Las andanzas de un escritor. Federico Gamboa: Vida literaria y diplomacia porfirista.

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Descripción

Las andanzas de un escritor. Federico Gamboa: Vida literaria y diplomacia porfirista 1

Andrés Ordóñez2 Situación cultural del porfiriato

A

l romper la luz del 21 de junio de 1867 el coronel Porfirio Díaz entra en la Ciudad de México al frente de veinticinco mil hombres penosamente pertrechados. Este suceso marca la restauración de la República una vez

derrotado el último intento monarquista y derrocado el efímero emperador Maximiliano de Habsburgo tras el retiro del apoyo militar de Napoleón III. Desde ese momento y durante los siguientes diez años, México sería el proyecto a cuya elaboración habrían de dedicarse dieciocho letrados y una docena de soldados. Los cultos promediaban los cuarenta y cinco años de edad, casi todos de la misma camada del presidente Juárez y eso sí, todos juaristas. 1

La primera versión de este ensayo fue publicado en el libro del autor titulado Devoradores de ciudades. Cuatro intelectuales en la diplomacia mexicana, México, Editorial Cal y Arena, 2002. 2

Graduado en Lengua y Literatura (UNAM) y doctorado en Filosofía (U. Londres). Diplomático de carrera. Ha servido en las representaciones de México en Brasil, Cuba, Francia, Grecia e Israel. Actualmente es Embajador de México ante el Reino de Marruecos. En la Secretaría de Relaciones Exteriores se ha desempeñado como Director General de Asuntos Culturales y Asesor del Secretario de Relaciones Exteriores, entre otras funciones. Ha sido investigador de tiempo completo en el Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM, profesor en la Facultad de Filosofía y Letras de esa universidad y profesor-investigador en el Departamento de Humanidades del ITESM. Ha sido investigador visitante en el Ibero Amerikanisches Institut de Berlín y profesor invitado en las universidades de São Paulo y La Habana. Libros publicados: En modo menor. Poesía (UNAM, 1978). Del regreso. Poesía (UNAM, 1988). Fernando Pessoa, un místico sin fe, México (Siglo Veintiuno Editores, 1991) y publicado también en La Habana (Editorial Arte y Literatura, 2004) y en Río de Janeiro en su traducción al portugués (Editora Nova Fronteira, 1994). Devoradores de ciudades. Cuatro escritores en la diplomacia mexicana, México (Cal y Arena, 2002). Memorias de viaje. Poesía (UNAM, 2003). Entremundos. Ensayos sobre literatura, cultura y política internacionales, México (Siglo Veintiuno Editores, 2004) . Los avatares de la soberanía. Tradición hispánica y pensamiento político en la vida internacional de México, México (Secretaría de Relaciones Exteriores, 2005). Coautor del libro Diplomacia y cooperación cultural de México, México, (Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas Universidad Autónoma de Nuevo León, 2007).

Federico Gamboa: Vida literaria y diplomacia porfirista Por su parte, los militares rondaban el promedio de los treinta y seis años, casi todos congéneres del coronel Díaz y, por supuesto, todos porfiristas. Benito Juárez, Sebastián Lerdo de Tejada, José María Iglesias, José María Lafragua, José María Castillo Velasco, José María Vigil, José María Mata, Juan José Baz, Manuel Payno, Guillermo Prieto, Ignacio Ramírez, Ignacio Luis Vallarta, Ignacio Manuel AItamirano, Antonio Martínez de Castro, Ezequiel Montes, Matías Romero, Francisco Zarco y Gabino Barreda integraban el grupo de los dieciocho letrados. Entre ellos, sólo Juárez y Altamirano habían nacido en cuna pobre. En el caso de los doce militares las cosas eran distintas. Porfirio Díaz, Manuel González, Vicente Riva Palacio, Ramón Corona, Mariano Escobedo, Donato Guerra, Ignacio Mejía, Miguel Negrete, Gerónimo Treviño, Ignacio Alatorre, Sóstenes Rocha y Diódoro Corella, todos compartían un origen humilde. Con la excepción de Lerdo de Tejada, buena parte del grupo culto incursionó en las letras. Prieto, Lafragua, Vigil, Altamirano y Ramírez abrazaron la poesía; Payno y Altamirano cultivaron la novela; el drama fue cortejado también por Ramírez; el ensayo histórico fue practicado por Iglesias, Prieto y Altamirano, y casi nadie se privó de ejercer la crítica y el periodismo en materia política, social, económica y cultural en los principales periódicos de la época como El siglo XIX y El Monitor Republicano.3 En el bando de los militares las letras eran rara avis, con la excepción de Vicente Riva Palacio quien ejerció la crítica periodística y desarrolló una obra intelectual que abarcó los campos de la historia, la novela, el teatro y la poesía. Pero si en la formación de los doce militares la reflexión sobre el estado y el futuro de la patria no fue un elemento relevante, sí lo fue en cambio su vivencia directa de la patria amenazada. Por lo menos seis de la docena ingresaron al

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Cf. González, Luis, «El liberalismo triunfante», en Historia general de México, III, México, El Colegio de México, 1976, p. 171.

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Federico Gamboa: Vida literaria y diplomacia porfirista Colegio Militar justamente en 1847, año de la pérdida de la mitad del territorio nacional a manos del invasor estadounidense, y poco menos de veinte años después los doce encabezaron la lucha contra el invasor europeo. La élite al timón del barco de la República restaurada te nía un proyecto definido, curiosamente el mismo de principios del siglo XXI: la modernización del país. Para tal fin el modelo que ellos tenían claro era Estados Unidos.4 La nueva dirigencia se empeñó en una reforma que abarcara todos los órdenes de la vida nacional, esto es, lo político, lo económico, lo social, y lo cultural conforme a un corpus de ideas al uso en el mundo de la época: religión liberalizada, controversia política y educación científica universal.5 De manera que la nueva república proclamó de inmediato la apertura económica al capital extranjero, las libertades religiosas y de prensa, la escuela laica y positiva, el nacionalismo en las letras y, sin llegar a los extremos del exterminio impulsado por Sarmiento en Argentina, la transculturación de la población indígena del país. Durante el siglo XIX, en México como en todo el mundo occidentalizado, la doctrina positivista francesa fue el sustento conceptual del progreso. Es con base en ello que Gabino Barreda logra convencer al presidente Juárez de que la adaptación de esta doctrina a las exigencias educativas del liberalismo, habría de garantizar la obtención de la tradición cultural cuya carencia impedía el acceso del país a las mieles de la modernidad. En el caso del Porfiriato, el positivismo lo dota de un sólido sustento ideológico basado en la promesa del progreso como vehículo para vencer el atraso.6

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Ibid., p. 179. Idem. 6 Vid. «11. El positivismo en la circunstancia mexicana», en Zea, Leopoldo, El Positivismo y la circunstancia mexicana, México, Fondo de Cultura Económica-Secretaría de Educación Pública, 1985, pp. 28-38. 5

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Federico Gamboa: Vida literaria y diplomacia porfirista A partir de su función instrumental, el positivismo aporta no sólo la formación laica que la naciente burguesía mexicana reclama, sino que en sí mismo es la enunciación de un proyecto de nación sintetizado en el lema de ecos comtianos del Estado porfiriano y que abundantes resonancias tuvo en la América Latina: Libertad, orden y progreso. «La libertad como medio, el orden como base y el progreso como fin». Una clase en ascenso había derrotado el último intento monarquista apoyado por una potencia extranjera, había constituido un Estado, pero no había logrado la unificación, no había controlado el caudillismo, no había creado las condiciones de seguridad para el desarrollo de la industria, ni había sujetado al clero político. Proseguir con el jacobinismo, con el afán de descatolizar a México, era peligroso. De modo que el positivismo apareció casi equidistante de liberales y conservadores. Su definición de libertad era otra. Fue esta la atmósfera que permeó la cultura porfírista cuyos rasgos fueron, en términos generales, la concentración del capital y del poder político en grupos reducidos; la fe en la educación (la «elegancia del espíritu» de las minorías selecta) como muralla contra el primitivismo y el desdén de los países civilizados.7

Gamboa y su circunstancia

Federico Gamboa nace en la Ciudad de México el 22 de diciembre de 1864 en el seno de una familia liberal perteneciente al núcleo del poder juarista. Su padre, el general e ingeniero Manuel Gamboa, había combatido al invasor estadounidense en la guerra de 1847 y su madre, doña Lugarda Iglesías, era hermana de José María Iglesias, escritor e integrante 7

Monsiváis, Carlos, «Notas sobre la cultura mexicana en el siglo xx», en Historia general de México, IV, México, El Colegio de México, 1977, pp. 313-314.

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Federico Gamboa: Vida literaria y diplomacia porfirista del gabinete del presidente Juárez, quien como ministro de la Suprema Corte de Justicia y apegado a la letra de la Constitución de 1857, había disputado el poder de la nación a Lerdo de Tejarla y a Díaz cuando muere Juárez. Involucrado desde muy joven en trabajos relacionados con la imprenta y la literatura, Gamboa ingresa al servicio exterior mexicano en octubre de 1888 a la edad de veinticuatro años. Ése fue el inicio de una larga y brillante carrera diplomática que sólo habría de concluir pasados cinco lustros, a raíz de un error de cálculo político alimentado tal vez más que por la ambición, por la complejidad inherente a la Revolución Mexicana magnificada por la distancia. Si difícil resultaba tener claridad de lo que ocurría en el país estando en él, es fácil imaginar cuánto más lo sería desde la legación de México en Bélgica de la cual era titular. Paralelamente a la carrera diplomática y acaso con una prioridad más alta en su vida, Gamboa desarrolló una trayectoria como novelista y dramaturgo. Como suele suceder en el caso de los escritores diplomáticos, los estudios de la literatura suelen hacer caso omiso de su trayectoria al servicio del Estado y, viceversa, los interesados en la obra política soslayan la obra literaria, siempre en detrimento de una valoración justa de obra y persona. En el caso específico de Federico Gamboa, literatura y diplomacia son, juntas, la expresión vital de un hombre de impecable honestidad situado en el corazón de su tiempo y admirablemente consecuente con las convicciones que abrazó. A más de un siglo del triunfo de la insurrección contra el régimen de Porfirio Díaz, la figura de Gamboa aún no logra desembarazarse completamente del estigma que le significó su filiación porfirista. Pese a la voluntad de revaloración de Gamboa presente en destacados estudiosos como José Emilio Pacheco, éstos aún luchan contra sus propios condicionamientos. El mismo Pacheco llegó a afirmar que Gamboa «es un desarraigado Andrés Ordóñez

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Federico Gamboa: Vida literaria y diplomacia porfirista que encuentra un sitio en la sociedad porfiriana».8 Ser diplomático no implica necesariamente el desarraigo. De otra parte, y acaso más importante, no es su supuesto desarraigo lo que lo hace encontrar un sitio en la sociedad porfiriana. Pacheco parece olvidar que su origen familiar lo vincula a la raíz misma de la República restaurada, la cual constituye también la cuna política del propio Porfirio Díaz. Baste recordar de quién era sobrino y el tipo de roce social al que esta circunstancia lo exponía. Gamboa estaba inscrito en el círculo de relaciones sociales y familiares de la élite gobernante, del reducidísimo grupo de dieciocho ilustrados que tras el retiro de los franceses en 1867 se habían convertido en los rectores de la nación. Al respecto, el propio Gamboa escribe en Mi diario: El señor Lerdo [de Tejada] nos encontraba a mis primos, a mis hermanos y a mí, a los hijos de don Francisco Zarco, [...] en los anchos corredores sombríos de la aduana de Santo Domingo - de la que mi tío [José María Iglesias] fue administrador y en la que siguió viviendo recién elegido para la Suprema Corte de Justicia; y presidente de la República y todo, [Lerdo] se inclinaba hasta la pequeñez de nuestras infancias y nos acariciaba al pasar, dejándonos noción confusa de su persona y de su cargo; [...] Con Guillermo Prieto, mi conocimiento fue mucho más completo e íntimo, a pesar del medio siglo que nos distanciaba; veíalo muy a menudo; le oía tutear a mis primos, a nosotros, a mi tío, al género humano; a cada instante se hablaba de él, de sus versos, de sus proezas, de su talento; me acostumbré a reputarlo como hermano de mi tío, salían a diario, de bracero, charlándose sabe Dios cuántas intimidades, juntos regresaban, juntos estaban casi siempre.

A mayor detalle vale reparar en el tono en que Guillermo Prieto se refería a Gamboa en su correspondencia personal: Señor D. Federico Gamboa Tacubaya, Casa del Romancero, febrero 4 de 1892 Muchacho muy querido de mi corazón: Tu estimable de 4 de noviembre fue recibida y agasajada en esta casa a su llegada, hace muy pocos días, y no la había contestado por la dificultad casi insuperable de encontrar a ningún precio un solo ejemplar del Romancero, hasta ayer que por una verdadera casualidad conseguí el que te remito por conducto del Ministerio de Relaciones. Quedo en espera del juicio crítico de la obra del P. Rivera. Con ansia espero las poesías de Rafael Obligado: es un poeta eminente que me admira por su inspiración y patriotismo. Sus obras, como las de Olegario Andrade, son aquí escasísimas, y no sé qué hiciéramos para que nuestra comunicación fuese más extensa y activa.

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Pacheco, José Emilio, «Introducción», en Federico Gamboa, Mi diario. Mucho de mi vida y algo de la de otros, tomo I (1892-1896), México, CONACUI.TA, 1995, pp. IX-XXX.

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Federico Gamboa: Vida literaria y diplomacia porfirista Como te dije al principio, va el Romancero con las expresiones más sinceras de mi tierno y paternal cariño. Quedo con la mano extendida para recibir tu novela, y leerla, y releerla, y saborearla a mis anchas. Te quiere y admira, tu viejo, Guillermo Prieto

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Gamboa era un intelectual absolutamente orgánico al poder porfiriano10 su hermano mayor fungía nada menos que como subsecretario de Relaciones Exteriores en la administración de Ignacio Mariscal durante a presidencia de Porfirio Díaz. Gamboa era una figura prominente de la élite cultural de su tiempo y su incuestionable sentido patriótico 9

Gamboa, Federico, Op. cit., tomo 11 (1897-1900), pp. 14-2l. El 1 de enero de 1901 escribe en su diario: El general Díaz es el tipo clásico del caudillo iberoamericano; aunque atentas sus características salientes, se singulariza y supera sus congéneres, ocupa lugar especialísimo en la larga teoría; también entre los caudillos los hay positivos y negativos. Son positivos: Quiroga y Rosas, en la Argentina, no obstante su incurable salvajismo cruel; Portales, en Chile; Castilla, en el Perú; Mosquera y Rafael Núñez, en Colombia; García Moreno, en el Ecuador, mal grado su república teológica «del Sagrado Corazón de Jesús»; el Doctor Francia, en el Paraguay; en el Uruguay, Artigas; Páez, en Venezuela, y en cierto modo también Guzmán Blanco; en el imperio del Brasil, el padre Feijó; en Centroamérica, Morazán... Los demás, y cuenta que no escasean, son negativos más o menos, pero negativos al fin. Ahora bien, la pluralidad y continuidad del fenómeno debe de llamar la atención. ¿Por qué en las Américas los dictadores y déspotas nacen con esa profusión, se multiplican, afirman nacionalidades, consuman progresos incuestionables, y a su desaparecimiento --por derrocación, crimen o muerte natural-- sus herederos salen equivocados, ideólogos y hasta nocivos a las vegadas?... La respuesta se impone por sí sola: porque la república --hablo de la ideal, la que representa la suprema aspiración de los pensadores y altruistas, la que simboliza una suma perfección, la que tal vez pueda alcanzarse al cabo de muchos siglos--, la república nos resultó, cuando no una aberración, una equivocación trascendental que sólo ha producido los gobiernos desatentados y trágicos que con aquel nombre venimos fabricándonos en el continente, de la Independencia acá... [... ] ¿De dónde procedemos unos y otros, los de las tres Américas, es decir, los que de indios y españoles descendemos? Pues, de indios, iberos y africanos; y de africanos, dos veces, por lo mucho que los iberos tienen de África, y por las negros importados de allá durante la Colonia. Desde entonces, eran los iberos un producto de razas diversas: fenicios y cartagineses, los fundadores de la España marítima; bereberes, los abuelos de los españoles del Mediodía; almohades, los responsables de la reconciliación entre árabes y cristianos. Los indios, nuestros ancestros, ¿de cuántas razas no provenían?... La ojeada más superficial y profana a la Carta Etnográfica de México, que a compañía a la obra magistral Geografía de las lenguas de don Manuel Orozco y Berra --y vaya que en materias tales es autoridad respetabilísima!--, turulatos nos deja en cuanto a pluralidad de razas aborígenes... El mismo autor nos ensena en el texto del libro citado (capítuIo XII, «Tabla general de clasificación»), que subsisten hoy hasta once familias distintas y esparcidas por las anchuras de nuestro territorio. Copio a la letra: «mexicana; othomí; huaxteca-maya-quiché; mixteca-zapoteca; matlatzinca; tarasca; opata-tarahumar-pima; apache; seri; guaicura, y cochimí». ¿Cómo, sobre cimientos semejantes, edificar una república?... Aparte la mescolanza étnica, arraigadísimos traíamos usos y prácticas de la sumisión --y aun servilismo-- más perfecta y acabada. Gamboa, Federico, Op. cit., tomo III (1901-1904), pp. 14-15. 10

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Federico Gamboa: Vida literaria y diplomacia porfirista estaba necesariamente permeado por la perspectiva de su momento. En su legado literario y político encontramos de manera evidente la muestra de una continuidad entre juarismo y porfiriato, la cohesión de ambos periodos en función de la urgente necesidad de incorporar el país al desarrollo. Como es de suponer, Gamboa no pasó impune por el afecto de Guillermo Prieto. A la muerte del ilustre poeta romántico y político juarista, Gamboa escribe: Prieto es tal vez de todos nuestro hombres de letras –-sin incluir al Pensador-– quién más se ha inclinado a escuchar los latidos de nuestros humildes, las picardías de nuestros léperos, las abnegaciones y ternuras de nuestras chinas, de las heroicidades de nuestros guerrilleros, y las excelencias y defectos de los de abajo; por tal causa, sobrevivirá, y cuando dentro de muchos años alguien quiera tener idea de lo que fue y de lo que a cabo llevó nuestra masa, irá a sus romances, en peregrinación devota, y entre las páginas de ellos, entre las líneas desiguales de sus versos, encontrará material bastante para reconstruir toda una época --bien azarosa por cierto-- y todo un pueblo, ignorado mucho tiempo, calumniado a las veces y al que nunca se ha querido 11 comprender a las derechas.

En el caso de Gamboa esta alta estima de Prieto por lo popular encuentra su praxis literaria con el apoyo de la doctrina naturalista. Como los naturalistas franceses, Gamboa tuvo la ambición de abordar los males sociales; deseaba ser como novelista lo que Goncourt escribió en el álbum de autógrafos de Gamboa al término de la breve entrevista que sostuvo con él cuando este se aventuró a visitarlo en París: un historien des gens qui n'ont pas d'histoire.12 De modo que esta idea de progreso como vehículo de civilización y superación social lo lleva a compartir los juicios y prejuicios de su generación. Durante el porfiriato, un tema de grave preocupación fue la preservación de la unidad nacional en todos sus aspectos. En ese sentido, la cuestión indígena fue un tema recurrente que despertó un sentimiento ambivalente. Por una parte, la enorme diversidad de estas nacionalidades aborígenes existentes en el país, la fortaleza de sus tradiciones y la

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Ibid., tomo II (1897-1900), pp, 15-16. «Un historiador de los que no tienen historia». Ibid., tomo I (1892-1896), p. 114.

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Federico Gamboa: Vida literaria y diplomacia porfirista conciencia de su esplendor antiguo constituían un motivo de orgullo. No obstante, las aspiraciones modernizadoras del grupo en el poder y el ambiente cultural de la época confrontaban a la élite gobernante con su incapacidad de conciliar progreso y tradición. La elección fue clara: el progreso, a través de la exacerbación del sentimiento criollo como vehículo hacia la modernidad. Hombre del sistema, Federico Gamboa adopta una postura sin margen a dudas. Frente a la plana mayor del gobierno mexicano, dice en el marco de la Escuela Nacional Preparatoria, el 29 de septiembre de 1898: La conquista realizada por España en América fue un beneficio, por mucho que lamentemos, víctimas de un mal entendido americanismo, el desaparecimiento de civilizaciones indígenas todo lo adelantadas que se quiera, pero de las que no hemos podido aprovechar sino los estudios aislados de algunos especialistas que no siempre se hallan a nuestro alcance --y las múltiples leyendas más o menos mentirosas con que pretendemos engalanar un pasado que no es nuestro, que nos queda tan distante casi como los esplandores del Egipto antiguo [...]. [...] No hallo en la república entera vestigios o hábitos indígenas; veo, sí, muchos degenerados todavía, un empobrecido rebaño de indios, el lamentable fin de una raza que apenas vestida de cuerpo, desnuda de inteligencia y exhausta de sangre, agoniza en silencio, sin dejar nada, ni siquiera deudos que la lloren. Como excepciones que confirmen la regla, veo de tiempo en tiempo colosales figuras de indios puros. Veo a juárez, que me obliga a cerrar los ojos y a humillar la cerviz, por la inmaculada aureola de patriotismo que lo envuelve, pues personifica lo ideal, lo grande. Veo a Ignado Ramírez, a Ignacio Altamirano, y elevan mi espíritu, les doy complacido mi admiración y mi aplauso, pero fuera del tipo físico, no me resultan indios; si acaso ellos alardean de serlo, es por inocente coquetería de hombres superiores; son los primeros en comprender que su raza no produce individualidades de su talla; que ellos son la prodigiosa resultante de ignorados antecesores, la cristalización inaudita de algún grande hombre de hace muchos siglos, y no obstante su alarde, ignoran el habla de sus padres, visten como nosotros, se ilustran, piensan, escriben y obran mejor que nosotros; interésanse por sus seudohermanos, con el mismo compasivo interés que despiertan en blancos y mestizos, sobre los que ostentan superioridad innegable. Su opaco color no es sino una equivocación de la naturaleza. Veo, asimismo, que durante los once años de recio batallar por nuestra Independencia, casi todos los caudillos, los héroes, los próceres, son blancos y mestizos. Veo, después, cómo el mestizo avanza en la escuela y en el taller, cómo escala puestos y gana honores, cómo es un civilizado en la elevada acepción de la palabra. En cambio, el indio sin mezclas, el primitivo y legítimo, me apena; en ocasiones me avergüenza, y hasta pienso que Estados Unidos, la República Argentina y la República de Chile quizá han estado en lo exacto, cuando los han destruido o los han relegado a los desiertos, aunque con medida tal no se hayan acreditado de humanitarios. De consiguiente, para mí, hispanoamericano, la destrucción de las civilizaciones indígenas no me conmueve directamente; hasta para recrearme en la contemplación de las ruinas de sus monumentos, mi criterio es otro, muy distinto del que pueda tener el vástago póstumo y rezagado de algún emperador azteca, que coloca una artística piedra de ese propio monumento sobre los rieles de un tren de vapor o se aloja como una fiera, dentro de las profundidades de una pirámide.13

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Gamboa, Federico, Op. cit., tomo II (1897-1900), pp. 46-48.

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Federico Gamboa: Vida literaria y diplomacia porfirista A pesar de lo chocante que nos puedan parecer hoy las palabras de Gamboa, éstas no se apartan un ápice de las nociones al uso de la época. El mismo Juárez, quien estaba convencido de la necesidad de transculturizar a los pueblos indígenas, se hubiera sentido halagado. De tal suerte, cuando José Emilio Pacheco afirma que Gamboa es un desarraigado geográfico que en la sociedad porfiriana encuentra un sitio, está siendo injusto, y cuando le reclama que «no es ni puede ser un crítico radical»,14 de plano le está pidiendo peras al olmo. Gamboa es tan contundentemente porfiriano que cuando el régimen desaparece él pierde la base social y cultural que lo sustenta como escritor. En tales circunstancias, dejar de escribir novelas difícilmente puede entenderse como «suicidio literario» como lo aprecia Enrique Krauze.15 Es algo más sencillo y trágico: se ve irremediablemente impedido para continuar su trabajo de novelista.

LITERATURA Y MUNDO

Federico Gamboa ingresó al cuerpo diplomático mexicano como segundo secretario de la legación de México en Centroamérica con sede en Guatemala el 9 de octubre de 1888, conformando así lo que sería su primera experiencia en esa importante región para la política exterior de México, a la cual habría de volver para desempeñar misiones de vital importancia. El 7 de junio de 1890, Gamboa es ascendido a primer secretario y trasladado a la legación de México en Argentina y Brasil con sede en Buenos Aires. Es en esa ciudad donde en 1892 comienza Mi diario. Mucho de mi vida y algo del la de otros, en el preciso momento en que Rubén Darío --amigo suyo de toda la vida-- inicia la renovación literaria 14

Pacheco, José Emilio, “Introducción”, en Ibid., tomo I (1892-1896), México, CONACULTA, 1995, pp. IXXXX. 15 Krauze, Enrique, Op. cit.

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Federico Gamboa: Vida literaria y diplomacia porfirista en lengua española. Su estancia en Buenos Aires significó importantes avances profesionales en ambas vertientes de su vida. En lo diplomático, el inicio de su proceso de maduración bajo la guía de Juan Sánchez Azcona padre16 y los periodos en que habría de fungir como encargado de negocios durante los obligados y largos viajes oficiales del jefe de misión a Río de Janeiro. En lo literario, la publicación en 1889 en Buenos Aires de su primer libro Del natural. Esbozos contemporáneos, una colección de cuentos o novelas cortas, le había ganado un prestigio que su presencia en Argentina no pudo sino consolidar. Del natural había sido todo un éxito, tanto que le valió el ingreso a la Real Academia Española de la Lengua como miembro correspondiente. Durante los dos años y fracción que pasa en Buenos aires, Gamboa estrecha sus vínculos con la intelectualidad argentina de la época, especialmente con el escritor Rafael Obligado, y publica dos libros, Aparencias, primero, e Impresiones y recuerdos, después. Del título de su primer libro resulta evidente que Gamboa se identifica profundamente con la corriente literaria del naturalismo. En Del natural el joven Gamboa refleja el empeño de toda su vida: ser moderno. Este rasgo artístico, que encaja perfectamente con las aspiraciones del régimen al cual servía, lo lleva a ser el primero en la literatura mexicana en observar y plasmar la cotidianeidad mexicana desde una perspectiva «moderna». En México nadie se había ocupado antes de los primeros turistas que llegaban en el nuevo ferrocarril, de lo que ocurría en los restaurantes, de los «niños de la calle» que vendían cerillos en el «bulevar» (Plateros y San Francisco), de las primeras muchachas admitidas como empleadas en las oficinas.17 Su admiración por Zola y Goncourt es confesa. Cuando en 1893 el canciller Matías Romero decide clausurar la legación de 16

Juan Sánchez Azcona hijo sería el secretario particular del residente Francisco I. Madero. Pacheco, José Emilio, «Introducción», en Federico Gamboa, Mi diario. Mucho de mi vida y algo de la de otros, tomo 1 (1892-1896), México, CONACUITA, 1995, pp. IX-XXX. 17

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Federico Gamboa: Vida literaria y diplomacia porfirista México en Buenos Aires por motivos económicos, en su penosísimo viaje de regreso a México, Gamboa se aventura a llamar a la puerta de sus admirados escritores. El 4 de octubre de 1893 escribe en su diario: Realizo uno de los mayores deseos de mi vida de hombre de letras: hoy visité a Emilio Zola. [...] un criado, de gran librea - calzón corto, casaca roja-, 'me abrió una vidriera de colores, con imágenes pintada como en las de las templos, que se halla a la izquierda del portal: ¡ahí principia la morada del gran novelista! En esa especie de vestíbulo espero a que me anuncien; y mientras soy recibido, examino el local y la escalera que comienzo a subir. Todo es un museo de preciosidades artísticas, las alfombras, las lámparas, las colgaduras, las tapicerías. Destácanse dos o tres monstruos colosales en bronce chino. En el primer rellano, descuellan una ara de madera tallada y un alto relieve, de talla igualmente, que lo menos cuenta trescientos anos... - Quand Monsieur voudra... - murmura respetuosamente el lacayo. Todo emocionado, concluyo de ascender la escalera sin poder ya determinar sus detalles, salvo una copia en mármol de la Venus de Milo, a la izquierda, de más de mediano porte, que mancha deliciosamente de blanco y de belleza el severo conjunto. Tropiezo, arriba, con el mismísimo Zola, que cruza el corredor, a paso veloz con papeles en la mano, vistiendo saco coin-du-feu y zapatillas. -Permítame usted unos instantes y dispense lo revuelto de la casa... Introduisez Monsieur au salon... Una puerta se lo traga y el criado, que lleva una lámpara encendida, me abre el salón, en él me instala y me hace una reverencia profunda. EL salón, en estos momentos, parece un bazar, todo se encuentra aglomerado, sin orden ni concierto. Junto a primorosa silla de manos Luis XIV, un enorme plumero recuesta sus plumas en los gobelinos que tapizan unas poltronas arcaicas... Aquello, arreglado, ha de ser maravilla de buen gusto; los elementos sobran. Por ejemplo, el plafón es otro gobelino, mayúsculo y encuadrado en peluche, representando asunto mitológico que no alcanzo a distinguir a mis anchas... Y en los muros, en los rincones, en los vanos de puertas y ventanas, por el piso, encima de los muebles, preciosidades, siempre preciosidades. [... ] De súbito, ábrese una puerta, y el autor de los Rougon-Macquart me tiende su mano: - Monsieur désire?.. - Nada más que esto, señor, conocerlo a usted de cerca y en persona, después de haberlo seguido mucho tiempo de lejos, en sus libros... Inclínase, se sienta, apoya los brazos cruzados sobre sus rodillas y, meciéndose suavemente, sin apartarme la vista, damos principio a nuestra charla. Háblole de sus obras, y por halagarlo, de los festejos con que acaban de obsequiarlo en Londres. Aunque Zola se declara agradecido conózcole que se siente merecedor y digno de festejos y de elogios. En toda su conversación, hélas!, poquísimas ideas, lugares comunes, respuestas de escaso interés: o sólo revela su genio cuando escribe, o mi visita, que a mí me significa tanto, a él maldito lo que le importa... ..., que L'Oeuvre no es su autobiografía, aunque para pintar el personaje de Sandoz se copiara muchas cosas propias; que no escribe ni escribirá jamás sus memorias, porque tiene de sobra con el trabajo de sus novelas; que su propia correspondencias, si a su muerte fuese impresa, no ofrecería ningún atractivo... -Los novelistas modernos correspondemos con el público por medio de nuestra obra: ¡ni él puede exigimos más, ni nosotros debemos dárselo! Éste es el único pensamiento hablado que recojo de los labios del maestro. Díceme, luego, que mañana principiará Lourdes; que no ha prescindido de sus prácticas de trabajo: cuatro o cinco horas consecutivas, antes del almuerzo. Le pido un autógrafo para mi álbum, y de bonísimo grado se lleva éste a su gabinete, volviendo a poco con el volumen abierto entre sus manos, a fin de que no se emborrone lo escrito por él, su conocida y profunda teoría estética:

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Federico Gamboa: Vida literaria y diplomacia porfirista -Une oeuvre d'art est un coin de ta nature vu à travers un tempérament. Y su firma, Emilio Zola, con su letra grande y anticuada, llena de notoriedad ilustre el armiño de la página y enriquece --¡pero a qué grado para mí, dada la admiración tan honda que he nutrido por el novelista insigne!-- mi colección de autógrafos. Al despedimos, el maestro hace gala de una cortesía excesiva acompáñame hasta media escalera... No puedo olvidar lo que me repuso cuando en el curso de la plática le dije que no le ofrecía mis libros --¡mis pobres libros!...-- porque ya sabía que ignoraba el idioma español: - Hace usted bien –-repúsome--, si supiera cuántos libros me llegan escritos en esa lengua, que yo ni abro siquiera... Sólo leo en castellano, y eso con dificultades grandísimas, los artículos de diario en que hablan de mí. Sin salir desilusionado precisamente, sí salgo con una impresión de desconsuelo. Nada puedo reprocharle a Zola en su recibimiento y trato, nada... Pero yo necesitaba otro Zola muy distinto, el que yo cariñosamente tenía engendrado en mi propio cerebro.18

Bien dicen que las obras son siempre superiores a sus autores y que no hay tontería mayor que pretender la persona del escritor que uno admira... El desencanto del joven Gamboa ante la muy francesa suficiencia de su admirado Zola contiene la actitud característica de lo que ya entrado el siglo XX Femando Pessoa, refiriéndose a la cultura portuguesa de su momento, llamaría provincianismo, esto es, “pertencer a una civilização sem tomar parte no desenvolvimento superior dela; en segui-la pois mimeticamente, com uma subordinação inconsciente e feliz”.19 Su encuentro con Goncourt el 6 de octubre del mismo año de 1893 no arroja una experiencia más feliz. Ese día anota Gamboa en su diario: Mientras nos quedamos a solas, infórmase de si soy novelista, de dónde pasan las escenas de mis libros, de cuál es mi edad... Dígole lo que a Zola, que no le ofrezco mis libros publicados, porque no entiende el idioma en que corren escritos. -Es cierto --exclama-, nosotros vivimos encerrados en el francés. . . - Y hacen ustedes muy bien. ¿Para qué preocuparse de las otras lenguas, si los que las hablamos ahorrámosles esa molestia preocupándonos con la de ustedes? - No, no es eso; es que yo creo que a nosotros los artistas nos dañan los idiomas extranjeros, que no debemos ni intentar el aprenderlos... Las palabras del propio pierden entonces toda su personalidad, sus secretas armonías, sus ritmos ignorados, y se transmutan en equivalencias por lo general prosaicas, muy prosaicas…20 18

Gamboa, Federico, Op. cit., pp. 108-110. «Pertenecer a una civilización sin participar en su desarrollo superior; en seguirla, pues, miméticamente con una subordinación inconsciente y feliz». Pessoa, Fernando, Obras em prosa em um volume, Rio de Janeiro, Editora Nova Aguilar, 1990, p. 336. 20 Gamboa, Federico, Ibid., pp. 111-114. 19

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Federico Gamboa: Vida literaria y diplomacia porfirista

¿Es la obra del provinciano Gamboa, entonces, la copia fallida de la literatura francesa al uso de su época? Las opiniones han estado divididas entre quienes en México saben de literatura. Carlos Monsiváis opinaba que Federico Gamboa «intenta aplicar, con pompa y mala prosa, las teorías de Zola y sólo detalla, con mínima pretensión científica, el punto de vista romántico sobre la santidad de la familia y la sordidez de la existencia».21 Dieciocho años más tarde, menos exaltado que Monsiváis, José Emilio Pacheco observa que el naturalismo europeo respondió al momento industrial y de expansión imperial que los países metropolitanos experimentaban. En ese sentido, el naturalismo de Gamboa fue la expresión de una nueva fase del colonialismo, es decir, el principio de lo que hoy llamamos subdesarrollo. Sin embargo, Pacheco reconoce un valor intrínseco en la obra de Gamboa, toda vez que una lectura menos apasionada del autor revela su conciencia de que un mismo punto de vista no puede conducir obligadamente a las mismas conclusiones cuando las realidades que se observan son diametralmente opuestas. No en balde Gamboa se distancia del naturalismo bautizando su praxis literaria con el nombre de «sincerismo». Gamboa era consciente de que a su ambición de ser una especie de Zola mexicano se le oponía precisamente todo lo que hacía posible el naturalismo francés, no sólo en términos históricos, políticos y económicos, sino incluso culturales. A Zola y a Goncourt los respaldaba la gran tradición de Hugo, Balzac, Stendhal y Flaubert, en tanto Gamboa enfrentó como escritor en lengua española la terrible paradoja de que el género iniciado por Cervantes y la picaresca castellana presentara --con la excepción de Galdós y Clarín-- un panorama desértico, justamente en el momento en que la novela se encontraba en su edad

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Monsiváis, Carlos, «Notas sobre la cultura mexicana en el siglo XX», en Historia General de México, IV, México, El Colegio de México, 1977, pp.311.

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Federico Gamboa: Vida literaria y diplomacia porfirista de oro. En síntesis, en opinión de José Emilio Pacheco, «Gamboa sólo retiene del naturalismo el afán de presentar casos extremos y documentarse minuciosamente para expresar "la verdad moderna". Ensancha el campo del realismo español finisecular con temas que adquirieron prestigio en manos de los franceses. El haberse atrevido a tratarlos lo singulariza entre los autores mexicanos de su época. A despecho de nuestras reservas, tan efímeras como los supuestos teóricos de Gamboa, esta tentativa le da a su trabajo de novelista un mérito perdurable».22 A la publicación de Del natural en 1889 le siguió inmediatamente La moral eléctrica, adaptación del vodevil La fiacre. En 1892 publica Apariencias, su primera novela extensa. En 1894 estrena una comedia, La última campaña y el monólogo Divertirse. Dos años después, con la ayuda de Justo Sierra, publica Suprema ley, un drama pasional que tiene la audacia de presentar la problemática amorosa como pasión erótica. En 1903 se publica en Barcelona la obra que le dio notoriedad en el ámbito literario, Santa, obra que algunos estudiosos señalan como la muestra más patente de su filiación al naturalismo de Goncourt y sobre todo de Zola dadas las resonancias de Les Rougon-Macquart. Otros, sin dejar de reconocer esos ecos, destacan en la novela del mexicano la distancia que existe con la del francés, pues en tanto Nana destruye a los hombres, Santa es víctima de ellos. No obstante, para entender el enorme impacto de esta novela es necesario atender a la función social que cumplió en su momento. Si las mujeres constituían en el siglo XIX la mayor parte del público lector de novelas y la moral social se empeñaba --quién sabe si con éxito-- en hacerlas ignorantes de todo lo que a sexo se refería, Santa, en un primer nivel de lectura satisface dentro de los límites de lo permitido y de manera moralmente aséptica; la

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Pacheco, José Emilio, Loc. cit.

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Federico Gamboa: Vida literaria y diplomacia porfirista curiosidad femenina sobre esos menesteres.23 Es un hecho que Santa, a la larga, eclipsó tanto al autor como al resto de su obra. Sin embargo, es un hecho también que en las novelas posteriores de Federico Gamboa se encuentran algunos de los más importantes elementos que habrían de marcar la literatura de la Revolución Mexicana. En 1905 estrena en México La venganza de la gleba. En 1908, siendo ya subsecretario de Relaciones Exteriores, pública Reconquista y el primer tomo de Mi diario. Escrita por Gamboa durante sus años al frente de la legación de México en Guatemala, Reconquista ha sido tipificada como una obra de crisis: crisis política en el país, crisis personal de su autor y la crisis del esteticismo del fin de siglo en camino a la Primera Guerra Mundial. Los entendidos opinan que Reconquista es la obra de Gamboa más ceñida al modelo naturalista. No obstante, en ella Gamboa rechaza el ateísmo y las ideas positivistas de Zola y propone la sumisión a Dios como úni.ca posibilidad de que en el nuevo siglo el arte no se destruya a sí mismo. Esta novela le valió a Gamboa líneas condenatorias de quien a la larga habría de convertirse en la figura por excelencia de la llamada novela de la Revolución Mexicana: Mariano Azuela. En su ensayo Cien años de novela mexicana (1948), Azuela califica a Gamboa como «el novelista más destacado de 23

«El relato ofrece a sus lectoras la experiencia que de otro modo no hubieran tenido: sepan; gradas al narrador intermediario, lo que se siente ser prostituta. El velo moral que envuelve la narración descarnada de la carnalidad les permite leer acerca de lo prohibido en un libro que no es "sucio" y se puede llevar sin ocultarla ni forrarlo: de su tema "escabroso", "mórbido" (adjetivos de la época; el segundo se repetirá en las ejemplos citados), lo redimen la intención ética y didáctica (mirad adónde llevan las malas caminos) y la grandilocuencia del estilo. Gracias a su notable ampulosidad se tiene la impresión reconfortante de estar leyendo no pornografía "barata" sino una obra dirigida al público más culto y apoyada en la fe católica.» Por su parte, a los hombres Santa les proporciona la dramatización de un ámbito familiar para ellos, el burdel, y abundante criptopornografía que pueden disfrutar sin culpa, con la certeza de estar leyendo libro edificante el cliente de las prostitutas y el consumidor de imágenes y textos pornográficos tienen algo en común con quien lee Santa: la dicha de saberse muy por encima de lo que han gozado. » [...] son sus contradicciones y no sus coherencias las que hacen de Santa un libro fascinante: una novela lujuriosa para propagar la castidad o una novela casta para celebrar la lujuria, [...] la peor de nuestras novelas literarias o la mejor de nuestras novelas subliterarias. [...] »Su intento fue hacer en México lo que logró Galdós en España: "que la novela parezca cosa de vida". Gamboa no es un buen prosista y sin embargo ha logrado una supervivencia extraliteraria que no alcanzaron ni Rafael Delgado ni el propio Salado Álvarez.» Pacheco, José Emilio, Loc. cit.

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Federico Gamboa: Vida literaria y diplomacia porfirista México», pero objeta que en Reconquista «se convirtió en [...] profesor de moral y religión». Las cavilaciones de sus personajes, dice Azuela, evidencian «la pobreza mental del autor como filósofo y su ingenuidad como novelista apóstol». Paradojicamente, las páginas que entonces condenó Azuela son hoy las que los estudiosos consideran como lo más interesante de esa novela, pues plantean las pugnas sociales e ideológicas del fin de siglo y registran para la literatura mexicana el desconcierto que provocó en los intelectuales la aparición de la gran industria y por tanto del proletariado en sentido estricto. En Reconquista, Gamboa emplea una y otra vez la expresión «los de abajo» y aunque de manera confusa y contradictoria, esboza un modelo teórico que en parte realizará la novela de la Revolución.24 En 1913 Gamboa publica La llaga, considerada su último intento de plasmar en la literatura nacional el anhelo de modernización porfiriana. Terminada en Bélgica, la novela indica el fin del porfiriato y, en consecuencia, extinto el universo que le daba estímulo a su literatura, marca el ocaso de su carrera novelística. A partir de entonces sólo miró de lejos una realidad que ya no pudo entender ni expresar literariamente.25 En 1914, en pleno huracán revolucionario, estrena A buena cuenta y lee La novela mexicana, conferencia que luego pública como folleto. En este ensayo, Gamboa vuelve a dar muestras de su incapacidad para aceptar y ajustarse al nuevo panorama político y literario nacional. Gamboa termina su conferencia sobre La novela mexicana afirmando que «Hoy por hoy, la novela apenas si se atreve a levantar la voz. Muda y sobrecogida de espanto, contempla la tragedia nacional que hace más de tres años nos devasta y aniquila.

24 25

Idem. Idem.

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Federico Gamboa: Vida literaria y diplomacia porfirista [...] La novela, calla y espera...».26 La novela mexicana liquida una época; su última obra narrativa, la novela corta de carácter costumbrista El evangelista, publicada en 1922, resulta muy menor en el contexto general de su obra. Al abandonar física y literariamente el escenario, Gamboa abre paso al ciclo que comenzará el año siguiente con Los de abajo de Mariano Azuela.27

EL CONTEXTO INTERNACIONAL DEL PORFIRIATO

El periodo de la historia mexicana caracterizado por la presencia omnímoda de Porfirio Díaz y que, por lo mismo, se le ha dado el nombre de porfiriato, coincide con los años de estabilidad económica y política europea que va de la consolidación del Imperio alemán al estallido de la Primera Guerra Mundial y, en buena medida, a ello debe su pervivencia. La prosperidad económica europea había generado un excedente de capital que debió encontrar ámbitos de inversión y México, junto con Argentina y Brasil, fue uno de los destinos predilectos en América Latina. Por otro lado, este periodo de estabilidad también consolidó el desarrollo de Estados Unidos de América y su influencia en el continente americano.

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Citado en Idem. En 1928 estrena su última pieza, Entre hermanos. En 1932 es realizada la primera película sonora mexicana inspirada en Santa. La crítica mexicana ha sido despiadada con Gamboa. La razón de tal severidad acaso deba sus razones a la censura política que le mereció su coherencia ideológica, por una parte, y por la otra su insistencia en refugiarse en los valores estéticos del porfiriato. Fuera de México, al margen del debate ideológico de la cultura de la Revolución Mexicana, ha corrido con mejor suerte. En el extranjero Federico Gamboa tiene críticos entusiastas como Seymour Menton, Fernando Alegría y Juan Armando Epple. De cualquier modo, como afirma José Emilio Pacheco, «atacar a Gamboa es como pintarle bigotes a la Mona Lisa. Nosotros pasaremos y él seguirá allí en las próximas versiones de Santa en videolibro, en compact, en hipertexto; en su plaza de Chimalistac y en las calles circundantes. Como a Don Porfirio, nadie ha podido quitarle el don a Don Federico». Pacheco, José Emilio, Loc. cit. 27

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Federico Gamboa: Vida literaria y diplomacia porfirista Paralelamente al avance del imperialismo europeo al son de las ideas sobre el «deber» de los llamados «pueblos avanzados» de llevar la civilización y el progreso a los pueblos «atrasados», en América va adquiriendo solidez la Doctrina Monroe hasta que, finalmente, el llamado Corolario Roosevelt a esa doctrina marcó el fin del intervencionismo europeo en nuestro continente. Así, para la última década del siglo XIX esta tendencia se hizo evidente en dos incidentes ocurridos en el Caribe: el conflicto de 1895 entre Venezuela y la Gran Bretaña a raíz del diferendo fronterizo entre el primero y la Guyana Británica, donde a la pérfida Albión no le quedó más remedio que aceptar el arbitraje de la comisión del congreso estadounidense nombrada para el caso, y la guerra con España de 1898 con la cual Estados Unidos irrumpe en el escenario colonialista al integrar a Puerto Rico a su dominio, ejercer un protectorado sobre Cuba y ocupar militarmente Filipinas. Éste es el contexto internacional en el que se desarrolla la política exterior de México entre 1876 y 1910, los años que enmarcan el porfiriato. En ese periodo los objetivos de la política exterior de México debían satisfacer varias necesidades y dar cauce a una difícil circunstancia múltiple. En primer término, debían preservar la integridad física del país. No hay que olvidar que en 1876 se estaba a muy escasos treinta años de la pérdida de la mitad del territorio nacional a manos de Estados Unidos y si la fatalidad geográfica nos deparaba la convivencia forzosa con ese país al norte de nuestra frontera, la posibilidad de que tal circunstancia se suscitara al sur era absolutamente real dada la propensión de los gobernantes guatemaltecos a solicitar a la Casa Blanca su arbitrio para la solución de conflictos regionales dentro de los cuales no dejaría de estar presente, sino hasta mucho tiempo después, el reclamo de reintegrar el territorio del estado mexicano de Chiapas a la geografía chapina. El otro gran reclamo que debía atender la diplomacia porfiriana era el de contribuir a subsanar el atraso económico del país. En este sentido, baste reparar en que Andrés Ordóñez

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Federico Gamboa: Vida literaria y diplomacia porfirista para 1878, en tanto Argentina tenía 2 200 kilómetros de vías férreas, Chile 1 500 y Brasil 2 000,28 México solamente contaba con 737 kilómetros de ferrocarril.29 De tal suerte, los cuatro objetivos prioritarios de la política exterior porfiriana fueron: atraer la inversión extranjera, diversificar las relaciones exteriores, incidir de manera concreta en la opinión pública estadounidense y atraer inmigrantes industriosos. Estos objetivos tuvieron, claro está, sus respectivos momentos a lo largo del porfiriato. De modo que la política exterior de México registra diversos matices de acuerdo con las tres etapas básicas en que los estudiosos han dividido el periodo histórico que nos ocupa: 1876 a 1884, búsqueda del reconocimiento diplomático de las potencias y la apertura irrestricta al capital extranjero; 1884 a 1905, auge consolidación de las políticas económicas del Porfiriato y el establecimiento de relaciones diplomáticas con casi todo el mundo, la regulación de la inversión extranjera y la negociación de la deuda externa; 1905-1910 una cada vez más difícil relación con Estados Unidos a resultas del Corolario Roosevelt que limitó a México su influencia regional y, en lo interno, se inicia el fortalecimiento irreductible de la oposición que habría de deponer al general Díaz. En este importante periodo, que de hecho marca la inserción de México en el mundo como sujeto y ya no como objeto de la vida internacional, destacan las figuras de eminentes diplomáticos como Ignacio Mariscal, periodista y canciller del presidente Juárez primero y del prsidente Díaz después, traductor al español de Edgar Allan Poe y Henry Longfellow; Matías Romero, antiguo representante de Juárez en Washington y canciller de Díaz, y Federico Gamboa, la figura más alta del naturalismo literario en México, quien fue actor

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Halperin Donghi, Julio, Historia contemporánea de América Latina. Citado en Lajous, Roberta, México y el mundo. Historia de sus relaciones Exteriores, tomo IV, México, Senado de la República, 1990, p. 18. 29 Cosío ViIlegas, Daniel, Historia moderna de México. El porfiriato. La vida económica. Citado en idem.

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Federico Gamboa: Vida literaria y diplomacia porfirista principal en los grandes frentes de la política exterior mexicana de su tiempo y que encarna el periodo de transición entre el orden porfiriano y el de la Revolución Mexicana.

LAS ANDANZAS DE UN DIPLOMÁTICO

Si la trayectoria literaria de Gamboa es coherente con el porfiriato, no lo es menos su vida diplomática. Federico Gamboa tuvo oportunidad de servir en las regiones que tradicionalmente han constituido el frente por excelencia de la política exterior de México: Estados Unidos y Centroamérica. Hacia principios de 1893 el entonces canciller Matías Romero comunica a la legación de México en América del Sur con sede en Buenos Aires, la decisión del gobierno de la República de cerrar, dentro de un programa de reducción del gasto público, esa representación. El 21 de junio de ese año Gamboa recibe un sobre cerrado en el cual supone se le comunica su nuevo destino. Para su sorpresa, lo que se le comunica es su cese, «...el señor presidente dispone que cese usted en ese empleo y que se le den las debidas gracias por los buenos servicios..».30 Con natural desasosiego, Gamboa inicia los preparativos de su viaje a México. El 19 de agosto de 1893 los amigos de Buenos Aires, entre quienes se encuentra Rubén Darío, le hacen una gran despedida en casa del escritor Rafael Obligado y muy pocos días después emprende el viaje. La ruta de regreso es ilustrativa del estado en que se encontraba América Latina en esos tiempos. Gamboa sale de Buenos Aires el 22 de agosto; tras una escala en Montevideo, el 27 del mismo mes arriba a Río de Janeiro. Su testimonio de las difíciles condiciones de vida en esos tiempos es patente, escribe Gamboa en su diario:

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Gamboa, Federico, Mi diario, tomo I (1892-1896), p. 77.

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Federico Gamboa: Vida literaria y diplomacia porfirista Río de Janeiro [...] me ha causado la impresión mismísima que me causó el año pasado: horror invencible, profundo, irracional por lo enorme. Me parece que aquello no es un sitio adecuado para gente culta (y sin embargo, la hay, y mucha; [...] ), sino única y exclusivamente para negros y aventureros de ambos sexos. Sus calles tortuosas; sucias, calcinadas por un sol de fuego, me dañan; es una ciudad que me produce el efecto de una pesadilla; me deja adolorido el espíritu y necesito, para curarme, pasar a otro medio, [...] Petrópolis es todo lo contrario, es un pueblo floreciente, pintoresco, simpático, con una vaga melancolía que contribuye a hermosearlo en su fisonomía moral (la fisonomía moral que todas las ciudades presentan); esa misma tristeza lo hace a uno vivir dentro de sí, poner en orden recuerdos y anhelos... Mi última impresión del Brasil es desagradable: un infeliz, atacado de fiebre amarilla, que no admiten en nuestro vapor y que regresa a tierra sin protestas, con la desgarradora pasividad que la tal fiebre trae consigo; va rígido, dentro de un remolcador, sobre sus rodillas su hato; en una mano, sus economías presas en sucio bolso pequeño; con la otra mano defendiendo su sombrero de los embates de la brisa cálida de este puerto-horno..., y haya mucho de macabro en ese paseo veloz por la bahía congestionada de sol, de un hombre congestionado de muerte... 31 Me afirman que ésta es la buena estación...

De Río continúa a Salvador de Bahía, lugar cuya naturaleza resulta ser demasiado para este inocente porfiriano de veintinueve anos. Escribe Gamboa: Ocho horas dentro del puerto brasileño de Bahía, así denominado por la bahía maravillosa que lo forma; es quizá mayor que la de Río y seguramente menos poblada de escollos e islas. Una delicia. Desembarco por conocer la ciudad y por hacerme de un tití diminuto, de los que sólo aquí se encuentran. Horrible el lugar, horrible. Hay un momento en que las gentes que me codean y divisan, los negros que pululan y los simios de todos tamaños que se hallan en algunas calles concurridas, a la venta, se me mezclan y confunden. .. Es una ciudad monstruosa; su vegetación, exuberante, no artística ni hospitalaria; da pavor, huele a fiebres, a pantanos, a muerte... Y sobre todo, ¿qué me importa a mí la vegetación si yo no herborizo, ni soy explorador, ni naturalista tampoco, fuera de las páginas de mis libros?...32

El 2 de septiembre desembarca en Pernambuco, lugar que encuentra más afín a su temperamento: Desembarco con el comandante Rossignol y con el agente de correos, luego de haber entrado en el puerto aprovechando la marea alta para cruzar su barra. Tomamos un tranvía que nos conduce por precioso camino bordeado de quintas risueñas, hasta un punto que se llama Magdalena, La impresión que Pernambuco produce es gratísima; ferio dos Río de Janeiros por un Pernambuco, y todavía le añado cuatro Bahías, aunque Pernambuco no tenga la importancia de aquellas [...]. Me alegra, por la que de veras quiero a toda la América Latina, encontrarme al fin un sitio habitable que con el Brasil me reconcilie, en cuanto a condiciones de habitabilidad […]33

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Ibid., pp. 35-36. Ibid., pp. 99-100. 33 Idem. 32

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Federico Gamboa: Vida literaria y diplomacia porfirista El 8 de septiembre de 1893, Gamboa llega a Dakar en donde debe permanecer a bordo debido a la cuarentena que el gobierno colonial francés impone a todos los navíos procedentes del Brasil sin ninguna excepción. Tres días después, cruza frente a la costa de las Islas Canarias, la tierra de su admirado Benito Pérez Galdós. El 17 de septiembre desembarca en Burdeos y, aprovechando el descanso de diez días que el médico prescribe a su jefe y amigo Juan Sánchez Azcona, quien viaja enfermo del corazón en compañía de su mujer, Gamboa viaja a París con la intención de conocer en persona a sus admirados Zola y Goncourt. La condición del ministro Sánchez Azcona empeora y deben permanecer hasta el 21 de noviembre en una incierta estancia entre Burdeos, Nantes y Saint Nazaire. El día 22 Gamboa desembarca en Santander. Al día siguiente debe permanecer a bordo frente a la Coruña. El 5 de diciembre desembarca en La Habana. El 8 de diciembre llega a Veracruz y, finalmente, el 16 de diciembre de 1893, ciento dieciséis días después de haber zarpado de Buenos Aires, Gamboa llega a la Ciudad de México. Tras algunas semanas en el desempleo, Gamboa consigue trabajo en la aduana de la Ciudad de México. Después de dos años en ese puesto, el 31 de enero de 1896 Gamboa vuelve a la Secretaría de Relaciones Exteriores como jefe interino de la Sección de Cancillería. Dos años después contrae matrimonio con una dama de nombre María Sagaseta, inicia sus actividades como profesor de historia de los descubrimientos geográficos en la Escuela Nacional Preparatoria y el 29 de noviembre de ese mismo año de 1898, gracias tal vez a la coherencia de su discurso conocido tristemente como antiindigenista frente a la plana mayor del gobierno porfirista que hemos tenido oportunidad de referir páginas atrás, pero sin duda también a los buenos oficios del canciller Ignacio Mariscal quien habría de brindarle apoyo y protección desde ese momento, es comisionado

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Federico Gamboa: Vida literaria y diplomacia porfirista por segunda vez en la estratégica legación de México en Centroamérica con sede en Guatemala, esta vez como encargado de negocios ad interim. Como era usual en la América Latina de finales del siglo XIX, todo traslado tenía mucho de hazaña. Gamboa tarda casi un mes en llegar a Guatemala. El itinerario es por demás dramático. El 25 de diciembre deja la Ciudad de México y dos días después arriba a El Paso, Texas; el 31 de diciembre a Benson, Arizona; el 1 de enero de 1899 llega a Guaymas, Sonora, donde el día 4 se embarca en el vapor Manzanillo. El Manzanillo lo habría de acoger en un camarote de primera clase «diminuto e infecto», para conducirlo a La Paz, Baja California, el día 7; Mazatlán tres días después; llega a Manzanillo el día 18 a bordo del vapor Acapulco, el más viejo de la costa del Pacífico y el mismo en el que habían asesinado al expresidente guatemalteco José Francisco Barrundia cuando en 1854 regresaba a su país tras un largo exilio en México; toca Acapulco el 20 y, finalmente, veintinueve días después de su salida, desembarca en San José de Guatemala el día 24 de enero. Ese mismo día parte en tren especial hacia la ciudad de Guatemala. La relación entre México y los países centroamericanos nunca ha sido fácil y aún menos la relación bilateral con Guatemala. Cuando Díaz llega constitucionalmente al poder en 1877,34 los países centroamericanos estaban llegando a los cincuenta años de vida independiente tras su separación de México. La atomización y consecuente inestabilidad de esos Estados al sur de nuestra frontera ha sido un hecho constante desde 1824 y desde entonces una continua preocupación para el Estado mexicano. Durante los últimos veinticinco años del siglo XIX, hubo un amplio sector de la opinión pública mexicana que acarició la idea de que nuestros vecinos del sur pudieran volver a formar parte de nuestra geografía. Así, en 1884 Matías Romero, a la sazón ministro plenipotenciario de México en 34

Díaz toma el poder de facto en 1876. pero es hasta el año siguiente que asume la Presidencia constitucional.

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Federico Gamboa: Vida literaria y diplomacia porfirista Washington, publica en el Journal of the American Geographical Society un texto titulado «México: un país de América Central», en el cual afirma que América Central empieza en el istmo de Panamá y termina en el de Tehuantepec y que, en consecuencia, México ejercía soberanía sobre una región centroamericana más amplia que cualquiera de los cinco estados independientes.35 Huelga decir el impacto que esta afirmación tuvo en el ánimo de los centroamericanos. Para los guatemaltecos ello reafirmó que todo problema fronterizo entre México y Guatemala debía ubicarse como manifestación latente del imperialismo mexicano.

A este clima de desconfianza contribuyó, en el ánimo de los mexicanos, la volatilidad política de los cinco países y la propensión guatemalteca de acudir al gobierno de Washington por considerar que sólo la tutela del Departamento de Estado lograría consolidar la integración política del istmo; para México era suficiente con la vecindad estadounidense al norte como para tenerla también al sur. En el espíritu de los centro americanos resultaba motivo de muy seria preocupación los visos de solución como la implicada en la carta que Díaz dirige a su representante en Washington el 7 de octubre de 1894 diciéndole «creo que si los Estados de Centroamérica siguen en sus desórdenes que los hacen parecer como ingobernables, no tendrán más remedio que venir a formar parte de México o de Colombia».36 Sin embargo, la tensión característica de la relación mexicanoguatemalteca no fue una constante en la relación entre México y las otras cinco repúblicas del istmo. Por el contrario, la cordialidad imperante sirvió de contrapeso al caso guatemalteco. 35

Citado en Lajous, Roberta, México y el mundo. Historia de sus relaciones exteriores, tomo IV, México, Senado de la República, 1990, p. 85. 36 Idem.

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Federico Gamboa: Vida literaria y diplomacia porfirista En febrero de 1898 el presidente de Guatemala, Reyna Barrios, es asesinado y Manuel Estrada Cabrera, el «señor Presidente» de la novela de MiguEl Ángel Asturias, lo sustituye. En ese momento, nuevas tensiones empañan otra vez la relación entre México y ese país. La cancillería mexicana acentúa su desconfianza en las gobiernos guatemaltecos y, para colmo de males, un grupo de españoles adinerados financia una insurrección desde Tapachula con armas compradas en Estados Unidos. A fines de ese año se alcanza la solución al conflicto: México declara su absoluta neutralidad y la comisión técnica delimita con claridad la línea fronteriza entre ambos países, lo cual se consolida con la firma del tratado de límites. Cuando Federico Gamboa es nombrado en el vecino país centroamericano, su misión consiste en dar continuidad a esa nueva etapa de la relación bilateral y, al mismo tiempo, ofrecer sus buenos oficias para intentar dar solución pacífica a las controversias entre los países de la región. Con este último fin, Gamboa es instruido a realizar una gira por El Salvador, Costa Rica y Nicaragua. Deja Guatemala el 19 de diciembre de 1899 y llega a San Salvador dos días después donde es recibido por su amigo y entonces subsecretario de Asuntos Exteriores, el escritor Juan J. Canas, con quien comparte una actitud irónica respecto al oropel de la carrera diplomática. A este respecto, vale la pena pasar la vista por la entrada correspondiente a ese día en los diarios de Gamboa: Hallé muy en su lugar honores tales, me erguí y avancé tranquilamente, penetrado de que al representante de una nación le son debidas cualesquiera consideraciones. Es también muy de notar qué tan enseguida pueda uno acostumbrarse a corresponder -en la actitud cuando menos- a los honores. Y entonces comprendí por qué tanto gobernador y funcionario cursi y vulgar de nuestro México, y del mundo todo, pronto adquieren hasta cierta majestuosa elegancia para presidir las ceremonias oficiales a que concurren; es que la propia personalidad, por humilde e inútil que sea, desaparece amparada bajo la cubierta moral que la engalana; surge el símbolo y la multitud aplaude al que lo lleva, así sea éste monarca, presidente o simple mortal, porque lo que la multitud cree ver es la dinastía, la república o el cargo elevado. Y el rey, el presidente o el simple mortal, a su vez, cree en serio que es la dinastía, la presidencia o el cargo elevado; olvidándose unos y otros de que en nuestra eterna comedia humana somos a este respecto lo que esos pobres hombres que en las grandes

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Federico Gamboa: Vida literaria y diplomacia porfirista ciudades populosas sirven de anuncios ambulantes -medio comprimidos entre los bastidores de madera o lienzo pintarrajeados - a la alegría, a la dicha, a la riqueza...37

Permanece en El Salvador hasta el 5 de enero de 1900, cuando parte rumbo a Costa Rica, a cuya capital llega cinco días después. En San José se entrevista con el presidente Rafael Iglesias Castro, con quien acuerda impulsar un protocolo para dirimir antiguas y recientes discrepancias entre los cinco gobiernos centroamericanos. En ese país traba amistad con el literato de origen colombiano Justo A. Fado, en ese momento subsecretario de Relaciones Exteriores de Costa Rica y quien, como Gamboa, procura despachar cuanto antes lo a untos diplomáticos para dedicarle el mayor tiempo posible a los quehaceres intelectuales. Escribe Gamboa el 14 de enero de 1900 refiriéndose al vicecanciller costarricense: Y en cuanto puede, hace lo que yo, huye de su investidura de subsecretario y échase a elaborar, a discutir, a idear planes de obras venideras. Con mi arribo y el de Vicente Acosta - a quien conoce, trata y tutea de lustros atrás -, después de habernos Protocolizado con todas las consideraciones huecas y desabridas que reclaman nuestros puestos oficiales respectivos [...] ha dejado que el literato aparezca. No se nos separa; comemos juntos, charlamos durante horas y horas esta invariable, universal y deliciosa charla literaria, con más cerveza que compostura, más paradojas que teorías estéticas, más fragmentos de las propias vidas que reminiscencias o citas de otros hombres de letras; en la que escribimos, mentalmente, nuestras mejores obras que no publicaremos nunca; en la que tuteamos a Goethe y al camarero que nos atiende; cuando en los funerarios mármoles blancos de las mesas de cualquier taberna derramamos ceniza de cigarros y cenizas de nuestras vidas muertas o de las que jamás habremos de vivir, porque no es posible que existan fuera de nuestros cerebros excitados de intelectuales, de independientes y sonadores... En ese sabroso calor, Facio encréspase, porque le sostengo que su obra es romántica y su persona epicúrea.38

El 1º de febrero de 1900 llega a Managua y al día siguiente, en compañía de un ranchero medio anciano, gordo y risueño, que tenía por oficio el de ministro de Relaciones Exteriores y que de inmediato evocó en Gamboa un personaje salido de las páginas de Pérez Galdós, se encamina a su primera entrevista con el general José Santos Zelaya, presidente de esa --en palabras de Gamboa-- «feraz Nicaragua» y entusiasta admirador del

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Gamboa, Federico, Mi diario, tomo II (1897-1900), p. 81. Ibidem, p. 103.

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Federico Gamboa: Vida literaria y diplomacia porfirista general Porfirio Díaz. En Nicaragua, le es ofrecida la intermediación en el conflicto limítrofe entre ese país y Honduras, distinción que acepta previa autorización de la cancillería mexicana. El 14 de febrero termina la agobiante estancia de Gamboa en Nicaragua, la cual, entre otras, merece las siguientes entradas en su diario: 3 de febrero. Mientras más días gasto en Nicaragua, más ganas danme de salir de ella, a pesar de que abunda en riquezas y encantos naturales de todo género; a pesar de que aquí no existe, ni epidémicamente, el tremendo azote de la fiebre amarilla... No sé qué será, pero, a mí a lo menos, me despierta ideas extravagantes; hay momentos en que hasta creo no hallarme en América, sino en África; el sol, el suelo, la fauna, la flora, la etnografia, los usos, las costumbres, todo me hace pensar más bien en regiones remotísimas que recorriera yo a modo de un Livingstone o de un Stanley, y no en beneficio de ciencia alguna, sino ad majorem pax centro-americana gloriam. ¡Quiera mi gobierno tomármelo en cuenta! Que, regularmente, no querrá. 4 de febrero. En vista de mis murrias diurna." y de que por las noches poco duermo pensando en alacranes y demás bichos «inofensivos», doy en la práctica de dormir siestas interminables. Por más que hago, no encuentro respuesta a la siguiente pregunta que me obsesiona: Dado este clima, dadas las casas con sus techos de paja, los hombres de pensamiento, que no escasean en Nicaragua, cómo harán para trabajar? Rubén Darío, hijo de estas comarcas, ¿ cómo inauguraría aquí sus iniciales primores literarios?.. Arcano impenetrable.39

El 20 de febrero de 1900, dos meses después de su partida, regresa a la ciudad de Guatemala. A su retorno todo parecía indicar una excelente relación con el presidente Estrada Cabrera, sin embargo, este ambiente no sería sino el disfraz de la verdadera actitud del presidente guatemalteco quien jamás habría de perdonar al representante mexicano el asilo concedido a varios políticos de la oposición en junio de 1899. Así refiere Gamboa el episodio en la entrada correspondiente al 2 de junio de sus diarios:

Encomendándome a toda la corte celestial, esta noche concedí asilo en la legación a tres políticos desafectos al actual gobierno de Guatemala, cuyas vidas, según ellos y según una porción de personas fidedignas, 72 me aseguran, peligraban de veras. Es el primero un hábil doctor en medicina, don José Llerena, candidato a la presidencia, del partido «cachureco». (Bueno es que aquí quede explicado una vez por todas el significado de este

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Ibidem, p. 124.

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Federico Gamboa: Vida literaria y diplomacia porfirista término y el de su contrapuesto «panterista»; cachureco, quiere decir conservador, y panterista, radical. Llerena es hombre de valer y de valor; serio, caballeroso, de gran juicio y de mucho partido. El segundo, don Juan Francisco Ponciano, propietario y muy entendido en cosas de electricidad, es agente general del partido castillista, cuyo jefe, don José León Castillo, encuéntrase emigrado en Honduras o El Salvador. El tercero es don José Esteban Sánchez, hombre de dineros, de carácter y también connotado castillista.40

En tanto Estrada Cabrera fragua su estrategia para deshacerse de Gamboa, éste continúa su labor diplomática, y no menos la intelectual. De una parte se encuentra en plena escritura de Santa y, por la otra, sigue estableciendo fuertes vínculos con la intelectualidad latinoamericana. En marzo de 1900 traba una estrechísima amistad con el escritor colombiano Lorenzo Marroquín, titular de la legación de su país en Centroamérica y México con sede en Guatemala. En agosto de 1901, Gamboa participa en un mecanismo diplomático junto con Francisco A. Reyes, importante hombre de negocios salvadoreño que se desempeñaba en Guatemala como ministro de Estados Unidos, en torno a la detención por la policía local del representante de El Salvador, el nicaragüense Manuel Mejía Bárcenas, en pésimos términos con el presidente Estrada Cabrera. Acorde con su pliego de instrucciones, Gamboa se involucra totalmente en el esfuerzo de evitar la ruptura de las frágiles relaciones guatemalteco-salvadoreñas e interpone sus buenos oficios ante el jefe del Estado mayor de la presidencia guatemalteca a fin de celebrar ipso facto una reunión con el presidente Estrada Cabrera, antes de que sus opositores se granjearan el apoyo del gobierno salvadoreño y que éste optara por la vía armada para lograr la libertad de su representante. El presidente de Guatemala accede a recibirlos a la una de la mañana. Así lo relata Gamboa:

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lbid.. pp. 72-73.

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Federico Gamboa: Vida literaria y diplomacia porfirista -¿ Qué nos lleva tan a deshoras?...,?qué es lo que nos ocurre? .. Deslindo situaciones: A mí, por fortuna, no me ocurre nada, el negocio es con el doctor Reyes, que se lo puntualizará ampliamente. y para que la explicación sea todo lo amplia e íntima que se requiere, a pesar de que ambos se oponen, yo insisto y al fin los dejo a solas... Voy y me siento en la antesala, a charlar con Flores [el jefe del Estado mayor de la presidencia de Guatemala] y otro jefe que por ella discurre... La entrevista se ha prolongado y ha de haber sido interesante, a juzgar por los murmullos que nos llegaban. De pronto Reyes sale a llamarme, contentísimo, y presencio las órdenes finales que zanjan el conflicto: por teléfono se manda al comisario de policía que en el acto ponga en libertad a Mejía Bárcenas... Todavía Estrada Cabrera lleva su hospitalidad hasta brindarnos con una copa, «contra la trasnochada», y nos sirven tequila legítimo, de Jalisco, que de regalo le acaban de enviar al presidente.41

A finales de ese año Estrada Cabrera habría de instruir a su ministro para México con residencia en Washington, solicitar el retiro de Gamboa por haber tenido la «osadía de llevar su alcoholismo al punto de demandar al presidente de la República una copa de cognac a mitad de una de sus francachelas nocturnas». Gamboa regresa a México en abril de 1902. De regreso en la capital mexicana, el canciller Ignacio Mariscalle lo defiende a capa y espada y consigue para él una audiencia con el mismo presidente Díaz durante la cual Gamboa deja en claro lo sucedido. Al año siguiente es acreditado como primer secretario en la legación de México en Washington, al tiempo que en Barcelona aparece en librerías Santa. Gamboa sirve en Washington por espacio de dos años, donde traba amistad con el embajador de Brasil, su admirado Joaquim Nabuco, relevante figura intelectual del fin de siglo brasileño. Finalmente, en junio de 1905 Díaz decide responder la argucia difamatoria de Estrada Cabrera en contra de su antiguo encargado de negocios nombrando a éste último nuevamente en Guatemala, pero en esta ocasión con la dignidad de ministro plenipotenciario.

41

Ibidem, tomo III (1901-1904), p. 64.

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Federico Gamboa: Vida literaria y diplomacia porfirista Si en su experiencia anterior en Centroamérica las cosas se habían presentado difíciles, en su tercera estancia en Guatemala las cosas no lo serían menos. Para junio de 1906 ya vivían en la residencia de la legación de México tres asilados políticos, lo cual le ganó de la burocracia guatemalteca el mote de «ministro hostelero», parodia de su rango diplomático de ministro consejero. Ante la batahola centroamericana, Estados Unidos y México deciden hacer frente común y convocar a una conferencia de paz que no es del total agrado de Gamboa ya que el régimen de Estrada Cabrera no le merece la menor confianza. El desarrollo de la guerra entre Guatemala y El Salvador adquiere nuevos matices cuando en julio es muerto en combate y en territorio guatemalteco el presidente salvadoreño Tomás Regalado. Por instrucción presidencial Gamboa gestiona la entrega del cadáver y atiende a los deudos del salvadoreño. Este hacho coincide con un movimiento antiestradista, organizado desde México por el general Manuel Lisandro Barillas, mismo que neutraliza el gobierno mexicano en aras de la paz en la región. Las negociaciones de paz se celebraron en el barco de guerra estadounidense Marblehead en el mes de julio de 1906. A ellas asiste Gamboa en calidad de consejero amistoso apoyado por su segundo en la legación, el también escritor Efrén Rebolledo. A las negociaciones asisten los representantes de Nicaragua y Costa Rica, así como los de Estados Unidos, William L. Merry y Leslie Combs. Dos puntos fueron motivo de controversia. Gamboa, sin instrucciones de su gobierno, se opuso a que los países contratantes entregaran a los refugiados políticos, ya que eso podría significar conducirlos irremediablemente a la muerte. El segundo punto se refería al apartado que sometía las consecuencias del conflicto al arbitraje de México y Estados Unidos. Gamboa consideraba que sólo debían consultarse las diferencias futuras, no las pasadas. Las opiniones dispares estuvieron a punto de hacer fracasar las negociaciones. Así lo registra Gamboa en el cuarto tomo de su diario: Andrés Ordóñez

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Federico Gamboa: Vida literaria y diplomacia porfirista ... propone Combs que procedamos a la redacción del documento definitivo, redacción que comienza con mansedumbres columbinas: creeríase que entrambos proyectos se acuerdan a maravilla y que nosotros somos unos «acordadores» de primo cartello. El tal arreglo va al vapor, pues en nada acortan su prisa una que otra objeción sin mayor importancia, hasta que nos tropezamos con la cláusula de la entrega de refugiados políticos. Declárola inaceptable por esto, por aquello y por lo de más allá. Mientras he ido hablando, adrede muy en calma la voz y los ademanes, observo con júbilo que el honrado Merry y el hidalgo Mulligan invitado, como dueño de casa que es, a presenciar nuestras bilingües deliberaciones - están conmigo a juzgar por sus discretos y afirmativos cabeceos. No bien caIlo, Combs se me viene encima con pobre argumentación «suficientista», de individuo engreído que calcula que nadie ni nada ha de enfrentársele. Pronto mis réplicas y las suyas se cruzan a modo de dos aceros; pronto la controversia degenera y se convierte en pelea verbal. ¡Ni quien ose terciar en la empeñada con tienda, ni hablar por lo bajo con los suyos, todos mirannos con manifiesto azoro! SóIo en los ojos dulcemente claros del viejo Merry se advierte serenidad. MuIligan va y viene de la cámara al comedor y del comedor a la cámara. Brown despide chispas al través de los cristales de sus espejueIos, y Rebolledo ha ido acercándoseme hasta quedar a mi lado. A vueltas de porción de argumentos mutuos, y palpando yo que la divergencia se envenena más a cada instante, cual mordedura de víbora, barreno mis naves y en medio a un silencio imponente declaro, como última ratio de mi parte, que nunca suscribiré en nombre de México un pacto en que figure cláusula semejante... Nadie chista ni se mueve. Combs, en cambio, visiblemente descompuesto a pesar de la decantada flema anglosajona y de su investidura diplomática, pierde los bártulos cegado por una ira que nada justifica, y entre otras sinrazones, ¡ permítese aconsejarme que deponga yo mi «obstinación» y reflexione en que voy a disgustar al presidente Roosevelt!.. Todavía, guardando las formas, le contesto que yo no sirvo al presidente Roosevelt, sino al presidente de México... Y mi respuesta le hace el efecto de una banderilla de fuego; desorbitados los ojos abandona su asiento y llégase a mi mesa, que por dos ocasiones golpea con el puno. Me amenaza francamente: -Mr. Gamboa, I am a short temper!... Simultáneamente, se interpone Merry, yo me levanto y los demás nos cercan, presas de comprensible estupefacción. Doy a todos las buenas noches, y en voz alta digo al comandante Mulligan, que me estrecha la mano con las dos suyas: -Ruego a usted, señor comandante, que mañana a primera hora se sirva desembarcarme en San José. Y ahogado de bílis salgo a cubierta y me dejo caer en un sillón de mimbre que diviso en la penumbra de la toldilla. A poco, reúneseme Rebolledo, y luego, Gallegos, muy conmovido, me dio las gracias y se perdió en la sombra del buque. De parte de Mulligan, un steward me lleva una taza de té, que apuro con delicia. Ya refugiado en el camarote, que comparto con Francisco Bertrand, de Honduras, pienso en las resultas probables de mi actitud, en la resonancia que alcanzará este fracaso de la conferencia. Aprobará el general Díaz mi conducta?... 20 de julio. Mal he dormido, y en cuanto Dios echa su luz, me asomo a la puerta; linda mañana que refresca una suave brisa; el Pacífico, en calma, se despereza con rumores sedeños. ¿Por qué no se descubriría la línea de la costa, si no hay ni asomos de neblina? ¿Quedará San José del otro lado del buque?... No, tampoco se divisa la costa, hemos de habernos alejado más aún, durante la noche. En el comedor encuéntrome a otros madrugadores que me saludan con reservas visuales, y hay alguno que aventura alusiones veladas a mi resolución de marchar¬ me en seguida. Fui en busca de Mulligan, a inquirir la causa del alejamiento del barco. Sonríe y me asegura que en poco tiempo haremos rumbo a San José. Esquivo encuentros y, acompañado de Rebolledo, paseo por la proa de la nave, donde marinos y soldados nos detallan al soslayo. El Marblehead ha apresurado sus andares y de veras enfila hacia la costa. Estoy como sobre ascuas. Arturo Ubico me da alcance y en lo confidencial insiste porque, antes de separarme, vaya y les hable a todos. Lo complazco desde luego, y de pronto surge Combs, escoltado por un grupo con el que departa animadamente; despréndense de él, y con extrema seriedad me indica su deseo de hablar conmigo aparte unas cuantas palabras. ¿Será el epílogo del incruento choque de anoche?... Lo

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Federico Gamboa: Vida literaria y diplomacia porfirista sigo sin embargo, y ¿ cuál no será mi sorpresa al ver que me tiende entrambas manos y, por añadidura, me presenta sus excusas por su destemplanza de anoche!... He reflexionado – díceme - y reconozco que tiene usted razón: no debe figurar esa cláusula. Al vemos volver de bracero, nos saludan con aplausos. Y celebramos la sesión final de esta conferencia - relámpago - que pudo interrumpirse como el rosario del cuento - bajo las bocas de los cañones monstruosos. A eso de las once, suscribimos el tratado de paz, que reconcilia --¿por cuánto 40 tiempo?...-- a las repúblicas de Centroamérica.42

Al año siguiente la relación bilateral sufre nuevas tensiones a raíz del asesinato en México del expresidente guatemalteco Manuel Lisandro Barillas por orden del gobierno de ese país, lo cual coincidió con un atentado en contra de Estrada Cabrera. El gobierno guatemalteco supuso que en la legación mexicana se ocultaban algunos de los atacantes y pidió su entrega, en virtud de que eran guatemaltecos. A Gamboa se le ordenó abandonar el país en un barco de guerra, el Tampico, que fue a recogerlo para trasladarlo a El Salvador, en donde permaneció por dos meses.

EL FINAL

Gamboa regresa a México y asume el cargo de subsecretario de Relaciones Exteriores. Ya como subsecretario Gamboa, con la ayuda de Antonio de la Peña y Reyes organiza el actual Acervo Histórico Diplomático Mexicano y juega un importante papel en la política de la región. Interviene en el conflicto nicaragüense en el que también colaboraban como mediadores México y Estados Unidos, sólo que la mediación no llegó a buen término, pese a que Díaz logró la renuncia de Santos Zelaya a fin de evitar un desembarco estadounidense en respuesta al fusilamiento de dos nacionales de ese país que volaron un puente en Nicaragua. Federico Gamboa, por su conocimiento de la zona y de sus problemas, participó

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Ibidem, tomo IV (1905-1908), p. 76.

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Federico Gamboa: Vida literaria y diplomacia porfirista en todos los arreglos, aunque los propios presidentes de cada país y sus cancilleres eran quienes tenían este asunto en sus manos. Como subsecretario de Relaciones Exteriores, Gamboa vuelve a tener roces severos con la diplomacia estadounidense, lo cual habría de repetirse con mayor intensidad años después. A la muerte del canciller Mariscal, Gamboa permanece dieciocho días al frente de la Secretaría de Relaciones Exteriores, siendo su ocupación más relevante la de auxiliar a Porfirio Díaz en la elaboración de su informe presidencial y en los preparativos de las fiestas del centenario del inicio de la guerra nacional de independencia. Poco tiempo después parte a Europa como titular de la legación de México en Bélgica y Holanda. Allí lo sorprende la caída de Díaz y, leal como era, la tarde del 20 de junio de 1911 acude al puerto de El Havre a recibir al depuesto gobernante a su llegada al exilio europeo.43 Gamboa permanece al frente de la legación en Bélgica y Holanda durante los sucesivos gobiernos de De la Barra, Madero y Huerta. Su desconfianza de los nuevos y turbulentos gobiernos sucesivos es manifiesta. A Madero lo califica de alienado, «demente lúcido», «retrasado que pide a gritos no oposición, no: hidroterapia, nada más que hidroterapia», y ansía que los cuatro años de su mandato pasen volando.44 A Victoriano Huerta no lo trata con mayor suavidad. En realidad la esperanza de Gamboa estaba puesta en la restauración del antiguo régimen por Félix Díaz, sobrino de don Porfirio. De manera que cuando el 22 de febrero se entera de la composición del nuevo gobierno con Huerta a la cabeza del poder ejecutivo, escribe en su diario:

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«El 20 de junio por la tarde, al fin, entre la bruma del Canal, apareció la silueta del vapor en el puerto de la ciudad de El Havre. Sobre la dársena del Bellot aguardaban de pie los representantes del gobierno de Francia. Entre las mexicanos a su vez estaban Sebastián Mier y Miguel Béistegui, Luis Riba, Miguel Yturbe y José Vega Limón, incluso Federico Gamboa, entonces ministro de su país en Bélgica». Tello Díaz, Carlos, El exilio: Un relato de familia, México, Cal y arena, 1993, p. 27. 44 Entrada correspondiente al 12 de diciembre de 1912 en F. Gamboa, Mi diario, tomo VI (1912-1919), p. 57.

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Federico Gamboa: Vida literaria y diplomacia porfirista ¡Asumió el poder ejecutivo de la república el general de división don Victoriano Huerta! Ni un poquito me gusta, aunque en las circunstancias actuales y, con tal de que sea por brevísimo tiempo, pase don Victoriano Huerta, ¡y que Dios lo ilumine! [...] La figura de Victoriano Huerta, en tanto no se presenten pruebas concluyentes en contrario, ¡es negra, bastante negra! Sirvió a Madero. Recibió de él, si la fama no miente, hasta 200 000 pesos, por vía de cohecho, gratificación o lo que sea. Madero lo hizo general de división. Es el autor del bombardeo a la ciudad durante diez días... Es el responsable de los fusilamientos de represalia. ¿Por qué exaltarlo hasta la presidencia, si lo que le corresponde es ir al presidio?... 24 de febrero. ... los periódicos de la mañana primero, y luego un largo telegrama oficial después, me enteran de la violentísima muerte de Madero y Pino Suárez... Y yo que conozco a mi gente, en tanto no me demuestren, A+B, 10 contrario, inclínome a creer que hubo aplicación de nuestra horripilante y cavernaria « ley fuga».. . ¡Nada me gusta este señor Huerta! ¡Ye l asesinato de los altos funcionarios desposeídos es incalificable!45

Todo hasta aquí se aviene perfectamente a la inalterada congruencia ideológica y política de Gamboa. Pero al intelectual no suele perderlo la ambición de poder o de riqueza; sí en cambio la vanidad. Así, en julio de 1913 Gamboa habría de cometer su único, pero devastador error político. Huerta, el mismo ser oscuro que tanto había censurado, le ofrece la cartera de Relaciones Exteriores y Gamboa tiene el desatino de aceptar. Sobre el particular el 9 de julio de 1913 escribe en su diario: Arribo a La Haya. El portier del hotel (un barón alemán venido a menos), me recibe con dos mensajes: los secretarios y Smerdou, que me felicitan, y María, que me transcribe el cable de Huerta: «Sírvase venir primer vapor, para encargarse Secretaría Relaciones, dejando legación cargo primer secretario.» ¡Todavía ignoro por qué no me privé! En cuanto me pasa el sofoco, que disimulo a la curiosidad de los indiferentes que me rodean en el restaurant, invádenme miedos y temores... ¿Por qué me llaman a mí que me hallo tan lejos? ¿Quién se fijó en mi individuo?.. ¿Qué será de mi gestión? ¿Qué impresión física me producirá Huerta? ¡Témome que reclamen mi colaboración para el último acto del drama nacional! Y, en mis adentros, sigo condenando la génesis del actual gobierno nuestro, en cuya dirección me cuelan sin haberme consultado siquiera... Por momentos, vacilo entre acudir o no acudir al urgente llamado... Y en cuanto me resuelvo a aceptar, hay en mi aceptación un poco de todo: culto a México; anhelo de contribuir a su alivio; mucho de vanidad por lo altísimo del puesto, codiciado mentalmente de años atrás; júbilo por el regreso, en tan buenas condiciones particularmente. Hay de todo: de lo alto, de lo mediano y de lo bajo. 45

Ibid., pp. 67 y 68.

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Federico Gamboa: Vida literaria y diplomacia porfirista Encomiéndome, abandónome, mejor dicho, a la voluntad de Dios. ¡Si Él me lleva a aquel infierno, Él sabrá por qué, y Él proveerá, según siempre ha proveído en todos mis actos trascendentes!46

Conforme Federico Gamboa se acerca a México, va recibiendo noticias de lo que ocurre en el país. El propio Díaz, a quien acude en Paris en busca de consejo antes de embarcarse en el Havre, aunque contento de que lo llamaran a integrar el gabinete, le hace ver «el sinnúmero de riesgos que [va] corriendo, "hasta de la vida"». La situación era sumamente crítica. gobierno de Huerta se sostenía precariamente, por más esfuerzos que éste hacia por consolidarlo y no obstante los buenos augurios de los primeros tiempos. Por su parte, el movimiento revolucionario se fortalecía y, para colmo de males, el «puritano de la Casa Blanca», Woodrow Wilson, se negó a reconocerlo e incluso presionó a algunos países europeos a fin de que redujeran su apoyo y aun negaran su ayuda económica. Ya era claro que Wilson estaba dispuesto a echar mano de cualquier recurso para «solucionar» el problema mexicano, por eso también prohibió la venta de armas a los huertistas. De manera que la misión del canciller Gamboa no podía ser más ingrata, debía lograr el reconocimiento de Estados Unidos o, cuando menos, detener la hostilidad de este país que hacía temer una intervención armada. Tras el retiro del embajador Lane Wilson, el presidente Woodrow Wilson envió a México, sin credenciales ni reconocimiento, un agente confidencial para negociar con el gobierno de Huerta. La cancillería hizo saber a Nelson O' Shaughnessy, encargado de negocios de Estados Unidos, que dicho agente no sería grato al gobierno mexicano careciendo

de

las

cartas

credenciales

correspondientes.47

Una

vez

acreditado

46

Ibid., p. 110. Fabela, Isidro, Historia diplomática de la Revolución Mexicana (1912-1917), México, Fondo de Cultura Económica, l958, p. 208. 47

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Federico Gamboa: Vida literaria y diplomacia porfirista convenientemente, Gamboa recibe a John Lind, el agente.48 Lind entrega un documento firmado por Wilson, el cual contenía cuatro propuestas a cual más controvertidas: a) el cese inmediato de las hostilidades en todo México; b) dar seguridades de una pronta y b) libre elección, en la que todos tomen parte por mutuo consentimiento; c) el consentimiento del general Huerta de comprometerse a no ser candidato en las elecciones a la Presidencia de la República, y d) el compromiso general de someterse al resultado de las elecciones y la promesa de colaboración con el gobierno electo.49 El 16 de agosto de 1913 Gamboa responde al enviado con una larga carta donde, punto por punto, expone con energía e incluso dureza la impertinencia de la misiva del presidente Wilson. Dicha misiva, escrita por el predecesor de Gamboa al frente de la cancillería, el escritor y diplomático Carlos Pereyra, al alimón con otro olvidado diplomático e intelectual porfiriano, Antonio de la Peña y Reyes, fundador del Acervo Histórico Diplomático de México, antes de que el primero fuera intercambiado por Gamboa en la Legación en Bélgica a cambio del retiro del embajador estadounidense Henry Lane Wilson. Destaca en esa carta un elemento que pocos anos después habría de constituir el corazón de la doctrina mexicana sobre el reconocimiento de gobiernos, la originalmente llamada Doctrina México y que el desinterés por el detalle histórico atribuyó

48

John Lind era de ascendencia sueca. Había sido gobernador de Minesota y era totalmente ajeno a la actividad diplomática. Desconocía los asuntos mexicanos y no tenía ni idea del idioma español, además de ser anticat6lico. Sobre las relaciones diplomáticas de México y Estados Unidos en este periodo hay una amplia bibliografía. Puede verse: Berta UlIoa, La revolución intervenida. Relaciones diplomáticas entre México y Estados Unidos (1910-1914), México, El Colegio de México, 1971, p. 394; Martha Strauss Neuman, La misión confidencial de john Lind en México (9 de agosto de 1913 - 3 de abril de 1914), tesis, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, 1975, p. 140; Arthur S. Link, La política de Estados Unidos en América Latina (1913-1916), México, Fondo de Cultura Econ6mica, 1960, p. 290. Citado en Mac Gregor, Josefina, «Federico Gamboa Iglesia», en Secretaría de Relaciones Exteriores, Cancilleres de México, tomo II : 1910-1988, México, Secretaría de Relaciones Exteriores, 1992, pp. 43-64. 49 Secretaría de Relaciones Exteriores, «Nuestras relaciones con las Estados Unidos de América», en Diario Oficial de los Estados Unidos Mexicanos, 50, tomo CXXVII, del 27 de agosto de 1913.

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Federico Gamboa: Vida literaria y diplomacia porfirista equivocadamente al también escritor y diplomático Genaro Estrada. Dice en sus párrafos más significativos la respuesta que entrega Gamboa: ...mi gobierno considera que no se trata en el caso, de un reconocimiento del gobierno del señor general Huerta por parte de Estados Unidos de América, pues las cosas que existen por sí mismas, no son ni pueden ser susceptibles de reconocimiento. [...] Puede creer el señor Agente Confidencial, que sólo por la sincera estimación en que el pueblo y el gobierno de México tienen al pueblo y al gobierno de Estados Unidos de América y por la consideración que profesa a todas las naciones amigas [...] y especialmente en este caso a las que se han servido interponer sus amistosos oficios, mi gobierno accedió a tomar en consideración y a contestar lo más brevemente que el asunto lo permite las solicitudes de que es usted portador. De otra suerte, por lo deprimentes o inusitadas, apenas admisibles en un tratado de paz después de una victoria, habríalas rechazado de plano según, en su caso, lo haría cualquier nación que en algo se respete.50

La respuesta inmediata fue la amenaza. No surtió efecto. Luego vino el soborno. De aceptarse las condiciones, el gobierno estadounidense intercedería para que México recibiera un préstamo que eventualmente resolvería las necesidades más urgentes. La respuesta de Gamboa no se hizo esperar. Gamboa rechazó de manera drástica y categórica el soborno e hizo notar que, de admitirse los consejos de Estados Unidos en materia de elecciones, se vulneraría gravemente la soberanía nacional «y todas las futuras elecciones de Presidente quedarían sometidas al voto de cualquiera de los presidentes de Estados Unidos de América».51 Los azares de la política llevaron a Gamboa al desastre. El 24 de septiembre de 1913 renuncia a la titularidad de la Secretaría de Relaciones Exteriores para postularse a la Presidencia de la República por el Partido Católico Nacional. Como será fácil imaginar, el erotismo de su novela Santa no le fue nada favorable, todo lo contrario. Igualmente inútil sería su rectitud ética y política. Resulta toda una paradoja que el propio Departamento de Estado viera con buenos ojos la eventual elección de Gamboa, toda vez que lo consideraba

50 51

Idem. Mac Gregor, Josefina, Op. cit.

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Federico Gamboa: Vida literaria y diplomacia porfirista «un hombre educado, brillante, de la más alta probidad y de firme patriotismo».52 A final de cuentas las elecciones se anularon por haber resultado electo Victoriano Huerta, inhabilitado constitucionalmente para reelegirse, y Gamboa quedó mal con Dios y con el diablo. A pesar de su destacada participación como canciller se ganó la animadversión tanto de Huerta como de los revolucionarios constitucionalistas. La vida de Federico Gamboa entra en el ocaso. En agosto de 1914, Gamboa se exilia en compañía de su esposa, su hijo, su hermana Soledad, sus sobrinos Soledad, Federico y Guadalupe, un sirviente japonés y su perro Jack. El primer destino es Estados Unidos, país que lo consideró un huésped no grato en virtud de su desempeño como canciller. De allí siguió su exilio en Cuba. Llega a La Habana en donde vive de trabajos menores como la subdirección de la revista La reforma social. La esposa cae enferma y con la crueldad característica de los asuntos de Estado, sólo se autoriza el regreso de ella, quien muere a mediados de 1919, y no es s.ino hasta septiembre de ese ano que es autorizado para volver a México junto con su hijo. Los últimos veinte años de su vida transcurrieron en penuria económica, divididos entre la cátedra y el periodismo. El primer trabajo que tuvo al volver al país fue como secretario general del Primer Congreso de Geografía organizado por la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística. Impartió clases en la Escuela Libre de Derecho, en la Normal de Maestros y en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de México. Colaboró en el periódico El Universal de la capital mexicana y, a la muerte de José López Portillo y Rojas en 1923, ocupó la presidencia de la Academia Mexicana de la Lengua. 52

Acervo Histórico Diplomático de la Secretaría de Relaciones Exteriores de México, en adelante AHOM, Exp. L-E-409, Carta de Nelson O'Shaughnessy a Federico Gamboa. 25 de septiembre de 1913. Al día siguiente, Gamboa le contestó agradeciendo sus felicitaciones «y su indulgente apreciación que V.S. se sirve hacer de mis modestas facultades», así como sus buenos deseos de que obtuviera éxito en su candidatura. Citado en Idem.

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Federico Gamboa: Vida literaria y diplomacia porfirista Su filiación con el antiguo régimen le hizo perder incluso la pensión a la que tenía derecho después de veinticinco años de carrera diplomática. Lo apurado de su situación económica lo llevó a la humillación de insistir sin ningún éxito sobre ese particular.53 Una parte de sus memorias se dio a conocer en 3 volúmenes, entre 1908 y 1920; otra, en dos volúmenes, entre 1934 y 1938; y la última, entró a la imprenta, después de su muerte. Las regalías de sus obras, las sucesivas ediciones de Santa y los derechos por filmarla salvaron a Gamboa de mayores apuros. Sus dificultades políticas no se redujeron a la pensión diplomática. La Universidad de México también fue cómplice de su persecución política. Gracias a Genaro Estrada, Gamboa vuelve al claustro académico de la Escuela Nacional Preparatoria en 1921 ocupando la cátedra de literatura castellana. En 1922 se incorpora al profesorado de la Facultad de Altos Estudios, hoy de Filosofía y Letras, como profesor de literatura española e hispanoamericana colonial y literatura castellana contemporánea. Para 1924 era el profesor más popular entre los estudiantes, cosa que lo convirtió en una amenaza política latente. De tal suerte ese año fue separado de sus clases, las cuales le fueron restituidas al año siguiente. Pero, nuevamente, el 26 de diciembre de 1928 se le informa que se le separa de sus labores docentes por acuerdo nada menos que de la Presidencia de la República. La razón era Porque su ideología es enteramente ajena al momento actual de la Revolución Mexicana [...] no pretende estorbar la libertad de pensamiento [...] pero sí evitar que ocupen puestos oficiales, con especialidad en materia docente, personas no identificadas con los ideales y las doctrinas del movimiento social de México.54

53

AHSRE, mismos expedientes. Citado en Idem. Ibdem. Carta de Alfredo E. Uruchurtu. oficial mayor de la Secretaría de Educación Pública, a Federico Gamboa, 26 de diciembre de 1928. 54

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Federico Gamboa: Vida literaria y diplomacia porfirista Acorralado, Gamboa solicita su jubilación en mayo de 1929 y ésta le es concedida hasta pasados casi dos años. En febrero de 1931 se le otorga una pensión de 5.25 pesos diarios. Cuatro años más tarde, el péndulo de la fortuna vuelve a oscilar cuando el 2 de enero de 1935 el Consejo Universitario le concede el título de doctor honoris causa y el rector Fernando Ocaranza lo nombra profesor de literatura mexicana en la Facultad de Filosofía y Letras. Algunos meses más tarde Gamboa presenta su renuncia, pero le piden que la retire en virtud de que la Universidad, en esos «momentos angustiosos por los que atraviesa no quisiera verse privada por ningún motivo de sus figuras más sobresalientes».55 Durante cuatro años continuó impartiendo clases, hasta que el propio Gamboa comunicó a Antonio Caso, director de la Facultad, que se encontraba enfermo y debía permanecer en reposo. No volvió más a las aulas. En 1938 se le rinde un homenaje por sus cincuenta años de escritor. Pocos meses después, el 15 de agosto de 1939, a escasos meses de cumplir los setenta y cuatro anos de edad y de ver el inicio de la Segunda Guerra Mundial, Federico Gamboa fallece en la Ciudad de México. Al agradecer el homenaje por su cincuentenario en las letras, Gamboa hizo una valoración exacta de sí mismo: «mexicanismo irreductible, [...] amor tesonero a las letras patrias y [sus] canas sin mancilla». La Facultad de Filosofía y Letras cerró sus puertas en señal de duelo. Nuestro fin de siglo había concluido.

55

Ibidem. Carta de Juan José Bremer, secretario general de Ia Universidad, a Gamboa. 19 de octubre de 1935.

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