La pureza de la ficción (reseña de \"Todas las lunas\", de Gisela Kozak Rovero)

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Descripción

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Domingo 9 de diciembre de 2012 Nº 81

Andrés Moncada

Las hallacas plateadas de

Isa Dobles Cada fin de año se viste de delantal y empapela con aluminio sus hallacas. Fue la estrella de la televisión venezolana en los años 80. Hoy es madre, abuela y bisabuela, mientras escribe sus memorias que son testimonio de una vida

P/24 y 25

Hilando el tiempo

La gaita de mis amores

Tres sastres italianos, entre telas y agujas, recuerdan la época de oro de una Caracas bien vestida

Hay canciones indispensables que nos recuerdan el sabor de la navidad. Aquí los 20 temas que acompañan la parranda P/ 22

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Actualidad

Modistos artesanales en peligro de extinción

Cortometraje

La posibilidad de un final feliz Lucas García @LucasGarciaP

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Los que se quedaron Dino, Nino y Vito forman parte de la última generación de sastres que aún se mantienen activos. En sus talleres la confección es un arte, el detalle el protagonista, y la paciencia el mejor socio

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o pasa todas las veces pero, de vez en cuando, una cola me agarra fuera de base. No cualquier cola, porque si no, en Caracas, mi psique hubiera protagonizado un par de Fukushimas, y olvídate del tango, antorcha humana, estas líneas se estarían redactando desde una habitación acolchada del frenopático. Me refiero a esas colas que de repente se ciernen sobre uno en un trayecto que tenemos calculado para unos minutos. Un espacio que no debería tardar en recorrerse unos momentos y que los dioses del tránsito han decido complicar porque, sincerémonos, los dioses del tránsito son unos hijos de perra. Y uno es un tipo duro en el camino y una cola no lo desequilibra, pero cuando viene de la nada, cuando uno juraba que en media hora ibas y venías, y de repente chequeas el Casio y te das cuenta de que tres horas de tu vida han transcurrido entre neutro y primera, algo en tu interior cede y se te van un poco las metras. Y no pasa todas las veces pero cuando pasa, a mí me da por enumerar todas las razones por las cuales creo que los Mayas la van a pegar. Si estoy acompañado por mi esposa, por ejemplo, recito estas razones en voz alta, por eso que dijo el cura de en las buenas y en las malas.

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–¿Cómo no va ir mal todo si Charly García se tomó una foto con Ricky Martin? –digo–. ¡Y en un musical de Evita, Dios Santo! ¿Cómo no va a haber una cola si hubo 500 muertos en la morgue, solo en un mes? ¿Cómo no se va a ir todo al garete si el regatteon es la música más escuchada en el mundo? –Bájale dos, papá –dice mi señora. –Es que no hay manera –mascullo–, es que no se puede. ¿Cómo pudimos ser tan inconscientes para traer un niño a este valle de lágrimas, Jesús bendito? ¿Cómo no va a ser esto un infierno cuando la heladera se pega al marido y el suegro y lo corta en pedazos y los mete con los helados? –Relájate, que es solo una cola, mi amor –dice mi esposa. –¿Una cola? ¿Y por qué? ¿A cuenta de qué? ¿Cuál es el sentido? La gente se pregunta por qué Dios permite el sufrimiento, pero eso es una pistolada. ¡A mí lo que de verdad me saca la piedra es que no haga algo con este poco de carros, chica! Frase que parece tener un efecto metafísico porque en ese momento solemos avanzar a una velocidad superior a la de los caracoles y el musgo y salir de aquel embotellamiento. –¿Ves? –dice mi señora, sonriéndole a mi perplejidad–. Siempre hay la posibilidad de un final feliz.

Directora: Toña Bethencourt Diseño: Pedro Rafael Pérez Q. Redactor: Boris D. Saavedra R. Colaboradores: Aline dos Reis, Esteban Pérez Ruiz, Oriana Rivas, Nadia Gonçalves, Leonardo Angulo, Omar Osorio Amoretti y Fabricio Rojas. Articulistas: Lucas García y Héctor Torres email: [email protected]

Indira Rojas [email protected]

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os pulmones de Dino Castorani se inflan de nicotina mientras los labios se despegan del cigarrillo con placer. Son las cuatro de la tarde, no hay clientes en el local, solo queda un empleado en el taller, y se siente libre de espolvorear la atmósfera con las humaredas breves que expulsa. Detrás de él un cartel reza: “Espacio 100% libre de humo”. Al igual que el cigarrillo, el café se ha convertido en un acompañante necesario. El almuerzo cierra con un café espresso, expresión de su naturaleza italiana. “Yo le digo al cafetero ‘dame un Dino’ y él sabe que debe prepararlo como a mí me gusta”. Regresa al taller para culminar con la chaqueta que lleva confeccionando toda la semana. La jornada, como el vicio, es sagrada. “La sastrería es un arte, mi amor, un traje se hace en cinco días o más. Tienes que querer este oficio, yo amo lo que hago”, dice. Castorani, de 72 años de edad, pertenece a una generación de sastres que arribaron al país entre las décadas de los 60 y los 70. Preserva

una nostalgia breve hacia su país natal, sin embargo volver no es su opción definitiva. Igual que sus colegas, aún se aferra a su sastrería y a los recuerdos que viven en ella. Nino Carbone y Vito Finiello también tienen cuentos de migración, arte y sacrificio, y los tres formaron parte de la extinguida Asociación Venezolana de Maestros Sastres. Rey sin heredero Vito tiene a su lado una niña que sonríe y lo miraba con interés. “Esa es mi hija menor”, dijo Settimia –hija de Vito–, que había salido de la cocina, con la intención de que su padre almorzara. El sastre alza la mirada y le dice con cariño que aún no va a comer. “Yo quise enseñarle a ella (nieta) el arte de la sastrería, pero su madre no me dejó. Decía que eso era cosa de hombres, no quiso. No quiso que le siguiera enseñando”. Settimia acepta que cuando su padre ya no se dedique al oficio no habrá nadie que continúe el trabajo en el taller de Las Mercedes. Hasta ahí llega la “Sastrería Vito Finiello”. “Por mí que dure cien años más, no quiero

pensar qué pasará con la sastrería si él decide retirarse. Por ahora mis hermanas y yo no lo obligamos a dejar esto porque entonces se sentiría inútil”. Inútil. Una palabra que les da miedo, que hace brincar a los sastres de sus sillas. “Abandonar el trabajo… eso solo hace que uno se muera más rápido”. Dino tiene una suerte similar: dos hijas, ningún heredero. Prefirió la muerte natural del negocio antes que obligar a sus hijas a aprender el oficio. Todos los días, incluidos los sábados, abre el local en el Centro Comercial Lido a las 11:00 am, almuerza, toma el café y se va a las cinco. Antes se permitía una siesta, pero la reducción de personal en los últimos años aumenta la carga de la jornada . “Hoy está muy difícil conseguir personas comprometidas que trabajen en la sastrería”. El verdadero dolor de cabeza de estos maestros. La marca, el nombre Nino Carbone conoció a Eladio Larez cuando almorzaban en el Lee Hamilton un tarde en el año 2000. Sin otra publicidad que la recomen-

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Ciudad taquicardia

en el ruedo El espejo Héctor Torres @Hectorres

Indira Rojas

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dación de un amigo, el conductor de ¿Quién quiere ser millonario? decidió contactarlo. Ya van 12 años de amistad, y Larez no tiene planes de otorgar su fidelidad a otro sastre. La clientela ha mermado. Nino afirma sin mucha preocupación que “unos se han ido del país, y otros amigos han muerto”, pero esto no es razón para cerrar la puerta. Así como Nino, sus colegas han cultivado amistades que piden incluso más de un traje por mes. Cada pieza hecha a la medida tiene un costo entre 12 mil y 40 mil bolívares. Son estos clientes fieles los que traen a las puertas de las sastrerías otros posibles interesados, y es así como se genera una reputación. Bajo perfil, alta clientela. Poca exposición, mucha calidad. El prestigio les ha dado el potencial de una marca: su nombre es la voz de la elegancia y el estilo. Uniformes de lujo Giancarlo, hijo menor de Nino, confiesa que pasar parte de la tarde de los fines de semana en la sastrería viendo trabajar sin descanso a su padre, fue una advertencia. Sin embargo, esto no le quitó las ganas de dejar un aporte al negocio. Luego de graduarse de contador público en la Ucab, Giancarlo ingenió un proyecto de venta de uniformes bajo el nombre de N.C Confecciones. Una oferta plus para algunos clientes, a quienes se les ofrecía la confección de uniformes corporativos.

Las primeras puntadas La investigación de Adela Pellegrino, Historia de la inmigración en Venezuela, siglos XIX y XX, reúne cifras estadísticas de la década de los 60 sobre las actividades artesanales en el país. En ellas se destaca que más de uno de cada cuatro inmigrantes se dedicaba a este tipo de trabajos. Ya en 1930 se encontraban nueve sastrerías en el territorio nacional. De las doce clases de negocios existentes en la rama comercial, este oficio se destacaba entre los tres primeros.

No busca competir con otras compañías del mismo rubro, su misión es residir en el nicho cultivado por Carbone. Tal vez, en los deseos de Nino, solo faltaría agregar un nieto que continúe su oficio. Yohanna Contreras, hija de su primer matrimonio, no tiene hijos. Pietro, su hijo mayor y reconocido barista, es padre de dos niñas que no superan los 8 años de edad y Giancarlo tiene una pequeña de cuatro. Nino sabe que iniciar a sus nietas en el oficio es una misión de locos, una idea casi utópica. Pero el fácil experimento de soñar mantiene en él un sueño. “Yo alguna vez dije que si tenía un nieto que se inclinara por la sastrería yo viviría por 120 años, primero por la felicidad que eso me traería, y segundo para que me diera tiempo de enseñarle todo”.

ay venezolanos que no tienen el hábito de verse en el espejo. Y quien no se ve en el espejo no puede reconocerse en la calle, en medio de una multitud. Hay venezolanos que tienen tan poca costumbre de verse a sí mismos que solo lo hacen, de forma fugaz e inconsciente, cuando se reflejan en otros. Usualmente descubren lo desagradable que son. Usualmente, se niegan a reconocerse. Construyamos un personaje tipo, a efectos de ilustrar el punto. Nuestro personaje es dueño de un pequeño negocio, una pequeña fábrica o tiene un importante cargo en una empresa. Quizá ejerce una profesión liberal. En cualquiera de los casos, tiene sobre su entorno menos influencia de lo que se adjudica. Es decir que, en un infinito narcisismo, se sobrestima de una manera hiperbólica. A nuestro personaje le encanta hablar, pero eso de escuchar no se le da muy bien. Supone que, donde llega, su presencia es recibida con alborozo. Tanto, que le encanta echar chistes y cuentos larguísimos con los cuales tortura a sus subordinados o empleados. Y hasta a sus incautos visitantes. En una palabra, es un pesado. A nuestro personaje le encanta juzgar, pero suele ser autoindulgente. De hecho, parte de su narcisismo lo lleva a vivir en una permanente lástima de sí mismo que le resulta útil para justificar sus faltas y errores. Porque, eso sí, nuestro personaje no comete errores. O no los acepta jamás, que viene a ser lo mismo. Nuestro personaje es desleal. Pero, como es obvio en esos casos, exige una lealtad perruna. Solo eso calma su permanente ansiedad, que es decir: su miedo. Ese miedo lo lleva a ser déspota, inseguro, rencoroso y desconfiado.

D Eso de vivir en el miedo (acompañado de una arrogancia que le impide reconocer errores) se evidencia en un elocuente síntoma: suele ser déspota. Y, como se sabe, el que se acostumbra a ser déspota va sumergiendo su carácter en la abyecta cobardía. Es de esos que juegan solo si la situación lo favorece. No soporta competir en igualdad de condiciones, porque no tiene la fuerza moral para perder con elegancia. Nuestro personaje es arrogante, engreído, exagerado, mentiroso y, por sobre todas las cosas, es poseedor de un adjetivo que define esa mezcla de pedantería, inseguridad y necesidad de atención: es pantallero. Fantasea con unas virtudes que no tiene. Como buen venezolano, cuando tiene que aparentar ser afable, lo hace con cierta gracia. Pero es una impostura, porque para ser genuinamente amable y hospitalario, hay que ser generoso de corazón. Y, ya sabemos, vive con demasiado miedo para alcanzar esa hermosa virtud de manera honesta. Nuestro personaje ha votado contra“el caudillo”en todas las elecciones. No solo eso: siente por él un odio visceral. Tanto, que es su tema más apasionante. Es el culpable, según él, de su infelicidad. Nuestro personaje olvida que antes de “el caudillo” también era infeliz y también odiaba apasionadamente a alguien. Y luego de “el caudillo” también odiará a alguien con igual pasión. Nuestro personaje ignora, también, que boxea con la sombra, que ante la falta de costumbre de reconocerse, no nota que pelea con su espejo.Queéleselenemigoquetanto persigue. Que se odia a sí mismo proyectado en otro que lo muestra, patético, en todo su esplendor. Que él muy bien podría ser “el caudillo”. Que, de una forma, lo es.

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Saberes

@diaD_diario2001

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Los sesenta como cenit de la cultura capitalina

Ecos de lectura

El tiempo pasa la página

La pureza de la ficción Omar Osorio Amoretti @osorioamoretti

Daniel Enrique Torrealba retrató a un librero de 37 años de experiencia. El objetivo: revivir las glorias de las librerías caraqueñas y de un oficio que se diluye entre polvo y estantes

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Homenaje literario El tesista afirma que su trabajo busca reconocer la importancia de Rodríguez y de la librería Lectura dentro del mundo de los textos en Caracas. “Asimismo sirve de homenaje a todas las librerías, y los libreros, que contribuyeron a darle una cara más amable a la capital de Venezuela”, añade. El trabajo de grado de Torrealba se dividió en tres capítulos:

“El emigrante”, dedicado a la vida en Uruguay de Walter Rodríguez, quien llegó a Venezuela en 1975 para trabajar como librero en Lectura. El segundo capítulo, de nombre “La reinvención”, trata de la historia de la librería Lectura y su relación con la ciudad de Caracas desde 1951 hasta 2011. Por último, “El sobreviviente”, abarca los cambios sufridos por las distintas librerías capitalinas para lograr posicionarse como opción de entretenimiento cultural.

Ícono caraqueño Torrealba explica que en los 60 años de existencia de Lectura fue considerada la mejor librería de Venezuela. “No existió novedad editorial que no estuviera en la librería atendida por Walter Rodríguez. Los libros de arte y arquitectura estaban a la orden del día, al igual que las revistas y los cómics que reposaban en los anaqueles”. Como conclusión, el tesista afirma que el destino de los libre-

Archivo

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as librerías desaparecen. Espacios como Lectura, Soberbia o Librería del Ateneo de Caracas cerraron sus puertas y se llevaron la Caracas cosmopolita de los años sesenta, una ciudad que privilegiaba la lectura. Con base en esto, Daniel Enrique Torrealba Febres-Cordero, estudiante de Comunicación Social de la Universidad Católica Andrés Bellos, utilizó la semblanza para desarrollar su trabajo de grado. “El objetivo de esta tesis es batir parcialmente ese olvido y recordar una Caracas, que si no extinta, es una que en muy poco se parece a la actual. El asidero para realizar este trabajo es Walter Mario Rodríguez Pilatti, un librero uruguayo que llegó a Venezuela durante la década de los setenta. Su principal trinchera fue la librería Lectura, ubicada en el C. C. Chacaíto, y en la cual trabajó durante 37 años, hasta el cierre de la misma en 2011”, dice el investigador.

ros parece ser incierto. “Quizás, haya que ser experto en cábala para adivinar la fecha de caducidad del oficio. Quizá dentro de algunos años este oficio tanga la misma suerte de ser cochero, farolero, partera o campanero, y solo sea nombrado para evocar el pasado. Si así llegara a ocurrir sirva esta tesis para dejar constancia de la importancia del librero dentro de la sociedad y la cultura a través del ejemplo de Walter, un maestro librero”, concluye el tesista.

Ficha técnica

Autor: Daniel Enrique Torrealba Febres-Cordero

Tutor: Prof. Sebastián De La Nuez

Sobre el autor

Jurado: Prof. Patricia Guzmán Prof. Aline Dos Reis

Extensión: 150 páginas

Título Obtenido: Licenciado en Comunicación Social, mención Periodismo

Tipo de Investigación: Semblanza

Institución Académica: Universidad Católica Andrés Bello

Calificación: 20 puntos

Fecha: Octubre de 2012

Daniel Enrique Torrealba Febres-Cordero tiene 24 años de edad y actualmente es administrador de tiempo libre

Cortesía del tesista

Título: Walter, auge y ocaso de un maestro librero

Si deseas postular tu tesis, escríbenos a

[email protected]

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ace semanas atrás escribí sobre Gisela Kozak Rovero. Ahora la editorial Equinoccio ha traído a la luz pública su último trabajo, Todas las lunas, finalista del cuarto Premio de la Crítica a la Novela. No creo estar engañando al lector de esta columna cuando digo que es, hasta los momentos, el proyecto literario más ambicioso, complejo y novedoso que la autora ha elaborado. Desde el punto de vista temático, difiere de temas consecuentes en sus textos anteriores, tales como la ciudad caraqueña y los aspectos representativos de su época (pienso en Latidos de Caracas y En rojo, básicamente). Pero eso es solo la superficie, la consecuencia natural de una idea mayor. Seré directo: el principal valor de esta novela radica en la función distinta con que se emplea el concepto de “representación” al momento de narrarse la historia. Comparémoslo por ejemplo con su último libro de cuentos, En rojo (2011), ya reseñado acá en su momento. En él, la autora pretende plasmar una imagen de la Venezuela de nuestros tiempos. Desarrolla, por decirlo así, una narrativa contextualizada, elaborada desde el modelo literario tradicional de la verosimilitud (la famosa “mímesis”, teorizada por Aristóteles). Todas las lunas, por el contrario, evita este esquema. Más aún, busca ser su contrario, pues Kozak Rovero plantea con esas historias abiertamente ficticias, con esos personajes atípicos y con esa atmósfera irreal (uso estos adjetivos en el mejor sentido del término) una manera de narrar pura, independiente, sin importarle mucho que los acontecimientos se parezcan o no a los eventos que podrían ocurrir en nuestra realidad. Lo anterior explicaría perfectamente por qué algunas reseñas vieron en esta obra la presencia de personajes “líricos” o “simbólicos”, de historias “fantásticas”, cargadas de intensa emotividad. Es la percepción lógica propia de una obra que reivindica, al evadir el modo de escritura heredado del realismo del siglo XIX, los poderes infinitos del lenguaje y la imaginación como elementos genuinos del quehacer literario. Se trata en el fondo de ejecutar, tal y como se dice en una parte del libro, un “simulacro puro limpio de realidad”. Pie de página Todas las lunas, Título Gisela Kozak Rovero, Autora Equinoccio, 2011

Gastronomía Popular

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En El Hatillo hacen cien “multisapidas” diarias

Las hallacas SE COMEN a gran escala Beatriz “Betty” Cróquer tiene una colección que es patrimonio cultural venezolano. Conserva 4.000 discos de acetato, 200 muestras de fotos en blanco y negro, entre otras rarezas. Pero más que un patrimonio, sus hallacas son una sabrosa herencia Esteban Pérez Ruiz @Rekeops

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Sobrevivir al hallaqueo Si realizar un número modesto de hallacas podría ser agotador para un ser humano común y corriente, para Betty Cróquer producir una centena diaria es el motor que la motiva a levantarse todos los días a las 4:00 am

Esteban Pérez Ruiz

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os mortales hacen aproximadamente cien hallacas para pasar la temporada navideña, pero Betty Cróquer, vedette radial y gastronómica, saca más de mil hallacas cada diciembre. La hija del famoso periodista deportivo, “Pancho Pepe” Cróquer –“La voz deportiva de América”–, es más criolla que un pastel de chucho con un vaso de chicha, platos emblema de su restaurante “Betty Cróquer” en El Hatillo y, con un tono sereno y cálido, explica cómo sobrevivir a un hallaqueo diario e intenso. “Cada temporada navideña hago como 1.200 hallacas, y necesito producir diariamente cien unidades para poder parar el 2 de diciembre”, dice Betty con orgullo y confesándose como una persona sumamente necia y maniática. “Antes no dejaba que nadie me ayudara, incluso las hojas las lavaba yo sola, pero desde hace dos años una muchacha me ayuda en dicha labor”, ríe. “La hallaca es tradición, es Venezuela. Es amor, es hermandad y es perdón –explica Betty–. Cuando te sientas en la mesa el 24 o el 31 de diciembre, y de repente tienes esa hallaca que une a todo el grupo familiar, es una sensación maravillosa, se olvidan los conflictos y divisiones”.

para comenzar con una rutina de cocina, la cual solo se ve interrumpida los lunes, momento en el que puede dormir hasta las 5:30 am, ya que realiza las compras en el Mercado de Coche. “Es un maratón, es una carrera, pero ¡cómo la disfruto!”. En diciembre, Betty es la mujer de los consejos en cuanto a hallacas se refiere. La experiencia de usar más de 350 kilos de hojas y más de 200 kilos de carne de res, debe servir de algo. “Solo uso pulpa negra o ganso, las aceitunas rellenas con pimentón las remojo una noche antes para desalarlas un poco. El tocino tiene que ser impecablemente blanco. El cochino debe cocinarse aparte de la carne para no mezclar los consomés, ya que la harina de maíz la amasaremos con el caldo de carne”. Al comer las hallacas de Betty, la auténtica sazón de la navidad caraqueña cabe en un plato y confiesa

que entre los ingredientes indispensables para el éxito del guiso está el vino Sagrada Familia. También resalta la importancia de hacerle cuatro amarres de pabilo a cada una, de echar la harina de maíz con lentitud y de no quemar el onoto que colorará a la masa. Para la nostalgia… ¡Hallacas! Si recordar es vivir, para Betty Cróquer significa traer el pasado a la mesa del presente. “Estas hallacas son una receta de mi bisabuela y fue pasando de generación en generación. Ella tenía una muchacha que le ayudaba en una pulpería y le enseñó a hacer las hallacas; había aprendido en una casa donde trabajaba como sirvienta”, añade Betty, quien comienza a esbozar cómo se construyó el emporio de las hallacas Cróquer en Caracas. “El proceso de las hallacas con mi mamá y mi tía duraba tres días, y ellas

Ubicación Si bien las mejores hallacas son siempre las de mamá, vale la pena probar las de Betty Cróquer en El Hatillo, en la Calle Bolívar, casa 17. Para encargos: Teléfonos: 0424-1188062 / 02129614269

eran tanto o más necias que yo en la realización. Nos reuníamos mi hija, mi madre, mi tía y yo, era un proceso intenso. Peleábamos todos los días porque ellas eran muy metódicas y yo no entendía por qué, pero con los años comprendí que esas señoras tenían mucha experiencia y me decían las cosas por una razón”. Betty confiesa

las metidas de pata por no haber hecho caso. “Yo era la encargada de comprar la carne. La pieza entera debía ser cocida y luego picada para que no botara la sangre y no manchara el caldo. Pero un día me cansé de ese fastidio y la mandé a picar en la carnicería y la cociné así… Total que todas las hallacas quedaron manchadas y mi tía me quería matar”, confiesa quien ahora se define como“maniatiquísima” con la presentación de la comida. “La verdad es que mi mamá y tía fueron fundamentales en mi aprendizaje de la realización de las hallacas. Mi mamá tiene 94 años y ayer probó la hallaca para ver qué tal, y me mandó a hacer una corrección: deben quedar más jugositas por dentro y no tan secas”, agrega Betty, quien se muestra orgullosa de perfeccionar cada diciembre un plato que define a su familia.

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Apuntes

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Bien fullero. Al compositor zuliano Eurípides Jesús Romero, fallecido este año, le deben en su tierra no pocas gaitas. Pero en el resto del país lo inmortalizó “El negrito fullero”, que grabó Daniel Alvarado en 1971, cuando no era actor sino cantante de Los cardenales del éxito.

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Es el villancico más popular de todos los tiempos y ha sido interpretado por más de 300 artistas. Fue escrito en idioma alemán por un sacerdote austríaco y un organista. Se estrenó la Nochebuena de 1818 en la iglesia de San Nicolás de Oberndorf, Austria, que hoy es museo.

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Aunque mal pague. ¿Qué sería de las navidades sin Betulio Medina? Voz líder de “Amparito”, “La moza”, “La negra del tamunangue” y, por si fuera poco, de la que dice: “¿Qué te pasa viejo año qué te pasa?”. Un dato: el nombre de su grupo, Maracaibo 15, lo puso Renny Ottolina en 1974.

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Déjese de prejuicios y reconozca que la Navidad sin estas canciones no sería lo mismo. Estas 20 piezas del cancionero popular no son para leerlas. Dese el gusto y cántelas

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¿Quién tiene la culpa? La pregunta es del solista y el coro le responde: “María La Bollera”. Este tema de Guaco es una fija en diciembre. Gustavo Aguado la cantó por primera vez en 1979 y desde entonces parece estar relanzándola cada año.

“Cuando voy a Maracaibo”. La letra de “Sentir zuliano” es de Norberto Pirela y la música, de José Rodríguez, y en 1979 también la grabó el boricua Chucho Avellanet. Pero la famosa es de 1972, con“Cardenales del Éxito”y en la voz de Ricardo Cepeda.

Noche de paz

Sin rencor. Ha sonado tanto esta gaita que a Neguito Borjas, compositor e intérprete, la novia que lo inspiró todavía quiere cobrarle esos cobres. Icono de la agrupación zuliana Gran Coquivacoa, se estrenó en 1978 y ahora el dúo SanLuis acaba de versionarla.

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Visionario. De 1968 data la compilación de aguinaldos venezolanos más prolija. La hizo el musicólogo Vicente Emilio Sojo e incluyó entre otros: “La jornada” (Din, din, din), “Niño lindo”, “A ti te cantamos”, “Tun tun” y “Espléndida noche”, casi todos anónimos.

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Campanas del norte. La canción más navideña del mundo no es de Navidad. “Jingle Bells” es invernal y data de 1857. Su autor, el estadounidense James Pierpont, la tituló “One Horse Open Sleigh”, pero se relanzó después con el famoso estribillo de las campanas. Hall & Oates y Hilary Duff hicieron versiones rock.

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Rom pom pom pom. “El tamborilero” es una canción, de origen checo, cuya versión en español popularizó en Venezuela el cantante Raphael. En Estados Unidos alcanzó fama en 1955 con la grabación que hiciera la Familia Von Trapp –los de La Novicia Rebelde–.

Es de Antonio Machín, pero fue el ecuatoriano Julio Jaramillo quien la hizo popular.“El ruiseñor de América” pegó este bolero nostálgico y dulzón que sonaba en los 70 en todas las radios venezolanas. Decía… “Campanitas que vais repicando…”.

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“Maracaibo ha dado tanto”. Compuesta e interpretada por Ricardo Aguirre, “El monumental” de la gaita, y el Conjunto Saladillo, “La grey zuliana” se considera el himno del género en el Zulia y es un canto contra el centralismo del gobierno. Es de 1968, por si acaso. Cañonazo y cotorra. Antes de las gaitas se oían aguinaldos. Fuego al cañón y matan al perico es el disco decembrino más famoso de los años 60. Producido y compuesto por el músico Oswaldo Oropeza, incluía dos incunables: “El perico” y “Fuego al cañón”.

Navidad

Blanca navidad. Lo de Nancy Ramos es épico. Entre 1977 y 1995 publicó 12 discos navideños. Comenzó probando con un vinilo que se llamó Yo también soy Navidad y, ¿saben cuántos vendió? 600 mil copias. De ahí en adelante “La muñequita que canta” no paró.

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“Llévame a cortar las flores”. Era el estribillo que repetían las voces infantiles de la agrupación coral navideña más emblemática de los años 60: Los Tucusitos. Dirigidos por el compositor y maestro de escuela Moisés Peña, los niños vendían discos a rabiar. El grupo sigue existiendo.

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Año viejo. ¿A quién se le ocurre que una chiva, una burra, una yegua y una buena suegra hagan inolvidable a un año? Pues a Crescencio Salgado, mismísimo compositor del porro colombiano más escuchado en fin de año. Lo canta Tony Camargo.

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El burrito sabanero. Al compositor Hugo Blanco le pidieron en 1975 que hiciera un tema navideño en la onda del Topo Gigio –aquel ratoncito que hablaba con Gilberto Correa en la tele–. Y al maestro se le ocurrió lo de “Con mi burrito sabanero voy camino de Belén”.

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Homenaje al río

El grupo Rincón Morales se lució en los años 70 al popularizar la gaita “Orinoco”. Después lo hizo con la capital, a la que le dedicó su tema “Caracas”.

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“Faltan 5 pa’ las 12”. El actor y cantante Néstor Zavarce, fallecido en 2010, dejó para la posteridad el tema “Faltan 5 pa´las 12”. La canción viajó por todo el continente y reeditó el éxito que hizo famoso a Zavarce tiempo atrás: “Pájaro Chogüí”.

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Tú que estás lejos. Así comienza una de las canciones más reproducidas en Iberoamérica cada fin de año. Se trata de “Ven a mi casa esta navidad”, del argentino Luis Aguilé –la compuso por los años 70– y que han cantado Ricardo Montaner y Voz Véis, entre otros.

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En familia. Cuatro generaciones de Los Marcano se dan cita cada año en un espectáculo que compila lo mejor de la música tradicional navideña. Si todavía no lo ha hecho, vaya este jueves, 13 de diciembre, al Teatro Premium de Los Naranjos y compruebe que, en familia, la Navidad se vive mejor.

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