La plaza mayor en los tratados españoles

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“La Plaza Mayor en los tratados españoles” Libros con arte, arte con libros, pp. 389-399,

José-Manuel González González Cáceres 2007

LA PLAZA MAYOR EN LOS TRATADOS ESPAÑOLES Introducción La plaza mayor ha sido abordada en la tratadística española desde concepciones y puntos de vista bien diferentes a lo largo de la Historia. Si bien en un principio, las referencias sobre la misma son escasas y parciales, ya que los tratados están dedicados al estudio de las arquitecturas clásicas de la Antigüedad, desde el s. XVIII se va a tratar ampliamente sobre ella, con el auge que va a tener la idea de regularizarla, de crear una plaza como si de un proyecto arquitectónico más se tratara. En este sentido, es evidente el cambio estético que se produce en esta época, donde el ideal de belleza se encontraba en arquitecturas clasicistas, ordenadas y fuertemente controladas a través de las ideas que el técnico o el artista plasma en los planos. La llegada de las academias no haría sino reforzar estos aspectos. Comenzaremos por hacer un recorrido cronológico que nos ayude a comprender esta evolución. En los tratados más antiguos el estudio de los órdenes clásicos, que en ocasiones son utilizados para componer edificios concretos, da lugar al precedente más claro de composición de plazas, los patios palaciegos; en éstos, la sucesión en altura de los órdenes principales (dórico, jónico, corintio, toscano y compuesto) propició fórmulas muy diversas. Aunque no hispano, merece la pena reseñar al considerado como primer tratadista de la Historia, el romano Vitrubio, quien hace dos mil años abordaba el tema de las plazas, definiéndolas como edificios públicos en su V Libro de Arquitectura, en el que las incluía junto a basílicas, teatros, puertos, baños, y academias. En dicho libro decía que la forma más cómoda para las plazas era la rectangular, y hablaba de su origen griego1. De él tomarán algunas ideas los famosos tratadistas italianos de los siglos XV y XVI. Tras la etapa clásica, la Edad Media propició el surgimiento en nuestro país de la mayoría de nuestras plazas mayores; eran éstas unas explanadas irregulares, tanto en su firme como en las arquitecturas que la circundaban, que generaban espacios amplios, aptos para la concentración de gente, y especialmente idóneos para el desarrollo del comercio. Estas plazas eran producto de la denominada como ‘arquitectura popular’, 1

PERRAULT, Claude: Compendio de Los Diez Libros de Arquitectura de Vitrubio, traducción de 1761 de José Castañeda (la primera edición francesa es de 1673). “La forma mas cómoda para las Plazas públicas es darlas de ancho dos tercios de su largo. Los griegos cercaban sus plazas públicas con pórticos dobles, cuyas columnas estaban muy inmediatas unas de otras y servían para sostener las galerías de encima. Los romanos, viendo que esta cantidad de columnas era incomoda, las colocaron mas distantes unas de otras, para que en estos pórticos pudiese haber tiendas sin ofuscarse”, p. 61. Una importante aportación desde Extremadura al estudio de Vitrubio es el libro de PIZARRO GÓMEZ, Francisco Javier y MOGOLLÓN CANO-CORTÉS, Pilar: Los X libros de arquitectura de Marco Vitruvio Polion; según la traducción castellana de Lázaro de Velasco. Cicon Ediciones, Cáceres 1999.

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una arquitectura con grandes variedades regionales, pero caracterizada por un sentido práctico, por unos materiales tradicionales y por su sencillez y autenticidad. Las plazas mayores regularizadas en España surgen a finales del s. XVI, siendo los primeros modelos las plazas de Valladolid y Madrid, que hubieron de ser reconstruidas debido a los incendios que afectaron a buena parte de sus frentes. El papel que jugaba el Rey en estos espacios, por ser el lugar más público, había facilitado que ordenara a sus arquitectos el proyectarlas de nueva planta. Pero, en realidad, eran todavía plazas muy fragmentadas, abiertas, ya que no se cerraban las calles que a ellas desembocaban.

Plaza Mayor de Valladolid, un modelo de plaza mayor abierta

Los primeros ejemplos de plaza cerrada o claustral, formando un todo arquitectónico, son la Plaza de la Corredera de Córdoba y la Plaza Alta de Badajoz2. Ambos ejemplos, junto con otros que vendrían posteriormente, demostraron que la arquitectura de las plazas se podía controlar y reglamentar. Es la tipología de plazas escenario o plazas teatrales, donde los edificios forman parte de un telón imaginario que circunda el espacio abierto. Pronto comenzarían a ocuparse de esta nueva tipología constructiva los tratados especializados.

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Sobre esta plaza hemos realizado un trabajo de grado inédito titulado La Plaza Alta de la ciudad de Badajoz: estudio histórico-artístico y puesta en valor, que obtuvo en Mayo de 2005 la máxima calificación y que ha sido dirigido por la Dra. Dª Pilar Mogollón Cano-Cortés. La nueva plaza mayor de la capital bajoextremaña es un proyecto de gran interés; las obras comenzaron en 1699 y se detuvieron en 1703 debido a la declaración de guerra a Portugal en pleno apogeo de la Guerra de Sucesión, por lo que sólo se construyó un 30 % de lo previsto.

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Plaza Alta de Badajoz, un modelo de plaza mayor cerrada

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La plaza mayor en los tratados de la Edad Moderna Varios van a ser los tratadistas de finales de la Edad Moderna que aborden el tema de las plazas. Quizá uno de los primeros españoles en hacerlo sea Tosca 3, quien en su tratado de principios del s. XVIII, ya plantea que para trazar los alzados de los edificios que circundan una plaza, pueden emplearse las bóvedas anulares, formando los tan característicos pórticos que singularizan toda plaza mayor que merezca tal calificativo. Unos años posterior es el Tratado breve sobre las ordenanzas de la villa de Madrid y policía de ella de Juan de Torija, quien dedica todo un epígrafe a hablar de los portales públicos, de todo cuanto se dispone para que quede desembarazado el paso de las gentes, y sobre la necesidad del cuidado de sus postes. También habla de que las casas tendrán más valor en una tasación si se encuentran en una plaza, cerca de una iglesia o en una calle comercial4. El siguiente en abordar esta pieza es Rieger, quien en 1763 se preocupa de diversos elementos que influyen tanto en el correcto funcionamiento como en la belleza de este espacio común. Lo primero que le preocupa es el flujo circulatorio de personas y carruajes, y para facilitarlo pide que en las plazas abunden las salidas amplias y libres, siendo necesaria la existencia de portales que recorran todo el perímetro, para proteger a los ciudadanos de las lluvias; también solicita la erección de estatuas de hombres ilustres, y se detiene especialmente en lo que atañe a la estética de sus edificios5. Con este tratadista parece comenzar en España el gusto por plazas de estilo neoclásico. Rieger, por otra parte, va a ser uno de los que más desarrollo dedique a tratar sobre la ordenación de este espacio tan emblemático, definiendo muy bien cómo se componían los proyectos más característicos del s. XVIII, donde los edificios más destacados sobresalían también del resto de la plaza por su arquitectura. También nos habla el autor de la concepción que de este espacio se tenía por entonces, ya que en un momento claramente dominado por la idea absolutista la plaza mayor era la expresión máxima del poder político centralista6. Antes de pasar a estudiar la edad contemporánea, hablaremos del académico y Director de Matemáticas de la Academia de Bellas Artes de San Fernando Benito Bails7. Bails es el prototipo de hombre ilustrado, como bien demuestra en sus escritos, 3

T. V. TOSCA: Tratado de la Montea y cortes de cantería, p. 241. 2ª edición, Madrid 1727. TORIJA, Juan de: op. cit., Madrid 1760, pp. 55-57 y 106-107 respectivamente. 5 RIEGER, Cristiano: Elementos de toda la arquitectura civil…, Madrid 1763, p. 281: “En los edificios laterales, para que no salgan de ordinaria disposición en las fachadas, convendrá que el cuerpo inferior todo sea de obra rústica, y los otros dos cuerpos comprendidos de un solo orden de .Arquitectura, y para cubrir una parte del tejado, poner un parapeto ático, o balaustrada. En los centros de los lados de la plaza convendrán los edificios públicos; y si éstos no caben se levantarán más los cuerpos, y fachadas, y se coronarán con frontispicios majestuosos, u otros coronamientos semejantes. Para adorno de los edificios públicos se pondrán trofeos, y signos de magnificencia, y honor”. 6 Ibidem, p. 281: “Cuando por adorno de la Plaza mayor se erige alguna pirámide, debe ser de grande elevación, de modo, que desde lejos de la ciudad se descubra: y nunca se erigirán dos, pues el origen de las pirámides es servir de monumentos, que expresen la gloria del Soberano, cuya potestad es única”. 7 BAILS, Benito: Elementos de Matemática, tomo IX Que trata de la Arquitectura Civil, Madrid 1796. Escribió también un libro póstumo, editado en 1802, y titulado Diccionario de Arquitectura Civil donde define lo que se consideraba como plaza en aquél tiempo: “Lugar ancho y espacioso, descubierto y rodeado de edificios dentro o inmediato a una población para su utilidad, adorno y desahogo”, p. 83. 4

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siendo el que más espacio dedica al estudio de esta tipología constructiva. En sus palabras, se nota una mayor conciencia de los problemas urbanísticos que plantea la disposición de este espacio abierto, y por ello nos habla de que toda ciudad pide tener varias plazas, tantas más cuanto mayor sea aquélla, para mejorar la ventilación e iluminación y para establecer en ella la venta de productos mercantiles. Afirma que son especialmente necesarias en las encrucijadas, y cita a Alberti para referirse a la altura de los edificios que la conforman8. Habla de los soportales en varias ocasiones, analizando sus pros y sus contras9, y lanza una idea novedosa, seguramente tomada del modelo vallisoletano, que es la de que el espacio de comercio no se concentre en una sola plaza, sino que junto a ella y desde la plaza principal salgan espacios donde poder vender las más variadas mercancías, ordenadas convenientemente10. Sobre su limpieza, Bails aconseja su empedrado, la presencia de fuentes y el desalojo de agua por el centro de la misma; sobre su mobiliario se centra en comentar cómo determinar qué tamaño deben de tener las estatuas que la exornen11.

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BAILS, Benito: Elementos de Matemática, tomo IX, p. 26: “Pero se las quitará a las plazas la mayor parte de su utilidad, y toda su gracia, si fuese extraordinaria la altura de los edificios inmediatos. Por este motivo adoptamos la regla de Albertí, quien sienta (lib. 8. cap. 6) que los edificios que forman el recinto de una plaza, no deben tener de alto mas de un tercio, ni menos de un sexto de su ancho de ella. 9 Ibidem, p. 25: “Por lo que mira a los soportales, no hay duda alguna en que resguardan a la gente de a pie de la lluvia, y de tropezar con los carruajes; pero afean mucho una Ciudad, la hacen triste, y son causa de que se cuide poco de la limpieza de las calles, que parecen unas letrinas. Fuera de esto, los soportales quitan mucha luz a los cuartos bajos, a las tiendas, y es peligroso andar por ellos de noche”. 10 Ibidem, p. 27: “Bueno seria también que cerca del centro de la Ciudad hubiese un grandísimo espacio regular, dividido con regularidad en soportales aislados en la dirección de su ancho y largo, debajo de los cuales se vendiesen a cubierto los varios géneros distribuidos en sus diferentes clases. Con esto se formaría una espaciosa plaza dividida en otras muchas igualmente regulares, y de forma distinta; una para el pescado, otra para la carne, otra para la fruta, otra para granos, etc.: estando por este medio todo separado, recogido y bien guardado, como corresponde en una población gobernada por máximas de buena policía”. 11 Ibidem, pp. 737-738 “Hermosura de las plazas. En las plazas suelen colocarse, para hermosearlas, estatuas, las cuales han de ser de tamaño proporcionado a la extensión de las mismas plazas, y al punto de vista desde donde se han de ver, el cual suponemos sea el mas distante del centro. Si desde este punto de vista la estatua pareciere de tamaño natural, será bastante grande; lo será demasiado, si pareciere desde allí la mitad o un tercio mayor que el tamaño natural. Los pedestales de las estatuas cuando están aisladas en medio de una plaza, han de ser más altos que los de las estatuas que se colocan en los intercolumnios; porque encima de aquellas no hay nada, y hay alrededor un espacio muy dilatado. Estos pedestales tendrán mas de lo que basta de altos, si lo fueren tanto como la estatua; tendrán lo bastante, si tuvieren de alto los dos tercios; y tendrán demasiado poco si tuvieren menos de la mitad de la altura de la estatua. Las proporciones de las figuras que se colocaren al rededor de estos pedestales, han de concordar con las de la estatua; sin mas diferencia que la precisa por razón del menor grado de elevación donde están”.

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La plaza mayor en los tratados de la Edad Contemporánea El siglo XIX nos va a deparar las primeras imágenes de proyectos de plazas mayores trazados por los arquitectos y tratadistas de la época. Traemos aquí la que diseñara Fornes y Gurrea a mediados de dicha centuria12.

Proyecto de plaza mayor para una capital, planta parcial, según Fornes

Fornes dedica uno de los epígrafes de su tratado al proyecto de plaza mayor para una capital. Después de hacer un poco de historia, hablando de los griegos y los romanos, pasa a estudiar las hispanas, determinando las principales características de las mismas13. A continuación define su modelo ideal, donde la plaza cuenta con cuatro entradas principales, decoradas con magnificencia, y toda ella está rodeada de pórticos. De las cuatro puertas nacen otras cuatro plazas menores, donde se venden productos alimenticios principalmente, ya que en la plaza mayor se venden productos de lujo, con especial atención al vestido14.

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FORNES Y GURREA, Manuel: Álbum de proyectos originales de Arquitectura… Edita Boix, Madrid 1846. Las láminas se encuentran al final del libro y tienen los números XVII y XVIII. El hecho de que no hayamos encontrado láminas en otros tratados puede deberse a la crisis tipográfica de entonces. 13 Ibidem, capítulo XIV: “Entre nosotros se conocen igualmente las plazas públicas destinadas también o a mercados o a sitios donde se reúne el pueblo en sus solemnidades y fiestas, prestando el desahogo necesario para millares de personas. En ellas pueden estar los edificios públicos de uso común, como son casas de ayuntamientos, bolsas, lonjas, tribunales de repeso, guardia principal, y salidas a otras plazas más pequeñas, o calles más principales. En su centro será muy conveniente, siendo sitio a propósito, poner una fuente que recuerde continuamente la perfección del arte, y otras en las demás plazas, para la limpieza y uso común de los vecinos”. 14 Ibidem, capítulo XIV: “A los cuatro extremos habrá cuatro plazas menores, donde se colocarán toda clase de comestibles, carnes y pescados, verduras, etc., con fuentes en medio de ellas para la limpieza; teniendo en el centro de la población por este sencillo método, cuanto es necesario para la necesidad de la vida, y para la comodidad y lujo de nuestras ciudades”.

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Proyecto de plaza mayor para una capital, alzados, según Fornes

La plaza dice el autor, ha de ser capaz, céntrica y cómoda, dotada de alcantarillado y con un empedrado mixto de piedra, donde habrá de haber también aceras que comuniquen una parte y otra de la misma. Y habla luego de su regularidad, de su simetría, y de su belleza, que convendrá esté en todo concertada con el plan general dispuesto para la plaza15. Después comenta las características de los materiales, aconsejando la piedra por su solidez en las fachadas exteriores y en sus cimientos, aunque el resto de la obra puede construirse en ladrillo16. Fornes parece inspirarse claramente en el ejemplo neoclásico de la Plaza Mayor de Vitoria o Plaza Nueva17 erigida entre 1781 y 1791 por el arquitecto Justo Antonio de Olaguibel.

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Ibidem, capítulo XIV: “La hermosura debe consistir en dar a estas plazas la mayor exactitud posible, bien en los edificios particulares que se construyan en ellas, que deberán estar estrictamente arreglados al plan general de la plaza, bien en los públicos, como casas de ayuntamientos, lonjas, bolsas, principales, y otros que puedan haber. Que las puertas de entrada sean dignas del carácter que se da a todas las obras, la que debe tener en sus cuatro caras la simetría necesaria, distribuyendo los edificios principales en sus centros, y cuya arquitectura, aunque sencilla, tenga gala y gusto. Que su lucimiento exterior tenga unas mismas tintas, guardando el orden necesario en todo lo que se haga, arreglado como hemos dicho, al plano general. Sin estas cualidades o proporciones inútil será cuanto se proyecte sin la escrupulosidad necesaria, y que reclama el buen orden y gusto en la arquitectura”. 16 Ibidem, capítulo XIV: “La solidez o firmeza ha de corresponder al continuado uso que deben sufrir parajes tan concurridos, que por lo mismo deben emplearse en su construcción piedra labrada de la mas sólida en todos sus basamentos, pilares y arcos exteriores de los pórticos hasta su primer piso; los que se apoyarán en sólidos cimientos. Igualmente deberán ser de piedra los cuerpos centrales avanzados y decoraciones de los frentes de las calles, pisos y gradas de los pórticos; la demás obra podía construirse de ladrillo y buena mezcla de cal y arena, exceptuando los adornos de estatuas, jeroglíficos y lápidas que embellezcan la decoración, como igualmente las fuentes, que también serán de piedra”. 17 ANDRÉS ORDAX, Salvador: “Urbanismo en Vitoria, 1780-1830” en II Congreso Español de Historia del Arte, Valladolid 1978, pp. 102-117.

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En otro tratado posterior, Fornes18 estudia la problemática de los portales públicos, sobre los que parecía haber todavía dudas a la hora de determinar a quién correspondía su cuidado y conservación. El autor insiste, por otra parte, en que este espacio aportalado es una zona pública, común, y da algunas reglas sobre cómo deben actuar propietarios y arrendatarios19. No nos hemos resistido a traer aquí, a pesar del poco desarrollo que dedica al tema de las plazas, el popular tratado que el extremeño Florencio Ger y Lóbez compusiera a finales de este siglo. Ger, quien está dotado del más amplio sentido práctico, sólo se fija en ellas para hablar de su pavimento, destacando la hermosura del ejecutado por los portugueses, especialmente en la lisboeta Praça do Rossio20. En la segunda mitad del siglo XIX más que hablar de tratados de arquitectura habría que referirse a libros dedicados al estudio del urbanismo, y en este sentido, aunque es muy amplia la nómina de trabajos históricos sobre el tema, quizás sean Ildefonso Cerdá y Arturo Soria los más calificados autores. La problemática de los ensanches, iniciada en este siglo, había sido resuelta principalmente mediante la creación de vías de desarrollo urbano de la población o de redes cuadriculadas exteriores al núcleo principal de población. Estos modelos, con variantes, tuvieron acogida en la mayoría de las capitales de provincia, y fueron regulados por el Estado mediante decretos y leyes. Ildefonso Cerdá21 es, quizás, el precursor del urbanismo moderno en nuestro país, un urbanismo que parece alejarse de la concepción cerrada anterior, y propugna la creación de un damero original, cruzado por dos grandes diagonales, y formado por manzanas de edificación que en un principio pensaron ser abiertas para disponer en el centro lugares de esparcimiento. La plasmación de sus teorías en el ensanche de 18

FORNES Y GURREA, Manuel: Observaciones sobre la práctica del arte de edificar. Valencia 1857. Ibidem, capítulo VI: “Hay también en las ciudades o lugares algunas casas en las plazas, que sus portales son públicos, y aunque el dueño de la posesión arriende el portal, debe no quitar el uso del público, y si acaso le arrienda, no le debe ocupar ni estorbar con bancos, mesas, perchas, bodegon portátil, porque el paso ha de estar libre para el comercio público: aunque parece que se contradice en que se arriende y no se estorbe, se debe entender que solo se arrienda el sitio que ocupa el grueso de la pilastra, y el vuelo del balcon de encima, como si dijésemos: cordoneros, roperos, cabestreros, hojalateros; guarnicioneros, pretineros y buhoneros. Y si la dicha posesion es de dos dueños, que el uno lo es de lo bajo y el otro de lo alto, éste ha de alquilar el portal en la forma arriba dicha, con tal que ha de dar paso al de lo bajo. no teniendo otra parte por donde mandarse. Y en cuanto a las pilastras que sustentan la fachada de dichas casas, toca pagarlas por entero, así ellas como sus cepas, al dueño de lo alto; y si dichas pilastras cayeren en medio de la division de dos posesiones, las deberán pagar entre los dos, por servirse ambos de ellas, y en caso que el uno no quiera convenirse a pagar la parte que le tocare, deberá el vecino poner toda la pilastra con su cimiento en su posesión y el otro que ponga otra en la suya por sí solo en la misma forma”. 20 GER Y LÓBEZ, Florencio: Tratado de construcción civil, Badajoz 1898, p. 300: “En Portugal y poblaciones fronterizas se hacen estos empedrados con una regularidad admirable. Emplean para ello piedras angulosas de pequeñas dimensiones procedentes de cantera. La sientan sobre una capa de arena, presentando en la superficie la cara más lisa y ajustando de tal modo las aristas de unas y otras, que más parecen un mosaico que un empedrado. Merecen citarse como modelo el empedrado de la plaza del Rocío (Fig. 811) y el de las cunetas del Paseo Público y otros puntos de Lisboa, formado con piedra caliza blanca y negra ofreciendo un caprichoso dibujo y donde están admirablemente combinadas las piedras, especialmente en los rótulos que indican el año de su construcción. Su piso es bastante c6modo, tanto para personas como para caballerías”. 21 CERDÁ, Ildefonso: Teoría General de la Urbanización. Madrid 1867. Para más información sobre el autor véase VV. AA.: Cerdá y su influjo en los ensanches de poblaciones. Edita: Ministerio de Fomento, Madrid 2004. 19

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Barcelona de 1859, permitió la descongestión de una ciudad muy populosa y necesitada de una conveniente expansión urbana. En el aspecto que a nosotros nos interesa, el proyecto de ensanche de la ciudad condal no incluye referencia explícita a plazas cerradas, sino que son más bien cruces viarios, dispuestos más para el paso de vehículos que para el paseo de sus habitantes; a pesar de ello, sí dispone espacios de ocio y zonas libres, donde se plantan algunos jardines ampliando, según los casos, los chaflanes convenientemente. Cerdá consideraba la plaza un elemento accesorio, aunque necesario, y por eso pretendió que las manzanas fueran abiertas y no cerradas como finalmente se realizaron. Arturo Soria22, por su parte, se postula como un revolucionario en el ámbito de lo urbano y lo social. Con su proyecto de “ciudad lineal”, realizado parcialmente en Madrid desde 1894, pretendía la mejora de las condiciones de vida de los madrileños, con una idea que había querido patentar, pero que desde la administración se le negó tal posibilidad. Soria reniega de las plazas, a las que critica por ser lugares de elevados precios de alquiler al situarse en el centro de la población y con numerosos problemas, como por ejemplo la hacinación y el peligro de incendio; en cambio, defiende otro concepto muy presente en las ciudades desde siempre, como es el concepto de calle mayor, creando una ciudad con calle única, muy amplia, dotada de todos los sistemas de comunicación e higiénicos, que tienden a disponerse subterráneamente. Se trata de una ciudad periférica, que puede o bien enlazar dos poblaciones distantes o rodear una ciudad de mayor tamaño, y que gracias a ello economiza los precios de los solares y de las casas. Y por último, y ya adentrándonos en el s. XX, abordaremos el pensamiento del teórico César Cort Botí, principalmente plasmado en sus dos obras principales23. Cort fue Catedrático de Urbanología de la Escuela de Arquitectura de Madrid durante muchos años, y académico de Bellas Artes de San Fernando. En su labor práctica diseñó el desarrollo urbano de las ciudades de Murcia (1928), Valladolid (1938) y Badajoz (1943), entre otras. De su labor teórica, un ejemplo muy completo de la comprensión que del urbanismo tenía Cort es el libro Un ejemplo sencillo de trazado urbano, que incluye y estudia todos los elementos que conforman una ciudad, incluso una plaza mayor, que inspirada claramente en la tradición académica anterior, logra la majestuosidad y el empaque que hacen de estos proyectos obras imperecederas. Cort influyó principalmente en la primera mitad del s. XX, cuyos últimos años estuvieron dominados por una nueva concepción estética, que preconizaba una vuelta a los principios del siglo de oro, y que recuperó sobre todo en los años cuarenta el regreso de las perspectivas monumentales que tanto caracterizaron el urbanismo barroco, y con ello la abundancia de modelos de plazas mayores, que se fueron ejecutando tanto en los proyectos de reconstrucción de pueblos y ciudades afectadas por la guerra, como en ciudades necesitadas de procesos de renovación. Entre los ejemplos de nuevas plazas

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Una buena compilación de sus escritos es SORIA Y MATA, Arturo: Tratados de Urbanismo y Sociedad. Editorial Clan. Madrid 2004. 23 CORT BOTÍ, César: Murcia: Un ejemplo sencillo de trazado urbano (Madrid 1932) y Campos Urbanizados y ciudades ruralizadas (Madrid 1941).

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mayores citaremos las de Santander y Brunete, así como algunas proyectadas para los barrios periféricos de Madrid. En fin, hemos visto cómo la plaza mayor fue un tema de gran desarrollo en la tratadística, especialmente desde el s. XVIII. Como principal conclusión señalar que parece que los tratados no hicieron sino recoger las teorías expuestas en las realizaciones anteriores, y que sólo en el XIX pudieron influir en algunas realizaciones como Bilbao o Barcelona. Así pues, los tratados prácticamente no influyeron en el diseño de las plazas, sino que más bien recibieron las enseñanzas que mostraban plazas tan admiradas como las de Valladolid, Madrid, Salamanca o Vitoria. Sobre las definiciones que se han dado de estos lugares, quizás una de las más completas sea la proporcionada por Mariano Matallana hace casi siglo y medio, que insiste en su cualidad de lugares amplios, céntricos, y controlados por el poder24.

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MATALLANA, Mariano: Diccionario de Arquitectura Civil. Madrid 1848, p. 219: “PLAZA = Local ancho y espacioso dentro de poblado, de figura cualquiera, que rodeado de edificios, por lo común simétricos, sirve de ornato y desahogo en una población; admite varios adornos, como asientos, árboles, una fuente, o un monumento en el centro, etc. –Espacio despejado y llano y de figura circular elíptica o poligonal, que rodeado de árboles, arbustos, flores, jarrones, etc., se hace para adorno en un jardín. –De toros = La destinada y acomodada con barreras, gradas, palcos, toriles, etc., y que sirve para las corridas de toros: en lo general, son circulares. –Mayor = La principal de una población que por lo común ocupa el centro de ella y suelen estar las casas consistoriales”.

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