Las carencias sociológicas de la Teoría de la Agenda Setting: una crítica poco atendida

July 28, 2017 | Autor: José Raúl Gallego | Categoría: Agenda-setting Theory, Second-level agenda setting, Agenda Setting, Framing and agenda setting research
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Descripción

Título: Las carencias sociológicas de la Teoría de la Agenda-Setting: una crítica poco atendida1. Autor: José Raúl Gallego Ramos2

Resumen: El presente artículo retoma una de las críticas formuladas por José Luis Dader en la década del noventa a la Teoría de la Agenda Setting y analiza como varias de las limitaciones señaladas a esta teoría no son más que el efecto de problemáticas sociológicas más complejas que aún no han sido señaladas con el suficiente rigor. El análisis se concentra en la manera en que (no)han sido problematizadas cuestiones como la acción, la interrelación entre los diferentes niveles sociales en los que operan los procesos comunicativos, el poder y la práctica de la reflexividad y se sugiere enriquecer la investigación de agenda con algunos de los marcos analíticos que puede aportar la obra de sociólogos como Pierre Bourdieu, Anthony Giddens, Manuel Castells y los debates que estas han generado. Palabras claves: Teoría de la Agenda Setting, Sociología, interrelación micro-macro, poder, reflexividad.

Abstract: This article takes up one of the criticisms made by José Luis Dader in the nineties to the theory of agenda setting and analyzes how several of the limitations noted in this theory are simply the effect of complex sociological issues not yet been identified with sufficient rigor. The analysis focuses on how have (not) been problematized issues such action, the interrelationship between the different social levels at which communication processes operate, the power and practice of reflexivity and suggests to enhance research agenda with some of the analytical frameworks that can make the work of sociologists like Pierre Bourdieu, Anthony Giddens, Manuel Castells and discussions that these have generated.

Keywords: Agenda-Setting Theory, Sociology, Micro-Macro, Power, Reflexivity.

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Una versión sintetizada de este texto se publicará próximamente en Alcance, Revista Cubana de Información y Comunicación, No. 6, Año 2015. 2

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Profesor de Teoría de la Comunicación y Estudios de la Praxis del Periodismo en la Universidad de Camagüey Ignacio Agramonte Loynaz. Email: [email protected]

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1. Introducción. En el año 1990, en pleno auge de la Teoría de la Agenda-Setting (Teoría de la Fijación de Agenda, en español) y también de sus críticas más consistentes, el investigador español José Luis Dader formuló uno de los señalamientos más radicales que se le han realizado tanto a las investigaciones de agenda como a quienes se habían adentrado a criticarla hasta ese momento: “Continúan esclavos de la misma carencia inicial: la indigencia intelectual del positivismo no ilustrado, ignorante de la comprensión del mundo aportada por el razonamiento sociológico y filosófico, e incapacitado además para el ejercicio lógico-deductivo del que se nutre este conocimiento abstracto. Las propuestas de los empiristas son de ampliación, no de profundización. No escapan del plano epidérmico de la observación exterior no interpretada axiológicamente” (Dader, 1990, p. 7). Tal vez porque el autor no continuó trabajando sistemáticamente la investigación sobre la Teoría de Agenda-Setting, o por el fatalismo idiomático de haber sido escrito el artículo en lengua española o geográfico de haber procedido de afuera del ámbito hegemónico norteamericano en el campo de la comunicación; pero lo cierto es que este señalamiento que apunta a algunos de los problemas raigales de la investigación de agenda no tuvo ni ha tenido mucha más repercusión y las críticas a esta teoría han seguido centradas en las mismas cuestiones metodológicas y hasta cierto punto epidérmicas, anotadas por Dader hace más de un cuarto de siglo. Consciente de la vigencia y potencial que encierra este señalamiento, el principal objetivo del presente trabajo es explicitar y profundizar en algunas de las carencias sociológicas que limitan el estudio de las relaciones entre agendas desde la Teoría de Agenda-Setting, muchas de las cuales trascienden al propio desarrollo realizado por Dader de esta idea. Para ello se caracterizará brevemente el desarrollo y evolución de las investigaciones de agenda hasta la actualidad y se sistematizarán y analizarán críticamente algunas de las limitaciones identificadas a estas. Lo anterior constituye un primer paso que permitirá evidenciar como la mayoría de estas deficiencias son el resultado de carencias más profundas que tienen su origen en posicionamientos ontológicos y axiológicos implícitos en la teoría y poco problematizados hasta el momento. Se analiza la propuesta de interrelación teórica 2

realizada por Dader en la década del noventa para luego, partiendo de algunas cuestiones obviadas por el autor, profundizar en la desatención o limitaciones que se observan en la investigación de agenda al abordar cuestiones relacionadas con la acción, la interrelación entre los diferentes niveles sociales en los que operan los procesos comunicativos, el tema del poder y la práctica de la reflexividad, para lo cual se sugiere enriquecer la investigación de agenda con el marco analítico que puede aportar la obra de sociólogos como Pierre Bourdieu, Anthony Giddens y Manuel Castells y los debates que estas han generado. 2. Una mirada sintética a los estudios de agenda setting. Aceptación, rechazo, crítica, culto, sospecha, cautela, son algunas de las reacciones que ha provocado la Teoría de la Fijación de Agenda (Agenda-Setting) durante sus cuatro décadas de existencia. Metáfora para unos (Reese, 1991), hipótesis para otros (McLeod, Becker, & Byrnes, 1974; Shaw, 1977), modelo (Kosicki, 1993, p. 102), teoría (McCombs & Shaw, 1993) e incluso paradigma a la manera de Kuhn (López García, 2001, p. 191); pero más allá de las valoraciones algo queda claro a primera vista: la capacidad de mantener activo durante tanto tiempo semejante abanico de contradicciones dice mucho de la significación e impacto de este cuerpo teórico en el campo de la comunicación y las ciencias sociales. A solo nueve años de la publicación del estudio de Chapel Hill, James P. Winter y Chaim H. Eyal (1981, p. 376) mencionaban haber revisado más de 50 artículos relacionados con la agenda setting; en 1988 Everett Rogers y James Dearing (2012, p. 560) elevan el número a 153, a principios de los noventa estos autores en compañía de Dorine Bregman daban cuenta de 223 artículos basados en esta teoría (Rogers, Dearing, & Bregman, 1993, p. 70), tres años después el torrente ascendía a más de 350 (Dearing & Rogers, 1996, p. 89), en la siguiente década la cifra rebasaba los cuatrocientos (McCombs, 2006, p. 14) y una revisión realizada para el presente estudio encontró más de 600 investigaciones y análisis centrados en los estudios de agenda3. El sintagma “agenda setting” en la caja de búsqueda de Google arroja cerca de 464 mil resultados.

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Estos números se hacen aún mayores si se toman en cuenta las numerosas investigaciones realizadas en universidades e instituciones que no ingresan a los registros de las publicaciones científicas.

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Los estudios de agenda han sido caracterizados como una de las pocas teorías autóctonas del campo de la Comunicación (Takeshita, 2004, p. 369) y de manera general puede decirse que tienen en su centro de atención el estudio de la conformación de las diferentes agendas (públicas, mediáticas, políticas) y la transferencia de relevancia entre ellas. Surgida como parte de la oleada investigativa que Elisabeth Noelle-Neumann (1973, citado por Wolf, 1994, p. 30) denominó “el retorno a la idea de powerful media”, lo que comenzó siendo un acercamiento básico y bastante lineal a la incidencia de los medios sobre la jerarquización de contenidos políticos por las personas, fue complejizándose y extendiéndose hacia el estudio de los factores que inhiben o potencian las relaciones de transferencia entre las agendas (condiciones contingentes), los subtemas y valoraciones que componen una temática principal (agenda de atributos), los procesos de construcción de la agenda de los medios (agenda building), el proceso de fijación de agenda entre medios (intermedia agenda-setting), la existencia de otras agendas que influyen tanto en los públicos como en las organizaciones mediáticas (agenda melding), las consecuencias del efecto de fijación de agenda, la fijación simultánea de conjuntos de objetos y atributos (tercer nivel), así como otras proposiciones originales que extienden el proceso también a los planos afectivos y conductuales y no solo al cognitivo, entre otras temáticas. Los planteamientos básicos de la teoría han sido probados o disprobados en países de los cinco continentes y se han extendido a objetos de investigación tan diversos como la imagen de los candidatos presidenciales, las transmisiones deportivas de la National Basketball Association (NBA), los rumores o la reputación corporativa. Varios metanálisis (Kamhawi & Weaver, 2003; Bryant & Miron, 2004; Potter & Riddle, 2007) la han ubicado entre las teorías más populares en el campo de la comunicación a partir de su empleo en artículos publicados en prominentes revistas de la especialidad e incluso hay quien la cataloga como “la teoría más importante en el campo de la comunicación de masas” (Wanta, 2008, p. 36). Sin embargo sería de ilusos dejarse arrastrar por el efecto boom y caer en la fascinación teórica o los modismos académicos. Como la historia se ha cansado de probar: cantidad, no siempre es sinónimo de calidad; y la Teoría de la Fijación de Agenda –como sus múltiples críticas lo demuestran- no es la llave maestra que muchos esperan para abrir las cerraduras 4

que guardan los misterios aún sin develar de los efectos sociales de los medios de comunicación. Que puede aportar un importante marco conceptual para entender las relaciones entre medios de comunicación y sociedad, sí; pero asumirla sin el necesario ejercicio de vigilancia epistemológica (Bourdieu, Chamboredon, & Passeron, 2002) es, además de una muestra enorme de irresponsabilidad intelectual, una evidencia de ingenuidad impermisible a estas alturas. 3. Las críticas y Las críticas a las críticas Antes de realizar un análisis crítico de la Teoría de la Fijación de Agenda es necesario partir de los señalamientos formulados con anterioridad por otros autores; pero intentar conformar un compendio de las críticas realizadas a este cuerpo teórico es una tarea ardua que requiere de mucha lectura y selección pues son múltiples las conjeturas que le han sido realizadas desde su surgimiento y la mayor parte de ellas se encuentran dispersas y fragmentadas entre varias de las investigaciones empíricas realizadas, en algunas decenas de análisis o en los manuales sobre Teoría de la Comunicación. Es necesario señalar que a pesar del auge de esta teoría, de su constante expansión y de la multiplicidad de los señalamientos, son relativamente pocos los artículos dedicados exclusivamente a analizar las limitaciones de la Agenda Setting. De hecho, resulta curioso que, salvo excepciones, las críticas más consistentes y trascendentes se hayan realizado entre mediados de los ochenta y los años noventa del pasado siglo, para luego disminuir considerablemente y encasillarse muchas veces en capítulos o epígrafes -incrustados disfuncionalmente en los artículos o tesis- que bajo el título de “Limitaciones” o alguna formulación similar, agrupan algunos de los señalamientos realizados con anterioridad por otros autores, pero sin pizca de originalidad o aportación e incluso, reiterando críticas que fueron válidas en los primeros años pero que han sido superadas con el propio desarrollo de la teoría4.

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Entre las deficiencias señaladas a la Teoría de la Agenda Setting que ya han sido superadas en varias investigaciones se cuenta: el uso de diseños estáticos y mediciones puntuales (McLeod et al., 1974, p. 135), su limitación al estudio de procesos electorales (Palmgreen & Clarke, 1977), la relativa escasez y poca variedad de evidencias que corroboraran el efecto de fijación de agenda (McQuail, 1983, p. 197), subvalorar el papel de la experiencia (Behr & Iyengar, 1985, p. 40), la necesidad de expandirse a otros países sobre todo aquellos con sistemas sociales y condiciones económicas diferentes (Rogers & Dearing, 2012, p. 584), el

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En 1988, David L. Swanson (2012) publicó un comentario titulado Feeling the Elephant: Some Observations on Agenda-Setting Research donde asemejó las dificultades para clasificar los diferentes estudios de agenda con la historia de los ciegos que intentan discernir qué es un elefante mediante el tacto fragmentado de diferentes partes de su cuerpo. No obstante, si vamos a ser justos podría utilizarse esta misma analogía para describir las críticas a la Agenda Setting, pues muchas de ellas se han concentrado en palpar indistinta y aisladamente las extremidades, orejas y trompa, pasando por alto los verdaderos problemas de esta teoría o sin lograr combinarlos en una crítica más totalizante y orgánica que posibilite llegar a una comprensión profunda de las problemáticas nodales y avanzar en la búsqueda de alternativas. Por tanto, tampoco han logrado “percibir el elefante”. Muchas de las críticas adolecen de visión sistémica y se concentran en pequeñas porciones de la teoría o están marcadas por el mismo estilo de investigación positivista limitada y fragmentada que no le permite ver las verdaderas dificultades de los estudios de agenda. Incluso, un buen número de estas se concentran en exigirle más de lo mismo, es decir, más precisión, más medición, más predicción, más pureza metodológica, más aislamiento de variables, pero sin analizar el sesgo epistemológico que puede acompañar a estos reclamos. Sin dudas una de las áreas donde se ha realizado mayor cantidad de críticas y sobre todo aportaciones desde los propios estudios de agenda –y también desde otras perspectivas teóricas- es la de las condiciones contingentes. Ya desde fecha tan temprana como 1974 empiezan a aparecer “another look”, otras visiones de los estudios de agenda en las cuales se consignaban algunas críticas relacionadas a tener en cuenta un mayor grupo de factores que podrían inhibir o potenciar el efecto de fijación de agenda (McLeod et al., 1974). Como reconocen dos de los principales investigadores de esta corriente (McCombs, 2006; Wanta, 2008) el estudio de las condiciones contingentes y las propuestas de ampliación de estos factores han estado centradas fundamentalmente en dos grupos de aspectos: aquellos relacionados con las características de la audiencia [necesidad de orientación (McCombs &

limitado número de temas estudiados (Griffin, 1991, p. 339), la restricción al estudio de efectos cognitivos (Shaw, 1979, p. 101), la desatención a la existencia del efecto más allá del ámbito informativo de los medios (Sánchez Ruiz, 2004, p. 56), entre otras.

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Weaver, 1973; Weaver, McCombs, & Spellman, 1975; Matthes, 2006), comunicación interpersonal (Shaw, 1977; Erbring, Goldenber, & Miller, 1980), experiencia directa (Behr & Iyengar, 1985), características sociodemográficas (Benton & Frazier, 1976), procesos psicocognitivos (Edelstein, 1993, Iyengar, 2012)] y las relacionadas con el medio [tipo de medio (Palmgreen & Clarke, 1977; Anokwa & Salwen, 1988), credibilidad del medio (Dearings & Rogers, 1996)] o los mensajes [credibilidad de la fuente (Iyengar, 2012), elementos emocionales (Miller, 2007; Strömback & Kiousis, 2010), tipo de temas (Downs, 1972; Williams & Larsen, 1977; Sohn, 1978), entre otros]. No obstante, entre las conjeturas más frecuentes y de peso también se encuentran el poco número de elementos tenidos en cuenta como posibles condiciones contingentes (Kosicki, 1993), el centrarse demasiado en factores de tipo individuales (Chaffee & Wilson, 1977; Palmgreen & Clarke, 1977), desatender las relaciones estructurales de poder (Kosicki, 1993; Reese, 2001), la estructura social y sus efectos sobre el individuo (Lee, 2005), las características específicas de cada país (Peter, 2003), las circunstancias históricas (Johnson, Wanta, Byrd, & Lee, 1995). De forma paralela, el otro sector que mayor cantidad de críticas agrupa es el referido a las metodologías para estudiar el fenómeno. Desde los primeros años se hizo notable una avalancha de señalamientos –algunos más justos otros no tanto, algunos atendidos y otros desestimados- respecto a la manera de estudiar los temas de las agendas (Winter, Eyal, & Rogers, 1982), el marco temporal del estudio (Winter & Eyal, 1981), a no tener en cuenta los indicadores del mundo real (Behr & Iyengar, 1985), a no estudiar el efecto de fijación de agenda como un proceso (Rogers & Dearing, 2012), a problemas en la medición de las agendas (Edelstein, 1993; Soroka, 2001), al estudio de la direccionalidad del efecto (Behr & Iyengar, 1985; Matsaganis, 2009), a la poca atención prestada a determinados temas que no son atendidos por los medios (Griffin, 1991, p. 339), por solo citar algunos de los más recurrentes. No obstante, hay investigadores que han logrado profundizar un poco más en la naturaleza de estas dificultades y formular sus críticas a un nivel epistemológico o teórico, aduciendo la necesidad de complementar con otras teorías algunos vacíos conceptuales que le impedían a la Agenda Setting un entendimiento más profundo de su objeto de estudio 7

(Iyengar & Kinder, 1987; Kosicki, 1993; Cervantes, 1999; Wolf, 2007; Edelstein, 2012), señalando problemas en la definición de sus categorías y conceptos (Saperas, 1987; Edelstein, 1993; Scheufele, 2000; Takeshita, 2005; Swanson, 2012) y en la manera de concebir a la audiencia (Lee, 2005). Más allá de listar todas las críticas realizadas a los estudios de agenda –algo que excede los objetivos de este trabajo-, lo que llama la atención son aquellos elementos que no han sido tocados –o al menos no de manera asidua- y que son fundamentales no solo para explicar la naturaleza de los resultados que se han logrado sino también para entender los que aún no se han obtenido, los agujeros negros que persisten y que muchos de ellos tiene que ver con aquello que Dader (1990) denominó carencias sociológicas y filosóficas. De allí que valdría la pena preguntarse, por ejemplo: Si las constantes contradicciones entre los resultados de estudios empíricos que intentan demostrar la existencia del efecto podrían tener su base en los elementos constituyentes de la realidad que se tienen en cuenta, demasiado encasillados por un objetivismo factualista, o en la forma en que se abordan operativamente cuestiones sociológicas fundamentales como las relaciones acciónestructura, micro-macro. Si el posicionamiento distanciado que asumen los investigadores respecto a su objeto de estudio no pudiera también contribuir a la superficialidad y etnocentrismo analítico que dificultan la comprensión del efecto en sociedades distintas a las del primer mundo occidental. Si valdría la pena reflexionar sobre el uso que se le está dando a los resultados de los estudios y en favor de quién. Si el empleo predominante de un determinado método de razonamiento no estará impidiendo abordar el objeto de una manera más compleja y arribar a otras conclusiones. Si por un lado, la manera en que están siendo usadas determinadas propuestas conceptuales no sería una de las fuentes de relativismo teórico y por otro, si el poco diálogo con otras teorías no sería el productor de cierta pobreza intelectual que también ha sido señalada (Dader, 1990). Son solo algunos ejemplos de cuestiones que pueden resultar vitales para el análisis crítico de los estudios de agenda –las cuales no han sido lo suficientemente planteadas en los señalamientos sistemáticos que se le han realizado a esta teoría- y que son subyacentes a la mayoría de las críticas de tipo metodológico y teórico que han sido formuladas por décadas a la Agenda Setting. 8

Hace casi treinta años Everett M. Rogers y James W. Dearing, dos de los principales sistematizadores de esta teoría, confesaban: “Nosotros sentimos que ha existido una ‘digestión’ muy incompleta del creciente grupo de resultados de investigación para conformar una teoría de la Agenda Setting. Este es un frente de investigación en el cual los hallazgos empíricos han sido relativamente inutilizados para el avance teórico. Los estudios de fijación de agenda necesitan una meta-investigación profunda mucho más que otro estudio empírico.” (Rogers & Dearing, 2012, p. 582) Lamentablemente esa meta-investigación aún no ha llegado y muchos de los señalamientos expuestos anteriormente continúan vigentes y otros aún sin detectarse con las consabidas consecuencias negativas para el desarrollo de este cuerpo teórico y el entendimiento de su objeto de estudio. Es conveniente antes señalar que los estudios de agenda se ubican dentro de las llamadas teorías prácticas (Vidales, 2013), cuya finalidad no es entender la sociedad, sino ofrecer respuestas a fenómenos precisos, intervenir para la consecución de finalidades específicas, de allí que no problematicen de manera explícita sobre ciertos elementos vitales desde el punto de vista teórico, pues no es su intención: No obstante el hecho de que determinados supuestos no aparezcan planteados teóricamente no quiere decir que no se hallen implícitos en la acción investigativa y que tengan consecuencias sobre ellas. De allí la importancia de profundizar en aquellos posicionamientos que se hallan en la base de cualquier formulación teórica o acción práctica y que determinan el alcance de la teoría y condicionan las posiciones del investigador. Esto plantea la necesidad de una introspección más profunda que permita llegar a las verdaderas causas de los problemas que exhibe la Teoría de la Agenda Setting para entonces de manera ordenada y más sintética poder ver sus consecuencias en los diferentes aspectos que han sido identificados como limitaciones de este cuerpo teórico. Esto no solo posibilitaría un mejor análisis y comprensión de estas dificultades sino que también orientaría la investigación empírica hacia el estudio de zonas problemáticas concretas organizadas en torno a un modelo teórico.

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4. Más allá de la epidermis. Como se ha visto les estudios de agenda han ido abriéndose camino en el campo de la Comunicación a base de un arduo y sistemático trabajo de investigación empírica y muchos de sus desarrollos, descubrimientos y superaciones han salido fundamentalmente de esta labor, lo cual no está mal, pero no debe ser la única vía pues como señala Theodor W. Adorno (2001, pp. 95-96) “los resultados de una investigación jamás pueden ir más allá de la inversión intelectual que se ha hecho en ella; sólo que esto no significa, por ejemplo, que los resultados hayan de ser las mismas ideas invertidas. Esto sería dogmatismo.” Por tanto, de lo que se trata es de no salir al campo a investigar las relaciones entre agendas armados solamente con hipótesis de trabajo y conocimientos relacionados con la implementación de la propia teoría, sino de llegar al terreno con un grupo de nociones que permitan situar al objeto de estudio dentro de ese contexto más amplio que es la realidad social en sus diferentes dimensiones. Y además que posibilite llegar orientados por una guía o mapa que ubique el asunto investigado no solo dentro de una línea temática (agenda building, agenda melding, agenda de atributos, por ejemplo) sino también dentro de las conflictividades que las atraviesan y el tipo de problemas que deben ser investigados y resueltos en ellas. Sin embargo, para llegar hasta aquí se necesita de un razonamiento que además de mirar críticamente al objeto de estudio, sea capaz de mirar crítica y estructuradamente a las maneras en que mira el objeto de estudio: es decir, a la propia teoría; y este ha sido precisamente uno de los enfoques menos comunes en la investigación de agenda –y también en el campo de la Comunicación- lo cual ha permitido –junto a otros factores- la pervivencia de un grupo de limitaciones que incluso siendo detectadas siguen reproduciéndose en la práctica investigativa. En este sentido se necesita de un enfoque que sea capaz de auscultar tanto en las características internas de la teoría como en sus condiciones de producción. Esta relación dialéctica ha sido certeramente advertida por el sociólogo norteamericano Jeffrey Alexander (1987) cuando señala que toda tradición de investigación posee una serie de componentes básicos implícitos, de elementos no empíricos (presuposiciones generales, 10

orientaciones ideológicas, modelos, conceptos, definiciones, clasificaciones, correlaciones, entre otras) que ejercen un gran peso en el desenvolvimiento de la práctica científica y que para una correcta determinación y análisis de estos, deben estudiarse como el producto de personas y sociedades concretas, ubicadas históricamente. Lo cual implica no perder de vista también la dimensión ideológica, ya que “Las teorías no solo son intentos de explicar el mundo sino esfuerzos para evaluarlo, para comprender más amplias cuestiones de sentido. Como son formulaciones existenciales y no solo científicas, invariablemente tienen enormes implicaciones políticas. Por esta razón, siempre se les debe comparar con la política de su tiempo.” (Alexander, 1987, p. 16). Si se observan las investigaciones de Agenda Setting desde esta óptica, podrían develarse las relaciones que menciona Alexander entre los componentes básicos de dicha teoría y sus contextos de producción, que conduciría a una mejor comprensión de la misma y de las limitaciones que por décadas ha arrastrado en el estudio de las relaciones entre agendas. Es precisamente en el análisis de los “componentes básicos” o de las ideas relacionadas con la naturaleza de la realidad y el sujeto investigador, la proyección ética y valorativa de la investigación y cuestiones relacionadas con su planteamiento teórico, donde pueden ubicarse varias de las carencias sociológicas y filosóficas de la Agenda Setting, en muchas de las cuales no se detiene Dader y que constituyen causas profundas de las dificultades metodológicos y teóricas señaladas por varios autores. 5. La propuesta de interrelación teórica de José Luis Dader. Según José Luis Dader el conocimiento de un campo completo de la realidad implica responder satisfactoriamente a las preguntas de qué, cuándo, cómo, por qué y con qué consecuencias; pero a su entender, tanto las investigaciones de agenda realizadas hasta ese momento como las propuestas de ampliación sugeridas por otros autores, solo atendían las tres primeras cuestiones dejando las dos últimas sin explicación. Y de acuerdo con Dader (1990, p. 6) “Las respuestas al por qué y con qué consecuencias son siempre mucho más decisivas (aunque problemáticas) y reveladoras, permitiendo así un redescubrimiento insospechado del qué exactamente estamos tratando y cómo o de qué modo se originan y se desarrollan sus procesos.” 11

De esta manera, la propuesta de “interrelación teórica” de Dader tiene como objetivo llenar estos vacíos y fundamentar sociológicamente el efecto de agenda setting (canalización periodística de la realidad, en su terminología) basándose para ello en tres cuestiones fundamentales: la función social de los medios de simplificación de la complejidad, el carácter de construcción social de la realidad y el proceso de enmarcado y definición de roles que se da entre los participantes del proceso de comunicación masiva. Para buscar la comprensión del efecto de fijación de agenda más allá de las pruebas circunstanciales y la simplificación mecánica, Dader se auxilia de la teoría sociológica del alemán Niklas Luhman a la cual califica como “uno de los mejores exponentes de las posibilidades de consolidación científica de la ‘hipótesis’ de la canalización periodística, en el momento en que sea integrada, como manifestación particular y concreta, dentro de una interpretación global de la sociedad, mediante una abstracción teorética del máximo rango y exigencia” (Dader, 1990, p. 11). Para ello parte de reconocer la enorme y creciente complejidad del mundo social actual que obliga a que las personas recurran a estrategias de simplificación que permitan dar un orden y un sentido a su existencia y acciones, en lo cual juegan un rol fundamental los medios de comunicación no solo como seleccionadores y estructuradores de acontecimientos y significaciones, sino también como mediadores entre los diferentes subsistemas de la sociedad. Esta primera consideración además de ubicar a los medios en una posición de suma importancia para el desarrollo de la vida social, los pone en relación con otros subsistemas (como el político, por ejemplo), un nexo que a menudo obvian los estudios de agenda. Por otra parte, conduce directamente a considerar la segunda cuestión sociológica que retoma Dader: la construcción social de la realidad. Basándose en la reconocida obra de Peter L. Berger y Thomas Luckmann (2001), Dader parte de reconocer la imposición de la realidad de la vida cotidiana como facticidad evidente objetivada e institucionalizada socialmente a través del lenguaje y asume que en la actualidad son los medios de comunicación los principales actores de ese proceso de institucionalización. Así, la realidad construida por los medios es asumida luego por el 12

público de manera reificada (como algo ajeno y con existencia independiente), legitimada por un universo simbólico (el de la actividad periodística), que a juicio del profesor español, se constituye como uno de los más influyentes y distintivo de la sociedad contemporánea. “Si se contrasta todo lo dicho hasta aquí sobre la capacidad y actividad seleccionadora de los medios periodísticos, con la referida exposición de los procesos de construcción social de la realidad, ningún otro agente como el periodístico reunirá tan magníficas condiciones para producir y protagonizar tan decisivo proceso. Poco importará entonces que las pretensiones canalizadoras no se fragüen desde dentro de los medios, si a la postre son el instrumento con el que aquéllas se llevan a la práctica.” (Dader, 1990, pp. 17-18) Por último Dader se apoya en dos exponentes de la microsociología norteamericana, Erving Goffman y Harold Garfinkel para dar lugar al que considero el más importante aporte del autor en este trabajo al extender el efecto de fijación de agenda más allá de la transferencia temática y referirse a cómo los medios son capaces de definir situaciones y comportamientos sociales, roles y reglas, tanto para la audiencia como para los periodistas y las relaciones entre ellos. De Goffman asume la noción de teatralidad y las expectativas recíprocas en las interacciones (Goffman, 1997) para explicar el poder que tienen los medios de fijar los patrones de “lo serio” y “lo trivial” en términos noticiosos y las posturas a asumir ante ello y se vale del concepto de frame (Goffman, 1986) para fundamentar tanto los constreñimientos que enmarcan la labor del periodista como “el convenio fáctico entre ‘actuantes y auditorio’ (…) que también existe entre medios periodísticos y audiencias: al menos escénicamente los segundos desconfían de los primeros (‘ya se sabe que la prensa miente o exagera’), pero en el fondo aceptan como única realidad la construcción socialmente verosímil manufacturada por los medios.” (Dader, 1990, p. 30). Para finalizar, siguiendo a Garfinkel y sus preceptos sobre constitución del “sentido común” (Garfinkel, 2006) concluye que “en el caso de la actividad periodística (…) la construcción del sentido común de la vida cotidiana viene en buena medida pautado o canalizado por el acostumbramiento a unos temas e ignorancia sobre otros que los medios 13

periodísticos establecen a diario” (Dader, 1990, p. 31), con lo cual retorna a uno de sus planteamientos iniciales en el artículo cuando señalaba que: “La influencia de los medios es, en efecto, más decisiva sobre lo que permanece oculto que sobre lo que se menciona. Tal idea me sigue pareciendo más crucial y aprovechable en esta línea de investigación: uno no puede estar a favor ni en contra, no puede ni apoyar ni rechazar, aquello de lo que ni siquiera ha oído hablar.” (Dader, 1990, p. 3) Mediante estas integraciones el profesor español afirma que por primera vez se establece “con total rotundidad” que el efecto de fijación de agenda es “1) una necesidad para la afirmación institucional y personal de sus profesionales, 2) una consecuencia inseparable de la posición central de los medios en la función vital de simplificación de lo complejo y de las leyes del encuadre y la rigidez dramática de las interacciones, y 3) el alimento indispensable del propio orden mental de las audiencias.” (Dader, 1990, p. 33). Con esto considera haber solucionado algunas de las principales flaquezas de los estudios de agenda, aunque a decir verdad, considero de mayor valor los señalamientos –por su potencial heurístico- que las respuestas ofrecidas. 6. Carencias sociológicas de la Agenda Setting. Como puede verse Dader no va a refutar, sino a explicar, a fundamentar sociológicamente – o desde teorías sociológicas- la función de agenda setting, pero más allá de las críticas que dos décadas después pueden hacérsele a este artículo, qué ocurriría si también desde la Sociología se cuestionara la manera en que los estudios de agenda han asumido de manera implícita ciertos posicionamientos o al menos se señalara aquellos que no han sido problematizados y que pudieran incidir en los resultados de estos estudios. Por ejemplo, Jeffrey Alexander (1987, p. 10) menciona que en el intento de estudiar la realidad se encuentran involucradas necesariamente presuposiciones relacionadas con el problema de la acción y del orden. Respecto al tema de la acción, si bien no es saludable detenerse a estas alturas en un debate sobre la irracionalidad o racionalidad de la misma puesto que las corrientes contemporáneas de la Sociología han demostrado que la acción humana combina ambos elementos –no obstante, valga decir que los estudios de agenda tardaron bastante en incluir los elementos 14

emocionales del mensaje como un factor a tener en cuenta-, sí vale la pena seguir indagando en el porqué de ciertas acciones. Una de las grandes interrogantes de los estudios de agenda ha sido cómo ocurre el proceso de transferencia de relevancia de una agenda a otra, y las respuestas han sido buscadas en factores de tipo sociodemográfico, psicológico, en las características del mensaje, pero poco se ha indagado en la naturaleza de la acción y la relación con los medios de comunicación como una dimensión de esta. Por ejemplo, valdría la pena enfatizar y no tomar solo como mera referencia que vivimos en sociedades mediatizadas y que los medios forman parte de la vida cotidiana de mayoría de las personas al menos desde hace cuatro generaciones, que hemos aprendido a informarnos a través de ellos e incluso el consumo mediático se ha ritualizado y entrelazado con prácticas cotidianas como el descanso (leer el periódico al llegar del trabajo), la alimentación (muchos noticiarios coinciden con los horarios de comida) o la conciliación del sueño (con la democratización del acceso a los televisores, estos se han replegado de las salas a los cuartos y se han creado opciones técnicas como los temporalizadores de los controles remotos que permiten quedarse dormido mientras se ve la televisión sin la preocupación de un consumo energético excesivo). Siendo así, valdría la pena estudiar la relación de las personas con los medios desde la óptica de que “Las actividades humanas sociales, como ciertos sucesos de la naturaleza que se auto-reproducen, son recursivas. Equivale a decir que actores sociales no les dan nacimiento sino que las recrean de continuo a través de los mismos medios por los cuales ellos se expresan en tanto actores. En sus actividades, y por ellas, los agentes reproducen las condiciones que hacen posibles esas actividades.” (Giddens, 1995, p. 40) Como entendió correctamente Jesús Martín Barbero (2001) el habitus en tanto “sistema socialmente constituido de disposiciones estructuradas y estructurantes, adquirido mediante la práctica y siempre orientado hacia funciones prácticas” (Bourdieu, 1995, p. 83) constituye una mediación fundamental en la manera de relacionarnos con los medios. Y así, el habitus no solo viene a contribuir en el entendimiento de la acción práctica, sino también a permitir la relación entre los otros dos puntos dicotómicos señalados por Alexander: el problema del orden o que es lo mismo, la dualidad acción-estructura.

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Numerosas investigaciones de agenda han arribado a conclusiones como que los hombres son más propensos al efecto de agendamiento (Weaver & Mauro, 1978), mientras otras demuestran que son las mujeres (Canel, Llamas y Rey, 1996), o los jóvenes (LópezEscobar, Llamas & McCombs, 1996), o los que tienen mayor educación (Hill, 1985), o los menos educados (Canel, Llamas y Rey, 1996), pero todas pasan por alto que “el habitus es una subjetividad socializada” (Bourdieu, 1995, p. 87) que no puede entenderse ahistóricamente ni aislado de la sociedad en que se (re)produce y mucho menos como dependiente de un único factor, pues los seres humanos se encuentran inmersos en un múltiple conjunto de estructuras que no solo constriñen su acción, sino que también le ofrecen condiciones de posibilidad (Giddens, 1995). Y justamente aquí ha estado uno de los talones de Aquiles de los estudios de agenda. En el citado artículo, José Luis Dader (1990, p. 1) critica “la obsesiva reiteración del microanálisis sobre la variada gama de circunstancias concurrentes en el fenómeno” sin embargo, si se mira bien el problema no radica tanto en la focalización micro del estudio, sino en la visión fragmentada del proceso y en la carencia de relacionamientos tanto con factores macrosociales como con otros del propio nivel micro. Un buen análisis micro, si tomamos la etnografía y los estudios Antropológicos como referencia, no puede pasar por alto un grupo de factores relacionados con las condiciones de vida de las personas, sus costumbres, sus prácticas, que no pueden ser captados ni por las metodologías de sondeo empleadas por la Teoría de la Agenda Setting para construir la agenda pública, ni por los análisis de contenido cuantitativo con que se determina la agenda mediática y mucho menos desde la postura epistemológica de disociación entre el sujeto y el objeto de conocimiento que caracteriza a las llamadas ciencias empírico-analíticas dentro de las cuales se ubican los estudios de agenda-setting (Ahumada, 2010). Por ejemplo, una investigación de agenda llevada a cabo en Nigeria evidenció algunas de estas carencias por lo que su autor critica a la Teoría de la Agenda Setting que “En contextos de una pobre cultura mediática, como es el caso de África, especialmente en sus áreas rurales, los modernos o más influyentes medios de comunicación probablemente no fijen la agenda territorial de la gente, quienes operan desde el prisma de las estructuras establecidas de la comunidad (…) El chisme puede tener cierta connotación negativa en 16

Chapel Hill y los rumores en el más puro de los significados pueden no representar la mejor forma de intercambiar información en Erie County, Ohio o Elmira, Nueva York, pero en África, especialmente en el África rural, no son llamados ni chismes ni rumores. Son simplemente comunicación, comunicación de boca en boca (persona a persona), el proceso de tomar información de una fuente o de otra.” (Ngoa, 2006, pp. 337-338) Y precisamente este argumento sirve demostrar la ineficacia de una de las grandes problemáticas de la ciencia moderna al intentar dividir la realidad en niveles separados (micro, meso y macro) cuando en realidad estas no son más que dimensiones interrelacionadas y multi-condicionadas de lo social. Al respecto Anthony Giddens (1995, p. 40) plantea que desde su Teoría de la Estructuración “se acepta un punto de partida hermenéutico en tanto se reconoce que para describir actividades humanas hace falta estar familiarizado con las formas de vida que en esas actividades se expresan”, lo cual lamentablemente no ha sido una premisa de los estudios de agenda y sí constituye una de las grandes carencias sociológicas de esta teoría. Como señaló desde hace décadas Theodor Adorno (2001, pp. 27-28): “La ciencia, en tanto que sistema coherente, quisiera borrar de la faz del mundo la tensión entre lo universal y lo particular, cuando lo que confiere unidad a este mundo es precisamente la contradicción.” Como apuntó otro de los autores que con mayor agudeza ha identificado varias de las limitaciones de los estudios de agenda: “Los investigadores han acumulado un amplio cuerpo de generalizaciones empíricas, pero han tenido problemas desarrollando las conexiones para aclarar teorías de la sociedad, la construcción de la noticia y la psicología humana que permita la perspectiva de ser realmente útil como una teoría que explique la evolución de los temas en la sociedad.” (Kosicki, 1993, p. 100) Y esta carencia de visión relacional como ya se dijo no solo se aprecia al interior del nivel micro y sus relaciones con el resto de los niveles, sino que también se aprecia de manera evidente en la falta de atención a las diferentes estructuras e instituciones en las cuales se desenvuelven los actores sociales, ya sea desde su rol de consumidores mediáticos o de productores.

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Según Thomas McPahil (2006, p. 48) “Históricamente, la investigación norteamericana en comunicación de masas aisló los propósitos específicos, los mensajes o los efectos de los medios de comunicación de la totalidad del proceso social. No intentó relacionar la comunicación con los sistemas sociales, ideológicos, políticos, culturales y económicos en los cuales operaba (…) Esta tendencia continúa (…) con pocas excepciones notables” y la Teoría de la Agenda Setting no es una de ellas. Desde los primeros años de esta teoría, Palmgreen y Clarke (1977, p. 436) señalaban que “La mayoría de las variables mediadoras que han sido identificadas hasta ahora, pertenecen al nivel psicológico o individual. Poca atención, sin embargo, ha sido dirigida hacia varios factores sistémicos los cuales pueden aumentar, mitigar o modificar el proceso de fijación de agenda.” Dos décadas después otro grupo de investigadores norteamericanos (Johnson, Wanta, Byrd & Lee, 1995, p. 67) demostraron cómo determinadas circunstancias históricas pueden funcionar como condiciones que potencian el efecto de agenda; algo que puede parecer obvio, pero que es pasado por alto, aún hoy, en muchas investigaciones. Incluso, uno de los padres fundadores de la Teoría de la Agenda Setting, Maxwell McCombs (2012, p. 7) ha reconocido que “En los análisis académicos de los efectos de la comunicación hay una tendencia a enfatizar en medios particulares más que en el colectivo de medios de comunicación como un sistema. Para usar una metáfora: se miran los árboles, pero no se ve el bosque.” Incluso, uno de los errores más comunes es tratar de buscar la causa de la fijación de agenda solamente en la naturaleza técnica de los medios, pasando por alto que no se está estudiando “la televisión” o “los periódicos” en abstracto, sino medios concretos, con una historia, con políticas editoriales e informativas de larga data, que responden a intereses específicos y es allí donde debe buscarse fundamentalmente (aunque no solamente) varias de las explicaciones a la transferencia de relevancia (o no) desde las agendas mediáticas hacia las públicas. Por ejemplo, una de las dimensiones obviadas dentro de la investigación de agenda es la cuestión del poder, algo que también es extensivo a buena parte de la investigación en

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comunicación gestada desde el paradigma positivista dominante como demuestra Jo Ellen Fair (1989). Como han señalado varios investigadores (Kosicki, 1993; Miller, 2007) los mecanismos por los cuales se produce el efecto de fijación de agenda no son lo suficientemente claros y algunas de las causas de esta ambigüedad pudieran radicar en la ausencia de una visión relacional del poder, por lo cual entre las sugerencias realizadas a la Teoría de la Agenda Setting ha estado buscar la complementación con otros cuerpos teóricos centrados no tanto en el poder de los temas sino en los temas del poder, como plantea el profesor Matthew Matsaganis (2009, p. 25). Por ejemplo, los estudios de agenda han obviado frecuentemente que “El poder de los medios es una función de las relaciones con otros centros de poder” (Reese, 1991, p. 316), y aunque entre sus líneas de estudio más explotadas está el análisis de las agendas políticas y su incidencia sobre las agendas mediáticas, tienden a estudiar a las primeras de una manera estática, ubicando el poder en instituciones específicas cosificadas (Congreso, partidos políticos, poder ejecutivo) y no son frecuentes los diseños investigativos capaces de tener en cuenta todo el proceso de negociación, luchas, concesiones que se da al interior de estas y con otras instituciones en la batalla por la conquista y mantenimiento del poder político, que a la larga, se concreta en poder simbólico, que encuentra un espacio ideal para proyectarse, recircular y reconstruirse a través de los medios de comunicación. Muy unido a lo anterior puede decirse que también se carece de esta visión relacional del poder a la hora de estudiar los factores que hacen que un tema se entronice en las diferentes agendas. En el caso de la pública la ausencia es más notable, al buscar las respuestas fundamentalmente en las características del tema y en su incidencia sobre la vida de las personas, lo cual no explica por qué determinadas cuestiones se convierten en prioritarias en la vida de las personas aun cuando existan otras que presenten síntomas más graves5, lo cual pasa por alto que las necesidades son productos históricos y que se construyen también desde el poder simbólico.

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Por ejemplo, una encuesta realizada a pobladores de una comunidad de La Habana Vieja, Cuba, con serios problemas habitacionales y de abasto de agua, arrojó que el principal reclamo de estas personas era la carencia de ofertas recreativas en la comunidad.

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Aunque es imposible ver disociadas la presencia de los temas en la agenda pública de las necesidades reales de las personas, tampoco debe perderse de vista que existen cuestiones culturales que pueden disminuir o alterar la importancia que se le otorga a determinadas temáticas, y sirva como objeto de reflexión los obstáculos que han tenido para entrar en la agenda pública de sociedades patriarcales y androcéntricas, las cuestiones relacionadas con la igualdad de género o el reconocimiento a la libertad de preferencia sexual, incluso cuando vienen respaldadas e impulsadas por las agendas mediáticas y políticas. Podría decirse con Michel Foucault (1979, p. 144) que el poder circula o como ha señalado más recientemente el profesor español Manuel Castells “El poder es la capacidad relacional que permite a un actor social influir de forma asimétrica en las decisiones de otros actores sociales de modo que se favorezcan la voluntad, los intereses y los valores del actor que tiene el poder” (2009, p. 33). Pero, como oportunamente argumenta: “el poder no se localiza en una esfera o institución social concreta, sino que está repartido en todo el ámbito de la acción humana. Sin embargo, hay manifestaciones concentradas de relaciones de poder en ciertas formas sociales que condicionan y enmarcan la práctica del poder en la sociedad en general imponiendo la dominación. El poder es relacional, la dominación es institucional” (Castells, 2009, p. 39) y mientras la investigación de agenda no incorpore orgánicamente estas nociones a su arsenal teórico, seguirán pululando los resultados que violentan epistemológicamente la complejidad de la interacción medios-públicos, tratando de explicarla a partir de un grupo de factores específicos entendidos a la manera de variables dependientes o independientes respecto a la totalidad social. Aunque como comenta Fair en relación con las investigaciones sobre los efectos de los medios realizadas entre los años 1958 y 1986: “Quizás la razón de que el poder (…) fuera ignorado en estos estudios es porque no es congruente con los enfoques investigativos que buscan la estabilidad y las vías de mantenimiento del orden” (1989, p. 146), algo que no ha cambiado mucho hasta la actualidad; sin embargo, lo más preocupante radica en que la Teoría de la Agenda Setting ha sido exportada a contextos investigativos con orientaciones diferentes y a contextos sociopolíticos diversos y tampoco se observa un cambio al respecto.

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Por último, quisiera enfatizar en un asunto ampliamente desarrollado dentro de la Filosofía de la Ciencia y la Sociología del Conocimiento que mucho podría aportar a la investigación de agenda tanto en el plano teórico como en el práctico: la cuestión de la reflexividad, “entendida como el trabajo mediante el cual la ciencia social, tomándose a sí misma como objeto, se sirve de sus propias armas para entenderse y controlarse” (Bourdieu, 2003, pp. 154-155), que en el plano del trabajo conceptual no implica solo la eliminación de los obstáculos epistemológicos a los que se enfrenta el investigador, sino como ha dicho el propio Bourdieu (1982, citado por Wacquant, 1995, p. 34) “Supone, más bien, una exploración sistemática de las categorías de pensamientos no pensados que delimitan lo pensable y predeterminan el pensamiento”; sin dudas una manera de hacer ciencia que implica la revisión constante de los posicionamientos que se asumen, algo que no es frecuente dentro de la práctica científica en general y que en los estudios de agenda se hace evidente cuando se lanzan conclusiones y generalizaciones partiendo de análisis puntuales que ni siquiera enuncian los posibles sesgos que implican las decisiones metodológicas y teóricas tomadas por los investigadores (por solo mencionar un aspecto del problema). Pero la reflexividad trasciende el plano conceptual pues como ya se mencionó toda teoría y la aplicación que se haga de ella “tiene enormes implicaciones políticas” (Alexander, 1987, p. 16), de allí que un aspecto importante sea tomar conciencia de las “marcas de nacimiento” ideológicas que imprime a una teoría el contexto sociopolítico, cultural y académico en que fue gestada así como los rasgos individuales de sus principales formuladores, lo cual no solo posibilita un uso más consciente de dicho aparato conceptual, sino también proceder a las necesarias formulaciones (o incluso, rechazarla) cuando no se adecue a los intereses o posicionamientos axiológicos del investigador que pretende usarla como herramienta para interpretar algún fenómeno de la realidad. En el caso de los estudios de agenda es difícil encontrar posturas explícitas que denoten el posicionamiento axiológico del investigador ante el tema que estudia, aun en casos en los que se hace evidente la manipulación mediática con finalidades instrumentales, lo cual de por sí constituye un posicionamiento ideológico bastante marcado. Sin embargo, esta “neutralidad” se torna borrosa –curiosamente- en determinados estudios que analizan los procesos de fijación de agenda en sistemas políticos “no democráticos” según los cánones 21

occidentales en los cuales afloran de manera crítica –justos o no, ese no es el punto- los juicios del investigador. Por otra parte, si se analiza una parte importante de la investigación que se presenta en las Conferencias Internacionales de Agenda Setting patrocinadas por la organización Media Tenor International, podrá observarse como muchas de ellas están puestas en función de ofrecer información instrumental a los grandes poderes económicos, financieros, políticos y mediáticos, lo cual dice mucho del uso que se está dando a esta teoría, a la vez que se desaprovecha todo el potencial que posee en materia de comprensión e intervención en las relaciones medios de comunicación, sociedad y política. Pero aún más preocupante resulta que incluso, en países donde se concibe la investigación social orientada a finalidades emancipadoras y vinculada a proyectos de desarrollo social, todavía no se ha logrado que la investigación de agenda se desprenda de muchos de los esquemas positivistas que preconizan una ciencia “neutra y objetiva”. Por ello la práctica de la reflexividad, en toda su dimensión, es una de las urgencias de la investigación de agenda en función de superar muchas de las limitaciones conceptuales y metodológicas que le han sido señaladas, y otras dificultades que tienen que ver con la aplicación y uso que se hace de la misma; un área en la que, sin dudas, la Sociología de la Ciencia puede aportar decisivamente. 7. Conclusiones Más de dos décadas después de las críticas formuladas por José Luis Dader en su artículo “Las provincias periodísticas de la realidad” y a pesar de la formidable expansión geográfica, temática y numérica que han experimentado los estudios de agenda, la práctica investigativa sigue exhibiendo un grupo de carencias en la manera de entender el efecto de fijación de agenda que pudieran resolverse o al menos problematizarse si se atienden algunas de las aportaciones procedentes de las principales teorías y debates gestados en el campo de la Sociología en las últimas décadas. Hace casi un cuarto de siglo el profesor español planteó apuntalar las carencias sociológicas de la Agenda Setting con la teoría de Niklas Luhmann, los postulados de Peter Berger y Thomas Luckmann sobre la construcción social de la realidad y las pautas que brinda la 22

microsociología norteamericana, fundamentalmente Erving Goffman y Harold Garfinkel, para entender el efecto de fijación de agenda como un proceso de establecimiento de roles y normas de comportamiento, lo cual extiende el ámbito de acción de esta teoría desde lo puramente cognoscitivo hasta la actitudinal, lo cual constituye uno de los enunciados más lúcidos y adelantados de este artículo de Dader. Pero más allá de estas posibles complementaciones teóricas para fundamentar sociológicamente la Teoría de la Agenda Setting, existen un grupo de cuestiones ampliamente estudiadas desde el campo de la Sociología que continúan presentado deficiencias o estando ausentes en la investigación de agenda. Entre estas pueden mencionarse el problema de la acción y del orden, el relacionamiento tanto al interior de los distintos niveles sociales como entre estos, la cuestión del poder y la reflexividad. Si bien no se trata de impostar teorías que vengan a justificar la investigación empírica, sino de ser capaz de asimilar posicionamientos teóricos que permitan reinterpretar los datos construidos y arribar a otros que son pasados por alto, se sugiere enriquecer la investigación de agenda con el marco analítico que pueden aportar las categorías de habitus y campo de Pierre Bourdieu, así como su noción de reflexividad, el entendimiento de la relación dialéctica entre acción y estructura que defiende Anthony Giddens en su Teoría de la Estructuración y la visión relacional del poder manejada por Manuel Castells.

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