tecnologías, sin dudas, son portadoras de
genuina esperanza. Su problema, la verdadera amenaza, es lo no dicho. Entre
esas rajaduras es necesario instalar el pensamiento crítico para saber
hacia dónde vamos.
Notas
(1) Bradbury, Ray. La sabana. En El hombre ilustrado. Minotauro, Buenos
Aires, 1955, pág. 8
(2) Ibídem, pág. 10
(3) Brea, José Luis. cultura_RAM. Mutaciones de la cultura en la era de su
distribución electrónica. Gedisa, Barcelona, 2007, pág. 56-57.
(4) Ibídem, pág. 56
(5) Ibídem
(6) Deleuze, Gilles. Postdata sobre las sociedades de control. En El
lenguaje libertario, Christian Ferrer (compilador), Terramar, La Plata,
2005, pág 118.
(7) Clarín, 02/03/2008. http://www.clarin.com/diario/2008/03/02/sociedad/s-
05001.htm
(8), (9), (10), (11) La Nación, 02/03/08.
http://www.lanacion.com.ar/edicionimpresa/suplementos/enfoques/nota.asp?nota
_id=991961
También ver: www.privacyinternational.org/
(12) Sibilia, Paula. "En esta sociedad, se es o post humano o sub humano".
Entrevista de Agustín Valle. Noviembre, 2006.
http://soloentrevistas.blogspot.com/2006/11/el-hombre-post-orgnico-paula-
sibilia.html
(13) Deleuze, Gilles, op. cit., pág 119.
(14) Mazlish, Bruce. La cuarta discontinuidad. En Tecnología y cultura,
Kranzberg, M. y Davenport, W. (compiladores), G. Gilli, Barcelona, 1978,
pág. 180, 190.
(15) Brea, José Luis, op. cit. pág. 52.
(16) Baggiolini, Luis. Apuntes para pensar una historia de las tecnologías
de la comunicación. En Anuario Dto. Cs. de la Comunicación, N° 1, UNR,
Rosario, 1995.


Otra bibliografía consultada

Baudrillard, Jean. Lo orbital. Lo exorbital. En Rev. Vuelta N° 10, México,
1987.
Bradbury, Ray. El vino del estío. Minotauro, Buenos Aires, 1967.
Mitcham, Carl. Los modos de ser-con la tecnología. En Rev. Anthropos N° 94-
95, Madrid, 1989.
Sibilia, Paula. El hombre postorgánico. Cuerpo, subjetividad y tecnologías
digitales. Introducción. Fondo de Cultura Económica.
Sibilia, Paula. Las condenas diarias de la tecnología. Entrevista en Página
/12.
http://www.pagina12.com.ar/diario/ciencia/19-59834-2005-11-30.html
Sibilia, Paula. El hombre postorgánico, el sueño de trascender nuestra
condición biológica "demasiado humana" con la ayuda de las tecnologías
digitales. Entrevista en portal Educ.ar.
http://portal.educ.ar/noticias/entrevistas/paula-sibilia-el-hombre-postor-
1.php

( Al lector le recomiendo ver la película Los dioses deben estar locos
(1980).
( http://www.orbimed.com/
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