La propiedad intelectual: Emilio Uranga y el pensamiento desarraigado

July 15, 2017 | Autor: M. Cabrera Manuel | Categoría: Ensayo Filosófico, Muerte Del Autor, Emilio Uranga
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CRÍTICA/EMILIO URANGA La 2011/Añ Año 36 LaJornada JornadaAguascalientes/ Aguascalientes/Aguascalientes, Aguascalientes,México Mé xicoSEPTIEMBRE OCTUBRE 2010/ o 23NNo. o. 20

La propiedad intelectual: Uranga y el pensamiento desarraigado La eternidad come tiempo. Emiio Uranga

María Isabel Cabrera Manuel

M

ás allá de su muy notable estudio sobre el Análisis del ser del mexicano, la idea que prevalece en mi memoria de estudiante sobre Emilio Uranga —ilustre cuevanense, para usar la expresión del también ilustre Ibargüengoitia en Estas ruinas que ves— es la referencia que hace en un ensayo de los recopilados en ¿De quién es la filosofía?, edición póstuma y agotada que resguarda parte de lo que un día pensó. Esta referencia a la que aludo, es un comentario que Uranga le escuchó a una de esas devotas cristianas que pululan en nuestro país, principalmente en las iglesias y en las clases de catecismo. La señora discutía sobre sus preferencias en lo que a santos concierne, enfrentando su apreciación de San Agustín de Hipona con la de Santo Tomás de Aquino. Uranga refiere que la dama prefería a Tomás sobre Agustín, pues este último siempre le había dado desconfianza: “huele algo raro, desagradable”. La capacidad olfativa hacía aquí alusión al hedor de una fe de converso, contra la de aquel devoto que, sin mancha ni malos olores, ha nacido al abrigo de la fe cristiana. El pasaje anterior es de utilidad para Uranga porque así puede mostrar de una manera particularmente reveladora cómo

solemos juzgar el pensamiento y la obra en función de la vida del autor y viceversa. Da cuenta de la manera en la que despreciamos la obra que no puede ser identificada con su creador o al contrario, tendemos a sobrevaluar una persona por la identificación inmediata con sus creaciones. Esta idea que José Gaos, maestro de Uranga, defendía, es certeramente criticada por el discípulo, que con admiración y sin piedad desarrolla una teoría en contra de la propuesta filosófica del maestro basada en la idea tradicional del autor. Esta crítica vincula a Uranga con el pensamiento de otros destacados filósofos y pensadores del siglo xx (Foucault, Borges, Derrida, Barthes, etc.) que, de manera similar, pugnan por la autonomía de la obra, una escisión de la persona y el pensamiento. Esta diferenciación entre obra y autor, persona e ideas, es quizá para nosotros una postura medianamente asimilable, que las tendencias artísticas del siglo xx y xxi -dadá, apropiacionismo, pastiche, intervención, reinterpretación y demás- han coadyuvado a cimentar nuestra forma de comprender el mundo. Sin embargo, para un pensador que se desenvolvía en un medio donde la obra vuelve grande a la persona, dependiendo de ella el reconocimiento que se pudiera

obtener en la vida (de preferencia) o en la muerte (algo es algo), la implicación de semejante postura habría de acarrearle recelo y desconfianza. Y es que en efecto, un individuo que ha ganado notoriedad a raíz de lo que ha escrito, dicho, pintado, bailado, creado en general, no renuncia con facilidad a la posesión de su obra. Este sentimiento de propiedad, de identificación con aquello que se ha hecho, es parte de una tendencia cultural arraigada en nuestras costumbres y que acredita la relación como a un padre con su hijo. La renuncia a este sentido de pertenencia intelectual implica también una sensación de desmembramiento, de orfandad; tiene un cariz doloroso que se asemeja al parto, en donde lo que parecía ser sólo uno se separa en dos, no sin pasar antes por una serie de contracciones y otros sufrimientos. Es así que el hecho de que Uranga argumente —de una manera particularmente consecuente y lógica, ya que entre sus ideas abundan las de otros como Wittgenstein, Russell y Moore— a favor de la falta de identidad entre el autor y su obra, hizo de este pensador hasta cierto punto un paria de la filosofía mexicana del siglo xx. Algunos personajes lo consideraron incluso soberbio y mal agradecido, hasta el

punto de desconfiar seriamente de él (o, más bien, de las ideas que con él identificaban). Así, a Uranga le pasó, a la vista de la sensibilidad de algunos, como a San Agustín con el sensible olfato de aquella dama que lo despreciaba por percibir en él un mal olor, un cierto tufillo desagradable que ponía a más de uno en guardia, como al animal que evita la carne o el alimento descompuesto. Uranga a su vez, tiene también cierto “tufillo”. Seguramente aquellos quisquillosos pensadores, orgullosos padres de sus obras y de nariz bien educada puedan percibirlo; la fuente de semejante mal olor es su predilección por un pensamiento que le pertenece a todos y a nadie, por esa tendencia a negarse a identificar la filosofía con el filósofo, el arte con el artista, la novela con el escritor. Nos guste o no, el resultado de esta idea es una obra que habla por sí misma, que goza de una vida que le es propia y que se actualiza en cada lectura, generando a su vez nuevas ideas que germinarán en otros terrenos. Aún algo más: libera al sujeto creador, le quita el peso de esa carga que puede ser la obra y evita que su creación lo lapide en vida. En semejante panorama, donde las palabras van y vienen

• PÉNDULO 21/UNO/SEPTIEMBRE 2011•

libres, sin cordones umbilicales que las aten a las efímeras vidas de quienes pudieron articularlas, poco importa si el resultado de este escrito (que no es mío) tiene o no algo que ver con Emilio Uranga.

CONTENIDO La propiedad intelectual: Uranga y el pensamiento desarraigado María Isabel Cabrera Manuel

La muerte de un filósofo Jorge Terrones Javier Wimer

Una aproximación a Emilio Uranga Gustavo Escobar Valenzuela

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