La Unión de Castilla y Aragón, y los Reyes Católicos

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Descripción

3 DE MAYO DE 2015

FLORISTÁN IMÍCOZ, Alfredo: "La unión de Castilla y Aragón. Los Reyes Católicos (1474-1516)" en FLORISTÁN IMÍCOZ, A. (ed.): Historia de España en la Edad Moderna. Ariel, 2004.

ENRIQUE GIL ORDUÑA 3º GRADO EN HISTORIA – HISTORIA MODERNA DE ESPAÑA Universidad de Almería

La unión de Castilla y Aragón. Los Reyes Católicos (1474-1516)

Mientras que en 1474 llegó a reinar en Castilla Isabel I, poco después, en 1479, llegó al trono de Aragón su esposo, Fernando II. Ambos reyes organizarían un gobierno conjunto qu eno se rompería con la muerte de la reina, en 1504, cuando Fernando mantendría la regencia de Castilla hasta su muerte en 1516. La unión del gobierno de dos reinos era frecuente, como el de Aragón y Navarra entre Juan II y su esposa Blanca poco antes. Sin embargo, el de los Reyes Católicos resultaría excepcional por su proyección, importancia y prolongación, que duraría más de cuarenta años, llegando a heredarse conjuntamente en una cabeza, su nieto Carlos. Durante la época, los cronistas oficiales ya proclamaban de anera interesada que los reyes restablecieron la añorada unidad de Hispania y la autoridad regia, aunque la historiografía moderna ha preferido interpretarlo como la culminación del proceso medieval y feudal, además del arranque de un nuevo proceso de tiempos nuevos. De todos modos, hay que interpretar el reinado como condicionado por las diferentes situaciones que traspasó, en una debilidad inicial y el despliegue de una política pragmática conjunto al desarrollo de una monarquía autoritaria que tal vez no hubiera sido muy diferente si la hubiera protagonizado la Beltraneja, en cuyo caso, la unión gubernamental con Portugal habría sido más coherente.

La unión de los reinos Los dos príncipes se casaron a escondidas en Valladolid, en 1469. Francisco, hijo de Juan iI y heredero de la Corona de Aragón (en ese momento debilitada por la rebelión de Cataluña), que buscaba desesperadamente una unión con Castilla. Los derechos de Isabel estaban en desequilibrio en contraste con los de su hermana Juana, hija del primer matrimonio de Enrique IV y jurada por las Cortes en 1462. Sin embargo, una fracción de la nobleza promocionó a Isabel como candidata, puesto que corrían los rumores de que Juana era hija del favorito del rey, Beltrán de la Cueva (lo que le valdría su apodo como la Beltraneja). Así pues, proclamaron a Isabel en Segovia en 1474. La guerra sucesoria en Castilla Los partidarios de Isabel y Fernando pactaron en 1475 que el ejercicio del gobierno se hiciera a nombre de ambos, de modo que el aragonés fuese verdadero soberano. 1

Isabel se reservó ciertos nombramientos, y los oficios y beneficios quedaron sólo a castellanos. Los símbolos del yugo (Ysabel) y las flechas (Fernando) simbolizaban la unificación de su gobierno. De hecho, Fernando pasó gran parte de su vida en Castilla, donde intervino activamente, como Isabel actuó en Aragón, aunque más ocasionalmente. Además, mientras la política exterior recayó más en Fernando, Isabel se centró más en Castilla y la religión. La Guerra de Sucesión (1474-1479) fue un conflicto interno entre facciones nobiliarias, además de un enfrentamiento con Portugal por otros motivos, entre los que estaban el no reconocimiento de Isabel por parte de Alfonso V, quien casó con Juana. Con todo, Louis XI de Francia aprovechó para hostigar a Aragón, arrebatándole el Rosellón y la Cerdaña. Portugal logró introducirse en el interior de Castilla hasta Zamora, donde sería bloqueada gracias a la victoria de Toro (1476), momento en el cual también los franceses deciden abandonar Burgos. Libres de las sacudidas de los reinos exteriores, Castilla seguía dividida entre bandos y sacudida por revueltas antiseñoriales. Durante estos años se da un proceso de ajuste de poderes por parte de la Monarquía, la nobleza y las ciudades, en un nuevo equilibrio menos inestable. Isabel y Fernando pretendieron recuperar patrimonios y fortalezas precisas, actuando con ahinco en Galicia y ganando el apoyo de Vizcaya y sus villas atemorizadas de los desmanes de los "parientes mayores". Así, forzaron la devolución de muchos castillos y ciudades, como la fortaleza de Arévalo, y desmantelaron el marquesado de Villena, todo pactando compensaciones. De hecho, llegaron a entendimientos muy generosos con muchas de las casas que se opusieron a su entronación. Las medidas también afectarían a las casas que les apoyaron, pues trataban de recortar la autonomía señorial, a cambio de rentas y títulos y emplearla en cargos relacionados con el Estado. Lograron crear un entretejido jerarquizado de las principales familias, administrando títulos, y consiguieron que el maestrazgo de las tres grandes órdenes militares de Alcántara, Santiago y Calatrava recayeran en Fernando (1489-1494), lo que suponía el control de grandes recursos y la posibilidad de contar con apoyos a cambio de otorgar el codiciado hábito como distinción nobiliar. Los reyes también contaron con el apoyo de las grandes ciudades, nervio de las Cortes y enemistadas con la nobleza señorial (los Mendoza eran muy influyentes en Guadalajara, y los Velasco en Burgos). Se procedía a disstribuir el control de los baldíos, o la ostentación de privilegios, por ejemplo. Gracias al interés que tenían estas grandes ciudades en el impulso del poder regio, las Cortes dieron un gran peso en este sentido. Para la hacienda regia, dotaron una Contaduría Mayor de Rentas, crearon la Santa Hermandad, como fuerza armada destinada al orden de los caminos y la 2

seguridad del tránsito y el comercio. De hecho, jugaría un importante papel en la pacificación interior y en la guerra de Granada. En 1479 se derrotó al último ejército portugués en la batalla de Albuera, y se empezó a negociar la paz de Alcaçovas-Toledo, reconociéndose entonces los derechos de Isabel por parte de Alfonso V, aunque no lo haría la Beltraneja, quien sería encerrada en un convento de Coimbra tras su viudez, hasta la muerte. En el tratado, la disputa colonial se resolvió otorgando a los portugueses el monopolio de la navegación africana, pero reteniendo las islas Canarias. Además, se prometió perdonar a los desterrados y restituir sus oficios y honores, aunque en Galicia, a la luz de grandes revueltas, tuvo que emplearse una represión sangrienta a mano de Fernando de Acuña. La herencia de la Corona de Aragón. Las características de la Unión. En enero de 1479 murió Juan II de Aragón, y Fernando comenzó a reinar, aunque ya era rey de Sicilia desde su boda. Los problemas de su gobierno también se caracterizaban por bandos nobiliarios y autonomía de grandes ciudades, además de tensiones entre cristianos viejos y conversos. Sin embargo, aquí se daba una tradición jurídica muy distinta que complicó la actuación de la Corona. Los reinos de Castilla estaban regidos por una misma ley y unas mismas Cortes, pero en Aragón había una gran pluralidad y solapamientos. Se tenía que recurrir a un constante pactismo, que obligaba al rey a respetar las leyes y fueros aprobados en las Cortes, que sólo en ellas podían modificarse. Dada esta situación, ambos reyes siempre prefirieron gobernar desde Castilla, un reino más extenso y con el 85% de la población, además del más rico. Sin embargo siempre se pretendió un gobierno coordenado de ambas coronas, con un matiz siempre pragmático, nunca apelando a una verdadera fusión. Desde una perspectiva europea, navarros, castellanos, portugueses y aragoneses eran vistos globalmente, y se sentían ellos mismos "españoles" en tanto en cuanto peninsulares. En los ambientes cultos se veían la empresa de los Reyes Católicos como la restauración de la unidad del reino visigodo o la Hispania romana. Había lazos entre todos los reinos protagonizados por comerciantes, lazos sanguíneos nobles, e incluso culturales, por el comienzo de la preeminencia del castellano en toda la península. Pero los reyes nunca soñaron con llegar a fusionar en un sólo Estado único toda la globalidad peninsular, a excepción de la competencia que se le otorgaría a la Inquisición real, que no entendería de fronteras entre los reinos. La convivencia de las dos coronas generaba una dinámica de cambios. Algunas empresas exteriores, como las Canarias o las Indias, eran expresamente castellanas, 3

pero las conquistas norteafricanas, de Nápoles y Navarra, eran de una disposición y financiación conjunta. Además, la ausencia del rey en muchos territorios obligó a la instauración de virreyes y a reforzar los tribunales reales. También se mejoró la transmisión de información entre cada uno de los reinos a través de consejeros del monarca. La ausencia de Fernando en los reinos orientales tal vez produjera un cierto anquilosamiento o inmadurez político-constitucional.

La nueva monarquía Fernando e Isabel, pese a sus diferencias, tuvieron la misma percepción sobre su condición regia, y aspiraron a administrar la justicia suprema rectamente, manteniendo la paz, el orden, y defendiendo a los más débiles. En definitiva, aspiraron a la autoridad real. Además, tomaron otras medidas de índole religiosa que tendrían consecuencias dramáticas. La restauración del gobierno real Los reyes consiguieron atraerse a la nobleza y a las grandes ciudades, entre quienes aplicaron el arbitraje real en un nuevo equilibrio de fuerzas. En Cataluña, en las comarcas del norte, había cierto descontento anti-señorial que estalló cuando las Cortes de Barcelona apoyaron a los señores, con la sublevación remensa (1484-1485), que aunque derrotada, fue extremadamente violenta y renaciente, hasta la Sentencia arbitral de Guadalupe (1486), donde los payeses (siervos de las comarcas del norte) lograron la libertad de la tierra a cambio de una indemnización, aunque siguieron pagando pequeñas rentas. Sin embargo, la estabilidad que dio esta nueva situación facilitó la roturación de nuevas tierras y la repoblación de nuevos espacios, que redundaría en la prosperidad agrícola del siglo XVI. Los tribunales constituyeron un instrumento de mediación al que se acudía más que nunca, pues empezó a sentirse el amparo regio frente al abuso de los poderosos. Se crean la Chancillería de Valladolid (1489) y Ciudad Real (1494, luego instalada en Granada), en Galicia una audiencia, en Aragón y Cataluña se acordó la reforma de las audiencias, y en 1507 Fernando promovió la de Valencia. Los tribunales se constituían por letrados, titulados en derecho en las universidades, procedentes de clases medias y menos ligadas a las casas nobiliarias. Su creciente dominio se evidenció en la reforma delos consejos reales de ambos reinos, donde pasaron a ser mayoría en detrimento de nobles y altos eclesiásticos. En Castilla retoma importancia el corregidor, delegado del rey en los regimientos de las grandes ciudades, con función judicial y de mediación política, aunque nunca escaparon del todo de las rivalidades banderizas o de la influencia de grandes familias. 4

Sin embargo, gracias a ellos se fue configurando una nueva red de contacto con los territorios diferente al cauce materializado por nobles y oligarcas ciudadanos. La Santa Hermandad jugó un papel muy importante en el restablecimiento del orden, pero acabó desmantelada en 1498 por deseo de las ciudades. A la Corte de Toledo (1480) siguió un importante vacío hasta las alternativas sucesorias para el juramento de los herederos (1498-1500-1502-1506-1512), lo cual nos dice la dependencia que los reyes tenían de ellas para su legitimidad. En Aragón también se proclamaron pocas veces las Cortes, también sobretodo al principio y al final de su reinado. Impulsó algunas reformas que rompieran las rivalidades internas que dificultaban el ejercicio del gobierno, algo patente en las grandes ciudades y las diputaciones. En Barcelona se anuló el sistema tradicional de elección indirecta por la oligarquía patricia, e impuso uno de sorteo: la insaculación, de modo que se dificultaba la formación de ligas. También suspendió las normas de elección de la Generalitat, que era la que recaudaba el servicio votado en Cortes, y dispuso otro sistema de sorteo (1493). El nuevo sistema de insaculación se extendió por buena parte de la Corona de Aragón, dando a la burguesía rentista cierta preeminencia y frenando la pretensión de la nobleza rural para acceder al gobierno de las ciudades. En Zaragoza llegó a imponer el regimiento, nombrando él mismo a los jurados en un golpe de fuerza (1477). Con las reformas pretendía una disposición más abundante de las rentas de ciudades y reinos, con donativos y préstamos. Los de la ciudad de Valencia, por ejemplo, financiaron gran parte de su política mediterránea. En el tema de la Inquisición se mostró inflexible pese a las protestas, que alcanzaron su culmen en el asesinato del inquisidor Pedro de Arbués en Zaragoza. Se entiende con el hecho de que en los reinos orientales había una minoría conversa poderosa, pero además temían este tribunal especial por su capacidad de eludir leyes del reino. Los Reyes Católicos entregaron los mayores puestos a miembros de su familia, la noblaza más próxima y los altos cargos eclesiásticos. Alonso de Aragón, hijo de Fernando, fue su lugarteniente y regente en Aragón, y Juan de Aragón, conde de Ribagorza y nieto de Juan II, fue virrey de Cataluña, y sustituyó al Gran Capitán en Nápoles (1507). Fradique Álvarez de Toledo, II duque de Alba dirigió el ejéricto en la toma del Rosellón y la conquista de Navarra; y a Íñigo López de Mendoza se le confió el gobierno de Granada como capitán general y alcaide de la Alhambra. Pedro González de Mendoza, fray Hernando de Talavera y Francisco Jiménez de Cisneros ocuparon los grandes arzobispados de Sevilla, Granada y Toledo, en la Inquisición, en el consejo de Castilla o en la regencia del reino. Junto a ellos también tomaron mucho protagonismo los secretarios reales, que ganaron poder por el conocimiento derivado 5

de su familiarización con los documentos. Llegaron a estar ligados entre sí por patronazgo y clientelismo. Una generación posterior estaría encabezada por Francisco de los Cobos protegido de Hernando de Zafra y Lope Conchillos. La unidad religiosa. Judíos, moros y conversos. La Inquisición. En 1494, en mérito de la conquista de Granada, Alejandro VI otorgó a los reyes el título de Reyes Católicos. En la propaganda, la cruzada contra el infiel siempre tuvo una importancia crucial. Sin embargo, en materia de religión, Isabel y Fernando se caracterizarían por un control activo de los altos cargos eclesiásticos y la unificación religiosa de sus súbditos. Con el apoyo del clero castellano, los reyes obtuvieron derechos de presentación de candidatos, para que el Papa consagrara a uno de ellos. Las conquistas de nuevos territorios permitieron a los reyes presentarse como patrono de las nuevas iglesias edificadas, y así obtuvieron el derecho de presentación de los beneficios eclesiásticos. La selección de candidatos mejoró el nivel moral e intelectual del episcopado, aunque muchos siguieron siendo grandes príncipes de sangre y ministros del rey, como Pedro González de Mendoza o Alonso de Aragón, pero otros sí serían elevados por sus cualidades intelectuales, como Hernando de Talavera o Francisco de Cisneros, cuya preocupación por la formación del clero le llevó a formar la Universidad de Alcalá con sus rentas toledanas. Los problemas de convivencia entre religiones en la Península eran graves. Las grandes matanzas de 1391 y la crisis del siglo XV favorecieron que muchos hebreos se bautizaran, pues quienes reincidían en culto judío seguían viviendo en juderías, con leyes propias y signos distintivos, además de la prohibición de algunos oficios. Bajo la protección personal del rey, le pagaban altos tributos, por lo que se toleraba su existencia. Los conversos eran un grupo mayoritariamente urbano de artesanos, burgueses y profesionales liberales, bien situados económicamente y muchas veces integrados en los círculos de poder (regimientos de ciudades, administración real, e incluso altos cargos eclesiásticos). Pese a ello, hacia ellos existía una gran animosidad social y religiosa, por una parte como recaudadores y prestamistas, y por otra, como presuntos herejes. La documentación de la Inquisición cuenta el hecho de que clandestinamente seguía practicándose la religión judía y sus ritos, aunque muchas veces se guiaban por apariencias, tal vez debido a una situación sincrética en muchos de estos judaizantes. Los reyes descubrieron en su estancia en Andalucía (1477-1479) grandes focos judaizantes en Sevilla, por lo que exigieron de Sixto IV un tribunal especial. La bula de 1478 creó la Inquisición, otorgando al rey amplios poderes. La primera actuación en 6

Sevilla se llevó varios cientos de procesados, y finalmente se creó un Consejo específico junto al rey, presidido por el inquisidor general, del que dependían los tribunales provinciales. La extensión a los reinos orientales despertó fuertes reticencias, y en Nápoles no conseguiría instalarse. La Nueva Inquisición, dirigida por fray Tomás de Torquemada (1483-1498), se fortaleció con beneficios de todo tipo. Se desató una feroz persecución en todas las ciudades, desplegando castigos diversos sobre miles de familias, obligando a otras a emigrar al hundirse sus negocios y fama, pues se extendió la obsesión por la limpieza de sangre, como si se tratase de un nuevo honor distinto al estamental. El estatuto de limpieza de sangre era necesario para acceder a múltiples puestos. Además, en 1492, vencido el reino de Granada, se ordenó la expulsión de todos los hebreos que no se bautizasen en un plazo de cuatro meses, orden que afectó a todas las Coronas, incluidas Sicilia y Cerdeña. Así culminó la legislación antijudía en crecimiento durante todo el siglo XV, terminando con una gran oleada de 125.000 personas que prefirió el destierro, floreciendo en todo el Mediterráneo colonias sefardíes. El problema de la convivencia afectó también a la población musulmana. En Castilla había muy pocos mudéjares en el siglo XV, pero en Aragón y Valencia constituían grupos muy importantes en tierras de señorío. La conquista de Granada supuso la adquisición de una sociedad íntegramente musulmana, y los pactos de rendición aseguraban la continuidad de sus leyes, propiedades y costumbres, aunque con algunas condiciones. Las presiones para lograr su conversión estallaron en una gran revuelta. En 1502 se extendió a todos los mudéjares del reino de Castilla la alternativa del bautismo o el exilio. Puesto que la mayoría optó por quedarse, nació el nuevo problema de los conversos. En Aragón, la protección de la nobleza, que temía perder a gran cantidad de sus colonos y mano de obra, eludió una medida tan radical.

La expansión territorial La alianza entre los dos reinos derivó en una solidez diplomática y colaboración militar, de modo quese embarcaron en grandes conquistas, y expendieron las tierras de los reinos a extensiones inimaginables en un primer momento. Muchos vieron en Fernando un premiado por la lucha contra los infieles, lo quele valió el título de "Rey de Jerusalén". Sin embargo, nunca tuvo objetivos tan presentuosos y tuvo una perspectiva más reducida. Muchos vieron en él también a la personificación del príncipe maquiavélico, que jugó astutamente con fortuna y virtud. Isabel dejó en sus manos la coordinación de una política conjunta, que sin embargo no respondía a las mismas necesidades en ambos reinos. Castilla se proyectaba hacia el Atlántico, con la navegación hacia África y el comercio 7

con el norte de Europa, y en especial, con los Países Bajos. Desde la paz de Alcaçovas, sus rivales serían competidores coloniales (Portugal) y comerciales (Inglaterra). Aragón formaba un patrimonio disperso, peninsular e insular, por todo el Mediterráneo. Tenía una frontera muy conflictiva con Francia, el cual le había usurpado el Rosellón y la Cerdaña. Además se añadía el problema de la piratería berberisca, que dificultaba el flujo de granos y el comercio textil desde las posesiones insulares, cuando no tuvo que hacer frente a la creciente armada turca e intervenir en los asuntos de Italia, donde tuvo que competir continuamente con Venecia y Génova, las grandes y florecientes repúblicas del momento. En Nápoles había surgido una rama bastarda de la casa de Aragón, con la cual también hubo que porfiar. Fernando desplegó una política exterior novedosa en su desarrollo práctico, con la proyección castellana hacia Granada, Canarias y las Indias, y el empeño de lograr una alianza dinástica con Portugal, casando a su primogénita, Isabel con el príncipe lusitano Alfonso (1490), y luego, tras su muerte, con su heredero, Manuel I el Afortunado (1495), quien, al enviudar, casaría con otra hija, María (1500). Sin embargo, la expansión norteafricana y las guerras de Italia responden a tradiciones e intereses de la Corona de Aragón, aunque buena parte de la financiación de estas campañas provenían de las cuentas de Castilla, al igual que los soldados implicados, como el Gran Capitán o el II duque de Alba. De la guerra de Granada (1482-1492) a la de Navarra (1512) se establecieron las bases de la Monarquía hispánica, que jugaría un protagonismo prominente en las centurias posteriores. El poder aumentado en el exterior gracias al ejercicio se proyectó también hacia el interior, frente a la nobleza y las ciudades (al principio, para las conquistas de Granada y la India, se dependió de huestes señoriales y milicias urbanas). También se procuraron la financiación y apoyo de la Iglesia (bulas cruzadas) y los impuestos de judíos y moros. El intento de procurar su autoridad es palpable en las capitulaciones, en las que se establecían las condiciones para los conquistadores particulares. Además, paulatinamente se fue forjando un poderoso ejército real en manos de la monarquía, conforme ganaba experiencia con los sucesivos episodios bélicos. Granada Las Cortes de Toledo en 1480 trataron el tema de la mítica reconquista y la recuperación del reino de Granada, y así contener la expansión musulmana, en esas fechas en auge en el Mediterráneo oriental. Además, también fue una oportunidad para reforzar la posición regia tras superar la guerra civil castellana. Sin embargo, la mayor iniciativa, pese al sesgo de la propaganda de los cronistas reales, perteneció a la 8

nobleza fronteriza (marqués de Cádiz, duque de Medina-Sidonia, etc.=), que ya venía dedicándose a las razzias en el reino granadino, además de las grandes ciudades andaluzas. Evidentemente, el espíritu de cruzada no era ajeno a otros motivos más prosaicos y mundanos. El reino nazarí había consolidado su posición durante los siglos XIV y XV, aunque seguía siendo muy poco poderoso en comparación con sus vecinos del norte. Su economía se dinamizaba gracias a la exportación de seda y frutos secos, pero era insuficiente para mantener el pago de las parias a Castilla. El elemento clave de debilidad, sin embargo, sería las divisiones entre la dinastía por acceder al trono. Se daría continuas luchas entre Abul-Hasan, su hijo Abd Allah y su hermano Muhammad el Zagal, mientras también fueron tomando fuerza los bandos rivales de los grandes señores zegríes y abencerrajes. Durante la guerra civil castellana los granadinos tomaron Zahara en 1481, a lo que conquistaron los andaluces con la conquista de Alhama (1482), a partir de lo cual los Reyes impulsaron la conquista sistemática de todo el territorio. Llegarían a capturar a Abd-Allah (Boabdil) en 1483, el cual aceptó el protectorado castellano y su control de la ciudad granadina, apoyado en los abencerrajes, lo cual facilitó la conquista, que sin embargo resultó más ardua de lo que se preveía. Se asediaron y asaltaron grandes ciudades occidentales (Ronda, Loja, Málaga) y orientales (Baza y Almería), desde 1485 a 1489, en una guerra que no se llevó en campo abierto, sino que se recrudeció con el atrincheramiento de las fuerzas granadinas en las ciudades, como vemos. La situación se dificultó cuando Abd-Allah rompió el pacto y no devolvió Granada, la cual también tendría que ser asediada (1490-1491) hasta su rendición y la mítica entrada de los reyes el 2 de enero de 1492, un momento cargado de simbolismo como fin de la reconquista cristiana de la Península. Las condiciones de rendición variaron en función de la resistencia. Por ejemplo, fueron muy duras en Málaga, cuya población fue reducida a esclavitud y tuvo que comprar su libertad y emigrar. En Almería, sin embargo, se respetaron las costumbres, bienes y autoridades. Sin embargo, en general fueron expulsados de las ciudades y del litoral. Mientras que las clases altas (como el mismo Abd-Allah, a quien se le ofreció un rico señorío en Guadix-Baza), la mayor parte fue reducida a una gran presión tributaria y la usurpación de sus bienes y derechos. La corriente migratoria desde el resto de Andalucía incrementó esa presión sobre el sustrato musulmán, hacia quienes la tolerancia religiosa duró poco por parte de Cisneros, quien sería contestado con una revuelta en el barrio granadino del Albaicín (1499) que se extendería a la serranía de Ronda y las Alpujarras (serranías del interior donde fue concentrada la población mudéjar). La resistencia armada tuvo que ser vencida por Fernando el Católico 9

personalmente (1500-1501), con lo que se les terminó de implantar la obligación del bautismo o la emigración, y la configuración de los "moriscos" granadinos, casi la mitad de la población durante todo el siglo XVI, hacia quienes no finalizarían las presiones, con lo que volverá a escenificarse una sucesión de revueltas, como la famosa de las Alpujarras de 1568. La guerra de Granada (1482-1492) fue escuela de experimentación de nuevos métodos modernos bélicos. Aunque en su mayor parte, las fuerzas eran huestes señoriales y milicias urbanas, encuadradas en la Santa Hermandad, los reyes las coordinaron mediante oficiales reales, gracias a toda la financiación papal eclesiástica y de ciudades (además de aljamas judías). También fue fundamental el papel jugado por la artillería, para la rotura de las murallas, además de la nueva logística e intendencia militar que mantuvieron en movimiento la compleja maquinaria bélica jamás vista hasta entonces, la cual sería proyectada en adelante en conquistas posteriores, tras ser perfeccionada en las guerras de Italia. La expansión atlántica. Las Canarias y las Indias. Como se ha dicho, la paz de Alcaçovas reorientó la expansión castellana hacia el Atlántico, reconociendo el monopolio portugués en África y en la proyección hacia las Indias, a excepción de las Canarias y una estrecha franja litoral al norte del Cabo Bojador, donde se escenificarían entradas de andaluces dedicados al comercio y la piratería. En Canarias se almacenó una reserva de esclavos y de productos tintóreos (orchilla), y se comenzó a aplicar la colonización. En 1477 se reconoció a los Herrera su derecho sobre las islas menores, reservando el de las mayores a la Corona. Sin embargo, la conquista fue protagonizada por empresas particulares mediante el sistema de capitulaciones, que contaban con inversores sevillanos. La Gran Canaria fue conquistada por Alfonso Fernández de Lugo, cuyas capitulaciones fueron firmadas en Santa Fe junto a las de Cristoforo Colombo. Los guanches autóctonos fueron sometidos a la esclavitud, sino a servidumbre señorial una vez bautizados. Los señores se repartieron las tierras por repartimientos, y las islas se repoblaron de andaluces que provocaron un amplio mestizaje. También vinieron portugueses y africanos destinados a la plantación de la caña de azúcar. Terminó de configurarse el Reino de la Gran Canaria, como uno más integrado en la complejidad castellana. En la década de 1480, los navegantes al servicio de Portugal llegaron a las costas de Angola, y sus conocimientos náuticos comenzaron a descollar entre el resto de marineros europeos, lo que produjo un acercamiento por parte de marineros 10

italianos, como Colombo, quien en 1484 propuso al rey lusitano la idea de llegar a las Indias navegando hacia occidente, pero su proyecto sería rechazado a causa de la proximidad a la que se encontraban los marineros portugueses a través de sus factorías africanas. Colombo acabaría obteniendo el apoyo necesario en Castilla, por parte de la Corona y particulares, con lo que pudo montar una pequeña expedición de tres naves y 100 hombres. Las Canarias eran un óptimo punto de partida para la proyección atlántica, que culminó con el descubrimiento de las primeras islas de las Antillas el 12 de octubre de 1492. El éxito de los dos primeros viajes de Colombo produjo otros viajes particulares (los "viajes menores"), y planteó un nuevo problema diplomática con Portugal, que se resolvería en el tratado de Tordesillas (1494), estableciendo la sucesoria a 370 leguas al oeste de las islas de Cabo Verde. Los portugueses conseguirían su cometido llegando a las Indias bordeando África con el viaje de Vasco da Gama (1497-1499), y los últimos viajes de Colombo lograron llegar a Tierra Firme, mientras Vespuccio y Cabral ya recorrían las costas de Brasil, fraguándose la idea de que se encontraban ante un nuevo mundo diferente a Asia, con un océano nuevo hacia occidente hacia el cual se porfiarían sin descanso por encontrar una salida, tarea cumplida con el viaje de Magalhâes y Elcano (1521-1522). A la exploración de la Española siguió la de las islas mayores (Puerto Rico, Jamaica y Cuba, 1508-1511), y desde éstas se exploró el mar Caribe, desde Florida hasta Panamá (1512-1513). Poco después los primeros asentamientos en Tierra Firme se daban en Veracruz y Panamá (1519), teniendo que ver sobre las primeras noticias de grandes imperios en el interior, además de otras leyendas, como la del Dorado. Los Reyes Católicos asignaron grandes derechos en las capitulaciones a Colombo (almirante, virrey y gobernador hereditario). Pero con la frustración que produjo el territorio tan desconocido y desarticulado, del cual no se obtuvieron las riquezas deseadas, los reyes se retractaron de reservar el gobierno único a Colombo, por lo que la Corona reclamó parte, capitulando con otros particulares más empresas de navegación. Además se fue configurando una red de administración estatal y eclesiástica, para, sobretodo, obtener fuentes fiscales. Juan Rodríguez de Fonseca llevó personalmente los asuntos indianos, y en 1503 se organiza en Sevilla la Casa de Contratación, centro monopolista de todos los asuntos de Indias. En 1512 se establecen los primeros obispados en Santo Domingo y San Juan de Puerto Rico, sin tener en cuenta los sacerdotes y predicadores que se presentaron desde el segundo viaje de Colombo. En 1493 ya Alejandro VI concedió las bulas necesarias para reservar la conquista de las Indias a los Reyes Católicos, con la responsabilidad de evangelizar las nuevas 11

tierras. El hecho de que éstas pasasen a formar parte del dominio de Castilla y no compartido con Aragón, nos habla del tipo de unión que había. Sin embargo, para esas fechas tenían mucha más importancia los dominios de Nápoles y Navarra. En América estuvo el problema de la necesidad de mano de obra para explotar el oro y cultivar, lo que estimuló bastante la moral. En 1500 los reyes ratificaron que no podía reducirse a los indígenas a la esclavitud, frente a los abusos de los primeros encomenderos. Fernando reunió una junta de teólogos y juristas que crearon el nuevo documento del requerimiento, pacífico a los indios, al igual que las leyes de Burgos (1512). La política norteafricana El tratado de Tordesillas reservó a los Reyes Católicos el domino de la costa frente a las Canarias, entre el reino de Fez y el cabo Bojador. Santa Cruz de la Mar Pequeña se convirtió en un centro comercial que proporcionó rentas a la Corona. Pero los intentos de expansión con las capitulaciones con Alonso de Lugo terminaron pronto, mientras que la Berbería de poniente quedaba controlada por Portugal, que dominaba Ceuta y Tánger. La conquista de Granada, sin embargo, acentuó el interés castellano por la costa norteafricana, que se sumó a la más tradicional empresa aragonesa de la Berbería de levante, aprovechando la debilidad de los emiratos de Tlemecén y Bugía, y Túnez. Sobretodo se trataba de asegurar el control de la población granadina. En 1495 se consiguió la bula que les reservaban esas zonas, y el duque de Medina-Sidonio lideraría una expedición que terminaría con un asentamiento en Melilla, despoblada (1497), con una pequeña y sólida fortaleza abastecida por mar desde España, un esquema que se repetiría en las siguientes empresas. Gracias a las victorias en Italia, se animó al empresa norteafricana, y se ocuparon los puertos de Mazalquivir (1505), Peñón de los Vélez (1508), Orán (1509), Bujía, Argel y Típoli (1510). Todo contribuía a un mayor dominio del Mediterráneo occidental, como ambición tradicional aragonesa, y así obtener ventajas comerciales. Todas estas expediciones siguieron protagonizándola la nobleza andaluza, y el cardenal Cisneros aportó gran parte de la financiación, presentándose él mismo en Orán como simbología de cruzada. Todo este despliegue se frenaría con la derrota de Gelves (1510), que, junto a las guerras de Italia, obligó a interrumpir la empresa, pese al mantenimiento de los presidios, que además necesitaban de un gasto ingente y una presión añadida ejercida por los piratas. 12

La política italiana. Las guerras de Nápoles No cabe duda de que el principal rival de Fernando era el rey de Francia, tanto en el Pirineo como en la península itálica. Fernando era rey de Sicilia desde 1469, y temía por su seguridad, pues los turcos ocuparon la cercana ciudad de Otranto. En 1478 sometió el último foco de resistencia de la nobleza de Cerdeña, y como neto de Alfonso V el Magnánimo, se consideraba heredero al trono de Nápoles pese a su apoyo a sus primos de rama bastarda. Italia era objeto de ambición de todos los reyes europeos. Cuando en 1481, Louis XI heredó los dominios de la casa de Anjou, incluían el reino de Nápoles y la Provenza. Así, Fernando comenzó a tejer alianzas con los Tudor y Borgoña, para aislar y hostigar a Francia desde el norte. Charles VIII decidió recuperar el reino de Nápoles, como gran cruzada contra los musulmanes. Firma el tratado de Barcelona (1493) con los Reyes, devolviendo el Rosellón y la Cerdaña, a cambio de que Fernando abandonara la alianza y el apoyo a sus parientes. Nápoles, además de un aliado y cuasi-protectorado, fue convirtiéndose en especial ambición de Fernando, a quien una parte de la nobleza napolitana empezó a considerar. El ejército francés cruzó los Alpes en 1493, mientras moría el rey de Nápoles, Ferrante I (1458-1494), y su heredero huía a Sicilia, y así en 1495, Charles VIII entraba solemnemente en la ciudad. Fernando reaccionaría creando una Santa Liga con el Pontífice, Milán, Venecia y Austria, y Charles VIII tuvo que retirarse rápidamente. Fernando envió un pequeño ejército desde Sicilia comandado por Gonzalo Fernández de Córdoba, ocupando varias fortalezas de Calabria. Se repuso en el trono a Ferrante II, y cuando murió, a su tío Federico, con gran enojo del Católico. En este contexto se enmarca el tratado matrimonial hispano-austricao de 1495. Juan, heredero de los Reyes, casaría con Margarita de Habsburgo, mientras que Juana casaría con Felipe, heredero de las casas de Borgoña y Austria. Catalina, además, casaría con con el príncipe Arthur, heredero de Henry VII de Inglaterra, completándose la red de alianzas que pretendía presionar a Francia y estrechar lazos comerciales. Un cambio de situación empujó a Charles VIII a un nuevo intento de conquista, pero de esta jugada el Católico conseguiría la ambición al trono que nunca perdió. La muerte de Charles permitió la subida al trono de su primo Louis XII, que preparó diplomáticamente el asalto al Milán de Ludovico Sforza, entre 1499 y 1500. Se firma el tratado de Granada entre Louis y Fernando, ratificado por Alejandro VI, para la 13

conquista de Nápoles y un reparto, quedando la capital y el norte para Louis y las tierras del sur para Fernando, como duque de Calabria. En 1502 se terminaron las operaciones, y el reino quedaba conquistado, pero la ventaja territorial de los franceses e incertidumbres del tratado favoreció un choque entre ambos. La victoria de Ceriñola cambió la situación, pues buena parte de la nobleza napolitana se inclinó a favor del aragonés. En Ceriñola se probó la capacidad de un ejército ligero para rechazar la embestida de la poderosa caballería pesada francesa, con movimientos envolventes, uso de armas de fuego y lanzas ligeras, eludiendo el choque frontal, y así imponiéndose al combate caballeresco tradicional. La retención de Nápoles dependía de los equilibrios diplomáticos, que se centraron en el problema de la sucesión de Castilla, pues Isabel moría en 1504 A Louis XII le resultó fácil atraer a Felipe el Hermoso, que quería entrar en el gobierno de Castilla y desplazar a su suegro, pero Fernando actuó rápidamente, casándose con Germana de Foiz (1505), una opción tentadora para Louis, pues si tenían hijos se rompería la unión castellano-aragonesa, y si no los tenían, Nápoles se entregaba a Francia. A mediados de 1506, Fernando viajó a Nápoles para restablecer a los barones profranceses despojados, reforzando apoyos de grandes familias, y desplazando al Gran Capitán, obligándole a volver con él a España, pues se había convertido en un sujeto peligroso en Italia. A su vuelta, Fernando pudo recuperar la regencia de Castilla en nombre de su hija Juana, pues acababa de morir Felipe el Hermoso. Como no tuvo hijos con Germana de Foix, no se rompió la alianza castellano-aragonesa, y además no torcería el brazo con respecto a Nápoles, integrada en la Monarquía hispánica hasta el siglo XVIII. Las guerras de conquista de Navarra El conflicto en el norte de Italia desbordó las fronteras cuando la enemistad de Louis XII y Julio II hizo a éste crear una Santa Liga antifrancesa. Juan III de Albret y Catalina I de Foix eran soberanos del reino navarro, además de señores de Bearne, Foix y otros territorios norpirenaicos. En Navarra estaban condicionados por la luchas de bandos: los beamonteses estaban apoyados por Castilla, y los agramonteses, en quienes se apoyaban Juan y Catalina. La política de neutralidad de éstos se acabó en 1512, con la guerra hispano-francesa de la Santa Liga. Louis XII supo atraerse a los reyes de Navarra, quienes se arriesgaron a sacudirse la tutela de Castilla. Aprovechando el desembarco de fuerzas inglesas en Guipúzcoa, Fernando ordenó al duque de Alba entrar en Navarra, pero la inmediata rendición de las plazas y la huida de los reyes Bearne, le decidió a usurpar el título de "rey de Navarra", amparado por una bula papal. En la defensa de Pamplona, asediada luego 14

por un poderoso ejército franco-navarro, la fortuna acabaría sonriendo al Católico, que aseguraba esa "puerta de España". Como propietario del reino, en las cortes de Burgos (1515) decidió donarlo a su hija Juana, y así integrarlo en Castilla, y no a sus estados de Aragón. Era lo más prudente si quería asegurar una buena posición personal en Castilla, la cual siempre estuvo muy interesada en ese baluarte y tenía mejores recursos para tomarla por su cuenta y mantenerla, como demostró en los intentos de reconquista franco-navarros (15161521).

Los problemas sucesorios y la etapa de regencias La sucesión de los Reyes Católicos constituyó una grave incógnita política,pues el azar de la muerte y nacimientos corregía los proyectos matrimoniales, como prolongación de un largo período en el que los cuatro reinos peninsulares se habían ensangrentado con enfrentamientos dinásticos. Los Reyes Católicos tuvieron un hijo varón, el príncipe juan, que moriría en 1497 sin dejar descendencia. La sucesión femenina correspondería una regencia del marido, alguien extraño al reino. En el caso de la infanta Isabel, correspondería a Manuel I de Portugal, pero su esposa moriría al poco de tener al infante Miguel, quien hubiera podido heredar las tres coronas peninsulares si no hubiera fallecido en 1500. Fue entonces cuando la herencia calló en Juana, casada con Felipe de Habsburgo, señor de los Países Bajos y archiduque de Austria, con quien además ya tenía a Carlos de Gante. Juana fue reconocida por las Cortes de Castilla (Toledo, 1502), y también en Zaragoza. Sin embargo, las noticias que llegaban desde Flandes sobre el desequilibrio afectivo de la princesa y las desavenencias del matrimonio se patentaron cuando los herederos viajaron a Castilla. Felipe llevaba una política profrancesa, como jefe de la casa de Borgoña, justo cuando estallaba la guerra de Nápoles (152-1504), y los Reyes se sintieron traicionados por su yerno, y defraudados por Juana, que al poco de dar a luz a su segundo varón, Fernando (1503), se marchaba tras su marido, con evidencias de neurosis. La sucesión de Isabel I: Felipe I de Habsburgo y Fernando el Católico Esta situación explica el testamento de Isabel, que reconocía a Juana como heredera, pero mientras estuviese ausente o incapacitada para el gobierno, la regencia recaería en Fernando hasta que el príncipe Carlos de Gante cumpliera 20 años. Esta medida trataba de postergar a Felipe de Habsburgo y a aquellos que fueron acercándose a él. Fernando se tituló gobernador del reino de Castilla, pese a que le resultaba irritante a muchos, puesto que de hecho, Juana no había sido declarada incapaz y por tanto, la 15

regencia debía de decaer más en su marido, en favor de quien se posicionaba la nobleza y las ciudades. Las dificultades de gobierno se acrecentaban para Fernando, mientras su yerno amenazaba diplomáticamente con la guerra. Para evitarla, Fernando pactó con Francia en el tratado de Blois (1505), casándose con Germana de Foix, todo con el objetivo de asegurarse Nápoles, teniendo perdidas las esperanzas para Castilla. Felipe desembarcó en La Coruña, y a su encuentro acudieron las casas nobiliarias y principales ciudades, mientras Fernando hubo de retirarse a sus reinos patrimoniales, embarcando a Nápoles, donde se enteró de la muerte de Felipe en Burgos (1506), después de tres meses de gobierno. Felipe I no logró que se declarase incapacitada a Juana, que fue jurada como reina propietaria. Sin embargo, la muerte del esposo enloqueció patentemente a Juana, que se negaba a enterrarle y a firmar cualquier documento, lo que dificultó sobremanera el gobierno. Carlos sólo tenía seis años y estaba en Flandes, y Fernando se encontraba en Nápoles. La nobleza se dividía entre los austracistas (duque de Nájera, marqués de Villena), que se vieron desamparados con la muerte del austro-flamenco, y los fernandistas (Velasco, Mendoza, Enríquez, etc.). Ante los hechos, se acordó el gobierno de Fernando en nombre de su hija y su nieto, según el testamento de Isabel. El Católico asignaría la regencia hasta su regreso (1507) a Cisneros. Durante todos estos años se produjeron disturbios en Castilla. La alta nobleza volvió a utilizar la violencia frente a las ciudades, y así el conde de Lemos se apoderó de Ponferrada, el duque de Medina-Sidonia cercó Gibraltar, el marqués de Moya tomó la fortaleza de Segovia... las grandes ciudades castellanas eran grandes señoríos colectivos, gobernado por un enriquecido patriciado desde los regimientos y cabildos catedralicios. Las ciudades también habían apoyado el fortalecimiento del poder regio y financiaron las empresas externas, pero en este momento no tenían el mismo amparo por parte de los tribunales reales. Entre los motivos de la tensión crecida en las ciudades, está el de la confrontación de las que se veían beneficiadas del apoyo a propietarios y exportadores de lana e importadores de tejidos de Flandes (Mesta y Consulado de Burgos); o el sector industrial que se beneficiaba de la restricción de exportación de materias primas y la importación (Toledo, Segovia, Cuenca...). Otro frente, el de la lucha por bandas de las oligarquías en el interior de cada ciudad, en las cuales había una gran presencia de conversos, por lo que a través de la Inquisición se fue procesando a muchas familias, creciendo el odio entre penados y acusadores. Así, fue muy popular la expresión de la sangre "manchada" para infamar a rivales, y a la Inquisición llegaron denuncias a todo el regimiento y el cabildo de Córdoba, dominados por conversos, o el arzobispado de Granada, por Hernando de Talavera. Sin embargo, Cisneros frenó en un tribunal 16

extraordinario (1508) los abusos del Santo Oficio, absolviendo a los infamados. La sucesión de Fernando el Católico y la transferencia del gobierno Fernando regresó de Nápoles en 1507, impartiendo ciertos castigos y tolerancia que le permitieron acceder a la alta nobleza. Sometió al duque de Nájera e invadió los estados de Medina-Sidonia, además de arrasar el castillo del marqués de Priego, pero perdonó otros excesos. Fernando anhelaba desesperadamente un hijo de Germana, y de hecho consiguió tener un varón, Juan, pero vivió sólo unas pocas horas (1509). El intento beneficiaba a todos, pues a muchos interesaba la desvinculación entre Castilla y Aragón, pero sin embargo, Fernando siempre deseó Castilla por los recursos de los que disponía para sus empresas externas. Durante estos años intensificó, de hecho, la lucha norteafricana e italiana, además de la conquista de Navarra. Las previsiones establecían a Carlos como único heredero de ambos reinos. Juana fue recluida en Tordesillas, aunque su padre no quiso que se le incapacitase, pero le aseguró una regencia en nombre de su nieto. Sin embargo, no se aseguraba una sucesión ordenada dirigida hacia sus aspiraciones. Siempre se hizo acompañar de su otro nieto, Fernando, nacido en 1503 en Alcalá de Henares, y educado al modo castellano, como elemento de presión ante Maximiliano de Austria, el mentor político de Carlos, que además llevaba una política profrancesa. Carlos asumió la soberanía de los Países Bajos en 1515, mientras Castilla y Aragón se batían en guerra con Francia por Navarra, Milán y Nápoles. Carlos negoció por su parte con François I una solución con la futura renuncia de las ganancias patrimoniales de Fernando (Navarra), y sería por eso por lo que éste las integraría en la Corona de Castilla, convencido de que los castellanos la mantendrían. En sus testamentos llegó a barajar la posibilidad de dejar como gobernador de Castilla a su otro nieto, Fernando, hasta que Carlos tomase posesión, pero era una medida peligrosa debido a divisiones entre la nobleza, y finalmente confió la regencia de nuevo en Cisneros. En la Corona de Aragón, confió el gobierno al arzobispo de Zaragoza, Alonso de Aragón, quien era su hijo natural. Fernando finalmente moriría en Madrigalejo en 22 de enero de 1516. En septiembre de 1517, Carlos desembarcaba en Villaviciosa de Asturias. Sin embargo, habría muchos aún que apoyarían a Juana como verdadera reina, que había estado secuestrada todo el tiempo. Carlos se autoproclamó junto a ella, rey de Castilla y Aragón, y durante un año y medio ciudades y nobleza se mantuvieron en expectativa esperando que el nuevo rey defendiera sus intereses y derechos. Los desengaños y 17

frustraciones se patentarían en las comunidades y germanías (1519-1520).

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