La soldadesca en la frontera mapuche del Biobío durante el siglo XVII, 1600-1700

Share Embed


Descripción

UNIVERSIDAD DE CHILE FACULTAD DE FILOSOFÍA Y HUMANIDADES ESCUELA DE POSTGRADO

LA SOLDADESCA EN LA FRONTERA MAPUCHE DEL BIOBÍO DURANTE EL SIGLO XVII, 1600-1700 Tesis para optar al grado de Magíster en Historia con mención en Etnohistoria

Profesor Guía. Leonardo León Solís. Alumno:

Santiago, 2001

Hugo Contreras Cruces.

2

A Cecilia, Vicente y Gabriela Quienes me han acompañado al narrar esta historia

3

AGRADECIMIENTOS

El estudio que a continuación se presenta ha sido posible gracias a la colaboración de numerosas personas e instituciones, a quienes no es posible dejar de mencionar.

Al Fondo Histórico y Bibliográfico José Toribio Medina de la Biblioteca Nacional, al Archivo Histórico Nacional y al Archivo Histórico de la Provincia de Mendoza, instituciones que resguardan el patrimonio documental que sustenta esta investigación, gracias a las cuales y a sus funcionarios fue posible acceder a dicha documentación.

A los académicos del programa de Magíster en Historia de la Universidad de Chile, quienes a través de sus cátedras y seminarios me permitieron especializarme en el conocimiento de la historia colonial y social de Chile y desarrollar esta investigación. A los funcionarios de la Facultad de Filosofía y Humanidades de esta casa de estudios, gracias a los que accedí a sus bibliotecas y servicios.

A mi profesor Leonardo León, quien no sólo me ha entregado disciplina y rigurosidad como investigador, sino por sobre todo amistad y confianza para seguir por este largo camino de la historia

A mi familia, especialmente a mi esposa Cecilia Fassler Díaz y a mis hijos Vicente y Gabriela, quienes me han apoyado incondicionalmente, se han interesado en estos hombres del pasado y me han alentado a seguir.

A todos ellos mis agradecimientos

4

INTRODUCCIÓN Soldados, desertores y renegados fueron tipos humanos e históricos que formaron parte fundamental del mundo fronterizo durante el siglo XVII. La frontera hispano indígena surgida a principios de dicha centuria tras la destrucción de las ciudades del Obispado de la Imperial y el retroceso de la colonización española a la región situada al norte del río Biobío, junto con la creación de un ejército profesional y la lenta repoblación de los partidos situados en la jurisdicción de Concepción y Chillán permitieron que por diferentes vías llegaran al reino y a la frontera un sinnúmero de individuos, que según rezan las fuentes de la época, eran por menos decir de dudosa reputación. Tales sujetos arribaron alistados de grado o por fuerza en el ejército y pasaron a integrar un mundo que se estaba creando y al cual ellos ayudaron, sin desearlo ni esperarlo, a configurar. Esto fue así al considerar la frontera como un espacio social que se manejó con códigos y normas distintas al mundo tribal, de una parte, y de otra, al mundo hispano-criollo más reglamentado de Chile central, y que fue desarrollando modos propios de convivencia, relaciones, encuentros y desencuentros, los cuales se manifestaron en las formas de resolución de los conflictos, el comercio con las sociedades vecinas y, principalmente, con la fuerte atenuación de la separación entre el mundo fronterizo y el mundo tribal. En tal sentido, muchas de las acciones de los soldados hispano criollos permitieron de borrar los límites que los separaban de los mapuches y esto lo hicieron al comerciar con los indios de guerra, muchas veces cambiando sus ropas y armas por comida, actividad que era considerada no solo ilegal por las autoridades, sino también una traición a las armas del rey; al asentarse en la frontera como pequeños campesinos y casarse o amancebarse con mujeres indígenas, al cruzar continuamente de ida y vuelta la frontera del Biobío o al desertar hacia los llanos de Arauco para convertirse en renegados. Con esto dieron paso a un mundo que armónica o contradictoriamente estaba integrado por elementos indígenas e hispanos, pero que fue capaz de reinterpretarlos para dar paso a una realidad propia. Al mismo tiempo la soldadesca penetró la región central del reino, trasladando su forma de vida fronteriza hacia los partidos del norte, lo que provocaba grandes problemas a la corona y a los particulares, los cuales se hacían sentir al momento de que estos robaban el ganado de las estancias, asaltaban a los viajeros, raptaban los indios de las encomiendas para llevárselos como servidores forzosos a los fuertes y tercios

5

o, por último, desertaban a través del camino de Cuyo o el despoblado de Atacama para irse con armas, caballos y, algunas veces, el sueldo pagado por el ejército a Tucumán, Buenos Aires, Paraguay o Perú, en donde estaban en condiciones de iniciar una nueva vida, alejada de las privaciones que sufrían por el mal aprovisionamiento de la tropa y la guerra. En esta historia tales hombres guiaron sus cabalgaduras por Angol, Purén o Arauco, los pasos cordilleranos de Aconcagua o el Planchón, las estancias de Maule, Chillán, Rere y Concepción, las pampas de Cuyo y los fuertes de Nacimiento, Yumbel y otros asentamientos fronterizos, lugares que fueron la geografía de ociosos, amancebados y desertores y también las fronteras del reino. Allí llevaban una existencia muchas veces considerada marginal y alejada de los fines sociales y tendiente sólo al vicio, el juego, el desorden, el crimen y la vida fácil, una existencia, como planteaba en 1610 el gobernador interino del reino doctor Luis Merlo de la Fuente, “al gusto de su paladar”. En ella se veían mezclados mestizos, negros, mulatos, españoles, indios de encomienda o de guerra todos los cuales vivían de modo similar y asumían en particular y en conjunto la silueta del “fronterizo”, a pesar de que muchos pertenecían a instituciones de la corona, como era el Real Ejército, de tal modo su marginalidad es cuestionable, no así sus disipadas costumbres. Al mismo tiempo, en la frontera parecían vincularse los códigos de modo transversal, atravesando a todos los que allí vivían, por ello no es extraño que los oficiales del ejército se preocupaban de adquirir tierras y estancias a fin de hacerlas producir granos, el cual era destinado para la venta a sus propios soldados y a precios mucho más elevados de lo que en otros mercados valía, entrando de ese modo a compartir la informalidad de la vida fronteriza. Ello llevó a que se planteara que los oficiales más parecían mercaderes y pulperos que militares, pues la mayoría de ellos, sin excluir a la alta oficialidad, se dedicaban al comercio formal e informal, pero no por ello menos abusivo, labrando pequeñas fortunas a costa del sueldo de la tropa y del real situado enviado, irregularmente muchas veces, desde el Perú. En otro aspecto, la conformación de la vida fronteriza, a la cual estos individuos dieron una impronta fundamental, pasó por diferentes etapas, la primera de ellas marcada por la guerra abierta, las malocas esclavistas y los continuos ataques mapuches a las fuerzas militares españolas. En este período los fronterizos se manifestaron principalmente por su filiación al Ejército real, fuera a través de la deserción a tierras mapuches en donde continuaban la guerra

6

ahora luchando por el bando indígena, el ocio consuetudinario plagado de vicios y apuestas ilegales en fuertes y cuerpos de guardias o los continuos robos que los soldados cometían cuando cada invierno algunos de ellos recorrían los campos de Chile central para pertrecharse de bienes e indios, en lo que se constituyó en una temible y cotidiana campaña de pillaje y latrocinios. Éste podría extenderse hasta los primeros acuerdos entre el liderazgo tribal y las autoridades españolas representadas por el Marqués de Baides y don Martín de Mujica, gobernadores que lograron hacerlos firmar importantes tratados de paz. Una segunda etapa se inicia promediando la mitad del siglo, en esos años la violencia y la guerra sin estar excluidas del cuadro fronterizo, estaban atenuadas y se comenzaron a implementar por españoles y mapuches formas de relaciones pacíficas, entre las que se contaron el nombramiento de capitanes de amigos y otros funcionarios encargados de relacionarse directamente con los rewes mapuches y el surgimiento de parcialidades amigas al interior de la Araucanía y no solo cerca de los fuertes. En este nuevo escenario, los fronterizos siguieron practicando fugas, deserciones y apuestas, pero se convierten en pequeños labradores y comerciantes, trasladándose con sus productos hacia el interior del territorio indígena. Al mismo tiempo, los indios de las parcialidades del interior de los llanos y la costa comenzaron a acudir a la frontera a comerciar “productos de la tierra”, como ponchos, granos y sal, convirtiendo a los fuertes en verdaderas ferias, en donde se transaba lo legal y permitido, pero también lo peligroso y prohibido, como armas y hierro. Esta etapa, como ya se ha manifestado, se puede situar en las décadas de 1640 y siguientes; en ella no se excluye la violencia y el engaño, ni siquiera la guerra, manifestada en toda su crudeza en el año 1655 y los que le siguieron, los que marcaron no sólo una crisis en la llamada “convivencia fronteriza” y el fin de esta fase, sino que permitieron que se volvieran a desplegar en todo su abanico las conductas violentas de los militares fronterizos, que reemplazaron naipes y dados por lanzas, arcabuces y espadas, luchando por uno u otro bando, huyendo de la guerra armados y al galope, nuevamente comerciando con efectos prohibidos o esforzándose por capturar indios de guerra para esclavizar y vender a sus oficiales. Retornada la paz el mundo de la frontera, que ya no era sólo el Biobío, sino que también se extendía a Maule, Cuyo y la Cordillera de los Andes, vio retornar a su vida “normal” a aquellos que sin arraigarse con domicilio fijo en ella eran quienes más la caracterizaban, los que

7

persistieron en sus costumbres marginales, ilegales o simplemente transgresoras y que a pesar de ser reprimidos, juzgados y estigmatizados eran al mismo tiempo utilizados por las, autoridades como arrieros, traductores, soldados o capitanes de amigos; y por los mapuches como líderes militares, herreros y correos pasando a un papel trascendental en la historia de la frontera, espacio dominado más por las relaciones informales entre ambos mundos que por la política oficial de los gobernadores, el Ejército o la Real Audiencia. Tal situación pareció perpetuarse en el siglo siguiente, aunque matizada con la mayor penetración de las instituciones monárquicas y el desarrollo de las relaciones hispano-mapuches mediante mecanismos formales como los parlamentos lo que complejizó mucho más el mundo fronterizo.

Ahora bien, al realizar un análisis de la producción historiográfica sobre este tema es posible advertir que ella ha nacido principalmente de la preocupación de los investigadores por desentrañar la historia de la frontera del reino de Chile y la sociedad surgida en ella, trabajos que se han incrementado notablemente durante las dos últimas décadas. No obstante, el conocimiento de sujetos díscolos, insubordinados y violentos corno los fronterizos es anterior a la articulación de una noción de la frontera como una realidad compleja y que, incluso, dio pie a la formación de una sociedad distinta tanto a Chile central como al país mapuche. Así, el estudio de Roberto Oñat y Carlos Roa que trata, desde el punto de vista de la historia del derecho, el desarrollo de la institución militar chilena durante el periodo colonial, no puede dejar de mencionar de una parte, la heterogeneidad de la procedencia de los integrantes del ejército fronterizo, entre quienes no sólo se contaban hombres venidos de los más diversos lugares del imperio, sino también de todos los estamentos y colores; y de otra, la pobreza de los soldados, lo que en ocasiones los llevaba a buscar su sustento a través del robo y el engaño, o bien aprovechaban las licencias invernales para realizar raptos y saqueos en Chile central1. Por su parte, el profesor Rolando Mellafe al estudiar la introducción de la esclavitud negra a Chile se refiere a parte de los sujetos que nos preocupan, en este caso los esclavos negros y sus descendientes mulatos y zambos, quienes a partir de la década de 1570 es posible encontrarlos en calidad de renegados al interior de las parcialidades mapuches de guerra, así como de 1

Roberto Oñat y Carlos Roa. Régimen legal del Ejército en el reino de Chile. Estudios de Historia del Derecho Nº 1, Facultad de Ciencias Jurídicas, Políticas y Sociales, Pontificia Universidad Católica de Chile (Santiago, 1953).

8

soldados entre las tropas españolas que combatían en el sur del reino2. Dicho autor manifiesta que si bien en Chile no existió el problema de los negros cimarrones, si se producían un notable número de fugas de esclavos hacia el país indígena, donde luego de haberse producido los primeros cruces entre mapuches y negros, estos últimos eran aceptados en calidad de parientes, interpretación polémica que es necesario revisar, sin embargo es innegable la presencia de negros o mestizos de color en la Araucanía y su aporte tanto militar como biológico a las etnias de la región; asimismo, Mellafe hace mención al caso de un número indeterminado de forajidos de color que circulaban entre los distritos centrales del reino y la provincia de Cuyo, todos los cuales de una forma u otra pasaron a engrosar el mundo fronterizo y a enriquecer la enorme variedad de sujetos que allí se establecieron. Un paso fundamental en la conformación de una historia fronteriza propiamente tal se marcará con la publicación del trabajo del profesor Mario Góngora sobre el vagabundaje, en tal texto el autor inscribe el fenómeno del vagabundaje dentro del contexto de una unidad histórica mayor, cual era la sociedad fronteriza3. De ese modo Góngora define un espacio geográfico que divide en una frontera de guerra propiamente tal, al menos hasta 1655, y un espacio fronterizo que se extendía desde Vichuquén, Curicó y Teno hasta la Isla de la Laja o los fuertes del Biobío, caracterizado por un franco dominio ganadero con islotes de mayor riqueza, constituidos por las viñas, y con pobres posibilidades de exportación, parajes a los cuales llegaron una serie de individuos vagabundos pertenecientes a los estratos más bajos de la sociedad colonial, como eran mestizos, mulatos y zambos, sujetos a los que el autor considera como fuentes perennes de vagabundaje, al que estaban de cierta forma destinados por su propio status, condición por la cual no estaban obligados a trabajar como los indios encomendados, pero tampoco tenían posibilidades de ascenso social debido a la ilegitimidad de su nacimiento o a la pobreza de sus padres, de tal modo un número inestimable de ellos llegó a la frontera como soldados o vagos4. Ya en el ejército estos hombres, junto a sus funciones militares propiamente tales, se dedicaban a organizar malocas esclavistas donde algunos quedaban rezagados o 2

Rolando Mellafe. La introducción de la esclavitud negra en Chile. Tráfico y rutas. Editorial Universitaria (Santiago, 1959). 3

Mario Góngora. Vagabundaje y Sociedad fronteriza (siglos XVI-XIX), en: Cuadernos del Centro de estudios económicos y sociales Nº 19 (Santiago, 1966). 4

Góngora. Ídem, p. 5.

9

aprovechaban de huir para convertirse en renegados; a robar caballos y otros bienes en las estancias vecinas a la frontera o bien en Chile central al momento de arribar a tales tierras con una licencia invernal; al mismo tiempo, en sus guarniciones alternaban con vivanderos, indios amigos y habitantes de los parajes rurales cercanos. Sin embargo, en dicho estudio que abarca más tres siglos, los vagos y los soldados del siglo XVII sólo fueron un eslabón que permitía darle un origen y con ello explicar la historia posterior de la sociedad fronteriza, la que alcanzaría su máximo desarrollo durante las dos centurias siguientes, en las cuales los contactos entre ambas sociedades – mapuche y española – fueron mucho más fluidos y cotidianos, aunque no por ello menos violentos. A pesar del aporte de Góngora, por años las investigaciones en torno a la historia de la frontera penquista y de los sujetos que en ella habitaron estuvieron prácticamente ausentes de la producción historiográfica nacional. Sólo en la década de 1980 ésta volvió a aparecer en el horizonte intelectual de los historiadores. A comienzos de dichos años se comenzaron a editar nuevos estudios sobre el mundo mapuche, la frontera del Biobío y los sujetos que vivieron en ambas márgenes del río en lo que constituyó un aporte fundamental para una esperada renovación en los planteamientos, puntos de vista y métodos de la investigación histórica en nuestro país5. Gracias a dicha renovación se utilizaron nuevas técnicas de pesquisa, se amplió el bagaje documental de las investigaciones y se ensayaron hipótesis de trabajo novedosas, todo lo cual llevó a que se lograra configurar mejor el proceso histórico vivido en la frontera, al mismo tiempo que aparecieron nuevos sujetos históricos o bien se delinearon mejor los ya conocidos, todo lo cual implicó un significativo avance en el conocimiento del pasado de Chile. De esa 5

La bibliografía sobre el pueblo mapuche y las relaciones fronterizas o interétnicas que sostuvieron con la sociedad hispano criolla se ha incrementado durante los últimos veinte años con abundantes y documentados estudios, cuya lista es larga de citar completa, por lo cual sólo mencionaremos aquellos que, a nuestro entender, son los más importantes en la materia. Sergio Villalobos (et.al), Relaciones Fronterizas en la Araucanía, Ediciones Pontificia Universidad Católica de Chile (Santiago, 1982); Los Pehuenches en la Vida Fronteriza, Ediciones Pontificia Universidad Católica de Chile (Santiago, 1989); Vida Fronteriza en la Araucanía. El mito de la guerra de Arauco, Editorial Andrés Bello (Santiago, 1996); Sergio Villalobos y Jorge Pinto (et., al), Araucanía. Temas de historia fronteriza, Ediciones Universidad de la Frontera (Temuco, 1985); José Bengoa, Historia del Pueblo Mapuche, Sur Ediciones (Santiago, 1985); Jorge Pinto, Misioneros en la Araucanía, Ediciones Universidad de la Frontera (Temuco, 1988); Leonardo León, Maloqueros y Conchavadores en Araucanía y las Pampas durante el siglo XVIII, Ediciones Universidad de la Frontera (Temuco, 1991); Apogeo y Ocaso del Toqui Ayllapangui de Malleco, Chile. 1769-1776, Centro de Estudios Diego Barros Arana, Colección Sociedad y Cultura Nº XVIII (Santiago, 1999); Patricia Cerda, Fronteras del Sur. La región del Biobío y Araucanía Chilena, 1604-1883, Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Libre de Berlín y Ediciones Universidad de la Frontera (Temuco, 1996); Rolf Foester, Jesuitas y Mapuches, Editorial Universitaria (Santiago, 1997).

10

forma tokis, lonkos, machis, konas y maloqueros aparecieron en las mismas páginas que gobernadores, maestres de campo generales, comisarios de naciones, capitanes de amigos, soldados y desertores; sujetos que si bien son mejor conocidos en el siglo XVIII, en cuyo espacio temporal se han desarrollado la mayoría de las investigaciones, también han ocupado un lugar importante en la centuria anterior, que es la que nos preocupa. Según los planteamientos del profesor Sergio Villalobos la frontera surgida en el siglo XVII se caracterizó por la continua disminución de la guerra y el surgimiento de un conjunto de relaciones fronterizas, en las cuales sujetos provenientes de ambas sociedades comenzaron a mantener una serie de contactos, los que se hicieron cada vez más frecuentes e intensos. Tales contactos llevaron a una etapa de apaciguamiento de la violencia bélica, donde se acentuaron procesos sociales, económicos y culturales como el mestizaje, el trueque que más tarde se comercio regular y el tránsito continuo de sujetos hacia ambos lados de la frontera; asimismo, la corona creó todo un sistema de oficiales de indios amigos, como eran los intérpretes, capitanes de amigos y comisarios de naciones quienes, junto con dirigir las tropas indígenas aliadas al ejército imperial, estaban encargados de relacionarse directamente con las parcialidades, a fin de ejercer cierta influencia sobre los linajes mapuches libres, no obstante que un número sustancial de ellos, principalmente quienes fijaron su residencia al interior de los asentamientos indígenas, vivían prácticamente como indios al adoptar parte importante de sus vestimentas, practicar la poligamia y cultivar la tierra tal como lo hacían sus vecinos, en lo que fue uno de los primeros tipos fronterizos, quienes en esta ocasión portaban una comisión oficial6; al mismo tiempo, surgieron una serie de instituciones de paz, como las juntas y parlamentos hispano indígenas, los que con el correr de los años y gracias a su continuidad, pompa y a la concurrencia de los principales líderes de ambas sociedades, se convirtieron en reuniones políticas de alto nivel, en las cuales se transaba la paz y se reafirmaban compromisos y lealtades entre el gobernador del reino y los lonkos de la Araucanía7. Lo anterior se

6 7

Villalobos. “Tres siglos y medio de vida fronteriza”, en: Relaciones fronterizas... passim.

Horacio Zapater. “Parlamentos de paz en la guerra de Arauco, 1612-1626”, en: Sergio Villalobos y Jorge Pinto (et., al), Araucanía. Temas de historia fronteriza, Ediciones Universidad de la Frontera (Temuco, 1985); Luz María Méndez. “La organización de los parlamentos de indios durante el siglo XVIII”, en: Relaciones fronterizas...; Leonardo León. Maloqueros y Conchavadores...”; “El pacto colonial hispano araucano y el Parlamento de

11

materializó, en cierta medida, gracias al surgimiento de una serie de puntos de contacto entre ambas sociedades, como fueron los fuertes, misiones y reducciones de indios amigos, pero también las estancias cercanas al Biobío o los pequeños retazos de tierra cultivados por criollos y mestizos más allá de la ribera sur de dicho río8. En tales lugares mapuches e hispano criollos empezaron no sólo a adquirir bienes provenientes de la sociedad vecina, sino que pudieron conocer a sus antiguos enemigos con quienes la guerra abierta, según Villalobos, duró nada más que hasta 1655, luego de lo cual los encuentros bélicos se distanciaron, llegando a ser sólo el desenlace violento de las relaciones fronterizas9. En tal sistema de relaciones fronterizas, al menos para el siglo XVII, una institución que tuvo un rol fundamental fue el Ejército Real de la Frontera10. No sólo porque eran precisamente sus fuertes los que periódicamente se transformaban en bulliciosos puntos de intercambio o porque algunas de sus acciones militares, como eran las malocas, determinaban en parte el grado de conflicto que se vivía con los linajes mapuches afectados, sino principalmente porque tanto oficiales como soldados eran los sujetos que durante dicha centuria más intensamente se relacionaron con los mapuches, de modo tal que al estudiar al mundo fronterizo de la época es insoslayable investigar la historia del ejército y sus hombres, quienes fueron actores fundamentales en el proceso de creación de la sociedad fronteriza, así como en el poblamiento de la región penquista. No obstante lo anterior, la complejidad de la sociedad que surgió en la frontera mapuche es tal, que no debe extrañar que los estudios sobre lo que fue su institución más influyente tomen diversas perspectivas o se remitan a referentes teóricos diversos, los que 1692”, en: Nütram Nº 30, Ediciones Rehue (Santiago, 1992); “El Parlamento de Tapihue de 1774”, en Nütram Nº 33, Ediciones Rehue (Santiago, 1993); Apogeo y Ocaso del Toqui Ayllapangui... 8

Villalobos. “Tipos fronterizos en el ejército de Arauco.”, en: Relaciones fronterizas... p. 179.

9

Villalobos. “Tres siglos y medio...” p. 21.

10

Respecto del Ejército Real durante el siglo XVII, véanse los siguientes estudios: Roberto Oñat y Carlos Roa. Régimen legal del Ejército...; Sergio Villalobos. “Tipos Fronterizos en el ejército de Arauco...”; Patricia Cerda, La función del Ejército de la Frontera del Bio-Bío durante el siglo XVII, en: Revista de Historia Nº 2, Universidad de Concepción (Concepción, 1992); Juan Eduardo Vargas, “Financiamiento del Ejército de Chile en el siglo XVII”, en : Historia Nº 19, Pontificia Universidad Católica de Chile (Santiago, 1984); “Antecedentes sobre las levas de Indias para el ejército de Chile en el siglo XVII (1600-1662)”, en: Historia Nº 22, Pontificia Universidad Católica de Chile (Santiago, 1987); “Estilo de vida en el Ejército de Chile durante el siglo XVII”, en: Revista de Indias, vol. LIII, Nº 198; Instituto Gonzalo Fernández de Oviedo (Madrid, 1993). En una aproximación americanista son importantes los estudio de Juan Marchena, aun cuando estos se refieren fundamentalmente al siglo XVIII, de ellos citamos: Ejército y Milicias en el mundo colonial hispanoamericano (Madrid, 1992) y su tesis doctoral publicada bajo el título de: Oficiales y Soldados en el Ejército de América (Sevilla, 1993).

12

van desde la historia económica a la historia social o el estudio de la frontera, pero cualquiera sea dicho enfoque todas estas investigaciones no han pretendido hacer una historia militar, cuyo eje central fueran las batallas o encuentros bélicos entre mapuches e hispano criollos. Por el contrario, han realizado aportes que apuntan a visualizar al ejército de la frontera como un espacio social, económico y político fundamental para entender la sociedad que se creó en los límites con el mundo mapuche. Una de las primeras aproximaciones al conocimiento de las relaciones entre la guerra y la sociedad hispano criolla del siglo XVI y los primeros años de la centuria siguiente fue la del profesor Álvaro Jara, quien planteó que luego del establecimiento de la frontera el reino de Chile comenzó a experimentar un nuevo tipo de guerra, inaugurándose a su vez un estilo guerrero que caracterizaría a dicho siglo, cual era la maloca. Esta, definida como una rápida y violenta incursión contra los linajes mapuches de guerra y a veces también contra los indios amigos, tenía como principal fin la captura de esclavos indígenas, los que eran posteriormente vendidos en algún fuerte del Biobío, en la ciudad de Concepción o incluso en la capital del reino11. Con ello la guerra se convirtió casi en un negocio privado que tentaba a soldados, oficiales y gobernadores y en el cual los primeros podían elevar su miserable sueldo a través de la venta de algunas piezas, principalmente a sus oficiales, quienes con mayor capital y una mejor capacidad de distribución podían llegar a labrar pequeñas fortunas. Ello llevó a que el ejército se convirtiera en una eficiente máquina de captura de hombres y sus componentes en fieros cazadores, quienes prolongaban artificialmente el conflicto a fin de seguir gozando de sus beneficios, todo ello avalado por la sanción real de la cédula de esclavitud de 1608, que dichos sujetos se esforzaban por mantener vigente12. Más tarde, los estudios sobre el ejército fronterizo se centraron en conocer el andamiaje financiero y humano que permitía contar con una fuerza armada en la frontera. En tal sentido se ha señalado que, si bien en un primer momento las intenciones de la corona eran levantar un ejército por un tiempo limitado que no debía sobrepasar los tres o cuatro años, periodo por el cual se entregó un primer financiamiento, el desarrollo de las hostilidades con los mapuches obligó a extender el plazo de existencia de dicha fuerza, lo que en definitiva la transformó en

11

Álvaro Jara. Guerra y Sociedad en Chile, Editorial Universitaria (Santiago, 1971), p. 145.

12

Ídem, p. 149.

13

permanente y su fuente de recursos se hizo estable13. Tales aportes económicos estaban calculados sobre la base de mantener una fuerza de entre 1500 y 2000 hombres, los que anualmente recibían un escaso sueldo cancelado una parte en ropa y especies y otra en plata; pero el dinero que debía pagar estos gastos resultó deficitario para las necesidades militares del reino, principalmente porque el Real Situado sólo contemplaba fondos para el pago de las tropas y la provisión de ciertos alimentos, mientras que gastos tan fundamentales como la reposición de las armas y equipos o el costo de las levas de nuevos contingentes para reponer los muertos, inválidos o huidos debían salir de las Cajas reales de Lima. Como ocurrió hasta 1616, año en que el marqués de Montesclaros decidió descontar tales gastos del propio Real Situado, situación que se extendió por todo el siglo, lo que fue una de las grandes causas del desajuste presupuestario vivido por el ejército durante el siglo XVII14. Tales problemas financieros provocaban enormes inconvenientes al ejército y a sus hombres, los que se caracterizaban por su consuetudinaria pobreza, la que de una parte se derivaba del bajo importe de sus sueldos y de otra, del elevado costo de las mercaderías y bienes que debían comprar para sustentarse, los que eran sujetos de grandes especulaciones por parte de mercaderes, situadistas y hasta de los propios oficiales militares. Pero los problemas de las fuerzas armadas fronterizas no nacían sólo de su magro financiamiento, sino también de la baja calidad de sus tropas, el desinterés de muchos sujetos por enrolarse y la enorme cantidad de deserciones y bajas que cada año se producían en sus filas. Quienes formaban la tropa del ejército de Arauco eran levados principalmente en Perú, Quito y más tarde en el propio reino de Chile, asimismo durante el siglo XVII llegaron algunas partidas de tropas desde España. Todos ellos compartían su bajo nivel social y entre los soldados provenientes de América se contaban gran cantidad de mestizos y mulatos, la mayoría de los cuales habían sido reclutados a la fuerza y, al parecer, pertenecían a las enormes masas de vagabundos que en la época se encontraban en casi todas las ciudades del virreinato y que, en virtud de ese mismo hecho, podían ser compelidos a enrolarse, con lo cual las autoridades pretendían deshacerse de tan indeseables sujetos. Al mismo tiempo, como el enganche de “gente holgazana” no era suficiente para satisfacer las necesidades del ejército, se optó por completar las compañías con desterrados, es decir, sujetos 13

Vargas. “Financiamiento del ejército de Chile...” p. 162.

14

Ídem, p. 166.

14

que eran condenados por algún delito, generalmente de poca monta, a servir en la frontera mapuche15. Asimismo, entre los que se enrolaban voluntariamente y especialmente aquellos que provenían del propio reino de Chile, el servicio en las tropas del rey era visto, aun cuando las pagas eran bajas, como un medio seguro de subsistencia en un país de pobreza irremediable y donde escaseaban los medios de ganarse la vida16. Todos estos sujetos pasaban a engrosar las fuerzas reales que se repartían tanto en los dos grandes tercios de Arauco y Yumbel como en los pequeños fuertes que existían en ambas orillas del Biobío, además de las compañías de presidio existentes en Chillán, Concepción y Chiloé; en dichos lugares los soldados tenían como principal misión guarnecer los territorios del reino, repeler los ataques de las parcialidades indígenas de guerra, así como avanzar hacia el interior del territorio mapuche en las campañas militares que cada verano organizaban los gobernadores. Pero más allá de las funciones propiamente castrenses, los fuertes y tercios fronterizos eran un hervidero humano donde llegaba todo tipo de personas y en los cuales se transaba tanto lo legal como lo prohibido y en los cuales los soldados eran sólo un grupo más de quienes los habitaban o vivían cerca de ellos, otros eran los indios amigos que se asentaban en las inmediaciones de estos puestos fortificados y los indios e indias de servicio que habían sido traídos, generalmente a la fuerza, para servir a los soldados en sus necesidades cotidianas, entre las que se contaba remendarles la ropa y hacerles la comida, para lo cual en casi todos los fuertes se plantaban chacras o sembradíos cuyo producto era destinado a sustentar a sus habitantes17. En dichos fuertes los soldados dormían en habitaciones colectivas o bien separadas y pareadas llamadas “galeras”, las que generalmente eran de carrizo y paja o de adobe y techo pajizo, en su mayoría se trataba de hombres solos aun cuando algunos tendían a amancebarse con sus indias de servicio, con quienes pocas veces llegaban al altar, no obstante que era común tener hijos con ellas. En tal sentido, Patricia Cerda plantea que los hombres llegados desde el Perú, España u otras regiones del imperio para servir en el ejército jugaron un rol social mucho más importante que el militar, cual fue al colonización y poblamiento del área comprendida entre los ríos Maule y Biobío, pues si de una parte se produjo una gran asignación de tierra a los 15

Vargas. “Antecedentes sobre las levas...” p. 348 y ss; Cerda. Fronteras del sur... pp. 44-45.

16

Villalobos. “Tres siglos y medio de vida fronteriza...”, p. 31, en: Relaciones fronterizas...

17

Vargas. “Estilo de vida...” p. 440.

15

oficiales fronterizos, quienes fundaron estancias principalmente en los partidos de Maule, Itata y Ñuble, de otra los hombres de la tropa, como ya lo mencionamos, cultivaban chacras en las tierras aledañas a los fuertes o bien se convirtieron en pequeños propietarios rurales, muchas veces de modo informal, en el partido de Puchacay y en parte de los de Itata y Rere, a donde llegaban acompañados de sus mujeres, con quienes en definitiva formaron las primeras familias campesinas de la región; dichas tierras eran dedicadas al cultivo de hortalizas, verduras, trigo y vides, al mismo tiempo que se criaban algunos animales menores, todo lo cual estaba destinado a la subsistencia o bien al intercambio con los mapuches libres18. El cultivo de tales chacras imponía que los hombres se ausentaran largas temporadas, sobre todo luego de haber finalizado las incursiones bélicas estivales; esto implicaba un alto ausentismo en los asentamientos militares fronterizos durante los inviernos, el que en cierta medida se veía compensado por la ausencia de acciones bélicas, que cada año se fueron haciendo menos frecuentes. Junto con las conductas y formas de vida anteriormente descritas por la historiografía, los hombres que formaban el Real Ejército de la Frontera, bien por su origen ocioso y vagabundo o por la propia dinámica de la vida militar fronteriza, que tendía al relajamiento de las costumbres, procuraban hacerse la vida fácil y pasaban su día en fuertes y tercios entre el ocio, las apuestas y los juegos de naipes, de igual modo que en tales lugares eran frecuentes las riñas, la embriaguez, los pequeños robos y las blasfemias19, conductas que se divorciaban absolutamente de la vida militar a la que en teoría estaban sometidos, junto con las cuales es necesario mencionar los robos y pillajes de los soldados, que se materializaban cada invierno en las licencias invernales siendo sus víctimas hacendados, pequeños labradores y las comunidades indígenas que encontraban a su paso. Mientras tanto los caballos eran hurtados, en una costumbre que según Góngora estaba bastante extendida entre mestizos y soldados durante todo el siglo XVII y que la autoridad, tanto a nivel local como metropolitano, no pudo contener a pesar de las continuas disposiciones que prohibían este tránsito. 20 Sin embargo, esto era en el caso de los que volvían a sus cuarteles, pues otros emprendían camino por la cordillera o, incluso, por el desierto para huir al Perú, Tucumán o las Pampas convirtiéndose en 18

Cerda. Fronteras del sur... pp. 34-37.

19

Villalobos. Vida fronteriza en la Araucanía... p. 77.

20

Góngora. “Vagabundaje...” p. 7.

16

desertores21. Tales sujetos, según los planteamientos de Villalobos, podrían responder a la catalogación de pícaros, hombres a quienes los códigos morales o las buenas costumbres no les importaban mayormente, en cambio ellos vivían bajo sus propias reglas, en donde la irresponsabilidad, la falta de honor, la mentira, el robo y la alegría desenfrenada eran la tónica de sus vidas. Dicha imagen fue tomada de la literatura española del siglo XVII, especialmente aquella que se refiere a hombres irresponsables, libertinos y buscavidas, aquellos que eran medio soldados y medio aventureros y que hacían del timo su modo de existencia, conductas que según el autor, se reproducían en los soldados que servían en la frontera mapuche, más aun cuando en ella el control social era menos ceñido que en otras regiones y existía una realidad social marcada por diferencias abruptas y contrastes raciales determinantes, de los cuales estos hombres sabían dar cuenta22. De modo tal, la historiografía de la frontera o del Real Ejército si bien se ha preocupado de dilucidar en parte la historia de los soldados fronterizos ha tendido más bien a describir una serie de hechos en lo que destacan su calidad de sujetos anómicos e indisciplinados o bien se ha detenido en calificar a estos sujetos como pícaros, tipos fronterizos o simplemente como delincuentes, sin embargo tales descripciones o calificativos no son suficientes para dilucidar cual fue el o los roles que estos hombres jugaron en la conformación de la sociedad que surgió en la frontera hispano mapuche del río Biobío, al menos para el siglo XVII. A nuestro entender, tales sujetos tuvieron un importante rol en este proceso histórico, no sólo al convertirse en pobladores y colonos y dar origen a las primeras familias campesinas de la región, como lo plantea Patricia Cerda, sino también porque a través de sus acciones, muchas de ellas desenfadadas y violentas, contribuyeron a dotar a dicho espacio geográfico e histórico de un carácter particular que lo hizo distinto tanto de Chile central como del país mapuche, una sociedad que fue capaz de manejar reglas y códigos propios, en los cuales no se excluía la violencia ni la guerra, pero tampoco el mestizaje ni la solidaridad entre antiguos enemigos. Así entonces, este trabajo pretende estudiar a los soldados fronterizos del siglo XVII en su dimensión social y económica y en un periodo en el que las conductas anómicas, 21 22

Oñat y Roa. El régimen legal... pp. 78-81; Villalobos. Vida Fronteriza en la Araucanía ...pp. 78 y 84.

Villalobos. Vida Fronteriza en la Araucanía... Véase el capítulo denominado “La Picaresca en Arauco”, pp. 6987.

17

disociadoras y marginales que muchos de ellos asumían alcanzaron un alto grado de vitalidad, convirtiéndose en uno de los problemas más acuciantes para las autoridades del reino, quienes necesitaban refrenar la acción de estos hombres sin afectar la defensa del reino, que ellos mismos defendían. Al mismo tiempo, durante este periodo los soldados

se fueron

paulatinamente transformando en dueños de campos y caminos, en plagas que caían periódicamente sobre Santiago y sus alrededores, en protagonistas de juegos de chueca, de naipe y de bolas, en portadores de la flecha de la guerra o en los defensores de la vida y seguridad de penquistas, chillanejos y maulinos. En suma, en hacedores de su propia triste, fugaz y anónima historia, la que sin embargo está íntimamente con la historia de la convivencia fronteriza, del mundo mapuche, del mestizaje, de la guerra, del comercio y el contrabando. * * * Las páginas que se presentan a continuación son el resultado de una investigación realizada durante los años 1998 y 2000 en los fondos del Archivo Nacional Histórico, del Fondo Histórico y Bibliográfico José Toribio Medina y del Archivo Histórico de la Provincia de Mendoza. Del primero fueron especialmente valiosos los fondos Capitanía General, Real Audiencia, Fondo Varios, Fondo Antiguo y Archivo de Indias, los cuales permitieron acceder a documentación epistolar, legislativa y judicial respecto de los soldados del ejército real, en las cuales destacan las numerosas cédulas reales destinadas a evitar las licencias invernales de estos; asimismo, a través de dichos fondos se pudo consultar documentación referida a casos específicos de deserción u otros delitos cometidos por individuos pertenecientes a las tropas de la frontera. Del segundo se revisó la colección de manuscritos, especialmente aquellos correspondientes al periodo comprendido desde fines del siglo XVI a principios del siglo XVIII, en los cuales se recogieron numerosas cartas de gobernadores, oidores, obispos y cabildantes narrando los problemas que generaban los soldados reales, el estado del ejército y algunos casos judiciales. Del tercero se consultó documentación en la cual se pudo constatar la acción o las consecuencias de la llegada o la influencia de desertores en la porción ultramontana del reino de Chile y la reacción de las autoridades ante esta nueva y violenta realidad que se inauguró incluso antes que el ejército de la frontera se profesionalizara.

18

En cuanto a la documentación impresa se utilizaron las crónicas escritas en Chile en el siglo XVI y XVII, especialmente las de los militares Alonso de Góngora y Marmolejo, Alonso González de Nájera, Jerónimo de Quiroga y Santiago Tesillo; de los religiosos jesuitas Alonso Ovalle y Diego de Rosales y los escritos de Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán; de ellas se extrajeron datos sobre la existencia de tránsfugas entre las parcialidades mapuches rebeldes, desertores hacia Cuyo y sobre la vida de los soldados en fuertes y presidios. También se consultaron las Actas del Cabildo de Santiago correspondientes al siglo XVII, documentación contenida en la Colección de Historiadores de Chile y Documentos relativos a la Historia Nacional y las Actas Capitulares de Mendoza, las cuales contienen referencias sobre las consecuencias de las licencias invernales a los soldados, especialmente en lo que se refiere al traslado forzoso de indios a la frontera, el nombramiento de corregidores y la llegada de desertores al otro lado de la cordillera de los Andes. Asimismo, se utilizaron la colección documental contenida en la Historia Física, Geográfica y Política de Chile escrita por Claudio Gay y Las Fuentes para la historia del Trabajo en el reino de Chile publicadas por Álvaro Jara y Sonia Pinto, de las que se extrajeron algunas cartas e informes sobre la situación del reino y las disposiciones de las tasas que interesaban a la situación de los indios trasladados a fuertes y presidios.

Por último, debemos manifestar que los estudios de postgrado que culminaron con la presentación de una tesis sobre este tema y el posteriormente posibilitaron dar a luz este estudio contaron con el apoyo de la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica, Conicyt, a través de su programa de Becas de financiamiento de estudios de postgrado. Al mismo tiempo, dicha tesis se incluyó dentro del proyecto Fondecyt Nº 1970279 “Guerras Tribales y Disputas por el poder en Araucanía y Las Pampas durante el siglo XVIII, del cual recibió apoyo financiero y académico. Por último, la investigación que sustenta estas páginas recibió el apoyo de la Universidad de Chile a través de una Beca de financiamiento parcial de tesis de postgrado, todos los cuales agradecemos, pues no sólo permitieron realizar y concluir los estudios, la tesis y el presente estudio, sino que constituyeron un incentivo fundamental para el desarrollo de los mismos.

19

CAPÍTULO I. EL EJÉRCITO REAL DE LA FRONTERA EN EL SIGLO XVII. ENTRE LA INDISCIPLINA Y EL AMANCEBAMIENTO.

EL EJÉRCITO REAL DE LA FRONTERA. SU CREACIÓN Y LA COMPOSICIÓN DE SU TROPA. El Ejército Real de 1a Frontera fue la más importante de las instituciones creadas por la corona en la región limítrofe con las etnias mapuches de ultra Biobío. Lo anterior debido a la gran influencia que éste y los militares que lo componían tuvieron sobre la región. De su oficialidad nacieron muchos de los estancieros de la zona; de sus soldados, los pequeños propietarios, capataces y vaqueros. Al mismo tiempo, derivado de las necesidades de la milicia se generaron ciertas industrias artesanales, como las del género, los zapatos y los sombreros y con los dineros del Real Situado se realizaban diversos asientos y contratos comerciales, como el de la provisión de cecinas o de cuerdas de arcabuz. No obstante, esta fuerza armada también fue un reducto de indisciplinados, amancebados y jugadores consuetudinarios que eran enviados a él por sus delitos, eran reclutados a la fuerza por vagabundos o bien de quienes arrastrados por los hechos, a veces por el hambre y otras por sus disipadas costumbres se habían trasladado a la frontera en donde, paradojalmente, entraron a servir al rey en los fuertes, tercios y presidios de Biobío. Estos sujetos se pueden rastrear en las fuentes incluso antes de la creación del Real Ejército, fundamentalmente como soldados que llegaban desde Chile central o Lima formando parte de las comitivas militares de los encomenderos o de las tropas de refuerzo que cada cierto tiempo enviaban los virreyes a las ciudades y plazas del sur del reino. En ellas prontamente sacaban a relucir sus disipadas costumbres expresadas a través del juego, el ocio o la deserción. Durante las últimas décadas del siglo XVI es posible encontrar una serie de hombres que actuando más allá de cualquier disciplina o lealtad intentaban vivir de acuerdo a sus propios cánones, en los cuales la libertad de acción y desplazamiento, parecían ser la guía de sus pasos y uno de los más graves problemas que las autoridades debían enfrentar, sobre todo si pretendían contar con una fuerza armada capaz para conquistar el país indígena. Ya en el gobierno de don Alonso de Sotomayor, surgieron referencias a las conductas anómicas de la soldadesca, en lo que pareciera ser un anuncio de lo que viviría el reino durante el siglo

20

siguiente. En el título de visitador de minas de los distritos de Santiago y la Serena que fue otorgado a Gregorio Sánchez en 1588 se consignó que en el caso que “...algunos soldados se ausentaren y anduvieren fugitivos, los podáis prender y enviar un caudillo tras ellos, e apercibir los mineros e sayapayas y administradores que os parecieren e indios para que vayan tras ellos, y enviarlos presos y a recaudo a la parte y lugar donde yo estuviere o el maestre de campo general; y los indios que halláredes fugitivos y castigáredes, enviarlos castigados...”23 Mientras tanto, sólo dos años más tarde, el capitán Pedro Lísperguer, encomendero de Putagán y Cauquenes, afirmaba en Lima que los indios de encomienda de Chile estaban: “...oprimidísimos y en trabajos excesivos e intolerables por hacer muchos pertrechos arriba referidos, por llevarlos por indios amigos a la guerra, por hacelles llevar comida a los fuertes arriba referidos en sus yeguas y por tener hecho un hormiguero el camino de Santiago de ir y venir soldados, que no hay indios ni brazos que puedan sustentar el dar de comer a tantos como cada día caminan y así están asolados y consumidos...”24 Asimismo, en los últimos años del siglo XVI, ahora bajo el gobierno de Martín García Oñez de Loyola, aparecen en las fuentes referencias a. soldados desertores, otros metidos a frailes o convertidos en renegados. Sujetos que incluso se trasladaban a los distritos aledaños a la capital del reino, tal como se desprende del título de corregidor de Quillota dado a Jerónimo de Sedeño en 1593, en el cual el gobernador afirmó haber: “...sido informando de los muchos agravios que los soldados y otras personas hacen a los dichos indios en las - tierras - suyas, tomándoles por fuerza sin orden ni razón las haciendas, y dejan de acudir a pedir su justicia, defensa y reparo al corregidor de Santiago, por ser muy lejos y por otros inconvenientes; y la persona de quien reciben cualquier agravio siendo

23

Acta del Cabildo de Santiago de 1º de Agosto de 1588. Colección de Historiadores de Chile y Documentos Relativos a la Historia Nacional (En adelante CHCh), Tomo XX (Santiago, 1900), pp. 168-169. 24

Declaración del capitán Pedro Lisperguer en la información hecha por la Real Audiencia de Los Reyes sobre el gobierno de don Alonso Sotomayor. Lima, 17 de abril de 1590. Colección de Documentos Inéditos para la Historia de Chile (En adelante CDIHCh), 2ª serie, Tomo IV (Santiago, 1960), p. 117. Las cursivas son nuestras.

21

pasajeros, se va por donde se le antoja sin que el corregidor lo vea ni sepa del...”25 En tal documento es claramente definida la presencia de soldados, quienes estando de paso por el partido de Quillota aprovechaban su estadía para proveerse a la fuerza de granos, animales y muchas veces de muchachos y muchachas indígenas para ser llevados al sur del reino o a donde a estos hombres se les antojase. Todas estas situaciones, que incluían el robo, la deserción, la huida al país mapuches, el juego y la carencia de reglas y disciplina aparecen a medida que finaliza del siglo XVI como hechos cada vez más frecuentes y sólo serán un anuncio de lo que ocurrirá en la región fronteriza durante la centuria siguiente. Dado lo anterior, no es extraño que en medio de la guerra más grande y violenta que los españoles se vieron obligados a enfrentar en Chile, aquella que le significó la muerte al gobernador Martín García Oñez de Loyola y a toda su tropa; el cerco y la posterior destrucción del conjunto de los asentamientos europeos situados más allá del río Biobío; y el retroceso de todo el proceso de conquista, el gobernador interino del reino don Francisco de Quiñones, dictara un bando fechado el 28 de abril de 1600, por el cual ordenó a todos los oficiales, soldados y demás sujetos que marchaban a socorrer las ciudades de Angol e Imperial que, en virtud de la época de cuaresma en que se encontraban y a la abundancia de sacerdotes en el campo hispano, se confesasen y comulgasen antes de salir y ninguno “...tuviese ni consintiese tener en sus toldos, pabellones ni alojamientos de noche ni dormir en ellas ningunas de las indias de su servicio ni otras porque se escusasen ofensas de Dios y murmuraciones y todos los días generalmente que se recogiesen a sus cuarteles y durmiesen alerta con las armas en las manos y la compañía de Su Señoría en el cuerpo de guardia so graves penas que les puso…”26 Tal bando es una buena muestra de la situación de las tropas que defendían al reino de las fuerzas de Anganamón y Pelantaru, pues en él se puso de manifiesto el estado de ánimo de los

25

Título de Corregidor de Quillota a Jerónimo de Sedeño. Concepción, 2 de julio de 1593. acta del Cabildo de Santiago de 11 de 11 de junio de 1593, en: CHCh. Tomo XX, p. 505. 26

“Bando del gobernador Francisco de Quiñones para que los capitanes y soldados no lleven mancebas a la guerra de Chile y se confiesen antes de su salida”. 28 de abril de 1600. Biblioteca Nacional. Colección de Manuscritos de José Toribio Medina (En adelante BNMM), Tomo 106, ff. 197 v-198.

22

soldados, muchas veces más preocupados de convertir a la india que tenían para su servicio en manceba que de defender el reino amenazado por las triunfantes fuerzas indígenas. Llegado el siglo XVII la situación del reino cambio drásticamente, pues no sólo se abandonaron los planes de conquistar el país mapuche, sino que se estableció una línea fronteriza en las márgenes del río Biobío y una fuerza armada permanente que hoy conocemos como el Ejército Real de la Fronteras creado entre 1603 y 1604 y cuya principal misión era defender afianzar el dominio español en los territorios situados al norte del Biobío. Sin embargo, en este punto cabe preguntarse ¿quienes formaron esta fuerza?, ¿de donde provenían?, ¿eran los mismos sujetos díscolos que ya participaban de las antiguas huestes hispanas?, ¿cómo vivían en los fuertes y presidios fronterizos?, ¿cómo eran concebidos por las autoridades?, ¿a quienes afectaban sus conductas desenfrenadas? Y fundamentalmente ¿cuál fue su participación e influencia en la conformación de la vida fronteriza? De tal forma, la intención de este trabajo es dilucidar estas y otras interrogantes, del mismo modo que plantear que las conductas y formas de vida de la soldadesca fueron, en cierta medida, moldeando el espacio fronterizo lo que los convirtió en actores fundamentales en la configuración del mismo, lo cual es imposible soslayar si se pretende entender el conjunto de relaciones, conflictos y hechos que se produjeron en la región durante el siglo XVII y que, incluso, afectaron a otros territorios como Chile central o Cuyo. Tales sujetos vivían en un mundo que no sólo era multiétnico, muchas veces anárquico y otras violento, sino también en un lugar donde si bien la guerra fue progresivamente decayendo para ser remplazada por las llamadas relaciones fronterizas, no por eso disminuyó la tensión, la violencia cotidiana ejercida contra los indios amigos o los yanaconas de servicio o la huida de los soldados de un conflicto por el cual no se sentían identificados. Quienes formaban la tropa del ejército, a pesar de lo dispuesto por la corona que sólo autorizaba a. servir como soldados a sujetos de procedencia o descendencia europea, provenían de los más variados orígenes étnicos. Por cierto entro ellos se encontraban españoles peninsulares y criollos, pero también gran cantidad de mestizos, mulatos, negros e incluso indios. A él llegaron reclutados en Perú, Quito, México, Chile y a veces en España, por dos o cuatro años y con la promesa de un sueldo anual seguro, aunque bajo y cancelado muchas veces en ropa y especies, pero que resultó absolutamente inestable en lo referido a las fechas y

23

plazos de pago. Una porción de ellos correspondía a sujetos enganchados voluntariamente en las compañías levantadas para enviarse a Chile, mientras que otros eran reclutados prácticamente a la fuerza dada su condición de ociosos o vagabundos o, incluso condenados por algún delito al destierro con plaza de soldados.27 Todos estos sujetos fueron destinados a las diferentes fuertes y presidios a lo largo de la frontera de Biobío, en la cual los principales puestos militares lo constituían los tercios de Yumbel y Arauco, en donde residía la mayoría de las tropas, que llegaban a sumar alrededor de 900 hombres y cuyo mando estaba a cargo, respectivamente, del maestre de campo general y del sargento mayor del reino. Otro puesto de importancia era la ciudad de Concepción, sede casi permanente del gobernador, que contaba con una compañía de infantería como guarnición más una compañía de caballería formada por capitanes y sargentos reformados que, servía de guardia a la máxima autoridad del reino los que llegaban a sumar unos 300 hombres. Chillán por su parte también contaba con una compañía de caballería de 100 hombres. Mientras tanto el resto de las tropas se repartía por los fuertes que periódicamente se fundaban y abandonaban en ambas orillas del Biobío; en ellos las guarniciones raramente superaban los 50 soldados al mando de un cabo. En total una fuerza militar que fluctuó bastante durante el siglo, pero que por lo general se constituía de entre 1500 y 2000 hombres Tales soldados pocas veces cumplían con las expectativas de los gobernadores y altos oficiales militares, de modo que eran frecuentes las peticiones al virrey del Perú o incluso al rey para que se enviaran soldados de España y en lo posible casados, de forma que no sólo sirvieran en la milicia sino que, también se asentaran con sus familias como labradores en los campos penquistas28. En 1609 el gobernador Alonso de Rivera le escribió a Felipe UI manifestándole:

27 28

Vargas. Antecedentes sobre las levas...passim; Cerda. Fronteras del Sur...pp. 44-45.

Según Juan Marchena, de España solo se hicieron seis levas específicas para Chile durante el siglo XVII, que fueron: desde 1600 a 1604, 1621, 1663, 1676 y 1690, las que trajeron un total de 3500 soldados para el ejército fronterizo. Estas a excepción de la de 1663 realizada en Madrid, se hicieron en la Baja Andalucía. A pesar de que los gobernadores de Chile argumentaban que dichos hombres eran mejores y más honrados soldados que los levados en América, generalmente en ellas venían sujetos de mala reputación, es decir, condenados y vagabundos, además de campesinos atenaceados por el hambre y la ausencia de fuentes laborales en su región de origen y muchas veces enrolados mediante coacción y engaño. Marchena. Ejército y Milicias..., p. 69 y ss; Vargas. “Antecedentes sobre las levas...”, passim

24

“…que para acabar esta guerra es necesario que vuestra magestad me invie 1000 hombres y quanto antes vinieren antes se le dará fin y que estos sean de Castilla porque los del Perú entran por una puerta y salen por otra y como vienen entre ellos muchos mestizo[s] y gente baja acostumbrada a vicios de aquella tierra en viendose apurados de alguna necesidad se van al enemigo…”29 Dicha petición, que solicitaba al rey reemplazar más de tres cuartas partes del ejército que en tal año ascendía a 1284 plazas, se derivaba. de la notable falta de espíritu combativo de las tropas, su tendencia a la huida y las características propias de los sujetos que la conformaban, quienes eran concebidos como “gente baja acostumbrada a vicios” los que, según Rivera, derivaban de la vida fácil que habían llevado antes de ser enrolados y de su propia, naturaleza mestiza. Otro punto sensible para los gobernadores era el envío de convictos y criminales, quienes eran condenados a servir en el ejército por un período determinado de tiempo, aun cuando recibían sueldo y ropa como cualquier otro soldado. Dentro de una categoría similar caían los mulatos y sujetos de castas, sobre los cuáles recaía el estigma de su nacimiento, pues por este sólo hecho eran considerados hombres indisciplinados y díscolos, cuya presencia y la de los criminales ofendía, según las autoridades del reino, a los soldados que servían de su voluntad en las fuerzas armadas reales. En enero de 1611 el gobernador Juan de Jaraquemada le expresó al rey lo importante que era que ordenase “…no se envien aquí por la sala del crimen de Lima ni otra justicia mulatos ni personas que esten presos por delitos feos porque en vista los sentencia ir a afrenta pública y en revista a soldados de Chile con sueldo, que estrago esto grandemente el buen nombre de la guerra y los soldados particulares lo sienten por agravio por que como gente sin obligaciones siempre quieren preferir en el provecho y en el trabajo y ocasiones ausentarse del y algunos se van a los enemigos...”30 Petición que, en definitiva, resultaba un contrasentido en tanto que los propios gobernadores, las reales audiencias y otras justicias al dictar bandos y decretos establecían entre las penas a quienes quebrantaran lo ordenado el servir en las plazas militares de la frontera del Biobío y no

29 30

Carta del gobernador de Chile don Alonso de Rivera al Rey. 1609. BNMM. Tomo 112, f. 5.

Carta del gobernador de Chile don Juan de Jaraquemada al Rey. Santiago, 29 de enero de 1611. BNMM. Tomo 118, f. 287.

25

siempre solo a ración y sin sueldo, disposiciones que se repitieron a través de todo el siglo XVII en diferentes regiones del imperio y especialmente en el virreinato del Perú. Dichas peticiones, de otra parte, se derivaban del continuo descenso del número de soldados enganchados, en lo cual una razón fundamental era la deserción o huida de muchos de ellos cada año, tal como lo expreso en 1639 la Real Audiencia de Santiago en una carta al rey, en la cual le manifestaba que: “...el numero de dos mil plazas que debe tener efectivas este exercito se dice esta al presente muy minorada entre otras causas por haverse de poco tiempo a esta parte huido, muerto, justiciado, borrados plazas y dado licencias a muchos soldados, y ser una considerable parte de los que militan en anbos tercios, mestizos, mulatos, de poca edad y de menos obligaciones gente que hace mas numero que milicia…”31 Habían otros en cambio que al completar su tiempo de enganche dejaban las armas para volver al Perú32 o bien se quedaban en Chile y se convertían en pequeños labradores, especialmente en el partido de Rere y en parte de los de Itata y Puchacay33, algunos Incluso luego de pasar muchos años como militares se empleaban en las estancias penquistas, donde esperaban pasar el resto de su vida o al menos algunos años alejados de la guerra y sus penalidades, tal como lo expresó en 1644 el marqués de Baides al virrey del Perú el marqués de Mancera, a quien escribió que los estancieros “...para mayordomos y labranzas de las estancias vienen a buscar los hombres viejos y que por alguna versión o impedimento de no poder manejar armas salen de la guerra....”34 Por todas estas circunstancias cada año el ejército perdía un gran numero de hombres, que algunas fuentes calculan en alrededor de cien plazas cada año, lo cual llevaba aparejados problemas tales como la renovación de la tropa lo que obligaba a realizar nuevas levas, la dotación de ropa y equipos para, los reclutas y el costo que implicaba trasladarlos a la frontera Esto se traducía, de una parte, en las constantes solicitudes de tropas que hacían los

31

Carta de la Real Audiencia de Chile al Rey. Santiago, 14 de noviembre de 1639. BNMM. Tomo 136, ff. 5.

32

Vargas. “Antecedentes sobre las levas...”, p. 335.

33

Cerda. Fronteras...p. 35.

34

Carta del Gobernador de Chile el Marqués de Baides al Virrey del Perú el Marqués de Mancera. Concepción, 14 de octubre de 1644. BNMM. Tomo 138, f. 133.

26

gobernadores y de otra, en los esfuerzos a veces vanos o de escasos resultados que realizaban los virreyes para enviar al menos parte de los soldados pedidos, pues a cada paso se encontraban con un enorme desinterés por enrolarse hacia tina tierra tan poco estimada como era la frontera de Chile, la cual era vista como un lugar donde la vida de los soldados oscilaba entre la violencia de la guerra y las privaciones, entre ellas el hambre En tal sentido, en 1617 el virrey del Perú escribía al rey que le había sido imposible juntar los 200 soldados que le había pedido el gobernador pues sólo se habían enrolado 50 hombres en las compañías levantadas en Lima y el valle de Nazca; Al mismo tiempo sumado a la baja cantidad de hambres que se lograba reclutar, en diferentes oportunidades surgieron denuncias contra los oficiales de leva, quienes motivados por el interés de cumplir con la cantidad de reclutas solicitados y sin Importarles las disposiciones legales que prohibían el enganche de indios no tenían ningún en incluirlos dentro de las tropas que partían a Chile, a los cuales sólo les cortaban el pelo para, hacerlos pasar por mestizos, lo que incluso llevó a que en la década. de 1660 se planteara que la mayoría de los levados peruanos eran indígenas35; al mismo tiempo, sugiere Vargas, hay antecedente, que permiten plantear la existencia de una política orientada a compeler a enrolarse a mestizos y castas más que a otros miembros de la capa de vagabundos que en la época se encontraba en casi todas las ciudades peruanas, aun cuando la Real Cédula de 9 de, marzo de 1662 parece descartar que la corona aprobara tal política, al menos después de esa fecha36. En las tropas del ejército regular reclutadas en Chile asimismo es posible encontrar algunos hombres de origen indígena, sin embargo, en los casos que hemos detectado se trataría de sujetos empleados sólo en calidad de trompetas, como lo era el de la compañía de caballos ligeros lanzas comandada por el capitán Domingo de Morales Berríos, con plaza en el tercio de Angol37, o bien el trompeta de la compañía de caballería de leva levantada en Santiago por el capitán Sebastián Sánchez Chaparro en 1647, de cuya certificación consta que en:

35

BNMM. Tomo 136, f. 57 y Tomo 147, f. 48.

36

Vargas. “Antecedentes sobre las levas...”, p. 348 y ss.

37

BNMM. Tomo 134, f. 157.

27

“...Una casa conjuntas a las que posehe el cappitan don Manuel de Carabaxal y a la puerta de la dicha casa estava un yndio tocando una tronpeta y en Una ventana pusieron una alfonbra y coxin de terçiopelo y una lansa que salia lo mas de la asta y yerro a la dicha calle y el dicho cappitan se quito la capa y se puso una banda colorada y una achuela de cappitan de caballos y la misma action de ponerse banda y en cuerpo hiço un soldado llamado Simon Francisco de Peralta que doy fe conosco y ambos dixeron que eran capitan y su tiniente de leba para condusir gente a la guerra deste rreyno…”38 Sin embargo, como ya se ha planteado, la propia corona prohibía absolutamente tal enganche e, incluso, ordenaba a los virreyes no reclutar mestizos y castas por la mala calidad y tendencia a la deserción de los levados, optándose por enganchar: “...los españoles que asisten en esas provincias del Perú y se han pasado a ella sin licencia mía o se les ha acabado el tiempo por que se les concedió y de otros que no tienen ocupación y sólo sirven de gravar los indios sin aplicarse a ningún ministerio inquietando las ciudades y pueblos de esas provincias…”39 Disposición que no sólo pretendía alejar del Perú a los españoles vagabundos y ociosos que supuestamente pululaban por sus ciudades, sino también introducir sujetos de origen europeo, que a pesar de sus conductas desordenadas eran mejor concebidos que los mestizos y castas, que se encontraban frecuentemente entre las filas del ejército de Chile. Con todo, cualquiera fueran los sujetos a levarse, el sistema de reclutas forzosas a vagabundos y ociosos mantuvo su plena vigencia, más aun cuando la frontera del Biobío no era precisamente un destino muy apetecido. De tal forma, en 1640 el marqués de Baides informó a la Real Audiencia la necesidad de hombres que tenían las compañías de caballería del ejército, por lo cual dio orden al capitán Diego Morales para que se dirigiera a la capital a levar gente y de esa forma rehacer sus tropas, al mismo tiempo el gobernador le pidió a la Audiencia que favoreciera a su oficial

38

Certificación del levantamiento de bandera de enganche de una compañía de caballos ligeros lanzas de leva para el ejército de la frontera. Santiago, 3 de noviembre de 1647. Archivo Nacional Histórico, Fondo Real Audiencia (En adelante ANHRA). Vol. 2607, pza. 9ª, f. 93. 39

Real Cédula ordenando que no se hagan levas de compañías de mestizos y mulatos. Madrid, 9 de abril de 1662. Archivo Nacional Histórico, Fondo Morla Vicuña (En adelante ANHMV). Vol. 4, f. 141.

28

“...limpiando essa república y su partido de la gente ociosa y vagabunda que ay...” Lo cual según Baides permitía cumplir con tres objetivos, cuales eran: “…la primera el servicio de Dios quitando el escandalo con que algunos viven entre los vecinos, la segunda el de Su Magestad y la tercera la quietud de la tierra fuera del particular favor que yo recibire para poder entrar con el maior numero de gente en la campeada...”40 De ahí entonces que la leva era concebida como un eficaz mecanismo de disciplinamiento social, pues permitía ocupar a vagabundos y ociosos en la defensa del reino; deshacer los amancebamientos y escándalos, lo que equivalía a terminar con los comportamientos inmorales y alejar a los pecadores de las fuentes de sus pecados, es decir, las mujeres; con lo cual el reino quedaba tranquilo y libre de sujetos perniciosos, que ahora estaban confinados a las guarniciones fronterizas donde deberían regirse por reglas, cumplir órdenes y subordinarse a sus superiores. El reclutamiento forzoso de individuos ociosos, vagabundos y de vida disipada, se impuso como una norma tanto en el reino de Chile como en el virreinato peruano, llegándose a dictar órdenes a los corregidores y otros jueces para que condenaran a los individuos que consideraban perniciosos a servir en el ejército de la frontera por una cierta cantidad de años, como lo demuestra el auto dictado por el corregidor de Mendoza don Juan de Urdinola, por el cual comisionó al Alcalde de la Santa Hermandad don Alonso de Coria, para que apresara a dos individuos que se habían escapado de la cárcel de la ciudad. En dicho auto Urdinola expresó que: “…esta noche passada veintte y ci[nco] del corriente an echo fuga de la Real Carzel Publica rompiendo la puertta de ella Lazaro de Silbeira y Hernando Vaez quienes van pressos aviendolos remitido de la ciudad de San Juan por excessos que cometían en su modo de bivir el Maestre de Campo don Juan de Oro Bustamante en virtud de decretto que para ello tiene del señor Pressidente Governador y Capitan General de este Reyno y para remitir estos y otros escandalosos de su calidad al exerçito de Arauco...”41 40

Carta del Gobernador de Chile el Marqués de Baides a la Real Audiencia de Chile. Concepción, 24 de julio de 1640. AHNRA. Vol. 2988, f. 83. 41

Auto del corregidor de Cuyo Juan de Urdinola comisionando a Alonso de Coria, alcalde de la Santa Hermandad, para que prenda a dos reos fugados de la cárcel de Mendoza. Mendoza, 25 de julio de 1692. AHPM, Época Colonial, Sección Gobierno. Carp. 26, Doc. 6, sin foliar.

29

Por lo tanto, según expresa el auto, Coria debía prender a Silveira y Báez con el objeto de que estos siguieran el camino que venían haciendo desde San Juan y en el cual Mendoza solo había sido una escala para recoger los malhechores que se encontraban en las celdas de su cárcel, luego de lo cual todos ellos debían cruzar la cordillera a objeto de incorporarse como soldados en las filas del ejército fronterizo. Políticas como estas tenían como consecuencia que se volvieran a producir los problemas que por casi un siglo los gobernadores y otros funcionarios venían denunciando, cuales eran: la mala calidad de la tropa, su falta de combatividad, su tendencia a la fuga y su absoluta falta de mística militar. No obstante, difícilmente es posible imaginarse una realidad más alentadora cuando al menos parte de los soldados, además de ir forzados a la frontera, contaban con un importante historial de indisciplina, escándalo y ociosidad que indudablemente se veían tentados a repetir en su nuevo destino. A pesar de lo anterior, por lo menos hasta principios del siglo XVIII algunos gobernadores consideraban que el ocupar a los ociosos como soldados era una buena oportunidad para corregir sus vicios y encaminarlos a ser hombres de bien y preocupados por el bienestar de la república, como bien lo expresó don Tomás Marín de Poveda a la Real Audiencia. En tal misiva el gobernador se refirió a los reclamos de dos hermanos residentes en el partido de Itata, Pedro y Antonio de Inostroza, quienes alegando ser hombres de bien se negaban a incorporarse a la compañía de leva que estaba formando el capitán Juan de Urrutia. En tal sentido, Marín de Poveda contestó una carta de la. Real Audiencia, en la que dicho tribunal le presentó el caso, manifestando que: “…por que puede ser questos hombres sean oziosos y que tengan algunas ocupaziones menos honestas de lo que combiene para la quietud y sosiego de la tierra en este caso pueden ser compelidos a sentar plaza de soldado como siempre se a acostumbrado en estas Provinzias y en las del Perú… porque algunos bicios que tiene la jubentud suelen reprimirse y remediarze con los travajos de la guerra y como sea combeniente limpiar la tierra de los que puedan perturbar su quietud se a practicado este remedio de obligarlos a que asienten plaza de soldados...”42 42

Carta del gobernador de Chile don Tomás Marín de Poveda a la Real Audiencia de Santiago. Santiago, 17 de septiembre de 1700. AHNRA, Vol. 3233, f. 193

30

En dicha carta el gobernador, junto con desestimar lo argumentado por los hermanos Inostroza al máximo tribunal del reino, planteó claramente lo que a esa altura constituía una política de los gobernadores del reino, cual era limpiar la tierra de sujetos perniciosos a través de su envío al ejército donde dichos hombres así vinieran de otros horizontes o hubieran nacido en Chile podían corregir sus vicios y encaminarse por el camino del servicio al rey y a la república. Ahora bien, independientemente del reclutamiento forzoso al que eran sometidos ociosos y criminales con el correr del siglo las autoridades militares tendieron a realizar mayores reclutas de soldados en Chile, especialmente en los corregimientos pertenecientes al obispado de Santiago donde la tensión militar derivada de la guerra, latente o desatada era ostensiblemente menor. Ellas fueron implementadas ante las graves dificultades que existían para enviar tropas desde otras latitudes del imperio, así fuera el virreinato peruano o la propia metrópoli, sitios en los cuales y sobre todo en el primero, regularmente se estaban levantado compañías para venir a Chile, en las que difícilmente se llenaban el número de plazas con reclutas voluntarios y ni aun los condenados alcanzaban a completar la cantidad de soldados que se requería mandar. Al mismo tiempo, en las levas hechas en Chile central se podía aprovechar varias ventajas que iban desde el menor costo que ellas implicaban para el Real Situado, pues no se tenía que transportar a los hombres desde el virreinato hasta la frontera, hasta el hecho de que se podía aprovechar la experiencia en el manejo del caballo y las armas que los chilenos tenían, así fueran criollos o mestizos. Así lo expresó el gobernador Juan Henríquez en el acuerdo de la Junta de Real Hacienda celebrada el 4 de marzo de 1677 que aprobó levantar dos compañías para el ejército y en cuyo texto se expresó: “...haverse reconosido y experimentado que la gente que se leba en esta ciudad y sus partidos es de mas ynportante que la que se leva en la ciudad de Los Reyes porque luego entran sirviendo a Su Magestad sin reparar en los rigores del tiempo por estar criados en el trabajo continuo y manejo de la cavalleria…”43

43

Acuerdo de la Junta de Real Hacienda que aprueba la leva de dos compañía de soldados para el Real Ejército. Santiago, 4 de marzo de 1677. Archivo Nacional Histórico, Fondo Contaduría Mayor, 1ª serie (En adelante ANHCM). Vol. 2, f. 182.

31

Posteriormente la misma Junta de Real Hacienda aprobó una petición del capitán Diego de Manterola, oficial encargado de la recluta, quien pidió que una de las compañías de infantería que se pretendía levar fuera transformada en de caballería, ofreciendo además aviar a todos soldados de su propio peculio “...por ser mas ynclinados los naturales desde reyno a servir en la cavalleria que en la ynfanttería...” Con lo cual argumentaba Manterola se lograría reclutar muchos hombres, lo que hasta el momento no había sido posible. En lo referido a la procedencia de los soldados enganchados en Chile tenernos algunos datos provenientes de dos levas realizadas en el reino, la primera en 1647 y la segunda en los meses finales de 1687 y principios de 1688. En la leva de 1647, realizada por el capitán Sebastián Sánchez Chaparro, de los 29 soldados reclutados en Santiago 18 de ellos dijeron ser provenientes de ésta ciudad, 6 venían de distintas partes del reino incluyendo Chiloé, mientras que 2 eran originarios del Perú, 2 del reino de Tucumán y 1 de Buenos Aires44. En general, se trataba de hombres jóvenes, cuyas edades fluctuaban entre los 16 y los 21 años, a excepción de un porcentaje pequeño de sujetos menores o mayores a tales edades; de ellos no se anota el status étnico, a excepción del caso de Juan Alegría, un hombre de 22 años originario de Santiago, quien luego de ser aceptado en el ejército se descubrió que era un indio de encomienda solicitado por su feudatario, por lo cual se lo excluyó de la compañía, al mismo tiempo dentro de los levados llama la atención la gran cantidad de sujetos que portaban cicatrices de cortes y heridas tanto en su cuerpo como en su rostro, como asimismo la aceptación de hombres con carencias físicas que eventualmente podrían afectar su servicio, como es el caso de Juan de Surriago, de 18 años y tuerto del ojo derecho. Por su parte, en la leva realizada en Concepción en 1687 por el capitán Pedro Aranaga para la compañía de caballos de la guarnición penquista de los 31 reclutados 19 afirmaron provenir de Santiago, mientras que 7 eran de distintos lugares del reino, asimismo había 1 limeño y 2 peninsulares, provenientes de Las Montañas y Sevilla respectivamente, repitiéndose el patrón de edad y marcas, corporales de la recluta de Sánchez Chaparro45. De otra parte, avanzado el siglo que nos preocupa es posible advertir la presencia de sujetos nacidos y criados en la frontera a veces mestizos de primera generación e, incluso, algunos hijos de caciques que se sumaban a las tropas imperiales. Este fue el caso de los 44

AHNRA. Vol. 2607, pza. 9ª, ff. 99 vta-106 vta.

45

AHNRA. Vol. 2649, pza. 15ª, ff. 211-217 vta.

32

soldados Juan del Castillo, levado por Sánchez Chaparro en 1647, quien procedía del valle de Arauco y Baltasar Romero levado en Concepción en 1687, proveniente de Boroa, mientras tanto en 1672 aparece otro mestizo de nombre Juan Caricor, quien era hijo del cacique Painemal y que junto a las tropas comandadas por el capitán Laureano Ripete participó de la maloca contra el cacique amigo Catilao. Tales hombres parecían representar en su más elevada esencia la faz del fronterizo, en la medida que junto con nacer en la frontera e, incluso, en los precarios asentamientos o estancias españolas situadas cerca de algunas parcialidades del interior de la tierra, como Boroa, manejaban perfectamente los códigos, modos de vida y formas de convivencia de los hombres que vivían en los lindes de ambas sociedades. Por esa razón muchos de ellos no solo hablaban ambas lenguas como era común entre los soldados reales, sino que su dominio del castellano era más deficiente que el del mapudüngun, en el cual se expresaban de mejor forma como bien lo graficó Alonso Álvarez Paillamanco, otro mestizo que participó en la maloca contra Catilao, quien al momento de prestar su testimonio sobre tales hechos manifestó que “…aunque entiende la lengua española por no hablarla con claridad hico el dicho Juramento y fue exsaminado por ynterpretassion del capitan Andres de Biberos…”46 Es decir dio su declaración en la lengua de la tierra, la que luego fue traducida por Viveros al castellano. Así entonces, a lo largo del siglo XVII el ejército real de la frontera recibió en sus filas una multitud de hombres provenientes de todos los status étnicos y de las más variadas procedencias regionales, aunque el fuerte de las tropas provino del virreinato del Perú y más tarde del propio reino de Chile. Dentro de ellos se encontraban una serie de sujetos díscolos y ociosos, quienes una vez instalados en los fuertes y presidios fronterizos e, incluso, durante el viaje desde sus lugares de leva a sus guarniciones comenzaron a desplegar sus malas costumbres y peores conductas, las que asimismo reprodujeron en la frontera.

EL REAL SITUADO Y LAS CONDICIONES DE VIDA DE LA TROPA DEL EJÉRCITO DE LA FRONTERA. 46

Testimonio de Alonso Álvarez Paillamanco sobre la maloca que hizo el capitán Laureano Ripete a las tierras del cacique Catilao. Concepción, 22 de abril de 1672, en: Residencia del gobernador don Juan Henríquez y sobre los actos de sus subalternos. Archivo Nacional Histórico, Fondo Capitanía General (En adelante ANHCG) Vol. 484, f. 133.

33

Las condiciones de vida de los soldados del ejército de la frontera, en general, eran bastante precarias debido a las graves carencias de infraestructura y financiamiento que éste sufrió a lo largo de todo el siglo XVII. Lo anterior se derivó, de una parte, del déficit consuetudinario del Real Situado y de la irregularidad con que éste llegaba al reino a pesar debía ser enviado anualmente desde la sede del virreinato del Perú a través de una flota de navíos cargados de ropa, provisiones, armas, cierta cantidad en oro y, asimismo, nuevas remesas de tropa, también pagadas por esta vía. Cabe recordar que tal financiamiento tuvo su origen a principios de siglo cuando la corona decidió costear directamente las tropas acantonadas en Chile y llegó a ascender a la suma de 212000 ducados, cifra que se mantuvo sin variación durante la centuria, aun cuando pocas veces llegaba completa y la cual, teóricamente al menos, era suficiente para financiar un ejército de alrededor de 1500 hombres además de pagar de sus arcas el sueldo del gobernador, a los indios amigos y cierto número de plazas muertas47. Sin embargo, tal sistema se prestó muchas veces para abusos o prácticas deshonestas, estas al mismo tiempo que por la propia irregularidad de su envío, generaban cargas y gravámenes que afectaban al conjunto de recursos destinados a las armas reales de la frontera pues muchas veces las mercancías se compraban a crédito lo que implicaba el recargo de intereses. Al mismo tiempo los propios virreyes recortaban parte de los recursos enviados para pagar las deudas que había provocado el avituallamiento y pago de las tropas, así como la renovación de las armas y equipos de los soldados48. De otra parte, en los períodos en que el Situado se atrasaba o no llegaba surgían una serie de abusos contra los soldados, estos se derivaban de la acción de los propios oficiales del ejército, tal como lo informó el oidor Gabriel de Celada al rey, quien con profunda amargura manifestó que “...se a introducido en esta guerra un cosa tan reprobada como es la mercancia y pulperías entre los que la goviernan capitanes y oficiales dellas que los mas de ellos se an buelto tratantes y pulperos cuyo cuidado principal no es el que deben tener en mirar por sus soldados y sus armas y

47

Vargas. “Financiamiento del ejército...”, passim.

48

Villalobos. Vida Fronteriza...p. 106 y ss; Vargas. Ídem, p. 166.

34

municiones que los mas andan faltos dellas sino en las trazas de que usan para desollarlos y llevarles sus sueldos..."49 Tales trazas constituían una suerte de círculo vicioso, en el cual los soldados siempre se encontraban endeudados pues estos oficiales, muchos de los cuales eran estancieros en el distrito de Concepción o bien en Maule, les vendían a crédito los animales, el trigo o el vino producidos en sus tierras y una vez llegadas las remesas del Perú lo cobraban a los soldados o sino directamente a los funcionarios encargando de repartir el Real Situado. Ello implicaba que el sueldo en dinero y especies recibido por los miembros de la tropa y que debía cubrir sus necesidades futuras, en gran parte era entregado para pagar las deudas del pasado. Tal práctica se desarrollaba, como el mismo Celada se encargó de describir, “…revendiéndoles las comidas a escesivos precios y lo que hacen - los ofíciales - es que de sus propias estancias de sementeras y ganados que muchos capitanes las tienen llevan a la guerra y fuertes carneros y ovejas y demas bastimentos y los que no tienen estancias lo envían a comprar a las riberas de Maule y costándoles los carneros a quatro a cinco reales y las obejas a tres y menos se las rebenden los demas bastimentos...”50 Con lo cual, escribió un año más tarde el gobernador Jaraquemada, a los soldados: “...quitavan la pobre sustancia por este camino y todo el situado se lo llevarían dejándolos desesperados y con tan gran crueldad que por cortesía les davan una bayna o un sombrero y luego ponían una tienda de todo donde lo volvian a vender fiado, de suerte que para otro año con la ropilla adquirían un vestido de lo que le volvian a dar al soldado…”51 Situaciones que, a nuestro entender, no eran más que otras manifestaciones ahora entre la oficialidad, de la de vida fronteriza caracterizada por su desapego al orden y la legalidad, su avidez de ganancia fácil y el abuso contra quienes aparecían más débiles, sin importar en este caso, que muchos de ellos fueran sus subordinados. Dicha forma de vida parecía cruzar de manera transversal a la gran mayoría de los miembros del ejército sin importar su grado u

49

Carta del oidor Gabriel de Celada al Rey. Santiago, 6 de enero de 1610. BNMM. Tomo 117, f. 17.

50

Ídem, f. 18.

51

Informe de don Juan de Jaraquemada sobre las cosas de Chile. Concepción, 1 de mayo de 1611. Claudio Gay. Historia Física y Política de Chile, Tomo U, Documentos (París, 1852), p. 238.

35

origen social, pues si los oficiales dedicaban su tiempo a ejercer de “comerciantes y pulperos”, los soldados estaban siempre atentos a donde podrían obtener algún beneficio sin demasiado esfuerzo, aunque tuvieran que recurrir al robo o el engaño. De otra parte, tales formas de enriquecimiento ilícito llegaban incluso a los gobernadores y altos oficiales, de modo tal que a pesar de ser denunciadas había pocas ocasiones en que tales prácticas eran sancionadas52. Al mismo tiempo ellas implicaban cierto grado de coacción contra los soldados, al obligarlos a que adquiriesen bienes de los cuales no tenían necesidad, como escribió en 1619 el licenciado Juan de Canseco al Presidente del Consejo de indias., a quien le informó que: “...en los pocos dias que ha que comenzé la visita he averiguado muchos tratos de governadores y capitanes que han mantenido con los soldados acudiendoles a excecibos precios vino y comidas de que no tenian necesidad y ha sido causa de su empeño y de andar desnudos y descalzos el postrer día de pascua partiré a visitar el ejército y fuertes a donde por haverse echo las ventas y, conchabos que acá llaman habrá mas claridad y provanza...”53 Precisamente la visita a la Real Hacienda de Concepción realizada por el licenciado Canseco durante 1619 fue una de las pocas ocasiones en que estos tratos ilegales, prohibidos expresamente en 1612 en el Placarte para el ejército de Chile dictado por el marqués de Montesclaros54, fueron sancionados lo cual se hizo según lo escrito por Diego de Rosales, con

52

Villalobos. Vida fronteriza en la Araucanía... pp. 109 y 113. Uno de los casos conocidos referidos al abuso cometido por los gobernadores de apropiarse de parte del Situado con objeto de venderlo para su beneficio fue el de don Francisco de Meneses. En un informe elaborado a la llegada de su sucesor el marqués de Navamorquende, se expresó que se apropiaba de los fardos con los mejores géneros sin importar que llevaran el sello del rey, los que eran transportados a Santiago y vendidos en una tienda situada en la plaza de armas, la cual era manejada por Francisco Martínez de Argomedo, que comúnmente se conocía como “la tienda del gobernador”. Informe sobre el estado del reino después de la llegada del marqués de Navamorquende. Santiago, 16 de enero de 1668. Gay. Historia Física..., Tomo U, pp. 513-519. 53

Carta del licenciado Juan de Canseco al Presidente del Consejo de Indias. Concepción, 27 de marzo de 1619. BNMM. Tomo 120, f. 234. 54

En la “Provisión y Placarte del Virrey del Perú Marqués de Montesclaros de las ordenes que se han de guardar después de establecida la guerra defensiva” se prohibió: “...que ningun Capitan, ni oficial mayor ni menor, pueda llevar ni conducir por su cuenta a los fuertes ni al campo donde assistiere la gente de guerra, mercaderias ni bastimentos algunos para vender ni contratar con los soldados y gente de el exercito y presidios, pena de perder las mercaderias i bastimentos que assi llevarren i vendieren, y que el soldado no tenga obligacion de pagarselo, aunque lo haya recevido...”, reproducido en: Diego de Rosales. Historia General del Reyno de Chile. Flandes Indiano (3 tomos), Tomo U (Santiago, 1878), p. 541.

36

condenas “…en la volsa por tratantes...”55 Tales condenas sólo castigaron este exceso de los oficiales fronterizos, sin embargo, otros como era el ocupar a los soldados como mano de obra en sus haciendas fueron absolutamente obviados por Canseco y otros visitadores, aun cuando eran una práctica habitual en la época que éste arribó a Chile. La práctica referida se inició con la fundación de estancias reales hecha por el gobernador Alonso de Rivera en la región penquista, tales como las de Santa María, Catentoa y Buena Esperanza, destinadas a proveer de caballos y alimentos a las guarniciones militares. En ellas un número limitado de soldados hacían las veces de vaqueros, potrerizos o mayordomos, al mismo tiempo que ejercían como guarnición militar, en cuyo rol les correspondía cautelar los intereses reales frente a un posible ataque indígena así como los de los vecinos y otros sujetos aledaños a dichas propiedades. No obstante, los oficiales fronterizos fueron mucho más allá de lo que la práctica de los gobernadores les indicaba y optaron por separar pequeños grupos de soldados, quienes junto con tener que desempeñar faenas agrícolas también tenían por misión el custodiar grupos de indios capturados en las malocas, quienes a su vez eran enviados a las estancias de los jefes del ejército como peones agrícolas. Tales soldados no solo se alejaban del teatro de operaciones para dedicarse a guardar a estos esclavos, sino que además percibían mejores salarlos que el resto de la tropa, tal como lo expresó el gobernador don Juan de Jaraquemada en su informe sobre el estado del reino. En dicho documento la máxima autoridad del reino escribió que: “…los maestres de campo y cabos mandaban con 8 a 10 soldados a sus casas y haciendas ocupándolos en esto por tenerlos seguros y dejando algunos de guardia con ellos - los indios esclavos - y al tiempo de la paga cobravan estos mejores generos que los que estavan sirviendo que es un daño y el mayor que con estos esclavos y soldados tratavan de hacer sementeras guardar el ganado, beneficiar las viñas y todos los frutos que se trayan a este exercito...”56 Pero no todos los soldados podían contar con esta fortuna, aun cuando les fueran encargadas misiones de relativa confianza, como parece ser el caso de José Bravo, quien en los primeros años de la década de 1670 estaba ocupado por orden del mayor Juan Verdugo de la Vega como 55

Diego de Rosales. Historia General... Tomo U, p. 640.

56

Informe de don Juan de Jaraquemada... en: Gay. Historia Física...Tomo U, p. 238.

37

tendero en una pulpería y a quien, al momento de llegar el Real Situado y en la ya conocida modalidad de pagar los efectos conseguidos a crédito durante los meses anteriores, le cobraron doce pares de zapatos que nunca recibió, pero que su entrega estaba certificada con la firma de Verdugo de la Vega57. Ocupar soldados en las estancias y tiendas de propiedad de los oficiales fue una práctica que se extendió por todo el siglo, optándose a fines del mismo por encargar a algunos de ellos de menor rango la administración de las tierras de sus jefes, generalmente situadas cerca de los puestos militares en que los primeros servían, como se manifiesta en la visita a los indios del sargento mayor del reino don Bartolomé Pérez de Villagrán, quienes residían en la estancia de Calquingue, situada en el partido de Rere. En dicha visita, el corregidor del partido don Jerónimo Pietas y Garcés visitó los seis indios que poseía Pérez y al comprobar que estos prácticamente no conocían la doctrina cristiana y las oraciones de rigor llamó al mayordomo de la estancia, el teniente Juan de Sineo, a quien le mandó los hiciese rezar todos los días y les nombrase un fiscal, a lo que Sineo respondió “...que mientras estubiera en esa estanzia lo hara asi pero que el es soldado que no sabe lo que estara...”58 Testimonio que confirma el enraizamiento de esta práctica, la cual implicaba no solo que los soldados se ocupaban en actividades ajenas a sus deberes militares, sino también que sus superiores compartían en cierto modo su existencia fronteriza, en la cual el uso de los recursos humanos y materiales del estado para fines particulares, que incluso podían afectar el desempeño del ejército o la defensa del reino, podía ser muy frecuente. De otra parte, un porcentaje de los bienes que les eran entregados a los soldados a modo de sueldo, principalmente telas, eran vendidos por estos a los vecinos de Concepción y Chillán, a fin de proveerse de granos y otros alimentos. Tales transacciones también fueron tomando ribetes abusivos, pues si de una parte el comprador que en este caso podía ser un estanciero o un comerciante, tenía derecho a realizar una operación comercial que favoreciera sus intereses al comprar las telas a precios convenientes, de modo que pudiera comercializarlas o bien usarlas de materia prima para vestidos y jubones; la fijación de precios de compra más bajos respecto de lo que le costó la misma tela al soldado constituía un abuso en el cuál la corona 57 58

BNMM. Tomo 168, ff. 40-40 vta.

Visita a los indios del sargento mayor Bartolomé Pérez de Villagra. Estancia de Calquingue, 14 de febrero de 1694, en: Visita a los indios del partido de Rere. ANHCG. Vol. 533, f. 127 vta.

38

poco tenía que hacer, pues en definitiva se trataba de una compraventa entre sujetos privados, sin coacción, al menos aparente de forma tal que: “...quedandoseles [a] dichos soldados ruan paño y otras cosas del situado con que se les paga su sueldo...viniendo muchos de los dichos soldados a vender algunas de las dichas cosas en que viene el situado y con que le pagan su sueldo se las toman a el precio que los dichos vecinos les quieren poner y el vino trigo harina o carne que les dan por ellas se lo encajan a precios que tambien los ponen ellos a su voluntad y todo el daño notable de los dichos soldados...”59 Con lo cual el abuso se realizaba por partida doble, pues si de una parte los compradores fijaban el precio de la adquisición, que siempre estaba bajo el valor por el que había sido entregado al soldado, de otra al momento de entregar las especies con lo que se pagaría lo comprado éstas se avaluaban sobre sus precios normales resultando que el soldado recibía solo una fracción de lo que debería habérsele pagado si es que los precios de compra y venta no hubieran sido manejados abusivamente. De esa forma, a través de este mecanismo informal de venta una serie de productos provenientes directamente del Perú entraban a circular al mercado regional fronterizo, convirtiendo a los soldados en pequeños proveedores de materias primas para los mercaderes y estancieros penquistas, aun cuando el beneficio derivado de esta transacción, al menos para los miembros de la tropa era bastante dudoso. Todas estas prácticas, pero fundamentalmente la reventa de artículos de primera necesidad junto con el continuo atraso y discontinuidad de llegada del Situado tenían como consecuencias que los soldados vivieran en una constante pobreza, de ahí entonces que en diversas oportunidades fueron descritos como gente miserable, vestidos de harapos y hambrientos, tal como lo manifestó el oidor Celada, quien escribió que: “...los soldados estan tan desventurados que ni visten ni comen y pasan la mayor miseria del mundo porque andan descalsos de pie y pierna, el demas vestido que traen es una manta o pellejo que apenas los cubre...”60

59

Avisos y advertencias que el doctor Luís Merlo de la Fuente, gobernador y capitán general, dio al capitán Juan Jaraquemada para mejor servir a Vuestra Majestad. Santiago, 1º de marzo de 1611. BNMM. Tomo 118, f. 242. 60

Carta del oidor Gabriel de Celada... BNMM. Tomo 117, f. 119.

39

Palabras que son coincidentes con las que algunos años más tarde escribiría el licenciado Hernando Machado al rey; sin embargo, Machado advirtió otro punto que conspiraba no sólo contra la capacidad disuasiva que tenía la corona en la frontera hispano mapuche, sino también contra la vida y la moral de sus tropas, cual era la debilidad estructural de los emplazamientos fortificados, pues: “...los fuertes excepto Arauco, Monterrey y Levo que son de tapias, los demas es algo menos de una cuadra cercado de palos hincados y dentro unos bugios de paja en que los Españoles se alojan; en estos estan los soldados desnudos, descalzos y en algunos moliendo el trigo que comen a fuerza de brazos en unas piedras con excesivo trabajo...”61 Tal debilidad imponía un grave problema a las tropas, quienes pasaban largos meses prácticamente encerrados en estos asentamientos, aislados de los centros poblados españoles y muchas veces pasando hambre sobre todo si se habían roto hostilidades con las parcialidades mapuches. Todo ello les impedía cultivar las sementeras que generalmente había cerca de sus recintos fortificados, les cerraba las líneas de aprovisionamiento a través de mercaderes y comerciantes venidos de Concepción o Chillán y en ocasiones hasta la posibilidad de recibir tropas de refuerzo. Por su parte, los hombres apostados en los tercios de Arauco y Yumbel acudían a diversas estrategias para conseguir la comida y otros bienes que les faltaban de ahí entonces que era frecuente encontrarse por los caminos de la región con algunas partidas “...asi de a caballo como infantes andaban siempre muchos esparcidos en la Concepción y Chillán y en aquellas estancias a sus tratos y conchabos y a buscar comida...”62 Tales testimonios son, a su vez, similares a lo planteado en 1660 por el inquisidor Álvaro de Ibarra, quien fue enviado a Chile para investigar las causas y consecuencias de la guerra hispano mapuche de 1655, quien una de las primeras tareas que se impuso fue el conocer a fondo la realidad del ejército fronterizo. En tal sentido Ibarra informó en el Perú, que: “…el ejercito se compone de soldados visoños los de esperiencia han perecido a manos del enemigo lo mas que se ve eran mestizillos de poca

61

Advertencias sobre la guerra de Chile del licenciado Hernando Machado, oidor de la Real Audiencia del reino al Rey. 14 de marzo de 1621. BNMM. Tomo 122, f. 98 v. 62

Ídem, f. 48.

40

edad, rotos, descalzos de pie y pierna sin espada y muchos de ellos iban sin sombrero…”63 Estos testimonios dan cuenta de la pobreza de los hombres de las tropas reales, a lo que se debe sumar la fragilidad de las fortificaciones que los alojaban y los abusos que eran cometidos contra ellos por parte de cabos, capitanes y otros oficiales, situaciones que generalmente se extendieron por todo el siglo y que, en cierto modo, marcaron la vida de los soldados fronterizos, quienes se veían atados de manos para resolver tales problemas. Quienes podrían parecer como parte de las víctimas de la trama de sucesos fronterizos aquellos que sin ardor ni gran compromiso fueron compelidos a ir a una guerra o, por último, a un destino que no era precisamente el más grato y a donde muy pocos querían llegar; tales sujetos, que más allá de los prejuicios basados en sus supuestas características étnicas, provenían de los sectores menos privilegiados de la sociedad colonial y no pocos de los mismos, efectivamente, podían calificarse como ociosos, vagos o delincuentes parecían tener sus propios intereses. Basados en lo anterior, ¿podrían las autoridades de la época confiar en que una fuerza armada de esta calidad pudiera contener a las disciplinadas fuerzas mapuches?, asimismo ¿eran los intereses de la corona el motor de las acciones de estos hombres? O bien ¿sus propios intereses y carencias eran sus motivaciones para conseguir aquellos bienes que tanto necesitaban, muchas veces no importando como? Estas preguntas son las que intentaremos responder, sobre todo al considerar que los soldados rápidamente se adaptaban al medio fronterizo, aun cuando muchos querían huir lo antes posible; no obstante, en general estos hombres actuaban bajo las reglas no escritas de la frontera, aquellas en las cuales el desorden, las pequeñas traiciones, el vicio y los abusos contra los más débiles iban de la mano con la camaradería, la paciencia para esperar el Situado y la propia conformación de la vida fronteriza, de la cual estos hombres junto con su pobreza, deserciones, juegos y ocio consuetudinario lograron imponerle una impronta fundamental, la cual pocas veces ha sido reconocida más allá de la anécdota o de la descripción. LOS SOLDADOS FRONTERIZOS. OCIO, JUEGO Y AMANCEBAMIENTO EN LOS FUERTES DEL BIOBÍO.

63

Parecer del inquisidor Álvaro de Ibarra en las cosas del reino de Chile y su ejército. Lima, 26 de enero de 1660. BNMM. Tomo 146, ff. 3-4.

41

Las guarniciones militares fronterizas y sus alrededores estaban habitados junto con los soldados y oficiales, por una serie de sujetos de las más variadas procedencias étnicas y geográficas. Hombres y muchachos mapuches de Araucanía y Chile central, algunos de los cuales servían a los soldados como criados o mozos de caballeriza, mientras que otros formaban parte de las parcialidades de indios amigos asentadas cerca de los fuertes; mestizos y españoles empleados como pastores, vaqueros y labradores en las estancias cercanas al río Biobió; mercaderes que vendían tocino, vino y otros efectos a la tropa y a los mapuches de las tierras libres cuando venían a comerciar a los fuertes; algunos negros y mulatos esclavos y, por último, mujeres mapuches o mestizas que actuaban como sirvientas de los soldados, pero también como sus mancebas. Todos estos sujetos formaban un abigarrado grupo humano, que sin duda contribuyó poderosamente a definir el carácter de la frontera durante el siglo XVII, a donde habían arribado de los más distintos modos aunque muchos de ellos compelidos por la fuerza. Sin embargo, llegados de grado o por fuerza nacidos allí o cualquiera fuera la alternativa por la cual se encontraran en estos parajes, muchos de ellos vieron en estos la tierra ideal para desplegar su vida y costumbres disipadas o que se hicieron así y a los fuertes, tercios y pagos de la región como los sitios precisos para materializar sus ambiciones de libertad, diversión y desenfreno. En tal sentido abundan los testimonios de los contemporáneos sobre la vida en los asentamientos fronterizos, en los cuales los soldados mal pagados y peor vestidos, indisciplinados y ociosos pasaban la mayoría de sus días entre las partidas de naipes, el robo a los indios amigos o la venta de armas y objetos de hierro a sus propios enemigos, en un continuo juego de encuentros y desencuentros en el que participaban todos los que de una u otra manera habitaban, llegaban o salían de los puestos españoles. De tal forma, estos lugares se transformaron en el crisol de la sociedad fronteriza, aquella donde las diferencias entre el mundo tribal mapuche y el mundo colonial se atenuaban para dar paso a una tercera forma de vida propia de este espacio y sus hombres, que independientemente de su lugar físico de residencia transitaban en ambas sociedades, aun cuando muchas veces no lo hacían más que en la propia y de lo cual el juego, el contrabando o el amancebamiento fueron sus manifestaciones más visibles pero indudablemente no las únicas. Los fuertes y tercios eran los lugares donde por excelencia se concentraban los díscolos sujetos fronterizos, en los primeros las guarniciones se elevaban a alrededor de cincuenta

42

soldados al mando de un cabo, estos eran lugares donde el control de las acciones de la tropa en muchas oportunidades estaba ausente, al mismo tiempo que los propios cabos participaban de los modos de vida disipados e inquietos de sus hombres. Tal como lo expresó en 1611 el gobernador Juan de Jaraquemada, quien refiriéndose al fuerte de Paicaví expresó que lo halló: “...cubierto de paja y a cargo de un ayudante como le halle, mozo, de poca capacidad y experiencia con 60 hombres visoños y los mas de ellos sin camisa y descalços...hecho una carcel de delinquentes y hombres sin obligaciones…”64 Tales sujetos tenían como principal ocupación resguardar los vados del Biobío y parajes cercanos ante posibles ataques indígenas, sin embargo, como bien lo manifestó Jaraquemada, generalmente su vida estaba marcada por el aburrimiento, el ocio y el aislamiento, lo que los convertía más que en militares a cargo de una guarnición en una tropa de desarrapados, que esperaban cualquier oportunidad para salir del encierro en que se convertía su bastión. Quizás es por lo anterior que, una vez que las parcialidades mapuches del sector donde se encontraba alguna fortaleza hispana daban la paz, los soldados inmediatamente relajaban las guardias y otras medidas de seguridad y quienes, según manifestó Alonso González de Nájera: “...antes de la paz no osaban salir un paso de sus fuertes sin muy buena escolta, comienzan en confianza que los indios son ya amigos a menospreciar el recato, aborreciendo las enfadosas armas, y a salir a espaciarse desembarazados dellas, deseosos de la libertad, con una confianza tan grande, como si desembarcaran en España de alguna larga navegación. Y cada uno se desmanda por su parte derramándose y dividiéndose unos a pescar, otros a emboscarse en el monte o carrizal a rematar cuentas a criados, otros a bañarse al distante río, otros a los prados a segar la yerba para sus caballos, y otros finalmente a la apartada laguna a lavar la única y singular camisa...”65 Tales actividades se hacían más cotidianas en la medida que la guerra se comenzaba a hacer una realidad cada vez menos presente, sin embargo, como lo plantea el antiguo maestre de campo general la tropa no esperaba que la paz se asentara para salir hacia los campos vecinos, 64 65

Informe de don Juan de Jaraquemada... en: Gay. Historia Física...Tomo U, p. 234.

Alonso González de Nájera. Desengaño y reparo de la guerra del reino de Chile. Editorial Andrés Bello (Santiago, 1971), p. 130.

43

donde encontraban pasto para sus caballos, agua fresca y peces en los ríos. La paz, asimismo no solo hacía que los soldados prontamente relajaran las medidas de seguridad y salieran fuera de las murallas de sus fuertes, sino también que dentro de ellos se dedicaran al juego, despreocupando sus obligaciones militares, como lo plantea Rosales al referirse a los efectos que generaba sobre la tropa la falta de beligerancia derivada de la política de guerra defensiva o de las treguas que se acordaban con diferentes parcialidades, de forma tal que: “…los soldados no cuydaban tanto de las armas, y divertidos en juegos y entregados a la ociosidad daban lugar a la libertad y a los vicios: que para dar un soldado en vicioso no ha menester mas que estar ocioso…”66 Esta última sentencia, parecía derivarse de la observación aguda de la vida cotidiana de los diferentes asentamientos militares que el jesuita había conocido en su calidad de misionero en la Araucanía, la cual planteaba que la ociosidad era en el fondo la responsable del conjunto de conductas desordenadas de los soldados, los que incluso llegaban a perder hasta su ropa en los juegos de azar, como lo expresó Santiago de Tesillo, quien relata que el gobernador Francisco Lazo de la Vega encontró a los hombres del ejército descalzos “...y tan acaecidos en los trajes que no parecían españoles, cuyo efecto se atribuía a las tablas de juego, donde perdían la ropa que se les daba de socorro para vestirse...”67 Conductas que tenían consecuencias que incluso iban más allá de las murallas de los fuertes, pues los soldados a fin de cubrir sus necesidades y ante la falta de dinero y bienes para transar no pocas veces se arriesgaban a cometer actos delictivos contra los propios españoles que se encontraban asentados en chacras y estancias cercanas a algunos fuertes. Tal situación, así como las consideraciones tácticas en torno a cuales eran los mejores sitios para situar las guarniciones militares llevaron a que en ocasiones los gobernadores tomaran medidas destinadas de una parte, a evitar los desmanes de los soldados y de otra a resguardar mejor la frontera. Una de estas medidas fue la adoptada por don Francisco Laso de la Vega quien dispuso trasladar el tercio de San Felipe de Austria desde su ubicación original hasta Angol, al interior de] territorio mapuche, con lo cual: 66 67

Diego de Rosales. Historia General...Tomo U, p. 616.

Santiago de Tesillo. Guerra de Chile. Causas de su duración, en: CHCh. Tomo V. Imprenta Elzeveriana (Santiago, 1864), p. 46.

44

“...los soldados estaban mas apartados de las estancias, donde hazian mas daños que los mismos enemigos, retirados del vicio, menos dados a la ociosidad y mas exercitados en la guerra...”68 En el mismo sentido, en 1646 el gobernador Martín de Mujica decidió mudar el tercio de Arauco hasta Tucapel, medida que permitía que los soldados se concentraran en su trabajo y evitaba que cometieran delitos como el robo de caballos al menos en las tierras de españoles, pero de todas maneras dictó un decreto que impuso fuertes penas para quienes siguieran practicando el abigeato, así fueran militares o civiles. Pero un problema más acuciante en el seno de los asentamientos militares eran las pendencias o duelos a espada al interior de los cuarteles, que introducían una cuota de violencia e insubordinación que podía resultar peligrosa para la convivencia de la tropa, además de la posibilidad cierta que uno de los contendientes resultara gravemente herido o muerto, para cuyo remedio Mujica dictó un bando que penaba con la muerte a quienes fueran sorprendidos en este trance.69 Del cumplimiento de esta disposición no tenemos antecedentes concretos, pero según se desprende de la carta que el gobernador envió al rey el 23 de mayo de 1647, las penas contenidas en cada bando “se ha[n] executado ynviolablemente”. Medidas como las anteriores, sobre todo aplicadas con mano fuerte, como lo hizo don Martín de Mujica solo tuvieron un impacto parcial en las conductas de los soldados, quienes a pesar de las penas a las cuales se exponían siguieron llevando un estilo de vida, en general, desordenado y, en la medida que la guerra y la propia oficialidad lo permitía, ocioso pero al mismo tiempo lleno de privaciones. Así lo manifestó el inquisidor Álvaro de Ibarra el 1660, quien en su “Parecer sobre las cosas del reino de Chile y su ejército” manifestó con estupor el hambre que sufrían los soldados, a quienes las raciones quincenales de granos y carne no les alcanzaban para completar tal período, lo que les hacía andar gran parte del tiempo hambrientos. Al mismo tiempo, responsabilizaba a la oficialidad de los problemas y sinsabores que sufrían sus subordinados, sindicándolos como lo mayores enemigos de la tropa a quienes,

68 69

Diego de Rosales. Historia General...Tomo UI, p. 140

Decreto del gobernador Martín de Mujica, sobre que nadie sea osado de sacar la espada para dirimir pendencias. Concepción, 11 de julio de 1646. BNMM. Tomo 139, ff. 91-92; ANHMV. Vol. 2, ff. 427-428.

45

ya por décadas, seguían vendiendo los productos de sus estancias a precios excesivos. Lo anterior permitía que los soldados, estuvieran: “…espuestos a hacer dos mil maldades para sustentarse – y particularmente – los que estaban en la ciudad de la Concepcion ni aun alojamiento tenian en que dormir de noche y dia algunas veces sobre dos varas de lodo recostado un soldado sin tener mas defensa que una mala frezadilla...”70 A la conducta de la oficialidad y a los problemas de sobrevivencia de la tropa debía sumarse la mala calidad de ésta, formada por: “…soldados tan mal inclinados y aquella milicia tan relajada que muchos de ellos juegan y venden los zapatos que les dan cada mes, en algunas ocasiones los vi salir a la campaña tocando arma al enemigo y me persuadi que un indio bastaba para cincuenta de aquellos soldados…”71 Factores, que con mayor o menor influencia, fueron conformando un estilo de vida en el cual la sobrevivencia iba de la mano con, de una parte, los abusos que la oficialidad cometía con su tropa y de otra, los que los mismos soldados perpetraban contra otros sujetos, pues si bien el mudar los tercios de sus asentamientos originales hacía la ribera sur del Biobío alejaba a la soldadesca de las estancias y ciudades españolas, de otra parte los situaban cerca de los rewes de indios amigos lo que generaba nuevos abusos. Como ya se ha mencionado, los soldados del ejército real no estaban solos en sus tercios y fuertes, por el contrario, cada uno de ellos tenía para su servicio varios indios e indias, quienes se encargaban del cuidado de sus caballos se preocupaban de hacerles la comida., remendar sus ropas y hacer el aseo de sus barracas, además de encargarse del cultivo de las sementeras que se encontraban aledañas a los fuertes y servían para sustentar tanto a la tropa como a los yanaconas de servicio. Tales indios pocas veces habían llegado por su voluntad a la frontera o bajo asiento de trabajo, más bien se trataba de servidores forzosos que eran traídos de Chile central cada vez que los soldados bajaban a los distritos aledaños a Santiago, en donde el rapto de indios de encomienda que estos realizaban era una realidad dramáticamente frecuente. Estos sirvientes acompañaban cotidianamente a sus amos, por lo tanto, no solo los atendían en 70

Parecer del inquisidor Álvaro de Ibarra... BNMM. Tomo 146, ff. 4-5.

71

Ídem, f. 5.

46

los fuertes y tercios fronterizos, sino que también iban con ellos cada verano cuando el ejército entraba a campear a las tierras mapuches, como lo expresó don Juan de Jaraquemada, quien en 1611 informó al rey q ué para que la tropa fuera a tierra enemiga: “...es menester que el soldado de cavallo lleve tres criados uno para que le traiga ierva y otro que le lleve la comida y cama y quien le haga de comer y esto al menorete porque ay muchos que meten a 15 y a 20 cavallos y seis yanaconas y el infante su trigo y piedra de moler que todos los mas las llevan con que todas las veces que se aloja y levanta el campo parece que se funda o se muda una ciudad...”72 Tal marcha parecía una pequeña migración más que una expedición militar, la cual cada año entraba y salía de los tercios de Arauco y Yumbel y de algunos fuertes que contribuían con tropas para atacar los asentamientos mapuches, en ella si los soldados que participaban llegaban a sumar 800 o 900 hombres, el número de servidores bien podría triplicarlo, por lo cual podía alcanzar a más de tres mil hombres y mujeres, cada uno de los cuales portaba en sus espaldas ollas, camas, armas y provisiones. Tras las campeadas los indios volvían a su vida normal en los fuertes, en los cuales una de sus principales funciones era proveer de comida a sus amos, pues dada la cortedad del situado y de los sueldos de la tropa, era imposible que los soldados pudieran mantener a sus sirvientes por esa vía. Una segunda vía usada por los soldados rasos y suboficiales para conseguir recursos adicionales era la captura de esclavos indígenas, quienes eran vendidos a los oficiales del ejército por bienes o dinero, que luego servía para su propio alimento o el de sus servidores, además de comprar otros bienes. Sin embargo, al menos en los años que las autoridades implantaron la guerra defensiva, el recurso de capturar esclavos y por esa vía sustentar caballos y sirvientes, les fue negada a los militares, lo cual trajo una notable oposición en las filas reales, en las cuales “...ninguno quiere estar en la paz entre tanta pobreza y miseria como padecen los soldados en los alojamientos y a esta causa los soldados de a caballo no les pueden tener atados ni con segalo porque por no tenerlo ellos no tienen yanaconas y asi es fuerza echar sus caballos a pastar al campo de donde los mas de ellos no los recojen por no tener quien les siegue y traiga 72

Informe de don Juan de Jaraquemada...en: Gay. Historia Física...Tomo U, p. 239.

47

yerva que coman de noche y asi son mas del enemigo que de nuestros soldados porque siempre hay mil cuadrillas de ladrones entre nosotros...”73 Tal pobreza imponía a los hombres de la tropa y particularmente a los jinetes la imposibilidad de contar con este tipo de servidores, a quienes ya no podían mantener ni siquiera mínimamente, lo que asimismo provocaba la huida a la menor oportunidad de los que quedaba en tercios y fuertes, quienes generalmente se refugiaban en las tierras mapuches libres, en las cuales su mayor bien era la información que poseían sobre la situación militar y anímica de, al menos, el lugar desde donde se habían fugado. De otra parte, en 1620 la Tasa del príncipe de Esquilache incluyó algunas disposiciones que, sin intentar desterrar esta práctica a todas luces ilegal y abusiva, trató al menos de regularla en beneficio de los indios. En ella se dispuso que los comandantes de los fuertes visitaran una vez al año a los yanaconas de servicio, a fin de asegurar que los soldados les pagaran un sueldo, al mismo tiempo que completaren el tributo a los encomenderos si es que los indios tuvieran esa condición. Asimismo, pretendía al menos en parte solucionar el abuso del rapto de sujetos encomendados al mandar limitar el número de los que debían servir en los fuertes según el arma a la que pertenecían los soldados que los ocupaban, de modo tal que: “...ningún infante sin licencia del gobernador, tenga él solo, indio de servicio, sino de camarada con dos o tres soldados, porque el que quisiere tenerle ha de ser de a caballo, y que al cabo que fuere, acomode de servicio a los de a caballo, quitándolo a los infantes...”74 Con ello cada jinete podía tener un sirviente, mientras que los infantes debían compartir entre tres o cuatro soldados un único yanacona, con lo cual se debería bajar ostensiblemente la cantidad de indios que habitaban los fuertes y tercios. Tales disposiciones pocas veces fueron implementadas por cabos y capitanes, quienes preferían atender problemas más urgentes que éste, más aun cuando los indios de servicio cubrían todas aquellas labores que los soldados bien se negaban a realizar precisamente por considerarlas serviles, o sino porque los yanaconas 73

Informe del doctor Luis Merlo de la Fuente, sobre la guerra defensiva en el reino de Chile. Lima, 12 de enero de 1617. BNMM. Tomo 119, ff. 83-84. Las cursivas son nuestras. 74

Tasa y ordenanza para el reino de Chile hecha por don Francisco de Borja, príncipe de Esquilache. 28 de marzo de1620. Álvaro Jara y Sonia Pinto. Fuentes para la historia del trabajo en el reino de Chile (En adelante FHTRCh) Tomo I (Santiago, 1982), p. 103.

48

estaban encargados de áreas fundamentales como era la provisión de comida y el cultivo de los campos aledaños a los fuertes, de modo tal que esta modalidad de trabajo indígena forzado se siguió manteniendo por largos años, a pesar de estas limitaciones que en general no quedaban más que en el papel. Pero los yanaconas de servicio no eran los únicos sujetos que trabajaban para los soldados, ni tampoco los únicos que llegaban a la frontera de manera obligada. También en los fuertes existía un alto número de mujeres indígenas, la mayoría de ellas asimismo venidas desde Chile central luego de ser raptadas por algún soldado o bien traídas desde las parcialidades de indios amigos bajo diversos predicamentos, que iban desde el rapto hasta la llamada “venta a la usanza”. No obstante, en el caso de estas mujeres residentes en los fuertes y tercios fronterizos el problema de su presencia en ellos adquirió ribetes distintos al de los varones, principalmente porque los soldados las tendían a convertir en sus mancebas, en ocasiones formando uniones permanentes y llegando incluso a tener hijos con ellas. Tal situación ha llevado a que se formule que en la unión de estos dos sujetos, un soldado y una india de servicio, se puede ver el nacimiento de las primeras familias campesinas de la región penquista.75 Más allá de lo anterior, el concubinato con mujeres indígenas y, en general, el amancebamiento era una muestra más de la forma de vida fronteriza de la tropa, pues aun cuando en los fuertes más grandes y en los tercios de Yumbel y Arauco existían sacerdotes que podían sancionar legal y religiosamente estas uniones, los soldados preferían el amancebarse al casarse. Tal práctica es posible de rastrear desde el momento mismo de la creación del Ejército real de la frontera e incluso antes, pues si bien el bando del gobernador Francisco de Quiñones es una muestra clara de lo que ocurría entre los capitanes y las tropas, quienes no dudaban en trasladar sus mancebas a los campos de batalla, más decidor es el relato del sacerdote jesuita Diego de Rosales, cuyo testimonio es necesario citar en extenso. El cronista al referirse a la impresión que tuvo en 1604 don Alonso de Rivera respecto del novel ejército, escribió que éste observó: “...en las campeadas el desorden con que militan en esta guerra, pues son pocos los que sirven en ella con ostentacion que no traigan dos indias o

75

Cerda. Fronteras...pp. 36-37.

49

mestizas por criadas, y algunos mas, las quales, aunque es verdad que para sustentar y hazer de comer y labar a la gente que consigo lleban de camaradas y criados las reputan por necesarias, y con razones aparentes lo justifican, diziendo que si no lleban criadas que hagan de comer, el servicio se pierde y tambien los caballos, sin los quales no se puede hazer la guerra, como si en otras partes no se hiziesse la guerra sin mugeres y sin criadas, que si solamente sirvieran de criadas fuera tolerable; pero ni ellas ni ellos se contentan con eso, sino que usando de ellas para sus apetitos desordenados, va el exercito cargado de pecados y offensas de Dios, que obligan a su divina justicia a castigarle con malos sucesos. Y una de las mas principales causas de las desgracias y azotes de este Reyno es este desorden de los amancebamientos con las criadas, porque los que las tienen no las tienen solamente por criadas sino por mugeres...”76 A raíz de esto el gobernador mandó desterrar dichas mujeres, como precisa Rosales, tal como lo habían hecho anteriormente Martín García Oñez de Loyola y Alonso de Sotomayor. Como se ha visto el problema que enfrentaban las autoridades y la iglesia no consistía en si era lícito que los soldados tuvieran entre su servicio mujeres indígenas o mestizas, sino que las convirtieran en sus mancebas, con lo cual además de entregarse a los placeres del amor, atentaban gravemente contra la moral y descuidaban sus deberes militares. Es decir, las mujeres junto con ser incitadoras del deseo lo eran de la ociosidad, a la cual los soldados por su mala naturaleza, rezan las fuentes, eran naturalmente inclinados y constituía, como se ha planteado, el origen de la mayoría de los vicios y disipaciones de los militares fronterizos. Los intentos por aplicar medidas que permitieran desterrar los amancebamientos eran frecuentes en el Ejército del reino, o era el gobernador quien mandaba expulsar las indias o bien el virrey del Perú dictaba disposiciones en el mismo sentido. En el Real Placarte del Ejército de 1612, ya citado, el marqués de Montesclaros insistía en tomar medidas contra ellas y sus amantes. Si bien Montesclaros no pretendió expulsar a las indias y mestizas de los fuertes y tercios, si dispuso limitar el número de las que se podían encontrar en las guarniciones militares o en los lugares cercanos a ellas, de modo tal ordenó al gobernador del reino que: “...excuse todo exceso en el numero de indias solteras y de mal vivir que andan con el exercito y campos...” al mismo tiempo que prohibió expresamente que ninguna india “...de esta calidad – soltera o de mal vivir –

76

Diego de Rosales. Historia General...Tomo U, pp. 402-403.

50

pueda ir por cuenta de ningun soldado ni estar amigada con él y que no pueda ninguna india ni otra muger casada ni soltera, hazer noche dentro del toldo, ni en fuerte donde no assistiere su propio marido. Y en caso de no tenerle, duerman en toldo y rancho aparte, sin mezclarse con los dichos soldados...”77 Pues consideraba que éstas quitaban la salud y la fuerza a las tropas, lo que nos les permitiría soportar las “penalidades y trabajos de la guerra”. Al mismo tiempo, mandó reducir al mínimo las licencias a quienes quisieran ir a las reducciones de indios amigos, pues en ellas no era extraño que algunos intentarán forzar las mujeres de dichos asentamientos, o bien llevárselas a sus cuarteles las que, según el virrey, iban por miedo a los soldados. Sin embargo, las medidas punitivas contra los amancebados casi nunca tenían éxito esperado por las autoridades de la monarquía pues estos insistían, de una parte, en traer indias de Chile central a sus guarniciones y de otra, en seguir convirtiéndolas en sus amantes, sin importarles mayormente bandos y decretos. Incluso, en aquellos puestos donde el control de los misioneros o de los propios oficiales era más acucioso, como eran los tercios de Arauco y Yumbel, los amancebamientos eran pan de cada día. La Carta Anua de la viceprovincia jesuita de Chile correspondiente a los años 1619 y 1620 da buena cuenta de esta situación; en ella el viceprovincial informó a sus superiores que en la residencia de Arauco durante ese periodo: “...Anse remediado muchos pecados y muchos han dejado sus mancebas y a otros se las an quitado sus capitanes y maestres de Campo por averse reprehendido con mucho zelo los pecados publicos y escandalosos...”78 Situación que solo fue posible, como bien lo expresa la Carta Anua, por el celo con que se procedió para expulsar a las indias del tercio, o bien, para obligar a los soldados a dejarlas; no obstante, lo que queda claro es que cualquiera haya sido el procedimiento empleado por misioneros y oficiales, los soldados no estaban dispuestos a dejar voluntariamente a sus mancebas y solo lo hicieron en el momento en que fueron reprimidos por la autoridad. De todos modos la Carta Anua no aclara si al menos ese todos los amancebamientos del tercio de Arauco

77 78

Provisión y Placarte del Virrey del Perú...en: Diego de Rosales. Historia General...Tomo U, p. 542.

Carta Anua de la viceprovincia de Chile de la Compañía de Jesús de 1619-1620. Cartas Anuas de la Provincia de Paraguay, Chile y Tucumán de la Compañía de Jesús, 1615-1637. Documentos para la historia argentina, Tomo XX (Buenos Aires, 1929), p. 188.

51

fueron extinguidos, así como tampoco el número de soldados amancebados, sin embargo, esta práctica estaba extendida por todo el Ejército. Las Cartas Anuas anteriores y posteriores al año citado no consignan este tipo de información, de forma que aunque pensamos que la política jesuita de solucionar estos pecados y escándalos públicos era permanente, no contamos con la información suficiente para afirmar que tales acciones fueron nuevamente repetidas, al menos por los misioneros. El mismo año en que la Carta Anua citada era redactada se dictó la Tasa de Esquilache que, asimismo, se refirió al problema del amancebamiento de soldados e indias. En el apartado en que se trató sobre los indios de servicio el virrey del Perú príncipe de Esquilache mandó que en los tercios de Yumbel y Arauco: “...haya dos o tres casas donde se recojan de noche todas las indias solteras a dormir a la hora que se señalare, para evitar amancebamientos, y que las casas las visiten a menudo el cabo, y el vicario y la ronda. Y por ejemplo que deben dar las cabezas, que depende la reformación de los demás, ningún capitán ni oficiales vivos puedan tener india soltera en su servicio; y encargo severamente al Gobernador, no conserve en oficios a los que así no lo cumplieren...”79 Disposición que, al igual que en el caso de los indios de servicio, tampoco pretendía acabar con la presencia de las indias en los fuertes, sino evitar los amancebamientos al mandar que se hicieran dos viviendas para éstas, de modo tal que no pernoctaran en las barracas de los soldados, en lo que fue un nuevo intento de imponer disciplina a las tropas y mujeres, separarlos residencialmente y controlar sus movimientos. Al mismo tiempo, esta ordenanza prohibía a la oficialidad el emplear indias solteras, pues si en un sentido se manifestaba que estos debían cooperar con el ejemplo, de otro no era improbable que los amancebamientos o, al menos, los amores clandestinos con indias y mestizas de servicio también fuera una realidad dentro del oficialato, quienes como se ha visto no estaban lejos de compartir la vida fronteriza de sus tropas. Pero mientras el príncipe de Esquilache terminaba de redactar su tasa en el Perú, casi al mismo tiempo en la frontera de Chile el oidor don Juan de Canseco afirmaba que los

79

Tasa y Ordenanza para el reino de Chile hecha por don Francisco de Borja, príncipe de Esquilache. FHTRCh. Tomo I, p. 103.

52

soldados estaban “...casi todos amancebados en los tercios con las indias que les sirven...”80 asimismo, años más tarde el cronista Diego de Rosales daba cuenta que estas disposiciones y medidas no habían tenido ningún efecto en las plazas fronterizas, donde la tropa seguía compartiendo sus noches con las indias que en el día servían su mesa; sin embargo, Rosales es claro en manifestar que la falta de solución de esta situación se debía al poco celo con que los gobernadores habían tratado el problema, que nuevamente quedó en evidencia al momento que don Francisco Laso de la Vega ordenó el traslado del tercio de San Felipe de Austria desde Yumbel hacia Angol, proceso en el cual: “...embió por las mugeres y soldados que avian quedado en él con una compañía: que si las mugeres fueran todas legítimas acompañaran bien al exército, pero entre ellas avian muchas que les servian a los soldados, con titulo de hazerles la cozina, de hazerles la cama y de acompañarlos en ella, vicio que no se ha podido desarraigar de este exército por no poner los gobernadores con zelo christiano el cuidado y desvelo que ponian los gobernadores gentiles en sus exércitos...”81 Cabe preguntarse su solo las medidas represivas implementadas por las autoridades del reino o bien el incentivo a los soldados para que se casaran eran suficientes para terminar con los amancebamientos. Al parecer ninguna de estas posibles soluciones eran tales, pues tal práctica estaba arraigada fuertemente entre ellos y tenía poderosas razones para subsistir, pues los hombres de la tropa casi no podían prometer nada a una mujer para que aceptara sus proposiciones matrimoniales; ni siquiera eran capaces, dada su consuetudinaria pobreza y su régimen de vida. Un sujeto que podría graficar la actitud del soldado fronterizo era Francisco Gaona, cuyas andanzas llegaron a los oídos de la propia Real Audiencia, quien escribió al gobernador, el marqués de Baides, denunciando la forma de vida de este individuo. En su respuesta la máxima autoridad del reino informó a la Audiencia de su entrevista con Gaona, quien relató al marqués: “...veniendo a pedirme licencia para volver a essa ciudad se la negue y mande asentase plaça y pregunte por la muger que traxo y donde la tenia confesome la verdad diciendo le avia salido ella a buscar al camino de que 80

Carta del licenciado Juan de Canseco al Rey. Concepción, 30 de marzo de 1620. BNMM. Tomo 121, f. 56.

81

Diego Rosales. Historia General...Tomo UI, p. 139.

53

me consta y oi esta en Arauco con una hermana suya mandarela de vuelta llegada que sea a esta ciudad por ynviado por ella – agregando que – estimo mucho este aviso pues con el cesara el escandalo...”82 Así entonces, Gaona no solo había llevado su manceba a Concepción, donde la había abandonado, obligando a la mujer a salir a buscarlo, sino que siendo soldado había tenido la osadía de pedir permiso al marqués a objeto de volver a Santiago, con dos evidentes propósitos, cuales eran alejarse de su, al parecer, molesta amante y dejar de asistir en su guarnición al cumplimiento de sus obligaciones militares. Dicha conducta de los fronterizos, como muchas otras, se desplegó a través de todo el siglo XVII tal cual se manifestó a través de la distación de medidas destinadas a reprimir los amancebamientos en la década de 1680, como fue el decreto del gobernador José de Garro en el cual ordenó: “...a los cabos y capitanes del ejercito que no permitan en sus compañias amancebamientos escandalosos ni que con pretesto de criadas tengan en los alojamientos ningun genero de mujeres de mal vivir dentro de sus casas y si hubiere algunas las echen de las plazas dentro de ocho dias de la publicacion de este vando que se les da e termino por si quisieren casarse y a los capitanes y lenguas de las reducciones que no siendo casados tuvieren yndias de la husanza en sus casas con quienes esten amancebados se las quitaran los cabos de las plazas y nos daran cuenta de la que quitasen para entregarlas a sus padres y parientes o ponerlas en libertad...”83 Tal medida, junto con penar las amistades ilícitas, constituyó una muestra de que los hombres que habitaban en los fuertes y tercios fronterizos seguían persistiendo en esta costumbre, a pesar de los bandos y decretos que cada cierto tiempo se dictaban en su contra, los cuales de una parte no tenían el debido cumplimiento de quienes eran encargados de hacerlos acatar y de otra, los soldados eran capaces de diseñar las más diversas estrategias para persistir en sus amancebamientos, como era el de instalar a sus mujeres en alguna estancia cercana como sirvienta o bien, trasladarlas a Concepción, Chillán o a algún pequeño villorrio fronterizo.

82

Carta del gobernador de Chile el marqués de Baides a la Real Audiencia. Concepción, de febrero de 1641. AHNRA. Vol. 2988, f. 71. 83

Decreto del gobernador José de Garro ordenando que no se permitan los amancebamientos entre las tropas del Ejército. Concepción, 26 de octubre de 1682. ANHMV. Vol. 3, ff. 224-224 vta.

54

De otra parte, el casarse con alguna mestiza o india de la frontera no garantizaba que el sujeto que contraía el vínculo fuera un hombre honesto y pensara en persistir en su matrimonio, tal como pareciera demostrarlo el caso de Juan Lucero, cuarterón cuzqueño, quien entre 1613 y 1617 fue juzgado por la inquisición virreinal acusado de bigamia. Lucero, quien arribó a Chile alrededor de 1597, al describir su persona y el modo en que llegó al reino declaró: “...que savia leer y escribir y que havia estudiado un poco aunque no se acordava de nada y que se habia criado en el Cuzco y que despues en ocasion de yr a cobrar una hacienda a Chile se havia ydo por soldado y aunque se quiso bolver no le dejaron...”84 En tales circunstancias y siendo casado en el Cuzco este sujeto entró a servir en las tropas que luchaban contra las fuerzas mapuches lideradas por Pelantaru, sin embargo en 1601 fue cautivado después de naufragar las fragatas que lo conducían, junto a otros 70 hombres, a socorrer a la ciudad de la Imperial. En dicho cautiverio estuvo por dos años, luego de lo cual se fugó arribando al tercio de Arauco donde se reincorporó a las filas de la milicia, según su declaración luego de salir del cautiverio: “...le havian dicho las personas que vinieron del Cuzco que hera muerta la dicha su muger lo qual en particular le certifico un soldado que la havia visto morir y ayudar a enterrar y despues le havia dicho otro soldado lo mismo natural del Cuzco y que hera publico y notorio y con esta relacion se havia determinado a casar tres años despues con Mariana de Cariaga yndia conformandose en que devia de ser muerta la dicha primera muger y confirmose en ello por no haver tenido cartas suyas ni de su madre del reo...”85 Con Mariana Cariaga, india originaria de Chillán, Lucero alcanzó a estar casado alrededor de seis años luego de cual e informado por otros sujetos venidos del Cuzco que su primera esposa estaba viva lo informó al comisario de la Inquisición en Concepción, de lo cual se derivó su arresto y posterior traslado a Lima para ser juzgado. En este relato, más allá de las casualidades y las mentiras de los sujetos venidos del Perú que, supuestamente impulsaron a Lucero a volver a casarse, pareciera confirmar que sin importar las diferencias de origen de cada hombre que 84

Confesión de Juan Lucero. Lima, 1617. BNMM. Tomo 280, f. 309.

85

Auto cabeza de proceso contra Juan Lucero por bigamia. Lima, 1617. BNMM. Tomo 280, ff. 306-307.

55

llegaba al ejército y sus futuras o presentes cónyuges o mancebas, los hombres que en él militaron estaban dispuestos a adquirir lazos amorosos o familiares con mujeres que, al igual que ellos, eran parte de la vida de la frontera, compartían sus espacios y evidenciaban cierto grado de desarraigo que las impulsaba a unirse a estos sujetos, aun cuando en ocasiones estos mismos eran quienes las habían sacado de sus lugares de origen. En tal sentido, explicar las uniones permanentes y más aun aquellas sancionadas con el vínculo del matrimonio, aunque estuviera invalidado como en el caso de Lucero, por el miedo o la coerción que ejercían contra ellas los soldados solo es sostenible en relaciones fugaces. Asimismo, llama la atención que si de una parte los amancebamientos de la tropa eran continuamente denunciados como pecados públicos y escandalosos, fueron pocas las ocasiones en que las autoridades militares y eclesiásticas tomaron realmente cartas en el asunto, de lo que da fe la recurrente denuncia de estos sucesos a través de prácticamente todo el siglo XVII; en cambio, casos de bigamia como el de Lucero, junto con ser más escasos pero no por ello más escandalosos y públicos que los amancebamientos, fueron juzgados y castigados con severidad, quizás por la intervención directa del Santo Oficio o bien porque, a diferencia de las uniones libres, generalizadas, pero asimismo fáciles de disolver como eran los amancebamientos, en el caso de las bigamias se violaban los vínculos sagrados que imponía el matrimonio. Pero volviendo al caso de Lucero, solo resta decir que éste fue condenado en 1617 a abjurar de lebi y ser gravemente reprendido por su delito, al mismo tiempo que se le prohibió volver a Chile y al Cuzco por 6 años y en caso que esto fuera quebrantado, debería cumplir 10 años de galeras a remo y sin sueldo. Al momento de su sentencia Lucero continuaba como soldado, ahora empleado en una de las compañía de presidio del Callao, desde donde probablemente nunca volvió a ver a Mariana Cariaga. LOS ABUSOS CONTRA LOS INDIOS AMIGOS Y LAS VENTAS ILEGALES DE LOS SOLDADOS. La atenuación de la guerra permitió que surgieran una serie de puntos de contacto entre la sociedad fronteriza y el mundo mapuche como fueron las estancias cercanas al Biobío, los pequeños retazos de tierra cultivados por criollos y mestizos más allá de la ribera sur de dicho río, las misiones, reducciones de indios amigos y, sobre todo, los fuertes del Ejército86. En tales

86

Villalobos. “Tipos fronterizos...”, p. 179, en: Relaciones Fronterizas...

56

sitios los soldados comenzaron a ver una serie de sujetos que si antes habían sido sus más enconados enemigos, ahora eran pacíficos comerciantes cargados de “productos de la tierra”, algunos de los cuales venían desde parajes bastante lejanos de los asentamientos militares españoles, mientras que otros se habían instalado cerca de estos como indios amigos, quienes tenían la calidad de aliados de la corona y a los cuales se les impulsaba a asentarse cerca de los fuertes a fin de doctrinarlos en la fe cristiana y asegurar el cumplimiento de los acuerdos de paz a través del control que la presencia militar española imponía87. En tal sentido, fue con estos indios amigos con quienes los soldados tuvieron sus primeros contactos cotidianos, manifestados a través del comercio o el trueque de distintos bienes o la llegada a los fuertes de mujeres indígenas quienes, como se ha visto, prontamente eran convertidas en mancebas, comenzando a residir dentro o en las inmediaciones de las barracas de la tropa. Dichos tratos fueron facilitados por el dominio del idioma indígena que, en general, tenían los habitantes del reino y en particular quienes pasaban sus días en la frontera como lo expresó en 1646 el obispo de Santiago, quien escribió que en “...esta ciudad – Santiago – y en todas las demas la lengua general de Chille esta saben los criollos con facilidad porque la hablan los yndios que los sirben o las yndias que los crian...”88 En dicha misiva el obispo capitalino se refirió en general a los criollos como sabedores de la lengua de la tierra por el contacto cotidiano con los indios e indias de encomienda, lo que puede resultar válido para todo el reino, pues en cada rincón de él los hombres originarios y sus descendientes, ahora vencidos, seguían habitando parte de sus antiguas tierras o se habían instalado como artesanos o sirvientes en las ciudades. Sin embargo, en la frontera la adquisición de tal conocimiento se transformaba en una necesidad elemental y aun más para los soldados, quienes mantenían un contacto directo con los hombres y mujeres mapuches dentro de sus fuertes o bien al interior de las parcialidades de paz y hasta cuando eran capturados y hechos cautivos, en tal sentido es importante citar las palabras de Francisco Núñez de Pineda, quien al momento de ser cautivado fue interrogado por sus captores sobre quien era y de donde venía, a lo que respondió “...ser de los reinos del Perú y haber poco

87

Andrea Ruiz-Esquide. Los indios amigos en la frontera araucana. Centro de Estudios Diego Barros Arana. Colección Sociedad y Cultura Nº IV (Santiago, 1993), p. 65 y ss. 88

Carta del obispo de Santiago fray Gaspar al gobernador de Chile don Martín de Mujica. Santiago, 2 de noviembre de 1646. AHNRA. Vol. 1909, pza. 1ª, f. 33 vta.

57

tiempo que asistía por soldado en estas partes; y esto fue en su modo de hablar conforme a los bisoños chapetones suelen pronunciar la lengua...”89 Es decir, Núñez de Pineda, a objeto de no ser descubierto en su calidad de capitán e hijo del antiguo maestre de campo general Álvaro Núñez de Pineda se hizo pasar por un recluta recién llegado del Perú, quien solo hablaba los rudimentos del mapudüngún, por lo tanto y leyendo negativamente sus dichos se puede colegir que los soldados veteranos, independientemente de su origen étnico o de la región de donde provinieran, hablaban fluidamente el idioma indígena, en el que encontraron una lengua que no solo facilitaba los contactos con la sociedad mapuche, sino también su propia transformación en hombres de la frontera, aquellos que transitaban entre ambos mundos generalmente sin necesidad de moverse de sus lugares de guarnición. En tales contactos indios y soldados fueron desarrollando una relación muchas veces contradictoria, oscilando de una parte, entre la camaradería y la colaboración en materias militares y de otra, entre la violencia y los abusos que la tropa se veía tentada a cometer contra los mapuches amigos. De estos abusos y violencias los más recurrentes eran el robo de especies y el rapto o violación de mujeres. Así lo expresó Diego de Rosales al narrar que la extrema necesidad de alimentos que durante el año 1605 sufrió el Ejército, llevó a que los soldados: “...faltos de ración se salian de noche de los quartesl hasta Ilicura y Cayucupil, sin atender a ordenes y vandos, diziendo que la necesidad carece de ley, y robaban las reducciones de los indios de los ranchos que hallaban con sus pobres comidas, los ganados que con tanto trabaxo criaban, y a vuelta de esto no perdonaban las preseas que ellos tanto estiman, como son las piedras de llancas, ni la ropa que vestian, moliendo a palos a los que se resistian, que para gente pobre y recién reducida a la paz eran estos agravios y violencias muy sensibles – agregando que – no contentos con esto, los de mas rota conciencia forzaban en el campo las pastoras, y a vista de sus maridos las mugeres en sus casas...”90 Tales hechos minaban la paz e introducían la desconfianza entre los indios amigos, quienes veían que si bien ellos habían firmado la paz con las autoridades españolas la violencia no había desaparecido, por el contrario solo había sido reemplazada por una rudeza cotidiana, pero 89

Francisco Núñez de Pineda. Cautiverio feliz y razón individual de las guerras dilatadas del reino de Chile, en: CHCh. Tomo UI (Santiago, 1863), p. 22. 90

Diego de Rosales. Historia General...Tomo U, pp.457-458.

58

no por ello menos brutal. Más aun, en gran parte de las ocasiones en tales situaciones quedaban impunes, de una parte por la despreocupación de cabos y comandantes por castigar estos delitos y de otra, porque a pesar de las denuncias que los afectados hacían ante los oficiales de los fuertes, los soldados usaban todos sus recursos para no ser descubiertos o para deslindar su responsabilidad ante tales hechos, de modo tal quienes “...mas se recataban o temian al castigo, si se supiesen sus insultos, los encubrian poniendose bonetes colorados, poniéndose parches en la cara y tiznándosela...” triquiñuelas destinadas a despistar a los afectados que con esto no podían identificar a sus agresores, aunque se intentasen tomar medidas contra ellos, así como consecuencia del mismo incidente anteriormente citado: “...celoso el Coronel de la justicia y queriendo castigar a los soldados que excedian en estas cosas, juntó dos veces las compañias y las puso en ala para que los indios quexosos y agraviados viessen que soldados eran los que los avian agraviado para dar pública satisfacción y castigarlos; mas los soldados andubieron tan astutos, que ya se ponian un parche en un ojo, ya buscaban otro disfraz para ser desconocidos, y los que avian ido con bonetes colorados y con otro trage, salian tan de gala y con tan diferente pelo que los indios con su sentimiento y sin la satisfaccion...”91 El uso de parches, disfraces y cambios en la apariencia de los soldados demostraba el temor al castigo, pero también la premeditación de sus delitos y la impunidad con que actuaban, en lo que era solo una nueva expresión de la carencia de escrúpulos de estos hombres, quienes estaban dispuestos a robar y asaltar a fin de conseguir sus pequeños objetivos pues, como ellos mismos lo expresaron, la necesidad carecía de ley. Para los mapuches en cambio, esta falta de escrúpulos y la impunidad que los cubría en ocasiones iba más allá de introducir la desconfianza, llevando a que algunas parcialidades desecharan los acuerdos de paz y volvieran a convertirse en enemigos de la corona, tal como lo relató el lonko Colpoche a Francisco Núñez de Pineda, a quien manifestó haber sido leal amigos de los españoles mientras el padre del cronista comandó el fuerte de Cayoguano, en el cual no permitía que los indios amigos fueran agraviados por oficiales y soldados, no obstante, luego que Núñez de Pineda fue trasladado a Tucapel:

91

Ídem...Tomo U, p. 458.

59

“...quedaron otros a gobernarnos que no tenían aquel desvelo y cuidado de nuestras conveniencias y agasajos que tenia Alvaro; con que se fueron libertando los soldados de tal suerte, que no había rancho seguro en sus manos. Si al principio robaban lo que podian, despues con atrevido descoco quitaban por fuerza lo que poseíamos, y si alguno de nosotros se quejaba, a bien librar no nos oian ni escuchaban, cuando de palabra o de obra no nos maltrataban...”92 Lo anterior se sumaba a las violaciones y abusos sexuales que cometían tanto los soldados como los tenientes de amigos encargados de la reducción de Colpoche, lo que indujo a éste y a sus guerreros y familias a huirse del fuerte y retornar a las tierras de guerra, donde sin dejar de sentir simpatía por los españoles – según expresó a Núñez de Pineda – no podía permitir que a él y a su gente los agraviaran de esa manera, más aun cuando estos delitos no eran castigados por el comandante o los oficiales del fuerte, que en cierta medida, también participaban de tales situaciones. De tal forma, la ausencia de medidas efectivas que frenaran los ardores de la soldadesca llevaron a que durante el siglo XVII las conductas desordenadas y criminosas de esta se repitieran como una constante que afectó tanto a los miembros de la sociedad indígena como a los hispano criollos, mestizos y castas que habitaban el reino de Chile. Sin embargo, los indios amigos, quienes habían confiado en las autoridades de la corona, se habían convertido en sus aliados y eran una ayuda fundamental en la guerra siguieron sufriendo los abusos de sus antiguos enemigos, ahora convertidos en vecinos y a veces compañeros de batallas y luchas. Por lo anterior el marqués de Montesclaros prohibió que los soldados fueran autorizados para ir a sus reducciones, pues en ellas a pretexto de rescates y comercio persistían los abusos y las violaciones. Al mismo tiempo ordenó que los propios indios amigos fueran a comerciar a los fuertes y otros sitios donde estuviere asentada la tropa del Ejército. Más importante que la presencia de indios amigos en los puestos militares españoles fue la llegada de sujetos venidos desde el interior de la “tierra” a los tercios y guarniciones hispanas, estos eran miembros de parcialidades que si bien se encontraban en paz con lo corona por su lejanía no estaban sometidas al sistema reduccional que se les pretendía imponer a los aliados; asimismo llegaban sujetos venidos desde lugares muy remotos del territorio mapuche o de la cordillera habitada por puelches y pehuenches. De forma tal que los soldados comenzaron

92

Francisco Núñez de Pineda. Cautiverio feliz...p. 50.

60

a tener un contacto más permanente y mayor con los mapuches libres, quienes concurrían a trocar sal, ponchos, granos y caballos por ropa, abalorios y otros objetos, con lo que las guarniciones militares por algunos días del año se convertían en verdaderas ferias, en donde se transaba lo legal y permitido, pero también lo peligroso y prohibido, como armas y hierro. Diego de Rosales al referirse a esta naciente actividad señaló, que en 1617 “...Con la misma frecuencia con que entraban los mensages y indios comerciantes a sus contratos en el Nacimiento y en todos los fuertes de la ribera de Biobio, entraban tambien todos los indios de la costa de Arauco, feriando sus mercaderias con los españoles y indios amigos por paño, sombreros, capotillos, palas de hierro, cuchillos y otras cosas...”93 En estas líneas el jesuita dio cuenta someramente de la extensión que había adquirido esta modalidad comercial, no solo por la cantidad de establecimientos fronterizos a los que los mapuches concurrían, sino también la llegada de sujetos desde distintos puntos del mapu; al mismo tiempo, Rosales advierte que los españoles e indios amigos junto con vender telas, sombreros o capotes a los mapuches de la tierra también transaban palas de hierro y cuchillos, efectos claramente prohibidos. Por su parte los soldados adquirían algunos elementos decorativos como las plumas que usaban para adornar sus sombreros, aunque más fundamental era la compra de caballos y, a la espera de la llegada de un nuevo cargamento del Real Situado, conseguían renovar su esmirriado vestuario perdido en el juego o extremadamente raído por el uso; pero evidentemente la ropa que trocaban era “ropa de la tierra”, es decir, prendas mapuches, lo que llevó a que en distintas ocasiones se describiera a los soldados como sujetos desarrapados y vestidos solamente con mantas indígenas, como lo hizo en octubre de 1624 el cabildo de Concepción94, lo que sumado a su origen étnico muchas veces los hacía parecerse más a indios que a soldados del rey. Tal situación la puntualizó años más tarde el marqués de Navamorquende, quien al referirse a la llegada del Real Situado afirmó que en su repartición: “...e aplicado todo el cuydado que e podido y que pedia la desnudez del ejercito la qual era de calidad que aunque con mucho dolor mio habré de

93

Diego de Rosales. Historia General...Tomo U, p. 629.

94

BNMM. Tomo 126, f. 170.

61

confesar a Vuestra Magestad avia poca diferencia entre Yndios y Españoles...”95 No obstante, a pesar del dolor que le causó al marqués la vestimenta de las tropas, peor era el método por el cual tales sujetos se proveían de mantas, camisetas de la tierra y principalmente de caballos, en el cual a falta de bienes que interesaran realmente a los mapuches, a excepción de las ya mencionadas telas de paño, sombreros y abalorios, la moneda de cambio que se utilizaba para realizar estas transacciones era la venta de armas y objetos de hierro, los que evidentemente eran intercambiados en citas clandestinas que involucraban a numerosos sujetos dentro de las guarniciones, así como a los indios amigos situados cerca de los fuertes. Nuevamente eran los hombres de la tropa del ejército quienes lideraban estas tratos ilegales, los cuales no solo constituían un delito sino también una verdadera traición a las amas del rey, pues se les estaban proporcionando a los mapuches, considerados como sujetos cuyas paces podían romperse en cualquier minuto, materias primas fundamentales para la confección de armas, al mismo tiempo que con sus acciones se desarmaba al Ejército y a los soldados de sus espadas, arcabuces y otros objetos de defensa, pues era frecuente que estos, junto con vender sus propias armas, también las robaran a sus compañeros para el mismo propósito. Sin embargo, era imposible impedir que los indios concurrieran a los fuertes con sus productos, no solo por la necesidad que de algunos de ellos, como la sal, claramente tenían los sujetos del ejército en particular y la economía penquista en general, sino también porque la propia política de paz incentivaba a que los mapuches estrecharan sus contactos con la sociedad hispano criolla y en la cual uno de esos mecanismos era precisamente el comercio. Pero a pesar del estímulo al comercio hispano indígena que las autoridades llevaban adelante, había algunas voces disidentes que consideraban que estas ventas eran solo una muestra más del engaño con que procedían los mapuches al firmar acuerdos de paz. Quien opinaba así era Alonso González de Nájera, el que pensaba que la concurrencia de indios de la tierra a los fuertes a objeto de comerciar sólo era un pretexto para transar armas y caballos con los soldados, los cuales en previsión a las campeadas realizadas cada verano contra las parcialidades que se encontraban de guerra y temerosos de ir en malas cabalgaduras: 95

Carta del gobernador de Chile el marqués de Navamorquende al rey. Concepción, 21 de julio de 1668. BNMM. Tomo 154, f. 185.

62

“...vánse desnudando poco a poco de sus vestidos, para proveerse en aquella nueva feria de caballos, y así unos dan por ellos los capotillos, y otros las capas ...y aun les vienen a dar de secreto los soldados y particularmente los bisoños, cuchillos y machetes, hachas, dagas y espadas, sin reparar en el gran deservicio que hacen a Su Magestad y en el grande daño que a ellos mismos redunda...”96 En tales tratos, el cronista responsabilizaba principalmente a los soldados bisoños, es decir, a los reclutas venidos desde el Perú u otras partes quienes, como se ha visto, frecuentemente eran sindicados como sujetos ociosos y de malas costumbres. Pero corriendo el tiempo fueron los propios españoles y los indios amigos, nuevamente de forma clandestina, los que comenzaron a llevar animales de monta para vender a los mapuches, como se pudo apreciar en los fuertes fronterizos y en particular en el de Levo luego de la firma de los acuerdos de paz alcanzados entre el gobernador Luis Fernández de Córdoba y el toki Anganamón, donde: “...iban y venian los indios a nuestros fuertes a feriar y contratar como amigos y se hacian algunos rescates de cautivos de una y otra parte, y por haber entendido el gobernador que los soldados feriaban con los indios cosas de yerro y caballos, ordenó al capitan del fuerte de Lebo, Diego Fernandez de Cuestas, que no consintiese que se les diesen cosas que nos pudiesen dañar y rejistrase lo que llevaban, encargando lo mismo a todos los capitanes de los fuertes...”97 Tales medidas pretendían evitar que los indios pudieran sacar del control español los objetos que habían cambiado, principalmente las armas y el hierro, que eran fácilmente transportables por uno o más sujetos, aun cuando fueran arcabuces o mosquetes, objetos en principio difíciles de esconder en paquetes y morrales, pero que podían ser seccionados en trozos pues lo que de ellos importaba era la materia prima, el hierro, y no el arma misma. Por su parte, los caballos eran transados en lugares ocultos aunque cercanos a los asentamientos militares hispanos. Ventas que se fueron haciendo cada día más comunes en la frontera, como se lo planteó en 1651 el Cabildo de Santiago al rey, a quien escribieron diciendo, que:

96

Alonso González de Nájera. Desengaño y reparo...p. 129.

97

Diego de Rosales. Historia General...Tomo UI, p. 14.

63

“...esta feria está tan corriente que codiciosos a ella solo la tratan y a los oficiales y soldados que su presuncion era el tener armas y aprestarlas para cualquiera ocasión, y viendo que el enemigo las tiene por moneda apetecida se las venden, y han vendido de tal manera, que hoy no se hallan en los pocos españoles que han quedado en el ejercito ningunas de acero, ni espadas anchas y apenas lanzas para defenderse de cualquier intento que a su mano puede tener el enemigo ...”98 Con ello el Ejército se seguía desarmando, los soldados quedaban sin elementos para su defensa y la Real Hacienda debía invertir más recursos ya no solo para renovar parte del material de guerra, sino para reemplazar las armas profusamente vendidas a los indios; asimismo, la venta de caballos iba asociada, además de la transacción de los animales propiedad de los soldados o del Ejército, al robo que la tropa hacía en las estancias tanto de Chile central como del distrito de Concepción, donde se proveían de tales cabalgaduras, en lo que se había transformado en una verdadera costumbre entre los militares y los mestizos chilenos. Tales robos transponían las murallas de los fuertes y tercios así como la región fronteriza de Biobío, convirtiéndose cada invierno en un verdadero desastre para los habitantes de los partidos aledaños a la capital del reino, pues los soldados que pasaban a Chile central con licencia cometían innumerables saqueos, robos y raptos o bien desertaban de las filas; mientras tanto, los que se quedaban en sus guarniciones aprovechaban cualquier oportunidad para dedicarse al juego o sumirse en el ocio, para vender de contrabando hierro y caballos, para entregarse en los brazos de sus mancebas indígenas o fugarse hacia las tierras mapuches libres convirtiéndose en renegados. De tal modo, el Ejército Real de la Frontera y sus tropas más que una fuerza militar regular y disciplinada era en definitiva un ejército de fronterizos.

98

Carta del Cabildo de Santiago al rey. Santiago, 12 de mayo de 1651. BNMM. Tomo 141, f. 148.

64

CAPÍTULO II. LA GUERRA CONTRA SANTIAGO. PILLAJE Y RAPTOS DE LOS SOLDADOS EN CHILE CENTRAL. LAS LICENCIAS INVERNALES Y EL PILLAJE DE LOS SOLDADOS. Las consuetudinarias carencias de aprovisionamiento y financiamiento del Ejército Real obligaban a que cada año los gobernadores del reino y comandantes de los tercios y guarniciones autorizaran a algunos soldados para marchar a Chile central en los meses en que la actividad guerrera era menor. Dichas licencias tenían como objetivo ahorrar el costo de mantención de estas tropas, de una parte y de otra, permitir que estos sujetos consiguieran ropa, sirvientes, armas y caballos por sus propios medios, lo que también constituía un ahorro, más aun dada la discontinuidad con que llegaba el Real Situado. Tal decisión era tomada a pesar de la verdadera campaña de pillaje y raptos en que éstas se convertían, durante las cuales los soldados, junto con que algunos aprovechaban de desertar, se dedicaban a robas las estancias por donde transitaban o eran acogidos o bien raptaban a los indios de alguna encomienda cercana a dichos lugares, con lo cual al menos parte del avituallamiento y los sirvientes que llevaban lo conseguían de manera, al menos, poco honrada. De tal forma, cada primavera los fuertes de la frontera veían llegar a estos hombres que, ayudados por muchachos o muchachas indígenas traídos a la fuerza de alguna comunidad originaria de Chile central, arriaban pequeñas manadas de caballos de monta y traían otros animales cargados con alguna ropa, granos, nuevas armas y una hilera de desconsuelo e impunidad que afectaba tanto a estancieros como a indios. Tal modalidad de aprovisionamiento de la tropa estuvo vigente gran parte del siglo XVII, aun cuando la Real Audiencia y los vecinos de la capital hicieron ingentes esfuerzos por desterrarla; debido a ello se transformó según las palabras de estos últimos en una verdadera guerra contra Santiago y los partidos aledaños. Ello, asimismo, dio a los fronterizos una nueva oportunidad para sacar a relucir su forma de vida desordenada y tantas veces criminosa, que ahora ya no estaba confinada solo a los fuertes del Biobío, sino que los acompañaba en sus cabalgatas a Chile central, las que junto con el pillaje y los robos que estos cometían trasladaban la propia frontera al núcleo del reino, aquel que se suponía debían defender.

65

Pocos años transcurrieron desde la creación del Real Ejército cuando a los oídos del rey llegaron las primeras denuncias de tal práctica, en ellas se planteaba que ésta ya constituía una costumbre antigua entre los miembros de los contingentes militares que participaban de la guerra de Arauco, como lo confirmaban las palabras del capitán Pedro Lísperguer, que en 1590 declaró que el camino de Santiago era un hormiguero de soldados que iban y venían desde y hacia el distrito de Concepción. Pero luego de la creación del ejército profesional tales licencias se hicieron una práctica permanente entre las tropas, quienes pedían tales permisos al maestre de campo y a los cabos de los fuertes e, incluso, al capitán general, los que autorizaban a algunas decenas o a veces cientos de ellos para marchar a Chile central. La necesidad de otorgar tales licencias obedecía a los problemas estructurales derivados del inadecuado sistema de financiamiento del Ejército que, como se ha visto, afectaba directamente a la tropa, no solo en lo referido al irregular pago de su sueldo, sino también en la carencia de ropa, caballos e, incluso, alimentos que muchas veces los aquejó, por lo que era necesario buscar tales bienes mediante otras vías que no fueran las transacciones con los mercaderes de Concepción y Chillán o con sus propios oficiales, todos los cuales vendían sus productos a muy subidos precios. A esto se debe agregar que las armas y los caballos eran especies escasas en la frontera, a donde eran llevadas especialmente, lo que asimismo encarecía sus precios convirtiéndolos en inalcanzables para los hombres de la tropa que, en numerosas ocasiones gran parte de lo que poseían lo portaban sobre su cuerpo o la grupa de su cabalgadura. Pero la concesión de licencias a las tropas por sí misma no era el problema que aquejaba a estancieros, labradores e indios, sino las conductas que estos sujetos adoptaban una vez que se encontraban en camino hacia Chile central, las que no eran más que la prolongación de la forma de vida que llevaban en sus guarniciones en las cuales el robo, el amancebamiento y la indisciplina parecían ser la norma. De tal modo, según lo planteado en 1610 por el oidor Gabriel de Celada cada año bajaban a Santiago y los partidos circundantes alrededor de cien soldados, los que permanecían en ellos durante parte del otoño y todo el invierno; en tales meses estos hombres no perdían el derecho a recibir su sueldo una vez llegado el Situado, situación que era fuertemente criticada, pues durante ese mismo lapso de tiempo en vez de servir al rey lo único que hacían, según Celada, era:

66

“...inquietar la republica con sus deshonestidades y pendencias hacen mil hurtos y lo que es peor que quando se buelven a la guerra ninguno deja de llevar hurtado cinco o seis yndios varones y hembras con quien van amancebados so color de que las llevan para su servicio de suerte que todos los años se an llevado de doscientos a trescientos yndios descansando a unos y a otros quitandoles sus hijas e hijos...”99 Tales robos y raptos afectaban tanto a los estancieros como a los indios, quienes se veían despojados, los unos de caballos y objetos de valor y de su mano de obra si es que eran encomenderos o tenían indios de asiento y los otros, de sus hijos e hijas a quienes difícilmente lograrían volver a ver alguna vez. Ya desde los primeros años del siglo XVII tal problema se hizo difícilmente manejable para las autoridades del reino, pues si de una parte los comandantes de las guarniciones fronterizas no podían evitar enviar soldados a aprovisionarse a Chile central, lo que era una de las pocas formas de aliviar las graves carencias de víveres y elementos de guerra que sufrían las guarniciones, de otra era sabido la multitud de hechos delictuales y abusos que estos sujetos cometían. Asimismo, junto con los soldados que estaban autorizados para alejarse de la frontera había otro número imposible de determinar que sin esperar que se les concediera licencia, simplemente se ausentaban de sus guarniciones en dirección a los partidos cercanos a Concepción, como lo planteó Jerónimo de Quiroga, al afirmar que: “...sin licencia o con ella, el soldado anda por donde quiere y va a su Plaza y sale de ella, como asimismo los oficiales, y ha sucedido, por tener tan a mano el divertimento, tocarse arma y hallarse menos de la mitad de los soldados en sus banderas, y aun los capitanes fuera de sus plazas...”100 Estos hombres iban y venían desde sus fuertes hacia las ciudades de Concepción y Chillán. o a los partidos de Rere, Puchacay e Itata. En tales lugares aprovechaban de trabajar como vaqueros, potrerizos o arrieros en alguna estancia, donde se les ofrecía salario, alojamiento y comida durante el invierno, o bien los que poseían pequeños trozos de tierra en los partidos fronterizos vivían la vida del labrador más que la del soldado, cultivando tales chacras junto a sus mancebas indígenas, aunque algunas de ellas ya se habían convertido en sus esposas, y a 99

Carta del oidor doctor Gabriel de Celada al rey. Santiago. 6 de enero de 1610. BNMM. Tomo 117, ff. 8-9.

100

Jerónimo de Quiroga. Memorias de los sucesos de la guerra de Chile (Santiago, 1979), p. 312.

67

sus hijos; todo lo cual se resumía en la recurrente carencia de tropas que sufría el ejército cada invierno, tal como lo planteó el gobernador Alonso de Rivera, quien en febrero de 1615 informó al rey su permanencia en la estancia de Buena Esperanza “...con la mas gente que he podido juntar de los capitanes y alfereces reformados y otros soldados que no andan de invierno en la guerra por ser casados y acudir a sus pobres haciendas hijos y mujeres ...”101 No obstante, la mayoría de los soldados que se ausentaban de sus fuertes se dirigía hacia Chile central, con lo cual el reino se veía inundado por jinetes cuyo paso, en general, estaba marcado por el pillaje y el robo, más aun cuando estos sujetos se movilizaban en partidas que se distribuían por todos sus caminos, convirtiendo a estos en lugares donde el caballo, la ropa o el dinero de los viajeros corrían serio peligro si es que se llegaban a topar con algunos de ellos. Lo anterior llevó a que con el correr de los años, los abusos y delitos derivados de la concesión de licencias o la llegada de los soldados al distrito de Santiago se hicieran endémicos, como se puede apreciar por las continuas denuncias que hacían tanto el Cabildo de Santiago como los oidores de la Real Audiencia. Los primeros en numerosas ocasiones expusieron al gobernador y al propio rey los robos que sufrían en sus estancias, mientras los segundos junto con referirse a los delitos cometidos contra los vecinos y moradores de la ciudad, también lo hacían respecto a los problemas que sufrían r las comunidades indígenas de Chile central cuando estos soldados se asomaban por sus tierras. En tal sentido, en 1634 el fiscal de la Real Audiencia don Pedro Machado de Chávez se dirigió al rey, a quien expresó que una de las principales causas de la decadencia y despoblación de estas comunidades nacía: “...de baxar los inviernos los soldados de la guerra apertrechandose a la paz que es lo mismo que robar con fuerça publica caballos yndios y yndias a quien hacen grandes agravios forzandolas y vendiendo los que son muchachos como si fueran esclavos...”102 En tal carta Machado de Chávez describió en un vivo relato los abusos de los fronterizos contra las comunidades originarias, de donde sacaban con engaños o bien a viva fuerza a los

101

Carta del gobernador de Chile don Alonso de Rivera al rey. Buena Esperanza, 18 de febrero de 1615. BNMM. Tomo 112, f. 343. 102

Carta del fiscal de la Real Audiencia don Pedro Machado de Chávez al rey. Santiago, 20 de febrero de 1634. BNMM. Tomo 132, f. 86.

68

muchachos y muchachas que más tarde convertían en sus sirvientes forzosos y, en el caso de las mujeres, en sus mancebas. Pero como bien expresó el fiscal, tales abusos no paraban ahí, pues si de una parte los soldados raptaban jóvenes indígenas para convertirlos en sus sirvientes, de otra muchos de ellos ni siquiera alcanzaban a llegar a Yumbel, Arauco o a otro asentamiento fronterizo, pues antes de siquiera arribar a dichos parajes eran vendidos como esclavos a algún estanciero u otro sujeto. Con ello las comunidades lentamente se fueron despoblando y, lo que fue peor aun, muchos de sus miembros jóvenes, aquellos que tenían la posibilidad de revitalizar el linaje de sus ancestros y repoblar sus tierras, se fueron disgregando por todo el reino pasando a engrosar el número de los indios de estancia, cuya consecuencia más evidente fue la perdida de todo lazo con sus lugares de origen de los cuales, generalmente, solo les quedaba el recuerdo pues muy pocas veces volvían a ellos. Del mismo modo, otros jóvenes indígenas tomaron una decisión extrema, cual era el huir de sus comunidades y convertirse en sujetos errantes, abandonando a sus familias para vagar por los campos en busca de trabajos temporales y en ocasiones de diversiones que eran consideradas nocivas por las autoridades, como lo expresó el gobernador Antonio de Acuña y Cabrera quien al dictar un decreto que prohibió las borracheras y juegos de chueca manifestó que los indios: “...usando mal de su libertad en que los pusieron las disposiciones y capítulos de la real tasa, - se ausentan - ... del abrigo y amparo de sus encomenderos y vagando de unas a otras partes y a poderlo hacer más a su salvo, excusando los más casarse y acimentarse con familia, los casados dejan sus mujeres y se ausentan, viviendo unos y otros en gran corrupción de sus costumbres, y sin dar lugar a la educación cristiana y acierto en las cosas de nuestra santa fe católica...”103 Decisión, que si bien pudo tener distintas causas, una de las más importantes era el temor que estos sentían por los asaltos de los soldados, lo que los llevaba a abandonar todo lo que hasta ahí habían conocido para transitar por los caminos del reino, los cuales los condujeron a distintos destinos, incluso a la frontera, aunque todos los alejaron de sus tierras, sus familias y su comunidad, lo cual será una de las huellas más perdurables del paso de los fronterizos y

103

Auto del gobernador Antonio de Acuña y Cabrera prohibiendo las borracheras y juegos de chueca de los indios. Santiago, 11 de junio de 1655. Acta del Cabildo de Santiago de 16 de julio de 1667, en: CHCh. Tomo XXVII (Santiago, 1909), pp. 182-183.

69

llevó a muchas de ellas a una inevitable decadencia que en más de una oportunidad terminó con su extinción. De otra parte, los abusos contra los indios, en cierta medida, eran facilitados por el modo de asentamiento disperso de las comunidades, en las cuales los ranchos se distribuían en las tierras de acuerdo, de una parte, a donde se asentaba las familias extendidas o los linajes de los indios y, de otra, al lugar en que estaban situadas las tierras de cultivo y aquellas de propiedad comunitaria, generalmente destinadas al pastoreo de animales y que en algunas ocasiones podían encontrarse a una distancia de varios kilómetros respecto de su asentamiento principal104. Así lo describió el oidor don Pedro de Lugo al rey, a quien escribió en 1639 que los soldados y otros sujetos fronterizos que arribaban al distrito de Santiago se aprovechaban que los indios eran: “...gente desvalida y sin defensa, y expuesta a qualquier agravio, por vivir muchos en el campo y despoblado en ranchos y chozas pajizas, les quitan el mueble destruyendo las sementeras, urtando los cavallos, y a vezes se aprovechan contra su voluntad de las yndias...”105 Tal grado de pillaje y violencia solo era posible contra sujetos tales como los indios, que casi no contaban con defensa contra las partidas de hombres amados que entraban a sus tierras decididos a sacar el mayor provecho de su incursión, más aun cuando como bien manifestó el oidor estos vivían dispersos en el campo, lo cual impedía una efectiva ayuda de los otros miembros de la comunidad, quienes generalmente no alcanzaban a llegar para al menos resistir de mejor forma a los soldados. Los violentos asaltos a los ranchos indígenas no era la única 104

Sobre las tierras de las comunidades indígenas y su modo de asentamiento, véase: Fernando Silva Vargas. Tierras y Pueblos de indios en Chile central. Estudio histórico-jurídico. Estudios de Historia del Derecho Nº 7, Facultad de Ciencias Jurídicas, Políticas y Sociales, Universidad Católica de Chile (Santiago, 1962); María Teresa Planella. La propiedad indígena en la cuenca de Rancagua a fines del siglo XVI y principios del siglo XVII. Tesis para optar al grado de Magíster en Historia con mención en Etnohistoria, Universidad de Chile (Santiago, 1988), inédita; Rodolfo Urbina “Notas sobre las tierras de indios en la segundo mitad del siglo XVIII”, en: Notas históricas y geográficas Nº 3 (Valparaíso, 1992); Alejandro Pavez. Despojo de tierras comunitarias y desarraigo territorial en Chile central: el cacicazgo de Pomaire, 1600-1800. Tesis para optar al grado de Licenciado en Historia, Universidad de Valparaíso (Valparaíso, 1995), inédita; María Carolina Odone. “El valle de Chada: la construcción colonial de un espacio indígena de Chile central”, en: Historia Nº 30 (Santiago, 1997); específicamente sobre la existencia de asentamientos distantes de las tierras principales de las comunidades originarias de Chile central, véase: Hugo Contreras. “Servicio personal y economía comunitaria en los cacicazgos indígenas de Aconcagua durante el siglo XVII, 1599-1652” (Santiago, 2000), en prensa. 105

Carta del oidor don Pedro de Lugo al rey. Santiago, 19 de marzo de 1639. BNMM. Tomo 130, f. 117.

70

práctica usada por los fronterizos para cometer abusos contra estos, como les sucedía a los indios del pueblo de Aconcagua, situado en la parte alta del valle del mismo nombre, quienes poseían un potrero comunitario distante unas dos leguas de sus tierras principales; en dicho potrero por orden de los corregidores del partido los indios debían designar dos tributarios para que trabajaran como potrerizos; su función era cuidar los ganados que dejaban allí algunos españoles vecinos del valle o los soldados que pernoctaban en las estancias vecinas durante sus licencias. En tal contexto dichos sujetos cometían numerosos abusos, los que quedaron de manifiesto en la probanza presentada por Juan de Astorga en 1625, quien disputaba con la comunidad la propiedad del potrero, así según el testimonio del capitán Gonzalo de Salas, ex corregidor del partido, los indios de Aconcagua: “...rreçiven muchos agravios de los españoles y soldados que llevan a guardar sus cavallos al dicho potrero y si les ffalta alguno los maltratan y hacen mill molestias, por lo qual se huyen y ausentan los yndios que tienen a cargo el dicho potrero y por esta caussa este testigo, siendo corregidor de el dicho partido vistas las vejaçiones que se les haçian y haçen tuvo determinado de conprarles çien bacas y meterlas en el dicho potrero, por hechar de todo punto de alli todos los cavallos y mulas que abia agenas de differentes personas por no serles a los dichos yndios de ningun aprovechamiento y quitarles de aquel travaxo que tienen en la dicha guarda...”106 Lamentablemente la iniciativa de Salas no prosperó, lo que entre otras razones los obligó a vender el potrero algunos años más tarde. En el intertanto siguieron sufriendo los abusos de los soldados, introduciendo con ello nuevos factores de inestabilidad para la comunidad que, como relató el ex corregidor, llevaron a que algunos de los indios se ausentaran de ella temerosos de los malos tratos que estos sujetos los sometían, más aun cuando ni siquiera recibían un corto salario por su trabajo. De igual modo, los aconcagüinos se encontraban en una posición geográfica aciaga, pues sus tierras se situaban cerca del camino real que conducía a Cuyo, por el cual los soldados acostumbraban a huir del reino. De tal modo, no solo estos abusaban con los indios sino también, al menos en el caso de los desertores que pocas veces eran detenidos en

106

Testimonio del capitán Gonzalo Salas en la probanza de Juan de Astorga, en la causa con los indios del pueblo de Aconcagua sobre posesión del potrero de Aconcagua. Santiago, 16 de julio de 1625. AHNRA. Vol. 1930, pza. 3ª, f. 197-197 vta.

71

su huida, los dejaban sin siquiera la posibilidad de pedir justicia por las agravios cometidos en su contra. De cualquier modo, las voces de los indios pidiendo justicia por las acciones de los fronterizos, al parecer, eran escasas y pocas veces sus animales eran recuperados y sus hijos devueltos a sus hogares, ya que incluso ubicar su paradero se convertía en una tarea imposible; asimismo, se debe considerar que siendo el gobernador el único que podía conocer de los delitos perpetrados por los militares, quienes se sintieran agraviados generalmente debían movilizarse hasta Concepción para pedir directamente a la máxima autoridad del reino que intercediera por ellos e hiciera justicia. No obstante, la propia sujeción de los indios a una encomienda que les exigía cumplir con el servicio personal o un asiento de trabajo que los obligaba a permanecer al menos un año en sus funciones, la distancia de sus asentamientos hasta la sede del gobernador, la falta de medios para solventar un viaje y el miedo que le inspiraban los fieros soldados fronterizos los inhibían a realizar tales acciones. Solo conocemos una petición en tal sentido, la cual fue hecha por Miguel Alpao, indio originario de Curimón, quien relató al vicario del obispado de Concepción don Pedro Gutiérrez de Arce: “...que estando casado con mi mujer Juana de dicho pueblo de Curimon venimos a serbir a Santiago, y estando yo ausente en una chacara me la trajeron a esta guerra, y esta oy sirbiendo la cassa del capitan Jeronimo Muñoz...”107 Concluyendo que debido a la notable injusticia y agravio que sufría pedía a través del vicario que Muñoz o cualquiera que tuviera a su mujer se la entregara. A pesar que la petición de Alpao fue acogida este no tuvo mayor suerte, pues luego de realizada las diligencias correspondientes y notificado Muñoz, que en esos momentos ejercía como cabo del fuerte de Buena Esperanza, este informó que la india Juana hacía más de catorce años que había muerto. Tal petición además de tardía, no logró ningún resultado, ni siquiera que Muñoz u otros militares implicados en el rapto fueran sancionados por su acción, sin embargo, ella resulta importante al considerar que por su medio se identifica al menos a quien servía la mujer de Alpao, con lo cual era posible que en algunos casos los responsables de tales hechos pudieran ser plenamente reconocidos, no obstante que una reacción más oportuna era absolutamente 107

Petición de Miguel Alpao al provisor y vicario del Obispado de Concepción don Pedro Gutiérrez de Arce para que se le devuelva su mujer. 1642. Archivo Histórico Nacional, Fondo Jesuitas de Chile. Vol. 73, f. 146.

72

necesaria para contar con alguna posibilidad de recobrar a las mujeres o los muchachos raptados. De otra parte, la diligencia de los gobernadores y los oficiales militares de rango superior era un punto clave para que los soldados devolvieran sus víctimas a los parientes que las reclamaban, como parecen confirmarlo las palabras del marqués de Baides, quien expresó haber dado satisfacción a todos quienes habían denunciado ante su persona los abusos de la tropa, así fueran españoles o indios y particularmente relató que: “...en el rio de Maule cuando vine de esa ciudad, se me quejo una yndia que vino en mi seguimiento de haberle traido Anton Sanchez de Araya un hijo y una hija y un poco de hilado de lana que tenia en su rancho, y habiendo sabido que no había pasado dejé orden al capitan Ascencio de Cariaga para que le quitasen los muchachos y le hiciese dar garrote, por esto y otras quejas que del tuve, como en efecto se le quitaron los indios y volvieron a Santiago, y despues le hice satisfacer a la india del socorro deste soldado mucho mas de lo que valia su hilado...”108 A pesar de los esfuerzos desplegados por don Francisco López de Zúñiga y otros gobernadores, los casos que llegaban a buen término y en los cuales, si bien los bienes hurtados tenían poca posibilidad de ser recuperados, se lograba que los jóvenes indígenas volvieran a sus lugares de origen eran escasos y no representaban un avance notable en minimizar las consecuencias de las licencias invernales, con ello la impunidad con que la soldadesca actuaba no tenía límites, pareciera entonces que el único freno al daño que los soldados causaban era la propia incapacidad física y logística de estos para cargar más bienes o llevar mayor cantidad de indios. Los raptos de indios también preocupaban al Cabildo de Santiago, el que se había convertido en la tribuna por la cual los vecinos de la ciudad y especialmente los encomenderos manifestaban tanto a los gobernadores como al propio rey su inquietud por estos hechos que los afectaban directamente, en cuanto mermaban el número de los indios encomendados y con ello la mano de obra que empleaban en su explotaciones económicas. Tal inquietud se expresó en la sesión que el Cabildo celebró el 6 de mayo de 1639, donde dicha situación figuró en un lugar destacado de la tabla y en cuya acta quedó asentado que este día:

108

Carta del gobernador de Chile el marqués de Baides a la Real Audiencia. Concepción, 4 de noviembre de 1644. BNMM. Tomo 137, f. 436.

73

“...se trató en este cabildo el grande daño que en esta ciudad reciben los vecinos y moradores de esta ciudad por los muchos indios, muchachos y esclavos e indias, que les hurtan y llevan a las ciudades de arriba...”109 En dicha sesión se acordó mandar al capitán Juan Álvarez Berrios, Alcalde de la Santa Hermandad, con una docena de hombres pagados a costa de los interesados para que asistieran a la ribera del Maule, a objeto de lograr al menos rescatar los indios llevados por los soldados, asimismo se acordó pedir una provisión a la Real Audiencia, para así obtener el apoyo de los oidores a su causa. Pero la misión de Álvarez Berrios no tuvo la buena ventura esperada y los robos y raptos de los soldados continuaron año tras año. Debido a eso el cabildo de la capital envío otras comunicaciones al rey, que al fin lograron que en 1647 se dictara una real cédula que mandaba al gobernador abstenerse de conceder licencias a las tropas, sin embargo tres años más tarde la situación seguía siendo la misma. En febrero de 1650 el Cabildo envió otra carta al monarca por la cual le exponía que los daños que hacían los soldados se habían vuelto un problema que tenía graves consecuencias para ellos, fundamentalmente por la disminución de la población indígena de Chile central y principalmente aquella que servía a los encomenderos y vecinos de la capital. De tal forma, el Cabildo representó que el daño que estas acciones causaban: “...oy se siente mas por los pocos yndios que an quedado y la mucha falta que cada año tenia de soldados el real exercito como por los muchos que recivia esta ciudad de Santiago pues en ella se hacia mas la guerra que en ninguna frontera.. .”110 Tales palabras aludían al problema de la disminución de la mano de obra indígena que generaban los raptos de los que aquí se trata, los que más que nunca afectaban a los españoles en cuanto a que la cantidad de indios sujetos a servicio personal o contratados mediante asiento de trabajo, en general, era bastante menor a la que estos mismos sujetos podían contar años atrás y si bien en el esquema de una economía principalmente agro-ganadera no eran necesarias grandes masas de trabajadores, a excepción del necesario aumento de los mismos en época de cosecha, vendimia o matanza de animales, tampoco era menos cierto que muchos de los indios, 109

Acta del Cabildo de Santiago de 6 de mayo de 1639. CHCh. Tomo XXXI (Santiago, 1905), p. 382.

110

Carta del Cabildo de Santiago al rey. Santiago, 10 de febrero de 1650. BNMM. Tomo 140, f. 183.

74

incluso muchachos, habían adquirido un oficio. De modo tal, se habían convertido en labradores, pastores, vaqueros, potrerizos o carpinteros, lo que implicaba desde el punto de vista laboral que su pérdida iba más allá de sólo ya no contar con un trabajador, sino que en numerosas ocasiones se les raptaba un sujeto al menos semi-especializado, lo que implicaba tener que volver a entrenar otro, con los consiguientes costos en tiempo, dinero y productividad que ello imponía. En cuanto al rapto de las mujeres jóvenes de las encomiendas, desde el punto de vista de sus feudatarios esto les privaba de sus sirvientas, cocineras o niñas de mano para sus cónyuges, pero principalmente les arrebataba a quienes en gran medida tenían la responsabilidad de convertirse en las madres de los futuros tributarios, aquellos cuyo destino era proveer los venideros servicios personales, así fueran para el actual encomendero o para sus descendientes; debido a lo anterior los vecinos de la capital y el cabildo que los representaba dejaron oír insistentemente su voces ante el monarca, pues tales hechos reducían sus heredades más aun en una coyuntura que por distintas razones se había vuelto crítica. En tal sentido, a través de la comunicación antes citada el cabildo argumentaba que los daños hechos por los soldados en esos momentos se percibían: “...oy con mas vivo sentimiento porque despues de tantas calamidades y trabajos como esta ciudad ha tenido y tiene y que está arruinada y descercada y que sus avitadores viven como en el campo en chosas y muchos de paja está mas ocasionado el daño y con menos seguros los que lo reciben...”111 Sus palabras se referían a la devastación que había ocasionado en la ciudad el terremoto de mayo de 1647, que prácticamente dejó a Santiago en ruinas, por lo cual para los fronterizos era mucho más fácil ingresar a los solares y chacras aledañas a la ciudad para cometer sus fechorías, pues ni siquiera habían tapias o paredes que les impidieran el ingreso. Con ello el problema se agravaba y se confirmaba su ocurrencia crónica, de lo cual derivó la dictación de al menos tres reales cedulas entre los años 1652 y 1654, en una de las cuales se puntualizó el continuo desobedecimiento de las órdenes reales por parte de los gobernadores, oficiales superiores y cabos de los fuertes, quienes insistían en seguir otorgando las polémicas licencias a

111

Ídem, f. 184.

75

sus hombres. Al mismo tiempo y basados en las cartas enviadas tanto por el cabildo como por la Real Audiencia se describían la impunidad con que las partidas de soldados actuaban, pues: “...los robos que hacen no respetando a los ministros de la iglesia si los encuentran en los caninos, obligándolos a apearse, quitándoles lo que llevan y haciendo mucho daño a todo género de jente, sin reservar viejos, mujeres y niños que a la jente natural por quitarles sus hijos o hijas les ocasionan perder las vidas...”112 Al mismo tiempo que se refería al trato indigno que el gobernador sometió al oidor Juan de la Huerta, quien había procurado conseguir algún remedio para esta situación, lo que evidenciaba las continuas contradicciones entre los gobernadores y la Real Audiencia ante las medidas que se debían tomar contra estos sujetos. De otra parte, a partir del gobierno del marqués de Baides comenzó a manejarse la idea que los soldados que fueran licenciados deberían tener como condición para ello, de una parte su buena conducta y de otra, el tener deudos y parientes a quienes acudir para aprovisionarse, de modo tal que no debieran recurrir al robo para conseguir aquellos bienes que les eran necesarios, planteamiento que nació a partir del número cada vez mayor de sujetos originarios del reino que militaban en las filas reales. Así lo manifestó el gobernador a la Real Audiencia en 1644, al afirmar que: “...como los mas soldados de la caballeria son criollos de la tierra todos representan tener padres, deudos y amigos que los avien, por cuya causa y por ser la necesidad tan precisa y para que no caiga de todo punto la guerra, es forzoso dar estas licencias...”113 De tal forma, un nuevo argumento se introdujo en el complejo escenario que generaban los permisos invernales, por el cual los hombres de la tropa trataban de legitimar tal mecanismo que con los años, buena o malamente, se había transformado en una constante. Sin embargo, si bien el número de soldados criollos había aumentado, la presencia de sujetos venidos desde

112

Real cédula sobre que los gobernadores ni demás cabos den licencia para que los soldados bajen a la ciudad de Santiago. Madrid, 15 de noviembre de 1654. Archivo Histórico Nacional, Fondo Antiguo (En adelante AHNFA). Vol. 53, f.204. 113

Carta del gobernador de Chile el marqués de Baides a la Real Audiencia. Concepción, 4 de noviembre de 1644. BNMM. Tomo 137, f. 435.

76

otras latitudes seguía siendo grande, los cuales en general no contaban con lazos parentales dentro del reino; más aún se debe considerar que dentro de la caballería aunque el número de originarios del reino era substancial, nunca llegó a ser la totalidad de los que sabían en dicha arma. De igual modo, los hombres reclutados en el Ejército muchas veces eran vagabundos o sujetos sin mayores vínculos sociales o parentales, por lo cual su condición de nacidos en Chile no era garantía de tener efectivamente quien los pudiera aprovisionar de los elementos necesarios para volver a la guerra, los que evidentemente tenían un costo que en general la tropa no tenía dinero para pagar, a pesar que les eran proporcionados de veinticinco a treinta pesos a costa de su sueldo para sustentar los costos que el apertrechamiento implicaba. Como bien lo manifestara el marqués de Baides, más allá de cualquier argumento, muchos soldados pensaban que la concesión de licencias y hasta los robos y desmanes cometidos por ellos se contaban entre sus legítimos derechos, de forma tal que a viva voz: “...van pregonando y publicando que porque les den licencia para ir a hacer dejacion y suelta de sus sueldos y pagan seis pesos de derecho de cada una y que los han de desquitar en sus comodidades, pues los que asisten en sus casas estan descansados y ellos pelean...”114 Tal desfachatez solo era posible en los fronterizos, quienes más allá de la impunidad con que actuaban se sentían con el derecho de quitar a otros lo que a ellos les hacía falta, basados en los trabajos y servicios que a todos prestaban y de los cuales no se sentían debidamente recompensados. Al mismo tiempo y valiéndose de los desmanes causados por las tropas, otros sujetos asimismo provenientes de la frontera pero no pertenecientes al ejército, aprovechaban de cometer delitos y raptar indios seguros de que la impunidad con que actuaban los soldados se haría extensiva a ellos. Así lo manifestó el gobernador don Pedro Osores de Ulloa en su Tasa y Ordenanzas para el reino, dictadas en 1622, en ellas se planteó que en el desorden producido por la guerra: “...vienen soldados y otros con nombre de serlos, cantidad de estancieros y hombres casados de Chillán, la Concepción y otras partes, que son los que

114

Ídem, f. 433.

77

más indios llevan y a título de mílites, se valen de su privilegio y se quedan con ellos, pretendiendo con estos malos medios hacer esclavos los dichos indios...”115 Sujetos que, carentes de servidores o mano de obra para sus explotaciones económicas salían del distrito de la frontera haciéndose pasar por soldados con el solo objetivo de procurarse indios, quienes sin ninguna sanción legal eran sometidos a esclavitud. Tales hombres no solo se disfrazaban de miembros del ejército, sino que también alegaban los privilegios de los soldados, vale decir, el fuero militar que los protegía ante la acción de la justicia civil, probablemente por su participación como milicianos en las compañías del número de Concepción y Chillán. De cualquier modo, esto se constituyó no solo una flagrante violación a las disposiciones legales, sino también un agravamiento en la situación de los indios, quienes además de los soldados que cada año amenazaban sus asentamientos, también debían lidiar con estos sujetos, quienes podían ser tan audaces y violentos como los hombres de la tropa, así como impunes sus acciones. Tales denuncias, sin embargo, no son frecuentemente mencionadas en las fuentes, pero cada cierto tiempo aparecen estos sujetos u otros, quienes en ocasiones ni siquiera provenían de la frontera, sino del propio distrito de Santiago, así lo hizo presente el marqués de Baides a la Real Audiencia, informándole haber recibidos quejas de la existencia en los parajes rurales de: “...mozos de tan mal vivir que no hay cosa sigura, y aun...puedan ser los que cometan estos delitos estos mozos libres que viven a sus anchuras, pues en viendo soldados, sueltan las capas para parecerlo, y a titulo desto corre la opinion contra los soldados...”116 Dichos hombres se hacían parte del desorden que el paso de los militares generaba, el que contribuían a aumentar con sus robos principalmente de ganado, que luego escondían en los montes o vendían a bajo precio en distintos lugares del reino. Una oportunidad imperdible para estos sujetos eran los períodos de crisis que cada cierta cantidad de años azotaban al reino, coyunturas en las cuales repartían rumores y sembraban la inseguridad entre sus vecinos, con el

115

Tasa y Ordenanzas para el reino de Chile, hechas por el gobernador don Pedro Osores de Ulloa. 8 y 20 de diciembre de 1622. FHTRCh. Tomo I, p. 137 116

Carta del gobernador de Chile...Concepción, 4 de noviembre de 1644. BNMM. Tomo 137, f. 434.

78

único objeto de aumentar el temor ante la ocurrencia de nuevos hechos funestos, como un terremoto, la agudización de la guerra o el alzamiento de los indios de encomienda, tal como sucedió a mitad de siglo con motivo de la guerra de 1655. En un informe levantado sobre lo acontecido en los primeros meses del conflicto una de las preguntas que se les hizo a los testigos llamados para su elaboración fue si sabían que luego del alzamiento de los indios: “...diferentes soldados y particulares andavan con livertad de conciencia saqueando las dichas estancias de comidas bino cordovanes y erramientas y otros generos que vendian publicamente ... tomandose mano cada uno para hurtar y llevarse cuantas cavalgaduras habia rindiendolas y matandolas en las arrias...”117 Delitos que eran realizados gracias al abandono que debido a estos rumores hacían los dueños de las estancias y tierras rurales de los partidos fronterizos, en lo que se constituía en una extensión de las campañas estacionales de pillaje de los soldados y que si bien constituía un hecho extraordinario, no por ello fue menor el impacto que tuvo su ocurrencia para la economía regional, al mismo tiempo, que dio nuevos ánimos a quienes cometían los saqueos, los que conscientes de la real dimensión del peligro y de la incapacidad de la corona para reprimir sus desmanes, podían hasta vender públicamente los objetos de sus fechorías, en las que indudablemente se hallaban implicados miembros del ejército, como plantea el informe, sobre todo aquellos cuyas guarniciones estaban más alejadas de los teatros principales de conflicto. A pesar de que durante la guerra de 1655 los robos se concentraron en el distrito de Concepción, pues las licencias de la tropa fueron reducidas al mínimo, en los años posteriores el problema en Chile central continuó y pareció recrudecer con toda su fuerza bajo el gobierno de don Francisco de Meneses, al menos así lo afirmó su sucesor el marqués de Navamorquende, quien en 1668 manifestó al rey que pasaban de cuatrocientos los soldados que se encontraban dispersos y “mal divertidos” por el reino, lo que él atribuía a la desnudez con que habían vivido bajo el gobierno de su antecesor, además de la propia autorización del mismo para que estos permanecieran en la capital. Según un informe presentado al rey respecto del gobierno de Meneses se indicaba que del total de la tropa del ejército:

117

Información de todo lo sucedido en Chile después del alzamiento general de indios y sedición de los españoles. 1655. BNMM. Tomo 142, f. 219.

79

“...trescientos de ellos pocos mas o menos los mejores estuvieron en esta dicha ciudad y sus partidos fuera de sus banderas a la vista de dicho don Francisco Meneses casi los cuatro años que gobernó permitiendoles cometer delitos enormes, de robos, salteamientos, matando, heriendo, estrupando y otros excesos de malisimas consecuencias sin que fuesen castigados, ni sirviesen a vuestra Real Persona ...”118 Tales afirmaciones, si bien no son posibles de comprobar tampoco pueden ser descartadas, más aun cuando los problemas de financiamiento e infraestructura del ejército estaban muy lejos de ser solucionados y las licencias y aun las salidas sin autorización seguían siendo una alternativa para proveerse de aquello que durante el resto del año les faltaba. Esto también afectó, aunque en menor medida, al distrito de Concepción por cuyos caminos eran constante ver soldados, tal como lo manifestó el Cabildo de la ciudad en 1671, institución que luego de dar su parecer respecto a lo poco conveniente que resultaba que los mapuches de las tierras libres concurrieran a trabajar en las estancias de los vecinos de la ciudad, por las sospechas que podían introducir el germen de la rebelión entre los indios del reino, pidió al gobernador que: “...se sirva de ordenar a los cabos de los tercios recojan a ellos y a los demas fuertes los muchos soldados que andan vagando por diversas partes fuera de sus compañias por lo mucho que importa esto a la conservacion de la paz...”119 Situaciones, todas las descritas hasta aquí, que siguieron manifestándose durante el resto del siglo con parecidas características, aun cuando fue a mitad de la centuria que nos preocupa cuando ellas se desplegaron con mayor fuerza y si bien en algunos momentos la intensidad de los robos y el pillaje cometido por los soldados bajó hasta llegar a prácticamente a no ser mencionado en las fuentes, no es menos cierto que el problema no estaba solucionado, precisamente porque las condiciones en que vivían los miembros de la tropa y las propias carencias del Ejército real permitían que esta situación persistiera. Por ello el gobernador José de Garro dictó al menos dos decretos referidos a la ausencia de los militares de sus

118

Informe sobre el estado del reino de Chile después de la llegada del marqués de Navamorquende. Santiago, 16 de agosto de 1668. Gay. Historia Fisica..., Tomo U, p. 515. 119

Parecer del Cabildo de Concepción sobre los inconvenientes que se siguen de que los indios vengan a trabajar en la siembra. Concepción, 8 de junio de 1671. BNMM. Tomo 159, f. 103.

80

guarniciones, los cuales más allá de la penalización que establecían para tales sujetos, volvieron a poner tal problema sobre el tapete. El primero de ellos se refería a que todos los capitanes reformados y demás sujetos que tenían plaza en el ejército estuvieran efectivamente en sus compañías, mientras que el segundo ordenó a todos los capitanes y cabos de los fuertes no conceder ninguna licencia a los soldados, lo que tenía por objetivos tanto “...ejercitarlos en la profesion militar como para evitar los desordenes que la esperiencia ha mostrado...”120 Tales medidas habían sido tomadas precisamente porque la ausencia de los soldados de sus plazas era un problema que aun continuaba, tal como el propio gobernador lo manifestó al rey al referirse a su entrada al gobierno del reino. En dicha carta, según sus palabras, los principales abusos y vicios, aquellos que destruían al reino y se oponían a la buena administración de justicia eran: “...los muchos ladrones que cada dia repetian sus delitos, y asimesmo el que los mas soldados del ejército estaban fuera de la sujecion y asistencia de sus plazas, divertidos en la ciudad de Santiago y en los corregimientos de su jurisdiccion de que no sólo se ocasionava la relajacion de la milicia sino tambien el que las plazas de la frontera no tenian aquella deficiencia de fuerzas que hera preciso para resguardarse en cualquier continjente de la novedad y inconstancia de los Yndios...”121 Debido a lo cual dictó los decretos ya referidos, así como otro destinado a penar los frecuentes robos de ganados que ocurrían en los pagos rurales del reino. Al mismo tiempo, en este último decreto al fijar las penas a que se exponían quienes fueran sorprendidos cometiendo tal delito, estas eran distintas según el origen étnico o estamento de los sujetos implicados, con la única excepción de los soldados fronterizos, quienes independientemente de si fueran españoles, mestizos o sujetos de castas y “...siendo soldado del ejer[cito] deste Reino yncurra en pena por la primera bes de un año de servicio sin sueldo alguno y por la se[gunda] en pena de muerte...”122 La mención explícita de los soldados pareciera indicar que estos figuraban entre los primeros sospechosos de los robos de ganado, por lo cual se justificaba plenamente su

120

Decreto del gobernador don José de Garro ordenando que no se dé licencia a los soldados para ausentarse de sus plazas. Concepción, 26 de octubre de 1682. AHNMV. Vol. 3, f. 222 vta. 121

Carta del gobernador de Chile don José de Garro al rey. Concepción, 9 de enero de 1684. BNMM. Tomo 167, f. 18. 122

Decreto del gobernador don José de Garro sobre los frecuentes robos de ganado en la ciudad y campos de Santiago. Santiago, 13 de junio de 1682. AHNCG. Vol. 580, f. 299; también en AHNMV. Vol. 4, f. 215.

81

inclusión dentro de la letra del decreto, así como la aplicación de la pena de muerte para quienes persistieran en el delito. No obstante, ni las medidas dictadas para evitar las licencias ni tampoco aquellas que penaban el robo de ganado tuvieron gran efecto, pues si de una parte el gobernador Tomás Marín de Poveda volvió a instruir a los oficiales a que no dieran licencia a las tropas, de otra dicto un nuevo decreto contra el cuatrerismo123. En ese contexto el gobernador escribió al rey manifestando que si bien había podido contener a la tropa en sus guarniciones, esto sólo había sido posible por la existencia en las Cajas Reales de Concepción del importe de dos Reales Situados, con los cuales había sido pagados parte de los sueldos que se les adeudaba, aun cuando todavía se les debía otros tres años. Asimismo, sin justificar los robos de los soldados el gobernador expresaba que para ellos era forzoso buscar alimentos y pertrechos fuera del ejército, pues en numerosas oportunidades ni siquiera contaban con el socorro que el financiamiento de la corona les proporcionaba, sin embargo: “...este no todos le buscan y le hallan entre sus parientes y amigos que muchas vezes le procuran robando y haziendo muchos daños en las haziendas de los vezinos de todo el Reyno por donde se divierten ...”124 Palabras que hacían referencia a la persistencia de los robos y el pillaje de los soldados en Chile central, el que ya se extendía casi por un siglo. Con tales apreciaciones Marín de Poveda apuntaba no solo a la situación puntual con que en su gobierno había enfrentado el problema de la ausencia de los soldados de sus guarniciones y sus desmanes, sino al centro del mismo, cual era que el inadecuado sistema de financiamiento, que dejaba al ejército entregado a la eventualidad que los recursos fueran enviados desde el Perú, con lo cual si estos no eran cursados los soldados no recibían sus sueldos, no se podía comprar ropa y zapatos para la tropa ni pagar a los asentistas de cuerda de arcabuz, harina, carne y otros productos comprados de cuenta de la Real Hacienda, con lo que las necesidades básicas de estos difícilmente podían ser cubiertas si no se recurría a sujetos y recursos externos a la corona, quienes idealmente eran los parientes y amigos de los hombres de la tropa. El gobernador planteaba que el alejamiento de 123

Bando del gobernador don Tomás Marín de Poveda sobre los frecuentes robos de ganado y prohibiendo cortar las orejas a los animales. Concepción, 2 de octubre de 1693. Archivo Histórico Nacional. Archivo Judicial de San Felipe (En adelante AHNJSF). Leg. 61, pza. 5ª, sin foliar. 124

Carta del gobernador de Chile don Tomás Marín de Poveda al rey. Concepción, 16 de octubre de 1692. BNMM. Tomo 168, ff. 144-145.

82

los hombres de sus guarniciones, a pesar que se dirigieran donde sujetos con quienes tenían algún lazo familiar o de amistad, en sí era una práctica que debía ser desterrada del ejército, pues: “...De estar el soldado fuera de su plaza y compañia se sigue necesariamente que se olvide el exercicio y disciplina militar que pierdan o deterioren las armas y el prinzipalisimo fundamento de buena milicia que es la obediencia a que totalmente falta haziendose a otras mui malas costumbres que en la ocasión le puede tener inabil para el servicio de Vuestra Magestad y defensa del Reyno ...”125 Lo que Marín de Poveda no expresaba en la carta, aunque sin duda lo sabía, era la mala calidad de la tropa, lo que también había persistido durante todo el siglo y cuyos componentes llevaban aun en fuertes y tercios una forma de vida desordenada, díscola e indisciplinada, que se desplegaba en todo su funesto esplendor cuando tenían la oportunidad de cruzar los caminos hacia Chile central. Durante el siglo, asimismo, los gobernadores intentaron aplicar distintas medidas para contener a las tropas, así como desde España llegaron diversas reales cédulas, que recogiendo el sentir de los vecinos de la capital y de la Real Audiencia mandaban limitar las licencias a los soldados, todos estos intentos tuvieron disímiles resultados, los cuales seguidamente pasaremos a analizar.

LOS INTENTOS POR REPRIMIR EL PILLAJE DE LOS SOLDADOS. Los robos, saqueos y raptos de los soldados y sus consecuencias tanto para las comunidades indígenas como para los estancieros y labradores que habitaban los partidos de la jurisdicción de Santiago obligaron a que las autoridades tomaran una serie de medidas para evitar o reprimir estas verdaderas campañas de pillaje y destrucción que cada año protagonizaban los fronterizos. Tales medidas se materializaban a través del envío de oficiales militares, alcaldes de la Santa Hermandad u otros jueces de comisión a perseguir los soldados que fueran denunciados como ladrones o que llevaran indios y bienes cuyo origen no estuviera claro. Al mismo tiempo, se dictaron instrucciones a los corregidores para que en los límites de sus partidos estuvieran vigilantes, de una parte, ante la aparición de soldados y de otra, de los

125

Ídem, f. 144.

83

robos que pudieran cometer. Sin embargo, tales medidas eran tomadas sin mayor coordinación entre las autoridades del reino, específicamente el gobernador, la Real Audiencia y el Cabildo de Santiago, lo que produjo que los esfuerzos que cada una de ellas emprendió tuvieran magros resultados a la hora de evitar que los soldados robaran o que sus delitos quedaran impunes; más aun, en algunas ocasiones se produjeron francas contradicciones y polémicas entre el gobernador y la Real Audiencia o el Cabildo capitalino respecto de cuáles eran las providencias más adecuadas para frenar el ímpetu de los fronterizos. Asimismo, desde España y generalmente a petición del Cabildo se dictaron diversas reales cédulas que, junto con prohibir a los gobernadores y a los oficiales del ejército el conceder licencias a sus tropas, penaron los robos y excesos de tos soldados. Todas estas medidas surgieron prácticamente desde el momento mismo en que los soldados enfilaron sus pasos a las estancias y comunidades indígenas de Chile central y se extendieron a través de todo el siglo. Su efectividad fue dispar y en general se tendió a solucionar el problema coyuntural que causaban los robos y raptos de la soldadesca a través de la persecución de los responsables y la prohibición de conceder nuevas licencias. Asimismo, la efectividad de estas acciones dependía no solo de la preocupación de las autoridades, sino también de los recursos que se ponían a disposición de los oficiales y jueces de comisión enviados a perseguir a los soldados e, incluso, de la tenacidad o desidia con que estos sujetos actuaran para cumplir su misión; al mismo tiempo, los propios hombres de la tropa estaban atentos a las medidas que se tomaran en su contra y muchos de ellos se encontraban listos para reaccionar ante el acoso de sus perseguidores. Si bien es cierto que las licencias invernales y los consiguientes abusos que el paso de los soldados generaba surgieron prácticamente en paralelo a la conformación del Real Ejército de la Frontera no se cuenta con denuncias de las actividades delictivas de los soldados sino hasta algunos años más tarde, cuando tanto la Audiencia como algunos de los oidores que la componían se dirigieron al rey para hacerle presente este problema y sus consecuencias para la tranquilidad del reino. Sus cartas junto con denunciar tal situación relataban al monarca las medidas tomadas por el máximo tribunal del reino para evitar estos abusos, sin embargo de la expresa disposición real que solo los capitanes generales tenían jurisdicción sobre los actos de los militares, lo cual junto con ser apelado por los oidores, fue causa de las primeras polémicas

84

surgidas entre el gobernador y la Real Audiencia sobre cómo darle solución a este tema. En efecto, con fecha 12 de diciembre de 1608 el rey dictó una real cédula por la cual ordenó que “...el dicho mi governador y cappitan general y Presidentte que es o fuere de la dicha mi Audiencia de las provincias de Chile como tal mi cappitan general conosca y determine en primera y segunda instancia todos los delitos casos y causas que en qualquier manera tocaren a los cappitanez y ofizialez y a la demas gentte de guerra que me sirviere a sueldo y se junttare para qualesquier conquistas y pasificaciones en aquellas provincias sin que mi Audiencia real de ellas, ni otra qualesquier justizia se entremetan en cosa alguna de ello, ni en conocer de tales casos y causas por vias de apelacion ni en otra manera...”126 Con lo cual se radicaba en el capitán general la exclusividad para conocer las causas de los soldados, así como de los capitanes y oficiales de las compañías del número de las ciudades e, incluso, de todos los que participaran junto al Real Ejército en las campañas militares contra los mapuches. Tal disposición no solo inhibía a la Real Audiencia y al Cabildo santiaguino para actuar contra los fronterizos, sino que introducía una no deseada cuota de tensión entre las distintas autoridades aun más cuando los oidores, a pesar de conocer la disposición real citada, insistían en tomar las medidas que consideraban necesarias para frenar los abusos de la soldadesca. De ese modo, solo algunos meses después que el oidor Celada escribiera al rey, fue el conjunto del máximo tribunal del reino quien se dirigió a Felipe UI para referirse a los fieros actos de la tropa y reiterar la carencia de facultades que ella tenía para solucionar el problema. En la misma carta denunciaban la falta de cumplimiento de parte del gobernador de una real cédula que le mandaba no concederles licencias y las diligencias que había realizado el fiscal de la Audiencia pasa averiguar los daños que de estas acciones se derivaban, así aduciendo el cumplimiento del real servicio que el tribunal debía al rey, “...librarnos probisiones una para que el dicho governador guardare lo que Vuestra Magestad tiene probeido acerca de que no salgan de la guerra los dichos soldados y otra para que el corregidor de el partido de Maule ques camino forsoso por donde an de pasar no consintiese ni dexase pasar a

126

Real cédula sobre que el gobernador como capitán general conozca de todos los delitos de los soldados, así en primera como en segunda instancia. Madrid, 12 de diciembre de 1608. Archivo Histórico Nacional. Fondo Cabildo de Santiago (En adelante ANHCS) Vol. 10, ff. 30 vta.-31.

85

persona alguna de los de la guerra antes los bolviese a enbiar presos a ella como costara de las dichas probisiones que seran con esta...”127 Tales medidas de la Real Audiencia, sin embargo, no tuvieron mayor repercusión en la conducta de la soldadesca, cuyo número y decisión difícilmente podía ser frenadas por la acción de un corregidor y algunos de sus tenientes más aun si los fronterizos marchaban armados y autorizados por sus cabos para dirigirse donde estimaran más conveniente. La concesión de licencias invernales más allá de constituir una violación a las órdenes reales, era una necesidad del ejército, por lo cual de no mediar un cambio radical en el modo de financiamiento del aparato militar del reino, difícilmente se podría terminar con esta práctica. Ello imponía a los gobernadores el que, junto con autorizar que un número limitado de sujetos abandonaran sus guarniciones temporalmente, se debía implementar medios para primero, evitar que otros soldados salieran de ellas sin permiso y luego, reprimir los abusos de los que con licencia o sin ella se dedicaran a robar, saquear y raptar en Chile central. No obstante, tales medidas tampoco parecían funcionar, al menos en el caso de algunos gobernadores, como lo fue don Luis Merlo de la Fuente, quien envió tras los soldados a algunos oficiales con sus respectivas partidas con la comisión de perseguir y castigar a quienes fueran sorprendidos delinquiendo o con indios y bienes producto de su violenta conducta. E1 mismo Merlo de la Fuente se encargó de relatar a su sucesor don Juan de Jaraquemada los resultados de esta gestión, a quien planteó que ésta fue la única forma que pudo implementar para evitar tales excesos, pero: “...despues de gastar mucho tiempo al cabo del no hacen nada con efecto por que la tierra está muy a lo largo y no sabe el capitan general las convenciones que hacen para castigar las ilicitas que los ministros y soldados hacen y cuando estas cesacen como los traen forzados que por esta causa y no venir con voluntad se envia por ellos quando haya manos limpias el ministro que mas forzados podrá traer uno y dos y ayuda porque menos que uno me trujeron este año los ministros que envié a recojer soldados licenciados por mi predecesor y por sus capitanes y con no

127

Carta de la Real Audiencia al rey. Santiago, 25 de agosto de 1610. BNMM. Tomo 117, ff. 69-70.

86

traerme ninguno me vinieron muchas quejas de agrabios que me dixeron haber fecho...”128 Tales malos resultados provenían de la desidia con que los oficiales cumplían sus comisiones, al mismo tiempo que los medios que se ponían a su disposición eran mínimos, tan solo algunos hombres que les acompañaban con los cuales difícilmente podrían detener el ímpetu de los fronterizos, más aun cuando estos se hallaban repartidos a lo largo del reino, lo que hacía extremadamente engorrosa su persecución si es que no se contaba con el auxilio de los jueces y funcionarios locales, lo que tampoco garantizaba la efectividad de sus comisiones. Durante el mismo período la Real Audiencia se limitó a plantear ante el rey los inconvenientes que se derivaban de que solo el gobernador pudiera conocer de las causas contra los miembros del ejército, lo que según el máximo tribunal del reino constituía un nuevo incentivo para que estos hombres se sintieran libres de haca todo lo que quisieran en su camino hacia Santiago, pues los soldados: “...de mas de que en todos tiempos son licenciosos con la dicha inhivicion lo han de ser mas contra la gente vecina y moradora de los pueblos y no teniendo las justicias ordinarias facultad para defender y amparar a sus subditos los an de hacer cada dia mayores...”129 Lo que se derivaba de que el gobernador, al asistir más de la mitad del año en Concepción, no podía enterarse del cúmulo de delitos que cometía la soldadesca, más aun cuando los afectados debían viajar largas distancias para presentar sus denuncias ante éste, de modo tal, que los parajes rurales del distrito de Santiago quedaban entregados al arbitrio de los fronterizos. Debido a lo anterior la Audiencia pedía al rey revocar la real cédula de 12 de diciembre de 1608 y “...ordenar questa real audiencia y las justicias ordinarias pudiesen castigar a qualesquier soldado [por] qualesquiera delitos que cometiesen fuera de la guerra y en defensa de los avitadores de la paz ...”130 Lo que según ellos era la única solución para evitar que estos hechos siguieran ocurriendo y, más aun, que quedaran sin ningún castigo. No obstante, las

128

Avisos y advertencias que el doctor Luis Merlo de la Fuente...Santiago, 1º de marzo de 1611. BNMM. Tomo 118, ff. 214-215. 129

Carta de la Real Audiencia de Chile al rey. Santiago, 15 de marzo de 1612. BNMM. Tomo 117, f. 303.

130

Ídem, f. 304.

87

peticiones de los oidores quedaron sin la respuesta real que esperaban, pues el monarca si bien desaprobaba la concesión de licencias y los excesos que de ello se derivaban, tampoco mostraba intenciones de modificar la real cédula mencionada. Los conflictos entre los gobernadores y la Real Audiencia continuaron durante los años siguientes. Uno de los temas que más tensionaron las relaciones entre ambos órganos de gobierno fue la falta de castigo para los ladrones fronterizos, de lo cual el máximo tribunal del reino acusaba directamente a los gobernadores y más aun, estos pocas veces respetaban las decisiones del tribunal que, de una manera u otra, involucraban a los miembros de las fuerzas militares. Así sucedió en 1621, cuando la Red Audiencia condenó por distintos delitos a varios sujetos a servir en el Real Ejército, los cuales encontrándose en camino hacia Concepción para cumplir su pena recibieron órdenes del gobernador, quien lejos de enviarlos a algún fuerte del Biobío, les mandó detenerse y volver a la ciudad mientras él, que venía desde la frontera en dirección a Santiago, se quedaba en la capital en lo que constituyó una abierta contradicción a la resolución judicial que condenaba a tales sujetos; al mismo tiempo, el gobernador despojó de su comisión a dos funcionarios enviados por la Audiencia para perseguir y quitar los bienes e indios que llevaran los soldados que estaban con licencia en Chile central y más aun, mandó a los raptores a usar de lo que llevaban sin mayor impedimento. Tal conflicto motivó la intervención del propio rey, quien informado por los oidores dictó una real cédula firmada en Madrid el 17 de diciembre de 1621, la que fue dirigida al gobernador del reino y por la cual le ordenó no estorbar las resoluciones judiciales y abstenerse de conceder nueva autorizaciones a las tropas para salir de sus fuertes, pues todos estos excesos se derivaban de la “...licencia que dábades para que bajasen los soldados desde la Ciudad de la Concepcion a la de Santiago...”131 Todos comportamientos que el rey reprobó. Pero una real cédula como la de 1621 no tenía ningún efecto práctico ante las tensiones que agitaban a las autoridades chilenas, pues aunque era efectivo que estaba en las manos del gobernador no estorbar las resoluciones de la Audiencia, como la citada, que aunque no interfería en sus privilegios y jurisdicción respecto de los militares si cuestionaba el modo en que se concedían las licencias invernales y como se había actuado con los soldados que delinquían, lo que a su vez constituía un profundo desafío al 131

Real cédula dirigida al gobernador de Chile para que se abstenga de estorbar las resoluciones de la Real Audiencia. Madrid, 17 de diciembre de 1621. AHNFA. Vol. 53, f. 52 vta.

88

poder del capitán general quien, en definitiva, era acusado de ineficiente para resolver el problema del pillaje, lo que sumado a la obligada inhibición de la Real Audiencia para conocer los procesos judiciales contra los militares, dejaba - según los oidores - nuevamente al reino y sus habitantes en una angustiosa indefensión. Con todo, las licencias se siguieron concediendo durante toda la década de 1620, con las consiguientes consecuencias que estas implicaban, por lo tanto, los soldados persistieron en su venida a Chile central y en los robos y saqueos que ya estaban acostumbrados a cometer; durante tales años al parecer el nivel de conflicto entre el máximo tribunal del reino y su presidente fueron menores, lo cual no significó necesariamente que las medidas que se tomaban para evitar estos abusos estuvieran consensuadas entre ambas autoridades. No obstante, un tercer actor comenzó a opinar sobre este tema exigiendo soluciones y tomando algunas iniciativas contra los soldados, este fue el Cabildo de Santiago, el que a mediados de la década de 1630 comenzó a representar insistentemente al rey los problemas que se derivaban de esta práctica militar. De ese modo, luego de manifestarle los agravios y abusos que los vecinos de la ciudad sufrían cada invierno, manifestando que los soldados se juntaban en cuadrillas para cometer sus delitos, lo que los convertía no sólo en sujetos indisciplinados, sino en verdaderas bandas de forajidos repartidas por los campos, el rey dictó una real cédula cuyo tenor iba dirigido explícitamente a combatir los delitos de estos sujetos. En ella se ordenó al gobernador del reino, el marqués de Baides, “...no diesedeis licencia a los dichos soldados para que vengan a la dicha ciudad, sino fuere con causas muy justas y a personas de satisfaccion, y que si alguno hiciere alguna estorcion o agravio o no volvieren a la guerra quede obligado a pagar 500 pesos a mi Real Hacienda, y lo que hubiere recibido a cuenta de su sueldo sin haber servido pues esta cantidad y aun mas cuesta poner un soldado en el ejercito o presidio, y que en caso que alguno baje sin licencia, las justicias ordinarias puedan conocer de sus delitos y castigarlos, y no les corra el tiempo que sin ella faltaron a la guerra...”132

132

Real cédula sobre que los soldados que bajan de las fronteras se juntan en cuadrillas y cometen todo género de excesos y castigos que deben imponérseles. Madrid, 2 de enero de1638. BNMM. Tomo 272, ff. 143-144.

89

Tal disposición junto con volver a reprobar la concesión de licencias sin adoptar un mayor control de los sujetos que las solicitaban, devolvía a la Real Audiencia la potestad para conocer los delitos de los soldados que bajaran a Santiago sin autorización. De otra parte, el marqués de Baides, quien había llegado hacia poco tiempo al reino, probablemente portando esta real cédula en su mano, se dispuso a tomar medidas inmediatas para reprimir los robos de los militares fronterizos, para ello implementó una serie de medidas que prontamente puso en noticia de los oidores, al mismo tiempo que les pidió su colaboración para terminar prontamente con este problema, como reza la carta enviada a la Real Audiencia el 25 de julio de 1640. En ella Baides le comunicó que: “...A el capitan Phelipe de Macaya proboste general e mandado que con seis soldados se aquartele en la Rivera de Maule para la guarda de aquel paso solo a fin de evitar que los deste exercito no passen a esa ciudad a hacer vejaciones a sus vecinos y moradores ni anden vagamundos de unos partidos a otros supplico a Vuestra Señoria que en lo que se le ofreciere en essa ciudad quando llegue a ella a recoger los que andan ausentes se le favorezca y ampare como a mi ministro...”133 De ese modo, el gobernador mandó a Chile central un oficial militar cuya función al interior del ejército era velar por el orden y la disciplina de las tropas. Ahora bien, en este caso específico el preboste fue enviado junto a una partida compuesta de seis soldados, como se expresa en la carta recién citada, y seis indios amigos con precisas instrucciones de cómo proceder contra quienes se encontraran vagabundos, mal divertidos o ausentes de las filas del ejército. Macaya debía dejar una fracción de su partida en las riberas del Maule a fin de evitar que la tropa cruzara dicho río en dirección a Santiago, mientras que él y el resto de sus hombres correría los partidos centrales del reino en busca de soldados que se hallaran vagabundos o bien a aquellos que habiendo salido de sus compañías gracias a una licencia invernal, no habían regresado a las filas. Por su parte, respecto de quienes se hubieran ausentado del ejército sin la debida licencia, tenía claras instrucciones de ahorcarlos, concibiéndose ese castigo como un acto ejemplarizador para el resto de la tropa y especialmente para quienes quisieran desertar. No obstante, las acciones del preboste general, especialmente el haber ajusticiado a un soldado 133

Carta del gobernador de Chile el marqués de Baides a la Real Audiencia. Concepción, 25 de julio de 1640. AHNRA. Vol. 2988, f. 85.

90

sin haberle hecho confesar previamente, merecieron su prisión por parte de la Real Audiencia, con lo que se inauguró un nuevo conflicto entre el gobernador y el tribunal real y una serie de acontecimientos que permiten visualizar lo complejo del problema que tratarnos y la fragilidad de las disposiciones que las autoridades tomaban. De modo tal, en septiembre de 1640 el gobernador se enteró que el capitán Felipe Macaya se encontraba detenido en Santiago por: “...aver dado garrote en el campo sin confission a Gregorio Ortiz soldado a quien yo tube presso pocos dias en la Concepcion por deçir se queria uir y le mande soltar con que se le mudase la plaça a este fuerte para asi guiarle y se fue sin cumplir con el decreto con otro llamado Luis de Lara que acreditado por el sargento mayor bajo para una lizençia a la Concepcion y aviendole mandado se bolviese a su tercio disparo y se fueron juntos, es savido que estos y otro soldado y otros tres o quatro moços de la tierra y por caudillo dellos el Gregorio Ortiz andavan salteando en los caminos zerca de Santiago por cuya causa aviendolo savido el proboste los fue a buscar y aviendo topado con ellos se le resistieron con [violencia] y sin embargo desto los prendio...”134 Seguidamente el gobernador relató que Macaya al no encontrar un sacerdote que tomara la confesión a Ortiz, quien resultó ser el único apresado, decidió ahorcarlo antes de llegar a Santiago, pues en la ciudad: “...se le avia de ympedir por ruegos como se a echo con otros y que queriendo que se confesasen para hacerlo nadie queria acudir a ello por dilatar el castigo...”135 Pero tal decisión tuvo consecuencias inesperadas para el preboste, pues luego de llegado a Santiago fue apresado por orden de la Audiencia, permaneciendo al menos dos meses detenido en la capital del reino. Por su parte, el marqués de Baides reclamó de su encarcelamiento y pidió que fuera prontamente liberado, destacando la importancia de la tarea que éste cumplía, junto con reiterar que las órdenes con que contaba para proceder de forma inmediata contra los desertores y aquellos que se habían ausentado sin licencia habían sido perentorias y no admitían dilación, además hacía presente el fuero militar del que gozaba tanto él como el difunto Ortiz, por lo cual en caso de merecer ser juzgado solo podía hacerlo el capitán general. Al mismo tiempo, el gobernador expresaba a la Real Audiencia su pesadumbre por la falta de ayuda y aun

134

Carta del gobernador de Chile el marqués de Baides a la Real Audiencia. Fuerte de San Cristóbal, 13 de septiembre de 1640. AHNRA. Vol.2988, f. 97. 135

Ídem, f. 97.

91

los impedimentos que ésta ponía para que sus ministros hicieran cumplir con rigor las órdenes y bandos que se habían dictado contra los militares fronterizos, más aun cuando ese año a pesar de haberse dado licencia a una centena de hombres, faltaban más de cuatrocientos de las filas reales. Finalmente, el preboste fue dejado en libertad, con lo cual se dio por superada esta nueva contradicción entre la Real Audiencia y el gobernador, pero tal incidente tuvo consecuencias que fueron más allá de las disputas de poder entre las autoridades del reino, las cuales se hicieron sentir directamente en los tercios fronterizos y demostraron, de una parte, la carencia de mecanismos efectivos para contener la tropa en sus guarniciones, pues lo bandos al parecer no se cumplían y quien estaba encargado de ello se encontraba preso y de otra, el estado de ánimo de los soldados fronterizos y su forma de actuar al verse libres, al menos temporalmente, de ir a donde les pareciere sin que hubiera nadie que los persiguiera, pues solo tres semanas después de haberse recibido en Concepción las noticias de la prisión de Macaya se ausentaron “...27 soldados de los dos tercios despues que corrio la voz de que Vuestra Señoria habia preso al proboste general...”136 Con ello se volvió a manifestar la impunidad con que estos sujetos actuaban y la casi nula coordinación entre los distintos órganos encargados de guardar el orden entre las tropas y en el reino en general, pues si bien los corregidores contaban con el mandato para aprehender a estos sujetos, generalmente éste no era cumplido, lo que incluso les valió que el propio gobernador dudara de tales funcionarios, llegando a plantear su complicidad por omisión con los soldados que vagaban por el reino. Pero la falta de coordinación entre las distintas autoridades respecto a cómo enfrentar este problema continuó, materializándose en la adopción de medidas paralelas y aun contradictorias entre sí, como fue la detención de soldados de parte de los ministros enviados por la Real Audiencia, entre ellos los Alcaldes de la Santa Hermandad, y su reclusión en la real cárcel sin que fueran entregados al ejército como correspondía con quienes tenían licencia. Asimismo, era frecuente que los oidores aceptaran los ruegos de los parientes del culpado o de miembros de la iglesia, para que éste fuera librado de sufrir el castigo que por sus delitos le correspondía, aun tratándose de la pena de muerte, como sucedió en el caso de Luis de

136

Carta del gobernador de Chile el marqués de Baides a la Real Audiencia. Concepción, 6 de octubre de 1640. AHNRA. Vol. 2988, f. 86.

92

Cárdenas, como lo destacó el marqués de Baides en una nueva comunicación al máximo tribunal del reino, la que expresaba que a éste sujeto: “...mi antecesor quiso dar garrote porque se huyo de Arauco en un barco de noche y la marea le derroto el rio arriba de Caranpangue y de cinco que fueron le dio a uno y este por ruegos se libro y quando el proboste general le ubiera quitado la vida bien merecido lo tiene [y] en esta ocasión se lo agradezca a Vuestra Señoria pero su mal natural buscara otra con lo que pagara todo...”137 Asimismo, el marqués exhortó a la Real Audiencia para que no volviera a permitir ruegos y peticiones, y entregara los soldados que tenía retenidos al preboste general del ejército y se abstuviera de intervenir en la jurisdicción militar, evitando de ese modo conflictos de competencia que llevaban a que los soldados siguieran impunes, puesto que aunque había algunos presos y a otros a quienes se había castigado con la pena del garrote, la mayoría de ellos podía saltear y raptar sin tomar grandes precauciones. Al paso de los años los conflictos entre el marqués de Baides y la Real Audiencia se siguieron manifestando, aunque su intensidad fue bastante menor a los ocurridos durante 1640 y 1641, sin embargo, los motivos en general seguían siendo los mismos, es decir, la adopción de medidas que vulneraban la jurisdicción militar, más aun cuando los jueces y alguaciles enviados por los oidores demostraban, según el marqués, una inexcusable cobardía motivada por el miedo que les causaban las tropillas de soldados que recorrían los parajes rurales y las aldeas, de tal modo: “...como por fuerza y a ruego tiene Vuestra Señoría hombres embarazados en estos ministerios, tan cobardes que no quieren obrar, haciéndolo en resguardo de sus vidas y que no hay otro alguacil que lo sea sino es Padilla, ni se hallan personas que lo ejerzan, sin tener quien ronde y haga dilijencia alguna, representando tanto tropel de robos, muertes, estupros, fuerzas, salteamientos en medio de la ciudad y en el campo a los jemidos de los vecinos y de las estancias...”138

137

Carta del gobernador de Chile el marqués de Baides a la Real Audiencia. Concepción, 3 de mayo de 1641. AHNRA. Vol. 2988, f. 64 vta. 138

Carta del gobernador de Chile el marqués de Baides a la Real Audiencia. Concepción, 4 de noviembre de 1644. BNMM. Tomo 137, f. 437.

93

Lo cual, en vez de contribuir a la represión de los crímenes de los fronterizos, avalaba la impunidad con que estos actuaban, seguros que los jueces enviados en su persecución no eran capaces de contenerlos y a veces ni siquiera lo intentaban. Este fracaso estruendoso, incluso criticado por el gobernador, impulsó a la Real Audiencia a tomar nuevas iniciativas frente al problema, cuales fueron el envío de los alguaciles mayores de Santiago junto a un alcalde de la Santa Hermandad con órdenes de apresar a los soldados que encontraran entre Santiago y el río Maule y quitarles los caballos, indios y provisiones que llevaran; tal medida provocó un nuevo conflicto con el gobernador, quien de inmediato manifestó su rechazo ante esta nueva orden. En esta ocasión el marqués de Baides puso el acento en cuestionar ya no que la Real Audiencia hubiera enviado a sus ministros a perseguir a los soldados, pues a pesar de reconocer que la mayoría de los hombres del ejército eran de la peor clase no era posible que no se actuara según los reclamos y querellas presentadas contra estos, sino con “red barredera”, es decir, sin discriminar a ninguno de la prisión y el embargo de su carga. El gobernador argumentó que no era posible que se le quitara lo que llevaban los soldados sin antes comprobar que ello era robado, pues él se hallaba convencido que muchos compraban los caballos y las provisiones con los veinticinco o treinta pesos que se les daba a los que llevaban licencia, tal dinero era un adelanto de su sueldo y estaba destinado precisamente a dotarlos de fondos para que pudieran adquirir lo necesario antes de retornar a su guarnición, así como había otros que efectivamente eran aviados por sus parientes y amigos, por lo tanto, proceder contra todos los hombres que volvían a los fuertes fronterizos le parecía al marqués un desatino que solo acentuaba los conflictos con el ejército. En su comunicación el gobernador, junto con reprender a la Real Audiencia por su apresurada decisión aunque valoraba el celo por el real servicio que había detrás de ella, aprovechó de enumerar las medidas tomadas por él para reprimir los delitos de la tropa luego de las últimas licencias concedidas ese año, entre las que se contaron la dictación de un: “...bando para que los correjidores y sus tenientes, Alcaldes de la Hermandad y otras justicias corrijiesen sus excesos y no los consintieren en sus partidos de tres dias para arriba, y que averiguasen las causas y quejas que hubiera contra ellos y los prendiesen y me los remitiesen para castigarlos, con mira de que las partes injuriadas tuviesen satisfaccion del daño, pues solo a este fin y no por cumplimiento, antes que salgan que aquí

94

dejan fianzas de que no le haran, y si alguno hiciere, lo pagara el fiador, como es cierto que se ejecutara, pues a este intento mande que ninguna personas los ocultasen en sus casas y estancias, ni consintiesen estar en ellas, con rigurosas penas; y demas desto, di orden a mi teniente de capitan jeneral y al proboste, ayudante y demas ministros de guerra para que anduviesen a la mira y que no les consintiesen hacer mal a nadie sino que los castigasen y diesen garrote a tres o cuatro de los que ocasionasen a ello y fuese ejemplar a los demas ...”139 Tales medidas apuntaban a tres objetivos, cuales eran no permitir el asentamiento temporal de soldados en los partidos a fin de evitar los daños que ellos realizaban, pues amparados por el hospedaje que les ofrecían algunos estancieros u otros sujetos del lugar, podían concertarse con otros camaradas o con mozos del lugar para cometer robos y asaltos, al mismo tiempo que contaban con un lugar para esconder lo hurtado mientras se encontraban en Chile central, todo lo cual había de evitarse. En el mismo sentido apuntó la disposición de prohibir el que se les diera alojamiento en casas y estancias o bien que se escondiera a quienes huían de la justicia o se disponían a desertar. Un segundo objetivo era el contar con el dinero suficiente para compensar a quienes se vieron afectados por las acciones de los fronterizos, lo cual se pretendía hacer obligando a los hombres que salían con licencia a dejar parte de su sueldo a modo de fianza o bien designar un aval que se encargara de compensar los daños que eventualmente estos sujetos hicieran. Por último, el marqués ordenó a los corregidores, al preboste general del ejército y al teniente de capitán general y sus respectivos lugartenientes y ayudantes que estuvieran alerta ante la presencia de soldados, persiguieran a los que fueran denunciados o cometieran delitos y los llevaran ante el capitán general para su castigo. Tales medidas, sin embargo, no fueron suficientes para don Martín de Mujica, quien sucedió al marqués de Baides en el gobierno del reino, fundamentalmente porque no habían sido aplicadas con el rigor que era necesario usar con sujetos tan díscolos e insubordinados como habían demostrado ser una gran parte de los integrantes del ejército fronterizo. Así entonces, Mujica dictó diversos decretos destinados a hacer retornar la disciplina a las tropas comenzando por un bando que penaba con la muerte los duelos y riñas al interior de los cuarteles, como ya se ha mencionado anteriormente. Al mismo tiempo, decidió mudar el tercio

139

Ídem, f. 432.

95

de Arauco desde su ubicación original hasta el paraje de Tucapel. Tal decisión fue tomada de una parte por consideraciones tácticas y de otra a fin de evitar los robos y desmanes que hacían los soldados tanto en el distrito de Concepción como en el de Santiago, de lo cual Mujica ya estaba informado por los numerosos reclamos que recibía de los vecinos de la capital del reino, quienes reiteraban su preocupación por la próxima campaña de pillaje que se avecindaba. De tal forma, el gobernador suspendió todas las licencias, como se lo expresó al rey en 1647, a quien escribió que: “...cerre la puerta totalmente en darles - licencia a las tropas - y lo hare en adelante asi por el empeño en que esta el tercio rodeado de tantos yndios y que es bien tener las fuerças juntas como por escusar los excesos que algunos cometen a titulo de aviarse y porque el abuso y el delito del hurto de caballos a muchos años le acostumbran en esta milicia...”140 Paralelamente en España el rey también había recibido los reclamos y peticiones de los vecinos de la capital, quienes ya en varias oportunidades habían manifestado los daños que les traía cada invierno, debido a lo cual el monarca dictó una real cédula por la cual ordenó al gobernador le informara a la brevedad con órdenes de quien y a qué bajaban los soldados a Santiago, así como las conveniencias o inconvenientes de dicha práctica141. Al mismo tiempo, la real cédula manifestaba que a pesar de que por disposiciones anteriores se había ordenado al gobernador remediar los daños que hacían los soldados y suspender las licencias, esto no se había cumplido, por lo cual se hacía necesario tomar nuevas medidas para evitar tales desmanes, sin embargo no bastaba para ello los informes de los vecinos de la capital del reino, sino que era necesario que el gobernador, que asimismo era el jefe del ejército, elevara un informe que manifestara los distintos aspectos del problema, como era la persistencia ya por más de cuarenta años de las licencias cuando era pública la verdadera campaña de pillaje que cada año emprendían quienes eran autorizados para viajar y también los que sin esperar permiso alguno se lanzaban a los parajes rurales del reino. No conocemos si hubo respuesta del

140

Carta del gobernador de Chile don Martín de Mujica al rey. Concepción, 23 de mayo de 1647. BNMM. Tomo 139, f. 254. 141

Real cédula sobre que la ciudad de Santiago ha hecho presente que los soldados de los presidios no bajen a la capital por los daños que en ella ocasionan. Madrid, 30 de agosto de 1647. BNMM. Tomo 272, f. 174. También en: AHNCS. Vol. 3, f. 90 vta.

96

gobernador a la real cédula del 30 de agosto de 1647, quizás por la prematura muerte de Mujica, quien solo alcanzó a gobernar el reino por espacio de tres años; no obstante, durante ese período las cifras de indios raptados y viviendas salteadas por los militares fronterizos bajaron prácticamente a cero, lo cual se debió a la extrema dureza con que se aplicaron los bandos y decretos del gobernador, que a más de un soldado llevaron a sufrir la pena de garrote, demostrando asimismo que era posible contener el ímpetu de los fronterizos o, al menos, mantenerlo circunscrito a la frontera de guerra. Pero su deceso también marcó el retorno de la intranquilidad a los campos y parajes rurales y aun a las ciudades, como lo manifestó el cabildo de Santiago a comienzos de 1650, quien expresó al rey que el difunto gobernador procuró evitar los daños que se causaban: “...no dando como no dio licencia ninguna para que saliesen de sus presidios pues en ellos se les paga enteramente lo que Vuestra Magestad tiene situado con que en los tres años de su govierno se libró esta ciudad de este enemigo militar gozando sus vecinos y moradores y los naturales de paz y quietud y los encomenderos de su servicio. Luego que murio y Dios fue servido de llevarselo al dicho governador a vuelto a experimentar los mismos daños y agravios y se ha vuelto al primer estado...”142 Esta carta motivó la inmediata dictación de una nueva real cédula fechada en Madrid el 18 de marzo de 1652 en la que el rey hizo notar su preocupación y la del Consejo de Indias por estos desmanes, más aun cuando Santiago se encontraba prácticamente en e1 suelo; ahora lejos de pedir informes sobre las causas de las licencias decidió terminar con tan perjudicial práctica, de modo tal que ordenó al gobernador don Antonio de Acuña y Cabrera: “...no deis licencia a ninguno de los soldados que sirven en esas fronteras para que puedan bajar a la dicha ciudad, previniendo lo necesario para que tampoco se las den los demás capitanes y cabos de su ejército y fronteras por lo mucho que convenía cortar los inconvenientes y daños tan perjudiciales se dice resultan de ellos, poniendo por vuestra parte muy particular cuidado en su reparo...”143

142 143

Carta del Cabildo de Santiago al rey. Santiago, 10 de febrero de 1650. BNMM. Tomo 140, ff. 183-184.

Real cédula para que los gobernadores ni demás capitanes y cabos den licencia a los soldados para que bajen a la ciudad de Santiago por los daños que hacen. Madrid, 18 de marzo de 1652. AHNFA. Vol. 53, f. 203-203 vta.; también en: AHNCS. Vol. 3, ff. 102-103.

97

No obstante, la falta de cumplimiento de esta orden, manifestada en la regular concesión de licencias por cabos y comandantes fronterizos y la nula iniciativa del gobernador para frenar esta situación, llevó a que en los años inmediatamente posteriores se dictaran dos nuevas males cédulas que reiteraban la disposición de acabar con los permisos invernales y mandaban cumplir los mandatos reales sin contradicción alguna, al mismo tiempo que recordaban al gobernador la importancia de conservar a los soldados en sus cuarteles para así evitar deserciones, lo que inevitablemente llevarla a realizar nuevas levas las que involucraban un alto costo para la Real Hacienda y una notable disminución de los ingresos anuales del ejército, pues las compañías alistadas tanto en Chile como en el Perú eran pagadas y a veces armadas a costa del Real Situado144. Tal situación se constituía en el inicio de otro círculo viciosa al interior de la fuerza armada fronteriza, pues en la medida que más soldados desertaran, fueran encarcelados y aun condenados a muerte por sus delitos, más numerosas debían ser las levas y más gasto implicaban sobre todo si estas se realizaban fuera del reino, pues en ese caso también se debía incluir su transporte. Así, si los costos en levas y transporte subían, disminuía el dinero y las especies que venían con los navíos del Real Situado, con lo cual se resentían los sueldos y los víveres, ropa, caballos y amas que se adquirían para proveer a las tropas acantonadas en las márgenes del río Biobío, con la consiguiente necesidad de conceder nuevas licencias para suplir lo faltante, lo cual cerraba este espiral de carencia y violencia que caracterizó las relaciones de los hombres del ejército con los habitantes de Chile central. Durante la década siguiente tanto las licencias invernales como los intentos por terminar con ellas o al menos frenar sus efectos continuaron. No obstante, tanto unos como otros siguieron desarrollándose en la misma línea pues si de una parte los cabos y comandantes concedían licencias o bien los soldados salían por su propia decisión de la frontera para Chile central de otra, los gobernadores seguían dictando decretos y autos a fin de obligarles a retornar a sus cuarteles. De esa forma, no es de extraña que el gobernador Francisco de Meneses, a quien luego de finalizado su gobierno se le acusó de permitir generosamente las licencias y excesos de los soldados, dictase un bando que penaba con graves castigos a quienes dieran amparo a militares fugados o los embarcaran en sus navíos con destino al Perú. Asimismo, a 144

Tales reales cédulas tienen por fecha el 12 de agosto de 1653 y el 14 de noviembre de 1654 y se pueden encontrar respectivamente en BNMM. Tomo 272, ff. 257-258 y AHNFA. Vol. 53, ff. 203 vta.-204 vta.

98

modo de parar el desorden en que se había convertido la concesión de permisos, los que según la fecha del bando, pareciera que se extendían bastante más allá del término del invierno, el gobernador ordenó: “...que todos los capitanes bibos y reformados que tienen plaza ofiziales y soldados que estubieran fuera de sus compañias en esta ziudad y sus parttidos con lizençias o sin ellas parezcan dentro de ocho dias de la fecha deste bando y su publicazion y se pressentten ante mi...”145 Tal disposición introdujo un nuevo elemento en la intrincada trama que se desarrollaba en torno a los permisos militares, cual fue la imposición de plazos breves y perentorios para que estos volvieran a sus guarniciones sin sufrir castigo, pues de no concurrir en la fecha señalada se exponían a caer no solo en un desacato a la autoridad del gobernador, sino también en la completa ilegalidad, pues a partir de ese momento quienes no se presentaran serían considerados desertores y perseguidos como tales. No sabemos si este bando se aplicó en el reino o quedó como letra muerta, que sería lo argumentado por los opositores y críticos de don Francisco de Meneses. En el gobierno siguiente, el marqués de Navamorquende aplicó medidas similares a las de su antecesor probablemente impactado por la situación de desorden generalizado en que vivía el ejército y de la cual los sujetos que venían cada invierno a Santiago eran una de sus caras más violentas. Navamorquende dictó nuevos bandos que, como los anteriores, daban un plazo de algunos días para que los hombres regresaran a sus unidades antes de ser considerados desertores. Sin embargo, más que las disposiciones del nuevo gobernador, lo que probablemente incentivó a los soldados a volver prácticamente en forma voluntaria a la frontera fue la llegada a Concepción de los navíos que transportaban el Real Situado, como el mismo marqués se encargó de manifestarlo al rey, a quien escribió que: “...habiendo llegado a esta ciudad de la Concepcion el dia veinte y siete con que se an rreducido todos a sus compañias, unos con el temor del castigo que amenazaban los bandos que mandé publicar y que vieron

145

Bando del gobernador don Francisco de Meneses ordenando el regreso de los soldados y oficiales a sus compañías, prohibiendo el amparo a los desertores y el embarque de soldados sin licencia del gobernador. Santiago, 11 de febrero de 1664. AHNRA. Vol. 2216, pza. 2ª, f. 34-34 vta.

99

egecutar a los mas culpados, y otros con la esperanza de redimir su bejacion a vista del Real Situado que llegó a este puerto el dia trece de Abril...”146 Su arribo implicaba que se debía efectuar el pago de los sueldos que se adeudaban a la tropa, lo cual indudablemente constituía un aliciente para los fronterizos que siempre se hallaban escasos de dinero y al cual respondían con bastante más apuro que a los bandos de los gobernadores, pues a pesar de los descuentos, cobros abusivos y otras prácticas que eran usadas con los soldados, cada entrega del Situado significaba la posibilidad de disponer de dinero, ropa y otros bienes susceptibles de vender, trocar o usar para los fines que cada uno de estos hombres definieran, los que incluso podían ser la propia fuga del ejército. Todas estas expectativas de la soldadesca generalmente no se veían materializadas, pues los bienes y los reales de su paga muchas veces les duraban hasta que se encontraran con una tabla de juegos o una cancha de bolas, por lo cual en general se veían obligados a seguir con la vida del fronterizo, pues si de una parte el sueldo era insuficiente, de otra la falta de disciplina del ejército y la posibilidad de ausentarse casi impunemente de las plazas militares para volver tres o cuatro meses más tarde, permitían suplir la carencia de recursos. No obstante, los bienes y esclavos indígenas que estos sujetos se procuraban generalmente provenían de robos y raptos, de los cuales el más común en los parajes rurales del reino era la sustracción de caballos y en menor medida, pero no por ello menos grave, el robo de vacunos. Debido a lo anterior el gobernador don José de Garro dictó un decreto que prohibía con drásticos castigos la ocurrencia de tales situaciones y en las cuales, como ya lo hemos expresado, los soldados estaban considerados entre los principales sospechosos; dichos robos según Garro eran muy frecuentes en Santiago y particularmente en los pagos rurales que rodeaban la ciudad. Tal medida fue complementada con la dictación de dos decretos que pretendían ordenar la situación disciplinaria del ejercito real, el primero de ellos fechado el 12 de octubre de 1682 disponía que los capitanes reformados y demás sujetos que tenían plaza en las guarniciones de la frontera asistieran efectivamente a ellas, mientras que el segundo dictado el día 26 del mismo mes y año, ordenaba a todos los oficiales militares que no concedieran a sus hombres licencias para ausentarse de sus plazas, a excepción de los que fueran enviados a cumplir órdenes reales y 146

Carta del gobernador de Chile el marqués de Navamorquende al rey. Concepción, 21 de julio de 1668. BNMM. Tomo 154, f. 185.

100

solo dentro del distrito de Concepción. En dicha disposición se penaba tanto a los oficiales que dieran licencias como a los soldados que las gozaran, además prohibía casi absolutamente que las tropas transpusieran el río Maule, a menos que tuvieran licencia del propio gobernador o, en su ausencia, del maestro de campo general; asimismo, alojaba solo en su persona la prerrogativa de conceder permisos para concurrir al distrito de Santiago, de modo que “...se reconocera solo un superior en el ejercito para que distribuya las ordenes y acudan todos a su obligacion ...”147 Frase con la cual quiso significar que en su persona residía el mando y la capacidad única para distribuir órdenes, lo que en el caso de las licencias no había ocurrido así, pues tanto las disposiciones reales como los decretos de los gobernadores que ordenaban no dar licencias o bien que estas solo fueran concedidas por el capitán general, en el curso del siglo pocas veces habían sido respetadas por los cabos y oficiales fronterizos. Asimismo, el gobernador ordenó que los miembros del ejército no se ocuparan en funciones distintas a la del servicio real, con lo que hacía referencia al conjunto de prácticas implementadas tanto por soldados como por sus oficiales para ocuparse en tareas distintas a las que les imponía su labor en la defensa del reino. Dichas prácticas iban desde el cultivo de pequeñas chacras por parte de los soldados, quienes ejercían más bien de labradores que de militares, hasta el empleo de los hombres de la tropa como peones, vaqueros o yegüerizos de las estancias de sus superiores. Sin embargo, todas estas medidas dictadas a comienzos de la primavera, época en que estos hombres comenzaban a retornar a sus plazas, solo tenían un alcance limitado en la medida que su implementación dependía de una parte de los mismos oficiales militares y de otra, que los órganos de la monarquía que podían imponer estas órdenes, como los corregidores y sus tenientes, alguaciles mayores y alcaldes de la Santa Hermandad seguían siendo tan débiles como antaño, de modo tal que su ausencia de las plazas siguió siendo una realidad que se traspasaba de un gobierno a otro. Por su parte don Tomás Marín de Poveda dictó diversas órdenes para evitar que este ya viejo problema siguiera ocurriendo, en lo que parecía ser una historia de nunca acabar, pues aunque el gobernador intentó buscarle una explicación al mismo, poco podía hacer para solucionar las causas de su persistencia. De cualquier modo, poco tiempo después de arribar al 147

Decreto del gobernador don José de Garro ordenando que no se dé licencia a los soldados para ausentarse de su plazas. Concepción, 26 de octubre de 1682. AHNMV. Vol. 3, f. 223.

101

reino impartió: “... hordenes apretadisimas a los Cabos de las plazas de las fronteras para que tengan la gente unida y bien disziplinadas y no permitan que los soldados se diviertan ni salgan de sus plaças...”148 Disposiciones que solo podían contener a quienes se hallaban en los asentamientos militares fronterizos, pues los que habían logrado salir de ellos a comienzos del invierno ya le estaban significando un gran dolor de cabeza, ya que se hallaban repartidos por los campos cometiendo robos y salteos “...sin que baste a contenerlos el Proboste general del exercito y otros ministros de guerra que continuamente andan recogiendolos...”, quienes a pesar de lograr hacer que algunos de ellos retornaran a sus plazas, en general, se veían sobrepasados en sus intentos por contener a los hombres de la tropa. Así entonces, hasta fines de siglo los robos y pillajes de los soldados siguieron siendo uno de los más acuciantes problemas que debían enfrentar los gobernadores y lo órganos de justicia del reino, pues si bien estas conductas alcanzaron su máximo apogeo durante las décadas centrales de la centuria, en general, durante toda ella se siguieron manifestando con gran fuerza, sin que las medidas implementadas contra ellos tuvieran la capacidad real de contenerlos. Tales providencias, en general, siguieron una misma línea cual era el solucionar el problema coyuntural que significaban los robos y desmanes de la tropa, las cuales se manifestaron de una parte, en la dictación de decretos e, incluso, reales cédulas que prohibían la concesión de licencias a la tropa y de otra, el envío de partidas comandadas por el preboste general del ejército u otros funcionarios comisionados para contener y hacer retornar a los soldados a sus plazas, así como para castigar a quienes se encontraran cometiendo un delito o con bienes y esclavos producto de los saqueos y robos de casas y estancias. Dichas medidas debían ser tomadas por el gobernador del reino, pero en diversas ocasiones la Real Audiencia y hasta el Cabildo de Santiago enviaron funcionarios contra los soldados y apresaron a algunos de ellos, con lo que se generaban conflictos entre estas instituciones y los gobernadores, los cuales no sólo introducían cuotas de tensión entre los involucrados, sino que más importante aun restaban efectividad a las disposiciones emanadas de uno u otros, con lo cual los únicos favorecidos eran los hombres que armados y en cuadrillas recorrían los campos en busca de botín. 148

Carta del gobernador de Chile don Tomás Marín de Poveda al rey. Concepción, 16 de noviembre de 1692. BNMM. Tomo 168, f. 142.

102

Para los soldados fronterizos, en cambio, estas conductas eran un aspecto más de su forma de vida, caracterizada por las privaciones y a veces el hambre, pero también por el desapego a las normas sociales, optando incluso por violar abiertamente la legalidad para lograr mejorar su condición de vida, adquirir caballos, servidores y dinero. Ahora, sin embargo, tales conductas salían de la frontera y se desplegaban en Chile central donde la ausencia de la guerra no significaba, al menos cada invierno, la llegada de la paz.

103

CAPÍTULO III. LOS DESERTORES Y RENEGADOS FRONTERIZOS. HUYENDO ARMADOS Y AL GALOPE LOS DESERTORES. AL GALOPE POR CAMINOS EXTRAVIADOS. Cada año el Real Ejército de la Frontera sufría una substancial baja de sus efectivos, la que en ocasiones llegaba a más de una centuria de hombres debido a las deserciones que realizaban tanto soldados como oficiales de baja graduación, algunos de los cuales optaban por convenirse en renegados mientras otros, que constituían la mayoría de los sujetos que huían de las filas reales, no pretendían continuar la lucha en el bando enemigo, sino escapar de la guerra lo más lejos que sus cabalgaduras o sus pies se lo permitieran. Esto se constituyó en uno de los más graves problemas que debió enfrentar la institución armada fronteriza durante todo el siglo XVII el cual comenzó desde la creación misma del Real Ejército y aun antes, lo cual le significaba que cada año se tenían que llenar las plazas militares vacantes con nuevas levas o condenas, además de que se debían implementar medidas para evitar las fugas y castigar de modo ejemplarizador a quienes persistieran en recurrir a ellas, todo lo cual implicaba un importante gasto de recursos, nunca abundantes, y de hombres encargados de perseguir a estos sujetos, así como cargar con mayores obligaciones a los corregidores de los partidos de Maule, Aconcagua o de la provincia de Cuyo, quienes junto a sus deberes normales tenían que preocuparse de evitar las fugas de los soldados o perseguir a quienes sorprendieran en tal acción, que con el tiempo se transformó en un problema crónico y casi sin solución, a no ser que el ejército fuera completamente reformado y mejor financiado, lo que no ocurrió sino hasta principios del siglo siguiente. Para desertar los soldados fronterizos utilizaron todos los recursos que tuvieron a mano, los que iban desde capturar alguna de las pequeñas embarcaciones que llevaban provisiones a los fuertes del Biobío, hasta disfrazarse de frailes y embarcarse clandestinamente hacia el Perú o cruzar la cordillera por el paso de Aconcagua. Quienes tomaban taxi drástica decisión lo hacían por los más variados motivos, como eran haber cometido algún delito al interior de sus guarniciones, el ardiente deseo de huir de las privaciones de la guerra o, incluso, la posibilidad de ser descubiertos en alguna falta anterior. Esta última opción pudo hacer pensar a Juan Lucero en desertar, quien como se recordará fue juzgado por bígamo por la inquisición limeña,

104

el cual aunque no abandonó el ejército si recibió un consejo que parecía común durante esos días, así el mismo Lucero declaró: “...que habiendole dicho una muger que havia tenido nueva de que se hacia ynformacion contra el por Ynquisicion de que era casado dos veces que pusiese tierra en medio y se pusiese en cobro a lo qual el reo respondio que no haria tal...”149 Dicho consejo, sin embargo, fue seguido por muchos hombres, demasiados para las autoridades, quienes vieron en la deserción el único modo de cambiar su vida de soldados. que para ellos se había transformado en un aciago destino o bien la posibilidad cierta de sufrir la cárcel, un destierro a ración y sin sueldo o incluso la horca por algún robo, alguna muerte u otro delito cometido durante su estancia en la frontera. Esta era una opción extrema y que también implicaba la pena de muerte, pero que ciertamente estaba presente en el ambiente de los fuertes y tercios militares, tanto por los hombres que se fugaban como por el temor de los oficiales y las autoridades de que estos hechos se siguieran repitiendo y los desertores inundaran la realidad y el imaginario de quienes permanecían en sus puestos de guerra. De tal forma los caminos de la deserción eran tan amplios como los sujetos que optaban por seguir su senda, ellos se podían encontrar tanto al llegar un barco con provisiones a algún fuerte fronterizo como al quedarse rezagado del grueso de la tropa en una campeada, asimismo el aprovechar las licencias invernales para huir por Aconcagua hacia Cuyo o esconderse en algún monte e, incluso, en la propia ciudad de Santiago eran alternativas que los desertores sopesaban al momento de tomar la decisión de abandonar el ejército. En ese trance muchos se dirigían hacia un destino a veces desconocido, al mismo tiempo que si bien todas las alternativas de deserción traían aparejada la persecución y un posible ajusticiamiento en caso de ser prendidos, algunas de ellas francamente desesperadas, como era el huir hacia territorio mapuche para luego cruzar la cordillera en dirección a las pampas. Asimismo, dentro de los desertores había algunos que planificaban todos los detalles de su fuga, conseguían ayuda o quien los escondiera mientras que otros simplemente aprovechaban la oportunidad y tomaban

149

Causa contra Juan Lucero, soldado del Ejército de Chile, por bigamia. 1613-1617. BNMM. Tomo 280, f. 306. Las cursivas son nuestras.

105

su caballo, algunas pertenencias y el poco dinero que tenían o podían conseguir y al galope por caminos extraviados escapaban de la guerra y del ejército. Ya en el primer gobierno de don Alonso de Rivera se consigna un creciente número de deserciones o intentos de materializarlas, los que generalmente eran protagonizados por sujetos nacidos en Chile, quienes conocían el terreno y tenían parientes o amigos de quienes recibir ayuda o bien por reclutas recién llegados en las levas que arribaban al reino desde el Perú quienes, según su perspectiva, encontraban en la frontera un panorama mucho peor a lo que alguna vez habían imaginado. Todos ellos, atenaceados por el hambre y la guerra optaban por huir del ejército, generalmente concertados en un grupo y liderados por uno de ellos, el más decidido o bien, el más desesperado; pero no todas estas fugas tenían el éxito que sus protagonistas esperaban, tal como lo relató el propio gobernador al rey, a quien escribió que no habían pasado dos meses desde la llegada de un refuerzo de tropas del Perú, cuando ya se habían descubierto dos intentos de fuga, uno de los cuales había sido encabezado por: “...un alferez Simon Quintero soldado baqueano de los deste reino de la jornada de don Gabriel de Castilla y que pocos dias antes habia estado con la soga a la garganta porque se huyó...”150 Este, a su vez tenía convocados otros once soldados, a quienes había propuesto adentrarse en las tierras mapuches para de allí tomar camino hacia las Pampas, pero su plan lejos de funcionar fue un completo fracaso, puesto que ni siquiera alcanzaron a iniciar su huida; de modo tal que: “...estaban ya una noche los seis dellos fuera quando lo supo el sargento mayor Alonso Gonzalez de Nagera y se dio tan buena maña que los prendió a todos y ahorcó al caudillo quando esto sucedió estaba yo fuera con la caballeria y de vuelta mandé ahorcar a otro soldado que era de los que la primera vez habian hecho fuga con el dicho Simon Quintero...”151 Tal intento de fuga se sumó a los rumores de la existencia de otros sujetos concertados con el mismo objeto. los cuales asimismo llegaron a oídos del gobernador, quien estaba vigilante ante la ocurrencia de hechos similares a los protagonizados por Quintero, pues el número de bajas de las fuerzas reales alcanzaban un número altísimo de soldados, que como Rivera graficó

150

Carta del gobernador de Chile don Alonso de Rivera al rey. Río Claro, 9 de febrero de 1603. BNMM. Tomo 106, f. 203. 151

Ídem, f. 204.

106

llegaban a los dos tercios de los hombres enviados desde el Perú en los últimos tres años. Más aun, otro porcentaje de hombres no había escapado o vuelto a su antiguo hogar por el aislamiento en que se encontraban sus guarniciones, lo cual les había impedido desertar o bien llegar al puerto de Concepción, de modo tal que se habían visto obligados a seguir sirviendo sus plazas en el ejército. Sin embargo, el aislamiento de algunos fuertes a veces solo era un problema menor para quienes estaban dispuestos a usar todos los medios que tuvieran a mano para salir del reino o. al menos de la frontera; ese fue el caso de un grupo de siete soldados levados en Quito y que se encontraban acantonados en Talcahuano, quienes se tomaron un barco que les llevaba harina con intención de enfilar su rumbo hacia el Perú. No obstante, su intento de fuga tampoco tuvo buenos resultados para ellos, así lo relató Diego de Rosales, quien manifestó que: “...Huyéronse en un barco siete soldados desamparando sus banderas, y fueron a parar derrotados en la boca del rio Maule, y aviéndoles prendido el Corregidor, dio avis o al Gobernador pidiéndole se hubiesse con piedad con ellos y que no lo pagassen sino algunos para el escarmiento; mas, aunque tenia necessidad de soldados, no quiso tener en su exercito fugitivo ni perdonar la pena a ninguno, y assi le ordenó que los ajusticiasse a todos, y assi se hizo; y pasando por alli despues el obispo Don Frai Juan de Espinosa los mandó dar sepultura...”152 En esta oportunidad la poca pericia marinera de los fugados ayudó a su captura así como a su ajusticiamiento, que al contrario de otros casos como el recién citado de Quinteros y sus compañeros, generalmente no llevaba a todos los implicados a la horca; no obstante, en esta oportunidad el gobernador consideró necesario hacer un castigo ejemplarizador en estos soldados, a fin de señalar a los que pensaran en la fuga cual sería el fin que les esperaba si eran capturados Tal castigo incluyó dejar sus cadáveres insepultos y quizás exhibidos en los caminos del partido de Maule. lo que asimismo pretendía dar una clara señal del destino de los fallidos desertores, el que incluía hasta el negarles el descanso de sus cuerpos luego de muertos y, probablemente, la perdición de sus almas, lo que en esta ocasión solo pudo ser evitado por la caridad cristiana del obispo Espinoza.

152

Diego de Rosales. Historia General...Tomo II, p. 407.

107

A pesar de los drásticos castigos a los sujetos capturados a principios del siglo XVII las deserciones no parecían cesar, más aun éstas eran una realidad dramáticamente presente en el Ejército, tanto así que algunos soldados participaban de las malocas esclavistas solo a fin de obtener dinero para financiar su huida, como lo relató el gobernador don Juan de Jaraquemada en un informe redactado en 1611, en el que manifestó que algunos de los hombres que participaron en la maloca encabezada por el maestre de campo general Álvaro Núñez de Pineda a Tirua “...venieron a vender en la Concepcion los – esclavos - que le cupieron y el que tuvo buena venta con el dinero procuro huirse por la cordillera como lo hicieron algunos...”153 Mientras tanto las autoridades reales y los oficiales del ejército intentaban, también por todos los medios a su alcance, impedir que sus hombres abandonaran las filas, incluso evitando transitar ciertos parajes que eran considerados propicios para escapar, en lo que se convirtió en una verdadera paranoia que veía intenciones de desertar en el simple hecho de que alguna partida militar se adentrara por lugares que podían tener buenas vías de comunicación con la cordillera o con los valles mapuches. Dicho estado de extremada aprehensión fue lo que llevó al capitán Domingo de la Parra. quien iba al mando de una compañía de caballería en la expedición comandada por el sargento mayor Juan Fernández de Rebolledo contra los pehuenches en 1628, a abandonar su misión y volver a su cuartel. De la Parra, quien marchaba a la vanguardia de la expedición, al enterarse que: “...desde aquellos altos se descubrian las llanuras y pampas que van a Buenos Ayres, receloso de que no se le huyessen por alli algunos soldados y porque no supiessen el camino de huir de Chile y huir de los trabaxos de la guerra, volvio luego la rienda y se vino a su tercio de San Felipe con toda la presa...”154 De tal forma, el solo hecho de transitar por sitios supuestamente propicios para que los soldados huyeran llevó a algunos capitanes a abortar las misiones que les habían encomendadas, esto lo hacían al considerar que su paso por tales lugares era suficiente para que sus hombres decidieran torna el camino de la deserción aun cuando, como bien lo expresa el cronista, llevaran esclavos indígenas que vender luego que arribaran a sus guarniciones, como 153

Informe de don Juan de Jaraquemada...en: Gay. Historia Física...Tomo II, p. 238.

154

Diego de Rosales. Historia General...Tomo III, p. 55.

108

los llevaban los hombres de este capitán. Tal decisión. más allá del acertado o equivocado diagnóstico de De la Parra sobre la posible fuga de algunos de sus soldados, demuestra hasta qué punto las deserciones eran frecuentes en el ejército, pues ellas podían ocurrir en cualquier ocasión y bajo cualquier circunstancia y no solo en medio de la oscuridad de la noche, cuando en los cuerpos de guardia los soldados se ocupaban alternadamente en hacer sus rondas por el interior de los puestos fronterizos, pasar el frio nocturno al calor de un fuego y jugar a los naipes para matar las horas y el aburrimiento. Tomar el camino de la cordillera o intentar desertar desde los fuertes del Biobío generalmente derivaba en fracasos, a menos que los que huían consideraban convertirse en renegados, pues en ese caso los asentamientos mapuches relativamente cercanos a las guarniciones podían ser el primer refugio para internarse en la tierra; en el otro caso, los desertores que se adentraban en el mapu seguían siendo enemigos de los hombres de la tierra y les esperaba un largo camino hacia los contrafuertes cordilleranos que si lograban transponer los llevarían directamente en medio de las pampas, en donde sus probabilidades de sobrevivir eran mínimas, no solo por la falta de provisiones y nuevas cabalgaduras. sino también por la presencia de las etnias pampeanas, que significaban un mundo desconocido para quienes transitaban por sus territorios y probablemente no eran nada de amistosas con desconocidos armados y violentos como podían ser los tránsfugas. Quienes por el contrario decidían tomar camino hacia Chile central para huir por los pasos cordilleranos que daban a Cuyo lo hacían generalmente aprovechando las licencias invernales de las que ya hemos tratado, o bien se confundían entre los hombres que estaban autorizados para abandonar sus guarniciones y emprendían primero un largo recorrido a través de la región central del reino para finalmente arribar al valle de Aconcagua, lugar donde podían materializar su intento. Tal ruta de deserción, es decir, el camino real que llevaba a los viajeros desde Santiago hasta las ciudades chilenas transcordilleranas y que generalmente era conocido como el “paso de Aconcagua” se hizo inmensamente popular entre los soldados que intentaban huir y se convirtió en su más recurrida senda de escape, pues; junto con ser una vía relativamente expedita para abandonar la región central del reino contaba con la ventaja que a través de ella y una vez arribados a Cuyo los desertores podían tomar el camino que más les conviniera para alcanzar de una parte las propias ciudades cuyanas, o bien otros objetivos más lejanos como eran el Perú, Tucumán o el

109

puerto de Buenos Aires, lugares en los que según sus expectativas gozarían de mayor libertad y dejarían en el pasado el hambre, las privaciones y la guerra que cada día los atenaceaban en la frontera de Chile. De su extendido uso por parte de los soldados dan cuenta los títulos de corregidores y capitanes a guerra del partido de Aconcagua a quienes se les encomendaba encarecidamente estar vigilantes ante la aparición de soldados en su jurisdicción y perseguir a aquellos que descubrieran con intenciones de salir del reino sin autorización. Prevenciones como las nombradas anteriormente son posibles de apreciar en el título de corregidor de Aconcagua otorgado al ex cautivo Gregorio de Castañeda en 1608 por el gobernador Alonso García Ramón, en cuyo documento manifestó que: “...porque en el dicho distrito hay paso para la otra parte de la Cordillera Nevada y se acostumbra, porque no se ausenten las personas que sirven en la guerra, la persona que sirviere el dicho oficio sea con nombre e titulo de capitán, para que cuando se le ofrezca tener prevención a la guarda e defensa de dicho paso...”155 De modo tal y considerando la posibilidad cierta que los soldados que arribaran al partido de Aconcagua lo hicieran no solo con el fin de proveerse de armas, caballos y sirvientes para volver a la frontera sino con la intención de abandonar el ejército, Castañeda tenía la jurisdicción necesaria para reprimir estos actos y proceder sumariamente como si estuviera en tiempo de guerra, incluso contaba con la posibilidad de convocar a los vecinos del partido a fin de impedir que los hombres de la tropa huyeran hacia Cuyo. Mucho más específico en cuanto a testimoniar la huida de los soldados por el paso de Aconcagua fue el título otorgado a Cristóbal de Sagredo en 1615, en el cual se manifestó que por dicho partido “...se suelen ausentar y huir muchos soldados de los que sirven a Su Majestad a sueldo en este ejército...” Encargándole tener particular cuidado con no dejar pasar ningún soldado sin una licencia firmada por el gobernador y proceder a usanza de guerra con aquellos que “...pasaren haciendo fuga y

155

Título de corregidor de Aconcagua a Gregorio de Castañeda. Conuco, 10 de octubre de 1608. Acta del Cabildo de Santiago de 24 de octubre de 1608, en: CHCh. Tomo XXIV (Santiago, 1901), p. 106.

110

ausencia de la milicia...”156 Mandatos que se repitieron en otros nombramientos de corregidores de Aconcagua, como en el caso de Sebastián de Espinoza en 1617 y Andrés de Mendoza en el mismo año; asimismo, ya más avanzado el siglo XVII a los corregidores no solo se les encargó impedir el paso de los militares fronterizos sin licencia, sino que además se les ordenó mantener una guardia permanente en el puente de Aconcagua, de modo de estar la mayor parte del tiempo posible vigilantes ante tales eventualidades y no solo cuando los hombres del ejército arribaban a Chile central durante el otoño. Al mismo tiempo, el gobernador mandó que los soldados que se aprehendieran fueran conducidos a su presencia de modo que él en persona pudiera dictar el castigo que correspondía a tales sujetos, quienes si bien no se convertían en declarados enemigos de la corona sino en sujetos transhumantes y perseguidos por la justicia, eran merecedores de una severa pena como traidores a las amas del rey y desertores. Pero las medidas que se intentaban tomar en Chile central por parte de los oficiales del ejército, de los corregidores de Aconcagua y aun del propio gobernador no podían ser posibles de sustentar si es que en los parajes a los que arribaban los desertores que lograban evadir la custodia del puente y su guardia no se generaban iniciativas similares. En tal, sentido durante el año 1627 al ser nombrado teniente de corregidor de la ciudad de Mendoza se ordenó al capitán Gonzalo Fernández de Lorca que: “...en todo usara de los dichos oficios e cargos como debe y es obligado y en el de la guerra sacara su ynsignia y baston y usareis rreseñas y por ese salga a prender los cimarrones y los castigara como mas convenga y prender a los soldados fugitivos y les tomara los cavallos y demas cosas que truxeren y dello me avisara para que se aga lo que mas convenga...”157 Con lo cual se pretendía de una parte, evitar que los soldados que lograban huir hacia Cuyo pudieran continuar su viaje hacia otras regiones y fueran castigados conforme a sus delitos y de otra, incautar los bienes que portaban, los que probablemente habían sido robados días o semanas antes a los indios de las comunidades del valle central o a los desprevenidos jinetes de

156

Título de corregidor de Aconcagua a Cristóbal de Sagredo. Concepción, 1º de mayo de 1615. Acta del Cabildo de Santiago de 24 de mayo de 1615, en: CHCh. Tomo XXV (Santiago, 1901), pp. 97-99. 157

Título de teniente de corregidor de Mendoza al capitán Gonzalo Fernández de Lorca. Mendoza, 12 de junio de 1627. Actas Capitulares de Mendoza. Tomo II: Actas del siglo XVII. Editadas por la Junta de Estudios Históricos de Mendoza (Mendoza, 1961), p. 17.

111

algún camino. A pesar de las medidas tomadas a ambos lados de la Cordillera los pagos cuyanos se veían periódicamente invadidos o al menos transitados por una pequeña pero constante cantidad de soldados huidos, quienes la mayor parte de las veces se encontraban de paso por aquellos lugares, pero no por ello eran menos dañinos a la hora de buscar alimento, abrigo y algo de dinero, el que generalmente lo conseguían mediante robos y asaltos. Por lo anterior, en 1629 el Cabildo de Mendoza dictó una resolución dirigida al corregidor de la época y a sus sucesores en el cargo para “...que haga justicia de manera que los delitos se castiguen y no consientan que en su distrito aya bagamundos que los hechen del...”158 Resolución que si bien no nombró específicamente a los tránsfugas fronterizos, si puso de manifiesto los temores del cabildo mendocino ante la presencia de vagabundos y otros sujetos de mala reputación, categorías entre las cuales indudablemente se contaban los soldados fugitivos, aun cuando en este caso no es posible descartar otras alternativas como la presencia de esclavos negros asimismo venidos de Chile central o del distrito de la Serena. Estos veían las tierras cuyanas como un espacio donde podían gozar de la libertad que sus amos les negaban y con el curso de los años se transformaron en un problema que hacía temer por la seguridad y los bienes de los vecinos de Cuyo, además de la pérdida económica que para sus dueños significaba su huida y la pésima señal que, según las autoridades, daban a otros esclavos quienes sabedores de su ejemplo también se podían sentir tentados a seguir sus pasos. De tal modo, en 1637 el fiscal don Pedro Machado de Chávez denunció ante la Real Audiencia esta situación, expresando que en las ciudades de La Serena y Santiago: “...andan muchos negros simarrones y fujitivos con armas y en quadrillas hechos salteadores y capeando de noche y es benido a mi noticia que algunos de ellos se ban huyendo a la provincia de Cuyo y que otros estan ya en ella...”159

158

Acta del Cabildo de Mendoza. Mendoza, 17 de noviembre de 1629. Actas Capitulares de Mendoza. Tomo II, p.

99. 159

Real provisión para el alcalde de la Santa Hermandad Alonso de la Cerda ordenándole aprese unos negros cimarrones que han pasado a la provincia de Cuyo. 1637. Archivo Histórico Nacional. Fondo Benjamín Vicuña Mackenna. Vol. 73, f. 268 vta. Este caso es citado por el profesor Rolando Mellafe en su libro La Introducción de la esclavitud negra en Chile. Tráfico y rutas, gracias a lo cual tuvimos conocimiento de él y pudimos ubicar el documento citado.

112

Tales hombres tanto en Santiago como en Cuyo sobrevivían gracias a los robos y salteos que realizaban, probablemente desde un refugio en algún escondido valle cercano a Mendoza, lo que los convirtió en una amenaza constante contra sus habitantes y en un espontaneo intento de subversión del orden que requería de medidas extraordinarias para poder ser reprimido; de tal manera, Machado de Chávez pidió a la Real Audiencia que el capitán Alonso de la Cerda quien se desempeñaba como alcalde de la Santa Hermandad de La Serena, acudiera a Cuyo para terminar con la amenaza que representaban tales esclavos, lo cual fue aprobado por la Audiencia que mediante una real provisión ordenó al alcalde: “...prender los dichos negros delinquentes y simarrones contenidos en la petision del dicho nuestro fiscal suso yncorporada hasta yr en su seguimiento hasta la provincia de Cuyo en la qual asimessmo prendereis todos los negros que se ubieren ydo fugitivos de este reyno y a los unos y otros trayreis pressos a la carçel real de esta nuestra corte...”160 Para su cometido De la Cerda debía pedir toda la cooperación de los cabildos cuyanos y podía llevar una cuadrilla de hombres desde Chile central, a fin de contar con medios efectivos para terminar con la amenaza de los esclavos fugitivos. Ahora bien, aun cuando es cierto que desconocemos el resultado de la misión del Alcalde de la Santa Hermandad, el que podría haber sido exitoso dado que éste posteriormente presentó la real provisión que lo destinó a Cuyo en una probanza de méritos, estos hechos permiten comprender la dimensión que alcanzó el territorio ultracordillerano del reino para quienes intentaban salir clandestinamente de Chile central o la frontera, así fueran negros o mulatos esclavos o bien soldados del Real Ejército. Este era percibido como un lugar a donde los fugitivos podían llegar de modo relativamente fácil, con buenos caminos para acceder a él y controles poco efectivos que incluso permitían residir por algún tiempo en el territorio mendocino, además de que Cuyo permitía comunicarse con destinos tan distintos como podía ser Buenos Aires o la propia Lima, de ahí entonces que el camino de la cordillera se convirtiera indudablemente en la ruta preferida de los tránsfugas y desertores. Dicha ruta siguió operando por gran parte del siglo XVII, lo que obligó a que cada cierto tiempo los gobernadores, junto con seguir encomendando a los corregidores de 160

Ídem, ff.. 268 vta.-269.

113

Aconcagua que vigilaran el paso y el puente cordillerano de su jurisdicción, debieran implementar nuevas medidas para evitar las fugas, como era el cierre total del puente de Aconcagua durante los meses del otoño, en lo que el marqués de Baides consideraba una “enfermedad vieja y sin solución” más aun, como el mismo gobernador se encargó de relatar a la Real Audiencia de Santiago, se descubrían nuevos caminos que facilitaban la tarea a los tránsfugas fronterizos, en lo que en sus palabras a lo único que contribuían en relación a las deserciones era a que “...no quedara persona que no lo haga...”161, aun con la connivencia de quienes se suponía debían impedir su paso. En tal sentido, don Francisco López de Zúñiga llegó a sospechar de los propios corregidores de Aconcagua y Mendoza, los cuales según sus impresiones encubrían a los soldados y ocultaban sus deserciones transformándose en sus cómplices por omisión. La intención de estos funcionarios sería el tratar de evitar gastar gran parte de su tiempo, energía y recursos en una tarea imposible, cual era intentar perseguir a los desertores que prácticamente en toda época del año, solos o en pequeños grupos transitaban desde Chile central hacia Cuyo. No obstante, ésta no fue la única vez que un funcionario fue acusado de ayudar a uno o más de ellos; en 1657 durante el juicio de residencia del capitán Andrés Sánchez Chaparro, Alcalde provincial de la Santa Hermandad de Cuyo, se le acusó que “...trajo de Coquimbo un soldado llamado Alejo y lo tubo oculto en su cassa y le bordo un bestido y mangas y lo despacho a Cordoba abiado...”162 Tales denuncias fueron hechas por varios vecinos de Mendoza y no se pudieron ratificar, no solo porque el antiguo alcalde provincial negó las acusaciones y planteó que estas se debían a que los denunciantes eran sus enemigos, sino también porque en las probanzas insertas dentro de1 juicio de residencia se vertieron una serie de versiones distintas en torno a la llegada de un hombre con Sánchez Chaparro desde Chile, la más extendida de las cuales manifestaba que dicho sujeto no era soldado sino un empleado del acusado, aunque por la misma fecha un militar fugitivo se había adentrado en las pampas. Tal denuncia fue trasladada a la Real Audiencia a fin de que esta investigara y fallara en derecho, 161

Carta del gobernador de Chile el marqués de Baides a la Real Audiencia de Chile. Concepción, 3 de mayo de 1641. AHNRA. Vol. 2988, ff. 64-65. 162

Cargos al alcalde provincial de la Santa Hermandad de Cuyo capitán Andrés Sánchez Chaparro en la residencia tomada por el general Melchor de Carvajal y Saravia. Mendoza, 23 de octubre de 1657. AHNRA. Vol. 2653, pza. 3ª, f. 87.

114

fallo que al parecer nunca se produjo y el caso fue archivado. Pero, más allá de esta situación puntual, la entrada de soldados y otros sujetos fugitivos a Cuyo y los valles circundantes fue una constante durante gran parte del siglo XVII, la que se veía en cierto sentido incentivada por la poca capacidad de persecución y represión que ostentaba la corona a través de sus funcionarios, específicamente los corregidores y alcaldes de la Santa Hermandad, quienes junto con ser pocos para contener la marea de tránsfugas no contaban con los recursos y la capacidad operativa contra hombres decididos, armados y a veces desesperados como eran los desertores. A partir de la década de 1640 dichos hombres, junto con continuar huyendo por el camino real de Cuyo, comenzaron a usar nuevas rutas para escapar del reino, cuales eran los puertos de Quintero y Coquimbo e incluso el inhóspito despoblado de Atacama; por los primeros esperaban tomar clandestinamente un barco que los llevara al Callao o a algún puerto intermedio, de otra parte la larga y penosa cabalgata por el desierto los debía conducir, bien al Tucumán o sino al propio virreinato. De estas dos alternativas de deserción el cruce del desierto fue la menos tomada principalmente por su peligrosidad en cuanto a que en tales parajes el agua, el abrigo durante las noches y los lugares poblados donde proveerse de comida o nuevas cabalgaduras eran bienes muy escasos, aun más para hombres como los tránsfugas fronterizos que generalmente carecían de dinero, buenos caballos o provisiones e, incluso, compañeros que los acompañaran en esta penosa y, probablemente mortal huida. No obstante, algunos tenían el coraje o estaban lo suficientemente desesperados para intentar cruzar el límite norte de reino, tal como lo expresó el Cabildo de Santiago al rey a propósito de la concesión de permisos invernales a algunos miembros de la tropa, en tal ocasión los regidores capitalinos manifestaron que muchos de quienes bajaban a Santiago a pertrecharse “...viendose fuera de sus vanderas ochenta y noventa leguas pasan unos la cordillera y otros van huidos por el despoblado al reino del Peru...”163 Mientras tanto, otros sujetos optaban por huir del reino por mar, es decir, embarcados en algún barco mercante que zarpara desde los puertos chilenos en dirección al Perú o quizás más al norte; para dicha acción, los desertores generalmente contaban con la ayuda del capitán de la nave elegida, quien bien mediante un pago o engañado por las artimañas de estos sujetos, entre las que se contaban el convencer a los dueños de los navíos

163

Carta del Cabildo de Santiago al rey. Santiago, 10 de febrero de 1650. BNMM. Tomo 140, ff. 181-182.

115

que las licencias que se les habían concedido los autorizaban para viajar al Perú o bien subir a bordo vestidos de frailes, aceptaban embarcarlos y llevarlos hasta las costas peruanas sanos y salvos, lo que fue tajantemente proscrito en 1664 por el gobernador don Francisco de Meneses, quien dictó un decreto que ordenó a los soldados y oficiales a volver a sus cuarteles en un plazo de ocho días desde la dictación del mismo, penó el amparo que en los pagos rurales recibían los desertores entre parientes y amigos y prohibió que se embarcaran soldados hacia el Perú sin su expresa licencia164. Tal disposición, a pesar de la generalidad con que concibió la situación y que ésta en realidad tenía tuvo su más probable origen en un caso en particular cual fue la deserción del alférez Pedro de Ugalde y el sargento Miguel Bravo de Escobar, quienes salieron de Chile luego de embarcarse en Coquimbo disfrazados como un par de tonsurados frailes mercedarios. Tal caso reune una serie de antecedentes que permiten ilustrar los modos de deserción y las formas en que los fronterizos, sobre todo si eran criollos de la tierra procedían al momento de abandonar las filas reales. Su deserción se produjo durante los primeros meses de 1664, sin embargo, solo un año más tarde las autoridades entablaron un proceso judicial sobre quienes supuestamente ayudaron a estos hombres a escapar. Las declaraciones vertidas en dicho expediente permiten reconstituir en parte su fuga y conocer la verdadera red que en ocasiones actuaba para permitir que los fronterizos abandonaran el reino, tal red compuesta por conocidos, parientes o amigos se constituía, como sucedió en este caso, en una ayuda fundamental para quienes deseaban dejar Chile y actuaba casi espontáneamente, aun cuando en esta ocasión no es posible descartar una planificación al menos básica pasa permitir dicho objetivo. Según lo declarado por el soldado Francisco Muñoz de Ayala en Santiago durante los últimos días de 1665: “...estando en la estancia de don Francisco Torrexon este testigo vio en ella a don Pedro Ogalde, soldado del exercito deste Reino al qual conozio muy bien por ser su amigo deste declarante y aunque hiba en abito de fraile mercenario (sic.) y con corona abierta no por esso lo desconozio y le hablo

164

Bando del gobernador Francisco de Meneses ordenando el regreso de los soldados y oficiales a sus compañías, prohibiendo el amparo a los desertores y el embarque de soldados sin licencia del gobernador. Santiago, 11 de febrero de 1664. AHNRA. Vol. 2216, pza. 2ª, ff. 34-35.

116

y comunico en espacio de dos horas que se detubo este declarante en dicha estancia...”165 En tal encuentro Muñoz y Juan de Leiva, otro soldado, dialogaron tanto con los fugados como con quienes les prestaron ayuda que fueron Torrejón y su cuñado, un religioso mercedario que tenía por misión conducir a Ugalde y Bravo a Coquimbo, a donde posteriormente llegaron como tres pacíficos frailes que por los hábitos y los signos que portaban, incluyendo la tonsura de sus cabezas, no se diferenciaban mayormente entre sí. Dichas conversaciones fueron resumidas por Leiva cuando declaró que luego de escuchar misa y comer junto al resto de los sujetos que se encontraban en dicha estancia: “...queriendo Retirarse a su aloxamiento este declarante y sus camaradas le saco aparte el fraile cuñado de Don Francisco Torrexon y le pregunto si havia conoçido al dicho don Pedro Ogalde a que rrespondio que le conoçia y le avia visto [de] soldado en el exercito y cassado y que le dixo el fraile que no le descubriese que en esta ciudad - Santiago - se lo havia entregado un cavallero que no le dixo quien hera para que le pasase al Peru y que estando en esto se llego el dicho Don Francisco Torrexon y le pidio a este declarante lo mismo diciendo que hera un pobre hombre que no le hiciese mal...”166 Su relato continuo diciendo que, si bien ellos a las pocas horas se fueron de la estancia más tarde supieron por otro soldado, que asimismo desertó, que “...en la dicha estancia estubieron algunos dias detenidos asta que enteramente se aviaron y pasaron a Coqumbo a donde el dicho fraile esta y que assimesmo save que desde Coquinbo escapo el dicho don Pedro Ogalde...”167 Tales palabras ilustran someramente la forma en que se materializaban algunas de las fugas de los soldados, quienes disfrazados de monjes, arrieros o simples viajeros y en una improvisada y peligrosa posta eran puestos en manos de distintos sujetos, quienes les proporcionaban provisiones, alojamiento y cierta seguridad para alcanzar algún punto que les permitiera marcharse del reino antes que el preboste general del Ejército o los corregidores de los partidos

165

Testimonio de Francisco Muñoz, soldado de la compañía del preboste general. Santiago, diciembre de 1665. AHNRA. Vol. 2216, pza. 2ª, f. 31. 166

Testimonio de Juan de Leiva, soldado de la compañía del preboste general. Santiago, diciembre de 1665. AHNRA. Vol. 2216, pza. 2ª, f. 32. 167

Ídem.

117

fueran avisados de su ausencia. Dicha práctica se continuó utilizando durante los años siguientes principalmente por soldados reclutas, quienes contrariados por la disciplina militar que se les pretendía imponer y por las continuas privaciones que sufrían los hombres de la tropa optaban por retornar a sus lugares de origen, al menos por un tiempo, como lo manifestó el oidor decano de la Real Audiencia en 1696, quien a propósito de la mala calidad de los sujetos enrolados en Chile manifestó que estos: “...luego que experimentan el exercicio militar y la opresion y obediencia, como practicos de la tierra abandonan las plazas y se hacojen a las estancias de sus padres o deudos y luego huyendo de los provostes que entienden en reducirlos se ausentan de el Reyno quedando el exercito sin soldados aun antes de haber devengado el sueldo que percivieron y la tierra sin naturales que la defiendan...”168 Tales palabras dieron cuenta de una parte, de la calidad de los levados en Chile, quienes podían ser tan insubordinados y malhechores como los soldados venidos de otras regiones de América pero con la gran diferencia, como bien lo manifestó el oidor, que, como criollos de la tierra tenían la ventaja de conocer sus caminos y tener deudos, amigos o parientes que los podían ayudar para huir de la justicia y ausentarse del reino en caso que la justicia real los persiguiera. La ayuda a los desertores, asimismo, no siempre era recibida de parte de parientes y amigos, a veces perfectos desconocidos, como los frailes de algún convento, brindaban a los tránsfugas el auxilio necesario para cumplir sus objetivos o el refugio preciso para ocultarse mientras podían salir del reino sin ser perseguidos lo que, como se ha visto, incluía el uso de hábitos y distintivos propios de las órdenes religiosas que existían en Chile. El auxilio de algunos monjes o de conventos enteros a los desertores fronterizos se puede documentar al menos desde 1610 y en distintas ocasiones llevó a que se produjeran agrias disputas con altos funcionarios de la corona; uno de aquellos conflictos fue relatado al rey por el gobernador interino don Luis Merlo de la Fuente, quien visiblemente contrariado por tal situación relató que:

168

Carta del oidor decano y fiscal de la Real Audiencia al rey. Santiago, 30 de abril de 1696. BNMM. Tomo 169, f. 206.

118

“...entre los soldados que con ocacion de pertrecharse bajaron con licencia de sus capitanes a Santiago y otras partes fue uno Don Diego de Clavero soldado de a caballo que debe a Vuestra Magestad mas de trescientos pesos de sueldo recivido el cual estando yo en aquella ciudad le dieron el avito de fraile en el monasterio del señor san Agustin y considerando yo que por este camino faltan muchos soldados y que lo toman por ocacion de salir del Reyno y dejando luego el avito, ymbiado a representar al padre frai Miguel Romero Vicario provincial el deservicio que en aquello se hacia a Vuestra Magestad que ymbiase e1 soldado porque no avia de consentir que aquel abuso fuese adelante ni que ningun soldado saliese de la guerra sin licencia de su general...”169 Pero los agustinos se negaron a entregar a Clavero al gobernador, quien en primera instancia concurrió en persona a su convento en busca del desertor, no obstante ante una nueva negativa de los religiosos, se vio obligado a amenazar al vicario provincial con la expulsión del reino si es que éste no era puesto a su disposición. Ante tales advertencias tal sujeto fue llevado a la casa del gobernador, quien ordenó encarcelarlo y luego trasladarlo a la frontera, a donde el propio Merlo de la Fuente prontamente tuvo que retornar. Sin embargo, con el gobernador en Concepción el vicario provincial agustino insistió en otorgar un hábito a Clavero, con lo cual no solo lo sacó de la cárcel donde todavía se encontraba, sino que definitivamente facilitó sino su fuga del reino, al menos un refugio seguro al interior de las paredes de su convento, al mismo tiempo que desafió abiertamente la autoridad del gobernador, quien impotente ante las acciones de los frailes, solo se limitó a escribir al rey que mandara lo que se debía hacer en casos como éste. Asimismo; las acciones de los monjes no excluían el uso de la violencia ni las más duras censuras contra quienes conducían a algún desertor prisionero, si es que éstas eran necesarias para liberarlo, como relató el sargento Francisco de Herrera en diciembre de 1668, quien fue uno de los encargados de conducir detenido al alférez Francisco Javier de Canelas a la ciudad de Concepción, en cuya ocasión: “...biniendo este testigo de la ciudad de Santiago a esta en compañia del cabo de esquadra Mansipe que traya preso a el alferes Francisco Canela y llegando al paraje de Talca por el camino Real en frente del combento de San Agustin salieron los padres del dicho convento al camino Real y

169

Carta del gobernador interino doctor Luis Merlo de la Fuente al rey. Concepción, 31 de octubre de 1610. BNMM. Tomo 117, ff. 98-99.

119

agarraron al dicho alferes Canelas y con biolencia tratandolos mal de palabra a los soldados que benian en custodia notificandoles sensuras y amenasandolos de obra se lo llebaron sin poderlo resistir por ser los Relijiosos muchos y los soldados quatro y que abiendo yntentado sacarle sin embargo de la biolensia que les hisieron les dijeron por ultimo que tratasen de yr con Dios que ya el preso estaba en tierras del Papa y que no tenian que aser alli nada...”170 Tal acción impidió que Canelas, asesino confeso del alférez Francisco de Godoy, a quien mató en la ciudad de Santiago, cayera en manos de la justicia real, de la cual probablemente recibiría la pena de muerte por sus delitos, y sin bien en esta ocasión es prácticamente imposible que hubiera existido alguna planificación para liberarlo, lo cierto es que sus guardianes se vieron absolutamente sobrepasados por e1 número y la decisión de los frailes maulinos, en lo que constituyó una temeraria acción cuya motivación no nos resulta del todo clara, a menos que hubiera sido motivada por una concepción algo extremista de la caridad cristiana y en la cual, a pesar de que se abrió un proceso judicial en contra de Canelas y quienes lo ayudaron a escapar, no hubo mayores resultados. Francisco Javier de Canelas y otros sujetos fronterizos eran de aquellos hombres que lejos de pretender huir del reino prefirieron vivir, aun cuando fuera clandestinamente, en los parajes rurales cercanos a Santiago o bien dentro de sus murallas, donde confundidos entre sus habitantes esperaban mantenerse alejados de la vida militar y de la acción de la justicia aunque no necesariamente de sus fieras costumbres. En ese sentido, los hechos que acompañaron la estadía de Canelas en la capital del reino antes y después de haber sido apresado y liberado por los frailes, dan cuenta de la incapacidad de algunos de estos individuos de abandonar la violencia y la falta de escrúpulos con los que vivían en los fuertes y tercios de orillas del Biobío. Es así como a fines de 1668 Canelas fue remitido preso a la frontera, acusado del asesinato del alférez Francisco Godoy, donde nunca llegó como atrás se vio. No obstante, cabe preguntarse, que pasó con éste sujeto luego que las aguas se apaciguaron y pudo salir del convento agustino de Chimbarongo, acaso volvió a Santiago y siguió haciendo gala de sus criminales conductas, o bien huyó del reino como tantos otros desertores. Pues bien, una carta

170

Testimonio del sargento Francisco de Herrera. Concepción, 22 de diciembre de 1668, en: Fragmento del proceso contra el alférez Francisco Javier Canelas por asesinato y fuga. AHNRA. Vol. 2992, f. 22 vta.

120

enviada por la Real Audiencia al gobernador el 19 de junio de 1670 informa sobre los pasos de este sujeto luego que, como se verá, retornó a la ciudad de Santiago. En dicha misiva los oidores informaron al marqués de Navamorquende del hallazgo en plena calle de la Cañada del cadáver de un indio llamado Antonio Felipe y la sumaria posterior realizada por el doctor don Juan de la Peña Salazar, quien luego de investigar dicha muerte sacó del convento mercedario de Santiago a Francisco Javier Canelas y ordenó al corregidor de la ciudad apresar a un hermano de éste, llamado José Canelas y a José del Ojo, ambos soldados del Ejército real, todos los que fueron acusados del asesinato del malogrado indio; sin embargo, el oidor De la Peña al tomarle la confesión a Canelas se encontró con la sorpresa de que éste, sin ningún arrepentimiento ni deseo de ocultar el hecho “...declaro que a poco mas de un año mato en esa ciudad a un hombre llamado Fulano Gaznate ...”171 Es decir, según lo que las fuentes permiten reconstruir en 1668 Canelas se encontraba en Santiago, ciudad donde mató al alférez Francisco Godoy, por lo que fue apresado y posteriormente liberado por los monjes agustinos en el incidente ya relatado; luego, en 1669 se dirigió a Concepción donde asesinó a un hombre de apellido Gaznate y más tarde, en 1670 nuevamente en Santiago se vio implicado en la muerte del indio Antonio Felipe, por lo que nuevamente fue detenido y aun cuando intentó refugiarse en otro convento, en esta oportunidad el de Nuestra Señora de la Merced, no le fue posible escapar de las manos de la justicia. No obstante, y a pesar de no conocer el resultado del proceso por la muerte del indio, llama la atención que la Real Audiencia decidiera, de una parte, enviar a José Canelas y José del Ojo a la frontera a fin de ser juzgados por el gobernador en su calidad de Juez privativo para los casos que implicaban a militares y de otra, juzgar a Francisco Javier Canelas como civil y solo por la muerte de Gaznate y del indio, sin que en ningún momento se mencionase su calidad de oficial desertor, el asesinato de Godoy o el incidente protagonizado por los agustinos. Sería esta solo una omisión involuntaria de la Real Audiencia, que no relacionó los casos, el de Godoy y de los otros sujetos, con la figura de Canelas o bien éste logró confundir a sus captores transformándose de un soldado desertor y asesino a solo un civil más, aunque no por ello menos criminal. Cual sea la alternativa es innegable el hecho que Canelas, aun cuando se trate de un caso extremo, pudo representar la 171

Carta de la Real Audiencia de Chile al gobernador de Chile el marqués de Navamorquende. Santiago, 19 de junio de 1670. AHNRA. Vol. 2999, f. 74.

121

forma de vida que siguieron llevando los desertores una vez que arribaron a sus respectivos destinos, fueran ellos dentro de Chile o en otros territorios pertenecientes a la corona. En el sentido anteriormente expresado y tras dar cuenta de la importancia del problema de la deserción y revisar las modalidades de fuga y las rutas que seguían los tránsfugas fronterizos, se hace necesario referirse a algunos testimonios que dan cuenta de las modalidades de vida de los sujetos que abandonaron el ejército por la vía de la deserción, quienes lejos de alejarse de las costumbres que adquirieron en la frontera mapuche las siguieron practicando en los lugares que los acogieron, es decir, tal como los soldados que bajaban a Santiago con licencia todos los inviernos, los desertores también trasladaron consigo, en alforjas, armas y vestiduras, la frontera y sus formas de convivencia, relaciones y reglas y los reactualizaron en Lima, Salta, Buenos Aires o el propio Santiago. De ese modo, entonces, se pueden interpretar las palabras que la Real Audiencia dirigió al rey en una carta escrita durante el mes de junio de 1613; en dicha misiva los oidores plantearon al monarca lo conveniente que resultaría que las gobernaciones de Paraguay y el Tucumán se subordinaran a Chile. Entre otras razones los letrados santiaguinos manifestaron que estas gobernaciones tenían una importancia estratégica para el reino, pues ellas podían nutrir abundantemente al ejército de caballos y reclutas a fin de acabar prontamente la guerra de Arauco, pues en sus territorios una de las actividades económicas principales era la cría de ganado caballar y, al mismo tiempo, contaban con un sinnúmero de sujetos que la mayor parte del año se encontraban ociosos y entregados a cuestionables costumbres, además de lo cual y en previsión de las continuas deserciones que se producían a través del paso de Aconcagua hacia Cuyo, se podría evitar que estos hechos siguieran ocurriendo pues “...se tiene experiencias se ha ydo y van de ordinario soldados de la guerra que han venido pagados por Vuestra Magestad y se pasan a el Pirú y otros se quedan por pobleros en ellas...”172 Con lo cual Tucumán, al menos, estaba poblada de varias decenas de sujetos díscolos quienes encontraban allí un refugio seguro para seguir con su vida licenciosa y que, según los oidores, se unirían a los ociosos locales en la comisión de quien sabe qué fechorías; no obstante con la medida propuesta estos quedarían bajo la jurisdicción del gobernador y capitán general de Chile, lo que

172

Carta de la Real Audiencia de Chile al rey. Santiago, 15 de abril de 1613. BNMM. Vol. 116, f. 57.

122

daba la posibilidad de poder hacerlos volver a las filas reales y castigarlos por sus delitos, extinguiéndose ese foco de ocio y desgobierno. Pero a pesar de los argumentos esgrimidos por los oidores su propuesta no fue acogida por el rey, con lo cual tanto la ruta de Cuyo como el camino hacia el Perú o la posibilidad de asentarse en Tucumán, en principio, siguieron estando abiertas tanto para los desertores como para quienes quisieran poblar dichas tierras. Un relato mucho más decidor para ilustrar 1a vida de los ex militares fronterizos lo constituyen las palabras del recién nominado gobernador don Francisco de Meneses, quien al dar cuenta al virrey del Perú, el conde de Santiesteban de su llegada al puerto de Buenos Aires con una remesa de tropas peninsulares destinadas a servir en Chile denunció los esfuerzos de algunos sujetos quienes, mientras se mantuvo a las orillas del Atlántico, procuraron: “...por todos los caminos imaginables que se deshiciese y desmandase la gente que benia a mi cargo sentando la plaza de hechos, algunos ofreciendo a trescientos pesos a los que quisiesen quedar, valiendose de personas para persuadirlos y esconderlos a que juntaron decirles los trabajos, necesidades y peligros de esta guerra...173 El fin de hacer desertar a los soldados llegados desde España se fundaba en la falta de mano de obra para los nacientes negocios ganaderos desarrollados en las estancias cercanas a Buenos Aires, por lo cual cualquier contingente de hombres con brazos firmes y ansias de conseguir dinero era un plato apetecido para quienes se hallaban carentes de manos para sus negocios o bien para aquellos comerciantes que necesitaban de hombres duros y dispuestos a trabajar. Tales sujetos, como lo expresó Meneses, se valían de todos los medios para conseguir tan preciados trabajadores, incluso tentándolos a desertar a través de espeluznantes relatos sobre el hambre, las privaciones y los peligros que les implicaba llegar a Chile y, particularmente a la frontera de guerra “...acreditando esta maldad los que fujitivos della los advertian con conmiseracion, siendo el principal desto un alferez Vizcarra fugitivo de esta guerra...”174 De modo tal Buenos Aires, como Lima o el Tucumán, se convirtió en otro punto de llegada para los desertores, quienes veían allí un lugar para desplegar sus conductas fronterizas entre las que

173

Carta del gobernador de Chile don Francisco de Meneses al virrey del Perú, conde de Santiesteban. Santiago, 8 de marzo de 1664. BNMM. Tomo 147, f. 5. 174

Ídem.

123

se incluían la mentira, la ganancia fácil y un ardiente deseo de no retornar jamás a la frontera, lo que en cierta medida se expresaba a través de los crudos relatos que transmitían a los reclutas peninsulares recién llegados sobre sus experiencia en el Real Ejército y en la frontera. De tal modo y a pesar de que el arribo de tropas desde España u otras regiones americanas para el ejército de Chile vía Buenos Aires fue escasa, la residencia en tal puerto de numerosos desertores y los intentos por conseguir que algunos de los recién llegados abandonaran sus compañías continuaron con el correr de los años, como se puede apreciar por las palabras del oidor decano de la Real Audiencia, quien al igual que el gobernador Meneses se refirió al abandono de las filas por una parte importante los hombres que venían a Chile. Dicha gente: “...puesta en Buenos Ayres se huye la de mas espiritu hallando luego deudos y paisanos que los amedrentan con los trabajos de Chile, y facilitando sus fugas como sucedio con la gente que vino con nosotros que se quedaron mas de sesenta huidos, y caso que lleguen toda su pretension es evadirse del servicio de Vuestra Magestad y aplicarse a la mercancia, en cuya ocupacion ven a los mas de los paisanos con conveniencias...”175 Tal testimonio fechado a fines del siglo XVII dio cuenta de una situación que si bien solo se extendió por las últimas décadas de dicha centuria demuestra que los desertores fronterizos en Buenos Aires, Tucumán, Cuyo, Perú o Chile seguían con su desordenada forma de vida forjada al calor de los juegos de azar en los cuerpos de guardia, los amancebamientos con sus indias de servicio, las malocas contra las parcialidades mapuches no importando si estaban de guerra o de paz y su propia huida al galope y por caminos extraviados hacia un destino que les permitiera vivir sin hambre, sin guerra y con la misma libertad que el ejército en muchas ocasiones les brindó. La deserción entonces nació con el ejército mismo, más aun cuando éste se hallaba formado por una serie de sujetos sin ninguna mística militar ni compromiso con los intereses de la corona en la frontera. Para ellos solo importaba que su vida, aun en esas duras condiciones, fuera lo más fácil posible por lo cual el robo, el amancebamiento y otras prácticas de los fronterizos eran moneda común en los fuertes y tercios del Biobío, no obstante, la comisión de

175

Carta del oidor decano y fiscal de la Real Audiencia al rey. Santiago, 30 de abril de 1696. BNMM. Tomo 169, f. 206-206 vta.

124

algún delito, la desesperación por abandonar las privaciones de la guerra o la nostalgia de su tierra de origen llevó a que un gran número de estos hombres optaran por abandonar las filas reales y, a pesar de ser perseguidos por la justicia, decidieron jugarse la piel por llegar a lugares más felices, en lo que se constituyó en uno de los más graves problemas que debieron enfrentar las autoridades del reino, pues no solo implicaba la persecución de los desertores y su consiguiente desvío de recursos y hombres para tal tarea sino también, como hemos puntualizado, que cada año debían realizarse nuevas levas para reemplazar a los huidos, ajusticiados o encarcelados, e invertir un elevado número de los siempre escasos recursos en pagar, transportar y armar los reclutas, en lo que fue una lenta pero constante herida en el costado mismo del sistema defensivo español en el extremo sur del imperio, la que en ocasiones se ahondó cuando alguno de los desertores decidió tomar su caballo para convertirse en renegado.

LOS RENEGADOS. DE SOLDADOS DEL REY A GUERREROS DE LA TIERRA. Los fuertes y tercios situados a orillas del Biobío, aquellos donde se acantonaban los soldados del rey, en ocasiones incubaban un peligro que a pesar de estar constantemente presente, pocas veces se podía prever, cual era el que algunos de los hombres que los guarnecían luego de buscar la ocasión precisa para tomar su caballo, comida y algunas armas salieran al galope fuera de sus murallas a objeto de internarse en medio de la tupida vegetación, tomar huellas poco conocidas y arribar a las tierras de las parcialidades mapuches de guerra con la intención no solo de huir de las armas reales, sino también de convertirse probablemente en los hombres más odiados por los habitantes de la frontera, es decir, en renegados. Tales sujetos no solo estaban dispuestos a traicionar las armas de la corona para unirse a la lucha mapuche y engrosar las filas de los guerreros de la tierra, sino también a encabezar o participar en un lugar destacado en los ataques y malocas contra sus antiguos vecinos o compañeros de armas, en lo en último término fue un encarnizado combate por su particular y frágil sobrevivencia. De tal modo, a fines del siglo XVI y durante la centuria siguiente los renegados fueron una de las expresiones más radicales y violentas del mundo fronterizo. Estos sujetos, aunque son frecuentemente mencionados en la historiografía y en las fuentes son, indudablemente, los menos conocidos de los hombres que nos ocupan. Lo anterior porque luego de huir a tierras

125

mapuches fueron pocos los individuos que, más allá de la percepción de sus contemporáneos, para quienes eran traidores y criminales, dejaron testimonios directos de las razones que motivaron su huida y su vida entre los linajes mapuches que los acogieron. No obstante lo anterior, es necesario reconstruir su historia, pues ellos junto con los otros sujetos de quienes aquí hemos tratado, se convirtieron en piezas fundamentales para la conformación de la vida en los confines del reino, incluso antes que la propia frontera existiera. Las primeras noticias que tenemos respecto a sujetos renegados las entrego el capitán Alonso de Góngora y Marmolejo, quien expresó que en 1566 corrían insistentes rumores respecto de haber un mestizo luchando entre los indios de guerra176. Mientras que el jesuita Alonso Ovalle narró la presencia entre los guerreros del toki Longonabal de Purén del mestizo Alonso Díaz y su compañero un mulato. Díaz, que fue capturado por las tropas de don Alonso de Sotomayor a fines de 1588, fue presentado por el cronista como: “...un apostata que hacía más de diez años que se había huido al enemigo y se había hecho tan buen lugar entre los indios juntamente con un mulato, su compañero, que ya era una de las cabezas de la guerra, y había hecho el uno y el otro grandisimo daño en los nuestros y aunque los gobernadores los habían conminado muchas veces con la paz, prometiéndoles perdón de su delito, nunca habían querido aceptarla...”177 Renegados que según las fuentes, podían llegar a tener gran influencia en el seno de los asentamientos mapuches que los acogían y que de una u otra manera servían de ejemplo para aquellos soldados que quisieran imitar sus acciones. Estos parecieron aumentar durante el gobierno de Sotomayor y su sucesor Martín García Oñez de Loyola, pues en esos años las fuentes evidencian un mayor número de deserciones, licencias sin regreso y la entrada de indios, mestizos y negros a los territorios de las parcialidades de guerra, cuando en 1593 se hizo una lista de los individuos que entre noviembre de 1591 y abril de 1593 habían abandonado el ejército por muerte, licencias, heridas o por entrar a servir a la iglesia, figuraron en ella treinta y ocho sujetos que se hicieron frailes o sacerdotes, seis soldados que se huyeron al Perú desde La Serena y nueve más que fueron ahorcados por la justicia, de los cuales no se especifica el o los 176

Alonso de Góngora y Marmolejo. Historia del reino de Chile desde su descubrimiento hasta el año de 1575, en: Francisco Esteve Barba (et., al.) Biblioteca de Autores Españoles Nº 120 (Madrid, 1960), p. 176. 177

Alonso Ovalle. Histórica relación del reino de Chile. CHCh. Tomo XIII (Santiago, 1888), p. 10.

126

delitos por los cuales merecieron la muerte, sin embargo no es descartable que uno de ellos fuera el de deserción hacia el territorio mapuche178. De igual modo, es conocido el caso de los mulatos hermanos Dionisio y Sebastián del Castillo quienes permanecieron dos y tres años respectivamente entre los mapuches de Coyunches y Mareguano, donde se convirtieron en activos guerreros del bando indígena hasta que fueron capturados y ejecutados sumariamente a fines de 1593. Sin embargo, antes de ser ajusticiados dieron noticias de haber conocido a Diego Núñez, mestizo, y a Bernal, mulato, quienes también se habían convertido en renegados e importantes apoyos militares para los hombres de la tierra179. Sujetos como los anteriores, entre los que se contaban hombres de las más diversas condiciones étnicas, en general eran bien recibidos dentro de las parcialidades de guerra, a pesar de la desconfianza que en un principio pudieron despertar, ya que su experiencia militar y el conocimiento de las técnicas bélicas hispanas los convertía en hombres claves para los líderes mapuches, pues proporcionaban valiosas informaciones tácticas y a veces aportaban armas y caballos a la lucha. Pero, en definitiva, era su propia habilidad militar lo que los mantenía vivos al interior de la tierra, la cual debía ser continuamente probada en acciones muchas veces arriesgadas, las que condujeron a algunos de ellos, como Sebastián y Dionisio del Castillo, a la muerte a manos de sus antiguos amos o compañeros de armas. Durante los primeros años de la centuria siguiente las deserciones se hicieron una realidad cotidiana y se notó un nuevo incremento en el número de sujetos que renegaban del bando español para sumarse al de sus enemigos, llegando a sumar decenas los soldados que huían o al menos pretendían hacerlo, lo que llevó a Alonso González de Nájera a afirmar, que “...Mucho admira a los antiguos pobladores de Chile, el ver que haya tanto número de fugitivos españoles entre los indios, acordándose que en otro tiempo tenían a gran maravilla haber algún mozuelo mestizo entre ellos huido por algún delicto...”180 De ellos, los que entraban al país mapuche eran los más osados, quienes sabiendo que era posible que estos los tomaran como

178

Lista de la gente que ha faltado en este reino desde principios de noviembre del año 91 hasta la fecha de esta de heridos, muertos, idos con licencia y metidos a clérigos o frailes. 21 de abril de 1593. CDIHCh. 2ª serie. Tomo IV (Santiago, 1960), pp. 328-330 179

Declaraciones de dos mulatos que vivían entre los indios rebelados acerca de las costumbres de guerra de estos. Coyuncos, 27 de diciembre de 1593. CDIHCh. 2ª serie. Tomo IV (Santiago, 1960), pp. 382-390. 180

Alonso González de Nájera. Desengaño y reparo...p. 117.

127

ladrones o enemigos y no como desertores, preferían irse generalmente armados y en las cabalgaduras que tuvieran a mano. Así, en 1599 se hace referencia a la huida de Juan Barba, clérigo al parecer mestizo y de Jerónimo Bello; en 1602 se menciona a Francisco del Campo, quien se huyó en Guanoraque y al mestizo Diego Prieto, sujeto que regresó al bando español luego de haber estado ocho años en Purén donde ejercía su oficio de polvorista; el mismo año se hace referencia a Diego Núñez de oficio herrero, Blas García y a los mestizos Lorenzo Vaquero y Durán; un año más tarde, en los prolegómenos de la creación del Real Ejercito de la Frontera, es posible detectar algunos casos de soldados y oficiales de baja graduación que decidieron escaparse de sus fuertes y presidios para arribar a las tierras de las parcialidades de guerra. A principios de l603 el gobernador Alonso de Rivera relató que cuando se encontraba haciendo un fuerte cerca del lugar donde confluyen el estero Millapoa y el río Biobío tuvo una escaramuza con la avanzada de una junta indígena de la que salió victorioso y en la cual, según las informaciones de un indio que llegó del campo enemigo “...venían en esta junta 16 o quince españoles, mestizos y mulatos y entre ellos nombró a un Villa que se huyó de la Imperial y un clérigo que se perdió en la Villarrica pero este dijo que venía forzado...”181 Solo semanas más tarde el mismo gobernador envió una carta al rey para referirse específicamente al problema de la deserción de la tropa. En ella le enumeraba los casos que durante el último año habían ocurrido y se refirió específicamente al de Diego de Palacios, soldado mestizo natural de Potosí, quien estuvo algún tiempo entre los mapuches en calidad de cautivo, pero tras un acuerdo de paz alcanzado con algunas parcialidades, fue entregado como señal de buena voluntad. No obstante, a fines de enero de 1603 Palacios volvió al país mapuche, esta vez ya no como cautivo o prisionero de guerra, sino como hombre libre182. Las razones que impulsaron a este soldado a retornar junto a sus antiguos captores no están a nuestro alcance, puesto que las fuentes son mudas frente a ellas, sin embargo, es muy probable que Palacios haya sopesado entre quedarse como soldado en el ejército del rey, lo que implicaba privaciones, hambre y una pobre remuneración o retornar a las tierras de sus antiguos 181 182

Carta del gobernador de Chile don Alonso de Rivera al rey. 1603. BNMM. Tomo 106, f. 112.

Carta del gobernador de Chile don Alonso de Rivera al rey. Río Claro, 9 de febrero de 1603. BNMM. Tomo 106, f. 203.

128

captores, en las cuales podía lograr abundante alimento, abrigo y el prestigio que se derivara de sus acciones militares. Mientras tanto, en el campo español seguían las deserciones o al menos las sospechas de que estas se fueran a llevar a cabo, lo que hacía que el gobernador declarara estar alerta ante la posibilidad que nuevos soldados intentaran salir de la frontera y la guerra. Un año más tarde, en l604, se verificó la deserción de diecinueve soldados del fuerte de Nacimiento y cuatro de la Imperial, además del sargento reformado Salazar; en 1605 dos soldados mestizos que escaparon del fuerte de Boroa fueron responsables de precipitar la muerte del capitán Juan Rodulfo Lísperguer y más de centenar y medio de sus hombres, en lo que constituyó uno de los más grandes desastres para las armas españolas por el número y la calidad de los soldados y capitanes que en tal ocasión se perdieron; dos años más tarde, en 1607, las fuentes hacen mención de la huida del mestizo Negrete y la vuelta a las filas reales de Juan Sánchez, quien había pasado casi una década entre los indios de guerra mientras que para ese mismo año González de Nájera calculó en medio centenar el número de renegados que se encontraban distribuidos por las parcialidades de guerra. Algunos años más tarde el soldado Diego de Medina, quien había logrado escapar del cautivaje afirmaba que en la zona de Maquegua e Imperial, donde él estuvo durante nueve años “...seran hasta como diez los españoles que vienen en las juntas a pelear y questos son los que él ha visto, y esto responde, y que ha oido decir que en lo de Anganamon y otras partes hay mas...”183 Cifra que se incrementó en los años posteriores, cuando nuevamente aparecen testimonios de sujetos huidos a las parcialidades hostiles. Sin embargo, el número de renegados que se encontraban al interior del país mapuche es una cifra imposible dc calcular; al misino tiempo los datos que entregan las fuentes, si bien en ocasiones se corroboran entre ellas, son absolutamente fragmentarios, por lo cual es preciso pensar que la cantidad de hombres que se encontraban al interior de la tierra era, en general, bastante más abultado del que las fuentes muestran. En 1603 el gobernador Alonso de Rivera reconocía que las difíciles condiciones de vida que les tocaba enfrentar a las tropas del recién creado ejército permanente eran un verdadero aliciente para que algunos pensaran en tomar sus cabalgaduras y huir al galope o en la 183

Declaración de Diego de Medina, que estuvo cautivo entre los indios sobre el estado de aquellas cosas. Concepción, 3 de abril de 1615. BNMM. Tomo 111, f. 261.

129

oscuridad de la noche. En la carta enviada al rey sobre la deserción de los soldados el gobernador afirmó, que “...todo esto nace de los muchos trabajos y desnudez y hambres que aquí se padecen y algunos piensan que no han de tener fin yo hago lo que puedo por entretenellos y regalarles y quitar estas imajinaciones y con la esperanza de la paga reciben algun alivio...”184 No obstante, no es sostenible explicar las deserciones y sobre todo las fugas de los renegados solo por las malas condiciones de vida que los soldados tenían que soportar en fuertes y presidios, más aun cuando estos sujetos no solo abandonaban las filas españolas sino que se unían a la lucha mapuche convirtiéndose en traidores a las armas del rey y según los testimonios de la época, en sus peores enemigos. De tal modo, el temor ante el castigo de alguna falta o delito, la posibilidad de gozar libremente de algún concubinato o, incluso, la venganza podían ser elementos a considerar al momento de decidir huir a las tierras de las parcialidades libres. Tal fue la situación del mulato Dionisio del Castillo, quien en 1593 afirmó que se había fugado del fuerte de Longotoro, donde era el caudillo de su pequeña guarnición, porque: “...empeñó un arcabuz que tenía a Juan de León, vecino de Angol, por dos botijas de vino y en esta sazón el capitán Andrés Valiente, corregidor de Angol, le apercibió para una maloca que quería hacer a estos Coyuncos y pidiéndole el dicho León su arcabuz le respondió lo había deshecho y hecho clavos y que no se lo podía dar y que en ninguna manera le convenía parecer ante el dicho corregidor porque lo había sabido y estaba muy enojado dello y que junto con esto el dicho corregidor le quería quitar una india que tenía en su servicio, del repartimiento de Gregorio de Oña, llamada Elvira e que por gozar de más libertad de la dicha india y de temor del dicho corregidor, por lo que dicho tiene, se determinó a irse...”185 Por su parte, algunos años más tarde encontramos el caso de Lorenzo Vaquero, soldado mestizo natural de las cercanías de Quito, quien motivado por un ardiente deseo de desquite contra el coronel Francisco del Campo, quien en una ocasión anterior lo había castigado, juró que éste había de pagarle por tal humillación. Así, junto con setecientos guerreros de las cercanías de la destruida ciudad de Osorno presentó batalla a la tropa con la cual el coronel del Campo pretendía pasar de Osorno a Chiloé. En dicha ocasión Vaquero logró quitar la vida a su 184

Carta del gobernador de Chile don Alonso de Rivera...BNMM. Tomo 106, f. 204.

185

Declaraciones de dos mulatos...CDIHCh. Tomo IV, 2ª serie (Santiago, 1960), p. 383.

130

enconado enemigo, pero él mismo resultó muerto de un arcabuzazo dado por otro soldado186. E1 miedo al castigo, la venganza, el hambre, las privaciones e, incluso, alguna relación sentimental ilícita contraída con alguna mujer mapuche eran razones que bien se podían mezclar con el ansia de muchos de estos sujetos por tener o retornar a la vida libre y disipada que llevaban antes de incorporarse al ejército; en tal sentido el país mapuche era percibido como una tierra de libertad, en la cual las restricciones de la milicia y la propia sociedad colonial no operaban, percepción que se daba aun entre los oficiales del ejército, aunque ésta tomaba un carácter negativo, como bien lo expresara Alonso González de Nájera, quien refiriéndose a las razones de la deserción hacia las tierras mapuches señaló: “...que unos las hacen con ánimo de servir y ayudar a los indios de guerra de su espontanea voluntad por gozar sin contradicción de algunas viciosas libertades, y otros hacen tales fugas con designio (aunque engañado) de creer que los enemigos les darán libre paso por la Cordillera para salir del reino, y otros que pudiera ser que por ningún otro caso cometieran traición, costreñidos de el hambre...”187 Sin embargo, tal percepción era absolutamente errada en lo referido al supuesto goce de lo que el cronista llama “viciosas libertades”, pues al penetrar en el mundo mapuche estos hombres entraban a una sociedad ordenada, que distaba mucho de la barbarie o la anarquía y en la cual el rol de cada sujeto podía ser perfectamente definido, aunque fuera un desertor o proviniera de otro grupo étnico. De tal modo, los renegados no podían pretender ser aceptados incondicionalmente al interior de las parcialidades que los acogían, por el contrario, según la percepción de los hombres de la tierra ellos habían arribado en calidad de guerreros, era esa la imagen que daban y que los lonkos y konas aceptaban y, por lo tanto, eso también definía su función dentro del linaje o parcialidad que los aceptaba. Al mismo tiempo, estos hombres debían aceptar ciertas limitaciones que les imponía esta sociedad en la cual se hallaban en una absoluta inferioridad numérica; éstas se materializaban en la obligación de llevar ropas indígenas, despojándose de sus antiguas vestimentas europeas; debían hablar solo en mapudüngún sin tener la posibilidad de usar el idioma castellano, a menos que fuera entre ellos

186

Diego de Rosales. Historia General...Tomo II, p. 374.

187

Alonso González de Nájera. Desengaño y reparo...p. 191.

131

si es que en una parcialidad había más de un renegado o un grupo de los mismos; asimismo, debían abstenerse de comunicarse con los cautivos y, por último, no eran raras las ocasiones en que los líderes de los linajes donde residían les entregaban una mujer con la cual debían unirse bajo un vínculo matrimonial las que generalmente, según lo manifestó González de Nájera, eran españolas o mestizas cautivas. Todas estas restricciones nacían de la desconfianza que, a pesar de haberles permitido vivir entre ellos, sentían los mapuches por estos afuerinos venidos a traición desde el bando enemigo, pues si de una parte los obligaba a transformarse al menos exteriormente en hombres originarios, de otra les negaban el acceso al parentesco al casarlos con mujeres cautivas que si bien podían estar asimiladas a un linaje seguían siendo, como los renegados, sujetos exógenos a la sociedad indígena, lo que de cualquier forma implicaba una nueva ruptura con el mundo colonial, pues muchas de ellas estaban casadas o tenían familia al interior del reino de Chile, por lo cual para los hispano criollos esta nueva unión era algo aberrante y sumaba un nuevo delito al prontuario de los renegados. A pesar de lo anterior y a medida que pasaba el tiempo y se sumaban éxitos militares los tránsfugas se iban ganando la confianza de quienes los rodeaban, con lo cual se podían ir rompiendo los cercos que el recelo les imponía. Así tempranamente podemos citar el caso del mestizo Alonso Díaz, quien alcanzó a estar una década entre los mapuches antes de ser capturado, en esos años cambió su nombre español por el indígena de Paiñañango y se unió matrimonialmente con una de las hijas del cacique Lonkonabal de Purén188, entrando por esa vía a compartir la red de solidaridades y alianzas parentales que unían a los miembros del linaje de tan prestigioso lonko. Precisamente, superar la desconfianza de los guerreros y líderes mapuches era uno de los puntos claves que debían enfrentar los renegados una vez que se encontraban dentro de la tierra de guerra. Para ello, junto con conocer las armas europeas y sus formas de empleo, así como las tácticas bélicas españolas, eventualmente estaban enterados de la ubicación y factura de los emplazamientos militares fronterizos y del número y calidad de los soldados que los guarnecían, información que estaban bien dispuestos a proporcionar a los capitanes de guerra indígenas y, aun más, de enseñar a sus guerreros a usar estas armas y tácticas; con dicha información y la necesidad de asegurar su permanencia entre los mapuches estos sujetos no

188

Alonso Ovalle. Histórica relación...p. 10.

132

trepidaban en encabezar osados ataques contra sus antiguos camaradas o sus haciendas, convirtiéndose en los líderes de las partidas guerreras que hacían constantes malones contra la frontera de Biobío. Así, en diciembre de 1607 el gobernador Alonso García Ramón hacía referencia a la llegada del mestizo Juan Sánchez “...que havia nueve o diez años estaba entre los indios y [era] el mejor capitan que ellos tenian y el que ponia en ejecución cuanto a la guerra se determinava y el que siempre ha llevado la vanguardia en iodos los desastrados sucesos que se han ofrecido...”189 Hombre que, con el paso de los años y su nutrida participación en acciones militares le permitieron sentarse entre los lonkos cuando estos tomaban una decisión y cabalgar al frente de las partidas de guerreros que asolaban los pagos y fuertes de la frontera. Mientras tanto, en noviembre de 1614 el gobernador Alonso de Rivera escribió al rey y le relató que el 24 de abril de dicho año entraron más de 100 jinetes mapuches a Arauco: “...y trujeron por cabezas a un soldado español llamado Francisco Martín que se huyó al enemigo en tiempo del gobernador Juan de Jaraquemada y a otro mestizo Joan de Lara natural deste reino que se fue poco ha... – mientras que – el 28 del dicho (septiembre) dieron en Millarapoe en el estado de Arauco docientos indios de a caballo y venian ocho españoles entre ellos de los cuales tan solo se conocieron a Francisco Martin y Lara que he referido atrás, mataron cinco caciques principales tres indios y seis piezas y se llevaron vivas diez...”190 Esta acción, como muchas otras de los renegados fronterizos, eran emprendidas contra los asentamientos de los indios amigos con el objetivo de capturar mujeres y niños para cautivarlos y luego, al menos en el caso de las mujeres jóvenes, unirlas matrimonialmente con alguno de sus captores, lo cual creaba de un modo violento nuevos parientes para los indios amigos, en un intento más por cercenar su lealtad para con las fuerzas del rey. En dichos asaltos ni los guerreros mapuches ni los renegados escapaban de la lucha al momento de encontrar resistencia, lo que podía terminar con varios sujetos muertos, el asentamiento destruido y un recrudecimiento de los odios entre los linajes que se involucraban en el conflicto.

189

Carta del gobernador de Chile don Alonso García Ramón al rey. Arauco, 27 de diciembre de 1607. BNMM. Tomo 109, ff. 311-312. 190

Carta del gobernador de Chile don Alonso de Rivera al rey. Concepción, 14 de noviembre de 1614. BNMM. Tomo 112, ff. 234 y 237.

133

Al mismo tiempo, pasados algunos años, respecto de que aumentaba el número de renegados, estos fueron cobrando nuevos bríos. Así, en 1622 el gobernador Pedro Osores de Ulloa manifestó que pasaban de 46 los soldados que se habían ido a vivir entre los indios “...y se puede temer sean cada dia mas porque no los matan como solian...”, más aun estos renegados supieron encontrar leales aliados al interior de las parcialidades de guerra, muchos de los cuales portaban en sus venas parte de sangre hispánica, así Osores de Ulloa afirmaba: “...que juntos estos con los mestizos que han nacido de las mugeres que tomaron en las ciudades perdidas de Baldivia, Osorno , La Ymperial, Villarrica y Angol que cada dia se van acrecentando que ya muchos de ellos con muy buen brio vienen a la frontera y se muestran en los asaltos y malocas que han hecho...”191 Tales mestizos apoyaban con éxito las acciones de los renegados, más aun cuando algunos de ellos eran hijos de lonkos y otros habían sucedido a sus padres en el ejercicio del poder tribal, lo que les permitía brindar una efectiva ayuda traducida en armas, hombres y caballos, para que los nuevos guerreros de la tierra cometieran sus violentas, rápidas y dañinas acciones contra los pagos rurales y los puestos militares fronterizos, lo que permitía mantener vivo el fuego de una guerra que a los renegados les interesaba mantener. Conservar el estado de violencia y guerra que se vivía en los territorios fronterizos a principios del siglo XVII parecían ser los objetivos primordiales de estos hombres y para ello no solo estaban dispuestos a participar o encabezar las partidas de maloqueros, sino también hacían todo lo posible por avivar el conflicto, usando toda la influencia que pudieran conseguir para que los capitanes militares indígenas siguieran levantando el tokicura en sus manos. Así, en una oportunidad el cacique Lebulicán acompañado de cuarenta mocetones fue a Purén tras enterarse del ofrecimiento de paz hecho por el jesuita Luis de Valdivia a los lonkos de tan importante parcialidad, el propósito de tal visita fue el convencer a estos que lo que el enviado del rey les proponía era falso y solo se pretendía hacerlos servir y sujetarlos “...todo lo cual confirmaban algunos mestizos fugitivos que temiendo no los cogiese la justicia y los castigase por sus delitos, vivian entre los indios de guerra, y por estar más seguros sembraban entre ellos

191

Carta del gobernador de Chile don Pedro Osores de Ulloa a la Real Audiencia de Lima. Concepción, 7 de febrero de 1622. BNMM. Tomo 124, f. 15.

134

mil mentiras poniéndoles mal corazón para que no viniesen en los conciertos que se trataba...”192 Acciones que los renegados ejecutaban periódicamente, pues era una de las pocas maneras que tenían de impedir que por algún acuerdo de paz los lonkos aceptaran bajar las lanzas y convertirse en aliados de los españoles o al menos en parcialidades no beligerantes, con el consiguiente peligro de que ellos fueran entregados a manos del gobernador u otros funcionarios reales, para ser juzgados y muy probablemente ejecutados. En tal sentido, en el parlamento realizado en 1612 con los nueve rewes de la costa de Arauco, los representantes de la corona se esforzaron por lograr un acuerdo que incluyera el que los líderes mapuches no aceptarán soldados renegados, de modo tal que: “...todas las veces que algún indio de los questan de paz dentro de la raya que está señalada o algun soldado español o mestizo o negro se pasase a vuestras tierras lo habeis de volver a entregar al capitan español que asistiere en el primer fuerte y mas fecho donde esto sucediere pagandoseos el justo precio de vuestro trabajo...”193 Lo que en algunos casos fue un acuerdo que los lonkos cumplieron al pie de la letra, como ocurrió en 1617 cuando el padre Luis de Valdivia logró hacer la paz con algunas parcialidades situadas en ambas riberas del Biobío, como eran Pangue y Bureurupu de la orilla norte y Maputue y Molchen de la sur. En tal ocasión los caciques Acamelui, Pillantur, Helehuenu y otros entregaron a un desertor renegado, quien hacía un año se había escapado del campo español, lo cual hicieron como un acto simbólico para demostrar al padre Valdivia la certeza de su acuerdo y su compromiso con la paz, pues con esto estaban cortando el nexo de protección y amparo con un individuo que representaba la guerra sin más fin ni destino que la lucha en sí. De tal sujeto no conocemos la suerte que corrió luego de volver a tierras hispanas, donde muy probablemente fue hecho inmediatamente prisionero para más tarde ser sumariamente procesado por traidor a las armas redes, apóstata y homicida, delitos que generalmente se pagaban sobre un cadalso, en lo que era el corolario de una vida llena de inestabilidad y violencia y una sentencia a la cual ya estaba condenado de antemano. Tal inestabilidad acompañaba casi en todo momento a los renegados y como se ha visto, dependía en gran 192

Alonso Ovalle. Histórica relación..., p. 118.

193

Acta del Parlamento con los nueve rewes de la provincia de Arauco. 1612. AHNMV. Vol. 2, ff. 21 vta.-22.

135

medida de las coyunturas bélicas o pacificas por las cuales pasaban los linajes mapuches. De tal modo, al encabezar o participar en partidas guerreras tales sujetos llevaban como objetivo, en último término, asegurar su propia existencia, lo que al mismo tiempo implicaba perpetuarse en el camino de la violencia y el pillaje que ejercían al asaltar alguna casa o rancho rústico situado en tierras hispanas, a donde acudían al galope secundados por los guerreros de su asentamiento. Esto, que puede resultar paradójico, se explica al considerar que en una situación de conflicto los renegados, como uno de los principales interesados en que éste continuara debían demostrar toda su pericia militar y trabajar para logar hacerse de prestigio entre los lonkos y konas mapuches, lo que en cierta medida les aseguraría la protección de estos en épocas de paz o falta de beligerancia, las que nunca duraban demasiado. Dichos ataques siempre implicaban el peligro de encontrar resistencia entre los asaltados o la persecución por parte de una partida de caballería proveniente de los tercios de Arauco, Tucapel o de algún fuerte fronterizo. En tal caso, las posibilidades de ser capturados y sometidos a una pena ejemplarizadora aumentaban enormemente, como relató en septiembre de 1607 el gobernador Alonso García Ramón, cuando afirmó que: “...catorce dias ha se prendio un traidor de un español que se havia ido a los indios llamado Negrete que ha sido de muy grande importancia respeto de que era gran lenguaraz entre ellos y no tratava de otra cosa sino de persuadirles no diesen la paz, mandé le colgasen de un pie y arcabuseasen para castigo de su maldad y ejemplo a los demas...”194 Medidas como las anteriores, sin embargo, parecían no surtir mayores efectos entre los soldados fronterizos, quienes de igual manera tentaban su suerte a la grupa de un caballo con el cual se internaban en los espesos bosques de la Araucanía de donde volvían solo para generar el terror que nada más que un ataque por sorpresa podía causar en los habitantes de los pagos rurales de Chillán, Rere o Puchacay. Mientras tanto, algunos de estos sujetos decidieron salir de las parcialidades de guerra para volver a vivir entre los hispano-criollos, aun cuando hubieran pasado algunos años al interior de la Araucanía y muchos de ellos tuvieran un prestigio dentro del mundo indígena.

194

Carta del gobernador de Chile don Alonso García Ramón al rey. Concepción, 11 de septiembre de 1607. BNMM. Tomo 109, ff. 276-277.

136

Nuevamente tal decisión implicaba una fuerte carga de inestabilidad, pues estos individuos no sabían cómo serían recibidos en el campo español. Una posibilidad era que siguieran siendo considerados traidores y criminales, dignos de la más dura de las penas aplicadas sin mayores contemplaciones; o bien, que por el hecho de salir de la tierra y portar una gran cantidad de información sobre las parcialidades rebeladas y sus planes de guerra o los cautivos que en ellas se encontraban, se les perdonara la vida y se les usara como informantes o lenguaraces. De tal modo, las fuentes informan de la existencia de resoluciones en ambos sentidos, las cuales dependían del arbitrio del gobernador, quien si así lo estimaba podía ejecutar las penas que considerara pertinentes, tal como lo hizo don Alonso de Rivera, quien condenó a morir en la horca al herrero Juan Núñez, el que luego de permanecer algunos meses en Arauco retornó a la frontera de Concepción, en donde encontró el garrote como destino. En el reverso encontramos al mestizo Juan Sánchez, a quien ya nos hemos referido, de quien el gobernador García Ramón manifestaba tener por: “...buena suerte la venida de este mestizo asi porque con ella no habrá quien se atreva a ir a los indios como muchos lo hacian porque sin duda los mataran como lo habran hecho con su venida a todos los que entre ellos estavan porque como ladron de casa sabe todos sus rincones y promete hacer grandes cosas lo cual creo aunque hasta verle muy empeñado no osaré fiarme mucho de el...”195 Desconfianza, como la del gobernador no era extraña en estos casos, los renegados eran considerados como gráficamente lo manifestó García Ramón como “ladrones de casa” y, por lo tanto, sujetos eminentemente traidores a quienes era preferible tener cerca para poder vigilar. No obstante, y sin ser ninguna contradicción, su vuelta era bien recibida por las autoridades coloniales, puesto que con ella se privaba a los mapuches de uno de sus más efectivos aliados y se tenía acceso a informaciones que bajo otras circunstancias eran muy difíciles de poseer; mayor era la alegría cuando el sujeto que retornaba o se capturaba, como Juan Núñez, era un individuo con un oficio como los de herrero, armero o polvorista, pues en estos casos se pensaba que los guerreros de la tierra eran privados del acceso a producir tecnología que podría

195

Carta del gobernador de Chile don Alonso García Ramón... BNMM. Tomo 109, f. 312. Las cursivas son nuestras.

137

resultar fundamental para lograr una ventaja cualitativa en la lucha. De ahí que las fuentes destaquen la labor de algunos de estos renegados como transmisores de tecnología militar e instructores de las fuerzas mapuches en su uso, al menos dentro de las parcialidades que los acogían. De este modo, un herrero o armero, podían producir espadas, puntas de lanza y cuchillos solo al contar con hierro u otros metales que se rescataban de los ataques y malones a los fuertes, pagos y estancias hispano-criollas; asimismo, un polvorista como el mestizo Prieto podía dedicarse a producir pólvora y entrenar guerreros como tiradores, como al parecer lo hizo antes de abandonar las tierras mapuches. El cronista Diego de Rosales manifestó que en 1602 al marchar Alonso de Rivera y sus tropas contra una junta indígena emboscada en la cuesta de Villagrán: “...le salió un esquadron de enemigos al paso, gobernados y animados de un mestizo llamado Prieto que poco antes se havia huido al enemigo y trahia algunos indios tan bien industriados en disparar sus arcabuces que el Gobernador se admiró de ver a indios apuntar tan bien, animar el arcabuz al rostro y en disparando darle vuelta con tanta gala y volver a cargar...”196 Sin embargo, el rol de sujetos como los anteriores en el seno de la sociedad mapuche no está bien definido, si bien de una parte se conoce que estos hacían un aporte cualitativo a los guerreros indígenas al fabricarles mejores armas, de otra no se sabe si esta actividad implicaba una formación de hombres mapuches en los oficios que algunos renegados cultivaban; más importante aun es puntualizar que las formas de hacer la guerra entre los linajes de la tierra no se vieron revolucionadas con el acceso al manejo de arcabuces y mosquetes, que si bien fueron usados por algunos de ellos no significaron el abandono de las armas tradicionales como eran lanzas, picas, macanas y cuchillos, pues ello implicaba cada día mayor dependencia de los hispano-criollos, quienes a través del contrabando o la venta subrepticia de armas y municiones por los soldados, deberían haber proveído la nueva forma de guerrear. Odio y desconfianza, fugas y ataques sorpresa, pena de muerte y venganza parecían ser los términos que se acomodaban a la vida de los renegados fronterizos, hombres de los más distintos orígenes étnicos y sociales: negros, mulatos, indios, mestizos y españoles, no obstante, todos los cuales estaban unidos bajo el sino trágico de su frágil existencia, que muchas veces 196

Diego Rosales. Historia General...Tomo II, p. 368.

138

terminaba en medio de un campo de batalla, al pie de una horca o enfrentando a un pelotón de arcabuceros y muy pocas veces en una cama o un pellón; estos hombres y sus acciones marcaron el mundo fronterizo durante las primeras décadas del siglo XVII no sólo por su huida hacia las parcialidades de guerra, sino fundamentalmente porque ellos fueron una de las primeras expresiones en el reino de Chile, e indudablemente la más radical, de los sujetos fronterizos, aquellos hombres que vivían al mismo tiempo en dos mundos contradictorios y que fueron capaces de hacerse una existencia a la medida, aun cuando ésta fuera la de su propio desenfreno, con lo que comenzaron junto con muchos otros a formar una nueva realidad, la de la frontera, distinta tanto a la Araucanía como a Chile central, Cuyo o el virreinato del Perú y en la cual los valores y cánones de las sociedades que concurrían a su creación se veían sobrepasados por el desorden de estos sujetos y sus infinitas ansias de libertad, pero no necesariamente de una vida fácil.

139

CONCLUSIONES

El mundo fronterizo surgido en la región situada en torno al río Biobío, en general, vivió bajo normas y códigos que surgieron en su propio seno más que de aquellos provenientes de las sociedades que concurrieron a darle vida, de tal modo éste no puede ser definido tan solo tomando en cuenta su dimensión geográfica, sino fundamentalmente el aporte de los hombres que lo habitaron. En ese sentido, uno de los grupos humanos que más contribuyó a definir el carácter de estos territorios y de los sujetos que vivían en ellos, así fueran españoles o mapuches, fueron los integrantes de la que fue, sin duda, la institución más importante de la región, el Real Ejército de la Frontera y principalmente quienes formaban parte de sus tropas. Tales sujetos, probablemente sin quererlo ni imaginarlo llegaron a un mundo que se estaba creando y que con sus desenfadadas y violentas acciones ayudaron a configurar. Por su parte la historiografía nacional, tanto aquella dedicada a estudiar la sociedad y las relaciones fronterizas como al Real Ejército, no han podido dejar de mencionar el cúmulo de sujetos díscolos, indisciplinados y violentos que poblaron los lindes del reino durante el siglo XVII, ellos han sido destacados como perennes fuentes de vagabundaje, lo que a muchos los llevaba a la frontera donde se empleaban como soldados o persistían en su vida de vagos; asimismo, tales investigaciones se han referido a sus acciones delictuales contra mapuches y españoles, a las malocas esclavistas y a los continuos amancebamientos de tales hombres con las indias y mestizas que habitaban o eran llevadas a los fuertes y estancias cercanas al río Biobío. Asimismo, las investigaciones sobre e1 ejército fronterizo se han referido a la mala calidad de las tropas que se levaban para Chile, las continuas deserciones que cada año producían una importante cantidad de bajas y los problemas de financiamiento del aparato militar chileno, el que durante gran parte del siglo mantuvo cuentas deficitarias que afectaron tanto a la defensa del reino como a los soldados que servían en él. Tales sujetos, en tanto, han sido considerados como pícaros, tipos fronterizos o sujetos delictuosos, sin embargo no se ha reconocido en su real dimensión el aporte de estos hombres en la conformación de la sociedad fronteriza y sus hechos. De tal modo, durante las últimas décadas del siglo XVI es posible encontrar una serie de sujetos que actuando más allá de cualquier disciplina o lealtad intentaban vivir de acuerdo a

140

sus propios cánones, en los cuales la libertad de acción y desplazamiento parecía ser la guía de sus pasos y uno de los más graves problemas que las autoridades debían enfrentar. Ya en los gobiernos de don Alonso de Sotomayor y de don Martin García Óñez de Loyola surgen referencias sobre las díscolas conductas de la soldadesca, entre las que se incluían el robo, la deserción, la huida al país mapuche, el juego y la carencia de reglas y disciplina en lo que pareciera ser un anuncio de lo que viviría el reino durante el siglo siguiente. No obstante, tales hechos solo pueden considerarse como situaciones relativamente aisladas y que no generaban mayores consecuencias para la conducción de la guerra o la tranquilidad de los vecinos de los distritos cercanos a los fuertes y campos militares españoles. Llegado el siglo XVII y con la creación del Real Ejército de la Frontera se realizaron diversas levas para proveerlo de tropas, la que fueron integradas por hombres de los más diversos orígenes y status étnicos entre los que era frecuente encontrar negros, zambos, mulatos o mestizos peruanos y no solamente españoles, criollos o peninsulares, como la legislación ordenaba; del mismo modo una vez avanzado el siglo se produce un aumento del número de soldados nacidos en Chile e, incluso, en la frontera. Un porcentaje de ellos correspondía a sujetos enganchados voluntariamente en las compañías levantadas para enviarse a Chile, mientras que otros eran reclutados prácticamente a la fuerza dada su condición de ociosos o vagabundos o, incluso condenados por algún delito al destierro con plaza de soldados y pasaron a integrar una fuerza militar que numéricamente fluctuó bastante durante el siglo, pero que por lo general se constituía de entre 1500 y 2000 hombres. Ya en la frontera las condiciones de vida de dichos soldados, en general, eran bastante precarias debido a las graves carencias de infraestructura y financiamiento que sufrió el ejército a lo largo de gran parte del siglo XVII. Ello significó que estos tuvieron solo un corto salario anual con que mantenerse, el que además era pagado una parte en especies, como ropa y zapatos, y otra en dinero. Asimismo, la irregularidad del envío del Real Situado desde el virreinato tenía por consecuencia que tales sueldos se atrasaran y que surgieran gravámenes y cargas que redundaban sobre el importe total del mismo, lo que afectaba directamente a soldados y oficiales, pues muchas veces los sueldos quedaban parcialmente impagos o llegaba menor cantidad de provisiones de las que realmente se necesitaban. Al mismo tiempo, surgieron una serie de abusos o prácticas deshonestas que tanto oficiales militares y otros

141

funcionarios cometían contra los hombres de la tropa, las que iban desde revender ropa, comida y otros bienes a precios excesivos hasta la ocupación de soldados para realizar algunos trabajos en las estancias y pulperías de sus superiores, con lo cual los oficiales compartían la informalidad y la falta de escrúpulos de muchos de sus subordinados y, en tal sentido, asumían la faz del fronterizo, de aquel sujeto que actuaba más allá de reglas y convenciones, privilegiando sus intereses sin cuidarse sobre la legalidad de sus actos. Pero los soldados, lejos de ser víctimas de los hechos fronterizos, se constituyeron en parte trascendental de sus protagonistas y aunque sufrían los abusos de sus superiores encontraron en los tercios, fuertes y pagos de la región los sitios precisos para materializar sus ambiciones de libertad, diversión y desenfreno. De ese modo, vivieron entre el ocio, el juego y la indisciplina, en una dinámica en la que el desorden, las pequeñas traiciones, el vicio y los abusos contra los más débiles iban de la mano con la camaradería, la paciencia para esperar el Situado y la propia conformación de la vida fronteriza. Los soldados, muchas veces aislados en sus guarniciones, en las que progresivamente la actividad guerrera fue disminuyendo, se dedicaban a jugar a los naipes en vez de guardar sus murallas o vigilar los parajes circundantes; salían sin mayor cuidado de sus fuertes en busca de comida o bien se marchaban en dirección a Concepción o a sus pequeñas chacras donde permanecían semanas o meses sin volver a su guarnición y se amancebaban con las indias o mestizas que trabajaban para ellos en calidad de sirvientes, la mayor parte de las veces de manera forzosa, al menos en un comienzo; también eran frecuentes los duelos y peleas a mano armada, así como los robos entre los propios militares. Tales conductas fueron en diferentes momentos cuestionadas y prohibidas por los capitanes generales del reino, quienes cada cierto tiempo dictaban decretos en contra de tales prácticas, como fueron los publicados por don Francisco de Quiñones en 1600 y don José de Garro en 1682, que prohibieron los amancebamientos de los soldados, el dictado por don Martín de Mujica en 1646 que penó con la muerte las peleas al interior de los puestos militares o el de don Francisco de Meneses en 1667, que mandó bajo plazo perentorio que los militares que se encontraban ausentes de sus plazas retornaran a ellas a la brevedad. Disposiciones, que a lo largo del siglo, tuvieron una aplicación y un efecto disímil, tanto por la carencia de medios efectivos que permitieran implementarlos con todo el rigor que ello exigía, como por la propia

142

desidia de quienes eran encargados de llevarlos a la práctica. No obstante, las acciones y los hechos de los fronterizos rebasaron cualquier medida tomada en su contra y se convirtieron según las palabras del marqués de Baides en un “problema viejo y sin solución”, el que nació con el Ejército y se extendió por todo el siglo XVII. Mientras tanto que algunos hombres desplegaban sus deplorables conductas en sus guarniciones otros, a veces los mismos, aprovechando la transformación de los asentamientos militares españoles en puntos de contacto con la sociedad mapuche, comenzaron a comerciar tanto con los indios amigos que habitaban cerca de los fuertes, como con aquellos que concurrían desde el interior de la tierra e, incluso, desde los lejanos lugares de habitación de puelches y pehuenches, contactos que se veían facilitados por el dominio del idioma indígena que la mayoría de los soldados tenía. Este comercio, de parte de los indios, consistía en el trueque de maíz y otros cereales, ganado, pieles y plumas a los soldados por los capotes, paño, sombreros y abalorios que les ofrecían militares y mercaderes, elementos que se transaban legalmente entre ambas partes. Al mismo tiempo, los hombres de la tropa adquirían nuevas cabalgaduras y lograban renovar en parte su pobre vestuario con “ropa de la tierra”, principalmente mantas mapuches, lo que llevó a que en diversas ocasiones se planteara que estos sujetos más parecían indios que españoles. Los soldados también comerciaban con efectos prohibidos como eran el licor, el hierro, las armas y, posteriormente, los caballos; tales tratos eran clandestinos y se realizaban en las inmediaciones de los fuertes, a donde estos llegaban dispuestos a trocar sus espadas, cuchillos y arcabuces o bien, aquellos que habían robado en los cuerpos de guardia o a sus compañeros, en lo que era considerado una traición al rey, pues se les estaba entregando amas y elementos de guerra a enemigos efectivos o potenciales como eran los hombres del mapu. Pero no todos los contactos con los mapuches amigos eran pacíficos, por el contrario en tales relaciones existía una fuerte dosis de inestabilidad y violencia, que si bien no era aquella derivada de la guerra, sino una violencia cotidiana expresada en los robos de especies que los soldados hacían en las parcialidades aliadas o en los raptos y violaciones de mujeres que así mismo cometían. De ahí entonces, que surgiera una relación contradictoria, oscilante de una parte, entre la camaradería y la colaboración en materias militares y de otra, entre la violencia y los abusos que la tropa se veía tentada a cometer.

143

A la vez que eso sucedía en torno a los fuertes y tercios fronterizos, de aquellos mismos lugares salían cada otoño varias decenas de hombres en dirección a Chile central en busca de aprovisionamiento, caballos y sirvientes. Tales licencias, concedidas por los gobernadores del reino y los comandantes de los tercios y guarniciones se derivaban de las consuetudinarias carencias de aprovisionamiento y financiamiento del ejército real, que obligaban a tomar tal decisión conscientes de que ellas se convertían en verdaderas campañas de pillaje y raptos, más aun cuando junto con los sujetos que estaban autorizados para salir de sus guarniciones por el periodo invernal, había un número indeterminado de ellos simplemente se ausentaban de sus fuertes sin esperar licencia alguna, con lo cual se incrementaba el número de sujetos que cabalgaba por los pagos rurales de Concepción, Maule y Santiago. Durante dichos permisos los soldados, junto con que algunos aprovechaban de desertar, se dedicaban a robar las estancias por donde transitaban o eran acogidos o bien raptaban a los indios de alguna encomienda cercana a dichos lugares, en lo que con el correr del siglo se convirtió, como acertadamente lo expresó el cabildo de la capital, en una verdadera “guerra contra Santiago”, la que se extendió prácticamente por todo el siglo y prontamente se hizo un problema inmanejable para las autoridades. Tales robos se materializaban contra los estancieros y propietarios rurales del distrito de Santiago, quienes se veían violentamente despojados de ganados y otros bienes, así como de algunos de sus indios de servicio, no obstante, quienes sufrieron con mayor rigor las acciones de los fronterizos fueron las comunidades indígenas de Chile central, en las cuales estos no se contentaban con robarles sus escasos bienes y provisiones, sino que raptaban a los jóvenes indígenas y especialmente a las mujeres, a fin de convertirlos en sirvientes forzosos, mientras que a estas últimas pretendían transformarlas en sus mancebas. Ello trajo consecuencias que para muchas comunidades fueron fatales al arrebatarles las únicas esperanzas de sobrevivencia, sus jóvenes, lo cual fue uno de los factores que posibilitaron la drástica disminución de su población o bien su desaparición; al mismo tiempo, otros jóvenes y adultos indígenas optaron por abandonar sus tierras, convertirse en vagabundos o emplearse por asiento en alguna estancia que les ofreciera mayor seguridad con lo que de igual forma las comunidades se fueron lentamente despoblando y los indios disgregando por todo Chile central y la frontera.

144

Esta verdadera campaña de robos y saqueos obligó a las autoridades a tomar una serie de medidas destinadas a evitar tales sucesos o bien a reprimir los actos delictuales de los fronterizos, dichas providencias iban desde la dictación de bandos que prohibían la concesión de licencias hasta el envío de partidas comandadas por el preboste general del ejército u otros funcionarios comisionados para contener y hacer retomar a los soldados a sus plazas, así como para castigar a quienes se encontraran cometiendo un delito o con bienes y esclavos producto de los saqueos y robos de viviendas y estancias. Tales medidas eran tomadas tanto por la Real Audiencia como por los gobernadores e, incluso, por el Cabildo de Santiago, sin embargo que por disposición real solo al capitán general le correspondía conocer de los delitos de los militares, lo que introdujo una no deseada cuota de tensión entre las autoridades del reino, que se disputaban el derecho de juzgar los delitos de los soldados, tomaban medidas en su contra y procuraban castigar a quienes fueran sorprendidos cometiendo fechorías. Asimismo, a través de lo representado por algunos oidores, pero principalmente por el cabildo capitalino, la noticia de las fechorías de los soldados llegaron a la propia España, de donde se dictaron varias reales cédulas que prohibían concederles licencias por los daños que causaban. Todas estas disposiciones surgieron prácticamente desde el momento mismo en que los soldados enfilaron sus pasos a las estancias y comunidades indígenas de Chile central y se extendieron a través de todo el siglo. Su efectividad fue dispar y en general se tendió a solucionar el problema coyuntural que causaban los robos y raptos de la soldadesca a través de la persecución de los supuestos responsables y la prohibición de conceder nuevas licencias, aun cuando esto último casi nunca era obedecido por los cabos y comandantes fronterizos. Como en otras oportunidades, la efectividad de estas acciones dependía no solo de la preocupación de las autoridades, sino también de los recursos que se ponían a disposición de los oficiales y jueces de comisión enviados a perseguir a los soldados e, incluso, de la tenacidad o desidia con que estos sujetos actuaran para cumplir su misión. Al mismo tiempo, los propios hombres de la tropa estaban atentos a las medidas que se tomaban en su contra y muchos de ellos se encontraban listos para reaccionar ante el acoso de sus perseguidores o bien, como sucedió tras el apresamiento del capitán Felipe Macaya en 1640, a escapar de sus guarniciones cuando el preboste general se hallaba imposibilitado de salir en su búsqueda.

145

Así entonces, hasta fines de siglo los robos y pillajes de los soldados siguieron siendo uno de los más acuciantes problemas que debían enfrentar los gobernadores y demás justicias del reino, pues si bien estas conductas alcanzaron su máximo apogeo durante las décadas centrales de la centuria, en general, durante toda ella se siguieron manifestando con gran fuerza, sin que las medidas implementadas contra ellos tuvieran la capacidad real de contenerlos. Para los soldados fronterizos estas conductas eran un aspecto más de su forma de vida desordenada, donde no estaban ausentes las privaciones ni a veces el hambre y tampoco el desapego a las normas sociales, lo que incluso los podía llevar a violar abiertamente la legalidad para lograr mejorar su condición de vida, adquirir caballos, servidores y dinero. En ese sentido, los robos y saqueos de los fronterizos, aquellos que se repetían cada año con una regularidad pasmosa, no hacían otra cosa más que transportar la frontera más allá de sus límites geográficos, convirtiéndola en una noción cargada de lo humano y que iba en los arreos de los hombres que la habitaban, quienes no podían despojarse de la faz del fronterizo así estuvieran muy alejados de ella, como lo demostraron los soldados que cada año bajaban a Santiago con licencia. Las continuas fugas y deserciones que mermaban las tropas del ejército cada año fueron, asimismo desde su creación, otro de los más grandes problemas que debió enfrentar la institución militar fronteriza. Ellas llegaban a sumar una centuria de hombres cada año, algunos de los cuales en lugar de escapar de la guerra a través de los pasos cordilleranos o algún puerto para dirigirse al Perú, optaban por convertirse en renegados, pasando de soldados del rey a guerreros de la tierra. No obstante, la mayoría de tales sujetos sólo pretendían alejarse de la frontera lo más lejos que sus cabalgaduras o sus pies se lo permitieran, lo cual significaba que cada año se debían llenar tales vacantes con nuevas levas o condenas, lo cual importaba un elevado gasto para el siempre esmirriado presupuesto de defensa del reino; así también se debía gastar un número importante de recursos en implementar medidas para evitar las fugas y castigar de modo ejemplarizador a los que pretendieran huir. Tales hombres desertaban por los motivos más dispares, tantos como los desertores mismos; mientras algunos pretendían huir del castigo por algún delito cometido al interior de sus guarniciones, a otros los movía el ardiente deseo de huir de las privaciones de la guerra e, incluso, la posibilidad de ser descubiertos en alguna falta anterior, todo lo cual los impulsaba a salir a campo traviesa para convertirse, sino en un enemigo declarado del rey, si en un traidor a las armas de la corona y, quizás, no podía

146

ser de otra manera, más aun cuando estas se hallaban formadas por una serie de sujetos sin ninguna mística militar ni compromiso con los intereses monárquicos en la frontera. Dichas fugas iban desde aquellas que apenas tenían una planificación mínima y en la práctica eran hijas de la improvisación, hasta las que contaban con ayuda externa, algunos recursos y claros objetivos de donde se quería llegar. Dentro de las primeras encontramos algunas francamente desesperadas, como era el intentar huir en alguna de las pequeñas embarcaciones que aprovisionaban los fuertes o sino enfilar sus cabalgaduras hacia los pasos cordilleranos que permitían cruzar hacia las pampas, las cuales generalmente terminaban en un estruendoso y a veces mortal desenlace, bien a manos de la justicia o de los grupos indígenas pampeanos, prácticamente desconocidos para los soldados fronterizos. Asimismo, otros sujetos preferían llegar a Chile central durante el período invernal para de allí cruzar hacia Cuyo o tomar un barco que los condujera hasta el corazón mismo del virreinato peruano. De dichas alternativas el cruce de la cordillera se convirtió en la más recurrida ruta de escape del reino, lo que obligó a que tanto en el distrito de Aconcagua como en Cuyo las autoridades tuvieran que arbitrar una serie de providencias para de una parte, evitar la fuga de los soldados y de otra, para detenerlos en los lugares donde arribaban. Entre las formas de escapar no se descartaba ninguna posibilidad, como era el disfrazarse de monje tonsurado o bien refugiarse en una estancia o un convento mientras se calmaba la marea persecutoria que se desataba en su contra, al mismo tiempo los desertores no trepidaban en robar o saltear a fin de conseguir dinero y caballos que les permitieran seguir su viaje. Sus destinos eran asimismo variados, mientras muchos pretendían volver al Perú, desde donde habían salido producto de alguna leva otros optaban por establecerse en Tucumán, Buenos Aires o la propia capital del reino de Chile, sitios en los cuales siguieron desplegando el carácter indisciplinado y violento que tan cotidiano era en la frontera. Algunos desertores, en cambio, lejos de huir de la guerra se comprometían más en ella, pero no como soldados al servicio de la corona, sino como guerreros de la tierra; estos eran los renegados, aquellos sujetos que se internaban entre las parcialidades mapuches de guerra a donde llegaban dispuestos a unirse a la lucha indígena, traicionar las armas del rey y demostrar su valor y osadía encabezando las partidas maloqueras contra las estancias penquistas o los fuertes del Biobío, en lo que fue una de las expresiones más violentas y radicales del mundo

147

fronterizo del siglo XVII. El miedo al castigo por algún delito, la venganza, el hambre, las privaciones e, incluso, una relación sentimental ilícita con alguna mujer mapuche eran razones que bien se podían mezclar con el ansia por tener o retomar a la vida libre y disipada que muchos de estos sujetos llevaban antes de incorporarse al ejército; en tal sentido el país mapuche era percibido como una tierra de libertad, en la cual las restricciones de la milicia y el mundo colonial no operaban, sin embargo los renegados llegaban a una sociedad ordenada, donde incluso ellos debían aceptar ciertas restricciones, como eran vestirse como mapuches o hablar nada más que el idioma de la tierra. A ella arribaron como guerreros y eran sus osadas acciones las que derribaban los recelos y les ganaban la confianza de lonkos y tokis, llegando a participar de las decisiones colectivas y logrando, algunos de ellos, contar con gran influencia dentro de los linajes que los acogían, en los que procuraban mantener encendido el fuego de la guerra. Pero su posición siempre era frágil, sobre todo cuando la guerra fue decayendo en intensidad o las parcialidades mapuches transaban la paz, ocasiones en las cuales corrían el peligro de ser entregados a sus antiguos superiores, donde lo más probable es que fueran ejecutados como traidores, apóstatas y homicidas, en lo que era la culminación de una vida dedicada a la guerra, la violencia y el desenfreno. En síntesis, durante el siglo XVII la frontera hispano mapuche del río Biobío vio arribar enganchados como soldados a una serie de sujetos de los más diversos orígenes étnicos y geográficos, muchos de los cuales eran hombres ociosos, ladrones o vagabundos, quienes protagonizaron una serie de hechos que iban desde los simples juegos de naipes y los pequeños robos hasta la violencia contra los indios amigos, los robos y saqueos en Chile central y la deserción, todo lo cual contribuyó a hacer de la frontera un lugar que se caracterizó por su informalidad, su violencia cotidiana y el continuo contacto entre hombres que apenas al conocerse sabían que compartían la silueta y el rostro del fronterizo del que tiñeron la tierra en que habitaron, donde se formó una sociedad que no es posible comprender si es que no se toma en cuenta su indisciplinado, díscolo y en ocasiones violento aporte.

148

FUENTES INÉDITAS. BIBLIOTECA NACIONAL. Colección de Manuscritos de José Toribio Medina: Tomos: 106, 109, 111, 112, 116, 117, 118, 119, 120, 121, 122, 124, 126, 130, 132, 134, 136, 137, 138, 139, 140, 141, 142, 146, 147, 154, 159, 167, 168, 169, 272, 280. ARCHIVO HISTÓRICO NACIONAL. Fondo Real Audiencia. Volúmenes 1909, 1930, 2607, 2649, 2653, 2988, 2992, 2999, 3233. Fondo Capitanía General. Volúmenes: 484, 533, 580. Fondo Cabildo de Santiago. Volúmenes: 3, 10. Fondo Carlos Morla Vicuña. Volúmenes: 2, 3; 4. Fondo Contaduría Mayor, 1ª serie. Volumen: 2. Fondo Jesuitas de Chile. Volumen: 73. Fondo Antiguo. Volumen: 53 Fondo Benjamín Vicuña Mackenna. Volumen: 73.

149

ARCHIVO HISTÓRICO DE LA PROVINCIA DE MENDOZA. Época Colonial, Sección Gobierno. Carpeta: 26.

FUENTES IMPRESAS. CRÓNICAS Alonso de Góngora y Marmolejo. Historia del reino de Chile desde su descubrimiento hasta el año de 1575, en: Francisco Esteve Barba (et., al.) Biblioteca de Autores Españoles Nº 120 (Madrid, 1960). Alonso González de Nájera Desengaño y reparo de la guerra del reino de Chile. Fuentes de la Historia de Chile. Editorial Andrés Bello (Santiago, 1971). Francisco Núñez de Pineda. Cautiverio feliz y razón individual de las guerras dilatadas del reino de Chile, en: Colección de Historiadores de Chile y Documentos relativos a la Historia Nacional, Tomo III (Santiago, 1863). Jerónimo de Quiroga. Memorias de los sucesos de la guerra de Chile. Editorial Andrés Bello (Santiago, 1979). Diego de Rosales. Historia General del Reyno de Chile, Flandes Indiano. 3 tomos. Publicados por Benjamín Vicuña Mackenna (Valparaíso, 1877-1878). Santiago de Tesillo. Guerra de Chile. Causas de su duración, en: Colección de Historiadores de Chile y Documentos relativos a la Historia Nacional, Tomo V (Santiago, 1864). Alonso Ovalle. Histórica relación del reino de Chile, en: Colección de Historiadores de Chile y Documentos relativos a la Historia Nacional, Tomo XIII (Santiago, 1888).

COLECCIONES DOCUMENTALES Claudio Gay. Historia Física y Política de Chile. Tomo II. Documentos (París en casa del autor, 1852).

150

Álvaro Jara y Sonia Pinto. Fuentes para la historia del trabajo en el reino de Chile. 2 Tomos. Editorial Andrés Bello (Santiago, 1982-1983). Cartas Anuas de la provincia de Paraguay, Chile y Tucumán de la Compañía de Jesús (16151657), en: Documentos para la historia argentina, Tomo XX. Pub1icados por el Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad de Buenos Aires (Buenos Aires, 1929). Actas Capitulares de Mendoza, Tomo II: Actas del siglo XVII. Editadas por la Junta de Estudios Históricos de Mendoza. (Mendoza, 1961). Colección de Historiadores de Chile y Documentos relativos a la Historia Nacional. Actas del Cabildo de Santiago. Tomos: XX (Santiago, 1900), XXIV (Santiago, 1901), XXV (Santiago, 1901), XXXI (Santiago, 1905), XXXVII (Santiago, 1909). Colección de Documentos Inéditos para la Historia de Chile, 2ª serie. Tomo IV (Santiago, 1960).

BIBLIOGRAFÍA. Araya, Alejandra. Ociosos, Vagabundos y Mal entretenidos en Chile colonial. Centro de Estudios Diego Barros Arana. Colección Sociedad y Cultura Nº XVII (Santiago, 1999). Bengoa, José. Historia del Pueblo Mapuche. Sur Ediciones (Santiago, 1985) Cerda, Patricia. “La función del Ejército de la Frontera del Bio-Bio durante el siglo XVII”, en: Revista de Historia Universidad de Concepción, Nº 2 (Concepción, 1992). Fronteras del Sur. La región del Bio Bío y la Araucanía Chilena 1604-1883. Instituto Latinoamericano de la Universidad Libre de Berlín y Ediciones Universidad de la Frontera (Temuco, 1996). Contreras, Hugo “Servicio personal y economía comunitaria en los cacicazgos indígenas de Aconcagua durante el siglo XVII, 1599-1652”, en prensa (Santiago, 2000). Foester, Rolf Jesuitas y Mapuches, 1593-1767. Editorial Universitaria (Santiago, 1997)

151

Góngora, Mario. “Vagabundaje y Sociedad Fronteriza en Chile (siglos XVI-XIX)”, en: Cuadernos del Centro de Estudios Económicos y Sociales Nº 19 (Santiago, 1966). Guarda Gabriel. “Los Cautivos en la Guerra de Arauco”, en: Boletín de la Academia Chilena de la Historia, Nº 98 (Santiago, 1987). Inostroza Iván. Historia de Concepción, Organización social y Economía agraria 1600-1650. Ediciones Universidad de la Frontera (Temuco, 1998). Jara, Álvaro. Guerra y Sociedad en Chile. Editorial Universitaria (Santiago, 1971) Lázaro Ávila, Carlos. “Los Cautivos en la frontera araucana”, en: Revista Española de Antropología Americana Nº 24 (Madrid, 1994). León, Leonardo. “El pacto colonial hispano-araucano y el Parlamento de 1692”, en: Nütram Nº 30, Ediciones Rehue (Santiago, 1992). “El Parlamento de Tapihue de 1774”, en: Nütram Nº 33, Ediciones Rehue (Santiago, 1993). Maloqueros y Conchavadores en Araucanía y las Pampas durante el siglo XVIII. Ediciones Universidad de la Frontera, Serie Quinto Centenario (Temuco, 1991). Apogeo y Ocaso del Toqui Ayllapangui de Malleco, Chile, 1769-1776. Centro de Estudios Diego Barros Arana. Colección Sociedad y Cultura Nº XVIII (Santiago, 1999). Marchena Fernández, Juan. Oficiales y Soldados en el Ejército de América. Universidad de Sevilla (Sevilla, 1993). Ejército y Milicias en el mundo colonial Hispanoamericano. Editorial Mapfre (Madrid, 1992). Mellafe, Rolando. La Introducción de la Esclavitud negra en Chile. Tráfico y rutas. Editorial Universitaria (Santiago, 1959). “Latifundio y poder rural en Chile de los siglos XVII y XVIII”, en: Cuadernos de Historia Nº 1, Departamento de Ciencias Históricas, Universidad de Chile (Santiago, 1981).

152

Méndez, Luz María. “La organización de los parlamento de indios durante el siglo XVIII”, en: Sergio Villalobos (et., al.) Relaciones Fronterizas en la Araucanía. Ediciones Pontificia Universidad Católica de Chile (Santiago, 1982). Odone, María Carolina. “El valle de Chada: la construcción colonial de un espacio indígena de Chile central”, en: Historia, Nº 30, Instituto de Historia, Pontificia Universidad Católica de Chile (Santiago, 1997). Oñat, Roberto y Carlos Roa. Régimen legal del Ejército en el reino de Chile. Estudios de Historia del Derecho Nº 1, Facultad de Ciencias, Jurídicas, Políticas y Sociales, Universidad Católica de Chile (Santiago, 1953). Pavez, Alejandro. Despojo de tierras comunitarias y desarraigo territorial en Chile central: el cacicazgo de Pomaire, 1600-1800. Tesis para optar al grado de Licenciado en Historia, Universidad de Valparaíso (Valparaíso, 1993), inédita. Pinto, Jorge. Misioneros en la Araucanía. Ediciones Universidad de la Frontera, Serie Quinto Centenario (Temuco, 1988) Pinto, Jorge y Sergio Villalobos (et., al,). Araucanía: Temas de historia fronteriza. Ediciones Universidad de la Frontera (Temuco, 1985). Planella, María Teresa. La propiedad indígena en la cuenca de Rancagua a fines del siglo XVI y principios del siglo XVII. Tesis para optar al grado de Magíster en Historia con mención en Etnohistoria, Universidad de Chile (Santiago, 1988), inédita. Ruiz-Esquide, Andrea. Los Indios Amigos en la Frontera Araucana. Centro de Estudios Diego Barros Arana. Colección Sociedad y Cultura Nº IV (Santiago, 1993). Silva Galdames, Osvaldo. “Aproximaciones al estudio del mestizaje en Chile entre los siglos XVI y XVII”, en: Serie Nuevo Mundo Cinco Siglos Nº 5, Sonia Pinto (ed.). Familia, Mestizaje y Matrimonio en Chile colonial (Santiago, 1990).

153

Silva Vargas, Fernando. Tierras y Pueblos de indios en Chile central, Estudio histórico-jurídico. Estudios de Historia del Derecho Nº 7, Facultad de Ciencias Jurídicas, Políticas y Sociales. Universidad Católica de Chile (Santiago, 1962). Vargas Cariola, Juan Eduardo. “Estilo de vida en el Ejército de Chile durante el siglo XVII”, en: Revista de Indias. Vol. LIII, Nº 198, Instituto de Investigaciones Gonzalo Fernández de Oviedo (Madrid, 1993). “Antecedentes sobre las levas en Indias para el Ejército de Chile en el siglo XVII (16001662)”, en: Historia, Nº 22, Instituto de Historia, Pontificia Universidad Católica de Chile (Santiago, 1987). “Financiamiento del Ejército de Chile en el siglo XVII”, en: Historia, Nº 19, Instituto de Historia, Pontificia Universidad Católica de Chile (Santiago, 1984). Vergara, Sergio. Historia Social del Ejército de Chile, 2 volúmenes. Editorial Andrés Bello (Santiago, 1993). Villalobos, Sergio. Vida Fronteriza en la Araucanía, El mito de la guerra de Arauco. Editorial Andrés Bello (Santiago, 1995). Los Pehuenches en la Vida Fronteriza. Ediciones Pontificia Universidad Católica de Chile (Santiago, 1989). “Tres siglos y medio de vida fronteriza”, en: Sergio Villalobos (et., al.) Relaciones Fronterizas en la Araucanía. Ediciones Pontificia Universidad Católica de Chile (Santiago, 1982). “Tipos fronterizos en el Ejército de Arauco”, en: Sergio Villalobos (et., al.) Relaciones Fronterizas en la Araucanía. Ediciones Pontificia Universidad Católica de Chile (Santiago, 1982). Urbina, Rodolfo “Notas sobre las tierras de indios en Chile en la segunda mitad del siglo XVIII, en: Notas históricas y geográficas Nº 3, Facultad de Humanidades, Universidad de Playa Ancha de Ciencias de la Educación (Valparaíso, 1992) Zapater, Horacio. Parlamentos de paz en la guerra de Arauco, 1612-1626, en: Jorge Pinto y Sergio Villalobos (et., al,) Araucanía: Temas de historia fronteriza. Ediciones Universidad de la Frontera (Temuco, 1985).

154

APÉNDICES APÉNDICE I BANDOS Y DECRETOS SOBRE AMANCEBAMIENTOS, DESERCIONES, CUATRERISMO Y JUEGOS PROHIBIDOS. Certificación de un bando del gobernador Francisco de Quiñones para que los capitanes y soldados no lleven mancebas a la guerra de Chile y se confiesen antes de su salida.”. 197 28 de Abril de 1600.

Vando

Ffee

197

“+ Vando para que los soldados y cappitanes se comfesasen para el viaje y dispidiesen las mançebas que tenian çertifico yo juan rruiz de gamarra secretario de gobernaçion y camara en este rreyno de chile que por mandado de su sseñoria el señor don françisco de quiñones gobernador y cappitan general y justiçia mayor en el por su magestad se mandaron echar y echaron bandos publicos en el exerçito rreal que llebo al socorro de las çiudades de angol y la imperial para que todos los generales capitanes ofiçiales soldados y demas personas del dicho exerçito de qualquier calidad que fuesen se comfesasen y comulgasen pues avia abundançia de saçerdotes y era quaresma y obligaçion presissa y otros que nenguno tubiesse ni consintiese tener en sus toldos pabellones ni aloxamientos de noche ni dormir en ellos nengunas de las yndias de su serviçio ni otras porque se escusasen ofensas de dios y mormuraçiones y todos los dias generalmente que se rrecogiesen a sus quarteles y durmiesen alerta con las armas en las manos y la compañia de su señoria en el cuerpo de guardia so graves penas que les puso y otros muchos bandos de buen govierno en todo el discurso del dicho viaje de yda estada y buelta con el zelo tan xripstianisimo que su señoria a tenido y tiene y deseo de acudir a las cosas del serviçio de nuestro señor y de su magestad castigando los delitos e pecados publicos exemplarmente como las culpas meresçian con todo cuydado y vixilançia, sin aber tenido genero de descuido en lo que combino e porque dello conste por mandado del dicho señor governador di la presente firmada de mi nombre en veinte y ocho de abril de mill y seisçientos años juan rruiz gamarra fui presente y doy ffee de todo ello y de que en mi presençia lo firmo el dicho scrivano pedro de torres sarmiento scriuano rreal _____ yo rodrigo gomez de baeça scribano de su magestad rreal Residente en esta corte e zibdad de los Reyes del Piru doy fee que este ttraslado concuerda con su original que ante mi hiso demosttraçion el dicho governador don françisco de quiñones que bolvio a llevar en su poder e doy fee que va çierto e verdadero a que me remito que es ffecha en la

AGI. Patronato 228. R. 83, Nº. 1; BNMM. Tomo 106, ff. 197-199.

155

zibdad de los Reyes a dos dias del mes de mayo de mill y seisçientos e dos años siendo testigos Juan de Bracamonte e Martin de galdames estantes en esta zibdad y lo signe = hay un signo = en testimonio de verdad rodrigo gomez de baeça scribano de su magestad = hay una rúbrica. =”

Decreto del Gobernador Martín de Mujica, sobre que nadie sea osado de sacar la espada para dirimir pendencias.198 Concepción, 11 de julio de 1646. “Don Martin de Muxica, Cavallero del Orden de Santiago del Consejo de Su Magestad Governador y Capitan General de este Reino de Chile y Presidente de su Real Audiencia = Por quanto combiene que en todo este reino aya paz y conformidad = mando que ninguno sea osado a sacar la espada para tener pendencia ni reñir con ella ni salir desafiados a la campaña pena de la vida y para que benga a notiçia de todos y ninguno pretenda ygnorançia se publicara este vando en las plaças publicas presidios y demas partes donde se acostumbra porque asi combiene al serviçio de Su Magestad fecho en la çiudad de la Conçepçion en onçe dias del mes de Junio de mil seisçientos y quarenta y seis años = Don Martin de Muxica = Por mandado de Su Señoria = Don Diego de Jauregui Salazar. Conquerda con el original que queda en el offiçio de la guerra y de mandato de su señoria lo firme en la Concepcion en veinte y siete de mayo de mil y seisçientos y quarenta y siete años de offiçio de su señoria Romualdo de Estebez Scrivano Publico y de cavildo”

Auto del gobernador Martín de Mujica que prohíbe el juego de chueca en todo el reino de Chile.199 Santiago, 6 de noviembre de 1647. “En la ciudad de Santiago de Chile en çeis dias del mes de nobiembre de mil y seisçientos y quarenta y siete años el señor don Martin de Muxica Caballero del orden de Santiago del consejo de Su Magestad gobernador y capitan general deste Reyno y Presidente de la real audiencia aviendo visto el pedimento del señor fiscal de su magestad en rraçon de que se estorbe y quite el juego de la chueca dixo, que por quanto de jugar a la chueca los yndios se siguen muchos inconbenientes en desservissio de Dios nuestro señor y en perjuissio de los mismos yndios por los abusos Ritos y serimonias malas que interbienen en ellos y de que usan con mal exemplo de la republica y de los mestisos negros mulatos y yndios y sambahigos y otras castas que asisten a jugar y es de mucho contagio, a su osiosidad, y lo que mas, es los españoles envisiados en el ya no se escusan de jugarle con la dicha gente de que rresultan las borracheras en que se matan y las vengansas unos de otros asi las ejecutan, con que lo que ai se 198

AGI. Chile 21, R. 2, Nº 25d; BNMM. Tomo 139, ff. 91-92.

199

BNMM. Tomo 309, ff. 31-32.

156

permitia para que tubiessen un desahogo onesto y un entretenimiento justo se a conbertido en cosa tan perjudisial y digna de rremedio pues las mujeres mudan el traje y los hombres bestidos de animales con desenboltura y supersticiones malas se prebienen tres dias antes para el dia señalado y tres dias despues no quedan para el trabajo sin las muchas ofensas de dios nuestro señor que asi por lo que la experiençia a mostrado como por lo que personas doctas de la consiencia que como confesores pueden haçer mejor consepto destos abusos la encargan, en permitirlo siendo asi que por sus antecesores por dibersos autos y por esta real audiencia en rrepetidas provissiones se a procurado hallar rremedio con que no ynpidiendo de todo el dicho juego a que se ynclinan mas en algunas fiestas, que con lisenssia de la justissia y estando presente se les señalaban para que sin pena pudiessen juntos venir en el, y que no, aprobechado para detener los males que de el se siguen a la religion Republica y al bien y utilidad de los dichos yndios y mal exenplo de los españoles = Por tanto ordeno y mando por bia de ordenansa de buen gobierno para que ynbiolablemente y sin dispensassion alguna se guarde execute y cunpla y expresamente defiende y prohibe que ningun yndio ni yndia mulato ni negro mestiso ni español ni otra qualquier persona de qualquier estado sexo, edad y calidad que sea osada a jugar el dicho juego de chueca en ninguna de las partes ni lugares de todo el distrito desta audiençia ni hallarse en el a verle ningun juez de qualquier dignidad, o autoridad que sea de la publicasion desta ordenansa en adelante no conseda lisensia para que se juegue con ningun pretexto pues no le puede aver que justifique a tolerar materia tan escrupulosa y de perjuissio tan grabe y escandaloso para todos antes si bieren que se juega los priendan y traygan a la carsel publica y les aprendan todos los ynstrumentos para que se ejecuten las penas que hiran expresadas en este estatuto y no solo las dichas justisias sino qualquier vesino y morador o andador Caminante o vesino a la parte y lugar donde se jugare o en las tierras o casa donde estubieren jugando tengan ovligassion y se les da Comission en forma para que los prenda y aprehenda y trayga a la carsel Real desta corte y no haçiendolo se ejecutara en el que fuere de ygual estado y calidad la pena que avia de padeser en el que jugaba y no lo prendio y si fuere persona diferente, siendo justissia desde luego con solo probarle averlo visto o permitido o tolerado o sabido quede pribado de ofissio por dos años y pague ssien pesos de a ocho Reales por la primera ves y por la segunda dosientos y por la tersera en dos años de servissio en la guerra deste Reyno en uno de los fuertes della el que se le señalare y si fuere hombre noble y de calidad pague Reales por la primera ves sien pesos y por la segunda dosientos pesos y por la tersera baya desterrado a la guerra deste Reyno por dos años y a los que jugaren el dicho juego de la chueca por la primera ves que fueren aprendidos o se averiguare que jugaron se les condena en dosientos asotes los quales, se les a de hir dando desde el lugar donde fueren aprendidos y dose dias de carsel o en la ovra publica que se les señalare y todos los instrumentos con que jugaren perdidos para la justissia o alguasil o, otro hombre que los aprendiere y prendiere denunciare y provare, aber jugado lo sirba de jornales y la segunda ves demas de los dosientos asotes, seis años de galeras en las del puerto del Callao y estas penas se ejecuten presisa e ynviolablemente y se lleve esta ordenansa a los señores de la real audiencia para que vista este ordenansa se sirban de despachar provissiones para que por todas partes sepan lo que se a ordenado y mandado y las penas pecuniarias se aplicaran por mitad [para la] Camara de su magestad y obras publicas y pias que a los juesses paresiere y el señor fiscal ocurra a la audiencia a que se despachen otras provissiones y por el gobierno se despachara ordenes a todos los Corregidores con ynssersion deste auto para que les conste su tenor y se execute y se publique en forma de bando en esta çiudad y asiente en los libros de cavildo para

157

que cada año despues de las elesiones hechas se les haga saver a los rresien electos y para que en ningun tiempo aleguen ygnoranssia y asi lo mando y firmo, entre renglones el traje vale enmendado caminante vale, testado, mente, no vale. Don Martin de Muxica ante mi Domingo Garssia Colbalan =”

Auto del gobernador Antonio de Acuña y Cabrera prohibiendo las borracheras y juegos de chueca de los indios.200 Santiago, 11 de julio de 1655. “Don Antonio de Acuña y Cabrera, caballero del orden de Santiago, del consejo de Su Majestad, su gobernador y capitán general deste reino de Chile y presidente de la Real Audiencia que en él reside. Por cuanto se han experimentado inconvenientes graves de las convocaciones que los indios hacen para sus borracheras y juegos de chueca y usando mal de su libertad en que los pusieron las disposiciones y capítulos de la real tasa, ausentándose del abrigo y amparo de sus encomenderos y vagando de unas a otras partes y a poderlo hacer más a su salvo, excusando los más casarse y acimentarse con familia, los casados dejan sus mujeres y se ausentan, viviendo unos y otros en gran corrupción de sus costumbres, y sin dar lugar a la educación cristiana y acierto en las cosas de nuestra santa fe católica, de modo que se ha seguido gran disminución de los dichos indios por las muertes que causan las borracheras y juegos de chueca y que si andan vagando se impide el aumento de sus familias; y demás de los daños referidos se han reconocido por averiguaciones constantes que todos los indios naturales deste reino se habían convocado para hacer alzamiento contra la gente española y armas de Su Majestad, pretendiendo hacerse dueños de la tierra y borrar de ella el nombre español y cristiano, a imitación de los indios que se alzaron en las fronteras de la guerra y los domésticos y encomendados de las jurisdicciones de las ciudades de Concepción y Chillán hasta las riberas del río de Maule, y los trabajos que ha padecido este reino con el terremoto del año pasado de cuarenta y siete en repetidas partes, y últimamente el alzamiento general, y que se hallan todos los vecinos y labradores faltos de gentes para acudir a sus labranzas, que tan necesarias son al sustento de la gente de guerra y el común de las repúblicas, y otras causas justas que me mueven, previniendo dar remedio a todos los inconvenientes referidos, por ser tan propio de mi atención; Por la presente ordeno y mando que todos los indios naturales deste reino, ni parte de ellos, no se junten ni convoquen de unas a otras partes para borracheras ni juegos de chueca, ni otros efectos, con ningún pretexto, son pena, a los capataces y cabezas de la convocación, de ducientos azotes y quitado el cabello, y al dueño o mayordomo de la estancia donde se hiciere la borrachera o juego de chueca, de cien patacones y servicio de un año preciso en las fronteras de la guerra, y al español que lo asintiere y no lo estorbare, de un año de servicio preso en la guerra; y ningún indio pueda traer armas ofensivas ni defensivas ni andar a caballo, solo ni acompañado, pena de duscientos azotes y quitado el cabello, y que cualquier español que lo encontrase le pueda quitar las dichas armas y caballo y presentar al dicho indio ante la primera justicia para ejecución de la dicha pena, menos que yendo con papel de su amo o mayordomo

200

Acta del cabildo de Santiago de 16 de julio de 1667, en: CHCh. Tomo XXVII (Santiago, 1909), pp. 182-185.

158

de la dicha estancia donde residiere, o [a] alguna diligencia, y ese sirva de licencia para sólo dos días, estando la estancia cerca, y en caso de que necesitare de más tiempo, conforme la distancia de leguas donde hubiere que ir a la dicha diligencia, se le concede por ocho días y no más, y el dicho papel con fecha del día que saliere de la dicha estancia para que conste, que en tal caso se le ecepta la pena de andar a caballo, y en pasándose este tiempo, haya incurrido en la dicha pena. Y, para mejor cumplimiento de todo lo sobredicho, y por todas las demás de suso referidas, ordeno y mando que todos los dichos indios hayan de reducirse a las estancias y servicio de sus encomenderos, no estando reducidos en sus mesmos pueblos, para que los dichos encomenderos, en cumplimiento de sus obligaciones y cargo que los pone Su Majestad, hayan de acudir a la quietud, conservación y educación cristiana de los dichos indios, y que en cualquier movimiento tengan más prompto el reparo en su sosiego y se acuda a todos los demás inconvenientes que de lo contrario han resultado al menoscabo y alteración última de los dichos indios, y que les hayan de pagar el trabajo que tuvieren en el beneficio de sus haciendas, según está dispuesto y ordenado por la real tasa, sobre que encargo a los corregidores el cuidado en las visitas que deben hacer en cumplimiento de sus oficios, y que los dichos indios no se asienten por ninguna justicia, con pretexto de aprender oficio, por haberse reconocido que por este medio se inducen los dichos indios a vivir en libertad de sus costumbres y ser muy sobrado el número que de ellos hay en esta ciudad; y mando que todos los corregidores pongan muy particular cuidado en la ejecución y cumplimiento deste orden, por lo mucho que conviene al servicio de Su Majestad y de la conservación del reino y de los dichos indios y en su quietud y educación cristiana; y que los caballos y armas que se quitaren a los dichos indios hayan de dar y den cuentan al corregidor y mi lugar teniente de capitán general en esta ciudad de Santiago, para que ejecute la orden que le tengo dada en esta razón; y para que venga a noticia de todos y ninguno pretenda ignorancia, se pregone este bando con la solemnidad acostumbrada por el testimonio en forma que sobre ello se remitirá a cada uno de los corregidores, a quienes se les hará grave cargo en sus residencias de cualquier omisión que tuvieren en el cumplimiento de todo lo sobredicho, y para ello mando que un tanto de este orden se ponga en el libro del Cabildo desta ciudad, como cabeza de gobernación deste reino. Que es fecho en la ciudad de Santiago, en once de julio de mill y seiscientos y cincuenta y cinco años. Don Antonio de Acuña y Cabrera. Por mandado de Su Señoría. Juan Rodríguez Chacón, escribano de Su Majestad.”

159

Bando del gobernador Francisco de Meneses ordenando el regreso de los soldados y oficiales a sus compañías, prohibiendo el amparo a los desertores y el embarque de soldados sin licencia.201 Santiago, 11 de febrero de 1664. “+ VN QVARTILLO SELLO QVARTO, VN QVAR TILLO, AÑOS DE MIL Y SEIS CIENTOS Y SESENTA Y SESEN TA Y VNO PARA LOS AÑOS DE 1664 Y 1665

Vando El General de Artilleria don Françisco Meneses del Consejo de Su Magestad Governador e Capittan General deste Reino de Chille y Presidente de la Real Audiencia que en el resside ___ Por quanto ay gran deshorden en los ministros capitanes y ofiziales deste real exerçito en dar liçenzias a los soldados que en el militan para esta ziudad y otras partes de el Reino de que tengo rreconoçidos grandes yncombenientes en desserviçio de Su Magestad, pues de este exceso solo se sigue darle mano para que lo demas del tiempo no acudan a sus compañias y hagan fuga fuera del Reino y que los vezinos del amparen dichos soldados ocultandolos en sus cassas y estançias solo a fin de servirse de ellos = y los dueños y maestres de nabios los embarcan abenidos a las tales lizençias – ileg – que se deben ebitar acudiendo a el rreparo mas combeniente. En cuya consideraçion mando que todos los capitanes bibos y reformados que tienen plaza ofiziales y soldados que estubieran fuera de sus compañias en esta ziudad y sus parttidos con lizençias o sin ellas parezcan dentro de ocho dias de la fecha deste bando y su publicazion y se pressentten ante mi pena a el capitan bibo de privazion del puesto que exerze y de dos años de destierro a un fuerte sin sueldo hasta que fuere al reformado de quatro años de destierro a las provinçias de Chiloe con la mitad del sueldo y a los ofiziales y soldados Pena de la vida y a los ministros mayores Capitanes Ofiçiales de las fronteras de arriba mando que por ninguna caussa ni prettextto den lizençia a los soldados que tubieren a su cargo para esta ziudad ni menos para otras qualesquier partes deste Reino pena de privazion de sus puestos y ofiçios y de dos años de destierro a un fuertte y a los dueños y maestres de navios que sin expressa liçenzia mia embarcare algun soldado del exercito pena de sseis años de destierro a la provinçia de Chiloe y de dos mil pessos de ocho rreales para la camara de Su Magestad y gastos de guerra por mitad en que desde luego le doi por yncursso y condenado lo contrario haziendo y a los bezinos de qualquier calidad y condiçion que sean que en sus cassas y estançias ocultaren o tubieren algunos soldados sin lizençia pena de mil pesos aplicados en la forma rreferida y de dos años de asistençia en las fronteras de arriva a su costa y los corregidores que con toda promptittud no acudieren a la execuçion deste bando de privazion de sus ofiçios y para que ttodo lo conttenido los unos y los otros lo obserben guarden cumplan y executten y no prettendan ignoranzia mando se publique en esta çiudad en las partes publicas della y en las demas deste Reino que combenga y llegue a notiçia de todos y se [hagan] los tanttos neçesarios 201

AHNRA, Vol. 2216, pza. 2ª, ff. 34-35.

160

para rremitirse a los corregidores de los partidos y Çiudades deste Reino que es fecho en la çiudad de Santiago de Chille a onçe de febrero de mil y seisçientos y sessentta y quattro años = Don Françisco Menesses = Por mandado de Su Señoria Don Françisco Maldonado del Madrigal =”

Decreto del gobernador José de Garro sobre los frecuentes robos de ganados en la ciudad y campos de Santiago.202 Santiago, 13 de junio de 1682. “Vn quartillo SELLO QUARTO, VN QUARTILLO AÑOS DE MIL Y SEISCIENTOS Y SESENTA Y SIETE Y SESENTA Y OCHO Para los años de 1681 Y 1682

+ El Maestre de Campo don Josseph de Garro Cavallero de el orden de Santiago Governador y Capitan General deste Reino de Chile y Pressidente de la Real Audiencia que reside en el = Por quanto e sido ynformado que son muy frecuentes los urtos que se cometen en esta ciudad y Particularmente en la campaña y demas del daño que se caussa a los dueños de las cossas hurtadas se ofende la causa publica y comun porque los que se sustentan de los dichos rovos no se aplican al trabajo en que pueden aprovechar a la republica y quanto maior es la continuacion de los delitos tanto mas deve ser el castigo dellos, exzediendose las penas del derecho para la enmienda y correccion y enmienda de los delinquentes en cuia conformidad por el presente mando que ninguno sea osado a hurtar ni a aprender contra la boluntad de su dueño, los ganados maiores ni menores mulas bueyes ni cavallos ni otra qualquier cossa que sea y que por el mismo casso que qualquiera destas cossas hurtadas fuere allada en Poder de alguno, sea tenido por ladron de ellas y como tal castigado mientras no provare haver havido tal cosa con buena fee y con titulo justo y porque se escusen los fraudes desta disposision y tenga ejecucion y cumplimiento a ninguno le aprobechara decir que la tal cossa la hallo en la campaña desierta y desamparada o que los dichos ganados bueies mulas cavallos entraron en sus Corrales y asientos de sus [manadas] y que los aprendieron para manifestarlos, y entregarlos a sus dueños por que ninguna de las cossas referidas a de aprovechar ni relevar de la culpa y presuncion [que] contra ellos resultare de haverse allado en su poder la cossa hurtada y al que lo contrario hiciere desde luego yncurra por el mesmo echo en la pena de destierro a la frontera de la guerra deste Reino por tiempo de dos años por la Primera Vez, y por la Segunda do[blado] el dicho destierro a la Provincia de Chilue y por la terzera pena de muerte y siendo soldado del ejer[cito] deste Reino yncurra en pena por la primera bes de un año de servicio sin sueldo alguno y por la se[gunda] en pena de muerte y si fuere indio negro mulato mestiço o de otra casta semejante yncurra la primera bez en pena de ducientos azotes y por la seg[unda] en pena de muerte, y 202

ANHCG. Vol. 580, ff. 299-299 vta.

161

mando a las justicias de la Ciudad y partidos, y en expecial a los alcaldes de la Santa Ermandad y al alcalde Provincial della [tengan] particular cuidado de la execucion y cumplimiento de todo lo susso referido y los dichos alcaldes Provincial y de la Santa Ermandad por lo particular de sus oficios agan averiguacion de los urtos cometidos en la canpaña y sigan y persigan los ladrones con apercibimiento que se les ara grave cargo y se prozedera contra ellos si por la frequencia de los dichos hurtos y la falta de castigo se reconocieze su omision y para que llegue a noticia de todos y ninguno pretenda ygnorancia se publique este edicto en forma de vando a son de caja y por voz de Pregonero en la plaza Publica de esta Ciudad con fee de escrivano que dello de testimonio fecho en la ciudad de Santiago de Chile y Junio treze de mil seicientos y ochenta y dos años = y se de un tanto a todos los corregidores de los partidos y ciudades deste Reino = Josseph de Garro Por mandado de su sseñoria Josseph de Morales Escribano de camara.”

Decreto del gobernador José de Garro ordenando que los capitanes reformados y demás que tienen plazas en el ejército real asistan en sus compañías.203 Concepción, 12 de octubre de 1682. “+ El Maestre de Campo don José de Garro Caballero del orden de Santiago del Consejo de Su Magestad governador y capitan general de este Reino y Presidente de su Real Audiencia. Por cuanto conviene al servicio de Su Magestad, que Dios guarde, el buen orden y diciplina militar del Real exercito que milita en este reyno y que los capitanes reformados que sirven en las compañías de el y los demas que tienen plazas asistan efectivamente a dichas sus compañías, por el presente ordeno y mando que todos los capitanes reformados que tienen plaza acudan a sus vanderas y no salgan de los presidios sin expresa licencia de este gobierno o del maestre de campo general de dicho ejercito y que sigan sus compañias y vanderas a cualquier parte que marchen y entren y saquen las guardias haciendo las rondas y cuartos que se les señalare para que a su ejemplo como practicos en las cosas de la guerra se ejerciten los que en ella tienen menos esperiencia y los cabos de las plazas me daran cuenta de haber ejecutado este orden y de los reformados y soldados que faltan en sus compañias para proveer del remedio que conviniere no lo cumpliendo dentro de tercero dia. Asi mismo no se permitirá que ningun soldado se ocupe en cosa que no sea del servicio de Su Magestad con apercibimiento que el fiscal que asi no lo hiciere será reformado del puesto y castigado severamente y para que asi se guarde cumpla y ejecute y llegue a notivccia de todos se publique en forma de vando en esta ciudad y se ponga por fe de su publicacion para que conste y en los cuerpos de guardia de las plazas de este ejercito se fije un tanto que es fecho en

203

AHNMV. Vol. 3, ff. 221 vta.-222.

162

la ciudad de la Concepcion a doce dias del mes de octubre de mil seiscientos y ochenta y dos años y lo firmo. Don José de Garro = por mandado de Su Señoria = Juan Valverde escribano publico y de cavildo =”

Decreto del gobernador José de Garro ordenando que no se de licencia a los soldados para ausentarse de sus plazas.204 Concepción, 26 de octubre de 1682. “+ El Maestre de Campo don José de Garro Caballero del orden de Santiago del Consejo de Su Magestad governador y capitan general de este Reino y Presidente de su Real Audiencia. Por cuanto conviene al servicio de Su Magestad, que Dios guarde, que todos los que tienen plaza de soldados en este ejercito asistan en los presidios donde estan sus vanderas, asi para ejercitarlos en la profesion militar como para evitar los desordenes que la esperiencia ha mostrado, por el presente ordeno que ningun oficial de licencia a algun soldado para que salga fuera de su plaza pena de que sera privado del puesto que ocupare hasta cavosquadra y solo saldran con licencia de los cabos de las plazas a las cosas muy precisas y del servicio de Su Magestad con licencia de los superiores que tuvieren las plazas de Arauco Yumbel y Puren a su cargo a lo que importaren y combiniere al servicio de Su Magestad y prohibo el dar licencia para que pasen el rio de Maule al Maestro de Campo General y al Sargento Mayor del Reyno reservando en mi estas licencias y faltando yo destas fronteras las dara solamente el Maestro de Campo General que es o fuere para que conste buen orden se contengan todos en los terminos de su jurisdiccion y se reconocera solo un superior en el ejercito para que distribuya las ordenes y acudan todos a su obligacion y al soldado que sin licencia saliere de sus compañias con solo la de su capitan o demas oficiales inferiores se desterrara a la parte que conviniere sin sueldo por un año por la primera vez y a la segunda se castigara con mayor demostracion y todos los oficiales de guerra se aplicaran a la ejecucion y obediencia desta orden y los corregidores de los partidos embiaran presos a las guardias desta ciudad y cualesquiera personas que teniendo plazas se hallasen en sus corregimientos pena de que seran castigados como conviniere y privados de los puestos que sirvan y porque ninguno pretenda ignorancia se publicara esta orden en todo el exercito y se fijara en los puestos de guardia de todas las plazas. Que es fecho en la ciudad de la Concepcion a veinte y seis de octubre de mil seicientos ochenta y dos años = Don José de Garro = por mandado de Su Señoria = Juan Velarde escribano publico y de cavildo =”

204

AHNMV. Vol. 3, ff. 222 vta.-223 vta.

163

Decreto del gobernador José de Garro ordenando que no se permitan los amancebamientos entre las tropas del Real Ejército de la Frontera.205 Concepción, 26 de octubre de 1682. “+ El Maestre de Campo don José de Garro Caballero del orden de Santiago del Consejo de Su Magestad governador y capitan general de este Reino y Presidente de su Real Audiencia. Por cuanto conviene al servicio de Dios nuestro señor y al de Su Magestad, que Dios guarde, evitar los pecados publicos y vivir como catolicos para que a nuestro ejemplo sean instruidos los nuevamente reducidos y se asegure con la reformacion de las costumbres la conservacion de estas provincias pues por este medio mas que por otro ninguno se debe ocurrir a ello, por el presente ordeno y mando a los cabos y capitanes del ejercito que no permitan en sus compañias amancebamientos escandalosos ni que con pretesto de criadas tengan en los alojamientos ningun genero de mujeres de mal vivir dentro de sus casas y si hubiere algunas las echen de las plazas dentro de ocho dias de la publicacion de este vando que se les da de termino por si quisieren casarse y a los capitanes y lenguas de las reducciones que no siendo casados tuvieren yndias de la husanza en sus casas con quienes esten amancenbados se las quitaran los cabos de las plazas y nos daran cuenta de las que quitasen para entregarlas a sus padres y parientes o ponerlas en libertad y si volvieren los dichos capitanes y lenguas al entero de sus costumbres continuadas seran desterrados a la provincia de Chiloe y privados de los honores militares y me daran cuenta los cabos de todas las plazas lo que executaren en obedecimiento desta orden y ruego y encargo a los ministros eclesiasticos que estan en las plazas del exercito que se apliquen a remediar todo lo que fuere escandaloso dando noticias a los cabos de las plazas para que lo remedien y a este gobierno de la omision que en ello hubiere para el descargo de mi conciencia y que se cumpla el fin de evitar las ofensas a Dios y para que llegue a noticia de todos se publicara en forma de vando y se fijara en los cuerpos de guardia de la frontera. Concepcion y octubre veinte y seis de mil seicientos ochenta y dos años = Don José de Garro = por mandado de Su Señoria = Juan Velarde escribano publico y de cavildo =”

Bando del gobernador Tomás Marín de Poveda sobre los frecuentes robos de ganado y prohibiendo cortar las orejas a los animales.206 Concepción, 2 de octubre de 1693. “Vn quartillo SELLO QUARTO, VN QUARTILLO AÑOS DE MIL Y SEISCIENTOS Y NOVENTA Y QUATRO Y NOVENTA Y CINCO

+ Don Thomas Marin de Pobeda Cavallero de el orden de San[tiago] de el Consejo de Su Magestad en el supremo de gerra Governador y capitan general deste Reino de Chile y Pressidente de su Real Audiencia = Por quanto estoi ynformado que sin embargo de los 205

AHNMV. Vol. 3, ff. 224-224 vta.

206

AHNJSF. Leg. 61, pza. 5, sin foliar.

164

repetidos vandos que an mandado publicar mis antesesores en este Reino sobre los urtos y que sin temor de las penas inpuestas en ellos se frecuentan con gran disolucion los robos y urtos de todo jenero de ganados maiores y menores y especialmente caballos y mulas sin reservar las casas y caballerisas en que demas de el perjuicio que se sige a los dueños de las cosas urtadas es en gran daño de la causa publica porque los que se sustentan de los rovos no se aplican al trabajo en que pueden aprobechar a la republica y quanto mayor es la continuacion de los delitos tanto maior debe ser el castigo de ellos exsediendose las penas de el derecho para la correccion y enmienda de los delincuentes y porque acimesmo me han informado que es de grabe perjuicio para los becinos y asendados deste reino que algunas personas no tengan por yerro y señal necesarias y manadas de ganados m[ayores y me]nores en cortarles las orejas respecto de que los mas ponen dicha señal y yerro por la parte de adentro o de fuera de una oreja o de las dos orejas y quando los urtan o se les distrae alguna porcion de ganado no pueden aberiguar si ha pasado en las manadas que estan cin orejas en cuia concideracion y para el rremedio de los exsesos referidos por el presente ordeno y mando que ninguno sea osado a urtar ni cojer contra la boluntad de su dueño ganado maiores y menores ni otra cualesquiera cosa que sea aunque lo bean en la canpaña y les paresca que no tiene dueño y por mismo echo por cualesquiera destas cosas urtadas que fuere allada en poder alguno sea tenido por ladron de ella y como tal castigado mientras no probare aberla abido con buena fe y con justo titulo y porque se escusen los fraudes desta disposicion y que tenga execucion y cunplimiento a ninguno le aprobechara de cierta que se la allo en la canpaña decierta y desanparada la mula caballo o ganado maior o menor que pareciere en su poder ni que se entro en su coRal o manada y que lo aprendio para manifestarlo y entregarlo a su dueño porque ninguna de las raçones referidas le a de relebar de la culpa y presuncion que contra el resultare y asimesmo mando que ninguna persona vesino ni estansiero tengan nada de cria y engorda de ganado maior ni menor con las orejas cortadas ni con la una de ellas sino que le pongan yerro y señal por la parte de adentro o de afuera de modo que se pueda aberiguar brebemente y sin fra[ude] sin en alguna manada sea juntado el ganado de otro so pena de [perdido] todo el que de aqui adelante se le cortaren las orejas y el qual ga[nado] maior o menor sin orejas lo baia – roto – otra señal al que fuere criando y cualquiera [que contrav]iniere en algo de lo mandado en este vando incurra [por] mesmo echo en pena de destierro a la plaza de Puren tiempo de cuatro años por la primera bes y por la segunda doblado el dicho destierro a la probincia de Chilue y por la tersera bes en pena de muerte y ci fuere soldado por la primera bes incurra en pena de serbir dos años sin sueldo en la dicha plaza de Puren y por la segunda en pena de muerte y si fuere indio negro o mulato o mestiso o de otra calidad semejante yncurra la primera bes en pena de dosientos asotes y por la segunda [bes en] pena de muerte y mando a las justicias de Su Magestad de las ciudades y partidos de este reino y los ministros y cabos del exercito tengan particular cuidado del cunplimiento de todo lo referido y en especial a los alcaldes y ministros [de la] Santa Ermandad por la facultad de sus oficios hagan aberiguacion de los delitos cometidos en canpaña y cigan [a] los ladrones adbirtiendo que no se aberiguare que por uno u otro cualesquier respecto dejasen de aser lo que son obli[gados] seran castigados seberamente y para que llegue a noticia [de] todos y que ninguno pretenda icnorancia se publicara este orden en forma de bando en las ciudades y partidos de este reino y en las plasas de este exersito y en cada parte se dejara un tanto en lugar publico donde todos lo vean quedando otro en los archibos para que cirba en los juicios de las penas de los delincuentes y descargo a los ministros fecho en la Consepsion de Chile en dos de octubre de mil y seicientos y nobenta y tres años en este papel comun a falta de

165

el sellado de oficio de don Thomas Marin de Pobeda por mandado de su señoria Joseph de Billagra escribano publico.”

APÉNDICE II REALES CÉDULAS QUE PROHIBEN LAS LICENCIAS INVERNALES DE LOS SOLDADOS. Real Cédula sobre que lo soldados que bajan de las fronteras se juntan en cuadrillas y cometen todo género de excesos y castigos que deben imponérseles.207 Madrid, 2 de enero de 1638. “El Rey = Marques de Baydes, Gobernador y Capitan General de las provincias de Chile y Presidente de mi Audiencia Real que en ellas reside por parte de la Ciudad de Santiago de esas provincias me ha sido hecha relacion de que cuando los soldados bajan de las fronteras de guerra se juntan en cuadrillas en la dicha Ciudad y en los demas lugares de su jurisdiccion y comarca, y hacen muy grandes agravios y excesos a los vecinos, llevandoles los indios y indias que tienen de paz de sus servicios y a sus mujeres e hijos de las estancias y haciendas del campo les llevan caballos y mulas y otras cosas, suplicome os mandase no diesedeis licencia a los dichos soldados para que vengan a la dicha ciudad, sino fuere con causas muy justas y a personas de satisfaccion, y que si alguno hiciere alguna estorcion o agravio o no volvieren a la guerra quede obligado a pagar 500 pesos a mi Real Hacienda, y lo que hubiere recibido a cuenta de su sueldo sin haber servido pues esta cantidad y aun mas cuesta poner un soldado en el ejercito o presidio, y que en caso que alguno baje sin licencia, las justicias ordinarias puedan conocer de sus delitos y castigarlos, y no les corra sueldo el tiempo que sin ella faltaron a la guerra = Y visto por los de mi Concejo Real de las Indias, lo he tenido por bien, y así os mando deis para ello las ordenes que convengan no habiendo otras en contrario que permitan bajar los dichos soldados a la dicha Ciudad por que habiendolas se han de guardar = Por mandado del Rey nuestro Señor = Don Fernando Ruiz de Contreras = Señalada del Concejo =”

Real Cédula, sobre que la ciudad de Santiago ha hecho presente que los soldados de los presidios no bajen a la capital por los daños que en ella ocasionan.208 Madrid, 30 de agosto de 1647. “El Rey = Don Martín de Mujica Caballero del orden de Santiago, mi Gobernador y Capitan General de las provincias de Chile, Presidente de mi Audiencia Real de ellas = Por parte de esa dicha ciudad se me ha hecho relacion que habiendome suplicado los años pasados mandase que los soldados de los presidios de ese reino no bajasen a la Ciudad, asi por los que en ella y su jurisdiccion causan continuamente como por el riesgo que hay iendose continuamente del Reino muy de ordinario mandé que mi Gobernador que a la sazon era lo remediase y que respecto de ser interesados en el bien de los soldados nunca lo habian hecho de que la Ciudad recibia grandes daños que causaban imponiendo penas si lo contrario hiciesen; y habiendose 207

BNMM. Tomo 272, ff. 143-144.

208

BNMM. Tomo 272, f. 174.

166

visto por los de mi Concejo Real de las Indias porque quiero saber con que orden y a que efecto bajan los soldados a la dicha ciudad, y que conveniencias e inconvenientes pueden resultar de que no lo hagan os mando me envieis relacion sobre ello juntamente con vuestro parecer para que visto se provea lo que convenga .- Fecha en Madrid a treinta de Agosto de mil seiscientos cuarenta y siete años = Yo el Rey = Por mandado del Rey nuestro Señor = Don Gabriel de Ocaña y Alarcon = Señalada del Concejo =”

Real Cédula para que los gobernadores ni demás capitanes y cabos den licencia a los soldados para que bajen a la ciudad de Santiago por los daños que hacen.209 Madrid, 18 de marzo de 1652. “El Rey = Don Antonio de Acuña y Cabrera, Caballero del orden de Santiago, mi Gobernador y Capitan General de las Provincias de Chile, Presidente de mi Audiencia de ellas, o la persona a cuyo cargo fuere mi gobierno = con carta que la ciudad de Santiago me escribió en 10 de febrero del año pasado de 1650 y propone entre otras cosas que para reparo del ruinable estado en que los vecinos de ella se hallaban después del terremoto, convenía proveer de remedio en el gravísimo daño que reciben de que los soldados de las fronteras bajan a ellas a titulo de pertrecharse y dejan sus banderas con licencia que los Gobernadores que han sido de esas provincias, sus capitanes y superiores les dan, dejando sus compañías por cuatro o seis meses de que se siguen los daños irreparables que son el primero que muchos de los soldados que así bajan a título de pertrecharse huyéndose de sus banderas ochenta y noventa leguas se pasan la cordillera y el segundo que otros van huidos por el despoblado al Perú con que se funden para su servicio, demas de los robos y violencias que hacen en las partes por donde pasan, y habiéndose visto en mi Consejo de las Indias he tenido por bien ordenaros y mandaros como lo hago, no deis licencia a ninguno de los soldados que sirven en esas fronteras para que puedan bajar a la dicha ciudad, previniendo lo necesario para que tampoco se las den los demás capitanes y cabos de su ejército y fronteras por lo mucho que convenía cortar los inconvenientes y daños tan perjudiciales se dice resultan de ellos, poniendo por vuestra parte muy particular cuidado en su reparo = Fecha en Madrid a diez y ocho de marzo de mil seiscientos cincuenta y dos = Yo el Rey = Por mandado del Rey Nuestro Señor Juan Bautista Saez de Navarrete = Señalada del Consejo =”

Real Cédula sobre que los gobernadores ni demás cabos den licencia para que los soldados bajen a la ciudad de Santiago.210 Madrid, 12 de agosto de 1653 “El Rey = Don Antonio de Acuña y Cabrera Caballero de la orden de Santiago, mi Gobernador y Capitan General de las provincias de Chile, y Precidente de mi Audiencia de ellas = Yo mandé dar y di una cédula del tenor siguiente =

209

AHNFA Vol. 53, ff. 203-203 vta.

210

BNMM. Tomo 272, ff. 257-258.

167

El Rey = “Aquí la cédula de 18 de marzo de 1652 sentada en el libro antecedente a este, sobre que los gobernadores ni demas cabos no den licencia para que los soldados bajen a la Ciudad de Santiago en carta de 12 de mayo de 1651 vuelve a ponderar los daños irreparables que hacen los soldados que allá bajan del Ejército y que fuera del inconveniente de ausentarse de el se huyen los mas de ellos de esas provincias dejando hechos muchos agravios a los indios y otras personas que no corrian seguras por los caminos por andar en el campo en tropas y que no obstante haber pedido el cumplimiento de la cédula arriba inserta bajando los soldados a ella sin limitación alguna suplicandome provea en esto el remedio mas conveniente y habiendose visto en mi Concejo de las Indias, he tenido por bien ordenaros y mandaros como lo hago veais la cédula arriba incorporada y la cumplais precisa y puntualmente sin contravencion alguna, pues es tan conveniente no solo para evitar los daños referidos, sino tambien para que los soldados asistan a servir sin faltar del ejército ni obligar a que sea necesario hacer nuevas levas y gastos = Fecha en Madrid a doce de Agosto de mil seis cientos y cincuenta y tres años = Yo el Rey = Por mandado del Rey nuestro Señor = Juan Bautista Saez Navarrete = Señalada del Concejo =”

Real Cédula sobre que los gobernadores ni demás cabos den licencia para que los soldados bajen a la ciudad de Santiago.211 Madrid, 15 de noviembre de 1654. “El Rey = Don Antonio de Acuña y Cabrera Caballero de la orden de Santiago, mi Gobernador y Capitan General de las provincias de Chile, y Presidente de mi Audiencia de ellas = Yo mandé dar y di una cédula del tenor siguiente =... (Aquí se inserta la Real Cédula de 12 de agosto de 1653) Y ahora he sido informado que los Gobernadores de esas provincias y oficiales superiores contraviniendo a las órdenes envían tropas a la ciudad de Santiago con color de que se van a pertrechar, teniendo en esto muchas ganancias sus superiores, y padeciendo trabajos la ciudad pues los robos que hacen no respetando a los ministros de la iglesia si los encuentran en los caminos, obligándolos a apearse, quitándoles lo que llevan y haciendo mucho daño a todo género de jente, sin reservar viejos, mujeres y niños que a la jente natural por quitarles sus hijos o hijas les ocasionan perder las vidas, y que el doctor don Juan de la Huerta Gutiérrez Oidor de esa Audiencia había procurado el remedio de esto con el Gobierno no solamente no lo pudo conseguir, pero lo trató indignamente por lo cual no continuó la instancia. Y habiéndose visto en mi Consejo de las Indias, con lo que sobre ello dijo y pidió mi fiscal en él, he tenido por bien ordenaros y mandaros, como lo hago veáis las cédulas arriba insertas y las guardéis, cumpláis y ejecutéis precisa y puntualmente sin contradicción alguna pues es tan conveniente para la conservación de la dicha ciudad de Santiago y del ejército de esas provincias su puntual observancia = Fecha en Madrid a quince de noviembre de mil seiscientos y cincuenta y cuatro años = Yo el Rey = Por mandado del Rey nuestro Señor = Juan Bautista Saez Navarrete = Señalada del Consejo =”

211

AHNFA. Vol. 53, ff. 203 vta.-204 vta.

Lihat lebih banyak...

Comentarios

Copyright © 2017 DATOSPDF Inc.