La imagen dentro de la evolución semiótica
Descripción
La imagen dentro de la evolución semiótica Göran Sonesson, Departamento de semiótica, Universidad de Lund
Al formular las teorías referentes al desarrollo de los seres humanos a partir de los primates superiores, científicos cognoscitivos, psicólogos y neurólogos como Deacon, Tomasello y Donald han dado, cada uno a su manera peculiar, "una vuelta semiótica" - es decir, se han percatado, más o menos explícitamente, de la necesidad de tomar en cuenta el significado. Sin embargo, ninguno entre ellos ha llevado su propósito lo suficientemente lejos. Lo que más llama la atención es, quizás, que todos son (con excepción de Donald, de cierta manera) incapaces de asignar un lugar a la imagen en su marco evolutivo, aunque todo tiende a indicar que la interpretación de la imagen es una capacidad tan particular de los seres humanos como lo es el lenguaje verbal. Estos autores nunca llegan a desarrollar un concepto de signo que no tiene simplemente la misma extensión que el concepto de lengua. Por otra parte, la semiótica también tiene mucho que aprender de la ciencia cognoscitiva, en particular su proximidad a la investigación empírica. Contrariamente a la semiótica, la ciencia cognoscitiva es realmente, para bien o para mal, una perspectiva transdisciplinaria, integrando la alta especulación de la filosofía con experimentos psicológicos bastante prosaicos. A la semiótica no le hace falta la primera clase de estudios; lo que necesitamos es ponerla en relación con los experimentos empíricos. Para ciertos fines, el alcance de la generalización a partir de los análisis de textos no es suficiente. Por lo tanto, siguiendo a unos pocos pioneros como René Lindekens (1976) y Hartmut Espe (1983), hemos usado experimentos en la última época para asentar los fundamentos de la semiótica de la imagen (Hribar, Sonesson, & Call, a aparecer; Lenninger 2009; 2012; Zlatev et al., a aparecer). 1. Más allá de la “ materia" dada Merlin Donald (1991; 2001) ha postulado una escala evolutiva, donde las etapas episódica, mimética, mítica y teórica de la cultura corresponden a diferentes tipos de memoria. La imagen inicia la cuarta etapa, que da lugar a representaciones independientes del organismo. Las diversas manifestaciones de la segunda etapa de Donald, la mímica, la habilidad, la imitación y el gesto son, en mi opinión, (al menos en parte) icónicas (basadas en la semejanza) - pero en mayor parte son ejemplares que se conforman a su tipo - miembros de
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una categoría -, no son signos. En algún punto entre la mimesis y el lenguaje aparece la función semiótica. En realidad, esto sucede, sin duda, entre el camuflaje de los animales y la imagen. Sin embargo, según Deacon (1997: 74ff), la iconicidad que se encuentra en "un retrato" no es “básicamente diferente” de la mera ausencia de una distinción, de la percepción de la misma "materia" una y otra vez, del camuflaje como, para dar un ejemplo, es el caso de las alas de la polilla que, vistas por un pájaro, aparecen como "más árbol", del reconocimiento, es decir, la identificación de una categoría, o de la "generalización del estímulo".1 Esta afirmación puede ser cierta a un cierto nivel, pero no es útil para determinar las características sistemáticas de los diversos recursos semióticos, ni para estudiar las etapas de su desarrollo. Asimismo, otro científico cognoscitivo, Steven Pinker (1997: 28f, 526ff), ha sugerido que los juegos de diapositivas, las películas, y las imágenes de televisión (y entonces quizás también los "retratos") son "alucinaciones", resultando del "módulo visual" que presupone erróneamente la presencia de una iluminación uniforme. El sistema visual, sostiene, nunca comprende que la imagen de la televisión es simplemente un cristal de fósforo que brilla intensamente. Como Deacon, Pinker no llega al meollo del asunto. Nunca confundimos (excepto como niños pequeños, y cuando nos engaña la visión ciclópea a través de un hoyo) la imagen con la realidad. Aceptamos simplemente la primera como substituto de la segunda. James Gibson (1978) ha hecho énfasis en la diferencia entre la imagen y una escena del mundo real, con el fin de demostrar que los numerosos experimentos que usan estímulos pictóricos para estudiar la percepción normal están fundamentalmente equivocados. Según Gibson, la percepción normal da acceso directo a la realidad; en contraste, las imágenes, afirma, representan un tipo de percepción indirecta (Cf. Sonesson 1989;III.3.6). La percepción de superficies, de su disposición y de las transformaciones de las cuales son objeto, es esencial para la vida de toda especie animal, mantiene Gibson, pero las marcas inscritas en estas superficies solamente han adquirido importancia para los seres humanos, notablemente en la forma de imágenes. Las superficies tienen el tipo de significado que Gibson (1980:xii; 1978:229) en otra parte llama “ofertas” ("affordances"); las marcas de las superficies, no obstante, tienen "significados de referencia". El "significado de referencia" debe ciertamente ser una característica de los signos. Es decir, las superficies no representan a otras superficies, pero las marcas en las superficies pueden posiblemente hacerlo. Gibson (1978:231) observa que, además de transferir las 1
Aquí y en lo que sigue, todas las traducciones de citas son del autor. 2
invariantes para la disposición de las superficies representadas, la imagen debe también contener las invariantes de la superficie, que están realizando la representación: las de la hoja del papel, del lienzo, etc., así como del marco, del cristal, etcétera. Si Gibson quiere decir que las superficies nunca pueden ser confundidos por los animales y los niños con los objetos mismos, se equivoca sin duda alguna: sabemos que incluso las palomas pueden reaccionar de la misma manera a una imagen y a la cosa que esta representa. La dificultad consiste manifiestamente en percibir, al mismo tiempo, la superficie y la cosa representada. Es decir, consiste en hacer una diferenciación: en separar el "cuerpo" del signo y el "cuerpo" del objeto al que se refiere (cf. Sonesson 1989, III.3.1). En contraste, al discutir "el problema de la referencia", Deacon (1997:59ff, 365f, 374, 74ff, 77ff, 76ff) opone "la manera en que las palabras se refieren a las cosas" (que compara con las reglas de etiqueta y de los juegos) a "la llamada de alerta del mono, una risa, o un retrato". No importa a qué características uno atienda, el retrato, en mi opinión, como todas las demás imágenes, hace indudablemente referencia a su significado de una manera mucho más similar a las palabras, que como hacen las risas o las reglas de la etiqueta. De hecho, Deacon parece estar de acuerdo, porque, más adelante en el texto, habla de "simbolización externa en forma de pinturas, grabados e incluso de garabatos altamente convencionales" que son "la primera evidencia concreta del almacenaje de esa información simbólica fuera del cerebro humano". Desde un punto de vista peirceano, Deacon tiene absolutamente razón en buscar un "sentido básico" de la iconicidad más allá "de la manera en que utilizamos típicamente el término", pero lo que encuentra es a la vez demasiado y no suficiente. Sugiere que la iconicidad es la ausencia de toda distinción: la percepción de la misma "materia" repetidamente. Es, mantiene, como el camuflaje: las alas de la polilla que son vistas por el pájaro como "más árbol nada más". Más adelante, este autor asemeja la iconicidad con el reconocimiento, es decir, la identificación de una categoría, y con la "generalización del estímulo". Afirma que los "casos típicos" como lo son las imágenes son esencialmente de la misma clase: lo que hace que las imágenes sean iconos es "la faceta o la etapa que son iguales para el bosquejo y la cara que se retrata". 2. Como clarificar las ideas de Peirce (y de Deacon) Debido a la notoria dificultad para interpretar a Peirce, es probable que el uso que hace Deacon de sus términos se pueda justificar; aun así, este uso no es de mucha ayuda si uno se interesa en otros recursos semióticos además del lenguaje. En cualquier caso, no tengo ningún
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interés en defender la ortodoxia peirceana - sino sólo el principio peirceano de utilizar la terminología de manera tal que clarifique las ideas. Con todo, queda claro para cualquier lector de las obras de Peirce que la Primaridad supone un mundo (potencial) desprovisto de relaciones (que solamente se introducen con la Secundaridad): así, nunca puede corresponder al reconocimiento, a la generalización del estímulo, o a la pertenencia a una categoría, todavía menos al signo de la imagen, pues todos suponen relaciones. Si lo que Deacon pretende hacer es identificar la iconicidad con lo que es conocido en psicología como "percepción categórica" podría tener razón: la percepción de algo como siendo idéntico mientras la variación de cierta característica quede dentro de los límites dados por un umbral inferior y un umbral superior. A este respecto, la iconicidad, en la concepción de Deacon, sería equivalente a lo que he llamado en otro lugar la función de filtración (cf. Sonesson 1998a, b; 2000; 2001a, 2003, 2006b, 2007a). O sea, es lo que se entiende por significación en biosemiótica, siguiendo las ideas de Jakob von Uexküll (1957). Todos los objetos que emiten ácido butírico son idénticos desde el punto de vista de la garrapata. Así, el camuflaje, mientras no se descubra como camuflaje, el tronco, al grado en que su identidad no sea el producto de un acto de comparación y la generalización del estímulo, mientras no llegue a ser consciente como tal, podría verse como iconicidades simples, es decir, repertorios de características. El reconocimiento, sin embargo, ya es un fundamento icónico. Peirce (1931-58: 2:228), en una de sus definiciones más conocidas del signo, un término que aquí, como tan a menudo, utiliza en el sentido de expresión, lo describe como algo que "no representa este objeto en todos los respectos, sino en referencia a una clase de idea, que a veces he llamado el fundamento de la representación" (mis cursivas). Mientras algunos comentaristas han afirmado que Peirce está aquí hablando de algunas características de la expresión, cuando otros favorecen el contenido, el fundamento tiene en realidad que referirse a la relación entre ellos. Esta interpretación queda confirmada por la aserción de Peirce de que el concepto de "fundamento" es imprescindible, "porque no podemos comprender un acuerdo de dos cosas, excepto como acuerdo en algún respecto." (I.551). En otro pasaje, Peirce (1.293) mismo identifica el "fundamento" con la "abstracción" que ejemplifica con lo negro de dos cosas negras. Por lo tanto, parece que el término “fundamento” debe referirse a las características de los dos objetos que hacen que estos objetos entren en la función de signo y por la cual están conectadas, es decir, a la vez algunas características del objeto que sirve como expresión y algunas características del objeto que sirve como contenido. En caso de la veleta, por ejemplo, que se emplea para indicar la dirección del viento, el fundamento del contenido consiste simplemente en esta dirección, excluyendo el resto de las características del viento, y su 4
fundamento de expresión es solamente las características que hacen que de vuelta en la dirección del viento, no, por ejemplo, el hecho de que esté hecho de hierro y se parezca a un gallo (esto último es una característica por medio de la cual entra dentro de un fundamento icónico, diferente del fundamento indexical que lo hace significar el viento). Si es así, el fundamento es realmente un principio de pertinencia, o, como dirían los saussureanos, la "forma" que conecta la expresión y el contenido: lo que debe necesariamente estar presente en la expresión para que pueda ser relacionada con un contenido particular, y viceversa (cf. Sonesson 1989, III.1). Ahora bien, puesto que Peirce insiste siempre en que las características de la iconicidad y de la indexicalidad pertenecen a los objetos independientemente de su participación en la relación de signo, debemos poder concebir a los fundamentos icónicos e indexicales como participes de otras funciones; así, por ejemplo, los fundamentos icónicos se pueden utilizar para crear categorías de cosas que tienen algunas características en común; y los fundamentos indexicales pueden formar la base para reunir objetos con el propósito de crear un conjunto. Gracias a los fundamentos icónicos reconocemos cosas como estando de la misma categoría general; y debido a los fundamentos indexicales descubrimos las partes de totalidades más grandes o las relaciones de la contextualidad. Ver el camuflaje como camuflaje es por supuesto privarlo de su funcionalidad: su función no es la de ser descubierto como tal. La capacidad para descubrir el camuflaje es útil para el biólogo, y lo es por supuesto para las víctimas, así como para los depredadores potenciales del animal usando el camuflaje. El caso de la imagen es absolutamente diferente. Funciona solamente como una imagen cuando se ve como imagen. Es en este sentido que la imagen es un signo. Es un signo exactamente en la medida en que no es (en las palabras de Pinker) una "alucinación”. No es un substituto para lo que representa: como el lenguaje, es una herramienta para hacer presente una cosa ausente enseñándola desde un punto de vista particular, es decir, organizado de manera temática. La iconicidad y el carácter de signo son ciertamente independientes, como lo afirma Peirce, porque hay fundamentos icónicos, que no son signos, y hay signos que no son iconos (solamente índices, símbolos, o alguna combinación de ellos). En otro sentido, no obstante, la iconicidad de signos no es algo que se pueda considerar aparte de su carácter de signo: como he sugerido en otro lugar, la iconicidad del signo icónico o es una consecuencia de su ser signo o bien es un requisito previo para ello. En el caso de una imagen, es la semejanza la que postula el carácter de signo; en el caso de un coche en una exposición de coches, o de unos garabatos enigmáticos tales como el masón de Carraci detrás de un muro, del tipo que 5
Arnheim llama “droodles" (1969.92f), es, en cambio, el carácter de signo que introduce la iconicidad (fig. 1.; cf. Sonesson 1989; 1993; 1994a, b; 2001a). 3. De la iconicidad a los iconos Para entender el origen de las imágenes, tenemos que descubrir cómo y cuándo la iconicidad se combina con la función de signo. Lo más importante es tener un concepto claro de signo (el "símbolo" de Deacon). Luego el signo se puede combinar con la iconicidad ("la semejanza"), la indexicalidad ("la conexión") y la simbolisidad ("la regularidad"). El concepto de "lenguaje" (y por lo tanto de "signo"), como lo utiliza Deacon, es a la vez más amplio y más estrecho de lo debido. Es difícil ver cuál podría ser la "manera particular de referir" que incluya juegos, ceremonias, y reglas de etiqueta pero que excluya los "retratos" junto con la llamada de alerta de ciertos monos. Por el contrario, necesitamos un concepto de signo, que incluya la lengua, el gesto, y la imagen, y que excluya (por lo menos algunas variedades de) los juegos, las ceremonias, y las reglas de etiqueta, así como (quizás) la llamada de alerta de ciertos monos. Esto es (más o menos) lo qué Piaget llama la función semiótica. De acuerdo a Piaget (1945; 1967; 1970), la función semiótica (que, en las obras tempranas, fue llamada la función simbólica) es una capacidad adquirida por el niño a una edad de alrededor de los 18 a los 24 meses, que le permite imitar algo o a alguien fuera de la presencia directa del modelo, utilizar el lenguaje, hacer dibujos, jugar "simbólicamente", y tener acceso a las imágenes mentales y a la memoria. El factor común subyacente a todos estos fenómenos, según Piaget, es la capacidad de representar la realidad por medio de un significante, que es distinto del significado. Esto es lo que Piaget llama la diferenciación. Aunque no acuña ningún término para este fenómeno, Vygotski (1962) también insiste en varias ocasiones en esta característica, aunque más como conocimiento de la relación. Por su lado, Piaget también atiende a este aspecto, separando la diferenciación subjetiva de la diferenciación objetiva. En varios de los pasajes en los que hace uso de esta noción de función semiótica, Piaget observa que los "índices" y las "señales" son posibles mucho antes de los 18 meses, pero solamente porque no suponen ninguna diferenciación entre la expresión y el contenido. El significante del índice, según lo dice Piaget, es "un aspecto objetivo del significado"; de modo que, por ejemplo, la extremidad visible de un objeto que se oculta casi enteramente a la visión es el significante del objeto entero para el bebé, así como las huellas en la nieve representan a la presa para al cazador. Pero cuando el niño utiliza un guijarro para significar el caramelo,
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está consciente de la diferencia entre ellos, lo que implica, según afirma Piaget, "una diferenciación, desde el punto de vista del sujeto, entre el significante y el significado". Curiosamente, Piaget parece olvidarse de inmediato de la distinción que hace entre el punto de vista subjetivo y el punto de vista objetivo (cf. Sonesson 1992a, b). Podemos, sin embargo, imaginar a este mismo niño que en el ejemplo de Piaget utiliza un guijarro para representar a un caramelo teniendo como recurso en su lugar una pluma para representar un pájaro, o emplear un guijarro para representar una roca, sin que por eso confunda la parte y el conjunto: en este caso el niño estaría empleando una característica, que objetivamente es una parte del pájaro, o de la roca, mientras distingue el primero del segundo desde su propio punto de vista. Nada más entonces estaría utilizando una signo indexical verdadero. El cazador, por otra parte, que identifica el animal por medio de las huellas empleándolas para descubrir la dirección que el animal ha tomado, con la intención de atrapar al animal, no confunde, en su construcción del signo, las huellas con el animal mismo, porque, en esto caso, se hubiera contentado con las huellas. Tanto el niño, en mi ejemplo, como el cazador están utilizando índices, o signos indexicales, donde la conexión "verdadera" se transforma en una diferenciación dentro del signo. En cambio, ni el niño ni el adulto podrán distinguir el objeto mismo de la adumbración perceptiva por la cual tienen acceso al él; de hecho, los identificarán, por lo menos hasta que cambien su perspectiva sobre el objeto acercándosele desde otro lado posible. Ahora bien, la contigüidad y la factoralidad están presentes por todas partes en el mundo perceptivo sin que por ello formen signos: diremos, en ese caso, que son meras indexicalidades. Dos cosas que están presentes juntas se convierten en un signo solamente, sin embargo, en la medida en que una de ellas, identificada como la expresión, se perciba directamente pero no esta en el centro de la atención, y la otra, el contenido, se perciba indirectamente mientras que al mismo tiempo sí sea el centro de la atención (fig. 2.: cf. Husserl 1939; Luckman 1980). Un índice, entonces, se debe entender como indexicalidad (una relación o fundamento indexical) más la función de signo. De igual modo, la percepción de semejanzas (que es fundamento icónico) dará lugar a un icono solamente cuando se combina con la función de signo. Como siempre, hay pasajes en las obras de Peirce, que se puede interpretar de diversas maneras, pero tiene más sentido, desde un punto de vista sistemático y evolutivo, considerar la iconicidad y la indexicalidad como siendo solamente signos potenciales. La iconicidad, la indexicalidad y la simbolicidad describen solamente lo que conecta dos objetos; no nos dicen si el resultado es un signo o no. Estas consideraciones nos permiten separar el estudio de la 7
emergencia filogenética y ontogenética de la iconicidad, de la indexicalidad y de la simbolicidad del de la emergencia de los signos correspondientes (Fig.3.). Regresemos, por un momento, al concepto biosemiótico de la significación, ejemplificado por el mundo de la garrapata, o, de manera equivalente, por el mismo paisaje visto por un ser humano, una mosca, un molusco, o un perro, como se ilustra en las imágenes de Uexküll (1956). Aquí la significación se entiende como categoría, como filtro aplicado al mundo: consiste en la selección de algunas características dejando otras de lado. Tiene que ver con categorías en el sentido de la percepción categórica: percibiendo solamente lo que está entre el umbral más alto y más bajo. Para los organismos superiores, existe claramente cierto grado de libertad: la capacidad de elegir entre Umwelten. Cuando está incorporado en el concepto de signo, este dispositivo de filtración se convierte en pertinencia: la diferencia entre el tema y el fondo. La pertinencia implica la posibilidad de dejar un Umwelt e instalarse un otro pero también la posibilidad de redefinir el Umwelt – lo que la garrapata no puede hacer. La pertinencia es una propiedad tanto de la imagen como del lenguaje. 4. La superficie de la imagen Según DeLoache (2004), el proceso por medio del cual los niños aprenden a comprender la dualidad intrínseca de las imágenes es gradual. Los niños pequeños tratan de agarrar los objetos en las imágenes y incluso comerselos. Así, a los 9 meses de edad los niños exploran manualmente las fotografías y las imágenes fijas y en movimiento de objetos en una pantalla de televisión como si fueran objetos reales, es decir, los agarran, tocan y frotan. Pero si se les enseña simultáneamente un objeto real y con su imagen, escogen de preferencia un objeto real en lugar de su representación (Deloache at al. 1998; Pierroutsakos & Deloache 2003; Pierroutsakos & Troseth 2003). Al mismo tiempo, sin embargo, incluso los niños de 5 meses de edad ya miran más a una muñeca que a su imagen (Deloache y Burns, 1994). Pero es sólo alrededor del primer año de edad que los niños dejan de manipular las imágenes como si fueran objetos reales (Deloache et al. 1998). Del mismo modo, los simios y los monos, e incluso las palomas, se han mostrado capaces de discriminar entre objetos reales y las imágenes correspondientes (Parrón et al. 2008; Imura & Tomonaga 2003; Cabe 1980:313f). Cuando babuinos y chimpancés, que no tenían experiencia anterior de imágenes, fueron confrontados con un plátano real y su imagen, prefirieron el plátano verdadero (Parrón et al. 2008). Los gorilas no mostraron esta preferencia. Cuando les dieron a escoger entre una imagen de un plátano y una imagen de un guijarro, tomaron casi uniformemente la imagen del plátano. Algunos babuinos y gorilas incluso se comieron la imagen, mientras que los
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chimpancés no. Estos resultados sugieren que los gorilas y por lo menos algunos babuinos no vieron las imágenes como representaciones de los plátanos. Aunque los chimpancés no confundieron la imagen de un plátano con un plátano real hasta al punto de comerselo, todavía no queda claro si procesan las imágenes como signos que hacen referencia a los plátanos. Esto demuestra que la imagen y su referente son vistos como diferentes, y no necesariamente que se ven como signo y referente. Puede haber otras explicaciones: es concebible que la muñeca real y el verdadero plátano son considerados como instancias más prototípicas de sus respectivas categorías; o, alternativamente, pueden ser, simplemente, más interesantes ya que tienen un número más grande de propiedades perceptivas (Sonesson 2009). En el primer caso, la imagen del plátano y la imagen de la muñeca son consideradas como instancias menos ejemplares de la categoría de plátano y muñeca, respectivamente. Cuando mejores instancias, como es el caso del plátano real o de la muñeca real, estan presentes, son elegidas, pero en su ausencia, los casos que no están plenamente adecuados a la categoría tendrán que cumplir la función. El concepto de prototipo utilizado aquí es el de Eleanor Rosch (1975): en esta concepción, se definen las categorías por ejemplos céntricos, y todos los demás casos se encuentran más o menos cerca de estos ejemplos, pero aún dentro de la categoría. Esto puede ser una especie de dualidad (de hecho una multiplicidad), pero no es un signo en el sentido mencionado anteriormente. La segunda explicación aprovecha el hecho de que un objeto tridimensional tiene más propiedades sensuales que se pueden explorar que un par de manchas de color sobre una superficie plana. Por lo tanto, en circunstancias normales, atrae más la atención. En este caso, una verdadera conciencia de la dualidad, no parece necesaria. 5. Las imágenes y las cosas Interpretar las imágenes y los vídeos es sorprendentemente difícil para los niños: los experimentos de DeLoache y sus colaboradores (p. ej. DeLoache y Burns 1994) sugieren que las imágenes se vuelven comprensibles para los niños más tarde que el lenguaje (alrededor de 2,5 años). El problema puede ser que la iconicidad crea obstáculos a la percepción de la función de signo. Esta interpretación es coherente con otra de las conclusiones de DeLoache, según la cual las maquetas son aún más difíciles de entender que las imágenes. Los niños comienzan a comprender la función de signo de las maquetas en torno a la edad de 3 años (DeLoache 2000; DeLoache et al. 1991). Sin embargo, los niños de 3 años todavía no perciben la naturaleza dual de la maqueta, si su prominencia como un objeto aumenta
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(DeLoache 2000). Este resultado fue anticipado por Sonesson (1989), que sostiene que el descubrimiento de la similitud entre un objeto y otro es contingente a la realización de su carácter de signo. Por lo tanto, objetos que sólo tienen dos dimensiones principales pueden más fácilmente usarse para representar un objeto tridimensional que lo opuesto. De igual forma, materiales familiares (como el papel o lienzo es para nosotros, pero no necesariamente para todas las culturas) puede con más facilidad servir como la expresión de una imagen que los materiales menos familiares. También se sugirió (algo que todavía no está demostrado) que debe ser aún más difícil de descubrir el carácter de signo de seres animados. Por lo tanto, el teatro requiere un complejo sistema de convenios. La diferencia entre imágenes y maquetas corresponde a una distinción que he hecho en otros lugares entre iconicidad primaria y secundaria (Cf. Sonesson 1994a, 2008, 2009, 2010,). Un signo icónico primario es un signo en el cual la percepción de la similitud entre una expresión E y un contenido C es por lo menos una razón parcial para que se tome la expresión E como signo del contenido C. Es decir, la iconicidad es realmente la motivación (el fundamento), o bien, una de las motivaciones, para postular la función de signo. Un signo icónico secundario, por otra parte, es un signo en el cual nuestro conocimiento de que E es la expresión del signo del cual C es el contenido es lo que, en algún sistema particular de interpretación, constituye por lo menos una razón parcial para percibir la similitud entre E y C. Aquí, entonces, es el signo que motiva parcialmente la relación de iconicidad. Las imágenes son, por supuesto, ejemplos de iconicidad primaria, iconical, y pueden muy bien ser la única especie que hay. En estos estudios, se muestra, por ejemplo, en un vídeo a los niños cómo un juguete se oculta debajo de una silla, y entonces los niños tienen que encontrar este juguete en la habitación real (Deloache & Burns 1994; Schmitt & Anderson 2002; Troseth 2003a; Troseth & Deloache 1998). Debe observarse que la tarea de DeLoache implica más que el reconocimiento de la imagen como imagen porque requiere una acción: buscar el objeto escondido. Los intentos de repetir la tarea, sin el momento de ocultar, sin embargo, no cambia el resultado fundamentalmente (cf. Lenninger 2009). Los niños pequeños pueden correr a la sala donde se encuentra el objeto, ponerse de pie frente al objeto con la imagen en la mano, y, no obstante, no ser capaces de identificar el objeto de la imagen y el objeto representado, incluso cuando el último no se oculta, pero está directamente a la vista (Lenninger 2009). Lenninger comprobó que los niños, que no han podido encontrar el objeto en la otra habitación, incluso cuando llevan la fotografía con ellos, aún podían identificar el objeto de una imagen a otra. Por lo tanto, parece ser que las similitudes entre una imagen y otra es de un 10
acceso más fácil que la que existe entre una imagen y el mundo. Entonces la pregunta es si esa identificación puede ser derivada de la superficie pictórica, sin identificación alguna, es decir, simplemente comparando la configuración de color de las dos fotografías, sin atender a lo que se muestra. Creo que la identificación no puede producirse al nivel de las configuraciones, ya que las imágenes pueden ser diferentes, mostrando el mismo objeto desde distintos ángulos de visión. 6. La imagen dentro del sistema de los signos El reciente estudio de Hribar, Sonesson, & Call (a aparecer) con el chimpancé Alex en el zoológico de Leipzig utiliza sistemáticamente la capacidad de imitar el comportamiento reproducido en las fotografías y vídeos como indicación de la comprensión de la imagen. Ya que lo que se muestran son las acciones, y dado que las acciones puede ser completas o no, queríamos investigar si la elección de la última o de la penúltima fase de las secuencias de la acción hacen alguna diferencia. En general, los resultados sugieren que, en cierto modo, Alex entendió que las películas, fotos y dibujos representaban las acciones que el experimentador le quería hacer imitar. El experimento se repitió con imágenes de diferentes tamaños, así como en blanco y negro en vez de fotografías en color, sin encontrar diferencias. Asimismo, la tarea se llevó a cabo con imágenes que representaban las acciones todavía incompletas (imcompleto), así como las imágenes de la misma acción en las que el objetivo se ha logrado (estado final), una vez más sin ninguna diferencia significativa entre los dos estímulos. Sin embargo, todas las otras condiciones obtuvieron menos respuestas correctas que los modelos imitados en vivo. El hecho de que la tasa de éxito en el caso de la acción real, videos y fotos estáticas fueron tan diferentes parecería indicar que tuvo lugar algún tipo de labor interpretativa. Es posible concluir que la comprensión de la imagen está dentro de la capacidad de los chimpancés. Según Tomasello et al. (1997), a partir de los 30 meses de edad los niños pueden entender en cuál de tres cajas está ocultado un objeto, ayudándose no sólo de los gestos apuntadores, sino también de "marcadores" ubicados encima de la caja, así como de "maquetas" de la caja relevante. En contraste, los chimpancés, incluso entrenados a responder a uno de los tipos de referencias, no generalizan esta capacidad a las demás. Se ha considerado que estos resultados demuestran que los niños, pero no los primates, comprenden las intenciones comunicativas y cooperativas. En otro sentido, son capaces de entender el signo. Zlatev et al. (a aparecer) repitió este estudio con varias modificaciones, sólo algunas de las cuales serán discutidas aquí. Hay varias razones para querer estudiar a los niños menores
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de 30 meses. A esa edad, ya se han desarrollado considerablemente, lo que hace que sea imposible separar las capacidades semióticas generales y el dominio del idioma. Por otra parte, otros estudios han demostrado que los niños de tan sólo 14 meses entienden el gesto de apuntar en una tarea similar, pero al mismo tiempo, como hemos visto, la comprensión de las imágenes aparece mucho más tarde, seguida del de las maquetas. Nuestro estudio, por lo tanto, involucró tres grupos de niños de 18, 24 y 30 meses de edad. Además, hemos añadido un cuarto tipo de signo,las imágenes. En base a investigaciones previas pronosticamos: (a) una ventaja menor para los niños sobre los chimpancés cuando son menores de 30 meses; (b) un mejor rendimiento (tanto para los niños como para los chimpancés) frente a los signos indexicales que frente a los signes icónicos (gestos apuntadores y marcador frente a la imagen y la maqueta) y (c) dentro de cada una de estas categorías: un mejor rendimiento en la indexicalidad combinada con vectoralidad que con en la indexicalidad con base en la mera contigüidad (gesto apuntador vs. marcador); y un mejor resultado para la imagen que para la maqueta. Cabe señalar que la distinción entre las imágenes y las maquetas corresponde a la anterior, entre signos icónocos primarios y secundarios. También se ha hecho con anterioridad la distinción entre dos tipos de signos indexicales: he sugerido (Sonesson 1989:47), que los indicadores reales, como los dedos de la mano apuntando y las flechas son igualmente contiguos a una serie de objetos que no indican, por ejemplo, a las cosas que están en el lado opuesto de la punta de la flecha, y por lo tanto no pueden exclusivamente explicarse por la indexicalidad. Curiosamente, René Thom (1973) quiso interpretar la indexicalidad de una forma desconocida en la obra de Peirce: es el impulso hacia delante de la punta de la flecha, imaginada en el agua, o el sentimiento de su deslizamiento de las manos. Ya que ésta es, en gran medida, una distinción en el espíritu de la psicología de la Gestalt, podríamos usar el término vectorialidad para describirla. Parece natural que un signo indexical incorporando la vectorialidad sería más fácil de comprender que un índice sin vectorialidad, como es el caso con el marcador. En el Centro de Investigación de Primates de la Universidad de Lund, en Furuvik, fueron estudiados cuatro chimpancés y tres grupos de niños en el Laboratorio de Humanidades de la misma universidad. En la mayoría de los casos, los resultados de los simios no alcanzó significación. Aún así, los signos indexicales tendieron a ser interpretados correctamente más a menudo que los signos icónicos. Resultados preliminares de los niños muestran la misma tendencia, y, por lo tanto, apoyan la hipótesis de que los niños de 18 meses de edad en la mayoría de las casos comprenden gestos apuntadores, y más raramente
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marcadores, aunque sólo algunos niños de 24 meses de edad entienden los signos icónicos. Los niños de 30 meses edad suelen entender los cuatro tipos de signos. 7. La memoria como acumulación Según Merlin Donald (1991; 2001), hay varias discontinuidades en el desarrollo que conduce de los animales no humanos a los seres humanos, cada una implicando la adquisición de una clase distinta de memoria, considerada como la estrategia para representar los hechos (fig. 4.)2. Muchos mamíferos, que viven por lo demás en el presente inmediato, ya son capaces de la memoria episódica, que equivale a la representación de los acontecimientos en términos de su momento y su lugar de ocurrencia. La primera transición, que precede al lenguaje y que queda intacto en su pérdida (que Donald identifica con Homo erectus y que quiere reservar para los seres humanos exclusivamente) da lugar a la memoria mimética, que corresponde a capacidades tales como el uso de herramientas, la pantomima, la imitación, la casería coordinada, la estructura social compleja y rituales simples. Esta etapa parece corresponder en parte a lo que he descrito como el advenimiento de la función semiótica (algo que Donald observa solamente de manera oblicua, mencionando el uso de sistemas intencionales de la comunicación y la distinción del referente). Asimismo, ya a este punto se puede observar que mientras que todas las capacidades atribuidas a esta etapa parecen depender de relaciones icónicas, sólo algunas de ellas son signos, porque no implican ninguna relación asimétrica entre una expresión y un contenido que representa. Nada más la segunda transición produce el lenguaje (que, Donald sugiere, puede al principio haber sido gestual) con su memoria semántica, es decir, un repertorio de unidades, que pueden ser combinadas. Esta clase de memoria permite la creación de narrativas, es decir, mitologías, y por lo tanto ofrece una nueva manera de representar la realidad.3 Lo interesante, sin embargo, es que Donald no piensa que el desarrollo se termina allí, aunque no existen más diferencias biológicas que tomar en cuenta entre los seres humanos y los otros animales. Aún así, la tercera transición obviamente no habría sido posible sin los logros de las tres primeras etapas. Lo que Donald llama la cultura teórica supone la existencia de la memoria externa, es decir, de dispositivos permitiendo la conservación y la comunicación del conocimiento independientemente de los seres humanos. La primera aparición de la cultura teórica coincide con la invención del dibujo. Por primera vez, el conocimiento puede ser almacenado 2
La concepción de Donald nos hace pensar en la distinción hecha por la escuela de Tartu entre la comunicación y la acumulación (o sea, la memoria; Cf. Sonesson, 2007b) 3 No obstante, la exclusión de cuentos expresados en imágenes o gestos parece arbitraria. Cf. Sonesson 1997. 13
externamente al organismo. Al cambiar predominancia a la percepción visual, la lengua hablada se transfiere después a la escritura. Es esta posibilidad de conservar la información fuera del organismo la que da lugar más adelante a la ciencia La etapa que precede el advenimiento de la capacidad lingüística requiere la ubicación de la memoria dentro del propio cuerpo (fig. 5.). Pero, por supuesto, sólo puede funcionar como memoria en la medida en que sea de alguna manera separable del cuerpo como tal. Mientras esta en el cuerpo, no es parte del cuerpo. En efecto, esto nada más puede ocurrir, en la medida en que algunas huellas de la memoria sean ejemplificadas en otros cuerpos al mismo tiempo que en el propio cuerpo. Esto supone una distinción entre el ejemplar y el tipo (o sea, la pertinencia separando las características que importan y que se repiten de todo el resto) precediendo a la función semiótica. El lenguaje solamente parece exigir la presencia de dos seres humanos de por lo menos para existir: ellos lo mantienen de alguna manera entre sí. Pero las imágenes tienen que tener un cuerpo propio. Tienen que estar separadas de los cuerpos (y de las mentes) de aquellos que hacen uso de ellas. Esto corresponde, por supuesto, a lo que se conoce, principalmente en la literatura marxista, como el proceso de la enajenación. Según lo que ha sido demostrado por Cassirer (1942: 113ff), este proceso, lejos de ser una "tragedia de la cultura", es el requisito previo para toda la cultura. Como lo notó Husserl antes de Donald, la encarnación material es necesario también para la ciencia, empezando por las matemáticas y la lógica. En el mundo de las ideas el contenido de un libro existe indefinidamente; pero en realidad, se evapora con la última copia de papel que se desmorona o la última persona que muere o se olvida del contenido. Se podría sostener, no obstante, que mientras que el segundo caso es factible en el caso de los libros (y de los sistemas lingüísticos que desaparecen cuando el último locutor muere – o, más exactamente, cuando los dos últimos hablantes lo hacen), sólo el primer caso se aplica a las imágenes. Las imágenes tienen realmente que conservarse en una forma material independiente del cuerpo humano. Pueden, sin embargo, ser preservadas como la capacidad para reproducirlas, es decir, como las secuencias de acciones repetibles, como el caso de la memoria mimética de Donald. Un caso conocido, no tomado en cuenta por Donald, es el de las imágenes realizadas en la arena todavía común en ciertas culturas, y que puede muy bien haber sido la primera manera de crear imágenes. En nuestra época, esta forma material puede muy bien ser un registro de computadora. Pero incluso la información de las computadoras depende del desgaste de las unidades de almacenaje tales como los discos compactos y los discos duros. En esto sentido, las imágenes pueden preceder
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a la fase teórica de Donald. Pero hemos visto que hay otras razones de considerar las imágenes como un tipo de signo difícil. 8. Conclusiones La iconicidad, la indexicalidad, y la simbolicidad describen solamente lo que sirve para conectar dos objetos; no nos dicen si el resultado es un signo o no. Estas consideraciones nos permiten separar el estudio de la emergencia filogenética y ontogenética de la iconicidad, la indexicalidad, y la simbolicidad del estudio del advenimiento de los signos correspondientes. La memoria episódica puede referirse a un acto corporal, pero este movimiento no se puede generalizar más allá de un momento y de un lugar particulares, y por lo tanto no da lugar a ninguna clase de registro independiente. La memoria mimética todavía se acumula en el propio cuerpo, pero se convierte en tal, solamente en la medida en que lo que se registra en el cuerpo también exista en otra parte, por lo menos en otro cuerpo, lo que supone la generalización o, más exactamente, el tipificación, la creación de un tipo que se refiere a varios ejemplares ubicados en diversos cuerpos. La tipificación, en este sentido, no requiere de la función semiótica, sino es un requisito previo de ella. La memoria mítica (que preferiría llamar memoria lingüística o quizás, como lo hace Donald a veces, memoria semántica) también es algo diferente: tiene una existencia separada, pero, a la manera de un especie de ectoplasma del mundo real, requiere el esfuerzo colaborativo de al menos dos conciencias para existir. Solamente la memoria teórica tiene un cuerpo propio distinto: subsiste independientemente de la presencia de cualquier conciencia encarnado, porque es su propia encarnación. Evidentemente, sin una persona que los perciba, los registros independiente del organismo no sirven para nada. Los primeros artefactos duraderos (signos independientes del organismo) fueron tal vez imágenes (según lo que surgiere Donald). 9. Bibliografía Arnheim, R., 1966, Towards A Psychology Of Art. London: Faber & Faber. Cabe, P. A., 1980. Picture perception in nonhuman subjects. In: Hagen, M. (ed.): The perception of pictures. Vol. II. Dürer’s devices. New York : Academic Press, 305-343 Cassirer, E., 1942, Zur Logik Der Kulturwissenschaften. Göteborg: Elanders. – 1945, An Essay On Man. New Haven: Yale University Press. – 1957, The Philosophy of Symbolic Forms. III. The Phenomenology of Knowledge. New Haven: Yale University Press. Christiansen, M., & Kirby, S., Eds., 2003, Language Evolution. Oxford: Oxford University Press. Deacon, T., 1997, The Symbolic Species. New York: Norton. – 2003, Universal Grammar And Semiotic Constraints. In Christiansen, Morton H, & Simon Kirby Eds, Language Evolution, 111-139. Oxford: Oxford University Press. DeLoache, J. S., 1995. Early Symbol Understanding and Use. In: Medin, D. L. (ed.): Psychology of Learning and Motivation. New York [Academic Press] 1995, 65-114 15
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a
b
Fig. 1. Dos garabatos y una imagen que se puede interpretar como un garabato ; a) una aceituna que alguien deja caer dentro de una copa de Martini ; o vista de primer plano de una muchacho con traje de baño mínima (inspirada en Arnheim y adaptada por Sonesson 1992) ; b) La clave de Carracci (Masón atrás de un muro); c) una imagen de una cara, o un garabato que puede representar una jarra.
Fig. 2. El signo como proyección entre diferentes espacios, basado en diferentes principios de pertinencia
Primaridad
Secundaridad
Tercedad
Principio
Iconicidad
—
—
Fundamento
Fundamento icónico
Indexicalidad = fundamento indexical
—
Signo
Signo icónico (icono)
Signo indexical (índice)
Simbolicidad = fundamento simbólico = signo simbólico (símbolo)
Fig. 3. Las relaciones entre los diferentes principios, fundamentos y signos, desde el punto de vista de Peirce
Fig. 4. La escala evolucionista de Donald en relación a la noción de función semiótica. La memoria externa tiene que ver con artefactos independientes del organismo, como se va a ver en lo que sigue.
Fig. 5. La memoria según Donald analizada en términos de diferentes tipos de acumulación
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