La historiografía puertorriqueña moderna entre 1854 y 1927

October 7, 2017 | Autor: Teresa Lopez | Categoría: Historiografía
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Descripción





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La orientación de estos primeros estudiosos y narradores de la historia puertorriqueña fue literaria. La escritura fue su principal campo discursivo y mediante ella dieron forma embrionaria a la nación como ente histórico. El costumbrismo ayudó a ordenar la temática puertorriqueñista, mientras sirvió para ocultar las críticas al sistema colonial. Por lo general cultivaron el ensayo sobre la historia, donde proyectaron sus perspectivas sobre los datos. Todavía la Historia no había aflorado como disciplina académica o profesión, por lo que tenían una formación en otros campos: la ciencia, las matemáticas, las leyes, etc.
Antes de este momento, los documentos no se consideraban un ejercicio histórico ya que por regla general no se manejaban archivos ni se investigaban otros documentos con el objetivo de comprobar datos mas bien con otra variedad de fines, como el informativo, entre otros. En éstos el pasado lejano no resultaba de gran interés. Los documentos de los siglos XVI al XIX que luego servirán de fuente histórica a mediados del XIX, son en realidad de carácter administrativo: crónicas, cartas y relaciones, memorias e informes con finalidad práctica, utilizados para establecer políticas a beneficio de la Corona española (Anazagasty & Cancel, 2011, p. 15-16).
La historiadora Isabel Gutiérrez del Arroyo (2000, p. 19) explica que lo que distinguió a la etapa "científica crítico-erudita" de la anterior fue el empeño de los escritores de historia puertorriqueños de dominar las fuentes y la escritura, al igual que de revisar y corregir de forma crítica los relatos históricos del pasado. Estos intelectuales introdujeron nuevos temas del mismo modo que expandieron y profundizaron en los temas viejos y explicaron los hechos en términos de ideología y circunstancias históricas más allá de la Isla. A su vez realizaron criticismo erudito, lo cual les llevó a depurar hechos y conceptos, con el fin de llegar a lo verdadero.
Además, según explican Anazagasty Rodríguez y Cancel (2011, p. 16-18), esta etapa fue concebida por los historiadores modernos desde una perspectiva nacionalista culturalista.
Así le identifica, por ejemplo, Isabel Gutiérrez del Arroyo ( 2000, p. 18). Esta historiadora encontró en la Biblioteca de Alejandro Tapia y Rivera el punto de arranque de la escuela historiográfica cientificista y la génesis del nacionalismo embrionario en Puerto Rico. A su parecer , el nacionalismo se apoyaría en la Historia; se indagaría en el pasado para encontrar la raíz de los elementos que constituían la personalidad nacional. Concuerda con ella la historiadora Loida Figueroa (1975, p. 26), quien indica que la etapa "crítico-erudita" correspondió a una nueva etapa cultural donde el sentimiento de puertorriqueñidad cobró relieve.
Le denomino así, en primer lugar, porque derivó del proceso en el cual la burguesía y la clase media liberal lograron hegemonía cultural (y luego política) en la sociedad decimonónica, mientras adelantaba un discurso atado al imaginario del progreso y la modernidad. Parece ser que casi toda la historiografía puertorriqueña de la segunda mitad del diecinueve se concentra en la lucha de estos liberales contra el orden conservador colonial y en su dificultoso ascenso al poder colonial. Un enfrentamiento que es solamente "comprensible en el marco de la competencia por la tierra", esto es, en el rechazo de la clase burguesa y media criolla liberal del "Modelo Desarrollista Dependiente" impuesto por el gobierno de Fernando VII, expone Mario Cancel. Este historiador explica que a mediados de siglo XIX, los propietarios puertorriqueños habían desarrollado una relación tensa con el estado a causa del Modelo Desarrollista Dependiente asociado a la figura de Fernando VII y a su Cédula de Gracias de 1815. Dicho modelo había causado una crisis debido a que favorecía a los extranjeros con capital y a la inmigración hispanoamericana de tendencias realistas. Igualmente la crisis se había acentuado con "la contienda separatista", la cual había dado un golpe al reino español y estimulado un movimiento de resistencia en las islas antillanas. En segundo, porque quedó vinculada al surgimiento del intelectual moderno, quien se diferenció del letrado ilustrado en su vocación de vanguardista y de agente civilizatorio y reformista. Precisamente, quienes escribieron historia fueron pensadores criollos liberales que habían asumido el rol del intelectual moderno normativo. Conferenciantes, ensayistas, periodistas y literatos que eran profesionales en distintos campos, más no historiadores profesionales. La historia puertorriqueña decimonónica fue en realidad producida, no por historiadores, sino por intelectuales modernos normativos que escribían sobre historia (proto-historiadores, más bien) (Anazagasty Rodríguez & Cancel, 2011, p. 21; Mario Cancel, 14 abril 2011; Lemperiere, 2008, p. 247).
Me inspiro en la división temporal planteada por la historiadora Libia González López (1999, p. 282), quien considera que en la segunda mitad del diecinueve se manifestaron dos distintas fases historiográficas, en lugar de una. La búsqueda de documentos del pasado, así como la compilación y revisión de documentos históricos, dice dicha historiadora, fue lo que prevaleció entre las décadas de 1840 a 1860. Por otro lado, en su estima, de 1870 a 1898 la historia fue utilizada más bien para defender ideologías y legitimar proyectos políticos, tanto liberales como conservadores. Su propuesta me interesa además porque incluye textos tanto de liberales como de conservadores, rompiendo con el canon criollista-nacionalista dominante en la historiografía moderna tradicional.
En ese momento inicial se pueden ubicar cómodamente la Biblioteca Histórica de Puerto Rico (1854) de Alejandro Tapia y Rivera, al igual que las "Notas" de José Julián Acosta a la historia de Fray Iñigo Abbad y Lasierra (1866) y el Proyecto para la abolición de la esclavitud en Puerto Rico (1867) de Segundo Ruiz Belvis con Francisco M. Quiñones y el mismo Acosta. A ello añado la Introducción y anotaciones de Julio Vizcarrondo a la 3era edición del libro de Pierre Ledrú (1863) e, incluso, la reseña titulada Exposición Universal de París en 1967. Memoria presentada a la Comisión Provincial de Puerto Rico de Román Baldorioty de Castro.
Corresponden a tal periodo, de José Julián Acosta, los siguientes textos: Los partidos políticos (trabajo histórico-político) (1870), Apuntes para la historia de Puerto Rico (1879) y El café y la caña de azúcar (bosquejo histórico) (1884). En cuanto a Salvador Brau, me refiero a: "Las clases jornaleras de Puerto Rico; su estado actual, causas que lo sostienen y medios de propender al adelanto moral y material de dichas clases" (1882); "La danza puertorriqueña" (1887); La campesina: disquisiciones sociológicas (1886); y, "Rafael Cordero" (1891), entre otros. A ello se puede sumar igualmente la Historia de los partidos reformista y conservador de Puerto Rico, (1889) de Francisco Mariano Quiñones y, de los conservadores José Pérez Morris y Luis Cueto, La Insurrección de Lares (año).
A éste pertenecen las siguientes obras: Puerto Rico y su historia (1892) e Historia de Puerto Rico (1904) y otras obras de Salvador Brau, así como el Boletín histórico de Puerto Rico (1914-1927) y Prehistoria de Puerto Rico (1907) de Cayetano Coll y Toste.
Sujeta a la Iglesia y el Estado por siglos, la historia europea fue progresivamente cobrando autonomía desde el siglo XVIII. Del monasterio y el gabinete gubernamental, saltó a los salones ilustrados en el dieciocho y, luego, de la tribuna pública al aula universitaria en el diecinueve. También fue profesionalizándose, pasando de la afición histórica a la especialización. Durante este tiempo, tres corrientes de pensamiento principales –la Ilustración (el progreso), el Romanticismo (la patria) y el Positivismo (la ciencia)– contribuyeron a transformar el concepto de historia. Dicha evolución ha sido relacionada a la expansión de la burguesía y de la clase media liberal, y a su embestida contra la aristocracia o la monarquía y el orden pasado, es decir, el Viejo Régimen. Como resultado de este proceso los intelectuales (de esos sectores) adquirieron un nuevo sentido de misión. Asumiendo la función de ciudadano político convirtieron la escritura en actividad de pensar y discutir públicamente. Relacionado a la propagación de métodos de impresión masivos, ello sucedió ampliamente y se diseminó a lo largo del mundo occidental de manera que se puede hablar de una comunidad imaginada compuesta de intelectuales liberales de diversos países de Europa y las Américas. Algo similar sucedió en Hispanoamérica, incluyendo las Antillas hispanas, donde la intelectualidad criolla enfilaba sus cañones contra el Antiguo Régimen Colonial o las oligarquías nacionales con la aspiración de compartir o reemplazarle en el poder. El pensamiento liberal europeo fue para la intelectualidad criolla fuente de toda racionalidad y ésta se esforzaba por sintonizar con las corrientes más recientes.\El discurso del liberalismo, particularmente el francés, había sido apropiado como discurso de poder y servido para adelantar sus propios proyectos políticos, económicos y socio-culturales. Del mismo modo, el deseo de lo europeo como pináculo de la modernidad arropó a la burguesía y a la clase media, de las que dichos pensadores procedían (López Serrano, 2001; Dosse, 2004; Altamirano, 2008; Tollinchi, 2008).
Las clases burgueses o de clase media profesionales fueron en Puerto Rico clases minoritarias pero emergentes, cuya prosperidad derivaba en gran medida de la estructura colonial y militar, y que pujaban por convertirse en las intermediarios del poder colonial (o sustituir a los peninsulares). La burguesía criolla puertorriqueña, en particular, fue una exigua minoría ilustrada y romántica que disfrutaba de viajes a Europa y de la cultura de elite: el teatro, la ópera, la música clásica, los bailes, la gastronomía, la moda, la arquitectura, la decoración y la literatura, y las artes plásticas. Libia González López (1999, p. 282) explica que en gran medida era descendiente de los inmigrados peninsulares, latinoamericanos o extranjeros llegados en el mismo diecinueve (aunque, en ciertos casos, pertenecía también a las familias principales de los pueblos, de siglos antes). También dice que era primordialmente blanca (aunque con ciertas excepciones), culta, principalmente compuesta de profesionales de las ciencias, leyes o educación y hombres de letras.
Si se echa una mirada global se distinguen en el siglo XIX tres corrientes de pensamiento principales: la Ilustración, el Romanticismo y el Positivismo. La Ilustración legó a los intelectuales criollos liberales de las primeras décadas del diecinueve una manera de pensar de base liberal, utópica y optimista, que creía en alcanzar niveles de progreso. Inaugura la diferencia entre conservadores y progresistas (liberales). Estos últimos se distinguieron por su manera secular de vivir y su rechazo de todo lo que había de superstición e ignorancia en la religión. Su liberalismo se asociaba a la educación, al republicanismo y a la legitimación del estado por medio de la soberanía. El pensamiento moderno, fundamentado en la creación de formas innovadoras, es otro de los aspectos legados por el pensamiento ilustrado. La Ilustración inaugura el tiempo histórico, una nueva era animada por la razón y asociada a la idea del progreso. Esta última noción cambió el entendimiento del pasado, presente y futuro que se tenía antes en el barroco, el cual era uniforme y atemporal. La historia no sólo cobraba significado como proyección hacia el futuro, sino como camino hacia un porvenir de perfección. Tras el periodo de las Cortes de Cádiz, el pensamiento ilustrado fue entrecruzándose con el Romanticismo. El Romanticismo creó rebeldía ante el mundo utópico creado por el ilustrado. El romántico hizo un análisis de la propia realidad y atribuyó el atraso al absolutismo español. Estudió el pasado, desde un doble movimiento: para identificar las raíces de lo deficiente del presente y para proyectarse hacia el futuro y conseguir los avances de las naciones europeas prósperas. El Romanticismo proveyó asimismo un renovado sentimiento de apego a la tierra natal lo cual sentó las bases para el desarrollo de la identidad y el sujeto nacional. Dio impulso a la creación de una historia que conformaba genealogías y nuevos mitos de origen, así como la definición de un carácter regional diferenciado, si bien dentro del sistema cultural español. El liberal romántico-ilustrado de mediados de siglo había heredado la noción de civilización e identificación con la alta cultura de ambas corrientes. También, su afrancesamiento, o sea, su adaptación de los ideales, las formas culturales y artísticas francesas (aunque, a diferencia de los franceses, no ponía en tela de juicio el principio aristocrático). A este liberalismo se le sumó paulatinamente el positivismo, esto es, la capacidad de organizar la realidad de acuerdo a la ciencia a lo largo de la segunda mitad. Ya comprometido con el cientificismo, el intelectual romántico-positivista finisecular se valdría de teorías tales como la evolución para auscultar y hacer un diagnóstico de su entorno y regenerar al cuerpo social a base de la ley, el progreso y la armonía económica. Los pensadores finiseculares estaban convencidos de que la modernidad –la ciencia, la industrialización, así como la tecnología– ayudaría a ordenar la sociedad y a curarla de la enfermedad del atraso que representaba el régimen colonial español y la plebe. Tales concepciones también les llevaría a infatuarse entonces con Estados Unidos y su particular proyecto de modernidad (Breisach, 2007; Ayala & Bernabé, 2009; López Martínez, 2010).
En Europa, especialmente Francia, el imperialismo y la industrialización habían formado una burguesía próspera y culta, cuya moral estaba arraigada en un liberalismo capitalista de carácter progresista y cientificista. En cambio, en Puerto Rico persistía una combinación de feudalismo y capitalismo agrario primitivo. En la Isla los modos de producción eran aún artesanales y pre-modernos, es decir, pre-industriales, y las estructuras socio-culturales, coloniales. A grandes rasgos, el sistema socio-cultural era provincial y se concentraba en formas y contenidos tradicionales (es decir, feudales-barrocos) más cercanos al Antiguo Régimen español que al clasicismo (López Martínez, 2010, p. 3).
En el Puerto Rico decimonónico, nos informa Sylvia Álvarez Curbelo (2001), la modernidad fue un deseo que no correspondió al desarrollo de un estado nacional, ni al de instituciones modernas o a la incorporación a un mercado mundial. Aunque las clases burguesas y medias se obstinaban con apropiarse de las señas de una modernidad secularizada y urbanizada, tanto como del estilo de vida capitalista, nada de ello derivó de una sociedad moderna sino de una tradicional y colonial. Tampoco de un método de producción capitalista, sino de uno agrario y pre-industrial.
La Ilustración había llegado de la mano de funcionarios ilustrados en la segunda parte del dieciocho para imponer el programa de reformas del Rey Carlos III, esto era, reformar y aumentar el control del gobierno con el fin de arremeter contra el latifundismo y el hidalguismo, al igual que asumir mayor control sobre la Iglesia y sus feligreses, cosa a la que súbditos y feligreses, abandonados a la suerte por siglos, inmediatamente se resistieron. Dichos funcionarios habían desplegado una puesta en escena de un modo de pensar, ser y vivir ilustrado que dejaría una huella imborrable en la sociedad y cultura del próximo siglo, debido a la continuidad que sus descendientes insulares le dieron.
Aunque para ellos la modernidad había que sustentarla en nuevos términos, ésta era alcanzable mediante la unidad de Puerto Rico con España y la armonización de la política entre ambos, como en el pasado ilustrado.
Si nos dejamos llevar por lo establecido por Sylvia Álvarez Curbelo (2001), esta primera fase historiográfica corresponde al momento en que el discurso liberal tuvo de eje principal el abolicionismo. Este discurso combinaba la razón y la ética, y representaba un espacio de subversión contra el absolutismo (o Antiguo Régimen), la represión colonial y otros males. El abolicionismo, explica la misma historiadora, fue el primer discurso intelectual criollo de corte moderno en Puerto Rico.

Y dirigida por él mismo y, posteriormente, por Alejandro Tapia y Rivera.
Entre sus integrantes más destacados se encuentran, además de Román Baldorioty de Castreo y Alejandro Tapia y Rivera (1822-1882): José Julián Acosta (1825-1891) y Segundo Ruiz Belvis (1829-1867). Otros personajes relacionados son: José Cornelio Cintrón, Jenaro Aranzamendi, Lino Dámaso Saldaña, José Vargas, Juan Viñals y Federico González. Ramón E. Betances (1827-1898) y Calixto Romero Togores también han sido incluidos en ésta. Todos éstos formaban la diáspora puertorriqueña en Europa. Muchos de estos jóvenes ya habían conectado con el liberalismo español desde antes de partir a la metrópoli. Algunos de ellos habían entroncado con la escuela cientificista española a través del maestro liberal gallego Padre Rufo Manuel Fernández, quien conocía la labor precursora del historiador español Juan Bautista Muñoz. Este educador fue quien consiguió que varios de sus alumnos, entre ellos, Román Baldorioty de Castro y José Julián Acosta, estudiaran becados en España. En España, Román Baldorioty de Castro también entró en contacto con Alberto Lista, un importante intelectual liberal de la época.
En las metrópolis europeas obtuvieron una educación "Ilustrada y Científica", de corte liberal y cosmopolita, asociada a la "Civilidad de Grandes Urbes", que contrastaba con el pensamiento conservador dominante en el Puerto Rico de la época, de acuerdo a Mario Cancel (2011). Durante su estadía en Madrid dichos estudiantes se dieron a la tarea de recolectar documentos históricos producidos por conquistadores, cronistas, oficiales eclesiásticos y estatales, así como viajeros del pasado, tanto en colecciones privadas como en la Academia de la Historia.
En las palabras de Cancel (2011): "La experiencia y la obra derivada de la Sociedad, sintetiza un Imaginario Historiográfico marcado por varias tendencias. Por una parte, la actitud dominante en el Racionalismo y la Historiografía Liberal francesa, a la manera de Thierry y Guizot, entre otros, centrada en la convención del Progreso. Por la otra, la meticulosidad de la Erudición Alemana, al modo de Niehbur, Von Ranke y Mommsen. La actitud Positivista y/o Científica en la cual el documento histórico, su transcripción y anotación resulta crucial, es evidente. Se trata de Historicistas Críticos bien articulados que consideran que la interpelación e interpretación de los documentos o la evidencia conducen a la Verdad." Esa generación (la mayoría nació en la década del veinte, mayormente de padres o abuelos peninsulares) constituyó en Puerto Rico algo así como un "Tercer Estado Rebelde", añade él mismo.
Para ese entonces, diversos conjuntos de intelectuales de Alemania, Francia y otras partes de Europa se reunían con el fin de revisar documentos históricos y reconceptualizar el pasado, motivados por la vocación de hablar en nombre de la Verdad y ponerla al servicio del progreso, la patria y la ciencia. La nueva vocación les abocaba al dominio de las fuentes, la obsesión con el dato, el fetichismo del documento y la negación de la subjetividad del historiador (Dosse, 2004, p. 30-32).
La historia, como algo separado de la filosofía y la literatura, se había enseñado en España desde las primeras décadas de siglo XIX. En gran parte del siglo la historiografía española estuvo condicionada por el liberalismo y el Romanticismo, como ideología y orientación intelectual. Sus primeras preocupaciones fueron la historia nacional, la recuperación de la Edad Media y la historia política. Lo que prevaleció entre 1830 y 1840 fue un redescubrimiento y una relectura del pasado, especialmente del periodo de la Conquista y el reinado de Fernando e Isabel, los Reyes Católicos. Luego, durante la era isabelina (1840-1875), la historiografía se fue tornando más severa contra el absolutismo y la Iglesia Católica. A finales de siglo el interés recayó en la unión nacional y en las gestas del pasado que le propiciaban. Se hacen evidentes, entre los historiadores españoles, las influencias del alemán Ludwig von Ranke y de los liberales franceses Augustin Thierry y Francois Guizot, entre los principales. Ranke, reaccionando a la especulación filosófica, elaboró un método fundamentado en la objetividad como labor propia del historiador y en la consulta de fuentes que dieran cuenta del pasado, tal como "realmente sucedió." Se trataba de velar por la objetividad y la rigurosidad de los hechos, al modo de una investigación científica. Los hechos se encontraban en documentos del gobierno o en archivos. Lo importante era criticar a la fuente de manera objetiva, sin teorías y filosofías. Por otro lado, y coincidiendo con Ranke, Thierry también impulsaba una "historia verdaderamente crítica, fundamentada en una rigurosa encuesta documental". A diferencia, se centraba no en la aristocracia y la monarquía sino en el "tercer estado", el pueblo. Igualmente, Guizot se hacía eco de estas ideas a la vez que sostenía que era posible fundar un gobierno representativo sin rupturas radicales ( Iggers, 1962, p. 17-19; Aurell , 2013, p. 207-208, 213 y 232). Por otro lado, expone Francisco de Asís López Serrano (2001, p. 322) que, en España: "Actores de este extraordinario giro serán un grupo de estudiosos que entendieron muy a las claras lo que la historia les proporciona como arma política y que emprendieron el camino hacia la denominada "historia integral", cuidando de "analizar causas y factores determinantes y ambientales del quehacer colectivo de los españoles".
Liberales de ambos lados del Atlántico compartían la creencia de que el sistema estatal debía reformarse a partir de un conjunto de medidas modernizadoras tales como: "la centralización administrativa, la creación de una red estatal de comunicaciones, la unificación legislativa, la consecución de un sistema educativo nacional, y la transformación de la estructura de la propiedad con la destrucción del régimen feudal y la subsiguiente organización de un mercado nacional" (López Serrano, 2001, 323-324).
En la década del 1860, la censura que establecieron los gobernantes militares se recrudeció severamente contra los liberales abolicionistas y separatistas en respuesta a la crisis de la Guerra contra Marruecos, la Guerra de anexión en Santo Domingo y los conflictos en Cuba (o, en general, el problema del separatismo antillano). (García, 2002, p. 17-18).
Alejandro Tapia y Rivera, otro alumno del padre Rulfo, dependió de los documentos compilados por el mismo Bautista Muñoz guardados en la Academia de la Historia, para su acopio. De su misión de divulgar estos documentos, nació su Biblioteca Histórica de Puerto Rico.
A excepción de los comentarios de Tapia y Rivera en el prólogo, la Biblioteca Histórica de Puerto Rico carece de ensayo histórico. Consiste de cinco partes principales. Primero, aparece una antología que incluye Textos de Indias o Crónicas y varios capítulos de Islas del Océano. Isla de San Juan Bautista de Puerto Rico escritos por Juan de Läet, Le sigue otra sección que se compone de escritos por Cristobal Colón. La siguiente sección consiste de documentos del siglo XVI. En la próxima se encuentran documentos hasta mediados del siglo XVII. Con la excepción de un informe sobre la defensa de Arecibo en el año de 1703, salta, en la última parte, a documentos que abarcan entre 1750 y 1797.
Ver Julio Vizcarrondo. (1863). Introducción y notas. En Ledru, Andre Pierre. Relación del viaje a la Isla de Puerto Rico, en el año 1797 por el naturalista francés. Puerto Rico: Imprenta militar de J. González. p. 1.
Unos años antes de la publicación de su edición de Abbad y Lasierra, José Julián Acosta había encontrado la publicación de 1797 del botánico francés Pierre Ledrú en un viaje a París en la década de 1850, tras lo cual envió la misma a Julio Vizcarrondo en Puerto Rico. Vizcarrondo procedió a traducirle al español y publicarle en 1863, antes de embarcarse a Madrid a fundar la Sociedad Abolicionista Española (1865) (García, 2002, 16).
Ver José Julián Acosta. (1866). Prólogo, Introducción y Notas. En Abbad y Lasierra, Iñigo. Historia geográfica, civil y natural de la isla de San Juan Bautista de Puerto Rico. San Juan: Imp. y librería de Acosta. [Versión electrónica]. Recuperado el 23 nov. 2014 de: http://sirio.ua.es/libros/BEducacion/historia_puertorico/thm0000.htm.
Ver Mario Cancel, "El discurso histórico de Loida Figueroa Mercado: apuntes iniciales," Academia. Edu, https://www.academia.edu/3784505/El_discurso_historico_de_Loida_Figueroa_Mercado_apuntes_iniciales, 25 sept. 2014, p. 8
El mismo Acosta, quien por este esfuerzo fue reconocido por la Real Academia de la Historia de Madrid, admitió que esta obra era abolicionista (García, 2002, p. 22).
Abbad y Lasierra utilizó un conjunto de fuentes para componer la parte de historia, desde cronistas del siglo XVI hasta las obras de Guillaume-Thomas Francois Raynal y de William Robertson sobre la colonización española. Su escrito fue publicado en España y se desconoce si se leyó en la Isla antes de que fuese rescatado por Pedro Tomás de Córdoba. Además de utilizar un método moderno de escribir historia – esto es, incorporar fuentes en su relato del pasado de la Isla– su texto quedó próximo al momento en que se crearon las sinergias que fecundizaron el pensamiento ilustrado y liberal (Cancel, 2014, "Abbad").
Para esta parte utilicé la siguiente fuente: Segundo Ruiz Belvis. (1867). Capítulo VIII: Debe abolirse la esclavitud en Puerto Rico, aunque sea sin indemnización. Debe abolirse también, aunque sea con reglamentación del trabajo. La abolición debe ser radical e inmediata. ¿Es objeción para que se mantenga la esclavitud en Puerto Rico la proximidad de esta Isla a la de Cuba?
Pero su propuesta abolicionista no fue aceptada por la Junta y los delegados fueron puestos bajo vigilancia tanto en España como en Puerto Rico, donde el abolicionismo seguía prohibido.
Por ejemplo, significará el aumento de la población y el capital extranjero, la riqueza y el progreso. Posibilitará a su vez la apertura de instituciones bancarias, la industrialización de la agricultura y reducción de crímenes, entre otras bonanzas (Ruiz Belvis, 1867).
Cancel explica que el argumento principal de los abolicionistas puertorriqueños era relativamente sencillo: si se les iba a reconocer algún derecho a los esclavos, eventualmente había que reconocerle la libertad. Por tanto, ¿por qué no hacerlo de una vez? (Cancel 2011, Abolición).
Expone Libia González López que, al no existir tradición historiográfica o literaria previa, los primeros estudiosos y narradores de la historia puertorriqueña comenzaron por inventariar lo existente, hurgando en el pasado (para ellos el siglo dieciocho) y reuniendo "la historia dispersa". En sus historias, construyeron una genealogía de eventos que dieron cuenta del país naciente, levantaron archivos de sucesos e imaginaron el país moderno que ansiaban fundar. Dicha labor estuvo emparentada con la fundación de los mitos de origen y la construcción de un panteón de personajes "ilustres" de la Patria. Su conceptualización del "país naciente" implicó a su vez la definición de "las singularidades del pueblo puertorriqueño en sus relaciones con España" (1999, p. 298).
Dos ejemplos son las biografías escritas por Alejandro Tapia y Rivera, y José Julián Acosta del pintor José Campeche, así como la de Power y Giralt por el mismo Tapia y Rivera (González López, 1999, p. 296).
González López (1999, p. 284) deja entender que, aunque los escritos de los liberales son los canónicos, la sociedad decimonónica fue muy heterogénea y los conservadores (tanto insulares como peninsulares) entraron también al debate público expresando sus propios puntos de vista ideológico y político a través de ensayos históricos. De acuerdo a lo expuesto por ella, el sector liberal contribuyó a la construcción de la memoria decimonónica mediante distintos géneros literarios, los cuales florecieron a la luz del mundo de la publicación (revistas, periódicos, libros). El sector conservador tendió más a publicar obras de carácter académico o científico, con una estructura muy definida, emblemática. Comenzaban generalmente por el Descubrimiento y rendían homenaje a Colón, resaltaban luego los ataques de los enemigos de España y de eso saltaban a otros temas relacionados, como la geografía y las divisiones jurisdiccionales. Algunos de los libros de historia de escritores conservadores son: Isla de Puerto Rico (1878) de Manuel Ubeda y Delgado; La Isla de Puerto Rico (1889) de Agustín Sarda y Llavería, y La Isla de Puerto Rico, Descripción histórica-geográfica (1889) de Adolfo Nones.
Establece Sylvia Álvarez Curbelo que la modernidad se asumiría a partir de 1870 como acto económico (2001).
En un principio el ideario positivista al estilo del francés Auguste Compté se entremezcló con el Romanticismo. Los positivistas comptianos pusieron su fe en la capacidad del individuo para ordenar la sociedad. Para ellos, la libertad se daba en la medida en que el ser humano podía actuar conforme a una ley social. Carlos Beorlegui (2010, "Krausismo", p. 245- 268) indica que dos intelectuales puertorriqueños con esta orientación fueron Román Baldorioty de Castro y Eugenio María de Hostos. Más adelante se sobreimpusieron las ideas evolucionistas del inglés Herbert Spencer. Este tipo de intelectual defendía la noción de que el ambiente social determinaba el carácter del individuo y que la modernidad, además de depender de la ciencia y los avances tecnológicos, exigía la formación de nuevas subjetividades. Un positivista puertorriqueño con influencia de Spencer fue Salvador Brau (Guadarrama González, 2004, p. 216).


En Puerto Rico, la valoración del intelectual cívico tuvo fuertes raíces románticas, que luego fueron potenciadas por el positivismo y el realismo-naturalismo (Cancel, 2011, "Brau", p. 5-7).
Su idea de modernización venía de la mano de otra noción que establecía que la sociedad debía ser organizada jerárquicamente, a base de las categorías de raza, género y clase social propias de su época (López, 2013, p. 2 y 33).
A la altura de la década de 1870 ya los distintos tipos de liberales, además de oponerse a los conservadores, chocaban fuertemente entre sí en la manera en que se implementaría la modernización. A pesar de creer en el republicanismo y el capitalismo, los autonomistas creían que la modernidad se alcanzaría mediante la unión a España mientras que los separatistas estimaban que había que romper radicalmente con ella, al igual que armar la confederación antillana. Otro asunto que les dividía era si aliarse o no a Estados Unidos.
Francisco Mariano Quiñones fue también el autor de Apuntes para la historia de Puerto Rico (1888), editado en Mayagüez por Tipografía Comercial, el cual contó con 3 ediciones. Quiñones se convirtió luego en el primer Historiador Oficial bajo el gobierno colonial estadounidense, de 1903 hasta 1908.
Otra referencia obligada es la Historia de la insurrección de Lares (1872) de los conservadores José Pérez Morris y Luis Cueto, quienes con este libro intentaban advertir a las autoridades coloniales que el sentimiento separatista era mas prevaleciente de lo que se creía y que estaba atado al autonomismo. Con ello deseaban prevenir que el autonomismo se plantase en el poder, indica Loida Figueroa (1975).
Ello se encuentra anotado en el Capítulo XXX, según indica Cancel (2014, "Consensos").
Por su parte, Salvador Brau les tildó de algarada y, Francisco M. Quiñones, de calaverada (Cancel, 2014, "Consensos").
El libro se llama, en realidad: "Las clases jornaleras de Puerto Rico; su estado actual, causas que lo sostienen y medios de propender al adelanto moral y material de dichas clases".
La armonía social era el equivalente positivista de la emancipación y de la libertad de los ilustrados y románticos.
El título completo de esta publicación es La campesina: disquisisiones sociológicas.
Según lo descrito por María Teresa Cortés Zavala (1997, p. 769) ello aparece en La clase jornalera en Puerto Rico. También Brau, indica la misma autora, resaltó el carácter fuerte (austero, patrio y caballeroso) del criollo, como opuesto al del indio y el africano.
El hispanismo finisecular estuvo basado en una comunidad transnacional unida bajo una identidad cultural común con la Madre Patria (o República Hermana), al igual que por la historia, el lenguaje, la herencia, las costumbres sociales, la religión, el arte y otras formas culturales. El mismo fue trascendente para las distintas corrientes de hispanoamericanismo, los nacionalismos subestatales y el mismo nacionalismo español durante ese mismo periodo (Sepúlveda Muñoz, 2005, 12-13).

Cubano Iguina plantea que el término criollo de finales de siglo XIX se asociaba al descendiente de español, acomodado y culto, de voluntad nativista. Esta clase se sentía con capacidad de administrar y aspiraba a conseguir el poder político y cultural en manos de los peninsulares. Esta fue la postura básica de los autonomistas de retórica democratizante. El criollismo autonomista fue el discurso contestatario de final de siglo más prevaleciente y opacó otras propuestas más radicales (Cubano Iguina, 1997, p. 637 – 640).
Según lo prescrito por el escritor cubano José Antonio Saco (Cubano Iguina, 1997, p. 641-643).
Por ese tiempo apareció a su vez la idea de la familia hispana y otros temas que eventualmente fueron percibidos de variadas formas: "subordinadores (como la persistencia de tradiciones y costumbres respecto a la mujer) o liberalizadores (como el derecho a la lengua materna en el sector de la enseñanza y las letras)" (Cubano Iguina, 1997, p. 641-643).
En combinación con una renovada intención política, este hispanismo sirvió para adelantar la puertorriqueñidad como parte integral de la cultura hispánica, la misma considerada como un estadio avanzado de cultura que se contraponía a la civilización estadounidense.
Este conocimiento procedía de su estudio del pasado español en archivos –por ejemplo, el Archivo de Indias en Sevilla.
Por su parte, dice Cancel que: "Su traducción del pensamiento de Henry de Saint-Simon, Auguste Comte y Karl Krause, entre otros, desembocó al igual que en el caso Hostos, en el sueño utópico de la armonía social que caracterizó el pensamiento social temprano en el país. Las posibilidades de aquella armonía aparecían avaladas por el carácter ineluctable del progreso, una profesión de fe que aquella generación de intelectuales heredó más bien del Marqués de Condorcet y en la que ocasionalmente se manifestaba la desconfianza cínica con el continumm expresado por Voltaire" (Cancel, 2011, "Miller", p. 6).
Según explica Castro Arroyo (1988-1989, p. 13), destaca, en comparación con otros, por su talante positivista y su rigurosidad metodológica.
Como es usual en los distintos intelectuales finiseculares, su literatura seguía la tradición realista-naturalista, sus versos y drama fueron románticos y su obra historiográfica y sus ensayos sociológicos, se enmarcan en el positivismo spenceriano (Cancel, 2011, "Miller", p. 7).
Castro Arroyo alega que Brau no fue del todo positivista toda vez aprovecha la historia para adelantar sus propias ideas sobre el progreso y el orden social (Castro Arroyo, 1988-1989, p. 13-14).
En específico, influenció el pensamiento de Antonio S. Pedreira y Tomás Blanco, explica Castro Arroyo (1988-1989, p. 13-14).
Como resultado de esta investigación publicó Puerto Rico y su historia (1892), Puerto Rico en Sevilla (1896), Dos factores de la colonización (1896), Dos tratados de la colonización de Puerto Rico (1896).
Además de aquellos dos, otros fueron: De cómo y cuándo llegó el café (1906) y La caña de azúcar (1906).
La nación nace de la barbarie y de la imposición sobre ella de un proceso ordenador y civilizatorio cuyas coordenadas son la monarquía y la Iglesia católica. También ello señala el inicio de la transformación del pasado por la modernidad (Figueroa, 1875, p. 8).

Coll y Toste escribió Memoria sobre el aspecto general de la civilización en Puerto Rico en 1797, un breve estudio comparativo entre el estado de aquella época y el estado actual, y Prehistoria de PR (1907-1908), la cual se centró en la figura de Juan Ponce de León, primer explorador, conquistador, poblador y gobernador de la Isla.



Teresa López Martínez
Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe



La historiografía puertorriqueña moderna entre 1854 y 1927


Diciembre 2014












Introducción
En la década de 1850 ocurrió un cambio significativo en la manera en que la labor histórica se concibió y llevó a cabo en Puerto Rico. Aunque antes de esa década lo que se tomaba como Historia eran escritos realizados mayormente por peninsulares o extranjeros, a partir de entonces un núcleo de intelectuales criollos se dio a la tarea de escribir su versión de la historia puertorriqueña. Dichos intelectuales investigaron el pasado en archivos, revisando los documentos históricos españoles desde una óptica criollista. Por su rigor metodológico y acercamiento crítico a las fuentes, su labor tomó un carácter científico, es decir, moderno. Tal empeño quedó emparentado con la elaboración de un discurso nacional propio atado a la herencia hispana (Anazagasty & Cancel, 2011, 16-18).
Si bien el título que ha prevalecido hasta hoy para esa etapa historiográfica es "científica crítico-erudita", a mi modo de ver ésta corresponde a la primera fase de auge de la historiografía puertorriqueña moderna, evolucionada a lo largo de las décadas de 1850 a 1920. En dicha fase se pueden distinguir tres momentos: de 1850 a 1870; de 1870 a comienzos de 1890; y, finalmente, de 1890 a 1920, cada uno con características propias que le diferencian entre sí.
En las décadas de 1850 y 1870, la historiografía apunta al abolicionismo como lucha emancipadora y paso a la modernidad. Durante las décadas de 1870 y comienzos de 1890, la historia se ata a la evolución de las ideologías políticas, predominantemente el liberalismo autonomista, de parte de las clases criollas. En las décadas de 1890 y 1920, la historia adopta un discurso cultural conservador mediante el cual se adelanta la imagen de la España fuerte, y una posición contradictoria ante Estados Unidos.
Los textos analizados a continuación, en su mayoría canónicos, forman parte de la denominada tradición nacionalista-culturalista. Aunque podrían sumarse al análisis otros textos proscritos por dicha tradición, los mismos trascienden los límites de este estudio.

I. En torno a la historiografía y a los escritores de historia puertorriqueños de la segunda mitad de siglo XIX
La historiografía puertorriqueña moderna nació a la luz de los últimos desarrollos en el pensamiento intelectual e historiográfico en Europa y España, al igual que sucedió en Hispanoamérica y otras Antillas hispanas. Sus gestores fueron intelectuales criollos románticos de las clases burguesa y media. Estos intelectuales, de formación liberal, conceptuaban un nuevo sentido de economía, política, cultura e historia, el cual les impulsaba a asumir un nuevo papel socio-político ante la autoridad colonial. Desde sus tribunas públicas defendieron valores modernos tales como libertad, civilización, trabajo, patria y nación, más cimentaron el imaginario del progreso y la modernidad, marcando sus signos (López Martínez, 2010, p. 5).
El binomio atraso-progreso impregnó en estos intelectuales un modo de ver las cosas y de escribir acerca de la historia. Les motivaba sacar a la Isla del atraso interno y la indiferencia de la metrópoli. La historia era, pata ellos, una herramienta con la cual crear "un objeto de estudio y un sujeto político": los puertorriqueños como leales súbditos desde la conquista (García, 2002, p. 12).
Resalta la manera en que estos intelectuales se saturaron de diversas corrientes de pensamiento europeas –Ilustración, Romanticismo y Positivismo, entre las principales– para mirar a la sociedad puertorriqueña. Pero, sobre todo, destaca su modo de mirar hacia Europa y. más adelante, hacia Estados Unidos, como la cúspide de la modernidad cultural y material.
De acuerdo a Jorge Seda Prado, los intelectuales criollos se concibieron "...como participantes y protagonistas de la modernidad" (2009). El sueño de la modernidad impulsó la mayor parte de sus reclamos y proyectos de acción (socio-culturales, económicos y políticos) ante las autoridades conservadoras coloniales. Sin embargo, debido a la contradicción entre realidad y anhelo, la modernidad fue más bien un espacio simbólico – o, dicho de otro modo, un sistema de representación y un discurso retórico– a través del cual presentar una puesta en escena, según expone Álvarez Curbelo (2001).
Por otro lado, la historiografía decimonónica corrió paralela a la evolución de las voluntades políticas en las clases burguesa y media liberal criolla, así como de su expresión de una particular idea de identidad puertorriqueña. Ambas se dieron en el contexto de la devaluación de la nacionalidad insular de parte de los gobernantes y conservadores peninsulares (Cancel, 2011).

II. La historiografía de las décadas de 1850 y principios de 1870: un primer momento
En este primer momento, un núcleo de intelectuales románticos criollos realizó un relevo generacional en el mundo culto con respecto a la antigua elite ilustrada. Esta nueva generación –nacida a la luz del periodo posterior a las Cortes de Cádiz, cuando despertó en España el sentimiento romántico y nacionalista–, era descendiente intelectual del proyecto ilustrado dieciochesco y compartía con sus antepasados ilustrados la óptica republicana, la ética del trabajo y la educación. Creía, como aquellos, que la colonia debía encaminarse hacia el progreso y la modernidad material. Pero, estimaba que había que sustentarla en nuevos términos y en un nuevo proyecto de país.
Para dichos intelectuales, la historia devenía más relevante como registro de eventos que trazaban el progreso de la nación, que como memoria de proyectos reformistas estatales o eclesiásticos. El Romanticismo les impulsó a estudiar el pasado desde un desdoblamiento. Este les llevó a identificar en él las raíces de lo deficiente del presente y proyectarle hacia el futuro, hasta obtener los avances de las naciones europeas más prósperas (Beorlegui, 2010, 1986). En otras palabras, si en algo servía la recuperación histórica del pasado era para identificar los males actuales y para dar legitimidad a los proyectos modernizadores.
Su análisis de la realidad les llevó a atribuir el atraso al absolutismo y al esclavismo español. En tal caso, el abolicionismo representaba el nuevo paso de avance hacia el logro de la modernidad.
En este aspecto, la formación de la Sociedad Recolectora de Documentos Históricos de San Juan Bautista de Puerto Rico marcó un hito. Gestada por Román Baldorioty de Castro, dicho colectivo estuvo integrado por un núcleo de estudiantes criollos puertorriqueños que cursaban estudios universitarios en Europa (particularmente en la capital española). Los miembros de este grupo redescubrieron y releyeron el pasado utilizando la metodología científica.
Claramente, las actividades de este colectivo no acontecieron en un vacío, sino que se sintonizaron con una tendencia amplia de renovación histórica en Europa. En España, ya desde la década anterior los historiadores liberales replanteaban la historia pasada, entusiasmados con las renovaciones procedentes de países como Alemania y Francia. Habían otros paralelos entre los intelectuales europeos y peninsulares, y aquellos puertorriqueños, en la medida en que su conciencia de lo nacional reflejó su aspiración de asumir el control de las estructuras del Estado-nación. En tal caso, las obras históricas constituían un vehículo para transmitir nociones consideradas peligrosas por las autoridades. Para los puertorriqueños, servían para expresar las ideas abolicionistas al burlar la censura.
El esfuerzo de la Sociedad Recolectora se concretó en la Biblioteca Histórica de Puerto Rico (1854), la cual fue recopilada y publicada por Alejandro Tapia y Rivera. El proceso de producción de la Biblioteca Histórica… estuvo marcado por la autocensura del propio autor y por la censura oficial (García, 2002, p. 14-15). A pesar de su importancia histórica, es un acopio de fuentes, por lo que ha servido a los historiadores más bien como obra de referencia. No obstante, en el breve prólogo Tapia y Rivera (1854, p. 10-13) fundó las bases del proyecto historiográfico a seguir, al escribir que en las fuentes originales se encontraban las respuestas a las lagunas históricas que existían entonces y que los esfuerzos históricos del pasado debían ser revisados a la luz de nuevos hallazgos.
La Biblioteca de Tapia y Rivera contrastó con la labor editorial que tanto Julio Vizcarrondo como José Julián Acosta realizaron en los años subsiguientes de los textos de dos letrados ilustrados europeos, Pierre Ledrú y Fray Iñigo Abbad y Lasierra. Para ambos autores puertorriqueños, la historia escrita por otros representó el vehículo idóneo para filtrar temas que de otra manera serían censurados por criticar el aparato colonial y adelantar el abolicionismo. En ambos autores predominó, además, un tono optimista que contrastaba con el de aquellos extranjeros dieciochescos.
En su edición del libro de Ledrú, Vizcarrondo escribió la "Introducción" acompañada de un conjunto de notas que, en diferentes instancias, corregían o comentaban el texto. En dicha parte, Vizcarrondo expuso que éste y otros textos del pasado iluminaban "la senda que se ha extraviado," en referencia al progreso que el absolutismo había obstaculizado (1863, p. 1). Para Acosta, el 1797 había inaugurado una era de renovada lealtad a España; el 1815 fue el año en que la Isla comenzó a modernizarse. Sin embargo, la esclavitud representaba un impedimento para la culminación del proyecto de la modernidad y una vuelta atrás al Antiguo Régimen.
Por otro lado, las "Notas" de José Julián Acosta a la edición de la Historia… de Fray Iñigo Abbad y Lasierra disfrazaban su propia versión de la historia de Puerto Rico, en el contexto de la fuerte censura imperante. Que el lector debía ser entendido para descifrar el significado de sus "Notas", fue un factor que contribuyó a la burla de la censura (García, 2002, 22).
Acosta, al igual que Vizcarrondo hizo con Ledrú antes que él, contrastaba con optimismo el cuadro desalentador que el ilustrado dieciochesco había presentado. Según indica en su Prólogo, le interesaba ampliar y rectificar lo anotado por el Fray, ahora que se contaba con documentos que aquél no había podido examinar (Acosta, 1866, p. III). Le motivaba resaltar "la marcha del periodo del desenvolvimiento de población y todas las fuerzas creadores…" (Acosta, 1866, p. VII). Lo importante era destacar cuánto se había transformado la vida en la Isla desde que el Fray había terminado su escrito.
En síntesis, para Acosta la modernización se había constituido en una realidad a partir de la concesión de la Cédula de Gracias en 1815. En contraste con el pasado improductivo, dicha cédula había traído la prosperidad en la forma de extranjeros con capital y de libertad de comercio (Cancel, 2014). Sin embargo, todavía restaba culminar el proyecto de la modernidad con el abolicionismo. Sólo a través de su logro se podía culminar el camino trazado por los ilustrados en 1815.
Por último, la historia de Abbad y Lasierra atrajo a Acosta no sólo porque era ilustrada sino porque los proyectos de modernización ilustrados quedaban consignados en ella. Además, era emblemática debido a que ya lo puertorriqueño se vislumbraba como una diferencia entre los de la banda de acá y los de la banda de allá (García, 2002, p. 9 y 12).
Con la intención de presentar la abolición como requisito hacia el logro del progreso y la prosperidad material, Segundo Ruiz Belvis –en colaboración con José Julián Acosta y Francisco Mariano Quiñones– escribió el Proyecto para la abolición de la esclavitud en Puerto Rico (1867). Dicho texto fue redactado en el marco de la Junta informativa de reformas (1866-67) y de la participación de estos tres puertorriqueños como delegados en ella (García, 2002, p. 23). Con él, pretendían convencer a los miembros de la Junta de cambiar sus posturas esclavistas.
En el Proyecto para la abolición… se consolidó el nuevo rol normativo del intelectual moderno puertorriqueño en su capacidad de moralista y marcador de los signos de la modernidad. La institución de la esclavitud pesaba sobre los "hombres honrados", y era "…un hecho perturbador, inmoral…", expondría Ruiz Belvis (1867). Por otro lado, la abolición sería garantía, además, del triunfo de la razón, del orden social y la prosperidad material.
Valiéndose del discurso del atraso-civilización, estos abolicionistas convertirían la esclavitud en muestra de incivilización. En su estima, las naciones civilizadas
ya habían abolido el comercio de esclavos. La abolición no provocaría la barbarie y la violencia que los conservadores tanto temían, sino todo lo contrario, posibilitaría el desarrollo del progreso, a tono con el pensamiento económico burgués y liberal de aquel momento.
Estas ideas encontraron continuidad en el texto titulado Exposición Universal de París en 1967, Memoria presentada a la Comisión Provincial de Puerto Rico, y escrito por Román Baldorioty de Castro, el cual presentó la modernidad europea como utopía pos-abolicionista. En esta Memoria… estamos ante la puesta en escena del programa utópico del abolicionismo.
Además de hurgar en el siglo pasado (el dieciocho) para reunir "la historia dispersa", anotar un inventario de gestas que daban cuenta del país naciente e imaginar el país moderno que ansiaban fundar, los intelectuales liberales de ese momento iniciaron la construcción de un Panteón de personajes "ilustres" de la Patria. Como resultado, fueron frecuentes, tanto en él como en el resto del siglo, las reseñas o ensayos históricos de personajes ilustres que configuraban modelos para el ciudadano moderno. En tales casos, los personajes aparecen como antecesores míticos, en los cuales no sólo se consignaba el origen de la nación, sino el ciudadano ejemplar.

III. Segundo momento: la historiografía de las décadas de 1870 a principios de 1890
Los intelectuales liberales del segundo momento concibieron la escritura de la historia como una manera de justificar sus proyectos económicos y políticos. Estos buscaban convencer a los peninsulares y conservadores que eran tanto o más capaces que ellos de encabezar la colonia o de fundar su propio proyecto nacional, porque eran civilizados y la alta cultura les separaba de la masa popular. A pesar de la censura imperante, terminaron por acaparar los espacios de divulgación: revistas, periódicos y libros, principalmente. No obstante, los conservadores sostuvieron también sus propias posturas ideológicas desde la ensayística histórica, aunque sus obras fueron menos numerosos que los primeros (González López, 1999, p. 296).
Este nuevo momento coincidió con el periodo post-abolicionista, recién iniciado a mediados de la década de 1870. La utopía abolicionista soñada por los intelectuales del primer momento no logró concretarse debido al hieratismo de las estructuras coloniales (Álvarez Curbelo, 2001). En reacción, los intelectuales liberales reorientaron su mirada hacia la corrección del atraso económico y el adelanto de la modernidad. La modernización tendría ahora novedosas señas: el aumento de productos en el mercado, la urbanización, la alfabetización y los avances tecnológicos (alumbrados, trenes, maquinarias de producción, técnicas de construcción, etc.), según resume Juan Carlos López (2013, p. 2-3).
Aunque ya la modernización se había puesto en marcha con la "transformación de la colonia de un territorio ganadero en uno agroexportador" y otras medidas, quedaba fortalecer todavía el capitalismo agrario y el comercio como vías para modernizar, explica Cancel (2014, "Consensos"). Tales acepciones provenían de la convicción de los intelectuales liberales que la modernización económica traería la modernización política.
Ya en la década de 1870 el positivismo se imponía también como corriente modernizadora, al apuntar hacia el progreso como cura al atraso, la miseria y la enfermedad (Beorlegui, 2010, "Krausismo", p. 245- 268). Las ideas positivistas, aliadas ahora al liberalismo y a la democracia, enlazaron el cientificismo al carácter progresista. Ambos se vincularon, a su vez, al progreso social y a cambios políticos o educativos. También de España procedió una simbiosis entre el positivismo y el krausismo, conocida como krausopositivismo que influenció a algunos puertorriqueños.
La aparición de un nuevo dirigismo racionalista que perseguía la armonía social, combinado con un novel ejemplarismo cívico, impulsó a los intelectuales liberales a proyectarse de forma cada vez más agresiva sobre el escenario político. La incorporación de los intelectuales al ámbito de la política, tenía el fin de forjar "...los principios legitimadores de un práctica política ordenadora y reguladora de la acción humana", explica Jorge Seda Prado (2009, p. 9). De igual forma, se podía vincular más directamente el discurso de la modernidad a la reforma del orden social.
Durante las décadas de 1870 y 1880, la mayor parte de la escritura de la historia estuvo centrada en la reflexión de la puertorriqueñidad en el contexto español, en el rechazo del separatismo y en la reorganización del liberalismo en torno al ideal autonomista. Francisco Mariano Quiñones fue quien mejor patentizó este fenómeno en su Historia de los partidos reformista y conservador de Puerto Rico (1889). En esta Historia… quedó articulada la visión negativa que tenían los liberales autonomistas de la Insurrección de Lares y del separatismo. Igualmente quedó revelado el integrismo de los grupos liberales de ese momento y su identificación del progreso con la unión con España (Cancel, 2014, "Versión"). Esto último se manifestó también en Mis memorias y la observación del país (1882) de Alejandro Tapia y Rivera, quien anotaba que "...toda regeneración y progreso eran posibles bajo la bandera de la patria española". Además, Tapia y Rivera calificó de descontentos los actos en torno al Grito de Lares.
Entre las décadas de 1880 y 1890, dos preocupaciones principales dirigieron la atención de los intelectuales del sector autonomista liberal: la erradicación de la fuente del atraso social para dar paso a un orden moderno y racional (Guadarrama González, 2004, p. 5), así como la definición del origen y significado de lo puertorriqueño dentro del marco del regionalismo español (Cortes Zavala, 1997, p. 761). El discurso histórico del liberal autonomista Salvador Brau es el mejor ejemplo de ello.
Salvador Brau pondría un nuevo nombre y apellido a las causas del atraso al apuntalar hacia las masas campesinas en su texto conocido como los "Jornaleros" (1882). Estas masas, entre las cuales todavía subsistían la irracionalidad y las costumbres medievales, estaban caracterizadas por el raquitismo físico y moral, y por el analfabetismo, opinaría Brau. Su opinión era que la incultura y la incivilización de dichas masas era lo que obstaculizaba la armonía social y el progreso (Cancel, 2011, "Brau"). En dicha obra, además, "hace causa común con la clase propietaria criolla y funde los intereses de ésta al bienestar del país", en la estima de María de los Ángeles Castro Arroyo (1988-1989, p. 14). No obstante, y coincidiendo con el pensamiento ilustrado y positivista, en su obra "Campesina" (1886) añadía que una solución a esta aberración radicaba en la educación.
Más, no sólo eso, sino que Brau encontró en la historia una vía para justificar la incorporación de la clase criolla a la arena política, a base de su capacidad superior, entiéndase civilizada. Estaba convencido, como otros liberales criollos, que las únicas clases sociales cualificadas para dirigir el proyecto de la modernización en la colonia eran la criolla burguesa y la media letrada.
En su estima, tres momentos históricos claves servirían para justificar dicha superioridad: la Conquista y colonización, la invasión inglesa del 1797 y la Cédula de Gracias del 1815 (Cortés Zavala, 1997, p. 769). La Conquista establecía que el linaje de los criollos venía directamente de los conquistadores. "Nuestro origen arranca de los conquistadores, no de los conquistados", dijo Brau, según le cita María Teresa Cortes Zavala (1997, p. 769). Durante la Conquista los antepasados peninsulares habían iniciado un proceso civilizador: "Un acto regenerador, emblema exacto de civilización, generada por la compenetración y solidaridad de la raza descubridora y de los elementos colonizadores con las fuerzas de la naturaleza que el territorio proporcionó," escribió Brau. Los sucesos en torno a 1797 evidenciaban la lealtad de los puertorriqueños a la Corona española. Como Vizcarrondo y Acosta antes que él, Brau hizo hincapié a su vez en el proyecto ilustrado y posó su mirada sobre 1815.
Para Brau, el 1815 fue el momento en que despegó el progreso con la llegada de inmigrantes con capital y cultura a la Isla, al estimular el comercio y fundar la Sociedad de Amigos del País. En Dos factores de la colonización en Puerto Rico (1896), por otro lado, Brau resaltó el carácter civilizador de la inmigración, la cual trajo el progreso a una sociedad atrasada. En ambas publicaciones destacó, igualmente, el papel preponderante de los criollos en la economía, el mundo de trabajo y la agricultura, al igual que su capacidad social y cultural redentora. Estos argumentos han de justificar la incursión, en el espacio de la política, de la elite criolla (Cortés Zavala, 1997, p. 772).
La historia comprobaría que el plan de los criollos puertorriqueños era parte del proyecto histórico español, el cual no era sino la ruta de la Madre Patria por el sendero del progreso. El liberalismo autonomista, dentro del marco del liberalismo español, lo que ansiaba, después de todo, era un Puerto Rico y una España renovados por la libertad, la ciencia y la justicia, lejos del oscurantismo absolutista (Cortés Zavala, 1997, p. 773). Tanto para los españoles liberales, peninsulares e insulares indistintamente, la otra cara de la moneda del atraso seguía siendo el absolutismo.
V. Las décadas de 1890 a 1920: un tercer momento
En el tercer momento la escritura de historia se insertó en el contexto del hispanismo finisecular y en un nuevo imaginario de progreso dominado por Estados Unidos. La moderación política se impondría en el discurso historiográfico liberal puertorriqueño (Cancel, 2014, "Consensos").
El hispanismo se difundió por toda la América finisecular y de principios de siglo veinte. El mismo estuvo inspirado en la idea de la España heroica y fuerte, consolidada al calor de la celebración del Cuarto Centenario del Descubrimiento de América, en 1892.
La historiadora Astrid Cubano Iguina (1997) indica que en el hispanismo puertorriqueño se reflejaron más bien las preocupaciones y metas socio-culturales y políticas de los criollos finiseculares. La síntesis de la herencia biológica y la afinidad cultural de la elite hispanocriolla con España se sumaban en él. También el hispanismo se transformó en antídoto contra el anglosajonismo que comenzaba a preocupar a dicha elite.
Por otro lado, la hispanidad le convenía políticamente a los liberales autonomistas finiseculares, quienes le convirtieron en nuevo discurso en la lucha contra el sistema colonial y como forma de aglutinar la mayor concentración de fuerzas políticas. Empero, si se quería verdaderamente transformar el país para alcanzar la modernización, había que considerar que Estados Unidos se había convertido en modelo excepcional de progreso y civilización. En palabras de Cancel, ahora: "Estados Unidos significaba independencia, republicanismo, abolicionismo, democracia y capitalismo progresista para muchos observadores de la isla" (2011, "Miller", p. 21-23).
En cualquier caso, la crisis y caída del dominio español en 1898, tras la derrota en la Guerra cubana hispanoamericana y la invasión de Cuba y Puerto Rico de parte de Estados Unidos, colocaría todo aquello en nuevos términos. Mientras que, por un lado, la invasión de Puerto Rico reavivó el ideario de la España heroica y fuerte en el discurso intelectual y político, por el otro, el reconocimiento del progreso de Estados Unidos alteró significativamente los esquemas de atraso y progreso del imaginario criollo decimonónico. Un resultado fue que, después del 1898, el hispanismo se integró al nacionalismo y ambos al discurso "deseante" de la modernidad. Este nacionalismo hispanizado se convirtió en eje principal del campo discursivo de la nueva realidad colonial (Rodríguez Vázquez, 2004, p. 27).
La historiografía de entresiglos ha de desarrollarse en la coyuntura de la gestación del nacionalismo hispanizado. Mediante su renovación de la escritura de la historia, los intelectuales nacionalistas criollos se esforzarían por equilibrar el hispanismo finisecular con el nuevo imaginario de progreso estadounidense.
Durante ese mismo periodo, se solidificó la figura del historiador como un nuevo tipo de intelectual cuya autoridad procedía de su conocimiento del pasado, su dedicación a la escritura de la historia, igual que su manejo científico de los hechos y su reclamo de imparcialidad. Este historiador mostró inconformidad con los temas y las versiones históricas previas. Por igual, encontraría en la historia una manera de balancear el pasado colonial español y el presente bajo el dominio estadounidense, con el proyecto civilizador y modernizador de las clases criollas, recién convertido en nacionalismo.
Después de la invasión, el historiador pasaría, de la oficialidad española, a formar parte del gobierno colonial estadounidense. Lo antes descrito, por supuesto, ha de caracterizar la labor de Salvador Brau y, en menor grado, la de Cayetano Coll y Toste, las dos figuras cimeras del campo de la historia de aquel momento.
Brau es el historiador más icónico de la versión liberal y autonomista de la historia nacional, dice Cancel (2011, "Miller", p. 6). Es quien mejor articuló la utopía de la armonía social que seducía a muchos en aquel momento, añade él mismo. Incluso, muchos historiadores le han reconocido como el padre de la historia nacional puertorriqueña. Se podría añadir incluso que es fiel retrato del intelectual híbrido, típico de la transición del siglo diecinueve al veinte, que se movía con igual soltura, entre el romanticismo y el positivismo. Pero, lo más importante de Brau es que, al adelantar sus propias ideas sobre el progreso y el orden social, más articular en sus textos históricos el proyecto civilizador y de consolidación nacional de la clase criolla, sentó las bases del proyecto nacionalista-autonomista que fue adelantado posteriormente por la llamada Generación del treinta (Castro Arroyo, 1988-1989, p. 16).
Los primeros libros de historia de Brau, escritos en la década del noventa, fueron consecuencia de su traslado al Archivo de Indias en Sevilla, en 1894, según fue comisionado por la Diputación Provincial española, para hacer investigaciones sobre Puerto Rico como parte de las celebraciones del Cuarto Centenario del Descubrimiento. En la estima de Isabel Gutiérrez del Arroyo (2000, p. 22-23), su libro Puerto Rico y su historia (1892) es un ejemplo del revisionismo crítico de este momento ya que pretendía corregir conceptos erróneos de la prehistoria y la Conquista al enfocar en el desembarco de Cristobal Colón y su encuentro con los indígenas. Incluso, trató de explicar el origen de la población aborigen y su supervivencia durante el dominio español, así como otros sucesos del periodo fundacional. La defensa de la Isla durante los ataques extranjeros, especialmente la ofensiva inglesa de 1797, fue transformada en levantamientos populares motivados por el afecto a España.
Durante el periodo que Brau fungió de Historiador Oficial de Puerto Rico para el gobierno colonial estadounidense, de 1903 a 1912, también produjo nuevos textos históricos. Su Historia de Puerto Rico (1904) es la primera obra histórica que juntó todo lo sucedido en Puerto Rico desde la Conquista hasta la invasión de Estados Unidos. A lo largo de sus veintiocho capítulos, Brau divide en tres etapas principales la historia de la isla, indica Castro Arroyo (1988-1989, p. 16-17). En los primeros diez capítulos elabora la Conquista y colonización como etapa de formación de la nación. De los capítulos 11 a 19 trata los siglos XVII y XVIII, hasta llegar a las reformas borbónicas, momento en que la nación comienza a despertar. En dicha parte resalta la valentía de los oficiales españoles y de la milicia criolla durante los ataques de 1625 y 1797. Los siguientes ocho capítulos están dedicados al siglo XIX y a denunciar los abusos contra los liberales realizados por las distintas gobernaciones militares. El final es otro ejemplo de cómo la historia era útil para filtrar ideas que las autoridades podían considerar peligrosas. En él, discute la invasión y termina con el establecimiento del gobierno civil tras la Ley Foraker de 1900. Según explica Castro Arroyo, aprovecharía para advertirle a la clase criolla que debía asumir su responsabilidad de apoyar esa legislación para el logro de la nación, al apelar a su sentido práctico (1988-1989, p. 16-18).
Luego, en La Colonización de Puerto Rico hasta la reversión a la Corona española de los privilegios de Colón, 1493-1550 (1907), Brau se detuvo en el descubrimiento y la colonización, concentrando en el siglo dieciséis y resaltando la imagen de la España heroica y fuerte.
Dicha representación de España fue utilizada por Brau y otros intelectuales criollos para contrarrestar la devaluación de los puertorriqueños por parte de los estadounidenses. A la vez, la hispanidad ayudó a Brau y a otros a enfrentar la nueva amenaza de la americanización. En el pensar de Cancel, la acomodación de la colonia hispana en el espacio de la nueva metrópoli no fue nada fácil debido a que los estadounidenses tenían una imagen deplorable de Puerto Rico (sin fecha, "Realismo," p. 7-10). Esa hispanofobia americana, explica el mismo autor, justificó la anglofobia que los nacionalistas hispanizados de principios de siglo impulsaron.
Por otro lado, Cayetano Coll y Toste es otro ejemplo del intelectual que proyectó la imagen de la España heroica y fuerte (Cubano Iguina, 1997, p. 654). La obra histórica de Cayetano Coll y Toste, en estima de Gutiérrez del Arroyo (2000, p. 22, aunque desplegó menor rigor metodológico que Acosta o Brau, fue más diversa y prestó mayor atención a las distintas etapas y momentos de la colonia española. Como es sabido, su contribución mas importante son los catorce tomos del Boletín Histórico de Puerto Rico, publicados entre 1914 y 1927 mientras ocupó el puesto de Historiador oficial bajo el nuevo gobierno colonial, tras el fallecimiento de Brau. Un dato curioso es que el gobierno colonial le había comisionado a Coll y Toste desarrollar una "Biblioteca Insular" y publicar una revista en donde se relataran los acontecimientos de más relevancia ocurridos en Puerto Rico durante el año, según indica César A. Salgado (2011); pero en su lugar el Boletín Histórico enfocó en el periodo colonial español, así como otros temas preferidos por los liberales autonomistas.
En su labor de historiador oficial –y de escritor de leyendas – Coll y Toste dejó registrado el reajuste realizado por los autonomistas en las primeras décadas del siglo estadounidense, para quienes siguió siendo vital inscribir lo puertorriqueño en lo español, pero armonizando el proyecto modernizador criollo con el de Estados Unidos. Salgado lo pone así: "Esta ansiosa contradicción anima el nostálgico proyecto archivístico y la redacción de leyendas de Coll y Toste: ambos son sendos simulacros de la hispanidad en el momento transculturador de la injerencia norteamericana" (2011).

Conclusión:
La primera fase de la historiografía puertorriqueña moderna ocurrió entre las décadas de 1850 y 1920. Ésta se relacionó mayormente con el desarrollo del pensamiento liberal, específicamente el liberalismo autonomista y separatista, según estuvo ligado a la evolución del imaginario de la modernidad.
La génesis de dicha fase se halla en las primeras manifestaciones criollistas y cosmopolitas que pugnaron entre un núcleo de jóvenes románticos de mediados de siglo. Durante su duración, la historia sirvió para confrontar la sociedad colonial decimonónica y estadounidense, en el marco del discurso liberal y modernizador europeo. Una vez concluida, en la década de 1920, quedó cimentada la base del canon tradicional –esto es, autonomista y nacionalista– que impartió su tono particular a la historiografía puertorriqueña moderna de siglo XX.
Las décadas de 1850 a 1870 son el tiempo fundacional, enfocado en el abolicionismo como lucha emancipadora y paso a la modernidad. En él, se articulan las coordenadas del proyecto moderno de una nueva generación romántica, distinta a la ilustrada. Durante las décadas de 1870 a 1890 (comienzos), ocurre un segundo momento en el cual la historia se ató a la evolución de las ideologías políticas, predominantemente el autonomismo. Fue entonces cuando se consolidó el positivismo crítico y utópico, el cual contribuyó a renovar el proyecto moderno desde noveles perspectivas. Una tercera y final instancia se manifestó entre las décadas de 1890 y 1920. Lo que le distinguió de las anteriores fue la reapropiación del discurso cultural conservador, de parte del sector liberal, un fuerte intelectualismo híbrido y una posición ambigua ante la ominosa presencia de Estados Unidos que produjo un reajuste del imaginario del progreso y el discurso de la modernidad.











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