La investigación protohistórica en la Carpetania

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La investigación protohistórica en la Carpetania

Resumen Hasta mediados de los años 80 del pasado siglo, la arqueología protohistórica del valle medio del Tajo ha presentado un considerable retraso respecto de otras zonas de la Península ibérica. Aunque este desfase ha comenzado a ser corregido, aún queda mucho trabajo pendiente tanto en la sistematización del registro arqueológico como en el desarrollo de modelos interpretativos. Uno de los grandes retos a los que se enfrenta la investigación protohistórica en la región es el establecimiento de marcos de análisis satisfactorios que incluyan pero no se limiten a la simple descripción de los datos arqueológicos. Este artículo analiza cuál ha sido el modelo teórico y metodológico sobre el que se ha construido nuestra visión de la Carpetania, sus fortalezas, carencias y limitaciones, y cómo este modelo ha bloqueado repetidamente la interpretación del registro arqueológico. El análisis historiográfico aquí expuesto se plantea así como una reflexión sobre nuestra disciplina que, más allá del conocimiento de nuestra historia, pueda ayudarnos a diseñar un marco de investigación coherente para el futuro. Palabras clave Historiografía, Carpetania, Protohistoria, Edad del Hierro, Positivismo, Valle medio del Tajo

Abstract Until the mid-80s of the last century, protohistoric archaeology of the Middle Tagus valley was considerably delayed with respect of other areas of the Iberian Peninsula. Although this gap has started to be corrected, there is still a lot of work to do regarding both the systematization of the archaeological record and the development of interpretative models. One of the main challenges that protohistoric research has to face in our region is the construction of satisfactory analysis frameworks which include but don’t be restricted to the basic description of archaeological data. This article analyses the theoretical and methodological model over which has been erected our vision of the Carpetania, its strengths, deficiencies and restrictions, and how this model has systematically blocked the interpretation of the archaeological record. Thus, the historiographical analysis brought up here is set out as a reflection over our discipline which, beyond providing a basic knowledge of our history, can help us to design a coherent research agenda in the future. Key words Historiography, Carpetania, Protohistory, Iron Age, Positivism, Middle Tagus valley

La investigación protohistórica en la Carpetania

Jorge de Torres Rodríguez*

Introducción Sin duda, la consolidación de la historiografía como subdisciplina dentro de Arqueología española ha sido uno de los fenómenos más interesantes de las últimas décadas, con una rápida transformación desde la simple enumeración de yacimientos, publicaciones y arqueólogos hasta la compleja situación actual expuesta por Gonzalo Ruiz Zapatero (2011: 74-80). La creciente asunción de que sólo recapacitando sobre los procesos históricos y los marcos teóricos en los que se ha fraguado nuestro conocimiento podremos mejorar nuestra disciplina ha ido recolocando el papel de la historia de la Arqueología desde un punto de partida marginal hasta una posición clave para comprender cuáles son nuestros marcos teóricos, sus carencias y sus posibilidades. Gran parte de este éxito obedece tanto al rechazo al modelo de historiografía anterior –apenas crónicas de hitos cronológicos– como al aumento del interés por la teoría y a la toma de conciencia de la necesidad de reflexionar sobre el pasado y, probablemente, también al desarrollo del Estado de las Autonomías que ha incentivado el interés por las arqueologías regionales (Ruiz 2011: 66-67). En este sentido, la arqueología protohistórica del valle medio del Tajo presenta un desarrollo anómalo, ya que no cumple ninguna de las premisas mencionadas arriba: hasta los años 70 careció de una historia digna de tener en cuenta –no hubo descubrimientos espec* [email protected]

taculares, grandes figuras interesadas en el periodo o yacimientos relevantes–, una de sus características fundamentales es el rechazo a cualquier tipo de elaboración teórica y los procesos nacionalistas o regionalistas a menudo asociados a las autonomías han tenido aquí una repercusión moderada. Así, el interés por la historiografía de la región –en el periodo que nos ocupa– ha sido mucho menor que el de otras regiones o incluso otros periodos, como el Paleolítico madrileño. Tan sólo a finales del siglo XX han comenzado a plantearse aproximaciones a la historiografía de la región, comenzando por el primer análisis en la tesis doctoral de Dionisio Urbina (1997), que significativamente titula este apartado “historia de un vacío” (1997: 130). Sin embargo, es a partir de la primera década del siglo XXI cuando bien a través de trabajos de investigación en la universidad (Torres 2005, 2006), bien como parte de publicaciones colectivas (Dávila 2007, Morín y Urbina 2012, Ruiz 2009) se han abordado más extensamente la historia y las características de la investigación en el valle medio del Tajo. En general, estas aproximaciones se han centrado más en la descripción de la historia de la investigación antes que en el análisis de su contexto teórico y metodológico. Sólo en un caso (Torres 2006) se han abordado en detalle los modelos teóricos que han sustentado la investigación sobre la Carpetania, y de nuevo sólo un trabajo (Ruiz 2009) ha abordado de manera sistemática el estado de la arqueología de la Edad del Hierro, sus carencias y las posibles líneas de investigación futuras, siguiendo el

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modelo planteado en el Reino Unido en 2001 (Haselgrove et al. 2001). Desgraciadamente, ninguna de estas iniciativas ha conseguido su objetivo: lograr una discusión científica sobre el modelo de conocimiento existente en nuestra región, sus posibilidades, limitaciones y carencias y avanzar no sólo en la adquisición de datos sino en su integración en modelos interpretativos que sirvan como base de una verdadera discusión científica. La combinación de un contexto de investigación singular –con un peso mayoritario de la arqueología de gestión– con tradiciones teóricas y metodológicas muy concretas ha construido un tipo de investigación caracterizada por un fuerte rechazo a la interpretación y con una clara apuesta por los aspectos más técnicos de la arqueología. El objetivo de este trabajo es, precisamente, analizar cuáles son las carencias y limitaciones del modelo actual de arqueología protohistórica en el valle medio del Tajo. Para ello, es necesario conocer no sólo cuál ha sido su evolución histórica, sino comprender cómo se ha construido el modelo teórico en el que nos encontramos inmersos y que determina en gran medida los intereses, objetivos, metodología e interpretaciones de nuestro trabajo.

UNOS CIMIENTOS DÉBILES: LA ARQUEOLOGÍA 70

PROTOHISTÓRICA HASTA LOS AÑOS

Los inicios de la investigación protohistórica en el valle medio del Tajo Un breve repaso a la historia de la investigación protohistórica en el valle medio del Tajo muestra una de las características más evidentes: su escasísimo desarrollo hasta los años 70. Frente a tradiciones como la del mundo ibérico o las arqueologías celtíbera y vetona, la investigación de la protohistoria de Madrid y Toledo fue tardía, desestructurada y esporádica. Esta situación puede explicarse por la escasez de restos arqueológicos de relevancia que llamaran la atención de los investigadores, la ausencia de paralelos claros para los materiales localizados y el fuerte peso que tuvieron en Madrid los estudios paleolíticos en las tres primeras décadas del siglo XX y que recogieron la mayor parte del interés científico. En Toledo, además, la investigación tuvo un carácter más diletante y académico, centrado en la arqueología clásica antes que en la prehistórica. Finalmente, la escasez de referencias a los carpetanos en los textos clásicos –frente a la abundantísima bibliografía sobre íberos o celtíberos, por ejemplo– y su escasa utilidad (generalmente enumeraciones de ciuda-

des, la mayoría de ellas sin localizar), hicieron que el interés sobre los pueblos que habitaron la región fuera escaso. Pese a este débil punto de partida, lo cierto es que a partir de los años 20 se desarrolló un cierto interés sobre la protohistoria de la región que, aun de manera asistemática, comenzó a construir las primeras interpretaciones sobre la Edad del Hierro. Este proceso estuvo apoyado en la creciente sistematización de los estudios protohistóricos en España gracias al trabajo de Pedro Bosch Gimpera y al aumento de excavaciones como la de Las Cogotas, que proporcionó los paralelos necesarios para organizar –aun de manera incipiente– la Edad del Hierro del territorio denominado Carpetania por los autores clásicos. Hasta este momento, las referencias a la etapa protohistórica apenas consistían en la comparación –errónea– del Cerro del Bú con los castros gallegos realizada por Manuel Castaños (Castaños y Montijano 1906) y la descripción de los primeros verracos aparecidos en suelo toledano e incluidos en el catálogo del Conde de Cedillo (López 1959). Los primeros trabajos con un enfoque científico llegan en los años 20 de la mano de Ismael del Pan, catedrático del Instituto de Toledo que había estudiado y trabajado con Hugo Obermaier. Durante la primera mitad de los años 20 (Pan 1920, 1922, 1926), Ismael del Pan se ocupará ocasionalmente de la Protohistoria de la ciudad y su provincia. A comienzos de esta década una escueta nota da cuenta de las primeras cerámicas de “época hallstattiana” en Toledo (Pan 1920), y poco después otra noticia publicada por Hugo Obermaier, Paul Wernert y José Pérez de Barradas trata de los restos localizados en el Cerro de la Gavia (Obermaier et al. 1921: 305) que identifican, con dudas, como una fortificación prerromana. A estas escuetas referencias se unen los trabajos más extensos de Ismael del Pan en la Alberquilla (1922) y de Pérez de Barradas y Fuidio en Azaña (Pérez y Fuidio 1928), consistentes apenas en visitas a los yacimientos y recogidas de materiales en superficie. En una fecha tan tardía como 1927, el balance investigador de la protohistoria del valle medio del Tajo era francamente desolador. El discurso de ingreso de Ismael del Pan en la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo (1928), en el que sintetiza los diferentes descubrimientos arqueológicos e históricos al repasar la Prehistoria de la región muestra muy bien las carencias de la investigación arqueológica del momento, con tan sólo algunos fragmentos de cerámi-

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ca de Hallsttat y La Tène en el cerro del Bú y los alrededores de Toledo, y un conjunto algo más abundante de cerámicas ibéricas (Pan 1928: 23). Siguiendo a Bosch Gimpera, el autor propone una penetración en la zona de elementos ibéricos que mezclados con los elementos locales darían lugar al pueblo de los celtíberos (Pan 1928: 25). El enfoque histórico–cultural es evidente en la diferenciación entre cerámicas de tipo hallsttático/ La Tène e ibéricas y en la identificación entre cultura material y grupos étnicos (íberos andaluces, indígenas celtas). En Madrid el conocimiento sobre la protohistoria de la región era si cabe aún peor. En la exhaustiva recopilación de los yacimientos arqueológicos en los alrededores de Madrid realizada por José Pérez de Barradas a finales de los años 30 (Pérez 1929) apenas hay referencias a yacimientos de la Edad del Hierro, y el propio autor admite que la investigación de este periodo es uno de los temas pendientes en la investigación en Madrid (Pérez 1929: 160). Con todo, las nuevas excavaciones desarrolladas en estos años –especialmente en Las Cogotas, a partir de 1927– comenzaron a ejercer su influencia en la incipiente interpretación de la Edad del Hierro en el Valle medio del Tajo. Hasta entonces, las cerámicas de tipo ibérico eran consideradas exógenas al valle, pero no había criterios establecidos para definir las cerámicas “locales”, presentadas genéricamente como hallsttáticas o de La Tène. Las excavaciones de Las Cogotas sacaron a la luz un nuevo tipo de cerámicas –las estampilladas– que aparecían de manera reducida pero constante en yacimientos madrileños y que sirvieron para proponer la existencia en Madrid de un pueblo emparentado con el de Las Cogotas, al que se considera sólo ligeramente iberizado (Pérez 1929: 160161), pese a que la muestra de cerámica ibérica conocida en el valle era mucho mayor. En realidad, hasta 1934 no se observa un avance significativo en la investigación protohistórica del valle medio del Tajo. Desde ese año y hasta 1936 se publican la primera excavación de una necrópolis protohistórica en Toledo (González 1934), la primera síntesis sobre la Carpetania romana (Fuidio 1934), que incluye un capítulo dedicado a la Edad del Hierro, y la primera interpretación de la cultura protohistórica del área de Madrid (Pérez 1936a), además de otros estudios más concretos (Aguilar 1935, Pérez 1936b). A estas publicaciones habría que añadir la fundamental síntesis de BoschGimpera sobre la Etnología de la Península Ibérica, publicada en 1932 y que aunque de manera breve se

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ocupaba de los carpetanos (Bosch-Gimpera 2003 (1932): 492-494). Las excavaciones llevadas a cabo en Ocaña fueron realizadas por Manuel González Simancas y proporcionaron restos de estructuras y al menos cinco fosas con urnas funerarias (González 1934: 26-31), descritas de manera un poco imprecisa pero pertenecientes sin duda a la Edad del Hierro. González Simancas identificó correctamente las fosas localizadas como similares a

Fig. 1.- Pioneros de la arqueología protohistórica en el valle medio del Tajo. De izquierda a derecha, Ismael del Pan, Fidel Fuidio y José Pérez de Barradas

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las de necrópolis ibéricas descubiertas en Levante, y propuso la existencia de un poblado habitado por los “célticos olcades de la tribu ocañense” (sic) (González 1934: 32), expresión literaria que esconde, en primer lugar, la idea de un origen céltico para los habitantes del valle medio del Tajo y, en segundo lugar, los problemas para delimitar correctamente los grupos étnicos descritos por los romanos en la Meseta Sur. También en 1934 se publica la tesis doctoral de Fidel Fuidio bajo el título de Carpetania Romana. Fidel Fuidio había sido uno de los más asiduos colaboradores de Pérez de Barradas, con el que había publicado varios artículos, entre ellos el ya citado sobre los restos arqueológicos de Azaña (Pérez y Fuidio 1928). Su tesis doctoral está lógicamente centrada en época romana pero incluye tres capítulos previos en los que se ocupa de la Prehistoria, la Protohistoria y la conquista romana de la zona de estudio (Fuidio 1934: 13). El capítulo dedicado a la protohistoria presenta por desgracia información bastante inconexa aunque relaciona de manera directa los hallazgos madrileños con la cultura céltica, cuyo paralelo más cercano encontraba en Las Cogotas (Fuidio 1934: 14). Por lo demás, el autor se limita a reseñar de pasada algunos de los últimos descubrimientos realizados en la provincia de Madrid y las estatuas de verracos, clasificándolos como versiones degeneradas de esculturas íberas y datándolas en el periodo inmediatamente anterior a la conquista romana (Fuidio 1934: 16-17).

Fig. 2.- Portada de la Carpetania Romana, de Fidel Fuidio (1934)

Mucho más completo es el intento de sistematización de la Edad del Hierro realizado por Pérez de Barradas dentro del análisis de la colección Bento (Pérez 1936a). En este artículo, dentro de los más estrictos cánones histórico-culturales y utilizando las propuestas más recientes para la Edad del Hierro, Pérez de Barradas establece una periodización de la Edad del Hierro basada en tres etapas culturales, para las que se ofrece una propuesta cronológica y una contextualización histórica. La primera etapa, denominada cultura indígena arcaizante (Pérez 1936a: 74-75) correspondería a la Primera Edad del Hierro y estaría representada por cerámicas a mano, decoradas con cordones e incisiones toscas y digitaciones, que el autor interpreta como una cerámica de reminiscencias neo-eneolíticas. Un segundo periodo (Pérez 1936a: 75-77) vendría marcado por la cerámica denominada celta-hallstáttica, con formas lisas y decoraciones excisas e incisas, incluido el boquique. Finalmente vendría una tercera etapa denominada Cultura de los castros (Pérez 1936a: 74), representada por la cerámica estampillada y, en su fase final, con la cerámica ibérica, que aparecería muy tarde enlazando con la cultura iberorromana. En cuanto al modelo interpretativo, es el difusionista característico de esta época y tiene como eje interpretativo las invasiones célticas ejemplificadas por la entrada de la Cultura de los Campos de Urnas defendida por Bosh-Gimpera (Pérez 1936a: 79). Independientemente de sus evidentes errores, la propuesta difusionista de Pérez de Barradas, basada en datos que él mismo reconoce muy pobres (Pérez 1936a: 80) es interesante porque refleja el debate científico suscitado por la identificación de la fase de Las Cogotas adscrita a la Edad del Bronce (Ruiz 2004: 208-209) y porque plantea por primera vez la definición de una Primera Edad del Hierro en este área de la Península, sentando las primeras bases del estudio sistemático de su cultura material. Por desgracia, estos años en los que se dan los primeros pasos para la construcción de una verdadera arqueología protohistórica en el valle medio del Tajo son también los que ven la disolución del incipiente tejido científico construido en torno a su estudio. La marcha de Ismael del Pan a Barcelona en 1931 y de Fidel Fuidio a Ciudad Real ese mismo año, el fusilamiento de este último en 1936, el acelerado deterioro del Servicio de Investigaciones Prehistóricas del Ayuntamiento de Madrid y el estallido de la Guerra Civil acabaron con cualquier posibilidad de que se consolidase el aún precario conocimiento del periodo. De desarrollo

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Fig. 3.- Excavaciones realizadas a finales de los años 20-principios de los años 30, sobre la cartografía realizada por Fuidio (1934) para la Carpetania romana

tardío, con escasa tradición investigadora y todavía empezando a definirse, el estudio de la protohistoria del valle medio del Tajo desapareció antes de haber podido afianzarse y tras el final de la contienda se producirá una verdadera “edad oscura” en la investigación arqueológica de ambas provincias. Años duros: la arqueología de la Carpetania hasta los años 60 Frente a la débil pero constante presencia de arqueólogos profesionales que caracterizó las décadas de los años 20 y 30, la arqueología de la región durante el periodo franquista estuvo en manos de arqueólogos no profesionales hasta una fecha tan tardía como 1965. Esta falta de preparación, unida a la absoluta carencia de medios, provocó no sólo un desplome de la actividad investigadora sino un notable empobrecimiento teórico e interpretativo. Dentro de este contexto de pre-

cariedad, las principales aportaciones corrieron a cargo de Fernando Jiménez de Gregorio, profesor del Instituto de Toledo y primero comisario y luego delegado provincial de esta provincia. Su serie de artículos sobre hallazgos arqueológicos en la comarca de La Jara y la provincia de Toledo (Jiménez 1950, 1952b, 1952a, 1953, 1958, 1961, 1962, 1963, 1965) incluye varias notas sobre materiales o yacimientos protohistóricos, en lo que no deja de ser una recopilación de hallazgos aislados y descontextualizados de escasa utilidad. A este conjunto de datos pueden añadirse noticias aisladas sobre restos protohistóricos en el Tajuña (Pérez 1943), el entorno de Madrid (Viloria 1955: 139-140) o el valle del Henares (Raddatz 1957), casi siempre como consecuencia de estudios sobre época romana. En cuanto a excavaciones, el único hito arqueológico fue la excavación en 1947 de la necrópolis del Cerro del Gato en Villanueva de Bogas (Toledo) por Salvador

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Fig. 4.- Excavación del Cerro del Gato. Fotografía Salvador Llopis

Llopis (1950a, 1950b). Como en el resto de intervenciones, se trató de una intervención absolutamente casual, en la que sólo la iniciativa personal del Sr. Llopis impidió la destrucción del yacimiento y permitió la conservación de parte de los materiales. Se excavaron un total de 36 tumbas, además de constatarse la existencia de otras cinco destruidas en las labores agrícolas que sacaron a la luz la necrópolis. Por desgracia y pese al cuidado del excavador en la recogida y clasificación de los materiales, su escasa preparación como arqueólogo hizo que la información recogida durante la excavación fuera poco útil. El resultado de esta paralización es patente en las grandes obras de síntesis protohistóricas peninsulares y los manuales universitarios publicados por las grandes figuras de la arqueología del momento –Martín Almagro, Juan Pericot, Juan Maluquer o Blas Taracena– donde de manera recurrente la Carpetania prerromana y sus habitantes tienen una escasísima presencia. En estas síntesis la interpretación fundamental de la protohistoria peninsular aparece apoyada en la ya citada teoría de las invasiones célticas, centrándose el debate en torno a su número, cronología, origen o intensidad. Este debate constituyó hasta los años 60 uno de los grandes temas de discusión de la Arqueología española (Blázquez 1962: 423-425). Aunque tanto la teoría de las invasiones célticas como sus mecanismos explicativos –difusionismo, historicismo cultural– ya

existían previamente a la Guerra Civil, la posición ideológica del régimen franquista favoreció la radicalización de las tesis “celtistas”, asumiendo (Ruiz 1992: 47) el carácter céltico de unas invasiones que supuestamente conformaron la mayoría de las etnias que habitaban la Península ibérica. Dentro de esta corriente, la Carpetania va a presentar un carácter ambiguo, ya que los escasos datos disponibles no permitían asociar a los carpetanos con las invasiones célticas de manera tan clara como ocurría con los grupos situados en la Meseta norte o en el oeste de la Península. Además, su posición fronteriza entre las zonas céltica e ibérica planteaba problemas para definir el alcance de entrada de grupos celtas en la Meseta sur. Se inicia así, de manera indirecta, el problema de la ambigüedad identitaria de los carpetanos, que será abordada de manera específica a partir de los años 70 y sobre todo en los años 80, en el marco de investigación autonómica. Con todo, en este periodo el valle medio del Tajo va a ser adscrito –de manera más o menos clara– a la “zona céltica” de la Península (Almagro 1952b: 223-225, Blázquez 1962, Maluquer 1967: 118-119, Maluquer y Taracena 1954: 8-9), especialmente durante la Primera Edad del Hierro, apoyándose en la presencia de cerámica de excisas en los alrededores de Madrid (Almagro 1952a: 223). Este tipo de cerámicas habían sido relacionadas con las invasiones europeas desde su descubrimiento y representaban la

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prueba más clara de la llegada de gentes de origen europeo a la Meseta sur (Almagro 1952b: 223-225). Muchos más problemas presenta la valoración de la identidad “étnica” de la Carpetania en la Segunda Edad del Hierro. En este periodo en el que el debate se plantea ya sobre las etnias conocidas a través de los textos clásicos el origen de los carpetanos comienza a plantear problemas. Maluquer los considera de origen indoeuropeo (Maluquer y Taracena 1954: 26) pero reconoce que es una cuestión abierta a debate: Schulten los denomina ibéricos y Gómez Moreno ligures (Maluquer y Taracena 1954: 26), mientras que Pericot los califica como ibéricos (Pericot 1950: 314). La ambigüedad se mantiene durante los años 60, pero varía lentamente hacia un cierto iberismo conforme se suavizan las posturas invasionistas a finales de esta década. En general, se aprecia una creciente indefinición conforme avanza la investigación en otras zonas mientras se estanca en la Carpetania, y los carpetanos acabarán apareciendo de manera cada vez más difusa y general y con menos referencias en las grandes síntesis peninsulares. Hacia una arqueología protohistórica profesional A partir de mediados de los años sesenta y de acuerdo con tendencias observadas en todo el país, comienzan a percibirse algunos cambios en la investigación arqueológica en la región, con un claro avance hacia una arqueología más profesionalizada. Estos cambios se observan en varios ámbitos: una abrupta disminución en la participación de arqueólogos no profesionales en las revistas especializadas donde habían colaborado tradicionalmente, comienzo del interés de la nueva generación de arqueólogos formados en la Universidad por la arqueología de la zona y sustitución de la investigación anterior basada en noticias por una nueva línea de trabajo apoyada en la realización de excavaciones bien planificadas y realizadas por arqueólogos profesionales. Las causas de este cambio son comunes al resto de España, y obedecen tanto a circunstancias concretas de la investigación española como a los cambios socioeconómicos ocurridos en la década de los 60. El crecimiento de la población universitaria, la mejora de las condiciones económicas del país y su progresiva apertura internacional y la llegada al gobierno de grupos de corte tecnocrático son algunos de los cambios que contextualizan el cambio del modelo de gestión arqueológica. En sus aspectos más técnicos, va a ser fundamental la desaparición del viejo sistema de la Comisión General

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de Excavaciones Arqueológicas y la asunción del control de los catedráticos de Universidad sobre la práctica arqueológica, cerrando progresivamente el paso a los arqueólogos aficionados; así como la entrada de nuevas metodologías y tendencias teóricas en la arqueología española y el crecimiento del número de investigadores y de recursos económicos. No sólo los aspectos más formales de la arqueología estaban comenzando a cambiar. La propia concepción de la disciplina estaba empezando a ponerse en cuestión, en un contexto en el que la tradicional arqueología historicista se mostraba cada vez más ineficaz para construir interpretaciones argumentadas y las nuevas generaciones de investigadores buscaban otras opciones teóricas más satisfactorias. Este movimiento no es ni mucho menos radical y su verdadero desarrollo se produce en los años 70, pero algunas de sus características comienzan a apuntarse en la década anterior. En su núcleo está la insatisfacción con las explicaciones historicistas dominantes en la arqueología española, consideradas cada vez más como acientíficas por estar basadas en posiciones apriorísticas, basadas a menudo en argumentos de autoridad, sin contextualización medioambiental ni metodologías de trabajo más allá de una descripción a menudo poco rigurosa de las piezas. Frente a esta arqueología tradicional se reclama –en un contexto en el que los postulados de la Nueva Arqueología comienzan a abrirse camino– una arqueología más científica, preocupada por el estudio del entorno de los yacimientos y por los estudios multidisciplinares. Esta búsqueda de una nueva arqueología científica constituye la base de la arqueología desarrollada en España durante los últimos 40 años, y por tanto es fundamental analizar el contexto en que se produce para comprender cuáles han sido sus dinámicas, sus resultados y –en mi opinión– su deriva. En los años 60, el comienzo del cambio se aprecia sobre todo en dos aspectos: el aumento del rigor descriptivo de la documentación arqueológica y la aplicación de los primeros análisis de laboratorio al estudio de los materiales recogidos en las excavaciones, con el objetivo de alcanzar ese rigor científico inexistente en la arqueología más tradicional. La excavación de la necrópolis de Las Madrigueras por Martín Almagro Gorbea (1965) es uno de los primeros ejemplos de este cambio. Situada en Cuenca pero muy cerca de Toledo, será excavada entre 1965 y 1969, año en que se publica su memoria final (Almagro 1969).

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Pese a la lejanía de Las Madrigueras de la supuesta zona nuclear de la Carpetania, su importancia como hito en la investigación es indudable. Es la primera memoria de excavación realizada de manera sistemática y publicada íntegramente, pero su valor no reside tanto en la información que proporciona como en lo que simboliza: el despegue, aún precario, de un nuevo tipo de arqueología que busca su legitimación en su carácter científico, apoyado tanto en un enfoque hiperpositivista como en el recurso a colaboraciones multidisciplinares que aportan al trabajo la respetabilidad de las Ciencias Naturales. Aunque la memoria de Las Madrigueras es esencialmente una memoria clásica propia de la tradición historicista, donde los objetivos finales siguen siendo definir una secuencia cronotipológica y adscribirla a un pueblo “histórico”, hay algunos elementos que muestran un cambio hacia un mayor rigor en el tratamiento de los datos y en la metodología arqueológica. Es sintomática la declaración de intenciones inicial, en la que se critica la interpretación de la región a través de paralelos con

Fig. 5.- Memoria de la necrópolis de Las Madrigueras, Carrascosa del Campo, Cuenca. (Almagro 1969)

otras mejor conocidas y se reivindica la necesidad de realizar una arqueología científica para la reconstrucción de la historia de la región (Almagro 1969: 11). Igual de sintomática es la explicitación de la metodología seguida tanto en la redacción de la memoria como en las diferentes fases de excavación y estudio de los materiales, la contextualización geográfica de la necrópolis, la publicación de planimetrías, perfiles estratigráficos y la definición de estratos y, sobre todo, en la realización de varios análisis de laboratorio –geológico, palinológico, de pigmentos de pintura y del yeso enfoscado en una de las tumbas– que explicitan el cambio de orientación que se está produciendo en la arqueología del valle medio del Tajo y que se hará patente en las siguientes décadas.

LA CARPETANIA

DE LAS AUTONOMÍAS

La construcción de una nueva arqueología Sin duda, la transición política desarrollada a partir de 1975 y la constitución del estado autonómico han constituido uno de los mayores hitos históricos de la historia reciente de España. En el ámbito que nos ocupa, la transferencia de las competencias educativas y culturales a mediados de los años 80 va a suponer una transformación radical en la forma en que se plantea la arqueología en nuestro país, provocando una expansión radical de la investigación y modificando sustancialmente sus criterios, actores y prioridades. Sin embargo y como suele ocurrir en todos los procesos históricos, las raíces teórico-metodológicas que sustentaron estos cambios y que definen la arqueología construida a partir de los años 80 se habían construido en la etapa anterior. Como ya hemos dicho, desde los años 60 se observaba una transformación en la arqueología española basada en el rechazo a las posiciones historicistas previas y en la búsqueda de un tipo de investigación más científica y menos especulativa. La reacción frente al viejo paradigma histórico-cultural se vio apoyada por la entrada en nuestro país de la Nueva Arqueología procedente del mundo anglosajón, que parecía cumplir las expectativas de arqueología científica, objetiva y rigurosa demandadas por las nuevas generaciones de investigadores. Hasta qué punto la búsqueda de rigor científico fue real o se quedó en la adopción de aspectos metodológicos formales es algo que analizaremos más adelante, pero lo cierto es que en el valle medio del Tajo la transformación detectada en la memoria de Las Madrigueras es muy evidente a partir de los años 70. Paralelamente a este cambio se produce un

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aumento de los recursos dedicados a la investigación, que hacen que en esta década se inicien tres excavaciones emblemáticas: Ecce Homo (Alcalá de Henares) en 1971, Cerro Redondo (Fuente el Saz del Jarama) entre 1975 y 1980 y El Cerrón (Illescas), a partir de 1977. Junto a estos tres proyectos de larga duración se mantiene aún activo un sector de la arqueología no profesional agrupado en torno a la Asociación Española de Amigos de la Arqueología (AEAA), que entre otras actividades asume la excavación del Cerro de la Dehesa de la Oliva en Patones (Madrid) a mediados de esta década. Las memorias finales de Cerro Redondo, Ecce Homo y El Cerrón (Almagro y Fernández-Galiano 1980, Blasco y Alonso 1985, Valiente 1994) presentan, pese a haber sido publicadas en diferentes momentos, (muchos los resultados de El Cerrón habían sido avanzados a finales de los 70 y comienzos de los 80 (Balsameda y Valente 1979, 1882, Valiente y Balsameda 1982, 1983), aunque la memoria definitiva no se publicó hasta los 90) un mismo espíritu común y unas características muy similares entre sí: exposición detallada de la metodología empleada para la excavación, lenguaje aséptico y muy descriptivo, introducción de métodos estadísticos para representar los datos, análisis de laboratorio añadidos como anexos a las memorias, gran importancia del estudio de los materiales tanto en su descripción como en la elaboración de tipologías y mínimas conclusiones e interpretación del yacimiento. Cuando ésta se produce, suele adquirir claros tintes historicistas, perceptibles en el uso de epónimos, alusiones a círculos culturales, etc. En general, se trata de memorias difíciles de leer, con descripciones engorrosas que impiden hacerse una idea clara de los yacimientos excavados. Con todo, representan una evidente mejora respecto de las descripciones literarias de los años 20 y 30 y poseen un valor arqueológico innegable. Además, van a ser de las pocas memorias publicadas en su integridad, ya que a partir de los años 80 va a producirse un aumento en la publicación de artículos pero ninguna publicación de memorias de excavación. Estas tres memorias y, en general, el conjunto de publicaciones de estos años reflejan muy bien el nuevo modelo científico que estaba estableciéndose en estos momentos y que, con algunos matices, ha perdurado hasta nuestros días. Se trata de un modelo fuertemente positivista y antiteórico, definido por Juan Manuel Vicent (1982) como “Positivismo modificado”, que más que un programa metateórico alternativo al tradicional consiste en una estrategia de investigación (Vicent 1982:

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31). Dada la escasísima reflexión teórica que caracteriza la arqueología protohistórica del valle medio del Tajo, es interesante hacer una reflexión sobre la postura investigadora dominante, asumida de manera inconsciente por la inmensa mayoría de los investigadores y que, en nuestra opinión, se encuentra en el centro de muchos de los problemas interpretativos de la Carpetania. El origen del modelo se encuentra, en realidad, en la reacción al modelo interpretativo anterior. La tendencia a vincular la Prehistoria a las Ciencias Naturales clásicas llevó a un refuerzo de sus bases empíricas –las únicas científicamente verificables– en detrimento de la creación de modelos teóricos imposibles de demostrar. La Arqueología prehistórica asumió desde sus comienzos una fuerte carga positivista, en la que la única elaboración teórica era la que otorgaba características culturales a los objetos. De este modo, secuencias tipológicas se transforman en evoluciones culturales, y la dispersión de un tipo de objeto arqueológico era interpretada como la evidencia de la expansión de culturas (Vicent 1982: 23). A partir de los años 60, esta forma de concebir la arqueología va a ser puesta a prueba por la denominada “Revolución Tecnológica”, que progresivamente crea un abismo entre la Prehistoria y las Ciencias Naturales a las que, por su propia idiosincrasia, no puede equipararse. La concepción de la Prehistoria como ciencia queda así en entredicho, ya que ni puede desarrollar un programa metateórico propio al que ha renunciado, ni sus categorías pueden equipararse ya a las de otras ciencias naturales y físicas. Aunque hay varias respuestas a este modelo (Vicent 1982: 27), la más habitual fue la asunción del ya citado “Positivismo modificado”, una postura que renunciaba a un programa teórico bien definido pero conservaba las mejoras metodológicas. Se trata de una posición que mantiene un concepto histórico de la Prehistoria, pero flexibilizado para introducir ideas procedentes de la Antropología Cultural o de las ciencias sociales. Entiende la Prehistoria como una Ciencia Natural cuyo estudio es fundamentalmente descriptivo, mientras que la actividad teorética se limitaría a la lectura del registro empírico que se supone es un correlato directo de la realidad. Ésta será explicada de forma automática a medida que se vayan incorporando datos al registro. En este modelo el progreso del conocimiento se concibe como acumulación de información (1982: 31), y su estrategia de actuación podría resumirse en (1982: 32-33): — Adopción de características externas de la praxis de las Ciencias Naturales: trabajo cuidado, docu-

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mentación meticulosa, proceso sistemático de las fuentes de información, sofisticación técnica. — Ampliación del horizonte metodológico con la introducción del análisis cuantitativo. Ensayo de técnicas de proceso de datos. — Jerarquización de la fiabilidad de la información en función del procedimiento con que ha sido conseguida. Se valoran más los datos procedentes de un proceso técnico que los proporcionados por la observación subjetiva. — Colaboración interdisciplinar con las Ciencias Naturales, entendida más bien como aportación de resultados, de “datos”, que en un nivel teórico. Detrás de este programa subyace un punto de vista sustancialmente antiteórico, renunciando a los objetivos tradicionales de la disciplina a la espera de que el conocimiento surja de la acumulación de datos (1982: 33), cuya ausencia en cantidad suficiente será queja común en las publicaciones de los arqueólogos encuadrados en esta tendencia. La Prehistoria deviene de este modo en una Arqueología Descriptiva, que sí alcanza unos estándares aceptables de rigor, al menos en sus características más formales. Por supuesto, este rigor no transforma a la Prehistoria en una Ciencia, tan sólo mantiene latente una crisis entre la metodología utilizada y la renuncia a la construcción de una forma de conocimiento científica (1982: 34). La amplia aceptación que tuvo esta postura investigadora en la comunidad científica es en muchos aspectos comprensible. La escasa tradición de debate y crítica de la arqueología española, su conservadurismo y el abuso de las posiciones de autoridad favorecían la opción menos traumática –descartada la vuelta a los presupuestos tradicionales. Además, los planteamientos del Positivismo modificado permiten mantener la ilusión formal de una Arqueología más científica, a través del empleo nuevas técnicas a la obtención de datos, otorgando un aura de cientificidad tanto a la disciplina como a aquellos que la practican y creando así una especie de “prestigio” derivado del uso de tecnologías avanzadas (Martínez 1997-1998: 332). Finalmente, es un tipo de arqueología cómoda, que permite tanto la inclusión de las posturas más tradicionales de aquellos investigadores más preocupados del estudio del objeto que de su interpretación –para los que la interpretación, y no la tecnología es el problema– e incluso de arqueólogos no profesionales que pueden así reivindicar el carácter “científico” de su investigación.

El modelo descrito arriba ha sido el imperante en la mayor parte de la arqueología española desde los años 70. Como en otras zonas, la elección de esta postura científica ha permitido mejorar muchos aspectos técnicos y metodológicos de la investigación, pero ha acabado construyendo un tipo de conocimiento por acumulación en el que se admiten todo tipo de datos sin valorar su utilidad real, y en el que la introducción de nuevas técnicas es generalmente aceptada como útil per se pero se limita a su aplicación formal, sin extraer el máximo rendimiento a sus posibilidades interpretativas. A estos problemas se une la escasez de memorias de excavación, fundamentales para establecer una interpretación alternativa del registro arqueológico y cuya escasez en la arqueología protohistórica de la región sigue lastrando el establecimiento de hipótesis de trabajo bien contrastadas. La acumulación de información ha supuesto, paradójicamente, un bloqueo interpretativo sobre la Edad del Hierro debido no sólo a la imposibilidad de integrar datos dispares y parciales, sino a la asunción de que los problemas para organizar e interpretar el registro se deben simplemente a la ausencia de datos suficientes. Se retrasa por tanto sine die la construcción de hipótesis y modelos interpretativos, mientras que el aumento de publicaciones mantiene una ilusión de progreso del conocimiento que disfraza nuestra incapacidad para avanzar en la construcción de una verdadera arqueología de la Edad del Hierro en el valle medio del Tajo. El surgimiento de la arqueología carpetana: la Carpetania de las autonomías Aunque como hemos dicho el modelo teórico-metodológico en el que se apoya la arqueología protohistórica “moderna” de nuestra región comienza a institucionalizarse en los años 70, la construcción de una arqueología carpetana similar a la de las regiones cercanas está claramente asociada a la consolidación del modelo autonómico y la transferencia de las competencias en educación a mediados de los 80. Esta situación va a ser especialmente patente en la provincia de Toledo, donde el aumento de excavaciones de este periodo es notable. En 1984 comienzan las excavaciones en el Cerro del Gollino (Corral de Almaguer) y el Cerro de las Nieves (Pedro Muñoz), este último en Ciudad Real pero muy cerca de Toledo. En 1985 comienza la excavación de la necrópolis de Las Esperillas, en Santa Cruz de la Zarza y un año más tarde se inician los trabajos en la necrópolis de Palomar de Pintado (Villafranca de los Caballe-

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ros). Paralelamente tienen lugar los primeros congresos que de manera parcial o específica van a ocuparse de la protohistoria de la región (VV.AA. 1988a, VV.AA. 1988b, VV.AA. 1990b) y las primeras revistas de ámbito provincial como Carpetania, publicada –de manera efímera– por el Museo de Santa Cruz. En otro orden de cosas, la investigación de los años anteriores comenzaba a dar sus frutos en forma de memorias de licenciatura y tesis doctorales que sintetizaban la información existente hasta el momento, como la tesis de Santiago Valiente sobre la Edad del Hierro en el valle medio del Tajo (Valiente 1987) y las memorias de Licenciatura de Pilar Mena (1984) y Pilar Gónzález-Conde (1987) sobre las necrópolis de la Edad del Hierro de Cuenca y la romanización de la Carpetania, respectivamente. A finales de la década de los 80 comienzan a aparecer los primeros resultados de las excavaciones desarrolladas en años anteriores (Almagro y Dávila 1988, Fernández y Hornero 1988, García y Encinas 1987, 1989). Sin embargo, el gran hito investigador del momento, que sirve para establecer una panorámica de los avances de esta década fue el Primer Congreso de Arqueología de la Provincia de Toledo (VV.AA. 1990a), verdadero hito de la arqueología protohistórica del valle medio del Tajo. En él se presentan los resultados de todas las excavaciones desarrolladas durante los años anteriores, suponiendo los artículos dedicados a la protohistoria de la provincia un 41% del total. Este congreso, que podría haber supuesto el comienzo de la reconstrucción arqueológica de los procesos históricos desarrollados en la Segunda Edad del Hierro, se convirtió paradójicamente en el punto final de casi dos décadas de investigación. Las causas de este freno son tanto socioeconómicas como científicas. Por una parte, el peso cada vez mayor de las políticas de protección del patrimonio devino en un desvío de recursos hacia otro tipo de actuaciones arqueológicas. La actuación arqueológica desarrollada en los años 80 adoleció de un alto grado de descoordinación, sin ninguna planificación previa, lo que hizo que, por ejemplo, todos los yacimientos excavados se situaran en el límite oriental y sudoriental de la provincia, que se interviniera en varias necrópolis o que no se establecieran criterios de financiación a largo plazo. En nuestra opinión, sin embargo, existen también otras razones de carácter científico que han sido menos valoradas y que tienen que ver con el fracaso de un modelo de investigación basado en asunciones previas, en datos escasos y, sobre todo, en una aproximación teórica y metodológica

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equivocada a la que no es ajena la inclusión de la arqueología del valle medio del Tajo en el ya descrito “Positivismo modificado” (Vicent García, J. M. 1982:27). La arqueología protohistórica de estos años tenía un objetivo bastante claro, aunque nunca se expusiera de manera explícita: situar arqueológicamente a los habitantes protohistóricos del valle medio del Tajo en sus parámetros cronológicos, territoriales y culturales. Dicho de otra manera, definir a estos grupos y “construir” por primera vez su historia para incluirlos en el conjunto de la arqueología protohistórica peninsular. De las diferentes aproximaciones a este objetivo van a surgir las principales líneas de trabajo de estas dos décadas. Sin duda, los temas centrales son aquellos relacionados con la definición material y territorial de la etnia carpetana. El punto de partida fueron las fuentes clásicas que hablan de los carpetanos que, por desgracia son muy escasas, (Valiente y Balmaseda 1983: 136), hasta el punto de que los carpetanos parecen ser definidos “en negativo”, como los habitantes del espacio geográfico que dejan libre vetones, oretanos y celtíberos. Más allá de la imprecisión lógica atribuible a los autores romanos y griegos, hay otros problemas que dificultan la definición de los carpetanos en los textos clásicos. El único rasgo geográfico citado en territorio carpetano, el río Tajo, no sirve como límite geográfico sino que atraviesa su territorio, y de las numerosas ciudades citadas por Ptolomeo o Tito Livio, sólo tres (Toletum, Complutum y Consabura) han sido identificadas, quedando sin situar otras dieciséis localidades (Montero 1990). Por tanto, la aportación de las fuentes clásicas al conocimiento de la Carpetania tuvo desde el principio un valor muy relativo. Tampoco es que la cultura material documentada en los yacimientos facilitara la definición de un territorio “étnico” carpetano. El único material que es considerado exclusivamente carpetano va a ser la cerámica jaspeada, descrita por primera vez por Emeterio Cuadrado en una visita de la AEAA al castro carpetano de Yeles (Cuadrado 1971), y que de forma paulatina fue asociándose a la etnia carpetana en la mejor tradición historicista de los fósiles guía. Sin negar el hecho de que esta cerámica es característica de la región, consideramos que se aceptó con demasiada ligereza no ya el término, sino sus implicaciones étnicas. Su identificación con la etnia carpetana obedecía a un deseo de encontrar un fósil guía para este grupo, pero se hizo de forma inconsciente, desde perspectivas historicistas y no fue acompañada de un análisis riguroso de este tipo de cerámicas.

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La combinación de unas fuentes clásicas pobres, un registro poco claro y un conjunto de yacimientos disperso y poco publicado llevaron a que la definición material y territorial de la Carpetania fuera un auténtico quebradero de cabeza que en gran medida se ha perpetuado hasta nuestros días. Finalmente, se llegó a un consenso a través de la conjunción de datos procedentes de las fuentes clásicas, el estudio de los accidentes geográficos y algunos datos arqueológicos, aunque este consenso presentara numerosos problemas interpretativos y operativos, hasta el punto de que los límites del territorio carpetano van a ser un tema recurrente en la investigación al menos hasta finales de los 90 (Blasco y Barrio 1992, Blasco y Sánchez 1999, González - Conde 1992, Rabanal y Bragado 1990), sin que mejore sustancialmente su definición. Siendo como es importante, el problema de la arqueología de los años 70 y 80 no se limita al fracaso de la definición de una etnia protohistórica, algo comprensible dado el difícil punto de partida para su estudio. Lo cierto es que tampoco se aprovechó el aumento de excavaciones para sentar las bases de una arqueología profesional en la región: no se realizó ningún intento por construir secuencias cronológicas, tipologías de materiales, ni hasta el día de hoy se ha publicado ninguna memoria de los yacimientos que empezaron a excavarse en los años 80. El conocimiento a lo largo de estos años se construyó a partir de publicaciones parciales, que dificultaban no sólo la interpretación de los yacimientos sino, en general, la construcción de un conjunto de datos sobre el que planificar el trabajo futuro. La confianza positivista en que la aportación de datos en cantidad suficiente acabaría por resolver muchos de los problemas arqueológicos existentes en la región se tradujo en una acumulación de información parcial, dispersa y cuya única posibilidad de uso consistía en la enumeración de las características de cada yacimiento. Yacimientos bien publicados como Cerro Redondo quedaron como rara avis en el mapa arqueológico de la región y su utilidad como herramientas de comparación quedó muy mermada. La impresión que transmite una mirada retrospectiva de este periodo es de un altísimo número de publicaciones, que sin embargo devinieron en un conocimiento arqueológico muy inferior al esperado. Por supuesto, no todos los aspectos del periodo son negativos. Sin contar con aquellos yacimientos que fueron publicados íntegramente, el conocimiento de la región mejoró notablemente, al menos en las caracte-

rísticas generales de los yacimiento y aunque se tratase de información parcial y poco elaborada. Las fuentes clásicas fueron sometidas a una revisión exhaustiva, aunque los resultados de este trabajo no fueran los esperados. Formalmente, y una vez superados los excesos de los primeros años en los que el exceso de información llevaba a hacer casi ilegibles las publicaciones, en la década de los 80 se llega a un tipo de presentación más ágil, menos árida y en la que se mantiene la calidad técnica en el dibujo de los materiales, las planimetrías y donde aumenta el uso de fotografías. Los artículos van ajustándose poco a poco a un canon preestablecido, especialmente aquellos dedicados al estudio de yacimientos: localización geográfica, contextualización de la excavación y trabajos realizados, descripción de estructuras y materiales y unas conclusiones generalmente escasas. La influencia de la Nueva Arqueología es perceptible en la inclusión de temas como la economía o el entorno geográfico de los yacimientos, pero generalmente estos temas no se integran bien dentro de la interpretación de los yacimientos. También es visible en las la realización de análisis de laboratorio –metalográficos, faunísticos, radiocarbónicos, etc.– que son incluidos en las memorias pero pocas veces utilizados en el discurso. Con todo, lo cierto es que el balance de estos años presenta más sombras que luces. La síntesis realizada por Mª. Concepción Blasco en el famoso Congreso de Paleoetnología de la Península Ibérica (VV.AA. 1992a), celebrado en diciembre de 1989 en la Universidad Complutense de Madrid, es quizá el mejor resumen de los objetivos, logros y limitaciones de la arqueología desarrollada durante estas décadas. Pese a la indudable capacidad de la autora para integrar la información acumulada en las décadas anteriores, el resultado final no deja de ser la enumeración descriptiva de unos resultados publicados muy parcialmente, a través de los cuales era muy difícil construir una secuencia arqueológica clara para el primer milenio a.C., mucho menos plantear un proceso de etnogénesis. Aunque parte del frenazo de la investigación a finales de los años 80 se debe a condicionantes políticos y económicos, en nuestra opinión la causa del escaso rendimiento científico de este periodo obedece sobre todo al marco metodológico y teórico en que se desarrolló la investigación. Por una parte, la asunción de que cualquier dato es valioso per se favoreció la publicación de artículos parciales frente a las memorias de excavación. Por otra el rechazo positivista al desarrollo

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TORRES RODRÍGUEZ / La investigación protohistórica en la Carpetania

de modelos teóricos llevó a la protohistoria del valle medio del Tajo a una encrucijada: por una parte, se rechazaba la construcción de marcos teóricos novedosos, pero el rechazo a estos modelos implicaba la utilización de los únicos parámetros conocidos hasta entonces para interpretar a las poblaciones de la Segunda Edad del Hierro, los historicistas basados en la etnia, el territorio y la cultura material. Puesto que esta aproximación ya no era aceptable, el estudio de la protohistoria carpetana quedó bloqueado y optó por la salida más común en estos casos: disminución de la elaboración teórica hasta su mínima expresión –incluidos aquellos aspectos relacionados con la etnia–, potenciación de las aproximaciones técnicas o metodológicas y adopción de un lenguaje neutro. La otra opción posible –la construcción de un nuevo marco teórico de análisis para el registro– quedó descartada, en parte por el rechazo a la interpretación existente en la arqueología de la región y en parte porque los datos disponibles eran aún escasos. El resultado de este proceso fue que la arqueología protohistórica del valle medio del Tajo no sólo renunció de facto a la interpretación de los procesos históricos de la región, sino que a medida que disminuían las excavaciones y se renunciaba a la publicación de las memorias devino en una repetición de datos ya conocidos, mal integrados y sin una utilidad real. Tan sólo una década después, con la publicación de nuevos datos, se pudo superar esta situación, aunque la contradicción inherente a la postura teórica elegida continuó, reforzada por las metodologías que comienzan a aplicarse a finales de los 90 y el constante aumento de información asociado a la arqueología de gestión.

ARQUEOLOGÍA

Y PATRIMONIO EN LA

CARPETANIA

Un nuevo modelo Como hemos dicho arriba, la reunión sobre la Etnogénesis de la Península ibérica realizada en la Universidad Complutense de Madrid en 1989 puede considerarse el hito que culmina las décadas anteriores de investigación protohistórica en el valle medio del Tajo. Aunque aún se celebra algún congreso con información nueva (VV.AA. 1992b), la ausencia de excavaciones y, sobre todo, los problemas teóricos y metodológicos descritos anteriormente van a provocar un freno en la investigación del mundo prerromano en la zona. A este “abandono” científico se unió la actitud de las administraciones públicas, cada vez más orientadas a controlar y dirigir una Arqueología de gestión en crecimiento conti-

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nuo. El resultado será una modificación radical en el modelo de arqueología de la región de la mano de la aparición y expansión de las empresas de arqueología. El cambio de tendencia efectuado por la administración se hace patente al comienzo de la década de los 90, y es perceptible en la suspensión de las excavaciones de este periodo debido al desvío de recursos a otros proyectos como la realización de la carta arqueológica de Madrid. Durante este periodo, la arqueología protohistórica del valle medio del Tajo a sufrir un considerable frenazo que puede rastrearse en el tipo de publicaciones, que en su mayoría presentan resultados de prospecciones realizadas para la elaboración de la Carta Arqueológica de Madrid (Almagro y Benito 1993, Almagro y Benito 1994), publicaciones de excavaciones finalizadas hace tiempo (Muñoz 1994, Valiente 1994) o artículos de carácter general (Almagro y Dávila 1995, Valiente 1993). A mediados de la década comienzan aparecer algunas publicaciones que evidencian los cambios en el modelo, apareciendo los primeros datos sobre yacimientos excavados por empresas (Calle y SánchezCapilla 1996, Esteban y Rodríguez 1997, Martín 1996, Penedo et al. 1997) en Madrid, a la vez que en Toledo se reanuda la excavación de Palomar de Pintado. Sin embargo, el rasgo más característico de este momento es el comienzo de una tendencia hacia los estudios territoriales, como los del valle del Tajuña (Almagro y Benito 1993, Almagro y Benito 1994), los montes de Toledo (Urbina et al. 1992, Urbina et al. 1994) o el entorno de la Dehesa de la Oliva (Blasco y Baena 1997, Blasco et al. 1995). Este cambio está motivado por una conjunción de factores: utilización de los resultados de las prospecciones realizadas para la elaboración de la Carta arqueológica, desarrollo de la Arqueología espacial, aparición de los Sistemas de Información Geográfica y una cierta asunción del fracaso a la hora de interpretar la Carpetania como una región homogénea y bien delimitada y la consecuente elección de marcos regionales más pequeños para establecer estudios más ajustados. Tampoco puede obviarse (Urbina 1998a: 136-137) la precariedad de los presupuestos de investigación que generalmente impedían efectuar excavaciones. El resultado de estas modificaciones en el modelo de investigación puede apreciarse en dos tesis doctorales, las realizadas por Dionisio Urbina en 1997 y por Kenia Muñoz un año después. Esta última (Muñoz 1998) refleja bien la tendencia observada en los años anteriores, al utilizar los datos procedentes de las prospecciones de la confluencia entre los ríos Jarama y Tajo para

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tratar de reconstruir el poblamiento en la región durante la Prehistoria reciente. Por desgracia, la fuerte dependencia de datos procedentes de prospecciones y el amplísimo rango cronológico abarcado impidieron sacar conclusiones demasiado definitivas sobre los patrones de ocupación del territorio. Mucha más entidad tiene la tesis doctoral de Dionisio Urbina (1997) sobre el poblamiento de la Segunda Edad del Hierro en la Mesa de Ocaña, que constituye uno de los principales hitos de la investigación protohistórica del valle medio del Tajo tanto por el rigor de la metodología empleada como por las conclusiones alcanzadas. La tesis de Dionisio Urbina y sus publicaciones posteriores no sólo ayudaron a deshacer el bloqueo interpretativo al que se había llegado a finales de los 80, sino que sentaron las bases para un conocimiento arqueológico real de una parte sustancial del valle medio del Tajo. El trabajo de Dionisio Urbina se enmarca dentro de los parámetros de la arqueología espacial, pero tiene varias virtudes que lo diferencian de trabajos previos. En primer lugar, la elección de un marco geográfico muy coherente –la Mesa de Ocaña–, sobre el que se realizó una prospección intensiva que permitió documentar la práctica totalidad de asentamientos de la Segunda Edad del Hierro. Este nivel de detalle, unido a un profundo conocimiento de las características ambientales de la zona y de las formas tradicionales de trabajo del campo hacen de la Mesa de Ocaña la zona en la que mejor se puede comprender la relación entre asentamientos, entorno físico, actividades económicas y procesos históricos. En segundo lugar, la aproximación metodológica de Dionisio Urbina no se limita a la elaboración de propuestas poco contrastadas o basadas en lugares comunes, como la tan manida relación entre posición topográfica y visibilidad. Las diferentes herramientas de análisis aplicadas por el autor en su tesis no sólo desmontan algunos asunciones previas sobre la organización del territorio durante la Segunda Edad del Hierro, sino que sirven para detectar una transformación de los patrones de poblamiento desconocida hasta entonces. Más allá de su propuesta concreta –la sustitución de un modelo de poblados en llano por otro basado en asentamientos fortificados a mediados del siglo III a.C.–, en nuestra opinión el principal mérito de Dionisio Urbina reside en su reflexión sobre la realidad de la arqueología carpetana en los albores del siglo XXI, una reflexión muy negativa pero también muy certera. Más aún, el autor plantea por primera vez un modelo interpretativo que

supere simples apriorismos y aproximaciones historicistas, a través del uso de paralelos etnográficos. En definitiva, el trabajo de Urbina constituye el primer ejemplo de un modelo de interpretación plenamente científico, que supere el bloqueo impuesto por el positivismo formal y el rechazo a la interpretación previos. La combinación de una buena definición de la zona de estudio, una metodología adecuada, unas hipótesis de trabajo claras y una documentación rigurosa ha convertido la tesis de Dionisio Urbina y sus trabajos posteriores en uno de los pilares de la arqueología protohistórica de la región. Más aún, su propuesta ha sido repetidamente reforzada tanto por las excavaciones realizadas en Plaza de Moros y la inclusión de áreas cercanas como la Mesa de Chinchón, consolidando un modelo interpretativo por desgracia excepcional en nuestra región. Las aportaciones de Dionisio Urbina no se han limitado a su estudio territorial, sino que han incluido reflexiones acertadas sobre el propio concepto de Carpetania (Urbina 1998b) que han empezado a ser interiorizadas por muchos autores y que han ayudado a construir interpretaciones alternativas a las aproximaciones de poso historicista basadas en la etnia y el territorio. Las propuestas de Dionisio Urbina de finales de los 90 coinciden, además con otros artículos que plantean la necesidad de un estudio más flexible del territorio carpetano, especialmente en sus zonas limítrofes (Blasco y Sánchez 1999) o matizan sensiblemente los postulados de los años 80 (Santos et al. 1998). También desde el estudio de las fuentes clásicas se aprecia un mayor esfuerzo para analizar e interpretar de forma crítica los datos proporcionados por los autores griegos y romanos (Albadalejo 1998). Dejando a un lado la propuesta de Dionisio Urbina, la impresión que transmiten la mayoría de las publicaciones de los últimos años de los 90 es la asunción del fracaso de las propuestas tradicionales de interpretación y la constatación de una realidad compleja en la Carpetania que no obedece a una falta de personalidad de la etnia carpetana, sino a un registro arqueológico que debe ser analizado con mayor flexibilidad. La situación actual: una arqueología técnica El modelo de investigación arqueológica que se consolida en la primera década del siglo XXI en el valle medio del Tajo y sobre todo en la provincia de Madrid es el resultado lógico de las transformaciones que se habían producido en los años anteriores. Es un modelo basado en dos grandes ejes: por una parte, la actividad de las

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empresas de arqueología que trabajan en la región y, por otra, la labor de un conjunto de instituciones entre las que destacan la Dirección General de Patrimonio Histórico de la Comunidad de Madrid, la Diputación de Toledo y, sobre todo, el Museo Arqueológico de la Comunidad de Madrid. La apuesta estas instituciones por la publicación y presentación de los resultados de las excavaciones y la respuesta favorable de las empresas de arqueología para publicar sus resultados –a veces, por propia iniciativa– van a provocar un aumento exponencial de la información sobre la protohistoria de la región. Este proceso va a ser más evidente y temprano en la Comunidad de Madrid que en la provincia de Toledo, donde la actuación de las empresas de arqueología va a ser posterior, menos intensa y concentrada especialmente en torno a la comarca de la Sagra. Por el contrario, la actividad investigadora desde el mundo universitario va a ser mucho más discreta, destacando tan sólo la reanudación de las excavaciones en Palomar de Pintado entre 1997 y 2001. A lo largo de la primera mitad de esta década la relación entre Arqueología y Patrimonio se hace cada vez más fuerte y se evidencia en la abundancia de exposiciones, jornadas de carácter científico y divulgativo o desarrollo de planes para la puesta en valor de yacimientos. En lo que a la Protohistoria del valle medio del Tajo se refiere, más allá del apoyo a las publicaciones y eventos científicos, desde instituciones como el Museo Arqueológico Regional comienzan a desarrollarse proyectos de campo de largo recorrido, como las excavaciones en el Llano de la Horca (Santorcaz, Madrid), comenzadas en 2001 bajo la dirección de Enrique Baquedano. Otras iniciativas desde diferentes niveles de la administración permitirán la excavación de otros yacimientos como la Dehesa de la Oliva (Patones) o Titulcia. Asimismo, se abordarán los primeros trabajos de preparación de yacimientos protohistóricos para su visita por el público, como el yacimiento de Miralrío en Rivas-Vaciamadrid. Es sin embargo en las publicaciones donde mejor se aprecia la colaboración entre empresas de arqueología e instituciones relacionadas con el Patrimonio. Los dos mejores ejemplos son los catalogos de las exposiciones sobre los yacimientos de Arroyo Culebro (Oñate et al. (coords.) 2002) y el Cerro de la Gavia (Morín y Agustí (coords.) 2005), realizadas en 2001-2002 en el Museo Arqueológico Regional y en 2005 en el Museo de San Isidro, respectivamente. Ambas publicaciones suponen verdaderos hitos por la cantidad y calidad de la informa-

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ción que aportan, que las acerca a verdaderas memorias de excavación aunque el dibujo de materiales suficientes para establecer tipologías sea una asignatura pendiente. En este momento, la investigación se encuentra casi absolutamente centrada en torno a Madrid y al modelo propuesto por Dionisio Urbina, en el que pronto son integrados yacimientos como el cerro de La Gavia o Plaza de Moros. La madurez de este modelo interpretativo la representa la sesión del IV Congreso de Arqueología Peninsular realizado en Faro en 2004 (Morín y Urbina 2007) dedicada a la Edad del Hierro en el centro de la Península ibérica, donde se exponen las líneas maestras de la propuesta de Dionisio Urbina, complementadas con estudios en yacimientos como La Gavia, Plaza de Moros o Cerro Colorado. En otro orden de cosas, en el año 2005 se publica el primer artículo específicamente dedicado a la historiografía de la región (Torres 2005). Con todo, es en 2007 cuando se produce una verdadera eclosión en la investigación sobre la protohistoria del valle medio del Tajo. A finales de 2006 tienen lugar las Terceras Jornadas de Patrimonio Arqueológico de la Comunidad de Madrid (VV.AA. 2009), con una de sus sesiones dedicada en exclusiva a la Edad del Hierro. Ya en 2007 se realizan las Segundas Jornadas de Arqueología de Castilla-La Mancha (VV.AA. 2010), con un número apreciable de comunicaciones centradas en la Edad del Hierro. También en 2007 se publican el volumen dedicado a la Protohistoria de las actas del ya citado IV Congreso de Arqueología Peninsular (VV.AA. 2007a) y dos libros que desde una perspectiva arqueológica (Pereira (coord.) 2007) o apoyada en las fuentes antiguas (Carrasco (coord.) 2007) tratan de sintetizar y actualizar la información acumulada en estos años. Sin embargo, el verdadero hito es sin duda el doble volumen de la revista ZONA ARQUEOLÓGICA dedicado a la Edad del Hierro en la Carpetania (VV.AA. 2007b), publicado por el Museo Arqueológico Regional. Estos dos volúmenes consiguen aglutinar la práctica totalidad de excavaciones realizadas durante los años previos, así como otros trabajos relacionados con el poblamiento, la romanización o las relaciones con otros grupos. Aunque la calidad de las aportaciones es irregular, los dos volúmenes de ZONA ARQUEOLÓGICA constituyen, sin ninguna duda, un referente fundamental de la investigación protohistórica del valle medio del Tajo y una excelente foto fija del estado de la investigación es esa década. Su importancia no puede obviar, sin embargo, que más allá de las novedades en el registro arqueoló-

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Fig. 6.- Principales publicaciones sobre la Protohistoria del valle medio del Tajo en la primera mitad de la primera década del siglo XXI

gico, las interpretaciones del mismo siguen siendo bastante pobres, apuntando –como ocurría en los años 80– a serias dificultades para construir modelos interpretativos fiables. Después del boom del 2007 se aprecia un notable descenso de las publicaciones relacionadas con la Protohistoria de la región, bien porque tras la expansión de los años anteriores muchos yacimientos se consideran amortizados científicamente, bien por una cierta sensación de agotamiento de los modelos existentes, bien por el comienzo de la actual crisis económica a partir de 2008 hará imposible el mantenimiento del ritmo anterior. Esto no significa que la investigación sobre la Edad del Hierro se frene totalmente: en 2008 tiene lugar un simposio promovido por AUDEMA S.A. que vuelve a aglutinar gran parte de las novedades del registro arqueológico (VV.AA. 2008); en 2009 se publican las actas de las Terceras Jornadas de Patrimonio Arqueológico de la Comunidad de Madrid (VV.AA. 2009) y en 2010 las del Congreso de Arqueología de Castilla-La Mancha (VV.AA. 2010). Sin embargo, es indudable el

frenazo en la actividad investigadora ya que la inmensa mayoría de artículos publicados corresponden a congresos celebrados en años anteriores. Pese a todo, las actas de estas reuniones van a seguir aumentando el volumen de información disponible, hasta que en 2012 vuelve a producirse una revitalización del interés sobre la protohistoria regional. En este año coinciden la publicación de las actas del simposio “El Primer Milenio a.C. en la meseta central. De la longhouse al oppidum”; la presentación de la exposición “Los últimos carpetanos. El oppidum del Llano de la Horca (Santorcaz, Madrid)", celebrada en el Museo Arqueológico Regional (Ruiz et al. 2012).y su correspondiente catálogo y la defensa de la tesis doctoral “La tierra sin límites. Territorio, sociedad e identidades en el valle medio del Tajo (s. IX-I)” (Torres 2012). Estas tres publicaciones ofrecen a la vez un conjunto significativo de datos nuevos y la primera visión global de la protohistoria del valle medio del Tajo que supera el marco puramente descriptivo. En este proceso de reactivación de la investigación protohistórica puede incluirse el Primer simposio sobre los carpetanos realizado en marzo de 2013 y de cuyas actas forma parte esta comunicación, y la reciente publicación de la tesis doctoral de Jorge de Torres como un número de la revista ZONA ARQUEOLÓGICA (Torres 2013). Hasta qué punto estas publicaciones van a suponer un hecho coyuntural o van a dar pie a una renovación en los estudios sobre la Carpetania es algo que aún está por ver, pero en nuestra opinión si ésta se produce será debido más a una transformación del modelo investigador que a las fluctuaciones en el volumen de información disponible para los investigadores. Y es que aunque es innegable el salto cualitativo y cuantitativo que ha experimentado la arqueología protohistórica de nuestra región en la última década, lo cierto es los avances alcanzados no dejan de tener sus sombras. La primera de ellas es intrínseca al modelo, y reside en la inexistencia de una investigación planificada con criterios científicos. La dependencia de la expansión urbanística madrileña y, en menor medida, castellano-manchega ha concentrado la inmensa mayoría de excavaciones en puntos muy concretos de ambas regiones, quedando marginadas el resto de las zonas. Tampoco se ha conseguido que las memorias de excavación se publiquen íntegramente, y aunque el volumen y calidad de la información es mucho mayor que en etapas anteriores gran parte de las publicaciones consisten en artículos de los que puede extraerse poca

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Fig. 7.- Principales hitos científicos de comienzos de la década de 2010. Arriba, tríptico del Primer Simposio sobre carpetanos (2013). Abajo izquierda, catálogo de la exposición Los últimos carpetanos. El oppidum de El Llano de la Horca (2012). Abajo derecha, publicación de la tesis doctoral La tierra sin límites, de Jorge de Torres

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Fig. 8.- Expansión de las excavaciones de yacimientos protohistóricos en el valle medio del Tajo. En gris, yacimientos excavados hasta los años 70. En blanco, yacimientos excavados en la décadas de los 70 y 80. En negro, yacimientos excavados a partir de los 90. Los yacimientos con dos colores indican que se excavaron en diferentes fases

información más allá de las características generales del yacimiento. Sin embargo, el mayor problema al que se enfrenta la arqueología de la Edad del Hierro en el valle medio del Tajo sigue estando asociado no tanto al volumen total de información disponible, sino al uso que se hace de la misma. En general, continúan muchas de las pautas observadas en etapas anteriores que nos servían para encuadrar el modelo dentro del denominado Positivismo modificado: asepsia muy cuidada en los artículos, predominio de los aspectos más descriptivos sobre la interpretación, lenguaje técnico, escasa o nula inserción de las analíticas en el texto y, en general, fuerte rechazo a la construcción de modelos interpretativos. También se mantiene la asunción de que la presentación de datos es buena en sí misma, independientemente de su grado de elaboración, fiabilidad o interés.

En realidad, el modelo existente mantiene una fuerte continuidad con las etapas anteriores, con unas mejoras evidentes en el ámbito metodológico –fácilmente integradas en el discurso– pero un rechazo cada vez mayor en la interpretación, más allá de las actualizaciones en la propuesta de Dionisio Urbina en la Mesa de Ocaña y su entorno geográfico. Más aún, el hecho de que sean empresas las que monopolizan las publicaciones en estos años incide directamente en esta tendencia, ya que se traslada a los artículos el lenguaje técnico de los informes administrativos, se refuerza la introducción de nuevas técnicas de estudio de yacimientos y materiales y se rechazan completamente las últimas alusiones a los modelos interpretativos de origen historicista. En realidad esta postura es lógica, si asumimos que la inmensa mayoría de los arqueólogos de empresa

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que trabajan en esos años han sido formados dentro de los esquemas de un modelo positivista que privilegia los aspectos técnicos y empíricos (muy desarrollados en la arqueología de gestión) frente a los modelos interpretativos. La idea positivista que asume que las explicaciones del registro surgen a medida que aumenta el número de datos se ha reforzado con el aumento de información procedente de excavaciones de gestión, postergando la búsqueda de modelos interpretativos. Por otra parte, el aumento de publicaciones sólo se traduce parcialmente en conocimiento susceptible de ser utilizado, ya que salvo excepciones se trata de artículos generales o datos parciales o poco estructurados que no permiten interpretar correctamente el registro arqueológico. En nuestra opinión, la arqueología protohistórica del valle medio del Tajo se está acercando a una situación similar a la de finales de los años ochenta, a una nueva contradicción entre el aumento de datos y la falta de un modelo interpretativo que los sistematice y les otorgue un sentido económico, social o histórico. La única propuesta seria en este sentido –el trabajo de Dionisio Urbina– ha demostrado que esta integración es posible y que los problemas para construir modelos interpretativos están relacionados más con una postura teórica y metodológica que rechaza la interpretación que con una ausencia real de registro arqueológico. Por desgracia, este tipo de trabajos no ha sido repetido desde entonces y el aumento de información de la última década ha construido una cierta sensación de reafirmación en los planteamientos positivistas y técnicos predominantes en la protohistoria carpetana. Únicamente el reciente trabajo de Jorge de Torres (2013) ha tratado de integrar, desde una perspectiva metodológica diferente, el conjunto de información disponible e interpretarlo desde un enfoque social inédito en la protohistoria de la región.

CONCLUSIONES:

OTRA ARQUEOLOGÍA CARPETANA

Una mirada retrospectiva al desarrollo de la arqueología protohistórica en el valle medio del Tajo plantea una sensación agridulce. Por una parte, el número y calidad de las publicaciones, especialmente en la última década, unido a algunas mejoras en la interpretación, podrían llevarnos a pensar que nos vamos acercando a un nivel de conocimiento existente en regiones limítrofes. Desde este punto de vista, la enorme brecha existente hasta mediados de los ochenta se ha ido cerrando cada vez más deprisa, y sólo sería cuestión de tiempo hasta

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que la publicación de los resultados de las excavaciones de empresa y de las dirigidas por otras instituciones acabe por cerrarla definitivamente, colocando la arqueología de la Edad del Hierro de nuestra región al nivel de otras zonas de la Península ibérica. Aunque esta afirmación tiene parte de verdad, lo cierto es que no deja de ser autocomplaciente y muy matizable. En primer lugar, la investigación en la Carpetania se ha construido sin planificación, con un fuerte desequilibrio entre las diferentes áreas geográficas en función del peso agentes exógenos a los criterios científicos y nunca ha sido objeto de una agenda investigadora consensuada. Más aún, la acumulación de publicaciones enmascara dos realidades: sólo muy recientemente se ha publicado una memoria de excavación de un yacimiento excavado desde los 90 hasta nuestros días (Morín et al. 2013), y todavía no se han resuelto cuestiones básicas del registro, como un buen análisis de la cultura material, contrastado con dataciones radiocarbónicas y estratigrafías fiables. Es decir, ni siquiera en el nivel más básico de análisis del registro arqueológico (cultura material, poblamiento, etc.) hemos dado el salto de acumular información a construir modelos susceptibles de ser utilizados, con honrosas excepciones como el poblamiento de la Mesa de Ocaña. Este déficit en el análisis del registro no es simplemente producto la escasez de información bien procesada. Obedece al modelo teórico que hemos descrito a lo largo de este trabajo, causante de gran parte de los problemas interpretativos que se ciernen sobre nuestra arqueología. La enorme cantidad de información publicada no debe enmascarar una realidad en la que la mayor parte de la información se encuentra sin publicar y desde luego, sin interpretar. Tampoco puede obviar la descoordinación, la falta de sinergias entre los diferentes actores que participan en la investigación y la ausencia de una agenda global de trabajo que ayude a identificar y delimitar los puntos débiles y las prioridades de la investigación. De nuestra capacidad para abordar estos dos problemas depende que seamos capaces de construir una verdadera arqueología protohistórica equiparable a la de otras regiones. En este sentido, la publicación de las memorias de excavación constituye uno de nuestros caballos de batalla, incluidas las de excavaciones realizadas en los ya lejanos años 80. En estos momentos, tan sólo contamos con la memoria del Cerro de la Gavia (Morín et al. 2013), publicada recientemente online.

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Dado que actualmente esta situación es poco probable que cambie, el avance más prometedor lo representan las tesis doctorales que actualmente se encuentran en diferentes grados de realización y que desde perspectivas diversas –estudio de restos animales, proceso de romanización, análisis del poblamiento de territorios concretos– están ayudando a sistematizar e interpretar grandes conjuntos de información procedentes en su mayor parte de empresas privadas o instituciones públicas. La realización de estas tesis doctorales supondrá un avance cualitativo fundamental para organizar un registro arqueológico que hasta ahora ha sido casi exclusivamente descrito, pero no debe hacernos olvidar que tan sólo constituye un primer paso en la construcción de verdaderos modelos interpretativos. Estos modelos no pueden construirse exclusivamente desde las bases de una arqueología empírica, sino que tienen que –y deben– recurrir al apoyo de disciplinas humanísticas como la antropología, la sociología o la filosofía que permitan romper las restricciones de una arqueología excesivamente positivista que a menudo confunde los medios con los objetivos. Si el objetivo último de la Arqueología –en su sentido más amplio– es la reconstrucción de procesos históricos a través del análisis de la cultura material, debemos asumir que la simple descripción no basta, y que es necesario plantear modelos teóricos que, sin renunciar al registro, puedan ayudar a un debate real sobre la protohistoria carpetana. De este modo, la interpretación –frecuentemente asimilada a especulación– puede asumir su verdadero papel como generadora de una discusión científica inexistente hasta este momento en nuestra región. El punto de partida para plantear otra arqueología carpetana es asumir que nuestro modelo actual, pese a su apariencia exitosa, en realidad impide que ésta alcance su verdadero potencial. En este sentido, la reflexión sobre el paradigma en que trabajamos, en el que nos hemos formado como investigadores y que hemos tratado de exponer en este artículo es el primer paso para construir una forma de entender la Segunda Edad del Hierro quizá menos cómoda, pero seguramente más satisfactoria.

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