La pequeña y mediana escala como oportunidad de lo público. Estrategias para la configuración de un paisaje común

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Descripción

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PROYECTO

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DANIEL BELANDRIA

Arquitecto

Universidad Simón Bolívar

Profesor Dpto. Diseño, Arquitectura y Artes Plásticas

Programa Espacios Sucre Coordinador de Proyectos

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La Pequeña y Mediana Escala como Oportunidad de lo Público. Estrategias para la configuración de un paisaje común daniel belandria

«

Destruyendo el paisaje he descubierto un lugar o, mejor dicho, una sucesión de lugares; el paisaje se ha desmigajado, se ha descompuesto en infinidad de fragmentos convertidos en objetos de los que exploro lo oculto. Cada fragmento se convierte en abedul de corteza blanca, lisa y moteada de negro grumoso, casa con tejado de tejas, río, nube…» 1

I. El espacio geográfico En su sentido más amplio, la expresión espacio geográfico refiere pura y simplemente a la superficie del planeta Tierra: ese espacio localizable, diferenciado y, por tanto, cartografiable. En un sentido más profundo, esta misma expresión refiere también a la construcción social resultado de la interacción del hombre con el medio ambiente. Estas dos maneras de comprender el espacio geográfico hacen que podamos identificar en él al menos dos grandes dimensiones: una locacional, relativa al entorno físico –ya sea natural o construido–, y otra cultural, relativa al entorno humano. 2 Siendo el espacio geográfico una construcción social, todo cuanto vemos de éste es el paisaje. El paisaje es el fenómeno perceptible del espacio geográfico: es su aspecto, su imagen, su apariencia visible. De igual forma que el espacio geográfico –a medio camino entre lo locacional y lo cultural– el paisaje adquiere hoy día una significación compleja: por él pasan “los parámetros de una condición urbana contemporánea que ya no conoce una relación estable entre arquitectura y naturaleza, que se mueve en un incierto y crítico equilibrio entre ciudad y campo, en la constatación de una dimensión cultural que se halla en estado de profundo cambio y rebasa sus propios dominios para relacionarse con otras manifestaciones sociales, artísticas, intelectuales”3 (Colafranceschi, 2010). Si bien inicialmente el paisaje es esa relación visual –a veces bucólica– entre un sujeto observador y un objeto natural observado, contemporáneamente el paisaje es un fenómeno dinámico capaz de enmarcar de una sola vez todo un entramado de relaciones diversas: “El ¨paisaje¨ es el instante frágil donde 1

En: Lassus, B. (2007). Paisaje. En D. Colafranceschi, Landscape + 100 palabras para habitarlo (págs. 144-145). Barcelona: Editorial Gustavo

Gili, S.L 2

De la definición de espacio geográfico, en: Menéndez, R. (2009). Los modelos de localización a la luz del espacio geográfico: el caso específico

de las áreas marginales de Caracas. Caracas: Fundación para la Cultura Urbana. 3

En: Colafranceschi, D. (2010). Arquitectura y paisaje: geografías de proximidad. En T. Luna, & I. Valverde, Teoría y paisaje: reflexiones desde

miradas interdisciplinarias (págs. 55-72). Barcelona: Observatorio del Paisaje de Cataluña.

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los fragmentos sonoros, visuales y olfativos se funden con mis referencias y mi estado del momento para constituir una hipótesis de conjunto no completamente disociada de las fuentes y objetos que han hecho de soporte para su constitución”4 (Lassus, 2007). Pero qué ocurre cuando nos adentramos en el paisaje, cuando decidimos superar el encuadre fugaz, instantáneo, esa conceptualización provisional del espacio geográfico. Al adentrarnos en el paisaje la seguridad que otorga la distancia se desvanece y se extravían las referencias, al menos las más generales. Si el paisaje “es siempre lo que está más lejos, lo que queda fuera de nuestra exploración, el horizonte siempre relegado, renovado, lo inalcanzable, […] en el mismo momento en que llegamos a él, el paisaje se convierte en lugar, […] el lugar en el que me encuentro”5(Lassus, 2007). Es así como emerge el lugar, la verificación última del espacio: habitable, cierto, definitivo. No se trata ya de un encuadre fugaz o instantáneo, de una conceptualización provisional. El paisaje, “alejado de la presencia de los objetos que lo hacen posible, no puede verificarse. La materia anunciada [enunciada, quizás] no es autentificable; a diferencia del lugar, donde puedo tocar esa piedra, o eventualmente subirme a una escala y coger cerezas”6(Lassus, 2007). Así como el paisaje, Sucre, el municipio, es un instante frágil, una hipótesis de conjunto. Sobre su espacio geográfico se sobreponen multiplicidad de paisajes –siempre cambiantes, siempre emergentes– dentro de los que se hallan cientos de lugares únicos. Sucre se origina de la sucesiva expansión urbana del pueblo de Petare –Dulce Nombre de Jesús de Petare– y sus alrededores, hasta su fusión con la ciudad de Caracas. De las cinco parroquias que conforman el municipio, solo dos, Leoncio Martínez y Petare, forman parte del área metropolitana capitalina. Las otras tres, La Dolorita, Caucagüita y Fila de Mariches, constituyen las llamadas parroquias foráneas. Según los números manejados por la municipalidad, Sucre posee cincuenta y un urbanizaciones y más de mil novecientos cincuenta barrios. Vale decir que tal indeterminación no es casual. Ésta deja claro, por un lado, la imposibilidad logística para precisar cualquier estadística definitiva, y por otro, la variabilidad de los asentamientos producto de la disposición de los pobladores para asociarse, desasociarse, y, en definitiva, crecer.

4 En: Lassus, B. (2007). Paisaje. En D. Colafranceschi, Landscape + 100 palabras para habitarlo (págs. 144-145). Barcelona: Editorial Gustavo Gili, S.L

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En total, bien puede decirse que el número de comunidades establecidas en el municipio se acerca a las dos mil. De tal condición dinámica, y a fin de poder establecer cierto control sobre el territorio, la actual gestión ideó un sistema de división administrativa no oficial, el cual divide al territorio municipal en zonas políticas. Estas zonas establecen agrupaciones de comunidades según su proximidad, correspondencia y afinidad. Originalmente treinta y ocho, éstas también han ido aumentando con el tiempo hasta alcanzar las cuarenta y dos zonas políticas actualmente. Resumiendo, Sucre reúne dentro de su territorio cinco parroquias –dos metropolitanas y tres foráneas–, cuarenta y dos zonas políticas, y casi dos mil comunidades repartidas en cincuenta y un urbanizaciones y más de mil novecientos cincuenta barrios. En cuanto a su dimensión locacional, la mitad del espacio geográfico de Sucre se posiciona sobre el extremo oriental del valle de Caracas –o Valle de San Francisco–, mientras que la otra mitad lo hace sobre los cerros que al este y sureste rodean dicho valle. El Río Guaire corre de oeste a este perdiéndose por el extremo sureste del municipio y estableciendo una importante brecha que divide en dos franjas al territorio que se dispone sobre el valle. Decenas de cursos de agua bajan desde lo alto de los cerros estableciendo a su vez otras brechas sobre este accidentado territorio. Todo, a la sombra del cerro El Ávila que domina desde el frente norte. Otro conjunto de rasgos importantes son los que sobre este territorio proyectan la vialidad. Ordenadas según su importancia –todas siempre en dirección este-oeste, ninguna en dirección norte-sur– aparecen: La autopista Francisco Fajardo (que luego de entrar al municipio por su extremo oeste, interconectándolo con el resto de la ciudad, sigue hacia el este paralelamente al Río Guaire hasta toparse de frente con los cerros de Petare y girar en dirección norte hasta salir de la ciudad, generando una sensible brecha entre los tejidos de extensión y de barrio7, entre las llamadas ciudad formal y ciudad informal); la Avenida Boyacá (también llamada Cota Mil, suerte de autopista y mirador que va a todo lo largo del borde norte de la ciudad, estableciendo un claro límite con el cerro El Ávila); y las avenidas Francisco de Miranda, Rómulo Gallegos y Río de Janeiro (esta última la única gran avenida que se ubica en la franja sur del municipio, al otro lado del Río Guaire). Esta multiplicidad configura un hecho urbano complejo cuya trama, partiendo del tejido fundacional, se desarrolla como tejido de extensión –en dirección hacia el valle– y como tejido de barrio –en dirección a los cerros–8. Pero si bien hemos puesto de relieve la condición urbana de Sucre y su clara pertenencia a la ciudad de Caracas, vale preguntarse qué quieren decir las expresiones de hecho urbano y ciudad, qué significan.

7 Clasificación de los tejidos urbanos de Caracas, en: Marcano, F. (1994). Cascos urbanos: espacio de reflexión. Los cascos de Chacao, Baruta y el Hatillo. Revista Urbana #15, 121-134.Clasificación de los tejidos urbanos de Caracas, en: Marcano, F. (1994). Cascos urbanos: espacio de reflexión. Los cascos de Chacao, Baruta y el Hatillo. Revista Urbana #15, 121-134. 8

En: Rossi, A. (2010). La Arquitectura de la Ciudad. Barcelona: Editorial Gustavo Gili, S.L.

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En su libro La arquitectura de la Ciudad, el arquitecto italiano Aldo Rossi dice sobre los hechos urbanos que éstos “son complejos en sí mismos, y a nosotros nos es posible analizarlos pero difícilmente definirlos”9(Rossi, 2010). Agrega además que “El concepto que pueda hacerse uno de un hecho urbano será siempre algo diferente del tipo de conocimiento de quien vive el mismo hecho”10(Rossi, 2010). Si bien definir el hecho urbano es una tarea difícil, tan solo podemos limitarnos a decir que se trata de un evento real, tangible, edificado, que como parte de la ciudad –o incluso como toda ella– le corresponde en tanto que la reafirma. 11 En cuanto a la ciudad, también intentar establecer una definición resulta una tarea ardua, sobre todo por la imposibilidad de compendiar las características que han definido a todas las ciudades a lo largo de la historia. Sin embargo, podemos mencionar como cualidades sine qua non la concurrencia (de actividades sociales, políticas, comerciales, culturales, etc.) y el intercambio (principalmente de información). En palabras de Oriol Bohigas, arquitecto y urbanista español, “la ciudad suele ser el lugar físico y social en el que se produce las máximas –o quizás las mejores– posibilidades de información, de comunicación y de alcanzar inmediatamente los resultados de esa información. Es decir, además de otras condiciones esenciales para la vida colectiva, la ciudad es el lugar donde coinciden físicamente más cosas, donde las cosas se encuentran más a mano y donde la proximidad organizada estructura el programa de una vida política”12(Bohigas, 2004). Si como dice Oriol Bohigas, “en la ciudad no sólo existen las facilidades para buscar y encontrar, sino también la de encontrar sin buscar, utilizando la casualidad, con todos sus entramados e interconexiones”13(Bohigas, 2004), es imposible entonces dudar de la correspondencia de Sucre con lo urbano, con la ciudad; tanto si se trata de un fragmento de Caracas como si se trata de Sucre como ciudad en sí misma. Sea cual fuere la condición, Sucre desarrolla dos maneras claramente diferenciadas de ciudad: por un lado (principalmente en su mitad oeste, sobre el valle) se encuentra la ciudad planificada, la llamada ciudad formal. Por el otro (principalmente en su mitad este, sobre los cerros), se encuentra la ciudad autoconstruida, la

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En: Rossi, A. (2010). La arquitectura de la ciudad. Barcelona: Editorial Gustavo Gili, S.L.

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De la definición de urbano, en: Real Academia Española. (2009). Diccionario de la lengua española (22.ª ed.). Madrid: Real Academia Española.

12 En: Bohigas, O. (2004). Contra la incontinencia urbana. Reconsideración moral de la arquitectura y la ciudad. Barcelona: Electa (Grupo Editorial Random House Mondadori, S.L.). 13

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llamada ciudad informal. Aunque discutidas, estas categorías están ampliamente difundidas en las disciplinas urbana y arquitectónica debido a que, sin mayores explicaciones, establecen a grandes rasgos a qué tipo de situaciones urbanas refieren. Con Sucre ocurre algo muy curioso. Siendo que en otro sector de la ciudad capital existen una parroquia y una avenida muy populosas llamadas Sucre (la parroquia Sucre y la Avenida Sucre, en el municipio Libertador), para la mayoría de los caraqueños Sucre, el municipio, es Petare. Así, no es raro encontrarse a personas que para que puedan comprender la referencia al municipio, deba indicárseles que se trata del municipio donde se encuentra Petare (el centro histórico, el pueblo, el barrio). Este hecho, por demás significativo, indica la preponderancia que sobre el municipio posee el barrio. Pero Petare no es un barrio. Expresamente, Petare era el pueblo que, fundado en 1621 a las afueras de Caracas como Dulce Nombre de Jesús de Petare, dio origen al actual Municipio Sucre. Hoy en día Petare es una parroquia, la parroquia más populosa y más conocida de Sucre. Sin embargo –quizás sí implícitamente–, para buena parte de los habitantes de Caracas y también de Sucre, Petare alude al ingente conjunto de barrios que por sobre la Autopista Francisco Fajardo (luego de que ésta gire hacia el norte, justo antes de toparse con los cerros), descuellan generando una abrumadora vista. Ese frente de barrio, constituye el inicio de un continuo urbano que se extiende por sobre el relieve montañoso del municipio, cubriendo casi totalmente todos los cerros desde la Parroquia Petare hasta lo más profundo de la parroquia Fila de Mariches, en el extremo este del municipio. En Sucre, tanto si se trata de la ciudad formal como de la ciudad informal, no sólo existe la facilidad para buscar y encontrar, sino también la de encontrar sin buscar, utilizando la casualidad, con todos sus entramados e interconexiones14. Además de ser a un mismo tiempo provocadora y seleccionadora de las casualidades de información y de accesibilidad, Sucre es una acumulación productiva de una confluencia incluso conflictiva15. Esta dualidad, confluencia de planificación y contingencia, es lo que define en la mayor de las medidas a Sucre. No en vano Petare, su hecho fundacional, yace justo en medio de las dos ciudades.

14 De la definición de ciudad, en: Bohigas, O. (2004). Contra la incontinencia urbana. Reconsideración moral de la arquitectura y la ciudad. Barcelona: Electa (Grupo Editorial Random House Mondadori, S.L.). 15

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Haciendo un paneo cenital sobre el municipio Sucre emerge una alargada franja que va desde la parroquia metropolitana Leoncio Martínez al oeste hasta la parroquia foránea de Caucagüita al este. Al dividir esta franja y comparar los fragmentos, la diversidad del paisaje se hace evidente.

II. El espacio colectivo Reiteradamente, el arquitecto y urbanista español Oriol Bohigas, ha afirmado que la ciudad es el espacio público y que, por lo tanto, el diseño de la ciudad es, fundamentalmente, el diseño de ese espacio16(Bohigas, 2004). Sin embargo, de la misma forma como Bohigas lo reconoce en su libro Contra la Incontinencia Urbana, habría que decir que “esa es una afirmación demasiado simple y restrictiva, porque –ya lo hemos visto– el espacio público viene definido formal y funcionalmente por la arquitectura que lo rodea y le da significado, y si hablamos de espacio colectivo –en un sentido más amplio que el espacio público–, lo encontramos implicado en la misma arquitectura e incluso en los espacios privados”17(Bohigas, 2004). En atención a esto, podemos decir que esa complementariedad entre el espacio público y la arquitectura que lo rodea, inaugura de algún modo lo que es el espacio colectivo. Con un sentido más amplio que el espacio público, y sin ánimos de intentar hacer una definición demasiado precisa, el espacio colectivo sería decir todo aquello que aun siendo parte de la ciudad no corresponde al dominio estrictamente privado: «Hay muchas clases de arquitectura y muchos usos diversos, y el de la vivienda es el que condiciona más directamente la ciudad en el doble sentido formal y funcional. No es, por lo tanto, un exabrupto añadir a “la ciudad es el espacio público” otra afirmación paralela: “la ciudad es el conjunto de sus establecimientos residenciales”»18(Bohigas, 2004). Confluencia del accionar público y privado, sin ninguna duda el espacio colectivo constituye el principal mecanismo para el desarrollo y la integración de la ciudad y sus habitantes. Así, en tanto que entorno edificado, “la arquitectura es una creación inseparable de la vida civil y de la sociedad en la que se manifiesta; ella es, por su naturaleza, colectiva”19(Rossi, 2010). El espacio colectivo está determinado por la accesibilidad y la fluidez entre sus distintas instancias. En su recorrido desde el espacio público hasta el privado, el espacio colectivo descubre un amplio gradiente cuyos niveles constituyen verdaderas 16 En: Bohigas, O. (2004). Contra la Incontinencia Urbana. Reconsideración moral de la arquitectura y la ciudad. Barcelona: Electa (Grupo Editorial Random House Mondadori, S.L.).

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En: Rossi, A. (2010). La Arquitectura de la Ciudad. Barcelona: Editorial Gustavo Gili, S.L.

oportunidades para la ciudad. Y es que “los lugares que llamamos colectivos se desenvuelven entre distintas intensidades de lo público o lo privado” 20(Lasala Hernandez, 2007). De igual manera que el espacio geográfico, el espacio colectivo posee tanto una dimensión locacional como una dimensión cultural. En cuanto a su dimensión locacional, los mismos paisajes que constituyen lo público: avenidas, calles, veredas, plazas, bulevares, parques, etc.; e inclusive lo privado: muros, fachadas, cerramientos, ventanas, balcones, patios, jardines, etc.; constituyen la apariencia visible, palpable, reconocible, del espacio colectivo. En cuanto a su dimensión cultural, el espacio colectivo es el lugar de [inter]relación e identificación de los ciudadanos con la ciudad. De ésta interrelación derivan la integración y la expresión, la construcción simbólica, la asignación de significados y, en definitiva, la generación de una identidad común. “Por lo tanto, la ausencia expresiva del espacio colectivo comporta el fin de la ciudadanía política”21(Bohigas, 2004). La calidad del espacio colectivo se verifica en la intensidad y en el valor de las relaciones sociales que se dan en él: “El deseo que sentimos hacia algo está relacionado con el disfrute. El éxito del espacio colectivo está ligado al deseo de los ciudadanos de recorrerlo y habitarlo”22(Lasala Hernandez, 2007). En suma, podría decirse que el espacio colectivo es la sustancia del fenómeno urbano. En Sucre, el espacio colectivo es diverso. Si bien está marcado por la división entre ciudad formal y ciudad informal, ésta no siempre ocurre de manera brusca, en algunos tramos es posible encontrar una transición gradual entre una y otra. De cualquier manera siempre es posible reconocer estas dos condiciones. En la ciudad formal, los retiros laterales y de fondo permiten tener visuales largas. Allí el espacio colectivo se sucede entre autopistas, avenidas y calles donde de vez en cuando es posible divisar una plaza o un parque. Los edificios comerciales, 20 En: Lasala Hernandez, A. (2007). La Calle, lugar de enlace y encuentro. Facultad de Arquitectura y Urbanismo. Universidad Central de Venezuela, Caracas. 21 En: Bohigas, O. (2004). Contra la Incontinencia Ula rbana. Reconsideración moral de la arquitectura y la ciudad. Barcelona: Electa (Grupo Editorial Random House Mondadori, S.L.). 22

En: Lasala Hernandez, A. (2007). La Calle. lugar de enlace y encuentro. Facultad de Arquitectura y Urbanismo. Universidad Central de

Venezuela, Caracas.

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de oficinas y públicos, todos de escala considerable, son propios de este sector del municipio. Los jardines perimetrales, los muros, las ventanas y balcones son constantes en las muchas urbanizaciones residenciales de vivienda multifamiliar y unifamiliar que yacen acá. En ocasiones es posible ver a lo lejos algunos barrios que emergen de entre los resquicios que deja el tejido de extensión. Estas vistas contraponen las distintas escalas urbanas, profundizando el paisaje y aumentando su dimensión. Por el contrario, en la ciudad informal la compacidad es una realidad. Allí los edificios se adosan haciendo de las calles, callejones y veredas verdaderos cañones por donde fluyen el tráfico y las personas. Aun cuando no existen otros mecanismos para salvar las alturas más que las escaleras y las rampas, dependiendo de la antigüedad y la prosperidad del barrio, las edificaciones pueden alcanzar varios niveles –cinco o seis inclusive–. Sin embargo, al yacer sobre cerros, en un ir o venir del relieve suelen ocurrir visuales largas donde la multiplicidad de paisajes distantes se comprueba. La vida comercial y pública es abundante acá, todo está a la venta y siempre hay una música que viene de lejos. En estos lugares no hay mayor cuidado por lo que se ve, sin mayores reservas, todo está a la vista: las edificaciones sin revestimiento, la ropa que seca en la ventana, las antenas de tv por cable y los tanques de agua por doquier, incluso las gentes suelen andar de poca ropa por las calles. En el barrio, otras formas de espacio público emergen con más fuerza –como el bulevar por ejemplo–, y lo escalonado –a través de terrazas y escaleras– se posiciona como la lógica predominante. A diferencia de como ocurre en la ciudad formal, en la ciudad informal es difícil ver estructuras de mediana o gran envergadura. Cuando esto ocurre –cuando aparece alguna urbanización popular, algún conjunto de edificaciones o instalación, o inclusive un edificio único–, termina por convertirse en un evento aislado dentro del paisaje predominante. III. El espacio público Si bien el espacio colectivo se desenvuelve “entre distintas intensidades de lo público o lo privado”23(Lasala Hernandez, 2007), evidentemente el espacio público es su principal componente: “La vida colectiva se expresa en la fluencia de los espacios públicos, y por eso es tan importante el diseño de esos espacios, teniendo en cuenta el grado de vitalidad propia que han de generar”24(Bohigas, 2004).

En: Lasala Hernandez, A. (2007). La Calle, lugar de enlace y encuentro. Facultad de Arquitectura y Urbanismo. Universidad Central de Venezuela, Caracas.

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En: Bohigas, O. (2004). Contra la Incontinencia Urbana. Reconsideración moral de la arquitectura y la ciudad. Barcelona: Electa (Grupo Editorial Random House Mondadori, .L.). 24

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Según las cifras más optimistas, Caracas posee actualmente un promedio de 1,15 metros cuadrados de espacio público por habitante25. Al comparar esta cifra con el estándar internacional (10 metros cuadrados de espacio público por habitante) la insuficiencia de área recreativa aparece como uno de los principales problemas urbanos. Sucre no escapa a esta realidad. En Sucre, según cifras manejadas por el Instituto Municipal de Vivienda y Habitad (IMVIH)26, existen 0,9 metros cuadrados por habitante. Con una población actual que, según cifras del Instituto Nacional de Estadística (INE)27, asciende al 1.046.346 habitantes, esto sería decir que existen en total en el municipio unos 941.711,40 metros cuadrados de espacio público, o lo que es lo mismo, unos 0,94 kilómetros cuadrados. Para un municipio con una superficie de 162 kilómetros cuadrados28, esto significa apenas el 0,58% de su territorio. Más allá de las naturales confluencias conflictivas que puedan existir en tan extenso espacio geográfico, al observar en números la sensible insuficiencia de área destinada al espacio público, es fácil comprender por qué Sucre –como ya se ha dicho– resulta un instante frágil, una hipótesis de conjunto. Al ser el espacio público un espacio de interrelación, es evidente que cualquier intento por intervenir urbanamente sobre este territorio a fin de poder establecer no ya una hipótesis de conjunto sino, un conjunto cierto, verdaderamente interrelacionado, debe empezar por la puesta a punto del espacio público. Esto es, la rehabilitación del espacio público existente, la proyección de nuevo espacio público, y, finalmente, la interconexión de todos ellos en un único sistema municipal articulado. Sin embargo, no se trata únicamente de la cantidad de espacio público disponible, se trata también de su adecuación programática. El espacio público no lo construye un banco desgastado y un incipiente árbol que se abre paso a través del pavimento agrietado. El espacio público debe ser mucho más que eso. Para empezar a pensar el espacio público hay que ampliar el glosario de términos que lo nombran. El espacio público no se trata únicamente de parques infantiles o de plazas monumentales. Todo lo contrario, se trata de un enorme contingente de espacios para toda la comunidad: “Lo primero que hace falta es conocer el léxico y saber usarlo con una sintaxis 25 En: Plan Estratégico Caracas Metropolitana 2020. Tomado de: Alcaldía Metropolitana de Caracas. (s.f.). Recuperado el 29 de Octubre de 2012, de http://alcaldiametropolitana.gob.ve/portal/. 26 Instituto Municipal de Vivienda y Habitad o IMVIH, principal ente municipal que dirige lo relativo a la planificación urbana y el desarrollo de viviendas. 27 Instituto Nacional de Estadística o INE, principal ente nacional que se encarga de la rectoría técnica de la actividad estadística de carácter público en la República Bolivariana de Venezuela. Tomado de: Instituto Nacional de Estadística. (s.f.). Recuperado el 1 de Agosto de 2012, de http://www.ine.gov.ve 28

Tomado de: Alcaldía del Municipio Sucre. (s.f.). Recuperado el 1 de agosto de 2012, de http://www.alcaldiamunicipiosucre.gov.ve

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convenida. Las palabras inteligibles son las que, con variantes sucesivas han mantenido una permanencia en el ámbito de una cultura y un territorio”29(Bohigas, 2004). Es entonces cuando, al mirar más detenidamente la ciudad, empiezan a emerger oportunidades para la proyección de lugares de ocio donde niños y niñas, adolescentes, adultos y personas mayores, cada uno por su cuenta o todos a la vez, hallen un espacio adecuado para su recreación: “distinguir entre parque, jardín, plaza, calle y demás elementos morfológicos […] no es una taxonomía radical, pero, a menudo, es un esquema mental indispensable para enfocar el proyecto”30 (Bohigas, 2004). Así por ejemplo: La calle… “con sus infinitas variables (avenida, paseo, pasaje, rambla, pórtico, etc.), que en cada idioma adopta un centenar de nombres diferentes según su forma y función específica […], un itinerario que actúa a la vez de hueso y arteria de la ciudad que puede absorber escenarios sucesivos en forma de jardín y plaza». La plaza… «como lugar de concentración y origen de dispersión, […] un cruce de itinerarios y un “emplazamiento” de diversos vectores centrípetos”. El parque… «una interrupción urbana con un fragmento de naturaleza artificiosamente equipada». El jardín… “un trozo de ciudad cuya arquitectura se cede a una vegetación proyectada”31(Bohigas, 2004). Y pudieran seguir sumándose oportunidades de intervención: el callejón, la vereda, la acera, la isla, el paso peatonal, la pasarela, la escalera, la rampa, el retiro, la terraza, la plazoleta, el parque de bolsillo, la esquina… Toda una infinitud de lugares cuya superposición y sucesión, lejos de limitar, termina por constituir el entramado vital de la ciudad. El espacio público resulta entonces en un juego, en una combinación, de cometidos: debe prever la suficiente especificidad programática para que cada tipo de usuario halle su lugar, al tiempo que permitir cierto nivel de inestabilidad, de apertura, para propiciar la interrelación entre los distintos tipos de usuarios posibles. De igual manera, para la concreción de espacio público de calidad, también es fundamental prestar debida atención a su accesibilidad: una plaza, un bulevar o un parque –por sólo nombrar algunas tipologías–, son útiles siempre que podamos habitarlos, siempre que queden a dos o tres minutos a pie de cualquier lugar, o siempre que queden de camino a casa. Si bien el espacio público es el principal componente democratizador de la ciudad, democratizar el espacio público – que no es lo mismo– no pasa únicamente por la proyección de una plaza, un bulevar o un parque metropolitano. A esa 29 En: Bohigas, O. (2004). Contra la Incontinencia Urbana. Reconsideración moral de la arquitectura y la ciudad. Barcelona: Electa (Grupo Editorial Random House Mondadori, S.L.).

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escala, evidentemente las intervenciones de gran envergadura son fundamentales. Sin embargo, a una escala local son las intervenciones mínimas –esas ocasionalmente llamadas de bolsillo– las que ejercen una influencia palpable sobre la calidad de vida de los ciudadanos. A fin de cuentas, para que el espacio público sea verdaderamente democrático, éste debe ser un evento común. Así, democratizar el espacio público va más allá de la proyección de una única intervención de varias hectáreas. Democratizar el espacio público tiene que ver con su masificación, con el despliegue de pequeñas intervenciones a través de las urbanizaciones y las comunidades populares del municipio, de la ciudad; desde lo más céntrico hasta lo más alejado, desde lo más urbano hasta lo más suburbial, tomando en cuenta a cada momento a todos sus posibles usuarios. Aun cuando no seamos conscientes de ello, buena parte de la población de Caracas y particularmente de Sucre, vive en zonas de difícil acceso, barriadas que se extienden por decenas y decenas de kilómetros cuadrados, donde miles de personas hacen sus vidas sin necesidad de asistir a la llamada ciudad formal: “Hay que aceptar que las grandes ciudades –y más aún las conurbaciones y las áreas metropolitanas– no son sistemas homogéneos o comprensibles en su totalidad. En cambio, cabe entenderlas –y conviene hacerlo– como una suma de núcleos de identidad –barrios, por ejemplo–, una yuxtaposición de elementos claramente configurados social y físicamente, como un recocido de fragmentos que incluso se contradicen, pero dentro de los cuales existe la coherencia suficiente para actuar proyectualmente”32(Bohigas, 2004). Al ser así, habría que preguntarse qué incidencia tiene para la ciudad informal –y para sus habitantes– el desarrollo de intervenciones que sólo toman en cuenta ciertos fragmentos de la ciudad formal. Evidentemente poca o ninguna. Es por esto que quienes se encargan de la planificación de la ciudad (arquitectos, paisajistas, diseñadores urbanos, urbanistas, ingenieros, sociólogos, políticos, etc.) deben plantearse cada vez más la masificación del espacio público a partir de la exploración de la escala mínima, esa que tiene influencia directa sobre todos y cada uno de quienes habitan la ciudad. Por último, y no por esto menos importante, está la heterogeneidad de la imagen del espacio público. Si bien abogamos por la superposición tipológica, por la apertura programática y por la masificación de las intervenciones, hay que tener cuidado

En: Bohigas, O. (2004). Contra la Incontinencia Urbana. Reconsideración moral de la arquitectura y la ciudad. Barcelona: Electa (Grupo Editorial Random House Mondadori, S.L.).

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por la más que probable conflictividad visual. En su libro La Imagen de la Ciudad, Kevin Lynch señala que: «una imagen ambiental eficaz confiere a su poseedor una fuerte sensación de seguridad emotiva. Puede éste establecer una relación armoniosa entre sí y el mundo exterior. Esto constituye el extremo opuesto del miedo provocado por la desorientación» 33 (Lynch, 2008). De nada sirven los espacios públicos si no pueden ser reconocidos como tales. No se trata de proyectar un lenguaje universal, se trata quizás de ahondar en los códigos que naturalmente son asignados a estos espacios para que puedan ser reconocidos intuitivamente por los usuarios: una explanada, un podio o un desnivel, un monolito, un pórtico, una secuencia ordenada de bancos, un fondo ajardinado, una hilera de arbustos o árboles, una envolvente, incluso una paleta de colores… todos estos son elementos que, como suerte de símbolos, hacen reconocibles al espacio público. Si hiciéramos un recorrido a todo lo largo del espacio geográfico de Sucre –incluso de Caracas–, intentando reparar únicamente en el espacio público, pudiéramos darnos cuenta de la infinidad de códigos proyectuales y constructivos con los que éste se presenta. En consecuencia, lo que es en un sector no necesariamente lo es en otro, de igual manera que, lo que bien funciona para ciertos lugares no bien funciona para muchos otros. Aunque en un primer momento esta variabilidad pareciera significar una virtud más que una dificultad, desde cierto punto de vista la heterogeneidad de códigos proyectuales y constructivos resulta en un obstáculo que debilita la construcción de un imaginario del espació público. Al observar otras ciudades alrededor del mundo, nos damos cuenta que los espacios públicos suelen mantener cierta coherencia e incluso ciertos códigos proyectuales y constructivos comunes que les permiten a sus usuarios identificar rápidamente cuándo se trata de una plaza, un bulevar, un parque, una plazoleta, una acera, etc. Con esto nos referimos a pavimentos idóneos, a mobiliario adecuado, a paisajismos pensados, a colores combinados, a cerramientos, conexiones y accesos perfectamente establecidos que, en su conjunto, complementan, ordenan y potencian el continuo urbano al tiempo que fortalecen la cultura urbana. En nuestro contexto, cómo reconocer un espacio público, cómo entender cuándo sentarse, cuándo contemplar, cuándo relajarse, ejercitarse o circular. Evidentemente el mobiliario marca la pauta, pero no es la única herramienta. La arquitectura del vacío, siempre más compleja que la arquitectura del volumen, debe hacerse presente de la manera más adecuada a fin de poder transmitir el mensaje implícito e inequívoco de: colectivo, público, gratuito… Si bien la mayoría de las veces la

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En: Lynch, K. (2008). La imagen de la ciudad. Barcelona, España: Gustavo Gili SL.

heterogeneidad es algo positivo, porque habla de diversidad, pluralidad y variedad, no lo es tanto cuando ésta termina por hacer ver desarticulado al espacio colectivo, o, peor aún, accidental. A diferencia de un proyecto urbano, el cual se reduce a una porción de ciudad más o menos reconocible y homogénea, la puesta a punto del espacio público debe intentar intervenir todo el territorio, esto si quiere causar un efecto palpable. Pero no debe intentar hacerlo con un único proyecto de escala metropolitana, esto no sólo sería inasequible sino ciertamente imposible. Todo lo contrario, debe intentar hacerlo con decenas de proyectos de escala mínima, proyectos que, con la implementación de códigos constructivos comunes, a medida que se construyan generen un espacio colectivo interconectado. IV. El proyecto

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El espacio público marca los límites de la idea de la ciudad, donde no lo hay puede hablarse de urbanización pero difícilmente de ciudad. Por eso ver como la gente desde la nada configura espacio públicos en las megalópolis más desarticuladas es esperanzador…» 34 (Lassus, 2007).

Bohigas, 2004

Cualquiera estaría de acuerdo en afirmar que la arquitectura –y por extensión el espacio público– debe adaptarse a cada lugar revelando en cada caso el genius loci. Pero qué significa proyectar una imagen unívoca sobre un territorio disímil de múltiples paisajes. En buena medida es ésta la tarea de cualquier oficina de proyectos perteneciente a una instancia de gobierno municipal, estatal o nacional: desplegar sobre un territorio una identidad común, o al menos intentarlo. Para poder avanzar en esta línea habría que hacerse de una comprensión del todo: del espacio geográfico, de todas sus posibilidades y de las muchas formas de reconocimiento posible. Algo así sería inabarcable. Entonces tomamos otro camino, ese que nos da la mera intuición. De este modo se abren ante nosotros múltiples lecturas, no siempre lineales, no siempre arbóreas. Transversales como suelen ser, estas lecturas –cada una y todas a la vez– se suman en nuestra comprensión del espacio habitable que es, en definitiva, el espacio colectivo.

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En: Bohigas, O. (2004). Contra la Incontinencia Urbana. Reconsideración moral de la arquitectura y la ciudad. Barcelona: Electa (Grupo

Editorial Random House Mondadori, S.L.).

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Más aun, dividiendo sucesivamente cada nuevo fragmento una y otra vez, esta diversidad no solo es evidente sino que se comprueba casi ad infinitum.

Borde, centro e intermedio La fisiología de la visión inaugura una línea de pensamiento interesante en torno a la comprensión y proyección del espacio habitable. Tal y como dice Piero Zanini, (arquitecto florentino nacido en 1966, cuyas investigaciones engloban arquitectura, antropología y geografía), el ojo repara primeramente en el borde (o contorno), permitiéndonos de esta manera (re) conocer el mundo: “Cuando trazamos un confín establecemos una distinción. Ésta es la presunción que lo fundamenta. Al distinguir, discriminamos entre lo que decidimos que pertenece a la entidad que intentamos definir (sea de naturaleza espacial, social, política, etc.) y lo que queda excluido. De esta forma, se reproduce culturalmente un rasgo peculiar de nuestra fisiología de la visión, que para extraer (es decir, conocer) algo de la masa de las cosas del mundo tiende a operar en los contornos, acentuándolos respecto a todos los demás”35. Sin embargo, aun cuando el borde es la primera señal de que nos encontramos frente a una entidad distinta, no es la única. Contrario a todos los bordes está el centro: “punto interior que aproximadamente equidista de los límites de una figura, superficie, territorio, etc.”36. Al yacer en medio, el centro constituye la esencia de las cosas, lo permanente e invariable en ellas. Por último, a medio camino entre el borde y el centro, se encuentra el intermedio. Éste es la extensión homogénea de las cosas mismas, lo que duran, la sustancia que las forma. Borde, centro e intermedio son una ilación elemental a partir de la cual (re)conocemos el mundo. Cada uno o todos a la vez, son posibilidad de comprensión de lo otro y por tanto de definición. La proyección del espacio habitable y colectivo pasa a través de estos lugares. Accesibilidad y conectividad Otra línea de reflexión en torno a la comprensión y proyección del espacio habitable se funda sobre la capacidad de movilidad propia de los seres animados. Los traslados son parte de la dinámica natural de todo individuo y, por tanto, también de los seres humanos. En nuestros traslados diarios nos desplazamos de un lugar a otro. Al ir y venir, entramos y salimos de lugares, definiéndolos a manera de campos de reconocimiento o escenarios de acción. Manuel Gausa (arquitecto, crítico y teórico contemporáneo, nacido en Barcelona en 1959 y miembro de ACTAR arquitectura), a propósito de la definición del concepto de ‘campo’ a partir de interacciones fluctuantes, nos dice: “El propio concepto de “campo” define, así, el lugar como un marco de reconocimiento pero también como un escenario de “escaramuzas” entre tensiones y fuerzas; es decir, como un campo de acción […]. Trabajar con logísticas de campo implicaría trabajar con dispositivos capaces de articular

35 En: Zanini, P. (2007). Confín. En D. Colafranceschi, Landscape + 100 palabras para habitarlo (págs. 39-40). Barcelona: Editorial Gustavo Gili, S.L.

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De la definición de centro, en: Real Academia Española. (2009). Diccionario de la lengua española (22.ª ed.). Madrid: Real Academia

Española.

movimientos y acontecimientos diversos, referidos a trayectorias de orden fluctuante y variables según logísticas internas y solicitaciones externas. Trayectorias autónomas y, al mismo tiempo, “sintonizadas” –en sinergia e interacción– con posibles tensiones y energías del lugar y de más allá del lugar”37(Gausa, 2007). Una escaramuza es una incursión aventurada en lo desconocido, una avanzada, una anticipación. Entendidas como traslados, las escaramuzas planteadas por Gausa son (re)conocimiento de la dimensión habitable del espacio y, por tanto, posibilidad de definición de lugar. Así, en ausencia de límites precisos, un acceso no sólo determina una entrada sino, instantáneamente, define el espacio al que se entra. De igual forma, un conector, en tanto que formalización de un habitar vectorial, define el espacio a partir de la intensidad con que se ocupa. Ambas condiciones aparecen como lugares comunes en nuestra manera de entender y construir el espacio habitable y colectivo. Repetición y diferencia Provenientes de la reflexión filosófica en torno a la noción de identidad, los conceptos de repetición y diferencia inauguran otras posibilidades para la comprensión y la proyección del espacio habitable. Mientras que la repetición, en tanto que duplicación de un objeto, es sólo posible como una ilusión, lo que efectivamente prevalece en todo momento es la diferencia. Así, al ser imposible tener la totalidad de los haces de imágenes que emanan de cosa alguna38, es sólo a partir de la diferencia que podemos discernir cada cosa –identificándolas– y, en definitiva, (re)conocer el mundo. Dentro del espacio habitable la repetición inaugura el tejido. Éste es casi una variación del intermedio, una extensión más o menos homogénea que construye una ilusión de conjunto. A su vez, la particularidad viene dada por la diferencia. Ésta caracteriza al tiempo que abre la posibilidad de que dentro de la repetición algo varíe. Es entonces cuando emerge el hito. Hito y tejido son dos formas de construir el espacio habitable y colectivo. Pero vale decir que lo anterior no es absoluto. Todo lo contrario, cada condición es intercambiable at infinitum. Aquello que a un nivel opera como tejido o como hito, a otro nivel puede operar perfectamente de forma contraria, definiendo con cada nueva vez, lugares, campos, paisajes y territorios diferentes. Es ésta una de las lógicas de proyecto más importantes en nuestra manera de entender y construir el espacio habitable y colectivo.

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En: Gausa, M. (2007). Campo. En D. Colafranceschi, Landscape + 100 palabras pa (págs. 31-32). Barcelona: Editorial Gustavo Gili, S.L.

Haces de imágenes que emanan de cosa alguna, idea recurrente de la teoría del conocimiento. Tomado de: Hessen, J. (2006). Teoría del conocimiento. (J. Gaos, Trad.) Bogotá: Gráficas Modernas, S.A. 38

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Emergencia y contingencia La ley universal de conservación de la energía supone otra línea de reflexión en torno a la comprensión y proyección no ya del espacio habitable en sí sino, específicamente, del espacio colectivo. Si bien esta ley establece que la energía ligada a un sistema aislado permanece constante en el tiempo, aplicada a nuestro entorno, entendido éste como un sistema cerrado, sería decir que no puede introducirse más energía de la que ya hay de igual forma que no puede extraerse. Aceptando que nuestro status quo como sociedad es la emergencia, condición vinculada principalmente a la insuficiencia de recursos y servicios, todo lo anterior denota un problema energético grave. Así, cualquier análisis muy somero de la situación indicaría que la energía, pensada como capacidad para realizar un esfuerzo, no es suficiente para el tamaño del sistema o que, en todo caso, la energía disponible no está siendo debidamente aplicada. Pero el sistema, conjunción de nuestros paisajes geográfico y humano, no es algo que pueda recortarse hasta equilibrarse con la energía disponible. Entonces optamos por la segunda posibilidad que deriva de nuestro análisis: los esfuerzos no están siendo debidamente aplicados. Como ya se ha dicho, la emergencia es nuestra realidad. Sin embargo, toda planificación del espacio colectivo sigue haciéndose del modo tradicional: exclusivamente a futuro y previendo unas circunstancias óptimas que no parecen llegar. El problema radica entonces en el desaprovechamiento de la energía contenida en el sistema. Habría que cambiar la manera tradicional de comprender y proyectar el espacio colectivo e intentar hallar nuevas formas que tornen más eficiente los procesos. Para cualquier técnico se trata de un accionar contingente basado en pensamiento inverso: de qué dispongo, qué puedo proyectar. Visto así, vencer la inercia de la emergencia no requiere necesariamente de mayor esfuerzo. Quizás, vencer la inercia –a fin de propiciar condiciones óptimas para una planificación integral y más tradicional– requiere sólo de un cambio de enfoque. Un ejemplo puede ser sencillamente la coparticipación. Al final de cada curso de diseño en las universidades, cantidades de esfuerzo son tiradas a la basura en forma de proyectos hipotéticos que no tendrán ningún tipo de continuidad. En el sector privado, hay compañías dispuestas a aportar esfuerzos para patrocinar obras sociales. Un poco más allá, algunos profesionales –de la arquitectura, la planificación urbana y las artes plásticas–, desean invertir esfuerzos para colaborar y proyectar sus nombres. En las comunidades, muchos vecinos –líderes, emprendedores y constructores populares– permanentemente hacen esfuerzos aislados por sus barrios. A la vez, evidentemente la municipalidad no cuenta ni con una décima parte de la capacidad de acción necesaria para generar un cambio sensible en el sistema, sin embargo, bien pudiera invertir sus esfuerzos en cambiar el enfoque: convocar, organizar y dirigir sectores. Sin duda, la efectiva conjunción de todos estos esfuerzos produciría un cambio sensible del entorno.

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Otro ejemplo palpable puede ser la lógica seguida en las intervenciones plásticas hechas por el programa, donde la paleta de colores y el patrón de aplicación no son casuales. Éstos han sido pensados según una lógica recurrente de la administración pública: no hay dinero. De esta forma se idea un accionar contingente que parte de la comprensión de lo que se tiene y lo que se quiere crear. Al tratarse de colores primarios, secundarios y substractivos (CMYK), la paleta deriva en una colección de colores estandarizados por el mercado lo que garantiza el abastecimiento continuado y los costes mínimos. A su vez, el patrón, el cual consiste en un diseño abstracto de franjas verticales, evita los cortes en horizontal, reduciendo los tiempos y costos de aplicación. El conjunto resulta en una instrucción sencilla a prueba de fallos presupuestarios, técnicos o de suministros. Ambos ejemplos constituyen lógicas de proyecto de nuestra manera de entender y construir el espacio habitable y colectivo. Glosario proyectual Para un arquitecto el diseño del espacio público es un salto al vacío. Por ejemplo, lo que en arquitectura significa una pared cortada lo es acá un escalón, un desnivel que define un límite entre dos condiciones. Comprender el léxico proyectual del espacio público, interpretarlo y componer con él no es una tarea fácil. Al andar las ciudades, un sinfín de situaciones sobreviene a distintos niveles: plaza, plazoleta, plazuela, explanada, bulevar, calle, paseo, rambla, acera, pasaje, vereda, paso, parque; pórticos, rejas, brocales, pavimentos, caminerías, terrazas, escaleras, escalinatas, rampas, postes, pilonas, bolardos, bancos; luz, sombra, iluminación, color, vegetación –todas las especies posibles y sus distintos crecimientos–, ocupación; etc. Nombrarlo todo es imposible. Más aún porque cada término constituye un universo de posibilidades que con cada lugar cobra nuevos significados. Sin embargo, aun cuando cada término es importante, hay algunos que resultan fundamentales para la proyección del espacio habitable y colectivo. La escalera por ejemplo, es una de esas situaciones capaces de conferir identidad y carácter, con distintos significados según el lugar donde se proyecte. En la ciudad formal, donde prevalece lo horizontal, una escalera es un accidente dentro de la continuidad del suelo. En los barrios, la escalera es la manera de vivir: nada es habitable –ni siquiera pensable– más allá de la escalera. Ésta no sólo construye las calles, las veredas, los senderos, sino también, incluso, va por dentro de las casas hilando dentro de la infinitud de niveles habitables superpuestos. En los barrios, la escalera, lo escalonado, lo aterraceado, así como lo zigzagueante, es la manera natural de las cosas. Escalonado porque los barrios yacen sobre los cerros, y deben ir paso a paso salvando las grandes alturas. Zigzagueante porque los cerros imponen su forma sinuosa, a la cual cada senda debe ceñirse a fin de poder mantenerse en pie. Así, la escalera da vida a la vereda, la vereda conduce a la calle, y la calle conduce a Caracas. Si en algún

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momento algún parque, alguna plaza o quizás algún intrépido bulevar aparece, lo hace entrelazado con la escalera, a tal punto que escalera y espacio público se convierte en una misma cosa. Ésta es otra de las principales lógicas de proyecto en este territorio. Acumulación y sistematización Todas las lógicas de proyecto se suman en un accionar atomizado que toma posición en lugares específicos. Pero cómo ocurre tal determinación. De tanto andar Petare entiendes que hay lugares comunes por donde los petareños discurren día a día, de ida por las mañanas y de vuelta por las noches, lugares donde las gentes se acumulan para vender, para comprar, para intercambiar. Entonces las intervenciones empiezan a acumularse también en sectores críticos, aparecen unas en medio de otras y con el tiempo se acercan, estableciendo sistemas donde una condición pública nueva se vislumbra. En muchas ocasiones la vida colectiva –en sus formas más naturales o más abruptas– es previa a cualquier formalización del espacio público. Es entonces cuando éste, en tanto que proyecto de intervención, viene a reforzar unas dinámicas preexistentes: centralidades, confluencias, solapamientos, etc. Sin embargo, no se trata nada más de reforzar; en ocasiones reforzar es tan sólo una excusa. Porque si bien reforzar es «añadir nuevas fuerzas», también lo es «reparar lo que parece ruina o detrimento» 39. Así, muchas veces lo reforzado es verdaderamente una re-creación del espacio público, un evento urbano nuevo que sobreponiéndose a lo anterior establece nuevas dinámicas a través de nuevas formas. Otras veces la vida colectiva es inexistente. Entonces el proyecto viene a interpretar –adivinar quizás– lo que el lugar indica en una suerte de interpretación del genius loci. Sea reforzamiento, recreación o interpretación, la acumulación conlleva a la sistematización del territorio intervenido. Ésta es una lógica emergente en nuestra manera de proyectar el espacio habitable y colectivo. Arquitectura pública Por último, la arquitectura, sobre todo la pública, tanto la que es desarrollada por el Estado (en cualquiera de sus formas administrativas: nacional, estatal y municipal) como incluso aquella desarrollada por privados pero dirigida a construir espacio público, debe servir al tiempo que educar. Es decir, no solo ha de ser útil al colectivo –cosa por demás muy obvia– sino que, de manera intrínseca, debe además instruir cívicamente a través de sus formas y dinámicas. Así por ejemplo: una hilera de postes de alumbrado no sólo provee iluminación en horas nocturnas sino que permanentemente confiere orden, regularidad y urbanidad a ese sector de ciudad en el que se inserta; una acera bien proyectada, con un ancho suficiente para permitir el tránsito en ambos sentidos, con árboles, bancos y papeleras cada tanto, promueve el intercambio y el reconocimiento entre las personas; los rayados peatonales formalizan el libre desplazamiento y con esto la peatonalización;

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39 De la definición de reforzar, en: Real Academia Española. (2009). Diccionario de la lengua española (22.ª ed.). Madrid: Real Academia Española.

las rampas de acceso integran a las personas con movilidad reducida; y los murales con colores vivos y formas abstractas animan la cotidianidad de los transeúntes y despierta la curiosidad de los más jóvenes. En su conjunto, todas estas situaciones van de a poco construyendo y consolidando una imagen de ciudad que no sólo es más ordenada y humana sino, incluso, más democrática. Ésta no debería ser solo una lógica de proyecto nuestra sino de todos. La construcción de un espacio habitable y colectivo donde prevalezca el respeto por el otro es hoy la mayor necesidad. Finalmente… Hilvanar todas estas visiones no es fácil, todas y cada una ocurren a la vez. Sin embargo intervenimos el territorio. A veces a partir del borde, a veces a partir del centro. Otras veces es la tensión entre dos accesos la que abre un intermedio donde lo público triunfa. Sea como fuere, en todo momento generamos vínculos. Un habitar múltiple que al no poder establecer relaciones visuales directas opera en la memoria. Cada intervención, a un mismo tiempo diferente y repetida, recrea el sistema. Si bien no podemos modificar con profusión el entorno apostamos por lo justo a través de un accionar contingente. De a poco crecemos y creamos un espacio de tolerancia… “El espacio público marca los límites de la idea de la ciudad, donde no lo hay puede hablarse de urbanización pero difícilmente de ciudad. Por eso ver cómo la gente desde la nada configura espacios públicos en las megalópolis más desarticuladas es esperanzador”40(Bohigas, 2004).

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En: Bohigas, O. (2004). Contra la Incontinencia Urbana. Reconsideración moral de la arquitectura y la ciudad. Barcelona: Electa (Grupo

Editorial Random House Mondadori, S.L.).

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