La rebelión de los californios en 1734
Descripción
Del Río, Conquista, pp. 207 – 224
Hausberger, "Acercamiento", pp. 86 – 87.
Flynn y Giráldez, "Born Again", pp. 381 – 385.
Hausberger, "El P. Eusebio Francisco SJ", pp. 330 – 341, "La conquista", p. 198; Del Valle, Escribiendo, pp. 46 – 57.
Flynn y Giráldez, "Los orígenes de la globalización", p. 31.
Hay quienes proponen que no debe hablarse de globalización sino a partir del siglo XIX, cuando puede demostrarse que hubo convergencia de precios en mercados distantes. Para una explicación de esta postura véase O'Rourke y Williamson, "When did globalisation begin?", pp. 23 – 50.
Hausberger, "El padre Eusebio Francisco Kino SJ", pp. 330 – 341.
Hobsbawm, Naciones y nacionalismos, pp. 23 – 52.
Hausberger, "La violencia", pp. 92 – 93. Un buen ejemplo de esto es la argumentación desarrollada por Josep de Acosta en De procuranda indiae, aunque algunos autores han leído este texto más bien como un paradigma en la supuesta utopía de la misión jesuita en el Nuevo Mundo. Sería pertinente contrastar, por ejemplo, la interpretación llevada a cabo por Manuel Marzal de algunos de los parágrafos de capítulos XVII y XVIII de este libro, a partir de los cuales retrata a este "manual" para la evangelización como una suerte de prototipo de la teología de la liberación, con la justificación que el propio Acosta realiza del sometimiento violento de los indios en los capítulos VII, VIII y XV, e incluso del trabajo forzado en el XVIII.
Hausberger, "La conquista jesuita", p. 198; Del Valle, Escribiendo, pp. 37 – 82. Me resulta interesante el hecho de que la visión de los jesuitas como agentes de la primera globalización no se limita al ámbito académico, sino que ha comenzado a permear la historiografía confesional. Por ejemplo, en 2008 se llevó a cabo en Caracas, Venezuela, un seminario internacional titulado La Globalización y los Jesuitas: Orígenes, Historia e Impactos, donde participó con una ponencia sobre los orígenes universales de la orden el propio Peter Hans Kolvenbach SJ, quien en enero de ese mismo año había dimitido como padre general de la Compañía de Jesús.
Campillo, "Del gobierno", pp. 56 – 57.
Un trabajo amplio sobre las misiones jesuitas en el continente americano, aunque ciertamente discutible en muchos de sus capítulos por la interpretación marcadamente confesional de algunos de sus autores, puede encontrarse en Negro y Marzal (coords.), Un reino en la frontera.
Hausberger, "La conquista", pp. 204 – 227.
Del Río, El régimen, pp. 86 – 92.
Baena, "De Tierra Inhóspita", pp. 99 – 101.
León-Portilla; Del Río; Mathes; Crosby.
Del Valle, Escribiendo, pp. 185 – 234.
Del Valle, Escribiendo, pp. 57 – 58; Hausberger, "Los jesuitas", p. 307.
Bernabéu, "Desatar al demonio", p. 163.
Del Río, Conquista, p. 212; Crosby, Antigua California, pp. 113 – 114.
Bernabéu, "Desatar al demonio", pp. 174 – 178.
Del Río, Conquista, p. 213.
Bernabéu, "Desatar al demonio", p. 168.
Del Río, Conquista, p. 216 – 219.
Crosby, Antigua, p. 16.
Del Río. Conquista, p. 216 – 219.
Taraval, La rebelión, p. 126.
Bernabéu, "Desatar al demonio", pp. 167 – 168.
Crosby, Antigua, pp. 116 - 117.
Crosby, Antigua, pp. 117 – 120.
Del Río, Conquista, p. 217; Bernabéu, "Desatar al demonio", pp. 169 – 171; Hausberger, "La conquista", p. 223.
Del Barco, Noticia, en Bernabéu "Desatar al demonio", p. 171.
Crosby, Antigua, p. 123.
Bernabéu, "Desatar al demonio", pp. 168 – 171; Crosby, Antigua, pp. 125.
Del Río, Conquista, pp. 223 – 224.
Po Chia, "Disciplina social", pp. 36 – 40.
Hausberger, "Misión jesuita", pp. 234 – 240.
Carrera, "La Nao", pp. 100 – 101.
A pesar de las marcadas diferencias en la naturaleza de la sublevación, la política de pacificación guarda ciertas similitudes, por ejemplo, con las rebeliones de cimarrones en Centroamérica. Véase Pike "Black Rebels", pp. 243 – 266.
Crosby, Antigua, pp. 124 – 125.
Carrera, "La Nao", p. 101.
El autor menciona que además de la piratería, el origen de los mulatos podría encontrarse en los trabajadores que llegaron con los misioneros, o inclusive en los esclavos de los españoles que años atrás llevaron para el buceo y la pesca de perlas. Bernabéu, "Desatar al demonio", p. 161.
Castillo, "Una Institución"; Del Valle, Escribiendo.
Castillo, "Una institución", pp. 108 – 110, 125.
Rubial, La santidad controvertida, pp. 140 – 142.
Ponce, Cartas de la Nueva Francia, pp. 103 – 137.
Peña, Santa Magdalena, pp. 34 – 41.
Véase Ponce, Cartas de la Nueva Francia, pp. 139 – 146; Pintado, Los mártires; Gutiérrez, Mártires jesuitas.
Ginzburg, El hilo y las huellas, p. 18.
Hausberger, "Los escritos", pp. 277 - 280.
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La "rebelión de los californios" en 1734
Pedro Espinoza Meléndez
Doctorado en Historia
América Latina en los inicios de la globalización. Siglos XVI - XVIII
CEH. El Colegio de México
El objetivo del presente trabajo es plantear algunas interrogantes sobre las misiones jesuitas en la península de Baja California, centrando la atención en la rebelión indígena ocurrida en 1734. Quienes han revisado este tema coinciden en que si bien los encuentros violentos entre los habitantes originarios y los visitantes occidentales se remontan a las primeras exploraciones, esta rebelión fue la única que llegó a poner en riesgo al sistema misional iniciado en 1697. Tanto por el carácter de la materia cursada como por el marcado sesgo "novohispanista" con el que suele abordarse el tema, me interesa insertarlo en una perspectiva más amplia, por lo que intentaré que mis planteamientos se aproximen a un enfoque de historia global. Esto no significa que se trate de una Big History, sino que por el contrario, desde un enfoque micro, procuraré atender a varios de los temas que conforman la agenda de dicha perspectiva, tales como la expansión de los imperios europeos, la constitución de organismos supra-estatales (como la compañía de Jesús), los procesos de evangelización, aculturación y disciplinamiento social, las relaciones y rutas comerciales, y las consecuencias demográficas del contacto entre distintas poblaciones humanas.
Me interesa caracterizar la misión jesuita en Baja California como parte de lo que Flynn y Giráldez denominan la primera globalización, pues fue a partir de su establecimiento que esta península quedó conectada permanentemente con el imperio español y con sus rutas comerciales en el océano Pacífico. Debido a su vocación y conciencia universalista, a su estrecha colaboración con la expansión de los tres grandes imperios católicos del siglo XVI, Portugal, España y Francia, a su labor no solo como misioneros en las fronteras de éstos últimos, sino también como geógrafos, cartógrafos, antropólogos, cronistas y lingüistas, y a la importante red de conocimiento que formaron a lo largo del mundo, resulta pertinente ubicar a la Compañía de Jesús como una de las primeras empresas globales, y a los jesuitas como agentes de esta primera globalización. De igual manera, intento resaltar que los acontecimientos que los misioneros percibieron como el martirio de sus hermanos constituye en sí mismo un fenómeno global, pues los asesinatos de jesuitas por parte de pueblos hostiles al catolicismo, muchas veces lejos de su lugar natal, se extienden a lo largo del mundo, especialmente entre los siglos XVI y XVIII. El texto está dividido en tres apartados. En el primero está dedicado a exponer el carácter global de la misión jesuita en la península de Baja California, mientras que en el segundo se exponen los acontecimientos conocidos como "la rebelión de los californios". En el tercer apartado se exponen algunas interrogantes sobre esto último, las cuales giran principalmente alrededor del carácter narrativo y hagiográfico de las crónicas jesuitas que refieren a estos hechos, las cuales suelen ser leídas como si se trataran simplemente de textos descriptivos y etnográficos.
Las misiones jesuitas en Baja California. Un proyecto universalista en la primera globalización
Si entendemos la globalización como el proceso que "comenzó cuando todas las macrorregiones densamente pobladas de la tierra iniciaron una interacción sostenida, ya sea directamente unas con otras o indirectamente a través de otras regiones, de manera tal que quedaron vinculadas profunda y permanentemente", podemos ubicar sus inicios en el siglo XVI, con la expansión de los imperios ibéricos. Ésta fue movido por dos razones fundamentales: la búsqueda de rutas comerciales y de yacimientos minerales que le permitieran obtener riquezas materiales, y la evangelización de los pueblos del "Nuevo Mundo". La expansión de la cristiandad que resultó del "descubrimiento" de América fue realizada principalmente por el clero regular, y la orden que posiblemente encarnó más fielmente el espíritu de esta primera globalización es la Compañía de Jesús.
La historiografía sobre las misiones jesuitas a lo largo del mundo es abundante, y al igual que en otros temas, existe una tendencia más o menos generalizada a considerarlas como precursoras de las naciones modernas. Para ubicar a los jesuitas como agentes de la primera globalización y no necesariamente como los pioneros o precursores de las actuales naciones, es importante tener en cuenta los estados nacionales modernos son una invención de los siglos XVIII y XIX, aunque estos suelen trazar tradiciones y narrativas que las conecten con el pasado de los territorios que actualmente las conforman. Por el contrario, el surgimiento de la Compañía de Jesús ocurrió en un contexto en el que lejos de afirmar la identidad particular de los pueblos, la iglesia católica se arrogó la misión de extender la cristiandad a todos los confines del mundo conocido.
El descubrimiento de grupos humanos ajenos al cristianismo motivó, dentro del espíritu de la reforma católica de los siglos XV y XVI, una serie de iniciativas para "evangelizar" a los pueblos que vivían ajenos al orden cristiano. Aunque algunos autores han intentado presentar la "conquista espiritual" de la "conquista material", la famosa alianza entre "la espada y la cruz" puede entenderse no solo atendiendo a la justificación religiosa dada por la Santa Sede a la conquista y dominación de los nuevos territorios a los imperios ibéricos, sino también al hecho de que, para los parámetros teológicos de la época, la conversión de los pueblos y los individuos, si bien debía ser "voluntaria", no se limitaba a la aceptación de las creencias y prácticas de la religión cristiana, sino debía estar siempre acompañada de su sujeción a un monarca católico.
Como dijimos, el clero regular destacó por encima de los sacerdotes diocesanos en los procesos de evangelización, destacando la participación de franciscanos, dominicos, agustinos y jesuitas. En regiones como Mesoamérica, donde las poblaciones nativas eran sedentarias, el trabajo misional fue más bien transitorio, pero en las fronteras de los imperios católicos, casi siempre habitados por pueblos nómadas o seminómadas, o en los reinos o imperios no católicos que no podían ser subyugados por la vía militar, la misión tuvo un carácter permanente. Debido a su origen "moderno", a su amplio alcance territorial, a la notable formación intelectual y científica de sus miembros, a sus vínculos con la colonización civil y a la amplia documentación que produjo, la compañía de Jesús es uno de los mejores ejemplos de una organización mundial con una clara perspectiva global de su misión.
La orden fundada por Ignacio de Loyola tenía desde sus comienzos cierta vocación misionera, principalmente por el referente islámico en la península ibérica, y no pasó mucho tiempo antes de que la SJ se insertara como una pieza fundamental en esta primera globalización, pues su misión de servir "al vicario de Cristo en la tierra" y "trabajar por la salvación de las almas" se tradujo en contribuir a la expansión de la cristiandad junto con los imperios europeos, y en evitar su fragmentación, trasladándose a las fronteras entre el catolicismo y el protestantismo. Francisco Xavier, uno de los fundadores y contemporáneo de Ignacio, se embarcó junto con los exploradores portugueses e inició una serie de misiones en Asia, desde la India hasta Japón. Años más tarde la presencia jesuita en este continente se volvería célebre y polémica con el trabajo realizado por Matteo Ricci en la corte imperial china. Pedro Canisio, otro de los fundadores, quien más tarde pasó a ser considerado "doctor de la iglesia" destacó por su trabajo en la "reconquista" de los territorios de Europa central y del este, logrando que reinos como Baviera, Renania, Polonia, Hungría, Austria y algunas regiones de Holanda se mantuvieran dentro del orbe católico.
Finalmente, la SJ tomó su parte en la "conquista espiritual" del continente americano. Desde el gobierno de Ignacio (1540 – 1556) habían llegado algunos misioneros a Brasil, durante el generalato de Borja (1556 – 1572) ingresaron a los virreinatos de la Nueva España y del Perú, y en el período de Claudio Acquaviva (1581 – 1615) arribaron a las colonias francesas de Norteamérica, al virreinato de la Nueva Granada y a la presidencia de Quito. En las posesiones francesas de América del norte destaca el caso de Canadá, donde lograron evangelizar a algunos hurones, teniendo menos éxito con los pueblos iroqueses, así como el trabajo cartográfico de Jacques Marquette al explorar el río Mississippi. Con respecto a la Nueva España, es importante destacar que además de su labor como misioneros entre los pueblos nómadas del septentrión novohispano, asumieron responsabilidades en el ámbito educativo, fundando un buen número de colegios. En lo relativo a las colonias españolas en Sudamérica, destacaron por ser, además de evangelizadores, gestores de empresas económicas vinculadas tanto a la agricultura y la ganadería como a la minería, lo cual fue posible gracias al trabajo de los pueblos nativos; las reducciones del Paraguay son quizá sus misiones más famosas.
La presencia jesuita en el noroeste novohispano comenzó a fines del siglo XVI, cuando llegaron los primeros misioneros a la costa del Pacífico en Sinaloa, y se prolongó hasta su expulsión del imperio español en 1767. Durante estos años acompañaron la penetración imperial, la colonización civil y la actividad minera en las provincias de Sonora y Sinaloa (1591), la Sierra Tarahumara y Chinípas (1603), Pimería Alta y Apachería (1687), Baja California (1697) y Nayarit (1722). En cuanto a Baja California, existía un historial de intentos fallidos de ocupación desde la época de la conquista de México, por lo que la corona veía con cierto escepticismo financiar una empresa de misión y colonización, de modo que los iniciadores de este proyecto misional, Eusebio Kino y Juan María Salvatierra, acudieron a otros medios de financiamiento, siendo el Fondo piadoso de las Californias el más importante. No obstante, la corona accedió finalmente a apoyar su proyecto con el sostenimiento de un presidio y sus respectivos soldados.
Entre 1683 y 1685 los jesuitas intentaron establecer la misión de San Bruno en el sur de la península, pero el primer intento exitoso se dio en 1697 con la fundación de la misión de Nuestra Señora de Loreto y un presidio contiguo; dos años después establecieron la de San Francisco Javier. Durante el siglo XVIII fundaron un total de 16 misiones, expandiéndose hasta la altura de la Bahía de los Ángeles, donde edificaron la misión de Santa María de los Ángeles en 1767, año en que se decretó su expulsión del imperio español. Entre las características distintivas de estas misiones podemos mencionar que el clima y la aridez de la península volvían muy difícil la agricultura no solo para los misioneros, sino que sus habitantes originarios no la habían desarrollado, de modo que la existencia de pueblos nómadas, cazadores y recolectores, volvió especialmente difícil su reducción y evangelización; en la opinión del misionero Juan Jacobo Baegert, esto último nunca se logró.
No obstante, la presencia jesuita en Baja California fue de suma importancia por varias razones. Además de lograr cierto éxito y permanencia, algo que para las iniciativas de colonización civil había sido imposible, las misiones conectaron a la península no sólo con la Nueva España, sino también con la ruta comercial más importante del imperio español en el Pacífico: la del Galeón de Manila. Los misioneros no solo introdujeron la religión católica, también la agricultura y la ganadería, mientras que la presencia española incentivó, aunque en menor medida, actividades como la minería y la extracción de perlas. Por otra parte, el contacto con los misioneros, soldados y marineros implicó la llegada de nuevas enfermedades a la región, las cuales diezmaron la población indígena, la cual se estima que se había reducido a una sexta parte de su cantidad inicial para cuando los jesuitas salieron de la península. Por estas razones, las misiones de la compañía de Jesús en Baja California han sido estudiadas como uno de los casos que mejor ilustran los procesos de conquista, colonización y aculturación, temas que forman parte de la agenda de la historia pero que figuraban en la historiografía desde antes de que surgiera dicha perspectiva.
Cuadro 1: Decrecimiento de la población indígena en Baja California
Año
Población
Tasa de crecimiento anual
1697
41500
0
1728
30500
-1
1742
25000
-1.4
1762
10000
-4.5
1768
7149
-5.4
Fuente: Del Río, 1984. Cálculos propios
Por otra parte, los jesuitas lograron convertir la experiencia liminar de los misioneros en relatos que resaltaban su heroísmo y sacrificio, al tiempo que hacían circular información geográfica, naturalista y etnográfica sobre uno de los lugares más remotos e inhóspitos del orbe, dentro de sus amplias redes de conocimiento que atravesaban todos los continentes entonces conocidos. Esto último ocurrió en un contexto donde su proyecto comenzaba a ser criticado por varios miembros del clero regular y algunas autoridades civiles, quienes no estaban de acuerdo con la exclusividad que el rey les había otorgado sobre esta región ni en el gasto que las misiones representaban para el erario real, siendo económicamente improductivas. A pesar de la fuerza del discurso institucional de la compañía y de su esfuerzo por producir una suerte de historia oficial de sus misiones en la Baja California, los jesuitas escribieron textos diversos que dejan entrever que su experiencia fue sumamente accidentada, al punto de que sus autores discuten entre sí por establecer "la verdad" de lo acontecido. Sobre este tema volveré en el último apartado.
Un indicio más del carácter global de las misiones es la diversidad étnica y lingüística de los jesuitas que trabajaron en la Antigua California, pues alrededor de la mitad de ellos no tenían al español como su lengua natal, habiendo entre ellos italianos, alemanes, bohemios, e incluso un croata y un escocés. Como ya mencionamos, atribuirles nacionalidades pecaría de anacrónico, pues los parámetros con los que estos religiosos fijaban su identidad eran otros. Por ejemplo, el misionero Juan Jacobo Baegert, que trabajó como misionero en la península y escribió una historia de las misiones californianas en alemán, era originario de Alsacia, una provincia de habla germana que pertenecía al imperio francés, por lo que este jesuita era étnicamente alemán, pero en su correspondencia personal llegó a manifestar su lealtad política hacia Francia. Esto nos remite nuevamente a la vocación universal de la orden y a su papel como agentes de la primera globalización. Para el momento en el que estalló la rebelión había cuatro misioneros asignados a la región del Cabo: Nicolás Tamaral, nacido en Sevilla y asesinado en San José del Cabo; Lorenzo Carranco, originario de Cholula y fallecido en Santiago; William Gordon, escocés, encargado de La Paz y sobreviviente (debido a que se encontraba de viaje); y Segismundo Taraval, nacido en Lombardía y misionero en Todos Santos, quien logró escapar de la revuelta y dio testimonio de ésta en su crónica titulada La rebelión de los californios.
La rebelión de los californios
En enero de 1734 arribó por primera vez el Galeón de Manila al puerto de San Bernabé, cerca del Cabo San Lucas; su tripulación fue atendida por el padre Nicolás Tamaral. Además de dotar a los marineros de agua y alimentos frescos, que rápidamente aliviaron el escorbuto, este jesuita ofreció hospedaje al capitán del barco, Don José Francisco de Baitos, y al agustino Fray Domingo de Horbigoso, quien acababa de dejar el puesto como superior de las misiones en Filipinas. Cuando ambos se recuperaron por completo se trasladaron a la Ciudad de México, dieron testimonio de lo sucedido, por lo que el virrey ordenó que a partir de ese momento, California sería una parada obligada para el Galeón de Manila. Por primera vez desde su establecimiento podía afirmarse que sus misiones en la península brindaban un beneficio material al imperio español, en un contexto donde los mineros y soldados de Sinaloa y Sonora pugnaban por la secularización de las misiones y la liberación tanto sus terrenos como la mano de obra indígena. Sin embargo, lo que parecía uno de los mayores triunfos de su empresa pronto se convertiría en uno de sus momentos más críticos.
Si bien resulta difícil precisar los orígenes de la sublevación, sabemos que esta dio inicio junto en octubre de 1734, cuando un contingente de indígenas de origen mayoritariamente pericú, aunque tenemos noticia de la presencia de guaycuras, cochimíes y hucitíes, atacó la misión de Santiago de los Coras, asesinando al misionero Lorenzo Carranco, de origen poblano, junto con su escolta personal y algunos indígenas conversos que trabajaban como sirvientes. Un par de días más tarde esto se replicó en la misión de San José del Cabo, donde fue asesinado el sevillano Nicolás Tamaral. Entre ambos casos fueron asesinadas un total de doce personas: dos misioneros, dos soldados, cuatro indígenas conversos y la familia de los soldados de San José, quienes estaban ausentes desde hacía algunos meses, pues como mencionamos al inicio del texto, acompañaron a los huéspedes del galeón. En los días siguientes los sublevados atacaron también la misión de Nuestra Señora de La Paz, cuyo encargado, el escocés William Gordon, se encontraba fuera de la península. Finalmente atacaron la misión de Todos Santos, de donde pudo escapar el italiano Segismundo Taraval, gracias a que sus neófitos le avisaron oportunamente, aunque al parecer, los rebeldes asesinaron a 27 de ellos como represalia.
La crónica escrita por este jesuita sobreviviente fue una de las primeras obras sobre California en circular dentro de la Nueva España. Abunda en detalles sobre el martirio de sus compañeros, así como sobre la destrucción sembrada por los sublevados, que en su lectura, fue en última instancia una prueba a la que la Divina Providencia sometió al proyecto misional en la península, "desatando al demonio" para que éste sembrara odio y discordia entre "los californios"; esta fue una de las principales fuentes para el relato en obras posteriores. Entre otras cosas, las crónicas describen la saña de los indígenas con el cuerpo de los misioneros, que aún después de muertos fueron lapidados, vejados, desmembrados, arrastrados por la misión y finalmente quemados en una hoguera; el cuerpo de Carranco habría sido además decapitado a golpes de piedra. Además, el contingente habría destruido las cuatro misiones, quemando todo lo que encontraron dentro –especialmente los objetos religiosos– y asesinado a todo el ganado que se encontraba en ellas.
Al tener noticias de lo ocurrido, el padre visitador Clemente Guillén, que se encontraba en la península, ordenó a los jesuitas agruparse en la misión de Los Dolores, quienes ante la llegada del "murmullo sedicioso" a las misiones norteñas, se refugiaron en el presidio de Loreto a inicios del año siguiente. Inmediatamente, el visitador se pidió ayuda tanto a las misiones de Sonora como al virreinato. El auxilio proveniente del otro lado del golfo no tardó en llegar, pues los jesuitas de Sonora reclutaron y enviaron a cien indios flecheros, en su mayoría yaquis, quienes se unieron a los 25 soldados y otros tantos "indios amigos" del presidio de Loreto. Pronto se trasladaron todos ellos a La Paz, desde donde iniciaron la campaña de "reconquista"; pero la ayuda virreinal se demoró. El virrey en turno y también arzobispo, Juan Antonio de Vizarrón y Eguiarreta, llevaba una relación sumamente tensa con los jesuitas, lo que entre otras cosas, remitía a la polémica en torno a la secularización de algunos de sus bienes en Sonora y Sinaloa. Además, el presido de Loreto resultaba costoso, pese a la consigna de que la evangelización de la península no sería financiada por la corona, y la empresa había sido poco redituable. Por ello, cuando solicitaron su apoyo con más plazas de soldados para el presidio, Vizarrón respondió a los jesuitas diciendo que carecía de autoridad para ello, pues solo el rey se encontraba facultado, enviando su petición a Madrid, lo que no hizo sino demorar la espera, pues la petición debía cruzar el Atlántico de ida y vuelta.
Mientras tanto, los soldados y sus aliados indígenas comenzaron una campaña poco exitosa en la región del Cabo, pues al parecer, una vez logrado su cometido de destruir las misiones, los sublevados se dispersaron y volvieron a su vida nómada. Por ello, más que una reconquista, la expedición adquirió un carácter punitivo, pues se dedicaron más bien a la captura de mujeres y niños para obligar a los hombres a rendirse, existiendo testimonios de que algunas de ellas fueron desterradas a islas remotas. Sin embargo, pese a la brutalidad con la que castigaron a los presuntos rebeldes, carecían de la capacidad numérica para controlar la región, de manera que tres meses después de iniciada la rebelión ocurrió un nuevo episodio violento.
En enero de 1735 arribó por segunda vez el Galeón de Manila al puerto de San Bernabé. La tripulación no tenía noticia de los eventos de octubre, pues su embarcación era el único vínculo permanente entre la Nueva España y las Filipinas. Siguiendo el protocolo estipulado el año anterior por el virrey, Mateo Zumalde, capitán del galeón llamado San Cristóbal, envió un destacamento de 13 marineros a la costa para contactar con la misión. En contraste con la experiencia previa, fueron atacados por un grupo de pericúes, siendo todos asesinados. Sobre lo que siguió existen por lo menos dos versiones: la primera es que al no tener noticia del destacamento, el capitán habría enviado un segundo grupo formado por soldados, quienes descubrieron lo sucedido y mataron a varios indios que intentaban quitar los hierros del bote; la segunda es que un grupo de indígenas habrían nadado hasta el galeón, al cual abordaron fingiendo amistad, pero una vez a bordo fueron descubiertos en sus planes, de modo que los soldados mataron a varios y tomaron algunos prisioneros, quienes confesaron sus planes de apoderarse de la embarcación.
El virrey se había abstenido de intervenir mientras la rebelión había afectado solo los intereses misionales, al punto de ser acusado de negligencia por el provincial de los jesuitas ante el rey, pero el ataque al Galeón de Manila puso en jaque a la principal ruta comercial del imperio en el Pacífico, por lo que no tardó en tomar cartas en el asunto. Los misioneros habían pedido que enviara al capitán Juan Bautista de Anza, con quien llevaban una buena relación en Sonora, pero como éstos se habían saltado su autoridad al acudir directamente al rey, decidió enviar a Manuel Bernal de Huidobro, gobernador de Sinaloa y enemigo de los jesuitas, pues este último apostaba por la secularización de las misiones y la liberación de la mano de obra indígena en la región. Huidobro llegó a la península a finales de 1735, y a diferencia del carácter punitivo de la primera expedición, recurrió a métodos menos violentos, pues ofreció el indultó a cambio de la rendición a los presuntos rebeldes, al tiempo que les prometió que se les repartirían tierras para que ellos las cultivaran. Los jesuitas desaprobaron estas medidas, pues según ellos, Huidobro halagaba a los "apóstatas" en lugar de castigarlos, lo cual motivaría futuras rebeliones en lugar de inhibirlas.
El carácter nómada de los nativos de la península y el que muchos de ellos se rehusaron a pactar con Huidobro prolongaron el proceso de pacificación, de modo a finales de 1736 el gobernador cambió de táctica, apresando a varios indígenas y ofreciéndoles la paz a cambio de que entregaran a los cabecillas. En unos meses fueron capturados alrededor de 25 indígenas, quienes fueron condenados al destierro. De acuerdo con Miguel Venegas, éstos intentaron apoderarse de la embarcación en la que viajaban, por lo que los soldados abrieron fuego y dejaron solo a dos con vida, quienes "fueron los primeros en poner sobre los Venerables Mártires sus sacrílegas manos"; ambos habrían muerto en el destierro y sin sacramentos. También en 1736 se instaló una nueva guarnición de soldados cerca del Cabo San Lucas, destinada a proteger tanto las misiones como al Galeón de Manila, destacando su independencia con respecto al presidio de Loreto. Huidobro regresó a Sinaloa en 1738, quedándose la región otrora sublevada bajo el mando militar de Bernardo Rodríguez, y después de Pedro Álvarez de Acevedo.
Las misiones de Santiago y San José del Cabo fueron pronto refundadas, la primera por el bohemio Santiago Tempis y la segunda por Taraval, y el Galeón de Manila volvió a hacer escala en el puerto de San Bernabé en 1740, cuando arribó la embarcación llamada Santísima Trinidad, dirigida por José Eslava. En ese mismo año la influencia de Huidobro sobre la región se aminoró, pues estalló una rebelión por parte de los yaquis en Sonora, por lo que los jesuitas recuperaron el control militar de la zona desde el presidio de Loreto al año siguiente. Si bien ningún levantamiento volvió a poner en jaque de este modo al sistema misional de la península, las rebeliones y la resistencia por parte de los indígenas peninsulares persistieron. En 1740 se sublevaron algunos pericúes, pero se limitaron a matar un sirviente y algunas cabezas de ganado. Ese mismo año se levantaron algunos los hucitíes en La Paz y Todos Santos, contra los cuales se emprendió una auténtica campaña de exterminio. En 1755 un grupo de 40 guaycuras atacaron la misión de Todos Santos, asesinando a ocho personas; la mayoría capitularon ante la tropa tras ser abatidos diez de ellos. Finalmente, en 1760 un grupo de 20 pericúes de Santiago demandaron que se les repartieran tierras de cultivo, quienes al no ser atendidos robaron una lancha y se embarcaron con rumbo a Sinaloa para buscar el apoyo de las autoridades civiles; la gestión fue inútil y todos devueltos a la misión. Al año siguiente se repitió la anécdota, con los mismos resultados. De acuerdo con Ignacio del Río, el temor a una nueva rebelión generalizada persistió hasta la expulsión de los jesuitas.
Algunas interrogantes
Si bien estos acontecimientos han sido analizados por varios historiadores de la etapa colonial, hay aspectos sobre los que en mi opinión valdría la pena profundizar, apelando no solo al pasado novohispano sino a las implicaciones que podrían tener si los visualizamos como parte de la primera globalización. En primer lugar valdría la pena indagar en las causas de la rebelión. La mayoría de los autores suscriben al menos parcialmente la tesis de Taraval: el detonante fue el descontento de dos líderes entre los indígenas, de origen mulato, debido a la prohibición de la poligamia. Tanto Francisco Xavier Clavijero como Harry Crosby han señalado que la práctica de la poligamia se había acentuado debido a la elevada mortalidad que ocasionaron las epidemias entre la población nativa (aunque difieren sobre cuál era el sexo más afectado). Teniendo en cuenta que los sujetos más agraviados por su prohibición no eran indígenas, conviene preguntarnos si más que tratarse de la resistencia de los nativos ante un violento proceso de aculturación, como propone Ignacio del Río, no se trataría más bien de un complejo escenario donde los misioneros intentaban prohibir una práctica propiciada indirectamente por su propia presencia. La mayor dificultad para responder a esto es que los registros sacramentales de las misiones del sur fueron destruidos durante la rebelión, pero podríamos aproximarnos a ello si analizamos otros casos similares, inclusive fuera del noroeste de México. Otra de las causas ha sido enunciada por Salvador Bernabéu y es la resistencia indígena al castigo corporal practicado en las misiones. Esto, junto con la imposición de la monogamia y los intentos de adoctrinamiento bien podría inscribirse como parte del proceso de disciplinamiento social ocurrido dentro del mundo occidental a partir del siglo XVI, ya que existen buenas razones para pensar que éste fue uno de los aspectos medulares de la reforma católica y del sistema misional en el continente americano, siendo el intento de los jesuitas por "civilizar" a los nativos de la península similar no sólo a otras experiencias misionales en el Nuevo Mundo, sino también a lo que se pretendía lograr con los campesinos europeos.
Otro aspecto que vincula esta rebelión con procesos de carácter global, quizá de manera más directa, es su relación con el Galeón de Manila. Tenemos noticia de que el trayecto de regreso desde las Filipinas hacia Acapulco era considerablemente más extenso y peligroso que el de ida, y que éste se acortó notablemente cuando la islas de Cedros, la de Guadalupe y el Cabo San Lucas se incorporaron a la ruta, pasando de los 190 días en el siglo XVII a un aproximado entre 90 y 120 hacia mediados del XVIII. Debido a su importancia, resulta comprensible la premura con la que el virreinato intento recuperar el control de la zona, prefiriendo recurrir a métodos "pacíficos" que al castigo ejemplar que se practicaba en las misiones. Una pregunta que me surge es si existe un patrón en cuanto a los métodos de pacificación empleados por el imperio español en las rebeliones que afectaron los puntos medulares de sus rutas comerciales. Por otra parte, sería interesante indagar sobre el tipo de relaciones tejidas en torno al Galeón en la península, por ejemplo, en el comercio ilegal o contrabando, que fue el motivo del arresto de Bernal de Huidobro hacia 1741, en la correspondencia que sabemos que existía entre los misioneros de Baja California y los de Filipinas, e incluso en la piratería, siendo esta última una de las posibles explicaciones sobre el origen de los dos mulatos que iniciaron la rebelión ¿Se trataba de casos de cimarronaje? ¿Qué tan común y relevante era esto en las misiones sudcalifornianas?
Sin embargo, el tema que me resulta más interesante tiene más que ver con la crítica de las llamadas fuentes primarias. Si bien existen algunos trabajos sobre el tema que se han tomado en serio los desafíos lanzados por el giro lingüístico y la nueva historia cultural, centrando su atención en los elementos retóricos, teológicos y comunicacionales de las crónicas jesuitas sobre el noroeste, éstos circunscriben su análisis a las representaciones novohispanas y evitan evaluar su veracidad. En este caso me interesa destacar algunos elementos que las crónicas presentan como "reales" y que suelen ser tomados como datos etnográficos, pero que bien podrían ser antes que otra cosa elementos discursivos de la estructura hagiográfica con la que la rebelión y el martirio de los misioneros fue interpretada, escrita y difundida.
Antes que otra cosa, es importante tener en cuenta que el martirio bien puede considerarse un fenómeno global, y la propia historiografía jesuita nos permite aproximarnos a él. De acuerdo con el documento Testigos de santidad en la compañía de Jesús, publicado por la provincia chilena de dicha orden, en 2008 los jesuitas contaban con 50 santos, 150 beatos, 45 "venerables siervos de Dios" y 176 "siervos de Dios". De los 421 personajes reconocidos con estas categorías, 335 lo son en calidad de mártires, es decir, alrededor del 80%; esta proporción está aún más marcada en los beatos, de los cuales el 95 murieron en condiciones de martirio. De estos 335 mártires, 251, es decir, tres cuartas partes, corresponden al período que va de los siglos XVI al XVIII, es decir, desde la creación de la SJ hasta su supresión; no obstante, cabe señalar que por lo menos 25 jesuitas fueron asesinados durante la revolución francesa, aunque la orden había sido suprimida en 1773. Tanto las cifras como los lugares de martirio nos permiten darnos una idea de que este fenómeno fue parte de la primera globalización. Sin embargo, es posible que los números sean mayores, pues el documento omite el caso de varios "proto-mártires", entre los cuales se encuentran los de Baja California.
En el siglo XVI se cuentan 82 mártires, los cuales parecen haber estado más asociados con las guerras de religión que con las tierras de misión. El caso más destacado es el de un total de 52 jesuitas asesinados en el Atlántico de camino hacia Brasil por fuerzas armadas inglesas; los conflictos entre católicos y protestantes cobraron también la vida de varios jesuitas en Francia, Inglaterra y Gales. Con respecto a las tierras de misión, en este siglo murieron jesuitas en África, Norteamérica, Etiopia, India y Japón. El siglo XVII fue el que dio más mártires a la orden, con un total de 136. El cambio de época puede notarse en el hecho de que ahora la mayoría de ellos murieron en tierras de misión, siendo Japón el caso más significativo, con 50 jesuitas asesinados, junto con algunos miembros de otras órdenes y laicos, la mayoría de origen japonés; esto se debió a las políticas del shogunato Tokugawa, que veían al cristianismo como una amenaza para la unidad japonesa. Otros lugares de martirio en este siglo fueron Canadá, la Patagonia, las reducciones del Paraguay, el noroeste de la Nueva España, Etiopía y las Islas Marianas. Sin embargo, los conflictos religiosos en Europa persistieron, dejando un saldo de 49 jesuitas muertos en Inglaterra, y algunos casos similares en Irlanda, Escocia, Polonia y Bohemia. El siglo XVIII parece haber sido menos violento, pues solo se cuentan 8 casos antes de la supresión, 2 en China y 6 en Vietnam, además de los 25 de la revolución francesa.
El siglo XIX tuvo únicamente 12, 5 de los cuales fallecieron durante la comuna de París, 6 en las misiones de Líbano y uno en la de Madagascar. Además del debilitamiento de la compañía durante los años de supresión, la dinámica globalizante del siglo, marcada por el desmembramiento de los imperios ibéricos y el ascenso de Inglaterra como principal potencia imperialista, nos explica el escaso número de mártires. Sin embargo el martirio no desapareció ni de la retórica y la historiografía jesuita ni de su experiencia, pues el siglo XX les dio más mártires que el XVIII y el XIX juntos. Esta vez ya no eran las guerras de religión y la hostilidad de los nativos de las tierras de misión al catolicismo, sino los conflictos bélicos modernos y el ascenso de regímenes anticlericales asociados con procesos revolucionarios: la revolución china, la guerra civil española, la segunda guerra mundial en Polonia y la guerra cristera en México.
Cuadro 2. Mártires de la Compañía de Jesús
País actual
Siglo XVI
Siglo XVII
Siglo XVIII
Siglo XIX
Siglo XX
Total
Inglaterra y Gales
9
49
0
0
0
58
Japón
3
50
0
0
0
53
Brasil (en camino)
52
0
0
0
0
52
España
0
0
0
0
52
52
Francia
2
0
25
5
0
32
Polonia
0
1
0
0
15
16
Estados Unidos
8
3
0
0
0
11
México
0
8
0
0
1
9
Etiopía
1
7
0
0
0
8
China
0
0
2
0
4
6
India
6
1
0
0
0
7
Líbano
0
0
0
6
0
6
Vietnam
0
0
6
0
0
6
Canadá
0
5
0
0
0
5
Chile
0
3
0
0
0
3
Paraguay
0
3
0
0
0
3
Eslovaquia
0
2
0
0
0
2
Madagascar
0
0
0
1
0
1
Argentina
0
1
0
0
0
1
Escocia
0
1
0
0
0
1
Irlanda
0
1
0
0
0
1
Islas Marianas
0
1
0
0
0
1
Zimbawe
1
0
0
0
0
1
Total
82
136
33
12
72
335
Fuente: Elaboración propia con base en Salas, Testigos de Santidad.
La mayoría de estos mártires dieron lugar a relatos hagiográficos, que lejos de lamentar la violencia existente en los confines de los imperios católicos, ensalzan la sangre derramada en nombre de la fe cristiana cual semilla que una vez sembrada en las tierras de misión, habría de redituar en frutos en el tiempo futuro, es decir, en la conversión de los infieles y el triunfo del reino de Dios. Se trata de una lógica que puede resultarnos difícil de comprender, pero que articula tanto la experiencia como los relatos de la compañía de Jesús, y que nos permite explicar el lujo de detalle con el que, por ejemplo, Segismundo Taraval describió el proceso que llevó al martirio de sus compañeros en las misiones de Baja California, el cual ciertamente no presenció. Además de honrar su memoria, buscaba informar a los benefactores de la misión que en esas tierras había ocurrido un auténtico martirio.
Tanto la muerte de los padres Carranco y Tamaral como las fuentes primarias que dieron testimonio de ello deben situarse en esta "economía del martirio", lo que nos obliga a poner en entredicho varios de los elementos que tanto la historiografía jesuita como los historiadores modernos han tomado como "verdaderos". El más destacable de ellos es el supuesto liderazgo de los mulatos Chícori y Botón, presuntamente iniciadores de la sublevación, pues aunque Ignacio del Río resalta que éste fue más bien efímero, pues cuesta trabajo creer que grupos con una organización "primitiva" se diera un movimiento de este tipo, han sido tomados como un elemento fundamental para explicar los orígenes de la rebelión. Tal vez habría que situar este elemento no en los acontecimientos como tal, sino en la estructura con la que el cristianismo ha narrado el martirio desde sus inicios, donde la muerte del testigo (significado literal de mártir) era siempre resultado de la maquinación de un gobernante tirano, cuyos intereses se veían amenazados por la conversión de sus súbditos. Estos relatos, referidos inicialmente a los primeros cristianos, se desvanecieron conforme los reinos paganos de Europa se convirtieron al cristianismo, pero revivieron hacia el siglo XVI con la evangelización de los pueblos no europeos y el advenimiento de los reinos protestantes, donde muchos católicos fueron asesinados, y sus muertes fueron narradas con elementos homólogos a los de los primeros cristianos. Así, ya no era César Nerón, sino los Shogunes japoneses, los príncipes protestantes, los brahmanes hindús y los caciques indios quienes en estos relatos, ordenaban el martirio de los católicos. De este modo, el motivo del tirano detrás del martirio de misioneros jesuitas aparece en los relatos de Canadá, Florida, Sierra Tarahumara, Brasil, Paraguay, Patagonia, Japón y la India, sin mencionar los referidos a la Europa protestante.
Pero este no es el único elemento común con otros relatos. La estrecha relación entre gobernantes y "brujos" o "hechiceros", la poligamia y la lujuria de los líderes paganos que entraba en conflicto con la devoción de alguna de sus mujeres que deseaba convertiste al cristianismo, la blasfemia de los indígenas sublevados, la destrucción de los símbolos religiosos, los diálogos previos al asesinato no sólo de los misioneros sino también de algunos fieles indígenas conversos, y algunos detalles como la forma en que las víctimas eran "despojadas de sus vestiduras", las cuales eran repartidas entre los verdugos, y la abnegación con la que los misioneros aceptaban su destino, son elementos que aparecen de forma más o menos constante en los relatos de los jesuitas martirizados a lo largo del mundo.
La conversión de mujeres de origen pagano que terminaban siendo devotas cristianas se encuentra presente, por ejemplo, en las narraciones sobre la misión canadiense que llegaron a circular en la Nueva España, destacando el caso de Catalina Tekakouitha, una mística cuya vida y muerte fueron divulgadas por los jesuitas como un relato ejemplar y edificante. Otro caso destacable muy parecido es el de Magdalena de Nagasaki, hermana de la orden terciaria de los agustinos quien vivió y murió en condiciones de martirio durante la primera mitad del siglo XVII en Japón, y que fue beatificada y canonizada durante los años ochenta del siglo XX. El detalle específico de gobernantes molestos con los misioneros porque éstos reprobaban y denunciaban su práctica de la poligamia es también un motivo recurrente, atravesando la narración sobre los primeros mártires de la India, los de la Patagonia, los de las reducciones del Paraguay y los del noroeste de la Nueva España, por mencionar algunos casos. De igual manera, los diálogos irónicos entre los verdugos y algunos indígenas conversos que se mantuvieron fieles hasta el final en compañía de los sacerdotes, así como la profanación de los objetos y símbolos religiosos después del asesinato, son también elementos que aparecen una y otra vez en textos que remiten a experiencias diversas, desde la hostilidad de pueblos seminómadas hacia la penetración colonial hasta las guerras de religión entre los imperios católicos y protestantes.
¿Debemos entonces renunciar a la posibilidad de conocer lo que verdaderamente ocurrió en este tipo de escenarios, y entender las crónicas jesuitas sólo como textos literarios? No necesariamente, en mi opinión, habría más bien que realizar un esfuerzo por discernir entre los elementos verdaderos, ficticios y falsos contenidos en las fuentes, y por situarlas como expresiones de la experiencia misional, que si bien no reflejan las cosas "tal y como sucedieron", lo hacen tal y como los jesuitas las vivieron e interpretaron. Por ello, vale la pena preguntarnos sobre la forma en que estas narraciones fueron modificándose a través de su reescritura, en la medida que cronistas como Venegas, Del Barco, Baegert o Clavijero añadieron elementos alegóricos y simbólicos al relato de Taraval, y cómo estos respondieron a los contextos de circulación de sus textos, dentro y fuera de las fronteras del imperio español.
Por ejemplo, podemos tener la certeza de que la ocupación misional en la península de Baja California, la rebelión de 1734, el asesinato de los padres Carranco y Tamaral, o la caída demográfica de la población nativa son sucesos "reales", y lo podemos verificar por fuentes distintas a los relatos de los jesuitas. Sin embargo, muchos de estos acontecimientos fueron narrados por testigos de segunda o tercera mano, pues ninguno de los autores que escribió sobre ellos los presenció, y éstos los re-elaboraron y ordenaron por medio de una estructura ficticia: la de las hagiografías sobre el martirio. Por ello, es probable que las causas de la rebelión enunciadas, el protagonismo de los líderes, la participación de los indígenas conversos e incluso la magnitud de la poligamia, aun y cuando no se trate de una completa invención de los cronistas, corresponden más bien al orden de la ficción que ordenó su narrativa. Es en la historiografía "oficial" sobre las misiones, publicada por Miguel Venegas y Marcos Burriel, donde aparecen elementos que parecen ser una completa invención de los autores, tales como el intento de los indígenas sublevados de tomar el Galeón de Manila en 1735, o el motín encabezado por los prisioneros de Bernal de Huidobro en 1737, donde la tripulación habría asesinado a la mayoría de éstos, con excepción de los asesinos de los misioneros, quienes según el texto, murieron sin recibir sacramentos y desterrados en una isla alejada de la civilización. Estos detalles que buscan enfatizar la maldad de los sublevados, así como un final cómico donde la providencia hizo justicia, pueden ser considerados como falsos desde el punto de vista factual, pero aun así, nos permiten aproximarnos a la imaginación histórica de la compañía de Jesús, en la cual los actores humanos eran movidos, en última instancia, por su adhesión a una de las "dos banderas" mencionadas en los Ejercicios Espirituales, la del "Reino de Dios" y la de sus enemigos.
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