LA MODERNIDAD Y EL JUDÍO

July 17, 2017 | Autor: Diego Calvo Merino | Categoría: Teologia, Filosofía, Judaismo, Seventh-day adventist theology, Modernización y Modernidad
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Descripción

El Descrédito de la Modernidad y el Pensamiento Judío

Las promesas de la modernidad (lo que es la modernidad):
1. Pensar por uno mismo. Razonar nuestros propios razonamientos. Que
nadie dicte nuestras creencias ni lo que debamos pensar.
2. Si conocemos mejor y más por nosotros mismos, progresaremos. Seremos
mejores personas por la autocorrección.
3. El mundo será mejor. Debo esperar, esperar a que las cosas se arreglen
cuando yo conozca mejor.

Lo que piensan lo pensadores judíos acerca de estas promesas es que no
funcionaron. La razón trajo la Primera Guerra Mundial, no la paz y
felicidad prometidas.

La mayoría de estos autores son judíos de Alemania, tan compenetrados con
la cultura que desean deponer sus prácticas judías para ser como los demás:
cristianos alemanes (presión de grupo, Kafka).

Todos ellos quieren seguir siendo judíos para estar fuera de ese tinglado
de guerras, de enfrentamientos, y poder decir que esto no funciona, no va
hay que pararlo. Eso es lo que todos pretenden.

Se sienten diferentes:
1. El judío no tiene tierra.
2. El judío tampoco tiene una lengua.
3. El judío no tiene Ley. Se la da Dios.
4. El Dios hebreo no es representable.
5. El Sabat. Es tiempo y no lo puedo dominar.

Por esto el judío se siente fuera, apartado y diferente, para juzgar lo que
pasa e intentar mejorar los acontecimientos.

Los pensadores judíos dicen:
1. Si la modernidad es "yo pienso". Esa razón no es universal, no lo
puede pensar todo. El límite de esta lógica es la angustia del hombre
frente a la muerte. Esta razón es muy abstracta porque se olvida del
hombre y de sus sufrimientos. Ante esto propone que el hombre es
metaética: no lo explica todo, tiene límites. Los límites son el ser
humano (siempre hay algo que decir de él y lo que se ha dicho no es
del todo suficiente), Dios (es trascendente al ser humano), el mundo
(la naturaleza siempre ofrecerá cosas que nos sorprenderán). La
postmodernidad pone límites a la razón.
2. La razón debe ser limitada a favor de mi interés en el prójimo. Es más
importante satisfacer tus necesidades que llegar a conocer.

Para Rosenzweig, la solución de este mundo consiste en escuchar el dolor
del otro. Pero no solucionará todos los problemas. Solo el advenimiento
podrá hacerlo, la intervención directa de Dios en la historia. Dios tiene
que intervenir.

Levitas habla que el amor es lo que me hará aceptar al otro con todas sus
diferencias. El judío acepta la diferencia del otro y no pretende anularla
con sus conceptos.

Husserl dice: "La razón no tiene nada que decirnos sobre nuestra situación
vital angustiada." Su crítica es que en el afán de conocerlo todo y
comprobar las cosas mediante la ciencia, el hombre se ha olvidado de la
situación humana y de las cuestiones existenciales primarias.

Los escritores de la escuela de Frankfurt dicen que los análisis y
resultados que el hombre ha hecho de la ciencia y la razón se han venido
contra él mismo (dialéctica de la ilustración).
1. Horheimer: habla de razón subjetiva y objetiva. Con la subjetiva nos
ocupamos solo del cómo, de los medios, y nos olvidamos del fin de
ellos.
2. Adorno: dice que es una falsedad el creer que entre más técnica y
mercado más felicidad (razón identificante)
3. Marcuse: habla de una razón unidimensional, que solo tiene en cuenta
la rentabilidad, olvidándose de los medios.
4. Kart Raimund Popper: ataca la ciencia. El conocimiento es solo
provisional porque la ciencia cambia.

Grandes aciertos de estos pensadores:
1. La llamada a la ética.
2. La intervención externa (de Dios).
3. Respetar la diferencia. La diversidad la hace Dios.
4. La escatología. Dios interviene en la historia, solo Dios.

Dios desmitifica la razón para hacer



DESPUES de la dispersión de Babel, la idolatría llegó a ser otra vez casi
universal, y el Señor dejó finalmente que los transgresores empedernidos
siguiesen sus malos caminos, mientras elegía a Abrahán del linaje de Sem, a
fin de hacerle depositario de su ley para las futuras generaciones.
Abrahán se había criado en un ambiente de superstición y paganismo. Aun la
familia de su padre, en la cual se había conservado el conocimiento de
Dios, estaba cediendo a las seductoras influencias que la rodeaban, "y
servían a dioses extraños" (Jos. 24: 2), en vez de servir a Jehová. Pero
la verdadera fe no había de extinguirse. Dios ha conservado siempre un
remanente para que le sirva. Adán, Set, Enoc, Matusalén, Noé, Sem (véase
el Apéndice, nota 2), en línea ininterrumpida, transmitieron de generación
en generación las preciosas revelaciones de su voluntad. El hijo de Taré
se convirtió en el heredero de este santo cometido. Por doquiera le
invitaba la idolatría, pero en vano. Fiel entre los fieles, incorrupto en
medio de la prevaleciente apostasía, se mantuvo firme en la adoración del
único Dios verdadero. "Cercano está Jehová a todos los que le invocan, a
todos los que le invocan de veras." (Sal. 145: 18.) El comunicó su
voluntad a Abrahán, y le dio un conocimiento claro de los requerimientos de
su ley, y de la salvación que alcanzaría mediante Cristo.
A Abrahán se le dio la promesa, muy apreciada por la gente de aquel
entonces, de que tendría numerosa posteridad y grandeza nacional: "Y haré
de ti una nación grande, y bendecirte he, y engrandeceré tu nombre, y serás
bendición." (Gén. 12: 2.) Además, el heredero de la fe recibió la promesa
que para él era la más precisa de todas, a saber que de su 118 linaje
descendería el Redentor del mundo: "Y serán benditas en ti todas las
familias de la tierra." (Vers. 3) Sin embargo, como condición primordial
para su cumplimiento, su fe iba a ser probada; se le exigiría un
sacrificio.
El mensaje de Dios a Abrahán era: "Vete de tu tierra y de tu parentela, y
de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré." (Vers. 1.) A fin de
que Dios pudiese capacitarlo para su gran obra como depositario de los
sagrados oráculos, Abrahán debía separarse de los compañeros de su niñez.
La influencia de sus parientes y amigos impediría la educación que el Señor
intentaba dar a su siervo. Ahora que Abrahán estaba, en forma especial,
unido con el cielo, debía morar entre extraños. Su carácter debía ser
peculiar, diferente del de todo el mundo. Ni siquiera podía explicar su
manera de obrar para que la entendiesen sus amigos. Las cosas espirituales
se disciernen espiritualmente, y sus motivos y acciones no eran
comprendidos por sus parientes idólatras.




Durante su estada en Egipto, Abrahán dio evidencias de que no estaba libre
de la imperfección y la debilidad humanas. Al ocultar el hecho de que Sara
era su esposa, reveló desconfianza en el amparo divino, una falta de esa fe
y ese valor elevadísimos tan noble y frecuentemente manifestados en su
vida. Sara era una "mujer hermosa de vista," y Abrahán no dudó de que los
egipcios de piel obscura codiciarían a la hermosa extranjera, y que para
conseguirla, no tendrían escrúpulos en matar a su esposo. Razonó que no
mentía al presentar a Sara como su hermana; pues ella era hija de su padre,
aunque no de su madre. Pero este ocultamiento de la verdadera relación que
existía entre ellos era un engaño. Ningún desvío de la estricta integridad
puede merecer la aprobación de Dios. A causa de la falta de fe de Abrahán,
Sara se vio en gran peligro. El rey de Egipto, habiendo oído hablar de su
belleza, la hizo llevar a su palacio, pensando hacerla su esposa. Pero el
Señor, en su gran misericordia, protegió a Sara, enviando plagas sobre la
familia real. Por este medio supo el monarca la verdad del asunto, e
indignado por el engaño de que había sido objeto, devolvió su esposa a
Abrahán reprendiéndole así: "¿Qué es esto que has hecho conmigo? . . . ¿Por
qué dijiste: Es mi hermana, poniéndome en ocasión de tomarla para mí por
mujer? Ahora pues, he aquí tu mujer, tómala y vete." (Gén. 12:11, 18, 19.)
Abrahán había sido muy favorecido por el rey; y aun 124 ahora Faraón no
permitió que se le hiciese daño a él o a su compañía, sino que ordenó que
una guardia los condujese con seguridad fuera de sus dominios. En ese
tiempo se promulgaron leyes que prohibían a los egipcios relacionarse con
pastores extranjeros en actos familiares, tales como comer o beber juntos.
La despedida que Faraón dio a Abrahán fue amable y generosa; pero le pidió
que saliera de Egipto, pues no se atrevía a permitirle permanecer en el
país. Sin saberlo, el rey había estado a punto de hacerle un gran daño;
pero Dios se había interpuesto, y había salvado al monarca de cometer tan
gran pecado. Faraón vio en este extranjero a un hombre honrado por el Dios
del cielo, y temió tener en su reino a una persona que tan evidentemente
gozaba del favor divino. Si Abrahán se quedaba en Egipto, su creciente
riqueza y honor podrían despertar la envidia y la codicia de los egipcios,
quienes podrían causarle algún daño, por el cual el monarca sería
considerado responsable, y que podría atraer nuevamente plagas sobre la
familia real.
La amonestación dada a Faraón resultó ser una protección para Abrahán en
sus relaciones futuras con los pueblos paganos; pues el asunto no pudo
conservarse en secreto. Era evidente que el Dios a quien Abrahán adoraba
protegía a su siervo, y que cualquier daño que se le hiciese sería vengado.
Es asunto peligroso dañar a uno de los hijos del Rey del cielo. El
salmista se refiere a este capítulo de la experiencia de Abrahán cuando
dice, al hablar del pueblo escogido, que Dios "por causa de ellos castigó
los reyes. No toquéis, dijo, a mis ungidos, ni hagáis mal a mis profetas."
(Sal. 105:14, 15.)
Hay una interesante semejanza entre la experiencia de Abrahán en Egipto y
la de sus descendientes siglos después. En ambos casos, fueron a Egipto a
causa del hambre y moraron allí y, a causa de los juicios divinos en su
favor, los egipcios los temieron, y los descendientes de Abrahán salieron
al fin enriquecidos por los obsequios de los paganos.
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