La Historiografía como Narrativa y la huida del debate

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Descripción

La historiografía como narrativa y la huida del debate





Por el contrario, sólo en el amor, sólo envuelto en la ilusión del amor y
en razón de una creencia incondicional en lo perfecto y lo justo, logra
crear el hombre… Y sólo si la historia soporta transformarse en obra de
arte, es decir, transformarse en una creación artística, podrá quizás
mantener o incluso despertar tales instintos. Una historiografía semejante
sería experimentada, sin embargo, como una contradicción con la tendencia
analítica y antiartística de nuestra época, pues se experimentaría como una
completa falsificación


Friedrich Nietzsche, Sobre la utilidad y el perjuicio de la historia para
la vida (1874)





El mundo-verdad accesible al sabio, al religioso, al justo, vive en él, él
mismo es ese mundo… El mundo-verdad ha quedado abolido, ¿Qué mundo nos
queda? ¿El mundo de las apariencias? ¡Pero no; con el mundo verdad hemos
abolido el mundo de las apariencias!


Friedrich Nietzsche, El crepúsculo de los ídolos (1889)








Introducción





La identificación de la literatura de ficción con la historiografía es
válida y manifiesta: ambas comparten una misma estructura, la del relato.
Sin embargo, esta inocente identidad ha generado fuertes debates dentro y
fuera del campo historiográfico. Tan intensos han sido, que uno de los
interlocutores ha decidido retirarse del foro. Esto es así porque detrás de
la comparación de dos géneros de escritura, se ha creído que existe un
cuestionamiento sobre los fundamentos científicos de la historia.


Por lo tanto, el debate contemporáneo sobre el estatuto epistemológico de
la historiografía va más allá de un mero juego de apariencias, ya que la
identificación parece generar un sinnúmero de consecuencias teóricas y
prácticas para el campo. A saber, si la literatura y la historia comparten
la misma estructura, ¿esto incluye a la explicación? ¿Acaso la
historiografía es incapaz de dar con la verdad porque no logra nunca
separarse de sus "raíces" artísticas?


Pues bien, pasemos a describir el origen del "problema"[1]. Lo que se suele
llamar historiografía contemporánea nació, paradójicamente, de un debate
similar al que estamos refiriendo y es objeto de nuestro estudio. Estamos
hablando de la fundación de la escuela francesa de Annales, la cual se
forjó sobre la base de una discusión anterior entre dos intelectuales:
Seignobos (historiador) y Simiand (sociólogo). El aprendizaje que los
historiadores franceses Marc Bloch y Lucién Febvre hicieron de la discusión
de principios de siglo entre una historia historizante en decadencia y una
sociología en ascenso, fue el siguiente: la disciplina debe hacer un giro
hacia preocupaciones que tengan menos que ver con protagonistas
individuales, y más con sujetos colectivos; se debe evadir la historia
política (diplomática, militar, estatal), para introducir temáticas de
orden estructural, como la economía y la cultura; se deben formalizar
modelos, encontrar recurrencias, para evitar explicaciones contingentes, y
reunir al resto de las ciencias sociales alrededor de la historia (tender
hacia una historia "sociológica"). En fin, se buscó reducir la fuerte
impronta del relato, para ganar posiciones dentro de un paradigma de
ciencias objetivista.


La historiografía del siglo XIX, aunque le dio una metodología definitiva a
la disciplina, basada en la búsqueda de fuentes para el sostenimiento de
explicaciones, su forma de narrar y sus sujetos tenían una gran semejanza
con la novela. Incluso, varios de aquellos historiadores promovían una
forma de escribir estéticamente bella, un requisito poco importante en el
siglo "corto". De todos modos, la reformulación de la historiografía y el
distanciamiento con las producciones del siglo XIX serían producto tanto de
nuevas "modas" científicas, como de impugnaciones militantes al pasado.[2]


Aquellos deseos de la historia social y, luego de los '60, de sus
reformadores, no sólo no se cumplieron, sino que no pudieron evitar las
dudas de los epistemólogos sobre el estatus científico de sus
explicaciones. Las dudas de los filósofos de las ciencias primero, y las
"certezas indeseadas"[3] de los narrativistas segundo, provocaron las
discusiones contemporáneas que intentaremos reproducir en el estudio. Cuál
es el núcleo del debate, y cuáles han sido (y son) los problemas que se
dieron en el desarrollo del mismo, conformarán la estructura fundamental de
nuestro trabajo.








Sobre el estatuto epistemológico de la historiografía y sus objeciones





Una ciencia ambigua


La historia en tanto ciencia social ha sido "bendecida" desde sus orígenes
por una ambigua característica: al ser su objeto de estudio (el pasado)
inasible, para describirlo se necesita de la imaginación. Y si bien, la
forma en que se reconstruye el pasado es, muchas veces, a través de
materiales físicos, la puesta en "vida" de aquéllos y su articulación con
los hombres no deja de ser una imagen producida en forma de texto, nunca lo
suficientemente certera para los parámetros de las ciencias formales. De
hecho, el objeto específico de la historia no son los fenómenos físicos,
tampoco la mera relación entre el hombre y la materia, sino algo mucho más
abarcador, que es la aprehensión de formas de vida pasadas. Esto sólo con
respecto a la labor descriptiva del historiador.


Existe, según las épocas y las tradiciones historiográficas, un segundo
aspecto en la disciplina que tiene que ver con la formulación de juicios de
valor sobre ese pasado reconstruido. O estos juicios se fusionan
inconscientemente en la misma reconstrucción del pasado o, -menos común-
son claramente manifestados por el autor. ¿Por qué los juicios de valor,
inevitables, deben estar ocultos? Pues bien, la historiografía tiene como
estrategia discursiva la simulación de que los acontecimientos "se relatan
a sí mismos". Esto es así, porque se piensa que las huellas del autor le
quitan realismo a su reconstrucción, o en lenguaje sociológico, se debe
buscar una posición "neutral" con respecto al objeto, por eso, nada mejor
que intentar borrar la personalidad en sus aspectos formales (la primera
persona), y también en aquellos ligados a la experiencia, como la
ideología.


Como se puede leer, parece haber dos condiciones en la labor
historiográfica que la vuelven una ciencia ambigua: la obligación de
referenciar al mundo histórico, y la necesidad de hacerlo a través de la
imaginación. Ahora bien, por más que exista una ética profesional muy
estricta, no se ha dado en la historiografía -ni se intentó implementar con
mucho ahínco- ningún tipo de tribunal o consenso sobre qué tipo de
referencias son válidas y cuáles no sobre aquel mundo histórico. Esta
carencia genera la posibilidad cierta -aunque mucho menos usual de lo que
se piensa- de que se ofrezcan al público versiones enfrentadas sobre los
hechos del pasado.





Objeciones del neopositivismo


Según el neopositivismo, la historiografía carece de verificación posible,
es decir, no se puede saber si sus proposiciones son verdaderas o falsas.
Postulan que no se puede tener una experiencia del pasado, sino sólo del
presente, por lo tanto, el mismo objeto de la historia está siendo
cuestionado.


Tampoco, la disciplina se sustentaría sobre leyes universales, las cuales
son capaces de generar un conocimiento "significativo", dado a su aspecto
predictivo. Sólo en algunas ramas de la historia se lograría lo que Hempel
llama "leyes generales probabilísticas", que explicado muy sintéticamente,
podrían describirse como leyes con un grado menor de efectividad que las de
tipo formal. Se sigue, entonces, que aquellos sectores del campo que
abordan estudios cuantitativos, como la demografía o la historia económica,
podrían lograr una especie de predicción (que en historia es retrodicción).
Así, el resto de la historiografía se mueve con explicaciones que son, en
realidad, "esbozos explicativos".








Objeción del escepticismo y el relativismo


Las siguientes objeciones provienen del carácter personal e ideológico con
el cual están construidas las explicaciones en la historia. Ya sea que se
intente evitar o, que de un modo más lábil, se concilie la presencia de
huellas experienciales en la producción historiográfica, lo que resulta es
un escepticismo sobre la validez del conocimiento histórico, dado la
posibilidad de versiones diferentes sobre el pasado.


Por un lado, quienes intentan evitar las "distorsiones" generadas por el
historiador, sostienen que la disciplina debería imitar el método
objetivista de las ciencias naturales. No obstante, como también pensarían
los neopositivistas, esto no es posible en el caso de la historia, por el
carácter "pasado" de su estudio. En fin, estos argumentos llevan a una
consideración escéptica sobre el conocimiento científico del pasado.


Por otro lado, quienes aceptan la posibilidad de escribir historia sin
evitar la perspectiva, dan por hecho la multiplicidad de discursos, lo que
llevaría al relativismo histórico: todos los relatos que refieren al pasado
son válidos por igual.








Un giro para la historia






La crisis de la historia social


Hacia los '60, la historiografía se transformaría por segunda vez en el
siglo, a través del estructuralismo. Con él, se renunciaría al proyecto
unificador impulsado por la historia social y la sociología, lo que
provocaría una apertura hacia nuevas temáticas y una nueva concepción del
tiempo.


Si Annales negaba una estructuración del tiempo basada en sujetos
nacionales, ésta no rechazaba todo tipo de temporalidad. De hecho, lo que
se instauraría en la segunda generación de historiadores franceses, con
Fernand Braudel a la cabeza, era la historia desde una perspectiva de
"larga duración", es decir, un acercamiento a los sujetos colectivos en
relación a condiciones que trasvasan el mero "acontecimiento", ubicando a
la geografía y las mentalidades en el centro de la escena.


La crítica del estructuralismo golpeaba en el núcleo de aquella concepción
diacrónica del tiempo, proclamando: qué es el tiempo, sino una construcción
del lenguaje.[4] Esta sentencia dividió en dos (o más) las opiniones sobre
el estatuto epistémico de la historia. Por un lado, se encontraron aquellos
que desde la filosofía y las teorías del lenguaje comenzaron a estudiar la
historiografía para dar con su "naturaleza" discursiva. Por el otro, y
desde la propia práctica historiográfica, se erigieron los cientistas
sociales que basaron su producción en lo que nosotros llamamos una
estrategia de "escape", se entiende, de huida a las preguntas
epistemológicas.





La intervención narrativista[5]


Paradójicamente, como resultado de los debates de los '60, el aspecto
narrativo de la historia ha sido puesto en valor de nuevo. Pero este giro
no es de 360 grados, es decir, no es una vuelta al historicismo. Lo que
cambió es la consideración misma de la narrativa como una forma válida y
-adelantamos- única, para comprender la realidad histórica. También
cambiaron los interrogantes, que ya no son si la historia es una ciencia o
no, si sus explicaciones contienen algún tipo de ley o es sólo un conjunto
de apreciaciones.[6] En cambio, la pregunta última que parece hacerse el
narrativismo es ontológica: ¿Qué es la historia?


Para responderla, algunos autores concentraron sus esfuerzos en dilucidar
el rol que cumplía la narrativa en la historia, ante el auge de las teorías
del lenguaje y la hermenéutica. Sin embargo, no todos plantearon las mismas
tesis. Veremos sintéticamente tres recorridos.


Para Arthur Danto, filósofo norteamericano, la historia es una empresa
descriptiva y explicativa. La unidad de sentido que caracteriza a este
discurso es la "oración histórica", y por ella es que se diferencia de la
ficción:


"Ya que el tiempo de una oración histórica es un factor que
cuenta respecto de su verdad, las oraciones históricas deben
localizarse en la misma escala temporal que los eventos que describen.
Esto ciertamente distingue el lenguaje histórico de otros tipos de
lenguaje, ya que a pesar de que cualquier proferición tiene un tiempo,
éste es una condición de verdad sólo para las oraciones históricas.
Por lo cual es irrelevante para otros tipos de lenguaje cuya
temporalidad no penetra en su significado. El lenguaje no-histórico,
de esta forma, puede ser semánticamente atemporal"[7]


Dada su concepción del lenguaje, en la cual éste es un objeto del mundo,
pero de un tipo muy particular, ya que tiene la posibilidad, a su vez, de
representar a otros objetos (está dentro del mundo y "fuera" de él), Danto
ve que: el lenguaje histórico es histórico. Es decir, un discurso que
refiere al pasado siempre es verdadero, porque aquella representación del
mundo es un evento único y original (por lo tanto, un acto poiético),
constituyéndose a partir de su creación en un objeto más del mundo.[8]


La estrategia de Hayden White, historiador norteamericano, pasó por
introducir teorías del análisis literario para estudiar la producción
historiográfica, ya que: "En esa teoría considero la obra histórica como lo
que más visiblemente es: una estructura verbal en forma de discurso en
prosa narrativa."[9]


De esta manera, White intenta un análisis que se encuentra por fuera de la
cuestión estrictamente teórica o epistemológica, enfocándose en un nivel
anterior (o superior), que es la forma en que se producen y aceptan
paradigmas narrativos de modo precrítico.[10] Nos explicamos. Los
historiadores, dado a sus experiencias, imponen una forma o estilo a las
referencias que hacen del mundo. Pero estas prefiguraciones, como el
término anuncia, no son intencionadas, porque la propia naturaleza de la
disciplina obliga a adjudicar a los sujetos referenciados la apariencia de
una autointerpretación. En otras palabras, la historia tiene una pretensión
de verdad, condición que la diferencia de la literatura, por eso necesita
de una estrategia que enmascare la perspectiva del autor y propicie una
explicación desde los objetos mismos, por lo tanto, fuera de sí (White
llama a esta operación, narrativización[11]).


Dicho esto, el análisis de los textos históricos se hace como si fueran
textos literarios. Serían cuatro las instancias de análisis que preocupan a
White: la trama del relato (romántica, trágica, cómica o satírica), el
argumento (formista, macanicista, organicista o contextualista) y la
ideología (anarquista, radical, conservadora o liberal). Estos aspectos no
se combinan de modo aleatorio, sino que existe cierta lógica en su
implementación. Por ejemplo, la trama romántica lleva predominantemente un
argumento formista y una implicación ideológica anarquista.


El cuarto aspecto, es una instancia prefigurativa, "derivada"[12] de las
anteriores: los tropos. La combinación de los elementos enunciados antes
(la trama, el argumento y la ideología) se plasman en los textos a través
de un objeto lingüístico que es la metáfora. Cuatro son los tipos de
metáforas o tropos que reconoce White: la metáfora propiamente dicha, la
metonimia, la sinécdoque y la ironía. Según la fusión especifica de los
elementos explicativos, se logra la predominancia de un tropo particular.
Por ejemplo, la metáfora es representativa del mismo modo que el formismo
lo es, la metonimia es reductiva tanto como el mecanicismo, y la sinécdoque
es integrativa, como lo es el organicismo.


En conclusión, la experiencia del historiador se plasma en un conjunto de
decisiones narrativas e ideológicas, y a su vez, estas últimas se ven
sintetizadas (dado a sus propiedades) en un objeto lingüístico en
particular.


Por último, Paul Ricœur, filosofo francés, considera que el relato en la
historiografía ya no es el "mal menor" de la historia, la imperfección que
se debe pulir, sino que: la realidad histórica no se puede conocer de otra
manera que no sea a través del relato.[13] Pero dejemos que él mismo nos
explique las implicancias de esta idea en toda su complejidad:


"el tiempo se hace tiempo humano en la medida en que se articula
en un modo narrativo, y la narración alcanza su plena significación
cuando se convierte en una condición de la existencia temporal."[14]


El "problema" es que esta forma de conocer es tan válida para la
historiografía como para la literatura y la vida cotidiana[15]:


"Necesitamos el relato empírico y el de ficción para poder
llevar al lenguaje nuestra situación histórica… Mi tesis consiste, por
tanto, en que nuestra historicidad es llevada al lenguaje mediante
este intercambio entre historia y la ficción, así como entre sus
pretensiones referenciales."[16]


Con esta tesis, no se busca rebajar la referencialidad de la historia,
aunque sí, ciertamente, se eleva el valor de la ficción. Porque, para
Ricœur, es falso el prejuicio de que la historia tiene sólo una función
científica, mientras la ficción una función subjetiva, ya que en esa
oposición lo único que se distingue es el procedimiento metodológico. Qué
es, sino ficción, el encubrimiento de las pasiones del autor, para así
dejar hablar a "las cosas del pasado":


"Esta dialéctica aproxima la historia a la ficción, pues el
reconocimiento de la diferencia de los valores del pasado conlleva la
apertura de lo real a lo posible"[17] Y con respecto a la ficción dice:
"… ¿no podrá decirse que, a aproximarnos a lo diferente, la historia nos
da acceso a lo posible, mientras que la ficción, al permitirnos acceder a
lo irreal, nos lleva de nuevo a lo esencial?"[18]





La estrategia conservadora


Lo que llamamos estrategia conservadora es el corrimiento que se dio en
parte de la historiografía europea a partir de los años '70, en respuesta a
los debates y propuestas que estuvimos revisando en los párrafos
precedentes. Esta estrategia significó el robustecimiento de las
investigaciones a través de la utilización de documentos cuantificables, y
una reducción radical del marco espacial y temporal en estudio -llamada
Microhistoria. Decimos que es conservadora porque implicó un endurecimiento
de una tendencia que ya se venia implementando. Esta reacción tuvo grandes
resultados desde el punto de vista prescriptivo, generando una "sensación"
de cientificidad única en la historia de la historiografía, pero logró
magros beneficios a la hora de construir una "historia para la vida".[19]
La ecuación conservadora que llevó a la utilización de más y mejores
técnicas explicativas, resultó en una definición de historia que tenía
pocas vinculaciones con el presente, es decir, menores posibilidades para
que el historiador respondiera de forma sustantiva a las preguntas de su
propio tiempo. Quizá la imagen más representativa de esta historia es la de
una radical atemporalidad, un predominio de la sincronía por sobre la
diacronía.


Pero lo que queremos exponer aquí no son las características de las "nuevas
historias", ya que en ellas vemos tanto elementos progresistas como
retrógrados. Nos enfocaremos, entonces, en las críticas que los
historiadores hicieron al narrativismo. Nuestra hipótesis es que fue a la
hora de debatir, donde parte del campo historiográfico tomó las posturas
más conservadoras. Veremos cuáles fueron sus estrategias.


Quizá uno de los autores que más seriamente intentó producir una "contra-
propuesta" fue Chris Lorenz, a través del "realismo interno". Pero más
interesantes y paradigmáticas aun fueron sus críticas al postmodernismo. En
primer lugar, este historiador reconoce dos frentes de polémica, que
identifica como el "objetivismo" y el "relativismo". El primero, sin
describirlo de manera precisa, sería el representante del realismo ingenuo,
que sostendría la idea de una historia capaz de "develar" la realidad con
sus investigaciones. El segundo es el narrativismo. Este último es
caracterizado como "relativismo" dada la presunción de que las
consideraciones postmodernas dejan sin efecto la condición fundante (y
especifica) de la historia: la pretensión de verdad.


Con ello, existe el miedo de que la Historia como disciplina no sólo pierda
su status científico, sino que pierda el sentido de su existencia, ya que
si no hay diferencia entre la literatura y la historia, ¿de que sirve
continuar investigando, buscando fuentes, en fin, escribiendo manuales?
¿Cuál sería el rumbo del mundo si ya no importara la facticidad o no de un
evento como, por ejemplo, el holocausto?


Pero Lorenz equivoca el camino al traducir autores como Hayden White en
tanto "relativistas". En principio, porque en ningún momento este autor
niega la pretensión de verdad de la historia. Pero tampoco niega la
posibilidad de la historia de referenciar el pasado, o incluso la
"realidad" de los hechos del pasado. La confusión se da, primero por una
falta de voluntad o mala lectura del narrativismo, y segundo, porque existe
en los historiadores un prejuicio con respecto al arte: le niegan el
aspecto referencial y aquel ligado a la producción de sentido. Para el
historiador ingenuo, el arte es igual a placer y entretenimiento (con
suerte, puede ser un objeto que "represente" a parte del pasado, pero sólo
en aquellas obras más obvias, por ser realistas). Entonces, cualquier
comparación entre la historia y la literatura, enardece los ánimos.


Y es precisamente en este último punto donde Lorenz enfoca sus mayores
preocupaciones, porque si la historia se transforma en un "expresión
cultural", ya no es capaz de ser "… justificada en términos de (la verdad
de) argumentos fácticos." [20]


Lo más paradójico de su postura, es que su contra-propuesta para la
historia futura, no sólo reclamaría la revisión de sus críticas, sino
implicaría un acercamiento con ciertas opiniones del narrativismo. Pero
empecemos por las diferencias. El realismo interno postula:


"primero, que la realidad existe independientemente de nuestro
conocimiento de ella; y segundo, que nuestros enunciados científicos…
refieren a esta realidad de existencia independiente."[21]


Aquí, el autor sostiene indirectamente que existe un abismo entre las
interpretaciones y la realidad, porque si la realidad tiene una existencia
"independiente", debería de haber algún obstáculo que a la historia le
impide llegar a ella (sino fuera así no habría problemas epistemológicos).
Pero luego, el autor gira su opinión, para decir que las nociones de
correspondencia y referencia


"…derivan su significado de marcos de referencia específicos, en
relación a los cuales resultan relativos. Por lo tanto, la cuestión
'qué es factico?' alias 'qué es verdadero o real?' es siempre
dependiente e interna a marcos lingüísticos específicos en los que la
realidad es descripta."[22]

En fin, la estrategia de Lorenz en este punto se vuelve muy tramposa, por
circular, porque marca diferencias con posturas del narrativismo
supuestamente erradas, para luego proponer tesis que las confirmarían. La
pregunta que cabe es: ¿Lorenz entiende las tesis que crítica?

Otra estrategia, un tanto más despectiva[23] con su interlocutor, es la que
toma Gerard Noiriel, un historiador francés. Su polemista son los
representantes del Lenguistic Turn (giro lingüístico), aunque detrás de la
crítica a éstos se esboza una a la cultura norteamericana en general.[24]
Según Noiriel, el giro lingüístico no es más que una moda que no ha podido
instalarse más allá de las universidades norteamericanas, y que su estilo
polémico es producto de su falta de solidez argumental. Es decir, para
lograr visibilidad, radicalizarían sus posturas. Pero lo que más molesta
del giro lingüístico es:


"Erigiéndose a la vez en juez y parte de la investigación
histórica, tacha de un plumazo tantos años de trabajo que los
historiadores considerados 'superados' han dedicado a su tarea,
poniendo a la vez en tela de juicio el sentido mismo de su existencia
profesional. En estas circunstancias, ya no puede sorprender que las
discusiones sobre el LT [Lenguistic Turn] no hagan más que agravar las
disensiones existentes en el seno de la 'comunidad' de
historiadores."[25]


Como se puede leer, para los historiadores conservadores, se esta jugando
mucho más que un estatuto epistemológico. La comparación de la historia con
la literatura o, mejor dicho, la focalización en los aspectos narrativos de
la historia, contiene los siguientes "peligros": se destruye la disciplina
como tal; se le da libertad al lector para interpretar los textos[26] (a
saber: esto es "negativo"); se atomizan las investigaciones, lo que implica
la elevación del paradigma de autor antes que de "escuelas"; etc[27].


En fin, Noiriel sería uno de los representantes más conservadores en esta
polémica, ya que propone un total inmovilismo teórico y categorial (hasta
critica a Bernard Lepetit, de Annales, por su "giro crítico"); no considera
necesario pensar problemas epistemológicos o filosóficos; reduce la
historia a un mero oficio o técnica; su modelo de investigador es aquel que
ignora al resto de las disciplinas; intenta retrotraer el "tiempo
intelectual", para volver a un paradigma de ciencias que prescinda del
perspectivismo. Por todo esto, no solo se convierte en conservador, sino en
un intelectual antidemocrático (que no es siempre lo mismo).








Conclusión. La puesta en valor de la narrativa y el porqué del
conservadurismo


Si hay algo que criticar a los historiadores, no es su angustia o su
malestar por las preguntas que se introdujeron desde "fuera del campo"[28],
sino su reacción conservadora, que ha implicado una falta de voluntad para
entender las posiciones de sus interlocutores. No sólo que pocos
postmodernistas negaron el poder referencial de la historia o su pretensión
de verdad, sino que además se dieron algunas respuestas muy progresistas
para poder superar el problema de las "perspectivas encontradas" (quizá, lo
que más preocupa a los historiadores): el "antídoto" del presunto
relativismo es la hermenéutica.[29]


Pero existe otro problema que, creemos, ha sido la causa del mal desarrollo
de este debate trunco. Parte de los historiadores no entienden
correctamente al narrativismo porque lejos de ser una corriente homogénea o
doctrinaria, parecería contener -por ahora- líneas de interpretación muy
variadas, incluso contrapuestas. En consecuencia, las opiniones
conservadoras construyeron una imagen muy reduccionista del movimiento, que
definieron como "relativista" e "idealista". ¿Por qué? No creemos en la
incapacidad interpretativa de los historiadores, sino en un obstáculo que
va mas allá del propio campo, y este es el prejuicio. Formados en escuelas
que no promueven el pensamiento filosófico, los cientistas sociales (en
general) no pueden abrirse fácilmente hacia ideas que provienen de
preguntas existenciales. Pero además, se ha verificado en las discusiones
ciertos "traumas positivistas" no conciliados, que derivan, precisamente,
de la falta de actualización intelectual. Seamos claros. Si la
interpretación sobre el postmodernismo es que es reduccionista y
doctrinaria, es porque las ciencias sociales son de ese modo. Al no
preguntarse por su propio ser, no dan cuenta de las propiedades que imponen
a los objetos. Y esto, una vez más, nos lleva al principio de la cuestión.


¿Por qué decimos que en el debate uno de los interlocutores ha huido del
foro? Pues bien, quienes tuvieron la voluntad de discutir, lo hicieron
ignorando al otro. Se entiende, parte de los historiadores críticos
desfiguraron las posiciones originales del narrativismo, y terminaron
discutiendo con "nadie". Los que no tuvieron voluntad de discutir, se
arrogan la victoria y continúan con sus prácticas historiográficas como si
el debate se hubiera cerrado, como si estuviera superado, o como si nunca
hubiera ocurrido.


(Antes de proseguir, voy a terminar con la tercera persona). Creo que el
aprendizaje más importante que los historiadores podemos hacer del
narrativismo -y a través de él, de la hermenéutica y el existencialismo- es
la posibilidad de deslegitimar las actitudes intelectuales autoritarias,
que escondidas detrás del realismo y la objetividad dominan el campo. Una
vez que una corriente realista se hace dominante, se elimina toda
posibilidad de discusión (ha pasado con el liberalismo y con el marxismo,
según los distintos países). El progreso intelectual no se funda en la
imposición de un paradigma teórico unívoco, sino en el aprendizaje de una
actitud democrática en y para la cultura. Esto, con respecto a las
consecuencias, si se quiere, éticas del postmodernismo.


En lo que respecta a la propia actividad historiográfica, creo que perder
la narrativa es perder la naturaleza misma de la historia. Sin relato, no
hay nada que mostrarle al público. Es como la tarea de un físico sin la
aplicación tecnológica de sus ideas: queda en los papeles. El placer por la
abstracción, en una disciplina como la nuestra, es hedonista. ¿Por qué hago
esa diferencia? Porque la historia es parte de las culturas, al nivel de la
literatura y el cine. Representa por partida doble a los continentes:
porque hablan de su pasado histórico, y porque hablan desde su particular
experiencia. Pero hoy, lejos de eso, la historiografía se ha vuelto una
disciplina incestuosa, demasiado encerrada en sí misma.


¿Si la historia es una ciencia? Poco importa. Si hay alguna disciplina que
no va a morir con el tiempo, esa es la historia. Quizá no sea en forma de
libro, pero siempre la humanidad necesitará del relato. Por lo tanto, las
dudas que se esconden detrás de dicha pregunta, no pueden ser tales.


Como quizá se note, me excita la posibilidad poética que ha abierto el
narrativismo. Creo que, como opinan algunos autores que analizamos aquí, la
historiografía es un género literario, pero de un tipo muy particular. Está
reducido en sus posibilidades estéticas, porque su matriz es el realismo,
pero en consecuencia, lo hace un arte muy significativo, dado a sus
posibilidades políticas (prácticas). Es un arte lleno de valores.


Lo positivo de que sea un arte y no una ciencia, es la posibilidad de
ampliar o reemplazar valores culturales de modo progresista e
intersubjetivo, ya no a través de crisis angustiosas que son la
consecuencia de la decadencia de regímenes intelectuales/políticos
autoritarios. Si se concibiera como arte, en algún punto, la historia
"viviría constantemente" en crisis, en el sentido de cambio. No habría que
esperar lo peor (guerras, genocidios, caídas de dictaduras) para superar
una teoría.


El miedo por la no-referencia al mundo está infundado. Los pueblos no van a
olvidar las tragedias del pasado, siempre y cuando estén dispuestas a
recordarlas. Sino veamos el mundo hoy, y reconoceremos los cientos de
crímenes e injusticias que se suceden, y la historiografía tradicional no
es capaz de hacerlos presentes en las sociedades.


No propongo el fin de la disciplina, ni el fin del estudio de ella. Pero
debemos ser sinceros, y decir que la historia la puede escribir cualquier
ser humano que logre aprender el género, sin necesidad de haber pisado una
universidad. Esto es una prueba más de que la historia es un género
literario (aunque realista), pero también, de lo importante que es para una
cultura, porque es patrimonio de todos. Quizá, los mejores historiadores
continúen siendo los "profesionales". Lo interesante es que, quizá no.



Bibliografía


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en History and Therory, vol. XXV, Nº 2, 1986.


Chartier, Roger. "La historia hoy en día: dudas, desafíos, propuestas" en
Olabarri y Caspitegui (directores): La nueva historia cultural: la
influencia del posestructuralismo y el auge de la interdisciplinariedad,
Madrid, Editorial Complutense.


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del siglo XIX, Buenos Aires, FCE, 1998.


White, Hayden (1987): El contenido de la forma. Narrativa, discurso y
representación histórica, Buenos Aires, Paidos, 1992.


-----------------------
[1] Queremos aclarar que vamos a describir el origen del "problema" desde
el punto de vista del campo historiográfico, siendo conscientes que la
mayoría de las veces los debates epistemológicos exceden y, quizá, se
desarrollan sin la intervención de historiadores.
[2] Existe una estrecha relación entre la impugnación al nacionalismo, post-
primera y segunda guerra mundial y el rechazo a una "historia nacional"
como la entendían muchos historiadores del siglo XIX, como por ejemplo
Ernest Lavisse en Francia.
[3] "Indeseadas" para los detractores del narrativismo.
[4] Ricœur, Paul: Tiempo y narración. Configuración del tiempo en el relato
histórico, Siglo XXI, p. 41.
[5] La selección de autores, y a su vez, la concentración del análisis sólo
en algunos de sus postulados es producto de un interés particular, por lo
tanto, arbitrario.
[6] Este tipo de análisis se llama normativo, y es representativo del
Positivismo lógico.
[7] Danto, Arthur: "Historical Languaje, and Historical Reality", en
Narration and Knowledge, Columbia Univertsity Press, 1985, [traducción de
cátedra], p. 7.
[8] Estas consideraciones tienen una fuerte impronta hermenéutica. La
creación de un discurso nuevo resuena al concepto de Hans-Georg Gadamer:
"unidad perfecta de sentido". [ver Gadamer, Hans-Georg: Verdad y método,
Salamanca, Sígueme, 1999, p. 363.]
[9] White, Hayden (1973): Metahistoria. La imaginación histórica en la
Europa del siglo XIX, Buenos Aires, FCE, 1998, pag. 9.
[10] La ideología es, en mayor o menor medida, una decisión voluntaria de
parte del historiador, pero veremos que las implicancias que conllevan
estos paradigmas son no-intencionales. Es decir, ser "anarquista" al autor
lo obliga a escribir de una manera especifica, sin siquiera percibirlo. De
todos modos, la ideología a la cual apela White no lo es en el sentido
fuerte de la palabra: podría pasar que ese mismo anarquista desarrollara en
sus narraciones una ideología liberal, por ejemplo.
[11] White, Hayden (1987): El contenido de la forma. Narrativa, discurso y
representación histórica, Buenos Aires, Paidos, 1992, p. 17.
[12] Si es prefigurativa, no se "deriva". Lo que se quiere decir es que
está en relación con las anteriores.
[13] No obstante, esto no quiere decir que el "mundo real" sea
efectivamente narrativo, esto es, una mera continuación de los textos. La
relación que existe entre lo real (lo representado) y la narración (el
referente) es dialéctica, en el sentido de que se codeterminan. Ni la
historia produciría sus relatos desde el caos de los eventos, ni la
realidad se impondría sobre el texto de manera automática. En cambio, una
relación de continuación entre el relato y la realidad es esbozada por
David Carr, quien dice: "La narrativa no es simplemente una forma
posiblemente exitosa de describir eventos, su estructura inhiere a los
eventos mismos. Lejos de ser una distorsión formal de los eventos que
relata, una consideración narrativa es una extensión de uno de sus rasgos
primarios. Mientras otros argumentan por la discontinuidad radical entre
narrativa y realidad, yo sostendré no solo su continuidad sino también su
comunidad de forma." [Carr, David: "Narrativa y el mundo real: un argumento
para la continuidad" en History and Therory, vol. XXV, Nº 2, 1986, p. 117.
(Traducción de cátedra)]
[14] Ricœur, Paul: Tiempo y narración. Configuración del tiempo en el
relato histórico, Siglo XXI, p. 113.
[15] El hecho de contar una historia, de recuperar un recuerdo, necesita
también de la estructura narrativa para ser transmitido. Ricœur relaciona
la historia y la memoria, tanto de los historiadores como de los individuos
en su libro La lectura del tiempo pasado: memoria y olvido (Madrid, UAM,
1999).
[16] Ricœur, Paul: Historia y narratividad, Barcelona, Paidós, 1999, p.
153.
[17] Idem, p. 154.
[18] Idem, p. 155.
[19] Aquí hago referencia explícita a la concepción que tiene Nietzsche
sobre lo que debería ser la historia, cuando criticaba a los historiadores
alemanes de su época. Esta historia nietzscheana es una que promueve la
acción, no la contemplación. Negaba toda relevancia a una historia que
fuera tan sólo un objeto de "placer superfluo", que sea un objeto de sí
misma. [Nietzsche, Friedrich(1874): Sobre la utilidad y el perjuicio de la
historia para la vida, Madrid, Biblioteca Nueva, 1999, p. 37]
[20] Lorenz, Chris: "Conocimiento histórico y realidad histórica: una
defensa del 'realismo interno'", en History and Theory, vol. 33. Nº 3,
1994, [Apunte de cátedra. Traducción: Cecilia Macon], p. 9.
[21] Lorenz, Chris: "Conocimiento histórico y realidad histórica: una
defensa del 'realismo interno'", en History and Theory, vol. 33. Nº 3,
1994, [Apunte de cátedra. Traducción: Cecilia Macon], p12.
[22] Idem, p. 13.
[23] Roger Chartier también toma esa postura, al decir que Michel de
Certeau fue el "pionero" en reconocer la pertenencia de la historia al
género de la narración, cuando, por ejemplo, Hayden White lo había hecho
varios años antes. [Chartier, Roger. "La historia hoy en día: dudas,
desafíos, propuestas" en Olabarri y Caspitegui (directores): La nueva
historia cultural: la influencia del posestructuralismo y el auge de la
interdisciplinariedad, Madrid, Editorial Complutense, p. 22]
[24] Noiriel describe a los historiadores norteamericanos en términos de:
"superficiales", enfocados en la búsqueda de poder dentro del campo,
adictos a las "modas" intelectuales, etc. En general, la cultura
norteamericana es descripta en términos similares. Intuimos una burda
derivación.
[25] Noiriel, Gérard: Sobre la crisis de la historia, Madrid, Cátedra,
1996, p. 138.
[26] "Si nadie está en posesión de la verdad de una interpretación textual,
si es el propio lector el que construye el sentido del texto que él
estudia, ¿desde que 'verdades' pueden criticarse los análisis de los otros
historiadores? Puesto que la 'desconstrucción' prohíbe toda estabilización
del sentido, ¿no amenaza 'a largo plazo' con reducir al historiador 'a un
silencio impotente'?" [Noiriel, Gérard: Sobre la crisis de la historia,
Madrid, Cátedra, 1996, p. 142.]
[27] Según Noiriel, el giro lingüístico ha sido también el causante de la
división del movimiento feminista, a través de los estudios de género,
porque ha generado peleas teóricas entre dos historiadoras como Joan Scott
y Laura Downs "A fin de cuentas, se constata que el esfuerzo de
'teorización' agrava las divisiones existentes en el seno del movimiento
feminista y lo debilita, cuando el objetivo inicial era reforzarlo."
[Noiriel, Gérard: Sobre la crisis de la historia, Madrid, Cátedra, 1996, p.
146]
[28] Aunque esto no es tan así, porque muchos de los que sostienen el
narrativismo son historiadores.
[29] Me refiero al circulo hermenéutico, propuesta comprensiva de Hans-
Georg Gadamer [ver Gadamer, Hans-Georg: Verdad y método, Salamanca,
Sígueme, 1999.]
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