La nueva nobleza titulada en el reinado de Fernando VI. Entre la virtud y el dinero, en López Díaz, M.: Elites y poder en las monarquías ibéricas. Del siglo XVII al primer liberalismo, Madrid, Biblioteca Nueva, 2013, pp. 155 – 177.

July 25, 2017 | Autor: F. Andújar Castillo | Categoría: Nobility, Aristocracy, Venality
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Descripción

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ste libro aborda. desde perspectivas diversas, el estudio de la~ e1itp~ sociales y políticas de las monarquías ibéricas en el Antiguo Regimen. mos­ trando tilla realidad plural según 108 contextos. problemáticas y espaC'in~ políticos analizados. Al tiempo. aporta nuevos elementos de I'enexión con· ceptual oteórica sobre el tema y alumbra avances fundarnclllalps sobre las dinámicas, prácticas de poder y procesos donde aquellas son agl'nte~ implicados oestán interesadas. Los trabajos tienen dos ejes de referencia: el nuevo impulso pollLiro que la monarquía y el Estado españoles expeJimentaron tras la Guerra de Sucesión y sobre todo del ecuador de la centuria, y el papel que en dicho proceso desempeñaron las élites así como los efectos que sobre ellas tuvo la cultura ilustrada: una evolución que antes odespué¡; se dio tamhién en las otras monarquías continentales, i~cluida la pOltuguesa que aquí merece una especial atención por su vecindad y proximidad institucional. Elaborados por un grupo de investigadores de diferentes univl'J'sidade:; de España. Francia, Italia y Portugal, sus contribuciones certifican un avance singular en diversos aspectos que quedarán reflejados en esta obra de una manera excepcional.

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María López Díaz [Ed.]

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CAPÍTULO SÉPTIMO

La nueva nobleza titulada en el reinado de Fernando VI.

Entre la virtud y el dinero*

FRANCISCO AND¡)JAR CASTILLO

Universidad de Almería

El que tiene más oro, tiene más mérito; y el que no cuenta escu­ dos, que son los que ocupan el lugar de los talentos, siempre marchi­ tará, lejos del tribunal, de las armas, y aun de!

l.

INTRODUCCiÓN

El acceso al escalón más elevado del estamento nobiliario ha sido hasta no hace mucho en la historiografia española un tema marginal, cuando no relegado a un inexplicable olvido. Supuestamente sabíamos todo, o casi todo, sobre el particular y por eso mismo no era preciso investigar nada. Una amplia tradición en la historia de España, que remontaba su mirada hasta el Medievo, había dejado muy claro que el rey remuneraba con un título nobiliario a aquellos súbditos que le habían servido en los que por entonces eran los principales pilares de] Estado, es decir, la guerra, la administración y gobierno de la monarquía. Los estudiosos de la genealogía, de la heráldica y, en general, de todos aquellos que consideraban como inmutables esos principios, afianzaron hasta mediados del siglo xx unas tesis que no tenían otro fundamento que la mera suposición y aceptación de algo que no era preciso

• El presente estudío se ha realízado en el marco del Proyecto de Investigación de I+D Venalidad de cargos y honores en la España del siglo XVlIl (HAR2008-03180) financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación. I Marqués de Caracciolo, Los verdaderos intereses de la patria, París, 1764 (trdd. de Francisco Ma­ riano Nipho), Madrid, 1787, pág. 101.

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verificar porque nadie podía dudar de que el monarca, fuente principal de toda merced y gracia, recompensaba de f'Orma justa a quien le había servido condeco­ rándolo con un título de marqués o conde y, en un rango más elevado, incluso, de duque. Durante la primera centuria de la modernidad, vinculado el titulo nobiliario a la posesión de un señorío, nadie ponía en duda que excelsos servicios se hallaban detrás de la munificencia regia, aquella que derramaba su generosidad distinguien­ do con títulos nobiliarios ora fuesen de Castilla, de Aragón, de Navarra, de Italia o de Flandes- a quienes podían acreditar una brillante acción militar o el eficaz desempeño de un gobierno y, desde luego, a quienes cada día ejercían importantes empleos cortesanos en la cercanía de las personas regias. Semejantes formulaciones fueron extrapoladas desde las características de aquel reducido grupo nobiliario, que a finales del siglo XVI no llegaba a los 250 títulos 2, al que progresivamente fue conformándose a lo largo del siglo xvn con la masiva entrada de nuevos miembros, en especial durante los dos últimos reinados de la Casa de Austria. El desorbitado crecimiento, sustentado fundamentalmente en la venalidad de tan preciados honores, supuso una radical transformación en el conjunto del cuerpo social de la nobleza titulada. De ese cambio se ha destacado, por encima de cualquier otra consideración, la depreciación de la consideración social de los títulos nobiliarios, como consecuencia de la entrada en lo que, hasta entonces era un selecto grupo, de un heterogéneo conjunto de individuos, muchos de los cuales tan solo podían acreditar el haber depositado varíos miles de doblones en las arcas de la hacienda regia o haber entregado semejante cantidad al prior de un convento que «beneficiaba» un título). Los estudios de don Antonio Domínguez Ortiz vinieron a cambiar sensiblemen­ te buena parte de esas vetustas concepciones. Sus magistrales obras sobre las clases privilegiadas y sobre la sociedad española en el siglo XV1l 4 pusieron de relieve la ruptura que supuso la política de Felipe IV y, sobre todo, de Carlos n, de incremen­ tar de forma desmesurada el cuerpo de nobles titulados 5 • Esas tesis de don Antonio se vieron ratificadas años después por diversos autores, entre ellos Juan Antonio Sánchez Belén6 y Enrique Soria Mesa? El estudio más reciente, sin entrar a fondo -por no ser su objeto de estudi(}-- en el origen del espectacular crecimiento del número de títulos en los reinados de Felipe IV y Carlos n, obra de Antonio José

E. Soria Mesa, La nobleza en la España Moderna. Cambio y continuidad, Madrid, 2007. pág. 51. Sobre la venta de títulos nobiliarios a través de instituciones religiosas, véase F. Andújar Castillo y M: M. Felices de la Fuente, «Nobleza y venalidad: el mercado eclesiástico de venta de títulos nobíliarios en el siglo XVIII», Chmnica Nova, 33,2007, págs. 131-153. , A. Domínguez Ortiz, Las clases privilegiadas en la España del Antiguo Régimen, Madrid. 1973. 5 A. Domínguez Ortiz, La sociedad española en el siglo XVll, Granada 1992, t. 1, págs. 219 Y sigs. 6 J. A. Sánchez Belén, La polílicajiscal en Castílla durante el reinado de Carlos l/. Madrid, 1997, págs. 305-311. , Para no hacer muy prolijas las referencias nos remitimos al estado de la cuestión inserto en la mejor síntesis publicada sobre la nobleza española durante el Antiguo Régimen: E. Soria Mesa, La nobleza española .... ob. cit., págs. 23-35. 2

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Rodríguez Hemández, ha dejado muy claros los datos al respect0 8 . Con todo, lo importante no fue tanto el incremento numérico del grupo como las causas de ese aumento, entre las cuales destacó sobremanera la política de enajenación de los títulos nobiliarios emprendida por la monarquía con el fin de sufragar gastos de todo orden, entre ellos, desde luego, la guerra, pero también las Casas Reales, así como necesidades puntuales como el casamiento de Carlos 11 en el año de 1679, un acontecimiento que, según nuestras estimaciones, se financió en buena parte con la venta de 35 títulos de Castilla -como mínim(}-- entre los años de 1679 y 16829 • Durante la primera mitad del siglo XVlII,la dinámica iba a cambiar poco, pues el cuerpo de nobles titulados siguió creciendo al mismo ritmo que lo había hecho en décadas anteriores como resultado de una política de recompensar servicios -en particular durante la Guerra de Sucesión- de todo orden en los que, una vez más, no tuvieron un papel menor los denominados «servicios pecuniarios» que encu­ brían lo que eran claras ventas de estos honores. La importancia de estos la detallamos al estudiar los títulos enajenados durante la contienda sucesoria, en el marco general de una vasta operación venal desarrollada entre 1704 y 1711 JO, así como con motivo del lustro real entre 1729 y 1732, cuando la corte se trasladó a la ciudad de Sevillall . Sin embargo, han sido los estudios de María del Mar Felices de la Fuente los que han aportado resultados definitivos sobre los nuevos títulos nobiliarios otorgados por el primer monarca de la Casa de Borbón, demostrando que el aumento numérico fue producto, a la vez, del «mérito y la venalidad», sien .. do esta última el origen de al menos un tercio del total de los nuevos despachos de marqueses y condes l2 • El citado estudio de María del Mar Felices prueba que, en materia de distri­ bución de mercedes de títulos nobiliarios, durante el reinado de Felipe V se man­ tuvieron las mismas prácticas que habían existido durante la segunda mitad del siglo XVII. Dicho de otro modo, el cambio dinástico no solo no introdujo ningún cambio con relación a la etapa precedente, sino que, además, la inercia se mantuvo bajo los mismos parámetros, por cuanto persistieron las pautas remuneratorias que se habían ido extendiendo durante el último tercio del siglo XVIl ll . Los 318 títulos g Un detallado panorama general de las cifras evolutivas del crecimiento de titulos nobiliarios durante los reinados de los dos últimos Austrias se encuentra en J A. Rodríguez Hernández, «La creación de Títu­ los de Castilla durante los reinados de Felipe IV y Carlos JI: concesiones y ritmos», en J. P. Diaz López; F. Andújar Castillo y Á. Galán Sánchez (eds.), Casa~. Familias y Rentas. La nobleza del Reino de Granada entre los siglos XV-XVlll, Granada, 2010, págs. 168-169. 9 Datos obtenidos de un estudio que, en el momento de redactar este texto, se encuentra en fase de realización sobre la almoneda de títulos nobiliarios que tuvo lugar durante esos años. 10 F. Andújar Castillo, Necesidad y venalidad España e Indias, 1704-J 7ll, Madrid, 2008. F. Andújar Castillo, "Vender cargos y honores. Un recurso extraordinario para la financiación de la Corte de Felipe V», en 1. L. Castellano Castellano y M. L. López-Guadalupe Mui'loz (cds.), Homenaje a Don Antonio Domínguez Ortiz, Granada, 2008, t. 11\, págs. 89-110. 12 M.a M. Felices de la Fuente, La nueva nobleza titulada de España y América en el siglo XVlIJ (1701-1746). Entre el mérito y la venalidad. Almería, 2012. 13 ¡bid., págs. 127-140.

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que se concedieron durante el reinado de Felipe V -una pequeña parte de los cuales habían sido otorgados por el archiduque Carlos de Austria, y posteriormene convalidados en cumplimiento del Tratado de Viena de 1725- respondían a servi­ cios de todo orden, entre ellos los pecuniarios, que tanto habían proliferado durante el reinado de Carlos U. Por otro lado, María del Mar Felices ha demostrado que, frente a lo que viene manteniendo la historiografía más tradicional, esos nuevos marqueses y condes pudieron acceder a sus títulos nobiliarios sin necesidad de acreditar un origen so­ cial Ílustre acorde con el alto honor que recibían l4 • Obtenidos la mayor parte me­ diante un decreto ejecutivo, por el cual el rey ordenaba a la Cámara de Castilla que procediera a la expedición del título y, por ende, sin la pertinente consulta previa sobre quien iba a ser distinguido con un marquesado o condado, para cualquier individuo que hubiera hecho algún servicio al rey fue más fácil conseguir el título nobiliario que un hábito de las órdenes militares o una hidalguía l5 • Frente al siste­ ma consultivo que suponía la averiguación por parte de la Cámara de Castilla de las calidades de los que pretendían titular, predominó la vía ejecutiva que relegaba a la Cámara a un segundo plano en materia de gracia, siendo muy escasos los títulos que fueron concedidos previa emisión de las «cédulas de diligencias» e «informes reservados» que solía utilizar la Cámara para inquirir acerca del origen social y rentas de los aspirantes a titular l6 • Si admitimos la existencia de una jerarquía nobi­ liaria estratificada en dichos rangos, no dejaba de ser una contradicción, que la lim­ pieza de sangre e hidalguía que se requería -al menos en teoría- para vestir un hábito de cualquiera de las órdenes militares no se demandase a quienes accedían hasta la cima del estamento nobiliario al obtener un título de conde o marqués l1 . En consecuencia, lo que primó siempre fue el referido intercambio de «ser­ vicio» por «merced», sin que hubiese más cortapisa al incremento del grupo de '4 M.a M. Felices de la Fuente, «Procesos de ennoblecimiento. El control sobre el origen social de la nobleza titulada en la primera mitad del siglo XVIII», en F. Andújar Castillo y M.O M. Felices de la Fuente (eds.), El poder del dinero. Ventas de cargos y honores en el Antiguo Régimen, Madrid, 2011, págs. 243­ 269. 15 Sobre el papel de la Cámara en la concesión de estas mercedes, véase, M: M, Felices de la Fuente, «La Cámara de Castilla, el rey y la creación de títulos nobiliarios en la primera mitad del siglo XVIlI», Hispania, Revista española de historia. 236, 2010, págs. 661-686. 16 La ausencia de cualquier control sobre el origen social de los titulados y la imposición del decreto ejecutivo dio como fruto el acceso al grupo de la nobleza titulada de individuos de incuestionable ascen­ dencia conversa, Entre múltiples ejemplos, para el siglo XVII pueden verse los trabajos monográficos de Carmen Sanz Ayán sobre dos familias de conversos dedicados a los grandes negocios con la monarquía: «Blasones son escudos, El ascenso económico y social de un asentista del rey en el siglo XVII: Bentura Donís}), Cuadernos de historia moderna, 20, 1998, págs. 33-57; «Consolidación y destrucción de pa­ trimonios financieros en la Edad Moderna: Los Cortizos (1630-1715»), en R. Robledo Hernández y H, Casado Alonso (coords.), Fortuna y negocios. Formación y gestión de los grandes patrimonios (siglos Valladolid, 2002, págs. 73-97, Un ejemplo de esa contradicción, referido a finales del siglo XVII, puede verse en F. Andújar Casti­ llo, «Hacerse noble a finales del siglo XVI'. Las contradicciones de la jerarquía nobiliaria», en Homenaje a Juan Luis Castellano (en prensa).

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nuevos titulados que la inevitable depreciación social de unos honores que otrora habían distinguido tan solo a los principales linajes de la monarquía. En ese con­ texto cabe interrogarse acerca de cómo el grupo, el de la vieja nobleza titulada, percibió ese considerable incremento de un cuerpo social al que cada día llegaban gentes de toda ralea, algunos de ellos segundones de casas principales, pero sobre todo un nutrido grupo de individuos que, amén de tener un más que dudoso origen social, eran hombres de negocios, comerciantes, asentistas, financieros y gentes, en suma, con profesiones poco acordes con el rango social que suponía pertenecer a lo más granado de la pirámide social, ala nobleza titulada. Responder a tal interrogante es algo complejo, sobre todo por la carencia de testimonios directos emanados de la «vieja aristocracia», es decir, aquella que po­ dríamos considerar como limitada a un reducido núcleo de familias que se vieron distinguidas con títulos nobiliarios hasta el reinado de Felipe IV, cuando comenzó a crecer de forma desorbitada el grupo. Uno de esos escasos testimonios lo encontra­ mos en el Teatro Monárquico de España de Pedro Portocarrero Guzmán, obra pu­ blicada en la coyuntura del cambio de siglo. La contundencia de su crítica, centrada en el acceso venal a los títulos, deja poco lugar a la duda sobre las consecuencias del aumento del número de títulos fundamentado principalmente en el dinero: Dignidades que los reyes radicaron en la primera nobleza, no las debe vulga­ rizar el pretexto de la necesidad, porque aumentando el número de los magnates y próceres, de necesidad se sigue el menosprecio. Por grande que sea una dignidad, la muchedumbre la envilece y sirve de empacho a aquellos que dignamente la poseen, viendo a su lado a quienes el dinero hizo arrendajos de su grandeza [".] ¡Cuantos vemos hoy colocados en dignidades altas a costa de su dinero! La clase de los Grandes, el dinero la aumentó, la de los títulos el dinero la envileció; los hábitos, el dinero los despreció estimando solo en ellos lo rico de las encomien­ das. Esto todos lo ven y lo saben, que por mi no hago otra cosa que escribir lo que todos tienen impreso en su memoria I8 .

Por tanto, a falta de otros testimonios, es preciso acudir a las prácticas políticas para tratar de acercarse a la realidad de un estamento muy estratificado socialmente y complejo. Para llevar a cabo ese análisis hemos optado por elegir un período, el reinado de Fernando VI que, dada su corta duración, nos permite establecer elementos de comparación tanto con reinados anteriores como entre los diferentes niveles del propio grupo de la nobleza titulada. Para una mejor comprensión de nuestra investigación, en una primera parte presentaremos los datos, lo que las fuentes documentales señalan, tanto en una perspectiva cuantitativa como cualita­ tiva, para después, en un segundo bloque, mostrar la interpretación y análisis que dichos datos nos permiten inferir. 18 P. Portocarrero Guzmán, Teatro monárquico de España (edición, estudio preliminar y notas de Carmen Sanz Ayán), Madrid, 1998, pág. 464.

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2. LA HETERo.GENEIDAD DEL GRUPO.. Lo.S NUEVOS TíTULOS NOBIl.lARIOS DEI. REINADO DE FERNANDO VI Comencemos po.r las cifras. El retrato. de grupo. siempre resulta ilustrativo de los cambio.s o permanencias que se observan en la política regia de co.ncesión de mercedes, en este caso de títulos nobiliarios. De entrada, en relación con el reinado de su padre, se puede afirmar que con Fernando VI hubo. una rotunda disminución en el número de mercedes oto.rgadas, pues frente a un promedio. de casi siete títulos nobiliarios dispensados por año en tiempos de Felipe V, se pasa a poco. más de tres por año entre 1746 y 1759, con un to.tal de 42 nuevo.s títulos1 9 • Po.r tanto., durante los casi trece años que duró en el tro.no de España Fernando. VI, tres facto.res explicarían esa reducción en la creación de nuevas «élites sociales». En primer lugar, la ausencia de conflictos bélicos y, po.r ende, de individuos a los que recompensar por sus servicios prestado.s en la guerra. En segundo. término, la reducción de la demanda de títulos, sobre to.do. por parte de los grupo.s sociales en ascenso que habían disfrutado. de una oportunidad de o.ro. en la década de los años cuarenta cuando, tras la crisis de 1739, se intensificaro.n las enajenaciones de título.s que permitiero.n a muchas familias alcanzar la cima del estamento nobiliario con el único requisito de apo.rtar los caudales en que estaban tasado.s 20 • Po.r último, y relacionado. co.n lo anterio.r, habría que ponderar que Fernando VI, aconsejado por el todopo.deroso Ensenada, adoptó a partir de lo.s año.s 1748-1750 una decidida po.lítica de supresión de la venalidad de car­ go.s. En la primera fecha acabó con la venta de empleo.s militares que el propio Ensenada había impulsado. año.s atrás Co.n la finalidad de financiar lo.s gastos de 19 No se incluyen en dicha nómina dos títulos nobiliarios concedidos durante el reinado de Felipe V pero que fueron despachados durante el reinado de Fernando VI. El primero de ellos, el de marqués de la Scala, lo obtuvo en marzo de 1751 Vicente Maldonado Rodríguez de las Varillas Boil de la Scala, vecino de Valencia, hijo primogénito de Joaquín Maldonado Rodríguez dc las Varillas, conde de Vi­ lIagonzalo y de Josefa Boil de la Scala, primogénita de Vicente Boil de la Scala, marqués de la Scala. En realidad, el título se le había concedido en 1704, a consulta de! Consejo de Aragón, al abuelo de Vicente Maldonado por haber ido a servir como voluntario junto al rey en la campaña de Portugal. Pro­ bablemente sc le concedió con carácter de vitalicio, porque lo que hizo Vicente Maldonado en 1751 fue solicitar que el citado título de marqués de la Scala se considerase perpetuo y, en adelante, honorario de los primogénitos de los condes de VilIagonzalo. Tras la pertinente consulta al Consejo de Castilla, com­ petente en esta materia tras la extinción del Consejo de Aragón, recibió aprobación para perpetuar dicho título. Archivo del Ministerio de Justicia (AMJ), leg. 120-1, exp. 1103. El otro título, expedido también durante el reinado de Fernando VI pero procedente de una merced anterior, fue el título de Navarra de marqués de Barriolucio, concedido por decreto de 25 de febrero de 1741 (AHN, Consejos, lib. 682) a Gaspar Fernández de Castro, regidor de Burgos, quien no saeó los despachos correspondientes hasta mayo de 1758 (AHN, Consejos, lib. 526). Tampoco hemos incluido cl título de marqués de Squilache, otorgado, según la historiografia, en 1755 a Leopoldo Gregorio. En realidad, tanto ese título como el que obtuvo de marqués de Vallesantoro son ambos de Nápolcs, concedidos por Carlos 1II antes de que este a ser rey de España. M.a M. Felices de la Fuente, La nueva nobleza titulada .... ob. cit., pág. 278.

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una recluta general de soldado.s 21 • Luego., en 1750, puso fin a la venta de cargo.s de go.bierno político, hacienda y justicia de América que se venían enajenando. -co.n diferentes interrupcio.nes desde el último tercio del siglo XVIl-, entre otras razones, porque la nueva etapa de paz hacía posible que la hacienda regia tuviese meno.res necesidades extraordinarias de numerario, una situación que, con ante­ rioridad, siempre había estado en el trasfondo, o al meno.s en la legitimación, de buena parte de las o.peracio.nes venales. Por lo que hace a lo.s título.s no.biliarios, se po.ndría en marcha una política en la que, si bien no se acabó por completo con el «mérito. del dinero» co.mo. principal «servicio» para inclinar la voluntad regia a favo.r de un determinado individuo, sí al meno.s se trató de reducir semejante «mérito» a valores casi testimoniales. Por tanto, el panorama general que encontramos so.bre lo.s nuevos títulos crea­ dos durante el reinado de Fernando VI, está marcado. po.r una acusada heteroge­ neidad definida por el acceso al grupo de individuos que podríamos decir que responden al patrón de la «nobleza de servicio o de mérito» y los que accedieron la «nobleza del dinero». No obstante, según a tal honor por sus caudales, es nuestras estimaciones, hubo un claro desequilibrio entre unos y otros, pues frente a 10 títulos asentados en servicios a la monarquía --aunque, como veremos más adelante, no en todos ellos parecen estar tan claros esos servicios- un total de 32, cifra que representa el 76,2 por 100, fueron producto de sendas compras de los mismos a través de diferentes vías. No obstante, esas sumas, claramente des­ equilibradas en favor de los títulos venales, obedecieron, sobre todo, a mercedes dispensadas durante el reinado del primer mo.narca de la Casa de Borbón pero que se despacharon en tiempos de Fernando VI. Procede pues, diferenciar entre los «titulados por méritos» y los «titulados por dinero», aunque, como hemos señalado, a menudo esa diferenciación no es posible establecerla de forma radical, pues muchos de los que lograron sus títulos aparentemente «por méritos» presentan un perfil similar al de aquellos que los adquirieron. Como se ha mostrado en un estudio reciente, y a pesar de que buena parte de la historia sobre la nobleza titulada se ha hecho hasta ahora a partir de esos documentos, lo.s despachos de lo.s título.s no.biliarios silenciaron de fo.rma intencio.nada aspecto.s poco co.nvenientes para lo.s interesado.s, entre o.tras cosas para o.cultar lo.s verdadero.s motivos de o.btención de tan excelsas gracias regias 22 • El análisis comparativo de trayectorias vitales resulta claramente ilus­ trativo al respecto.

21 F. Andújar Castillo, El sonido del dinero. Monarquía, ejército y venalidad en la España del siglo XVllI, Madrid, 2004, pág. 188. 22 Sobre la problemática específica de las ocultaciones de los verdaderos motivos para la obtención de numerosos títulos nobiliarios véase: M. a M. Felices de la Fuente, «Silencio y ocultaciones en los despachos de los títulos nobiliarios: análisis crítico de su contenido», Chronica Nova, 36, 20 I 0, págs. 229-252.

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2.1.

La nobleza de servicio

Durante el reinado de Fernando VI, el premio del título nobiliario recayó en muy pocos servidores de la monarquía, aunque la mayor parte de ellos con dila­ tadas trayectorias de servicio. De los diez títulos que se pueden identificar como de «méritos», seis fueron a parar a manos de militares, casi todos tras ostentar una alta graduación como era la de teniente general de los reales ejércitos. Dos son par­ ticularmente significativos, por cuanto recibieron sus respectivos títulos nobiliarios tras ser nombrados como virreyes: José Antonio Manso de Velasco, conde de Su­ perunda en 1748, que había sido designado para el virreinato del Perú en agosto de 1746, y Juan Francisco Guemes Horcasitas, conde de Revillagigedo en septiembre de 1749 tras haber sido designado para el mando del virreinato de Nueva España en abril de 1746. En ambos casos, amén de sus méritos militares y su experiencia en materia de gobierno en América, los títulos nobiliarios respondían a una prác­ tica bastante extendida en la monarquía hispánica cual era la del desempeño de cargos públicos con rangos honoríficos asociados a los mismos para que, como se solía indicar, los beneficiarios sirvieran dichos empleos «más condecorados», máxime en empleos que venían a representar el «alter ego» del rey en aquellas circunscripciones 23 • Los otros tres tenientes generales favorecidos con títulos nobiliarios fueron el marino genovés Benito Antonio Spínola, que tituló en octubre de 1752 como marqués de Spínola24, Juan Restituto Castro Aguilera que recibió el título de marqués del Mérito en marzo de 1754 pero no tendría tiempo de sacar el des­ pacho del título pues falleció en febrero del año siguiente25, y Domingo Ortiz Rozas, quien recibió de forma póstuma el título de conde de Poblaciones, pues murió a mediados de 1756 en el viaje de regreso a España desde Chile, sin que la Cámara de Castilla tuviese conocimiento de ello en el momento de consultar el títul0 26 • En el mismo grupo de los militares podría situarse la figura de José de Escandón Helguera, quien con el grado de coronel de milicias -rango, por tanto, inferior al de coronel del ejército regular- fue agraciado en 1749 con el título de conde de Sierra Gorda por sus campañas de colonización y nuevas fundaciones de ciudades en México, en concreto Nuevo Santander, actual terri­

2) Archivo General de Indias [AGI), Indiferente General, leg. 544, lib. 3. Además, en el caso de Superunda, constaron en el título sus dilatados servicios militares y el mérito contraído en la recons­ trucción del Callao que había sido devastado por un terremoto y posterior «tsunami» acaecido el 28 de agosto de 1746. 24 AHN, Consejos, lib. 625. 25 AHN, Consejos, leg. 8978, exp. 381. 26 Su trayectoria biográfica se encuentra en G. B. Tarragó, «De las montañas al Rio de la Plata: gobernadores cántabros en Buenos Aires (primera mitad del siglo XVIII)>>, Monte Buciero, 12, 2006, págs. 95-126.

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torio de Tamaulipas 27 • Por último, por méritos militares, pero no del agraciado sino de dos familiares suyos -sus tíos José Antonio Tineo, teniente general, y Juan Antonio Tineo, mariscal de campo y gobernador de La Habana-28 le fue concedido el título de marqués de Casa Tremañes en mayo de 1748 a José María Tine0 29 , una merced que ha suscitado bastante confusión pues erróneamente ha sido calificado como de teniente generapo, o simplemente se le ha atribuido el título en un estudio reciente, también de forma equivocada, a Francisco Antonio Tineo, quien en realidad fue II marqués de Casa Tremañes 31 • Fuera del ejército el caso más elocuente de «servicios», iniciados en el mundo de la magistratura, fue el de Alfonso Muñiz Caso, nombrado Secretario del Despa­ cho de Gracia y Justicia por Fernando VI en octubre de 1747 y recompensado con el título de marqués de Campo Villar en abril de 175032 • Con independencia de sus méritos hay que tener en cuenta que en su calidad de ministro de Gracia y Justicia era el encargado de despachar con el monarca los asuntos que, consultados por la Cámara de Castilla o no, tenían que ver con las materias de gracia entre las cuales se encontraba la concesión de los títulos nobiliarios. Por último, entre la «nobleza de servicio» habría que considerar dos casos sin­ gulares, pero no tanto porque presentasen servicios claros sino por las excepciona­ les circunstancias del origen de sus títulos. Al primero, Nicolás Carrillo de Men­ doza, podríamos calificarlo como un gran oportunista que supo sacar partido en un corto período de tiempo a su nombramiento como corregidor de Alcalá la Real, 27 Una extensa publicística se ha ocupado de su figura. El estudio más reciente sobre el mismo, obra de Tamar Herzog, plantea una nueva interrogante sobre el proceso de obtención de este título nobiliario. Sabemos que su concesión data de abril de 1749, en tanto que la citada autora indica que en 1752 se debatió en el Consejo de Indias si los méritos de Escandón se debían recompensar con un título de nobleza, con un grado militar o con una determinada cantidad de dinero. Cit. en T. Herzog, «Con­ quista o integración. Los debates en tomo a la inserción territorial (Madrid-México, siglo XVIII»), en M. Bertrand-N. Planas (eds.), Les sociétés defrontiere de la Méditerranée a /'Atlantique (XVIe-XVIIIe siecle), Madrid, 2011, pág. 150. La contradicción existente entre esa fecha de deliberación en el Con­ sejo de Indias y el título nobiliario concedido con anterioridad nos hace sospechar que este pudiera ser fruto de un asiento o contrato firmado por Escandón en el que se habría fijado como compensación a sus tareas colonizadoras la percepción de dicho título nobiliario. No obstante, lo que figura en el despacho es que se le concedía por su celo y desinterés mostrado en «la pacificación de las naciones bárbaras Chichimecas Gentiles y Apostatas de Sierra Gorda, que a distancia de cien leguas de la ciudad de Mexi­ co ocupan el terreno mejor de aquel reyno, estableciendo varias misiones y poblaciones de españoles a gran costa de su caudal, habiendo reconocido la costa del seno mexicano y otros dilatados terrenos, y consiguiéndose el breve tránsito y comunicación de unas provincias a otras, como dilatadamente me ha hecho presente mi virrey don Juan Francisco Guemes Horcasitas, y a lo que en su vista me ha expuesto el Consejo de Indias en consulta de 22 de septiembre pasado». AMJ, leg. 304-4, exp. 3264. 28 AMJ, leg. 240-1, núm. 2167.

29 AHN, Consejos, leg. 8978, exp. 849.

)0 R. de Fantoni y Benedí, «La milicia, fuente de nobleza: títulos y grandezas de España concedidos

al estamento militar por Felipe V y Fernando VI», Emblemata, 12,2006, pág. 146. )1 L. Fernández Secades, La oligarquía gijonesa y el gobierno de la villa en el siglo XVIII, Gijón, 2011, pág. 158. 31 AHN, Consejos, leg. 8978.

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pues en poder de esta ciudad se hallaba desde 1710 un título en blanco concedido por Felipe V en recompensa por los servicios prestados por dicha ciudad durante los primeros años de la Guerra de Sucesión. El título formaba parte de un progra­ ma general de fidelización de las oligarquías de las principales ciudades andaluzas que incluyó mercedes y honores de toda suerte que debían ser repartidas entre los regidores de esas ciudades33 . Según las instrucciones dictadas desde la corte, el título nobiliario debía recaer en uno de los regidores de Alcalá la Real, permaneció sin adjudicatario largos años hasta que, nombrado corregidor de la ciudad Nicolás Carrillo de Mendoza en enero de 1747 si bien no tomaría posesión hasta junio del mismo año-34 , logró que el cabildo le propusiera para el título cuando ape­ nas había transcurrido medio año de su mandato al frente del corregimiento. La Cámara de Castilla, tras la solicitud del interesado y la petición de Alcalá la Real, emitió un dictamen favorable a la concesión en su persona del título de Castilla de marqués de Alcocébar35 • Finalmente hay que reseñar un último título, el de marqués de Ayerbe, que tam­ bién puede calificarse como de «extraño», por cuanto fue un título de Aragón que se expidió en abril de 1750 a Pedro Urries Jordán cuando ya hacía muchos años que no se expedían títulos de esa naturaleza, entre otras circunstancias por la propia extinción del Consejo de Aragón en el año 1707, instancia por la que debían trami­ tarse. La ausencia de servicios especiales del nuevo titulado y la consideración de título aragonés en fecha tan tardía nos hacen suponer que tal vez se pudiese tratar de una merced anterior que se despachaba ahora, pues como mérito solo se anotó que se concedía en atención «a sus circunstancias y a la distinción de su casa»36.

2.2.

La nobleza del dinero

Frente a esos diez títulos nobiliarios que, como hemos visto, realmente a mé­ ritos claros respondieron un total de ocho de ellos, el grueso -32 en total- de los concedidos en el reinado de Fernando VI procedían de servicios pecuniarios, de la compra directa de tales honores. El mercado venal, a la altura de mediados del siglo XV!Il se había reducido sensiblemente en relación con etapas anteriores, e incluso se habían limitado sobremanera los «mercados» en los que se podían adquirir. Perduraban tres caminos principales para comprarlos: dirigirse a las ins­

tituciones religiosas que habían sido agraciadas con títulos para su venta (14 de ellos se obtuvieron por esta vía); adquirirlos a los virreyes en América a quienes se les concedieron para sufragar determinados gastos (11 del total) y, por último, comprarlos a algún particular (siete casos) que contara con la autorización regia para su venta. A su vez, los compradores eran tanto residentes en España como en América, con un claro desequilibrio a favor de los segundos que adquirieron 21 de los títulos concedidos por precio. Aunque en un primer momento se mantuvo la inercia de otorgarlos sin ninguna información previa sobre las calidades de los compradores, desde el 14 de febrero de 1749 se iba a producir una importante novedad, pues una orden real mandó que en lo sucesivo no se diese curso a las solicitudes de títulos de Castilla «que estén concedidos o se concedan para beneficiar sin dar primero quen­ ta a V. M. de las circunstancias de los pretendientes»37. No obstante, este intento de establecer ciertos controles sobre el origen social y riqueza -para mantener el decoro correspondiente al título que recibían- no impidió que el perfil social de los nuevos titulados fuese similar al que María del Mar Felices ha detallado para los que adquirieron sus títulos durante el reinado de Felipe V, e incluso parecido al de aquellos que venían adquiriéndolos desde las postrimerías del siglo XVII. Entre los compradores residentes en España se observan dos grupos bien defini­ dos. Por un lado, el de los comerciantes que cuentan con recursos suficientes como para cambiar su estatus social adquiriendo los títulos y, por otro, un núcleo más amplio de regidores y acaudalados de diferentes ciudades que disponen, además del capital económico, del capital relacional necesario como para acceder a esos «puntos de venta» en donde se negociaban los títulos, en especial, las instituciones religiosas. Los primeros tienen tres nombres claramente definidos: el comerciante gaditano José Jacinto Arizón que titula en 1749 como marqués de Casa Arizón tras abonar la fortuna de 560.000 reales por el título, cuantía que incluía las exen­ ciones perpetuas del pago de lanzas y de la media annata 38 ; el armador, asentista y comerciante Agustín Ramírez Ortuño, que consiguió -tras un intento frustrado de adquirir el título en 1740--39 el título de marqués de Villarreal de Purullena al adquirírselo al conde de Benavente, quien había obtenido autorización regia para venderlo y satisfacer así sus débitos de lanzas con la real hacienda40 ; y el título

AGS, Secretaría y Superintendencia de Hacienda, leg. 150. Como muchos casos que se documentan durante el reinado de Fernando VI, la mer~ se había con­ cedido en el reinado de su padre, concretamente en julio de 1744, pero la gracia habia quedado sin efecto por no haber pagado la cantidad pactada (AGI, Indiferente General, leg. 544, lib. 3). Finalmente José Jacinto Arizón pagó en 1749 en la Depositaria de los caudales de Indias de Cádiz la cantidad de 28.000 pesos fuertes, a cambio de los cuales se le expidió el título de marqués de Casa Arizón. )9 AGS, Secretaría y Superintencia de Hacienda, lego 56. 40 A. Morales Moya, «Movj[idad social en la España del siglo XVIII. Aspectos sociológicos y jurídicos de la concesión de títulos nobiliarios», Revista Internacional de Sociología, 50, \984, pág. 483. Sobre el marqués de Villarreal de Purullena, véase C. Mamnez Shaw, «Un mercader gaditano del siglo XVIII: Agustín Rarnírez Ortllño», Archivo Hispalense, J 96, 198\, págs. 29-42. 37

)8

J3 De esta cuestión nos hemos ocupado, por extenso, en dos estudios: F. Andújar Castillo, «Servícios para la guerra, mercedes para las oligarquías. Las recompensas de la Guerra de Sucesión en Andalucla», en J. M. de Bernardo Ares (coord.), La Sucesión de la Monarquía Hispánica, 1665-/725. 1/, Madrid, 2009, págs. 43-74; «Nobleza y fidelidad dinástica: la hornada de titulos nobiliarios andaluces de 1711», en J. P. Díaz López; F. Andújar Castillo y A Galán Sánchez (coords.), Casas. familias y rentas; la nobleza del Reino de Granada entre los siglos XV-XV/JI, Granada, 2010, págs. 37-53. 14 AHN, Consejos, lib. 712, fol. 117r. 3\ AMJ, leg. 233-1, exp. 2097. 36 AMJ,leg. 126-3, exp. 1134.

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de marqués de Astariz adquirido por un residente en Pontevedra, Jacobo Llorente Araujo al convento de San Juan de los Reyes de Toledo por 22.000 ducados, cuya actividad comercial, por supuesto, no quedó reflejada en el despacho pues es un dato que conocemos gradas el estudio de Eiras Roel sobre la burguesía mercantil compostelana a mediados del siglo xvm 41 . El grupo de los regidores y oligarcas acaudalados se caracteriza por ser casi todos compradores de títulos a instituciones religiosas -salvo dos adquiridos en operaciones privadas- que obraban en su poder procedentes de mercedes recibi­ das con anterioridad, registrándose incluso el caso excepcional de Baltasar Mesía Vargas, señor de Corbos, quien tituló como conde de Corbos en 1752 tras «bene­ ficiar» por 22.000 ducados un título en blanco que poseía desde 1691 el convento de la Merced de la ciudad de Orán42 • Idéntica cantidad había abonado en 1747 el pacense Diego Toribio Grájera que adquirió al cercano monasterio de Guadalupe el título de conde de Torre del Fresno, al cual se le habían concedido dos títulos en 1744 para reparar su fábrica 43 . El otro título se lo compró a este monasterio el regidor de Estepa Manuel Bejarano Campanón por la misma cantidad, tras recibir un informe favorable hacia su persona por parte del corregidor de Antequera quien dijo haber comprobado la «distinción del sujeto y su familia en Estepm), así como su capacidad económica pues tenía una renta anual de sus mayorazgos de 6.000 ducados anuales que le permitiría mantenerse con el lustre correspondiente a la distinción que iba a recibir44 • Y por el mismo procedimiento se hicieron con sendos títulos de Castilla un tesorero de la catedral de Orihuela, Victoriano Ordóñez de Vi­ lIaquirán, que tituló como marqués de Arneva en 1753 tras pagar 22.000 ducados a las Casas Rectorales del Priorato de Santa María del Sar, y Mariana de la Escalera, quien tituló en 1757 como condesa de Villaverde la Alta tras adquirir uno de los dos títulos en blanco que se le habían concedido a la iglesia metropolitana de Granada para concluir las obras de la capilla del Sagrari045 . Por último, un tal Manuel Este­ ban Vago Pastor se hizo con el título de marqués de San Rafael por compra privada hecha a la viuda del marqués de Pantoja46 , en tanto que en 1757 Francisco Álvarez de Castro compró el título de Aragón de marqués de Ballestar a su propietario, Car­ los Oros, a quien Fernando VI le había concedido facultad para enajenarl0 47 • El caso más singular de todos los compradores peninsulares se documenta en la persona de Francisco Javier del Arco, un oidor de la Casa de Contratación de Cádiz, 41 A. Eiras Roel, «La burguesía mercantil compostelana a mediados del siglo XVlII: mentalidad tradi­ cional e inmovilismo económico», en A. Eiras Roel et al., La Historia Social de Galícía en sus foentes de protocolos, Santiago de Compostela, 1981, pág. 547. 42 AHN, Conse:ios, lib. 2758. 4) F. J. Guillámón Álvarez, Regidores de la ciudad de Murcia (/750-1836), Murcia, 1989, pág. 75. 44 AGS, Secretaría y Superintendencia de Hacienda, leg. 150. 45 F. Andújar Castillo y M: M. Felices de la Fuente, «Nobleza y venalidad ...», pág. 153. 46 AHN, Consejos, lib. 2758. 47 1. Jiménez de Embún, Catálogo alfabético de los documentos referentes a Títulos del Reino y Gran­ dezav de España conservados en la Sección de Consejos Suprimidos, Madrid, 1919, t. 1, pág. 95.

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quien adquirió el título nobiliario al monasterio de San Juan de la Peña en 1757, al cual se le había concedido en 1755 para beneficiarlo -léase venderlo- e invertir su producto en las obras de su fábrica y panteón48 • Lo calificamos de «singular» porque, como indicamos en otro estudio, el personaje se había hecho oidor de la Casa de Contratación por el mismo procedimiento que iba a conseguir el título, es decir, por un desembolso pecuniario, en este caso por 160.000 reales49 • Un hilo común solía unir todas las trayectorias venales descritas, y es que para conseguir un título nobiliario era preciso ocultar el origen de la merced, el sonido del dinero. Es lo que hizo, por ejemplo, Diego Toribio Grájera, quien antes de com­ prar su título de marqués de Torre del Fresno, solicitó -y consiguió- que en la cédula del despacho no figurase e! servicio pecuniario sino «los servicios de sus as­ cendientes y distinción de su casa»50. y lo propio hizo el tesorero de la catedral de Orihuela, Victoriano Ordóñez, que abonó 22.000 ducados por el título de marqués de Arneva, pero con la condición de que «esta gracia para el público se entienda en atención a los méritos y servicios suyos y de sus ascendientes}}51. Con todo, como hemos señalado, el grupo más numeroso de compradores de títulos lo encontramos en e! extenso mundo indiano52 en donde una mayor disponi­ bilidad de caudales, sumada a una mayor ambición social y a un más fácil acceso a un particular mercado --el de los títulos que se concedían para beneficiar a los virreyes-, hizo posible la conformación de una nobleza titulada americana de inequívoco origen venaL El estudio de los 21 títulos venales que fueron adquiridos por residentes en Indias requeriría de por sí una extensa monografía, por lo que nos limitaremos a señalar las características generales del grupo y mostraremos una es­ trategia familiar que demuestra la importancia de! factor riqueza en los procesos de ascenso social que se registran en América desde que a partir de los años setenta del siglo XVII se abrió la puerta de forma inusitada al beneficio de títulos nobiliarios53 . AHN, Consejos, leg. 11754 F. Andújar Castillo y M.' M. Felices de la Fuente, «Nobleza y venalidad ... », pág. 150. so AGS, Secretaría y Superintendencia de Hacienda, lego 149. 51 AGS, Secretaría y Superintendencia de Hacienda, lego 150. La clll'Siva es nuestra. 52 Entendemos por tales tanto los nacidos en América como aquellos que residían allí en el momento de comprar el titulo y que sus caudales procedían del desempefio de cargos o de rentas obtenidas de sus actividades en aquellas tierras. $) La relación de títulos se puede completar a partir de los dos estudios que han tratado la venta de títulos a través de instituciones religiosas (F. Andújar Castillo y M.' M. Felices de la Fuente, «Nobleza y venalidad ... ») y, en general, en el mundo indiano entre los siglos XVIl y XVlIl (R. Maruri Villanueva, «Poder con poder se paga: títulos nobiliarios beneficiados en Indias (1681-1821 )>>, Revista de Indias, 246, 2009, págs. 207-240). En el estudio de Ramón Maruri constan, además, los precios pagados por los títulos aunque, al expresarlos en pesos, no explicita en cada caso su valor en reales, es decir, si se trata de pesos de a 8 reales, de a 15 o pesos fuertes de 20 reales. No obstante, la relación que presenta el citado autor no incluye tres títulos que fueron enajenados durante este período por residentes en Indias. Aludimos al título de conde de Casa Fuerte, concedido en marzo de 1747 a José Montoya Sal azar, regidor de Lima, quien se lo había comprado en transacción privada a Jaime Masones Lima (AHN, Consejos, leg. 8978); al título de marqués de Selva Alegre comprado en 1747 a la iglesia metropolitana de Granada por Juan Pío Montúfar Fraso. quien, aunque nacido en Granada, residia como mínimo desde 1728 en Perú (sobre este título vid. 411

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Todos esos títulos fueron adquiridos en los mismos tres «mercados» que lo habían hecho los compradores peninsulares: el «eclesiástico», es decir, los conventos, monasterios e iglesias que poseían títulos en blanco; a través de los virreyes que eran portadores de títulos para beneficiar -práctica muy extendida durante el reinado de Felipe V-- que debían aplicar su producto a gastos excep­ cionales como, por ejemplo, los tres títulos nobiliarios que se entregaron al vírrey del Perú para con su venta afrontar los gastos de reconstrucción de la catedral de Concepción (Chile), destruida por un terremoto; y, por último, los particulares residentes en Espafia que habían logrado una autorización del rey para vender un título nobiliario. A pesar del decreto de 1749 que requería que los aspirantes a comprar títu­ los acreditaran sus circunstancias en cuanto a linaje y riqueza, no parece que se cumpliera con rigor dicha disposición, porque las transacciones, sobre todo las que se hacían en América, se realizaban antes de que fueran averiguadas las «calidades» de los demandantes. Muchos de los compradores de títulos siguie­ ron las mismas estrategias antes de decidirse a invertir en su promoción social. Al igual que quienes residían en España y compraban sus títulos, el interés por ocultar el origen de su distinción estuvo presente en muchos de ellos. Por ello, se reiterarán compras, como la de Álvaro Navia Bolaños, quien adquirió en 1750 un título nobiliario a la duquesa de Atrisco, intitulándose desde entonces como conde de Valle de Oselle, pero habiéndose asegurado antes de que en la merced del título no constase «haber intervenido beneficio»54. Otra estrategia consistió en aportar la posesión de cargos militares de milicias que, en América, casi nunca representaban la ocupación principal de quienes los disfrutaban sino que, por el contrario, eran cargos que habían adquirido previamente para dar brillo social a sus actividades de comerciantes, mineros, prestamistas y hacendados de las prin­ cipales poblaciones americanas. En la misma dirección se orientaba la política de poner como mérito el dis­ frute de cargos perpetuos locales -tales como regidurías, alcaldías o alferaz­ gos-- o de gobierno económico -tesorerías y contadurías de cajas- y político ---corregimientos y alcaldías mayores- de la monarquía que habían adquirido con anterioridad. De hecho, una de las características más singulares del grupo será la experiencia venal que muchos acreditan antes, o en el momento mismo, de comprar sus títulos nobiliarios, aprovechando así la enonne almoneda de cargos que, para ejercer en América, se mantuvo abierta hasta el año de 1750. Luego, esos empleos adquiridos figurarían como «méritos fundamentales» para haber sido distinguidos por el rey con el alto honor de un marquesado o un condado.

F. Andújar Castillo, «Venalidad de oficios y honores. Metodología de investigación», en prensa); y al títu­ lo de marqués de San Antonio de Saldaña, comprado por 2S.000 pesos de a 8 reales por el limeño Manuel Saldaña Pineda al virrey del Perú para contribuir con su producto a los dispendios «ocurridos en la pasada guerra» (AMJ, leg. 296-2, exp. 3049). lO AHN, Conse;os, lib. 2758.

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y cuando no se disponía de ese caudal de capital inmaterial previo, bastaba con que en el título se hicieran asentar los clásicos ténninos de «por sus méritos y servicios», cuya mera expresión constituía un elemento indiciario de la carencia de los mismos. Pero, calculado casi todo, negociado con vendedores ----{)ra fuesen priores de conventos, virreyes o particulares~- lo que debía constar en los títulos nobiliarios para dar oropeles a lo que no eran más que inversiones monetarias en honores, la mitad de los compradores indianos --exactamente 10 de los 21 títulos- desarro­ llaron uná cuidada estrategia de preparación del camino hacia el encumbramiento al hacerse con un hábito de las órdenes militares castellanas antes de adquirir el título nobiliario. De esta manera, se presentaban ya como caballeros de Santiago, de Calatrava o de Alcántara, de modo que el origen del linaje quedara fonnal­ mente justificado porque habían superado las pruebas para la obtención de dichos hábitos 55 • Algunos, siguiendo esas estrategias, y otros, sin más mérito que el pago de la cantidad pactada con un vendedor, consiguieron sus títulos nobiliarios a partir de las gruesas cantidades acumuladas en el mundo del comercio, de las explotacio­ nes agrícolas y ganaderas, de la minería y, desde luego, en el ejercicio corrupto de los cargos que habían conseguido previamente56 • La estrategia seguida por la familia Miranda-Valdehoyos, residente en Cartagena de Indias, puede resultar ilustrativa de los procedimientos descritos. En 1741 el comerciante Domingo Miranda Llanos se convirtió en marqués de Premio Real tras comprar el título a un cortesano, el duque de la Mirándola, a quien el rey se lo había concedido para

ss La posible compra de algunos de esos hábitos no es descartable, si bien se trata de una investigación casi imposible de realizar por cuanto que los hábitos, en teoría, no se podían enajenar porque, en ese caso, el rey incurriría en delito de simonía. Véase, al respecto, D. M. Giménez Carrillo, «La venta de hábitos de las Órdenes Militares en el siglo XVII. Entre la ocultación y el delito de simonía», en F. Andújar Castillo y M.' M. Felices de la Fuente (eds.), El poder del dinero, VenIas de cargos y honores en la Anliguo Régi­ men, Madrid, 2011, págs. 301-313. No obstante, para el siglo XVII sí que están plenamente documentadas ventas de hábitos durante el valimiento de Olivares a través de diversas Juntas (vid. L. P. Wright, «Las Órdenes Militares en la sociedad española de los siglos XV1 y XVIl. La encarnación institucional de una tradición histórica», enJ. H. ElIiott (ed.), Poder y sociedad en la España de Jos Auslrias, Barcelona, 1982, págs. 15-56; A. Jiménez Moreno, «Honores a cambio dc soldados, la concesión de hábitos de las Órdenes Militares en una coyuntura crítica: la Junta de Hábitos (1635-1642»>, en E. SoriaMesa y R. Molina Recio (eds.), ras élíles en la época moderna: la Monarquía española, Familia y redes sociales, Córdoba,2009, t. JI, págs. 155-172). Con posterioridad a esa etapa se encuentra pendiente de estudio el activo mercado privado de ventas de hábitos. S6 Un ejemplo, que cuenta con un estudio reciente, es el del riojano Manuel Rodríguez Sáenz de Pe­ druso que tituló como conde de San Bartolomé de Xala en 1749 al comprar al duque de Bournonville un título de Castilla de su propiedad por 13.000 pesos. Hasta entonces había sido, y lo seguirla siendo tras comprar el titulo, un activo comerciante de la ciudad de México, miembro de su consulado, con negocios en la ruta atlántica y en la transpacífica con el galeón de Manila, que tuvo una de sus principales fuentes de ingresos en la producción y comercio del pulque. Cit. en G. L. Velasco Mendizábal, «Un riojano entre vascos y montañeses: Manuel Rodríguez Sáenz de Pedroso, primer conde de San Bartolomé de Xala», Esludios de H¿sloria Novohispana. 45,2011, págs. 123-159.

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que con su producto pudiese remediarse de su situación económica. El título fue hábilmente publicitado en la Gaceta de Madrid como producto de los méritos de Miranda como alcalde ordinario de Cartagena de Indias, porque previamente ha­ bía pactado que no «sonase el beneficio» del títul0 57 . El hijo de Domingo, Ignacio José Miranda, tituló como conde de Villamiranda en 1750, tras comprar el título, en este caso al convento de Nuestra Señora de Atocha de Madrid 5s • Pues bien, ese mismo año de 1750, el yerno de Domingo Miranda, Fernando Hoyos, casa­ do con Francisca Miranda, tituló como marqués de Valdehoyos, tras comprarlo al convento de Santa Ana de Madrid, con la misma condición impuesta por su suegro, esto es, que no constase la «expresión de haber sido beneficiado»59. Por el contrario, en el título, el nuevo marqués de Valdehoyos hizo que figurase su loable conducta durante «el asedio de Cartagena de Indias por el inglés Vernon» y su condición también de alcalde ordinario de dicha ciudad --casi con toda cer­ teza herencia de su suegro, fallecido en 1744-60 y su rango social de caballero de la orden de Calatrava, honor conseguido cuatro años antes de comprar el títu­ 1061 • De este modo, logró ocultar su verdadera dedicación, que no era otra que el lucrativo negocio del comercio y trata de esclavos negros62 • En suma, las operaciones venales realizadas por estos indianos debieron res­ ponder a las mismas pautas sociales que años después iba a narrar la genial pluma del militar e ilustrado José Cadalso. En sus Cartas Marroecas relató con precisión unas prácticas que, iniciadas en las postrimerías del siglo XVII, se mantendrían in­ alterables durante toda la centuria borbónica. Escribía Gazel aBen Beley: En la misma posada en que vivo se halla un caballero recién venido de In­ dias, que acaba de llegar con un caudal considerable. Inferiría cualquier racio­ nal que, conseguido ya el dinero, medio para todos los descansos del mundo, no pensaría el indiano más que en gozar de lo que fue a adquirir por varios modos a muchos millares de leguas. Pues no, amigo. Me ha comunicado su plan de operaciones para toda su vida, aunque cumpla doscientos años. Ahora me voy -me dijo-- a pretender un hábito; luego un título de Castilla; des­ pués, un empleo en la corte; con este buscaré una boda ventajosa para mi hija; pondré un hijo en tal parte; otro en cual parte; casaré una hija con un marqués;

51

M.a M. Felices de la Fuente, La nueva nobleza titulada de España y América ... , ob. cit., págs. 99­

100. AGI, Indiferente General, leg. 544, lib. 3. AHN, Consejos, leg. 2758. 60 M.· T. Femández-Mota de Cifuentes, Relación de Titulas nobiliarios vacantes y principales do­ cumentos que contiene cada expediente, que de los mismos se conserva en el Archivo del Ministerio de Justicia, Madrid, 1984, pág. 294. 61 AHN, Órdenes Militares, Calatrava. exp. 1241. 62 Sobre la familia Valdehoyos, véase la tesis doctoral de C. X. Mogotocoro Guevara, Una aproxi­ mación histórica a la interrelación entre actividod emprendedora. género y contabilidad: el caso de la marquesa de Valdehoyos (Cartagena de Indias. siglo XVIll), Jaén, 2010. 58

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otra con un conde. Luego pondré pleito a un primo mío sobre cuatro casas que 63 se están cayendo en Vizcaya; después otro a un tío segundo de mi abuel0 .

3.

LA «OTRA» NOBLEZA: LOS GRANDES DE ESPAÑA

Un cambio en la perspectiva de análisis nos lleva ahora a reflexionar sobre lo que sucedió durante el mismo período del reinado de Fernando VI en materia de creación de nuevos títulos de Grandes de España, el estrato superior de la nobleza titulada. El ejercicio comparativo, como veremos, arroja interesante luz, no solo sobre este alto rango nobiliario sino sobre el que venimos tratando hasta ahora de los nuevos nobles titulados. De entrada, la primera observación tiene que ser cuantitativa. Según nuestras estimaciones, el número de Grandezas de España concedidas durante el corto rei­ nado de Fernando VI ascendió a un total de 13, un número muy reducido que pre­ tendía proteger lo que hasta entonces había sido una casta nobiliaria restringida a muy pocas familias. Sin embargo, un análisis más fino aún permite observar que no todas ellas eran mercedes nuevas sino que se trataba de perpetuaciones de títulos de Grande de España concedidos con carácter de vitalicios, de reclamaciones de dere­ chos a dicho honor concedidos con anterioridad y, sobre todo, de declaraciones de que la Grandeza de España tendría la condición expresa de ser «de primera clase», pues cuando no se había hecho constar así en los títulos anteriores se consideraba que era de «segunda clase». De la primera tipología se documenta el caso de Fran­ cisco Caracciolo, marqués de Torrecuso, que obtuvo la perpetuidad de su título de Grande de España en marzo de 175364 • El segundo grupo incluyó dos Grandezas: la de «primera clase» concedida en ] 747, con despacho de julio de 1751, a Antonio Ponce de León y Lancaster, duque de Baños, por ser una ampliación de la otorgada a su tío Gabriel Ponce de León -pues debía revertir en la Corona en caso de no tener sucesión directa-, título que tras su muerte pasó a su sobrino, el duque de Arcos, que lo renunció a favor de su hermano, Antonio Ponce de León65 ; y una reclamación de una Grandeza de España, concedida en tiempos de Carlos V que, tras ser aprobada por la Cámara de Castilla a solicitud del interesado, hizo retomar en 1751 a la Casa del marqués de Vico y Príncipe de Tarsia aquel honor concedido dos siglos atrás66 • Por último, el tercer grupo, el más amplio, con ocho títulos de Grandes de España de primera clase, lo formaban una serie de familias que habían recibido en reinados anteriores la Grandeza de España sin «calificativo numérico» o como de «segunda clase», logrando ahora su ascenso a una condición superior como era la de «Grandes de primera clase». J. Cadalso, Cartas Marruecas, Madrid, 1796, pág. 67.

AHN, Consejos, lib. 625.

65 AHN, Consejos, lib. 2758.

66 M. a T. Femández-Mota de Cifuentes, Relación de Títulos nobiliarios ... , ob. cit., págs. 282·283. 63

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Este último grupo, el de los ascendidos de escalón nobiliario, bien merecería un estudio monográfico, aunque por el momento se pueden anotar algunas pinceladas sobre su perfil general. Se trata fundamentalmente de una nobleza cortesana, con larga tradición de servicio en el espacio áulico, que ve recompensados sus servicios en las Guardias Reales o en puestos palaciegos tan decisivos como los de mayordo­ mo mayor, sumiller de corps, e incluso en otros menores como el de gentilhombre de cámara. Era la cercanía al manantial de la gracia, al soberano, lo que les había hecho alcanzar la Grandeza de España, y ahora veían colmadas sus aspiraciones de ascender aún más en la estratificada jerarquía nobiliaria haciéndose con una Grandeza de España de «primera clase», una división creada en el reinado de Feli­ pe IV para paliar el penoso espectáculo -para el propio grupo privilegiado- que suponía el incesante incremento del cuerpo social de nobles titulados como conse­ cuencia de la bien conocida «inflación de títulos»67. Por otro lado, conforman un conjunto de familias que tienen dos características bien definidas, pues o bien pertenecen a casas castellanas de antiguo abolengo -por tanto, nada de advenedizos al grupo- o son de origen italiano, de la extensa red de cortesanos y cortesanas que se introdujeron en los espacios de palacio de la mano de Isabel de Farnesio. En el primer grupo, «asciendem> a la Grandeza de España de primera clase: en 1751 Joaquín Manrique Zúñiga, conde de Baños; en 1753, Cristóbal Crespi Valladaura, conde de Castrillo; en 1756, Ignacio José Solís y Gante, duque de Montellano; y en 1757 Sebastián Guzmán Spínola, mar­ qués de Montealegre, María Isidra de la Cerda Guzmán, condesa de Paredes de Nava68 y Ventura Moscoso Osorio, conde de Altamira69 • Entre los cortesanos ita­ lianos fueron promovidos a Grandes de primera clase, Francisco Gonzaga Pico de la Mirandola, duque de Solferino, en 1747, Y José Acquaviva Aragón, marqués de Tripuzzi, en ] 754. Por tanto, el cenit del estamento nobiliario permanece cerrado, impermeable para todos los grupos sociales en ascenso que han alcanzado el rango de nobles titulados a lo largo de la primera mitad del siglo XVIII y que deberán esperar a tiem­ pos mejores para ver cumplidos sus sueños de encaramarse hasta esa privilegiada posición de la Grandeza. Si restamos los enumerados al total de trece Grandezas 67 E. Soria Mesa, «La grande:at de España en la Edad Moderna. Revisión de un mito historiográfico», en J. L. Castellano y F. Sánchez Montes (coords.), Congreso Internacional Carlos V. Europeismo y Uni­ versalidad, Granada, 2001, t. IV, pág. 630. 68 El origen de esta Grandeza de España es claramente venal, pues se concedió en 1689 a Tomás An­ tonio de la Cerda Enriquez, conde de Paredes de Nava, por un servicio pecuniario de 200.000 pesos. Cit. en F. Femández de Bethencourt, Historia genealógica y heráldica de la MO/'Ulrquía española, Casa Real y Grandes de España, Madrid, 1897, t. V, pág. 301. 69 A todos ellos habría que sumar la confinuación de una Grandeza de España de segunda clase en la persona de Juan Basilio de Castellvi, conde de Cervellón, un austracista elevado en 1717 a la dignidad de Grande de segunda clase por el archiduque Carlos de Austria, título que fue convalidado en 1727 en virtud del Tratado de Viena y que sería ratificado en 1751. Cit. en M. A. Felipo Orts, «La ascensión social de los Cervelló: de barones de Oropesa a condes de Cervelló y Grandes de España», Estudis. Revista de Historia Moderna, 28, 2002, pág. 259.

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de España a las que aludíamos, nos restan tan solo dos casos de tales honores que, sensu strleto, serían los únicos nuevos Grandes de España creados durante el rei­ nado de Fernando VI: en 1748, Juan Guzmán Dávalos de Guzmán, marqués de la Mina, y en 1755, Nicolás de Carvajal y Lancaster, marqués de Sarria, hermano del principal ministro del rey, José de Carvajal, ambos militares de profesión. Con extensas carreras, aunque más conocida la del primero70 que la del segundo al quedar eclipsada la de este por la figura de su hermano, desde una perspectiva social presentan un interesante elemento en común, digno de ser reseñado. Ambos, proceden de familias que titulan en 1679, si bien en el caso de Nicolás de Carva­ provenía por línea materna de la duquesa de Linares, Lancaster, Abrantes y Noroña. Aunque no es este el lugar para trazar lo que serían extensas genealogías cree­ mos oportuno anotar dos breves pinceladas sobre ambas familias. Comenzando por Nicolás de Carvajal, según mantienen todos los biógrafos de su hermano, sabemos que procedía de un acrisolado linaje extremeño con «sangre noble por los cuatro costados», que logró el título de marqués de Sarria por su matrimonio con Ana María de Zúñiga, viuda de Ginés de Castro, conde de Lemos y marqués de Sarria71 . Su madre, como hemos visto, acumulaba antiguos e ilustres títulos. Sin embargo, por la rama paterna, el título nobiliario, que sería el que abriría la puerta al enlace con el linaje de los duques de Linares y Lancaster, era mucho más reciente. El abuelo de Nicolás de Carvajal, Juan de Carvajal y Sande, había titulado en 1679 cOmo conde de la Quinta de la Enjarada merced al pago de la considerable suma de 330.000 reales que se aplicaron a los gastos del casamiento real 72 • Dos generaciones después, los servicios militares de Nicolás de Carvajal -titulado ya como marqués de Sarria- le llevaron hasta el epicentro del poder al ser nombrado, en enero de 1742, teniente coronel del regimiento de Guardias Españolas de Infantería -aunque con grado de mariscal de campo-- y en julio de 1747 como coronel ---cuando dis frutaba ya del rango de teniente general­ del mismo regimiento, unidad de élite del ejército que se encargaba, entre otras funciones, de la seguridad del monarca en el exterior de palacio73 • Este último nombramiento que, según publicitó la Gaceta de Madrid, premiaba «la distin­ ción, y mérito de su persona, y casa, y al aprecio, y confianza que el rey hace de

70 F. J. de Vicente Algueró, «El Marqués de la Mina, de militar profesional a ilustrado periférico», en Primer Congrés d'História Moderna de C'atalunya, Barcelona, 1984, t. 11, págs. 89-100; El marqués de la Mina, capitán general de Calalunya (1749-1767), Barcelona, 1986. Véase, igualmente, el estudio in­ troductorio de Manuel Reyes García-Hurtado a la obra del marqués de la Mina, Máximas para la guerra, Madrid,2006. 71 A. Ramos, Aparato para la correecion y adieion de la obra que publicó en 1769 el Dr. D. Joseph Semi y Calalá, abogado de los Reales Consejos, con el titulo: Creacion, anliguedad y privilegios de los titulos de Castilla, Málaga, 1777, pág. 14. n AGS, Cámara de Castilla, lib. 39, fol. 185. 73 Véase sobre las funciones de estos cuerpos F. Andújar Castillo, «La Corte y los militares en el siglo XVIII», Estudis, 27, 2001, págs. 91-120.

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ella», incluyó además los «honores» -y solo eso, sin título efectivo-~ de Grande de España. De este modo, con toda certeza, su hermano José que ya estaba al frente de la Secretaría del Despacho de Estado, le preparaba el camino hacia la Grandeza efectiva, pues supo aprovechar aquel nombramiento para situar al mar­ qués de Sarria en la antesala de la Grandeza de España cuando tal rango social no era condición exigible para el desempeño del rango de coronel del regimiento de Guardias de Infantería, como sí se precisaba para los capitanes de las compañías de las Guardias de Corps. Al año siguiente de la muerte de José de Carvajal, en 1755, su hermano Nicolás, marqués de Sarria, vio cómo aquellos «honores de Grande de Espafia» se transformaban en el título efectivo de dicha condición. El otro condecorado con la Grandeza de España fue Jaime Miguel Guzmán Dávalos, II marqués de la Mina y conde de Pezuela de las Torres, por herencia de su madre, Juana María Spínola Palaviccino, quien inició su vertiginosa carrera militar merced a la riqueza de su padre, pues financió la formación de un regimien­ to de dragones en 170974 que le proporcionó el grado de coronel a la edad de 19 años, cuando tan solo acreditaba tres años de servicio en el ejército. Aquel fue el principio de una brillante carrera militar que le llevó hasta el supremo grado, que muy pocos oficiales generales pudieron disfrutar, de capitán general de los reales ejércitos, amén de desempeñar cargos políticos como los de embajador de España en Francia o Director General del Cuerpo de Dragones. Tras una exitosa trayec­ toria político-militar que culminó con su nombramiento como capitán general de Cataluña ---desde 1748 de forma interina y en propiedad desde 1754-, se cerró en aquel año de 1748 con el título de Grande de España cuando ya gozaba del collar del Toisón de Oro, y era caballero de la orden de San Genaro (de las Dos Sicilias) y de la orden francesa del Espíritu Santo. Su título de marqués de la Mina no pertenecía a la vieja aristocracia sino que tenía el mismo origen que el de la línea paterna de Nicolás de Carvajal, pues pro­ cedía de un pago realizado en 1679 por su padre, Pedro José Guzmán Dávalos, quien abonó por el mismo 288.810 reales de vellón que se aplicaron a los gastos del casamiento reaPs. La trayectoria de Pedro José, comprador de empleos de la Carrera de Indias y con varios encarcelamientos en su haber por contrabando, es verdaderamente digna de una biografía que, desde luego, escapa a los límites de esta aportación76 • En todo caso, los servicios de su hijo se encargarían de borrar por completo esa pasado familiar turbio y poco acorde con la distinción requerida a quien iba a ostentar la dignidad de Grande de España.

F. Andújar Castillo. El sonido del dinero ... , ob. cit., pág. 445. AGMJ, leg. 87-2, exp. 754. 76 J. Cartaya Baños, «No se expresare en los títulos el precio en que compraron: los fundadores de la Maestranza de Caballería de Sevilla y la venta de títulos nobiliarios durante el reinado de Carlos lb>, Historia y Genealogia, 2, 2012. págs. 21-23. 74

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4.

ANÁLISIS E HIPÓTESIS INTERPRETATIVAS DE LAS DINÁMICAS DESCRITAS

De los datos expuestos se podrían hacer numerosos análisis y consideraciones en relación al perfil social, a las formas de acceso a la nobleza titulada, a la política concreta desarrollada por Fernando VI en materia de concesión de nuevas merce­ des o a las diferentes varas de medir utilizadas en relación a su provisión, sobre todo en comparación con el intento de cortar por la cúspide -la Grandeza de Espa­ ña- el desorbitado incremento de un grupo que por el propio proceso inflacionista de títulos se había ido desprestigiando. Una primera reflexión nos lleva a afirmar que durante el corto reinado de Fer­ nando VI se produjo una decidida política restrictiva en cuanto a concesión de nue­ vos títulos nobiliarios, que habían conocido un extraordinario aumento durante el reinado de su padre. Los signos son inequívocos: tanto en términos absolutos como relativos se concedieron muchos menos títulos y, además, se trató de establecer, mediante la disposición de 1749, un cierto control sobre el origen social y riqueza de quienes alcanzaban tan alta dignidad. En un contexto marcado por la paz, en donde no había que premiar especiales servicios de guerra, restringir el número de mercedes era algo que entraba dentro de una razonable lógica en la distribución de la gracia. Encajaba igualmente en el marco de una política general que trataba de poner coto a la venalidad de cargos y que, en cierta manera, se hizo extensible a la venalidad de honores, para los cuales se redujeron los distintos espacios de venta, al tiempo que se restringió la concesión de títulos nobiliarios en blanco para benefi­ ciar. Avala esta tesis el hecho de que buena parte de los títulos venales despachados durante el reinado de Fernando VI procedieran de mercedes otorgadas por Felipe V que se hicieron efectivas años después al consumarse las ventas. En ese contexto de reducción del número de nuevos titulados, se puede afirmar que no hubo una política definida de recompensar con títulos nobiliarios a los ser­ vidores de la monarquía o, dicho de otro modo, no hubo una política de creación de una «nobleza de servicio», no solo porque el principal mérito que a la postre se recompensó fue el «pecuniario», sino porque, además, destacados servidores de la monarquía nunca vieron colmada esa aspiración de situarse en lo más alto del estamento nobiliario. En cuanto a la causa de esa reducción del número de mer­ cedes resulta imposible determinar si estuvo en la voluntad regia o en una menor demanda del número de títulos. La carencia de documentación seriada de solicitu­ des de títulos nobiliarios denegados -por la Cámara, la Secretaria del Despacho o por el propio monarca- impide avanzar en este sentido. Por lo que respecta a las concesiones de nuevas Grandezas de España sí que parece que hubo una decidida política de no ampliar «tan noble cuerpo» si nos atenemos a los dos únicos casos que hemos podido documentar como de nueva creación, no de ascenso a la Gran­ deza de primera categoría. Por otro lado, si titular como conde o marqués respondía a una demanda in­ dividual, no a una remuneración graciosa y dadivosa por parte del monarca, y si [175]

además se premiaron en mayor medida los servicios pecuniarios, podremos inferir que, como hemos mostrado, no siempre fue preciso acreditar grandes méritos ni virtudes para alcanzar tal rango nobiliario. Simplemente bastó con disponer de la riqueza suficiente para adquirir el título -aquellos que lo compraron-, pagar los pertinentes derechos -sobre todo las «lanzas», cuyo monto ascendía a 3.600 reales anuales- y llevar un modo de vida acorde con la reputación social conseguida. y es que, si tenemos en cuenta que buena parte de los títulos nobiliarios fueron más fruto de la riqueza que de la virtud o del mérito del súbdito en el servicio a la monarquía, parece fuera de toda duda que en esa dicotomía el elemento esencial para ser noble titulado fue, por encima de la sangre, la posesión de caudales sufi­ cientes como para llegar a ese estatuto y mantenerse en el seno del mismo durante generaciones y generaciones. De hecho, cualquier linaje tan solo podría descen­ der de ese púlpito si la extrema pobreza le obligaba a tener que vender el título -previa aquiescencia regia-, si lo perdía por impago acumulado del impuesto de lanzas durante sucesivos años, o simplemente si los demás le reconocían como tal, como pobre «indigno» de portar un título nobiliario. Situaciones de tal tipo se dieron, sin duda, pero el descenso social, si es un tema de estudio apenas tratado en historia social, más desconocido aún es en el ámbito de esa «élite social» de la nobleza titulada que bien parecería que permaneció siempre inmutable. Por tanto, un primer fundamento de la virtud sería la riqueza. Segundo funda­ mento: el servicio al rey. La construcción de una memoria de servicios a la monar­ quía -recuérdese que los «servicios se transmitían por herencia» a la hora de soli­ citar toda suerte de honores y cargos- constituía un elemento de vital importancia para que un individuo pudiese ser remunerado en cualquier momento. Podía añadir servicios personales pero, a menudo, tan solo los familiares bastaban para ser re­ compensado. Pero tan importante como el proceso de creación por acumulación de méritos de esa «memoria de servicios» era el uso que se podía hacer de esta para borrar o difuminar cualquier huella del pasado que pudiera ser poco«edificante» para el prestigio de la familia. La memoria no «exhibible» de un linaje se podía ocultar, tanto con el velo del tiempo como con la multiplicación de servicios a la monarquía, particularmente en los empleos de mayor rango. Lo hemos visto claro en el caso del marqués de la Mina, en donde el dinero, obtenido en buena parte del contrabando con América, sirvió para comprar el título, y en donde la cárcel, a don­ de fueron a parar los huesos del primer marqués --como mínimo en dos ocasio­ nes-, quedó en el más absoluto de los olvidos hasta el punto de que los servicios al rey -realizados ya como noble titulado por el segundo marqués- permitieron que fuese posible lograr la Grandeza de España. Una reflexión final ha de referirse necesariamente a lo que podriamos denomi­ nar como «la estabilidad del sistema». El crecimiento desorbitado del cuerpo de nobles titulados, la depreciación del valor de los títulos como consecuencia de ese aumento, no planteó demasiados problemas al grupo por dos razones básicas. La primera, porque en la práctica funcionarán categorías nobiliarias tan «virtuales» como reales en tomo a una clara división que reconocía, por un lado, a la nobleza [1761

de rancio abolengo, la anterior al siglo XVIl, y por otro, a la nueva nobleza, que fue incorporando, en el decurso de la misma centuria, a numerosos «advenedizos». Por tanto, «vieja» y «nueva nobleza», sería una primera jerarquía dentro del estamento nobiliario. La nobleza vieja o «antigua» aspirará a la Grandeza de España, a ser posible de primera clase, y en su gran mayoría tratará de servir al monarca en el propio palacio, de tal manera que pueda marcar unas diferencias claras con esa (mueva» nobleza que crecía sin parar. Para esta última habrá dos alternativas, o bien servir al rey, en el ejército, en la administración y gobierno de la monarquía, o bien permanecer en sus territorios periféricos de origen, al frente de sus mayoraz­ gos, haciendas, negocios, cargos y oficios que le habían proporcionado la base de la riqueza con la que habían logrado sus títulos nobiliarios. Nueva nobleza pues, diferenciada de la «vieja», no solo por la antigüedad en la fecha del título sino, además, por el diferente territorio de residencia y lugar donde servir al rey. En segundo ténnino, como otro sistema de estratificación, se restringirá el acce­ so al nivel superior, el de la Grandeza de España, de tal modo que, aunque creciese el cuerpo de nuevos nobles titulados, la cima del mismo quedara en un tamaño lo suficientemente reducido como para que los que pertenezcan a él tengan plena conciencia de configurar «la élite de la élite». De hecho, ya con anterioridad la Grandeza de España se había jerarquizado en diferentes niveles con el fin de es­ tablecer diferencias internas en su seno que se sumaban a las existentes dentro de la propia nobleza titulada, en donde el título de duque era de rango superior al de marqués y conde. y es que no todo fue cuestión de «mero título», de simple honor, sino de algo más importante, como era acompañar el título con «algo más», con algo corres­ pondiente a esa «dignidad». Aunque el estudio de conjunto sobre la Grandeza de España está por hacer -por el momento solo disponemos de trabajos para algunas de las principales Casas-- nuestra hipótesis, al menos para el siglo XVlll, es que el título de Grande de España no tuvo el mismo valor si esa alta distinción no iba acompañada de la exhibición de tal atributo en el espacio áulico. Una vez lograda. la distinción, se podía ser Grande de España en Antequera o en Gijón, pero en el momento de solicitar semejante merced, de pretenderla, nuestra percepción es que fue determinante el servicio en la Corte y, dentro de ella, en los privilegiados espa­ cios más cercanos al rey. Evidentemente tal generalidad habrá que verificarla con análisis sistemáticos sobre los Grandes de España en períodos amplios de tiempo, en donde, con toda seguridad, encontraremos discontinuidades y casos singulares que se alejen de esas pautas que hemos trazado y que, por el momento, nacen de meras oteadas a lo sucedido en un corto período de tiempo del siglo XVIII.

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