LA SEMANA SANTA DE ANDALUCÍA: ALGO MÁS QUE UNA MANIFESTACIÓN RELIGIOSA

September 11, 2017 | Autor: S. Rodríguez-Becerra | Categoría: Religion, Andalucía, Semana Santa, Religiosidad Popular, Hermandades y cofradías
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LA SEMANA SANTA DE ANDALUCÍA: ALGO MÁS QUE UNA MANIFESTACIÓN RELIGIOSA Salvador Rodríguez Becerra Universidad de Sevilla

Resumen: El artículo es un ensayo sobre la Semana Santa en Andalucía, el ritual más característico y significativo de la Pasión de Jesús. Partiendo del concepto de religión como un sistema de creencias y ritos, pero también de interpretación del hombre y el mundo, el autor propone una visión nueva que rompe con la polarización del binomio religión/religiosidad y que denomina «religión de los andaluces» pero que es generalizable a otros países y pueblos. Este concepto está basado en una relación dialéctica entre las cambiantes normas y actitudes eclesiásticas y la propia evolución de la sociedad y la cultura. Desde este marco teórico se reflexiona sobre la celebración eminentemente urbana y de carácter local. Finalmente se analiza la evolución histórica y el estado actual de su principal referente organizativo: las hermandades y cofradías. Palabras clave: Semana Santa, Andalucía, religión/religiosidad, ritual, hermandades y cofradías. Abstract: The article is an essay about Easter in Andalusia, the most characteristic and significant ritual which commemorates the Passion of Jesus Christ. Starting from the concept of religion as a system of beliefs and rites but also of interpretation of human being and the world, the author proposes a new view which breaks with the polarization of the couple religion/religiosity and which he denominates «religion of the Andalusian» but which can be widespread to other countries and peoples. This concept is based on a dialectic relation between the changing rules and ecclesiastical attitudes and the own evolution of the society and culture. From this theoretical framework it is described the variety and diverse celebration, essentially urban and of local nature. Finally it is analyzed the historical evolution and the current state of its main organizational reference: the brotherhoods and the fraternities. Keywords: Easter, Andalusia, religion/religiosity, ritual, brotherhoods and fraternities.

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Este texto tiene más de ensayo, nacido de las lecturas y de la experiencia vivida del fenómeno festivo que constituye la Semana Santa, que de conclusiones de un trabajo ya acabado. Parto de la necesidad científica de avanzar generalizaciones o tendencias, a pesar de lo limitado de nuestras unidades de estudio, para volver de nuevo a lo concreto y así, en un tejer y destejer, caminar hacia un mejor conocimiento de las sociedades; por ello no abandono la línea de los evolucionistas, antiguos y modernos, de crear marcos explicativos y modelos generales en los que ir encuadrando la casuística espacio-temporal que nos permita entender los grandes trazos del comportamiento humano en todas sus facetas. La Semana Santa, constituye la más característica y significativa forma de vivir y expresar los andaluces la religión por medio de rituales públicos conmemorativos de la Pasión de Jesús a través de imágenes, organizados en hermandades y cofradías, instituciones dependientes de la Iglesia católica pero con amplia autonomía. Esta forma de vivir esta celebración permite la aproximación a las verdades religiosas abstractas, la expresión de sentimientos, la exaltación de emociones y el acercamiento a lo sobrenatural. Es una forma de religiosidad rechazada desde hace varios decenios por los eclesiásticos progresistas y los católicos más conservadores, aunque por distintos motivos, y ampliamente aceptada en los últimos tiempos por la jerarquía. La falta de coincidencia en los objetivos que debe cumplir la religión ha provocado en los primeros el distanciamiento y hasta la ruptura de todo lo relacionado con la Semana Santa; la jerarquía, más posibilista, prefiere la fidelización de los creyentes sea cual fuere su modo de entender y vivir al religión. Andalucía es una comunidad autónoma que ocupa una extensión de 87.581.102 kilómetros cuadrados, organizada en ocho provincias con 770 términos municipales y 2.805 localidades y entidades menores, y una población de 8 millones de habitantes. La mitad de los andaluces se concentra en doce ciudades con más de cien mil habitantes, repartidas por todo el territorio y dieciséis de más de cincuenta mil, así como en otras tantas ciudades medias y pequeñas localizadas principalmente en el valle del Guadalquivir y las campiñas cerealistas circundantes. Puede establecerse una correlación entre el número e importancia de las hermandades y cofradías de penitencia y su expresión en la Semana Santa y la población de las ciudades; así, podemos establecer una tabla de mayor a menor que iría de las 68 hermandades de la ciudad de Sevilla (700.000 habitantes) y las 52 de Málaga (575.000 h.), a las 4 de Huércal-Overa (16.000 h., Almería) o de Alcalá del Río (10.000 h., Sevilla). En todo caso, aunque puede decirse que esta fiesta es fundamentalmente urbana, será difícil encontrar algún municipio que no procesione alguna imagen pasional. Carecen de estas manifestaciones las entidades menores. Hay . El texto que aquí se ofrece fue presentado como ponencia al Congreso Latinoamericano de Religiosidad Popular: La Semana Santa, celebrado en Valladolid entre el 15 y el 18 de octubre de 2008.

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que advertir que aunque las cofradías son determinantes en la celebración de la semana mayor, existen otras instituciones que la hacen posible, tales como parroquias o grupos de devotos y fieles. Sobre el binomio religión/religiosidad, aportaré una visión nueva que rompe la polarización entre estos términos, opuestos para unos y complementarios para otros, que he denominado «religión de los andaluces», pero que es generalizable a otros tantos países o pueblos. Durante muchos años de vida académica y por razones, quizás más psicológicas y circunstanciales que profesionales, he vivido la celebración de la Semana Santa en Andalucía en más de cincuenta localidades, y sin embargo, es la primera vez que ofrezco un adelanto de estas observaciones y experiencias pasadas por el cedazo de mis ideas e hipótesis y apoyado en la documentación histórica de una amplísima bibliografía. Estas estancias han incluido diferentes días de la semana de pasión, de modo que hemos tenido la oportunidad de vivir la intensidad de los días grandes de la Semana: jueves y viernes santos, pero también la tranquilidad de los lunes, martes o miércoles santos, días preparatorios de las procesiones. Esta preparación involucra a personas, no siempre cofrades, guiados por diversos motivos y cuya presencia es recurrente, pues el sistema de hermandades y cofradías, a pesar de su fuerte presencia y extensión en las ciudades, no es universal en la región. Con frecuencia se trata de personas devotas de determinadas imágenes o cercanas a la parroquia; los párrocos se limitan con frecuencia a permitir que ocupen la iglesia para el exorno de las imágenes en sus andas. Religión, religiosidad y religión de los andaluces Toda religión, aunque se presente como única en sus planteamientos teológicos y rituales, no lo es en la forma de vivirla que tiene cada sociedad; y no vale decir que se trata sólo de diferencias de menor cuantía, propias de la comúnmente llamada religiosidad popular, sino que afectan incluso a la concepción doctrinal básica y esencial. Dicho de otra manera, las diferencias no son sólo de expresión ritual sino de contenido teológico aunque habitualmente estas diferencias se despachan motejándolas de «supersticiosas» y excepcionalmente de heréticas. Esto se explica porque el común de las gentes antes y ahora, reinterpretan los mensajes doctrinales pasándolos por el filtro de su propia cultura y en general muestran poco interés por disquisiciones teológicas. Así, por ejemplo, la diferencia entre la veneración, que según la teología oficial corresponde a la Virgen María, y la adoración que se debe sólo a Jesucristo-Dios, es una elaboración teórica no incorporada entre el común de los andaluces que encuentran en la Virgen, a la que realmente adoran, el destino principal y último de sus aspiraciones. Esta unidad se resiente aún más si tenemos en cuenta las diversas concepciones culturales del mundo y del hombre, propias de cada una

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de las sociedades en las que el cristianismo se ha hecho presente, amén de otros datos como los de clase social, género y formas de subsistencia. La antropología de la religión ha aportado la evidencia de la imposibilidad de exportar en su integridad cualquier concepto de religión y de sus contenidos a otros pueblos, pues se trata de un producto fruto de unas circunstancias histórico-culturales. Los sistemas religiosos forman parte de la estructura del sistema cultural y están en interdependencia con el esquema de pensamiento, por lo que es necesario trascender el propio sistema de pensamiento. Porque una religión no es una mera acumulación de creencias y ritos sino un sistema de interpretación del hombre y del mundo. La religiosidad de los andaluces está conformada por la doctrina y las instituciones eclesiásticas que durante siglos han sido una forma de poder más efectivo que el del Estado. Ello significó un control coactivo de los comportamientos a través de impuestos y tribunales de justicia propios y de la colaboración del conjunto de la sociedad detentadora de poderes, además del control de las conciencias a través de la confesión y de la amenaza de penas eternas. La creencia en el paso casi obligado de las almas por el Purgatorio ha supuesto hasta muy recientemente una poderosa forma de coacción y de ingresos para el clero. Estas circunstancias históricas han provocado en la población común el rechazo de ciertas normas y principios, la aceptación de otros y la reinterpretación de la mayoría. En los últimos decenios se detecta en Andalucía un fuerte incremento de las manifestaciones de religiosidad pública y festiva: muchos se adhieren a ellas con entusiasmo de forma institucionalizada a través de hermandades y cofradías. La mayoría, creyentes pero no fieles, participan en estos acontecimientos pero lo hacen más por razones emocionales o de identidad que por vivencias religiosas. Existen otros grupos, minoritarios, discretos y renovadores en lo religioso que viven su propia versión de fe cristiana diferenciada de la oficial, sin oponerse a la institución y que rechazan las formas tradicionales a las que consideran contaminadas. Finalmente, existe un grupo muy escaso, cercano a las parroquias y extraído de las viejas clases medias que siguen las indicaciones pastorales. Y es que a pesar de que existe conciencia generalizada de la fuerte influencia de las instituciones eclesiásticas en la vida de los andaluces, entiendo que aquélla es escasa y débil en la mayoría de los ciudadanos. Buena prueba de ello es la amplia aceptación del divorcio, la contracepción, la eutanasia, la sexualidad prematrimonial, la escasa asistencia de los católicos andaluces a la misa dominical y la escasísima aportación al mantenimiento de la Iglesia. Para mejor comprender esta propuesta es fundamental distinguir la norma y la vida, el deber ser frente al ser, la religión y la religiosidad, la religión vivida de la preconizada. Las diferencias entre lo propugnado por las instituciones eclesiásticas y la religión vivida, incluso entre los que se consideran miembros de ella, no son sólo minucias o aspectos

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formales, sino diferencias teológicas fundamentales, caracterizadas por los siguientes rasgos: a) intensidad de los rituales, expresada en manifestaciones públicas en núcleos urbanos o rurales, que encuentra en el santuario el mejor lugar para encontrarse con la teofanía, junto a un cuerpo de creencias quizá no coherente pero fijo y no problemático; b) el milagro como principio básico de expresión de los poderes sobrenaturales en su relación con los hombres, y la promesa y ofrendas como modelos de relación con lo sobrenatural; c) creencia en la posibilidad de comunicarse directamente con los seres espirituales, especialmente con las advocaciones marianas, y d) organización en hermandades y cofradías, como forma de participación en los actos públicos. En conclusión, la religión de los andaluces se ha ido conformando en el tiempo en una relación dialéctica entre las cambiantes normas y actitudes eclesiásticas y la propia evolución de la sociedad y la cultura. Es cierto que la religión de los andaluces no tiene elementos excepcionales o únicos pero sí formas y contenidos diferenciables y hasta contrapuestos a otros pueblos. Finalmente, la religión de los andaluces es uno de los subsistemas que más caracterizan y diferencian la cultura andaluza. La Semana Santa, fiesta mayor de Andalucía La Semana Santa es actualmente la fiesta mayor de Andalucía, con especial incidencia en las numerosas ciudades y agrociudades y como expresión del fuerte arraigo de las hermandades y cofradías. Este fenómeno festivo que ha alcanzado en nuestros días un esplendor nunca antes conocido es de gran profundidad histórica aunque con altibajos. Los andaluces celebran como ninguna otra fiesta, la Semana Santa, conmemorativa de la Pasión de Cristo, pero es también y sobre todo, exaltación de sentimientos, goce estético, expresión de sociabilidad y manifestación de religiosidad. Es de destacar la poderosa presencia de la Virgen, especialmente en la Andalucía occidental, a pesar de ser una fiesta de Cristo; la imagen de María llega a superar en mucho a otras figuras de la Pasión y en muchos casos a la del propio Jesús. No hay figura que reciba mayor veneración ni con la que se establezca mejor y más profunda comunicación durante este periodo que con la Virgen en sus advocaciones dolorosas. Por ello, es objeto de una especial atención en cuanto a su exorno y embellecimiento en los cultos y procesiones por las calles. Un paso de palio es la síntesis más refinada y elaborada de todos esos sentimientos, aspiraciones y deseos; es, así mismo, vértice de la estética y los sentimientos de la Semana Santa de Andalucía. Esta Semana Santa aunque una en su celebración, es muy variada y diversa, ofrece tal cantidad de formas, matices y significados que resulta difícil hacer una síntesis. En líneas generales, puede decirse que es una gran desconocida para la mayoría de los andaluces, pues son

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pocos los que abandonan su lugar de residencia, para lanzarse a vivir y sentir la Semana Santa en otras poblaciones. Los medios de comunicación, especialmente la televisión regional, contribuyen a ensanchar esa visión aunque sea superficialmente. Esta diversidad en las manifestaciones que caracteriza la Semana Santa de Andalucía en su conjunto se contrapone al esquematismo en los rituales y la homogeneización en las formas hacia las que han evolucionado las grandes ciudades como Sevilla o Málaga y otras tantas ciudades que las siguen como modelos. Este esquematismo se reduce a procesionar las imágenes por un itinerario prefijado o carrera oficial y hacer estación de penitencia en la catedral o en algún otro templo, para regresar a sus capillas o sedes canónicas. Aunque pudiera establecerse una división en Andalucía occidental y oriental, a efectos de esta fiesta, su sentido y representación, son las ciudades grandes y medias, las que han creado estilos y tradiciones diferentes y han marcado sus áreas de influencia, ello sin olvidar la significativa influencia homogeneizadora de las órdenes religiosas en el pasado. Esta afirmación la corrobora la relación de semanas santas que han sido declaradas «Fiesta de Interés Turístico» por la Junta de Andalucía, pues aunque este reconocimiento no tiene valor absoluto, es indicativo de la importancia que conceden los propios actores a su fiesta y el valor económico que le reconocen los poderes públicos. En este restringido cuadro de honor figuran todas las capitales de provincia y Jerez de la Frontera y la casi totalidad de las ciudades medias. En total son 63 las declaradas hasta 2006, repartidas del modo siguiente: Almería: 3; Cádiz: 10; Córdoba: 12; Granada: 5; Huelva: 2; Jaén: 7; Málaga: 8 y Sevilla: 14. En estas cifras puede verse el claro predominio de las agrociudades del valle de Guadalquivir y del Genil y las campiñas y hoyas granadinas. En estas ciudades y en otras muchas la fiesta de la Semana Santa se ha convertido poco a poco en el principal elemento de identificación y en el más importante sistema de asociación y organización ciudadana. Esta declaración que supone un nivel de excelencia, es indicativo de que en muchas otras localidades se celebra de una u otra manera. El progresivo interés y la autovaloración mostrados por numerosas localidades determinaron previsiblemente la declaración genérica en 2006 de «Fiesta de Interés Turístico» a la Semana Santa de Andalucía. Distinción honorífica que no abole las declaraciones anteriores aunque pierde su valor original en cuanto se generaliza. En síntesis, la Semana Santa en la comunidad autónoma andaluza se celebra en la casi totalidad de las poblaciones en torno a los mil habitantes, aunque en poblaciones menores es difícil encontrarla y siempre reducida a jueves y viernes santos, cuando en la mayoría de las ciudades medias y pueblos ocupan entre siete y ocho días. Las grandes ciudades han abandonado paulatinamente toda una serie de ritos, figuras, adornos, acompañamientos y representaciones, algunos de gran tradición, simplificando las salidas procesionales y priorizan-

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do las figuras centrales. Éstas continúan, sin embargo, vivas en algunas ciudades medias y pueblos, nos referimos a los encuentros, que tienen origen bajomedieval (Fernández Conde 1982: 303 citando a G. Llompart), saludos y despedidas de las imágenes entre sí, sermones de las siete palabras, bendiciones de cristos articulados, carreritas para encerrar a las imágenes, autos de pasión, etc. Son asimismo patrimonio de las ciudades medias las figuras bíblicas, los rostrillos, las centurias romanas y los atributos de la pasión, que hacen más variados y complejos los cortejos procesionales, y una amplia gama de ropajes que van más allá de la exclusiva túnica y el capirote. En las pequeñas poblaciones se sigue celebrando el domingo de Resurrección las quemas de los Judas, muñecos de paja destrozados por el fuego y las escopetas, y los huertecitos con sus correspondientes subastas de productos previamente donados. Las bandas de música, tambores, trompeteros, sayones, saeteros y un sinfín más de elementos son comunes a todas las procesiones aunque en algunos lugares alcanzan tal relieve que supera incluso a las de las propias imágenes. Igualmente la cofradía no es sólo el único referente organizativo, aunque sea el más común, pues junto a ella y a veces superándola, encontramos otras formas de organización en mitades ceremoniales que superan el marco de las cofradías: es el caso de las colas blancas y negras, las corporaciones y cuarteles de la Subbética cordobesa, y las divisiones por colores, por sólo citar algunos casos muy significativos, que hacen de la Semana Santa andaluza, una fiesta variopinta, compleja y enormemente atractiva. Los modelos más conocidos e influyentes son los de las grandes ciudades, que si algo los caracteriza es su barroquismo, y dentro de ellas las llamadas «hermandades serias» frente a las «populares o de barrio». Durante el Barroco las expresiones religiosas alcanzaron su cenit y por ello se han constituido en el referente estético predominante hasta nuestros días. El efectismo teatral de la Semana Santa actual es barroco, aunque el barroquismo como sustrato cultural fue retomado por el Romanticismo. El Romanticismo y su sensualidad emotiva se muestran en la Virgen con Niño que ha dejado paso a las imágenes exclusivas de la Virgen. Recientemente se observan nuevos fenómenos como la paulatina desaparición de San Juan, el Cirineo y otras figuras indispensables en la teología pasionista tradicional como acompañantes de la Virgen o Cristo. Igualmente, los llamados pasos de misterio —escena en que aparecen varias figuras de la Pasión— han perdido importancia frente a los pasos de palio de la Virgen y a los pasos de Cristo crucificado o el Nazareno en solitario, indicativo de que se avanza en una línea de simplificación dentro del modelo barroco que controlan en cada caso férreamente los «gurús» guardianes de las tradiciones de la Semana Santa. Las pequeñas poblaciones tratan de paliar esta relativa marginación frente a las poderosas ciudades con todo tipo de publicaciones: libros, folletos, guías, carteles, páginas en internet, así como con declaraciones de fiestas de interés turístico y promocionándolas en ferias y mercados,

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como expresión de identidad y como reclamo turístico. Pero salir fuera del nivel local es difícil, la Semana Santa es una fiesta que se celebra simultáneamente en casi toda España y por otra parte, las vacaciones de Pascua y el turismo rural están atrayendo a un gran número de visitantes no interesados en la fiesta. Sólo lo consiguen aquellas que ofrecen algo muy original y de gran peso tradicional. En todo caso, la progresiva secularización de la sociedad y el desconocimiento de las claves de esta celebración, junto a la falta de sensibilidad de otros, marca la diferencia de cómo viven la fiesta mayoritariamente los andaluces. Ello hace que la Semana Santa sea sobre todo local y para los enculturados en estas vivencias desde la infancia, a pesar de que algunas grandes ciudades atraigan a un gran número de visitantes, aunque sea por una sola vez. La Semana Santa de Andalucía ofrece una variedad dentro de su unidad inabarcable en una vida, es de una riqueza de matices que interesa a muchos desde la perspectiva de la fe, aunque entre los cristianos más consecuentes se encuentran no pocos detractores; desde la expresión estética, por cuanto ofrece productos artísticos y de situaciones de gran calidad; desde la perspectiva histórica, porque ofrece testimonios vivos del patrimonio material e inmaterial; pero también, desde la simbología de la pasión, como puede verse en la abigarrada decoración de los pasos o tronos y en la heráldica religiosa y nobiliaria, a la que tan aficionadas son las cofradías. Las hermandades hacen esfuerzos por ser reconocidas por alguna institución y así poder ostentar en su abigarrado nombre oficial algún nuevo atributo de distinción que añadir al ya largo título: antigua, devota, ilustre, venerable, sacramental, real, pontificia, etc.; son frecuentes y más raros los de clerical, hidalga, imperial, noble, hospitalaria, franciscana, santiaguista o gloriosa. Hermandades y cofradías: evolución y estado actual Las hermandades y cofradías son instituciones canónicas de seglares nacidas hace siglos con el propósito de dar mayor realce y permanencia al culto de determinadas imágenes y a la expiación de culpas, y a la vez, cumplen otras funciones sociales de carácter asistencial, defensa de grupos o etnias, y como apoyo mutuo. Su variedad y diversidad tanto en su estructura como en su composición y objetivos ha sido tan diversa y cambiante que resulta difícil establecer unos denominadores comunes (Moreno 1985). Son características básicas a todas ellas el ser asociaciones de seglares, autorizadas por los ordinarios, que dan culto especial a una o varias imágenes titulares en altares y capillas parroquiales, iglesias conventuales, capillas y ermitas, tienen personalidad jurídica y, por tanto, poseen bienes muebles e inmuebles independientes de los eclesiásticos. Han constituido en todo tiempo, no exento de diferencias y desencuentros, un apoyo a la institución eclesiástica y a las órdenes religiosas, a las que subvenían con recursos económicos como pago por los actos li-

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túrgicos y con donativos. Han formado, asimismo, parte del entramado de dominio y adoctrinamiento permanente de los fieles. Con Carlos III las cofradías y sus manifestaciones públicas fueron prohibidas unas, y reguladas y sometidas a la autoridad del Consejo de Castilla las que pervivieron. La situación se hará más crítica en el siglo xix con las varias desamortizaciones, lo que supondrá en muchos casos su ruina y desaparición. De esta situación se sobrepondrán a lo largo del siglo xx, aun con crisis como las de la Segunda República, alcanzando hacia el final de la centuria el momento de mayor esplendor de toda su historia. La crisis agraria de los años sesenta hizo que los cargos que hasta entonces habían mantenido durante generaciones las oligarquías locales, se convirtieran en cargas difíciles de soportar. Acabó la época de los terratenientes que por prestigio y devoción mantenían una hermandad, cofradía o congregación como parte de los deberes sociales de su estatus. En las últimas décadas se ha dado un proceso de democratización de las cofradías promovido por los Obispos del Sur, en el que han participado y participan nuevos sectores sociales, pertenecientes a la omnipresente clase media y sectores profesionales, junto a la incorporación de la juventud y la mujer a los desfiles procesionales y en algunos casos a las juntas de gobierno. En este proceso no han faltado dificultades: así, en algunas circunstancias las oligarquías se han resistido a la sustitución; en otras, los debates han terminado ante los tribunales eclesiásticos. En general, las hermandades, cofradías y congregaciones pueden calificarse de conservadoras, poco ortodoxas, flexibles en lo dogmático y anticlericales. Actualmente las hermandades y cofradías de Andalucía y su fiesta mayor, la Semana Santa atraviesan por una etapa de oro; nunca esta fiesta tuvo tanto esplendor como tiene ahora, tanto por el número de corporaciones y hermanos, cantidad y calidad de sus capillas y casas de hermandad, patrimonio artístico, presupuesto, exorno y estética. Estas corporaciones se han imbricado en la vida social de nuestros pueblos y ciudades y es frecuente ver a no pocos hombres de clase media lucir con satisfacción en la solapa insignias de oro de su hermandad, indicativas de sus cargos en estas corporaciones. Por otra parte, las hermandades y cofradías se han convertido en piezas insustituibles de la labor pastoral y de culto, y en general de la vida religiosa y asociativa en Andalucía ¿Qué sería de la fiesta del Corpus si estas corporaciones no participaran como lo hacen en la instalación de altares, participación corporativa en los desfiles y en la organización del ritual en su conjunto? El éxito de la Semana Santa en las últimas décadas se debe, según nuestro criterio, a un conjunto de factores entre los que destacaría: a) el progreso económico de la sociedad que ha hecho surgir una amplia clase media; b) la autonomía organizativa de las hermandades que «juegan» a vestir las imágenes y los pasos o tronos, decorarlas, procesionarlas, organizar actos públicos, hermanamientos, y un largo etcétera cada día más amplio de posibilidades que constituyen sus principales actividades;

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c) el que los dirigentes de estas instituciones y la ciudadanía hablan un mismo lenguaje estético y de sentimientos religiosos y civiles. Se da una buena combinación entre los cuadros de las hermandades y los sectores que los apoyan; unos gestionan y crean soluciones que ofrecen a los hermanos y a la ciudadanía en general, que si son de su agrado los mantienen y en caso contrario, los abandonan. Los cuadros dirigentes interpretan el sentir cofradiero de sus miembros de acuerdo con su extracción social. De esta manera los miembros de las juntas de gobierno ganan prestigio y se autosatisfacen, mientras que los cofrades y el público reciben satisfacciones espirituales y estéticas; a cambio apoyan económicamente y colaboran en las más diversas actividades recaudatorias: gestiones con proveedores, ventas de papeletas, limpieza, asistencia a las procesiones, etc. El hecho de que los cargos no sean remunerados, que se lleve un escrupuloso control de ingresos y patrimonio, y que muchas actividades se hagan con costos mínimos, proporciona prestigio añadido a estos directivos en una sociedad en que todo se paga. Es de destacar que no se den, o al menos no salgan a la luz, escándalos económicos relacionados con estas instituciones. Sin lugar a dudas las hermandades, cofradías y congregaciones son uno de los ejemplos más generalizados de voluntariado altruista. La sociedad andaluza se ha hecho en los últimos decenios más civil y menos levítica; para la mayoría no es actualmente ningún timbre de gloria ser de comunión diaria, pertenecer a la Acción Católica o la Conferencia de San Vicente de Paul, aunque sí constituye un gran honor ser hermano mayor de una hermandad. Los eclesiásticos, especialmente la jerarquía, después de un cierto distanciamiento tras la transición política, quieren estar presentes en la vida social en momentos de gran concentración: Semana Santa, romerías, aniversarios, inauguraciones, exposiciones, y para ello usan su elaborada y esplendorosa liturgia y los lugares más emblemáticos y de mayor fuerza simbólica: catedrales, colegiatas, santuarios. A pesar de todo, el mejor marco lo ofrecen los actos y rituales de las hermandades y cofradías, instituciones sin las que no puede entenderse actualmente la religión de los andaluces. A su vez las hermandades han sido muy sensibles a los cambios sociales y políticos, bastante más que a los doctrinales. Con la monarquía, las hermandades fueron monárquicas y buscaban su reconocimiento, de ahí las adjetivaciones de real, imperial o pontificia que ostentan bastantes de ellas en sus protocolarios títulos; fueron militaristas con las dictaduras, y no pocas de ellas recibieron como hermanos mayores honorarios a políticos y generales y éstos en agradecimiento adornaban a las imágenes titulares con fajines y bastones distintivos de sus cargos. Con el periodo democrático y tras un corto periodo de duda y controversia, los políticos de todas las tendencias se han acercado a las cofradías y hermandades, y éstas han pedido y recibido apoyos económicos y servicios. En los últimos años los Obispos del Sur —provincias eclesiásticas de Granada y Sevilla— apostaron por la democratización de las herman-

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dades y cofradías dando nuevas directrices y decretando la adaptación a los estatutos marco. Esta adaptación se ha realizado, no sin resistencias y traumas, pues los dirigentes de muchas de ellas se negaban a entregar el monopolio del poder en manos no consensuadas por los grupos dominantes. En algunos pueblos y ciudades donde la tradición era más fuerte se alcanzó el objetivo previsto tras largas negociaciones en un ir y venir a palacio, término que recibe la administración episcopal entre los cofrades. Otro aspecto muy controvertido en los últimos tiempos es el de la presencia de las mujeres en los órganos de gobierno y salidas procesionales, hasta ahora limitadas a funciones auxiliares en el rol de esposas o novias de los hermanos. Asimismo, se ha creado y en otros casos fortalecido, una estructura organizativa la de los Consejos de Hermandades y Cofradías, que agrupa a todas las hermandades (sacramentales, de penitencia y gloria) que ostentan la representación corporativa de las mismas y a través de las cuales se ordenan los actos públicos corporativos, y cuya presidencia se disputan personas y grupos en los cada vez más concurridos procesos electorales. También se ha intentado por parte de los obispos que las hermandades y cofradías contribuyeran al sostenimiento de sus respectivas iglesias diocesanas, propuesta que en general ha encontrado una fuerte oposición, pues estas corporaciones prefieren la gestión directa de las acciones sociales y caritativas, y la colaboración con ONG, que muchas hermandades realizan. La Semana Santa es actualmente, más allá de su significación religiosa, que la tiene y algunos tratan de ignorar, un ritual y una fiesta total de los sentidos, un contexto para emociones, recursos y expectativas, más que para doctrinas, y el principal referente de identificación colectiva de la ciudad. Las hermandades y cofradías han constituido en sus sedes o casas de hermandad, que han proliferado por doquier, verdaderos centros de sociabilidad; hasta muy recientemente eran casas de hombres y actualmente clubes familiares, en los que encuentran un espacio al que acuden para hablar y debatir sobre la hermandad rodeados de sus imágenes titulares y símbolos más queridos. Estos centros asociativos y las relaciones que en ellos se producen crean un fuerte sentimiento de pertenencia. Las cofradías crean, asimismo, fuertes lazos entre grupos apoyados en rituales de culto, actos de confraternización con grupos semejantes, comensalismo, búsqueda de fondos, congresos, peregrinaciones y viajes e, incluso, en temas de mayor trascendencia como las del destino de los cofrades difuntos. Recientemente algunas hermandades han habilitado en sus sedes, al amparo de las actuales leyes liberalizadoras de la policía mortuoria, columbarios para depositar las cenizas de sus hermanos difuntos. Hay que advertir que existen diversos grados de integración de los individuos en las hermandades: desde los que mantienen una fuerte relación de amistad y compañerismo, para los que la hermandad o cofradía funciona casi como una extensión de la familia, con una amplia gama

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de actividades: cultos, coros, ensayos de costaleros, bandas, etc., hasta la de los llamados capiroteros, que sólo asisten a la procesión o estación de penitencia y que se sienten integrados en la cofradía a través de la identidad que ésta les confiere, en donde radica gran parte del éxito asociativo de estas instituciones. Es cierto que el renacimiento del sistema asociativo que suponen las hermandades y cofradías y el enriquecimiento de sus rituales no puede explicarse sólo por la fuerza de la tradición; que como es sabido no es sinónimo siempre de antigüedad y que se inventa constantemente. Asimismo, sabemos que la tradición no puede dar cuenta por sí misma del mantenimiento de todos los rituales y de las propias asociaciones, aunque tampoco podemos negar que ésta tiene un potencial que nace del sentimiento de ser parte de una cadena que ahonda sus raíces en el pasado real o mítico. Éste debidamente resignificado, adaptado y con nuevas funciones da sentido a las necesidades sociales y culturales, y conforma el imaginario colectivo de importantes sectores sociales en la actualidad. Y es que las hermandades y cofradías, instituciones fuertemente tradicionales, se convierten en instrumentos que ayudan a la supervivencia y al mantenimiento de formas y valores culturales en situaciones de cambio drástico, como el que vivió la sociedad andaluza y española en los últimos treinta años. Éstas han creado barreras al cambio y han ahondado en el conservadurismo, convirtiéndose en un refugio de legitimación e identificación, incluso en contra de las corrientes religiosas defendidas por una buena parte del clero más progresista, y de las corrientes ideológicas más recientes. A su vez las hermandades no han permanecido estáticas sino que han introducido cambios e innovaciones adaptados a su universo tradicional. Y es que no hemos reparado en la capacidad de los grupos de dicotomización y de hacer congruente lo que aparentemente no lo es, porque pertenece a distintos planos de la personalidad. Esto explicaría cómo las clases medias, conservadoras en lo social pero no en lo económico, se han reafirmado en su militancia cofradiera, o se han incorporado a ella, y han conseguido el gobierno de las cofradías. Simultáneamente, otros sectores más racionalistas y progresistas han dado la espalda a estas instituciones por considerarlas reductos de conservadurismo, aunque no las rechazan en su conjunto, porque siguen experimentando el sentimiento estético y vivencial del que se impregnaron en la infancia: olores, luces, músicas, flores, cera, movimiento, pasos y tronos y todo lo que conlleva «sacar una cofradía a la calle». También se atribuye a las cofradías un poder de vacunación contra los males de la sociedad actual, especialmente las drogas. Ello es causa de que estas asociaciones y sus manifestaciones de la semana mayor se hayan convertido para muchos en el más claro y diferenciador principio de identidad, que a su vez retroalimenta los sentimientos, en una etapa en que la globalización empieza a sentirse de forma opresiva.

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¿Cómo podría explicarse que otras grandes ciudades españolas y europeas hubiesen perdido hace ya muchas décadas estas y otras expresiones religioso-festivo-culturales? Recordemos que el peligro de la homogeneización es entre nosotros reciente y que éste ha seguido a una etapa en que la modernidad se cifraba precisamente en acabar con todo lo que recordara al pasado, desde las puertas del cerco amurallado de villas y ciudades a los conventos y monasterios; en ese tiempo las ciudades y los pueblos andaluces estaban hundidos en la depresión y el conservadurismo, y los movimientos renovadores de hondo calado no encontraron acogida entre la burguesía que se enrocó en la tradición del viejo régimen y el clericalismo. Por su parte los movimientos populares y revolucionarios que sin duda hubiesen roto con esas asociaciones y sus manifestaciones fueron abortados trágicamente en la guerra civil española (1936-1939); tras ese periodo hubo una continuidad languideciente de la Semana Santa que sólo remontará el vuelo con la democracia, la libertad y el desarrollo económico. La mayoría de los cofrades, según una encuesta realizada en la ciudad de Sevilla en la década de los noventa entre las elites cofradieras, extrapolable a otras ciudades andaluzas, se adscriben a una determinada hermandad o cofradía por tradición familiar (32,3%), por la influencia de algún amigo (25,0%), por la devoción a una imagen (16,1%), porque hermandad pertenece al barrio (9,5%), por gusto estético (8,8%) y por otras razones (8,0%); de lo que se deduce que son las razones de filiación parental tradicional y relaciones de confraternización las principales causas de adscripción (Rodríguez Mateos 1997: 137 y 177). En este caso, como en otros similares, la unidad y cohesión de la familia y la socialización de los nuevos miembros en la institución son el marco básico en el que se transmite este valor al que habría que unir la connotación simbólica de las imágenes y cofradías como factores de identificación social. La adscripción familiar en muchos casos automática es prioritariamente por línea paterna. Las relaciones de amistad es la segunda causa de afiliación especialmente entre los jóvenes; la afiliación por estar vinculado al barrio, que en otro tiempo fue más fuerte por la articulación urbana tradicional, ha dejado de ser tan significativa. En cuanto al nivel social y profesional de los afiliados, la encuesta proporciona los siguientes datos: administrativos y empleados de servicios (37,6%), profesionales y técnicos superiores (26,0%), empleados del comercio (18,8%), técnicos de grado medio (8,6%), trabajadores manuales y de la industria (5,7%) y empresarios e industriales (2,8). El análisis de estos datos habla de un asalto de las clases medias a las juntas de gobierno y de una lucha por el poder a partir de los años setenta. Con anterioridad, «había que buscar a las personas para los cargos» —dice un informante—, y es que las cofradías han pasado de ser instituciones oligárquicas concebidas de forma patrimonialista a ser un campo en el que compiten sectores sociales que quieren significarse, por cuanto las hermandades constituyen un importante capital simbólico y

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fuente de prestigio, trampolín social y político y forma de revalidar los éxitos económicos y profesionales (Briones 1999: 153). En la encuesta de referencia encontramos que las profesiones de los hermanos mayores son las siguientes en cifras totales: pequeños empresarios, industriales o comerciantes (15), administrativos o empleados del sector servicios (7), abogados (7), técnicos y peritos (7), funcionarios (4), médicos (3), profesores (3) y con titulaciones varias (5). Curiosamente destacan el alto número de abogados y el bajo de profesores. La lucha política para alzarse con una vara de hermano mayor, que los medios de comunicación siguen con gran interés, requiere de tácticas que incluyen hacer gastos ceremoniales en momentos de crisis, mostrar un inusitado deseo de trabajar por engrandecer y hacer brillar la corporación, ejercer la crítica interna, buscar apoyos en los grupos cohesionados y con una sola voz, como es el caso del sector de los jóvenes costaleros, y en el momento oportuno, levantar bandera de rebelión y alcanzar la victoria en las urnas. Todo ello debe hacerse sin provocar la ruptura pública del espíritu de hermandad que debe presidir idealmente a estas corporaciones. Cuando aquélla se produce y las acusaciones mutuas alcanzan cierto nivel y no hay avenencia entre los contendientes, se recurre al arbitrio de un vicario episcopal que ponga orden en la dividida hermandad y el aspirante la abandonará para incardinarse en otra ya existente o resucitar alguna de los archivos. En otras muchas ocasiones se producirá la pacífica alternancia democrática de candidaturas. Y es que las luchas por el poder en los últimos tiempos son inseparables de las hermandades y cofradías porque, de hecho, las cofradías son una fuente de poder y presión social e ideológica en las ciudades. Muchos temen criticarlas porque se han convertido en el referente de la ortodoxia e idoneidad de muchos comportamientos y en las instituciones garantes de la tradición, interpretada por ellas mismas, por lo que las autoridades de derechas e izquierdas las observan y consultan en no pocos temas ciudadanos, con sorpresa para los que miran con curiosidad el devenir de las ciudades pensando que el laicismo del Estado se aplicaba a todos los órdenes de la vida. A este respecto es sintomático que se hayan cambiado en los últimos años los rótulos de muchas calles por decisión de gobiernos municipales de izquierda, derecha o nacionalistas por los de las imágenes titulares de las hermandades. Existe también una utilización de las cofradías en provecho propio como plataforma para el lucimiento entre profesionales que publicitan su actividad profesional o negocio, hermanos mayores que se perpetúan a través de testaferros, y que se aferran a esta parcela de poder, luchando hasta la deslealtad para conseguir sus propósitos (Colón 2000). Sin duda, algo de esto ocurre aunque ésta no sea la tónica dominante en el interior de las cofradías; en todo caso, creo que aunque «en todas partes cuecen habas» —según el dicho popular—, estas instituciones son modélicas en muchos órdenes de la vida religiosa y asociativa y suponen una poderosa fuerza con la que habrá que contar para la promoción cultural,

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social, religiosa y turística de las poblaciones. Las cofradías dan salida a las apetencias de sociabilidad y altruismo de un sector de la población, aunque a veces exigen a los que no participan de esta concepción y sentimientos que acaten sus dictados sobre la ciudad que obligan a todos. En síntesis, pude decirse que las hermandades y cofradías son ideológicamente conservadoras, fieles en lo teológico y celosas en lo organizativo; ponen gran énfasis en las manifestaciones externas, las relaciones sociales y el protocolo. El poder estable de las oligarquías agrarias y comerciales en el pasado ha dado paso a la lucha por el poder en un marco democrático entre los técnicos, administrativos y empleados que constituyen el 90% de las juntas de gobierno. BIBLIOGRAFÍA

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