La externalización del cuidado. Inmigración y género

October 17, 2017 | Autor: Joaquin Giró | Categoría: Employment, Género, Inmigracion, Tercer Sector, Cuidado de la salud
Share Embed


Descripción

Capítulo 4.

La Externalización del cuidado. Inmigración y Género Joaquín Giró

Universidad de La Rioja

1. Introducción El envejecimiento de la población es un indicador demográfico de la modernidad o posmodernidad de las sociedades, a la vez que un reto socio-sanitario por la impronta que el crecimiento de este sector de población constituye en las políticas económicas, que, en general, no han sido proyectadas para una sociedad dominada por las personas mayores de sesenta y cinco años y en buena medida por viejos y dependientes. En España, según datos recientes, siete millones de personas han cumplido los sesenta y cinco años, lo que supone casi la quinta parte de la población A ello se une el fenómeno que se viene denominando “envejecimiento del envejecimiento”, es decir, el incremento de las personas mayores de ochenta años, entre quienes se encuentran las más necesitadas de atenciones y cuidados en la vida cotidiana por las carencias que muestran para la realización de las actividades básicas para la vida diaria (ABVD). El 30,5% de las personas mayores de más de sesenta y cinco años poseen algún tipo de discapacidad, estando asociada a una dependencia el 21,6%. Es decir, casi un cuarto de las personas de más de sesenta y cinco años son dependientes y necesitan la ayuda de una tercera persona para realizar las actividades de la vida diaria. Si a esto sumamos las reformas en los servicios sanitarios que ponen el énfasis en la atención a la salud en el propio entorno, evitando la hospitalización o el ingreso en residencias, y añadimos los cambios demográficos y sociales relativos a la composición de los hogares,

76

Joaquín Giró

así como la asunción de nuevos roles en la mujer, acordaremos que, en consecuencia, los servicios de cuidados a personas dependientes debían ser y han sido externalizados. Empieza a ser común en España que los cuidados de las personas dependientes estén en manos de mujeres inmigrantes, como extensión de la norma tradicional que señalaba a las mujeres de la familia, principalmente hijas y cónyuges, como cuidadoras principales. El escaso desarrollo del Estado del Bienestar, que todavía cubre de manera parcial las necesidades de cuidado de las personas dependientes, el envejecimiento de la población, la reciente incorporación de las mujeres al mercado laboral, los cambios en la composición de los hogares familiares, la insuficiente corresponsabilización de los miembros del hogar en el cumplimiento de las tareas domésticas y los flujos migratorios de esta última década, entre otros factores, han permitido la externalización de los cuidados, constituyendo uno de los principales nichos de trabajo para las mujeres inmigrantes. El conjunto de estos factores no son sino dimensiones del cambio social que se ha producido en esta década y que tiene que ver con la caída de las tasas de natalidad, la disminución de la fecundidad, el aumento de la esperanza de vida, la tendencia a la privatización en materia de política social, la internacionalización del mercado de trabajo y la aceleración y crecimiento de los flujos migratorios. Además, se han observado numerosos cambios en el modelo de convivencia familiar a través del desarrollo de formas más diversas y complejas. Se tiende hacia modelos más reducidos, con incremento en el número de hogares monoparentales y reducción de la convivencia intergeneracional (aumento de la movilidad entre los miembros familiares). Por su parte, los cambios en la situación social y laboral de las mujeres vienen de la mano de los cambios introducidos en las formas de convivencia en el seno de los hogares familiares, donde se enfrentan, con el fin de conseguir una situación de igualdad, a la posición de dominio de los varones y, en consecuencia, a la ideología patriarcal sobre la que se conformaron las sociedades desarrolladas. Sin embargo, en esta lucha por la igualdad se dan graves contradicciones pues, como respuesta a la ausencia de corresponsabilidad de los varones en la actividad doméstica y de cuidados, las mujeres trasladan a otras mujeres estas actividades, perpetuando los roles que pretenden combatir, al hacer de las mujeres inmigrantes el chivo expiatorio de su debilidad estructural en las relaciones de género. A pesar de que la investigación sobre el trabajo de cuidadoras de las mujeres inmigrantes en los hogares españoles es todavía relativamente escasa, sabemos que se han estudiado los factores que influyen en la aparición de este tipo de cuidados, las relaciones entre cuidadoras y personas cuidadas; el cuidado informal (principalmente el prestado por el entorno familiar), la salud de las cuidadoras, la discriminación de las trabajadoras del sector de cuidados y las sobrecargas y el estrés de las mujeres que cuidan (http://www.elsevier.es). Por nuestra parte, ante la escasez de estudios sobre las condiciones de vida y trabajo de las cuidadoras, sobre todo de las tareas que realizan y la repercusión sobre su vida personal, hemos decidido avanzar algo sobre estas cuestiones.

La Externalización del cuidado. Inmigración y Género

77

La metodología que hemos seguido ha utilizado diversas técnicas, aunque de modo sustancial se han movilizado las cualitativas como principales instrumentos de investigación, específicamente la entrevista en profundidad y la historia de vida. Ambas, de larga tradición sociológica, nos permiten el análisis del proceso de cuidados tomando en consideración el punto de vista del actor social a través de sus experiencias enmarcadas en el contexto social que ha vivido y vive. La información que nos han proporcionado las mujeres entrevistadas se ha organizado en torno a tres grandes bloques: uno relativo a la propia cuidadora, inquiriendo por las circunstancias de su viaje hasta España, su historial familiar, educativo y profesional; un segundo relativo al itinerario laboral en España, con mención especial a los trabajos de cuidado, y, finalmente, otro relativo a las características propias de las actividades del cuidado y su valoración. Se realizaron una docena de entrevistas, momento en el cual apreciamos que el discurso se repetía de algún modo y poco más nos podría aportar la materialización de nuevas entrevistas. Las cuidadoras fueron seleccionadas aleatoriamente, aunque en virtud a un perfil clasificador que nos permitiera identificarlas según la forma de desarrollar su trabajo: por horas o como internas, en el medio rural o urbano, a través de una empresa de servicios o por cuenta propia. Los rasgos demográficos básicos nos indican que el 60% de las entrevistadas tenían una edad de 40 a 42 años (20% de 36 a 38 años y 20% de 50 a 64 años); el 70% estaban casadas y el 30% separadas o divorciadas; todas habían cursado estudios secundarios y, además, tres de ellas habían finalizado bachiller y otras tres estudios universitarios; diez de ellas tenían hijos, residiendo con ellas o bien en su país de origen. En conjunto, llevan una media de seis años en España (la que menos dos años y la que más doce) y proceden de Latinoamérica (Cuba, Nicaragua, Bolivia, Paraguay), Marruecos, Costa de Marfil y Rumania. La mayoría son integrantes de familias extensas con un gran número de hermanos y parientes consanguíneos, aunque pocas disponen de familiares en España (sólo dos), por la diáspora de los integrantes de esos núcleos familiares por toda la geografía mundial. A algunas les sobrevive su madre, pero no su padre. Ninguna había trabajado con anterioridad cuidando a personas, salvo una que compaginó su trabajo de maestra infantil con el cuidado de su madre afectada por un accidente cerebrovascular.

2. Características del sector de cuidados Sabemos que el aumento de los flujos migratorios ha sido constante9 y, si bien el saldo migratorio aún sigue siendo positivo, ha descendido estos tres últimos 9 El Informe Inmigración 2010 de la OCDE señala que España es el país con mayor caída en la entrada de inmigrantes de entre los treinta que forman la OCDE, con una bajada del 43% en 2008 respecto

78

Joaquín Giró

años ralentizando el crecimiento de la población activa inmigrante. Son años en los que ha incidido con dureza la crisis económica, pero, con la perspectiva que dará el paso de los años, observaremos si esta ha podido significar una oportunidad para la mujer inmigrante gracias a su creciente presencia en el mercado laboral, favorecida por la incorporación de las mujeres autóctonas al mercado laboral, por la deficiencia de las administraciones públicas en la prestación de los servicios de protección social, por la marcada ausencia de trabajadores autóctonos que cumplan estos servicios y por la consideración de las mujeres inmigrantes como fuerza de choque en la economía sumergida, dada su movilidad, flexibilidad horaria y carácter de trabajadora irregular. Por otra parte, la crisis ha afectado menos a las mujeres extranjeras, que en todos los países han visto cómo la tasa de desempleo aumentaba menos que la de sus homólogos varones. En julio de 2010, la afiliación de los trabajadores extranjeros a la Seguridad Social fue de 1.900.157 y, pese a que ha descendido en estos últimos tres años debido a la crisis, los afiliados al sector de servicios del hogar han seguido creciendo. Sabemos que el año 2009 terminó con unas 300.000 personas afiliadas al Régimen Especial de Trabajadores del Hogar, de las que más del 90% son mujeres y cerca del 60%, inmigrantes. No obstante, el empleo doméstico ha sido tradicionalmente un sector sumergido; tanto, que las estimaciones apuntan a que la cifra real de trabajadoras domésticas duplica al número de afiliadas, casi en su totalidad mujeres inmigrantes. Según la Encuesta de Población Activa (EPA), 800.000 personas se dedican en España al servicio doméstico pero, en realidad, son muchas más. La inmensa mayoría son inmigrantes y muchas de ellas sin papeles, por lo que es muy difícil controlar su número real. Estamos ante un claro caso de economía sumergida. En La Rioja, en los últimos cinco años, el número de afiliados a la Seguridad Social en el régimen especial de Empleados del Hogar ha crecido hasta el 108,8%. Al cierre del mes de marzo contabilizaba 1.687 trabajadores dados de alta como Empleados del Hogar. En una abrumadora mayoría (90%), se trataba de mujeres y, además, de nacionalidad extranjera (el 70,4%). Sin embargo, el registro oficial no recoge a todos los trabajadores que declaran estar empleados en el servicio doméstico. Según la EPA correspondiente al cuarto trimestre del 2009, un total de 9.500 personas aseguraban trabajar como empleadas del hogar en La Rioja: 7.600 mujeres y 1.900 hombres. Estos datos nos permiten hablar de un crecimiento en los servicios externos de cuidados a cargo de mujeres inmigrantes, posiblemente por el valor otorgado a sus servicios que se cuantifican en salarios más bajos que los aceptados por las mujeres autóctonas, las cuales se emplean en otros sectores mejor remunerados. La disparidad en las cifras obedece a que se trata de un sector con una elevada informalidad; y ello, porque este régimen especial tiene una regulación que al año anterior. La disminución en los flujos ha continuado en 2009 y, sin embargo, las mujeres extranjeras no han sido determinantes de ese bajón (en el Padrón de enero de 2001 se contaban 650.000 mujeres extranjeras, y en enero de 2008 se contaron 2.500.000 mujeres extranjeras)

La Externalización del cuidado. Inmigración y Género

79

restringe el derecho a la cotización, dado que no es obligatorio si trabajan como fijas menos de ochenta horas al mes en un hogar, o bien si lo hacen como discontinuas menos de setenta y dos horas al mes durante doce días. Esta informalidad no sólo es achacable a las trabajadoras, sino también a las empleadoras que no asumen sus obligaciones de afiliación y cotización a la Seguridad Social. La protección social ofrecida por la Administración pública y en particular la referida a la asistencia a personas dependientes no ha pasado de una mera declaración de intenciones, lo cual no hace sino sostener e impulsar el mercado de cuidados privados formales e informales. Los servicios de cuidados formales de la Administración pública son la ayuda domiciliaria, los centros de día y residenciales y la teleasistencia que apenas cubren las necesidades de un pequeño porcentaje de la población dependiente (según IMSERSO 2009 apenas llega a cubrir el 5% de la población mayor necesitada). Los servicios públicos de prestación de cuidados no crecen en función de la demanda, ni siquiera tratan de cubrir a toda la población, pues las políticas sociales parten de la existencia de cuidados informales que tradicionalmente han recaído en la red familiar, y ésta, a su vez, ha mantenido los servicios informales en unión con una red privada basada en el beneficio económico de los titulares de las entidades prestadoras de esos servicios. En la actualidad, y en función del desarrollo económico y demográfico de cada región o localidad, las empresas privadas prestadoras de servicios de cuidados han mejorado al tiempo o en líneas paralelas a los servicios sociales de las administraciones públicas. Por supuesto que no todo el mundo puede acceder económicamente a ciertos recursos privados (plazas residenciales, ayuda domiciliaria, etc.), y eso ha sido determinante en la ampliación de la demanda de mujeres inmigrantes. Con anterioridad tratábamos de los cambios ocurridos los últimos años en la composición de los hogares españoles que han repercutido en la forma de asumir los cuidados de las personas mayores y dependientes pues, aun a despecho de que siga siendo la red familiar la principal provisora de cuidados, ésta, cada vez más, utiliza los servicios públicos y privados de modo que podemos hablar de la confluencia en un sistema de cuidados mixtos. Nos afirmamos en la existencia y desarrollo de una economía social de cuidados mixtos, donde los cuidados formales e informales coexisten, donde organizaciones públicas, privadas, voluntariado, redes familiares y de amistad colaboran y contribuyen en su conjunto a cubrir las demandas de la población dependiente, de modo que el crecimiento de cualquiera de estas organizaciones se hace en detrimento de las otras y, aunque desconocemos el valor de las aportaciones de unas y otras, los destinatarios de estas prestaciones de cuidados exigen cada vez más el concurso de todos. A consecuencia de la tradicional política de cuidados a cargo de las familias, la informalidad de la prestación se ha convertido en el modus operandi español y de buena parte de los países del sur de Europa. Los cuidados informales aún constituyen el grueso de los cuidados recibidos por los mayores, incluso cuando se dan

80

Joaquín Giró

ayudas puntuales para el cuidado formal desde la red pública o desde entidades privadas. Tan solo nos alejamos de este modelo cuando las personas mayores ingresan en residencias, en general a causa de la debilidad de la red familiar, por ausencia o imposibilidad de miembros cuidadores, o por vínculos de parentesco lejanos que no mueven a la responsabilidad del cuidado. Las mujeres siguen siendo el seguro de bienestar y de atención hacia las personas dependientes, no sólo personas mayores y discapacitadas, sino niños y aún varones escasamente corresponsabilizados en las tareas domésticas y de cuidado del grupo familiar. Cumplen una función propia de las desigualdades de género que adjudica a la mujer el papel de cuidadora principal; sin embargo, a partir de la mejora en las expectativas de vida, las exigencias del cuidado han ido más allá del tiempo libre que la mujer pudiera disponer en asuntos domésticos y de esa índole. La imposibilidad de conciliar otras actividades laborales, profesionales o domésticas con la extensión y amplitud que exigen los cuidados de una persona dependiente ha obligado a recurrir al mercado externo para la provisión de cuidados. De este modo, las exigencias de cuidados a tiempo completo que muchas personas dependientes demandan, en ausencia o la imposibilidad de las instituciones públicas y de la red familiar (las mujeres de dicha red) para ocuparse de esos cuidados, ha inducido un crecimiento en la demanda de servicios privados que sólo el mercado laboral de los cuidados podía satisfacer, y que básicamente se ha organizado en torno a las mujeres inmigrantes.

3. La población inmigrante empleada La existencia de problemas para la realización de algunas de las ABVD entre las personas dependientes obligaba a la intervención de las mujeres del grupo familiar hasta que, con su incorporación al espacio público del mercado laboral, se tuvo que recurrir a los mercados públicos y privados de provisión de cuidados. Sin embargo, este mercado se encuentra escasamente desarrollado y apenas puede cubrir con sus recursos un mínimo porcentaje de la población dependiente, por lo que las familias han recurrido al mercado privado formal (residencias asistidas) y al mercado informal (mujeres inmigrantes). Por su parte, la mujer inmigrante pese a que ha crecido y se ha desarrollado en un mundo organizado en torno a la desigualdad de género, donde los varones asumían el rol económico de sustentadores principales del hogar y las mujeres el rol doméstico, ha abandonado los papeles de subsidiariedad económica y doméstica y, ante diversas necesidades, ha asumido proyectos migratorios en solitario. A su vez, las condiciones de un mercado de trabajo irregular y precarizado, donde las ofertas se limitan a los espacios no considerados o estimados por los españoles, como son el trabajo doméstico y de cuidados personales, ha permitido la expansión de este

La Externalización del cuidado. Inmigración y Género

81

tipo de servicios y el enraizamiento de la mujer inmigrante en este nicho laboral. Según la EPA, el servicio doméstico es la actividad laboral donde se ha producido una mayor extranjerización. Las condiciones de trabajo, sumamente flexibles, sujetas tan sólo a la voluntad de empleadores y empleadas, la situación de irregularidad en que se encuentran muchas veces estas últimas, la escasa formación demandada junto a los bajos salarios y a su producción en el ámbito privado de los hogares, hace que se valore como un trabajo de poca relevancia social. Las familias demandantes de personal proveedor de cuidados usan fórmulas parecidas a las utilizadas en la búsqueda de empleo, empezando por la aplicación del conocimiento previo de alguno de los miembros de la familia extensa. En los casos de recurso a la red familiar se valora la experiencia y el conocimiento del mercado de cuidados. En segundo lugar, se aprovecha la proximidad de la red de amistad o vecinal en la que siempre se ha podido escuchar o conocer de primera mano el recurso sobre alguien que ha utilizado los cuidados informales. Finalmente, se dirigen a las instituciones públicas y al conjunto de recursos sociosanitarios, desde los más inmediatos y conocidos como el SAD hasta los menos desarrollados como las residencias, empresas privadas y colectivos varios que disponen de ofertas laborales para la provisión de cuidados formales e informales. Entre estos últimos, las organizaciones religiosas son quizás las más activas en la difusión de ofertas de empleo, tanto a través de sus integrantes y socios, como de los canales de comunicación que amplifican quienes ya han sido beneficiarios de estas organizaciones. En general, se produce una información de origen múltiple desde todos estos ámbitos y no solo desde una fuente que adquiriera el monopolio o la primacía de la información. Quien realiza el contrato o quien establece las condiciones del contrato suele ser una mujer y no cualquier hombre de la red familiar. En ocasiones se ha dirigido previamente la consulta a otros miembros familiares sobre los costes de esta contratación (por si acaso se derivara la corresponsabilidad de varios familiares en el pago), aunque siempre se delega en una mujer al entender que ella es la depositaria del conocimiento sobre las actividades de cuidado y/o domésticas y, por tanto, es ella quien mejor puede determinar las condiciones en las que se fundamentará la modalidad del contrato. Pocas veces es el propio dependiente quien solicita el cuidado de una persona ajena a la familia, salvo cuando los lazos de parentesco son muy débiles y se encuentra con cierta autonomía como para concertar las condiciones del contrato, principalmente la demanda de compañía hasta que el proceso de deterioro exige cuidados formales o de carácter sanitario. Las demandas de las familias se dirigen hacia una mujer inmigrante, que a la vez que cuida al dependiente realiza labores estrictamente domésticas, contratándola en régimen de por horas. Pasado el tiempo y con el agravamiento de las necesidades de la persona dependiente, los cuidados son más frecuentes y la demanda se traslada hacia la modalidad de tiempo completo (40 ó 50 horas semanales) o hacia la modalidad de interna cuando las necesidades de la persona exigen la compañía de una cuidadora por las noches.

82

Joaquín Giró

Los criterios de edad no han sido determinantes a la hora de encontrar trabajo y las edades de las entrevistadas abarcaban desde las muy jóvenes hasta las que estaban a punto de jubilarse. Tampoco lo fueron el sexo o la nacionalidad y, sin embargo, se eligen mujeres sobre hombres, y latinoamericanas sobre cualquier otra región del mundo, a pesar de que la incorporación de los países del este europeo a los flujos migratorios de estos últimos años ha hecho retroceder en el cómputo porcentual a las mujeres latinoamericanas. Quizás el idioma, en parte la religión cristiana y los tópicos de mujer sumisa y cariñosa han pesado en la elección de las familias hacia las mujeres latinoamericanas. Más exigente en la elección de las empleadas ha sido el tiempo y la responsabilidad familiar. La diligencia que persiguen las empleadoras es una disposición de tiempo que se adapte a sus necesidades; de ahí la dificultad de quienes trabajan por horas para compatibilizar domicilios en lugares dispersos. Por ejemplo, aquellas mujeres que no disponen de todo el tiempo pueden ser contratadas por horas, pero no a tiempo completo o como internas. También ocurre con aquellas mujeres con cargas familiares que son desviadas hacia esta modalidad, pues las familias con personas dependientes prefieren mujeres inmigrantes libres de responsabilidades familiares que puedan vivir a tiempo completo en régimen de internas en la vivienda de la persona a cuidar. Esta exclusividad exigida tiene ventajas económicas al permitir el ahorro a las empleadas, pero emocionalmente, al no tener vínculos afectivos cercanos o próximos, resulta un enorme problema para las empleadas internas. Para la mujer inmigrante en situación de irregularidad y sin responsabilidades familiares, la forma de cuidado de la persona mayor como interna, con alojamiento y manutención asegurada, le permite una mayor capacidad de ahorro y un modo de cubrir el tiempo mínimo para asegurarse en un futuro la regularización residencial y laboral. Muchas inmigrantes han utilizado esta forma de cuidados con el fin de cubrir parte de las necesidades económicas de la familia en origen, o bien para cubrir los costes de un proceso de reagrupación familiar. Finalmente, aunque de modo más residual, también encontramos mujeres que utilizan esta forma de ahorro con el fin de regresar con su familia de origen a medio plazo, en la certidumbre de contar para entonces con unos ahorros o unas prestaciones sociales como las de jubilación. Pese a la heterogeneidad de situaciones, casi todas las cuidadoras inmigrantes han pasado por periodos de irregularidad administrativa. Unas tuvieron suerte y apenas tardaron unos meses aprovechando la última gran regularización; otras tuvieron que esperar años para poder solicitarla, y las hay que todavía hoy permanecen en situación irregular. Ese período de irregularidad, corto o dilatado, ha sido un periodo de trabajo sin contrato, es decir, sin derechos ni protección social, salvo la procurada por los servicios sociales municipales tras su empadronamiento. Para casi todas, el cuidado de personas dependientes o las tareas domésticas se han convertido en el primer trabajo que han encontrado al llegar a España. Todas llegan con el visado de turista, salvo las que son solicitadas por el procedimiento de reagrupación familiar. El proceso que siguen siempre es el mismo; unas veces

La Externalización del cuidado. Inmigración y Género

83

llegan por intermediación de unas amigas o convecinas que, no sólo animan el viaje, sino que buscan y colocan a la recién llegada con un trabajo doméstico o de cuidadora; en otras ocasiones son familiares ya establecidos, principalmente otras mujeres del entorno familiar. Precisamente las condiciones de irregularidad han favorecido un tipo de relaciones en las que se enmarca su inserción laboral. No sólo fueron las redes familiares, de amistad, vecindad o étnicas las que intermediaron en la búsqueda y adquisición de un trabajo de cuidadora, sino también las organizaciones sociales, de ayuda o apoyo al inmigrante, asociaciones religiosas o personas vinculadas a las mismas quienes ejercieron esta labor de intermediación al poner en contacto a empleadoras y empleadas constituyéndose en aval y garantía del cumplimiento de las obligaciones que la empleadora exigía a la mujer inmigrante, a despecho de los derechos de la trabajadora que no puede reivindicarlos en una relación contaminada por la irregularidad. Incluso de forma simbólica, redes y asociaciones se erigen en responsables del devenir laboral de las trabajadoras gracias a su capacidad para organizarse como bolsas de empleo, en función de la calidad de los servicios prestados por la trabajadora irregular, que de este modo se convierte en dependiente de dichas redes y asociaciones. La mujer inmigrante recién llegada que se encuentra en una situación de irregularidad está más expuesta al sometimiento y la dominación de sus empleadoras, que en numerosas ocasiones abusan del poder de contratación laboral en el sector doméstico. Las relaciones de dominación y explotación que se realizan en el trabajo de cuidado en el ámbito familiar provienen de la baja estima que tradicionalmente han soportado los trabajos domésticos y los realizados por la mujer. A ello se suma la consideración de que no se necesita una formación específica y la situación de necesidad e irregularidad de la mujer inmigrante. Hay abuso en la determinación de los horarios, en el tipo de actividades a realizar, en el desarrollo de los cuidados a las personas mayores en conjunción con actividades de carácter doméstico y, en definitiva, en el recurso a la modalidad de interna, es decir, de atención permanente y de cuidados así como servicios domésticos las veinticuatro horas del día y en ocasiones los treinta días del mes. No existe pues jornada laboral, sino que todo el tiempo se integra en la jornada laboral. En la legislación se denomina “tiempo de presencia” a ese tiempo en que supuestamente no se trabaja en los servicios para los que ha sido contratada (domésticos o personales), pero en los que se está a disposición para realizar aquellas pequeñas actividades que no suponen un gran esfuerzo, como atender una llamada, administrar medicación, estar pendiente, etc. Por lo general, las mujeres inmigrantes no buscan un trabajo de acuerdo a su formación cuando acceden al mercado laboral, no sólo por su situación de irregularidad, o por las dificultades para convalidar sus estudios o títulos formativos, ni tampoco porque son sectores laborales con escasa demanda, sino porque el servicio doméstico y el trabajo de cuidados es un sector prácticamente desregulado, si tenemos en cuenta que la regulación laboral (Régimen Especial de Empleados de

84

Joaquín Giró

Hogar) tiene ahora mismo veinticinco años (Real Decreto 1424/85 de uno de agosto), y que ha pasado a formar parte de la economía informal en la que los contratos se formalizan de manera verbal estableciendo las condiciones de trabajo, las tareas a realizar, la jornada laboral y el salario a percibir, sin obligación de dar de alta a la trabajadora en la Seguridad Social o sin asumir los costes de su afiliación. Como los servicios de atención de empresas privadas resultan más caros por el coste hora de dichos servicios, las empleadoras demandan la contratación de trabajadoras externas en la modalidad por horas, donde se dan una gran diversidad de situaciones, pues muchas de ellas trabajan en sustitución de las horas libres de las cuidadoras internas, generalmente sábados y domingos, y tienen que confeccionar un cuadro laboral más completo acudiendo a diferentes domicilios en diferentes horas a lo largo del resto de la semana, cuidando de que las distancias o el transporte les permita compaginar destinos y horarios. En localidades pequeñas donde las distancias son cortas no es un gran problema cubrir la jornada laboral, salvo que antes deben convencer a las diferentes casas donde se emplean del horario que pueden seguir. Sin embargo, allá donde las distancias son considerables, el régimen de por horas, teniendo además que cubrir los costos de transporte resulta bastante complicado y gravoso. Hay que tener en cuenta que la mayoría de estas mujeres se dan de alta en la Seguridad Social como autónomas y deben amortizar con su jornada laboral los costes de la afiliación. Otras mujeres, ante estas dificultades, optan por trabajar para empresas privadas que realizan servicios de ayuda a domicilio, que si bien les marcan horarios indeterminados y actividades diversas que cumplir, les cubren los costes de afiliación, disponiendo de horas libres para contratar libremente sus servicios domésticos o de cuidado personal. Todas las cuidadoras han tenido, inicialmente o con posterioridad a su instalación en España, comunicación con redes familiares, étnicas o de apoyo al inmigrante que les facilitaban trabajo e información sobre las condiciones laborales y los salarios de las casas en las que trabajaban o habían trabajado otras cuidadoras. Este fenómeno de comunicación entre cuidadoras les ha permitido mejorar su situación laboral y sus expectativas profesionales. Todas han señalado la firma del contrato laboral como el objetivo principal, y en segundo lugar la mejora de sus condiciones de trabajo, desde las que buscan más tiempo libre hasta las que demandan mayor cuantía salarial; y todas han utilizado la estrategia de comparar su situación a la de otras cuidadoras para conseguir alguno de estos objetivos de mejora. Los salarios que perciben ofrecen la misma diversidad que sus tareas y actividades de cuidado o que su situación laboral. Entre las que disponen de contrato y alta en la Seguridad Social (aunque en ocasiones el pago de la afiliación a la Seguridad Social se les detrae del salario), las mensualidades oscilan entre los 600€ y los 1.100€, dependiendo de si son internas o trabajan para una empresa de servicios y el número de horas contratadas al mes. Para todas ellas, lo fundamental no es tanto la cuantía (que lo es), sino la existencia de un contrato que les reconozca

La Externalización del cuidado. Inmigración y Género

85

los derechos de pagas extra y vacaciones, sin olvidar las prestaciones sociales. Un contrato les permite proyectar un futuro profesional abierto a otras actividades que no sean las domésticas o de cuidado. Este fundamento se origina en los periodos de irregularidad que han soportado o soportan y que les invisibiliza socialmente hasta considerarlas sujetos objeto de abusos, humillaciones y explotación. Cuando los salarios son por horas, también encontramos diversidad de situaciones, pues cuando trabajan para una empresa de servicios, generalmente media jornada o cinco horas diarias, el salario oscila los 400 y los 600 €, aunque también hay quien ha cobrado 900 € cuando las tareas de cuidados y acompañamiento se realizaban durante doce horas en horario nocturno. Cuando han trabajado por libre, la hora (salvo los sábados y domingos que cobraban el doble), se paga entre 6,50 y 7€ de media, trabajando cinco horas al día. También los acuerdos verbales han promovido diferentes salarios según tareas, como por ejemplo acompañamiento por la noche (300€), o sustituciones de otra cuidadora a media jornada (400€). Las familias demandantes de cuidadoras no suelen destacar la formación o el conocimiento técnico-sanitario de las mismas, sino que hacen una vaga referencia a cualidades personales como la confianza, la responsabilidad, el cariño en el trato, etc. La experiencia como cuidadoras la han forjado con el paso de los años, pues ninguna tuvo una formación específica o unas actividades parecidas en sus países de origen. Tan solo tuvieron alguna experiencia en el cuidado de familiares (de acuerdo a la tradicional división de roles de género), pero nunca con la dedicación que asumieron a su llegada a España. Sólo pasado el tiempo, y una vez asentadas en el mercado laboral de los cuidados, han realizado cursos de formación como auxiliares de enfermería geriátrica o han mostrado interés en las ofertas de formación dirigidas hacia el sector doméstico. Algunas asumieron el trabajo de cuidados como subsidiario del de empleadas domésticas en la limpieza y mantenimiento de hogares, y para la gran mayoría constituyó el principio de su corta o dilatada trayectoria laboral como cuidadoras. Otras tuvieron su primera experiencia laboral en el sector de los cuidados, bien sustituyendo a otras cuidadoras o bien en momentos puntuales de agravamiento físico de las personas dependientes. En ambos casos, las cuidadoras han desarrollado sus conocimientos a partir de las diferentes experiencias que han compartido a lo largo de su trayectoria laboral.

4. Características de las actividades de cuidado Por lo general, las actividades de cuidado y acompañamiento de personas mayores y dependientes se unen a las actividades domésticas, en unas ocasiones a unas pocas y, en otras, a todas las demandadas para el mantenimiento del hogar, dejando

86

Joaquín Giró

como subsidiaria la actividad de cuidado, pese a que el contrato se establezca sobre la base de la asistencia y el bienestar del dependiente. Según sean las actividades de cuidado y el peso que tengan unas y otras podríamos distinguir distintos tipos de cuidadoras. Quizás, la más usual es la que realiza todo tipo de tareas (domésticas, de acompañamiento, sanitarias), con desigual peso en favor de las domésticas. Otras manifiestan que su principal labor es la del acompañamiento y los cuidados sanitarios (higiene, administración de medicamentos, cambio de pañales, etc.), y, en menor medida, algo de cuidados domésticos como hacer las camas o cocinar. En ciertas contingencias, las cuidadoras han sido contratadas con exclusividad para el acompañamiento (pasear, conversar, dormir), sin otra actividad complementaria. Y ya en contadas ocasiones, hay quienes han sido contratadas con la única responsabilidad de la atención socio-sanitaria (curar heridas, higiene corporal, administración de medicación). En el historial laboral de todas ellas se juntan distintas y diversas facetas del cuidado, logrando en todas una experiencia similar. Cuando han tenido o tienen una mayor especialización en los cuidados (generalmente por horas), existe una coordinación en los trabajos que cubren otros aspectos del cuidado o domésticos, bien con la familia, bien con otras cuidadoras que complementan el conjunto de tareas en las que se ven involucradas las que trabajan en régimen de internas. Por ejemplo, una boliviana realizaba las tareas de compañía y domésticas, mientras una filipina realizaba las labores de cocina. Esta cobertura adicional es la prestada habitualmente por la Administración a través de los servicios de ayuda domiciliaria (SAD), pero cuando esta falla o no llega suele ser la propia familia la que se organiza para la realización de las tareas que no lleva a cabo la cuidadora inmigrante contratada. No se puede diferenciar tareas de atención personal de tareas domésticas pues, de una u otra forma, ambas están conectadas. Por lo general, las tareas de cuidado y atención personal comienzan temprano para la cuidadora, ya que de mañana tendrá que realizar el aseo personal del dependiente: levantarlo, acompañarlo al baño y asearlo. En algunas ocasiones, el aseo se realiza en la cama por la situación de postración del dependiente, incorporándolo y frotándole con una esponja por todo el cuerpo, dándole masajes, aplicándole cremas y perfumes. A continuación, hay que ponerle pañales para la incontinencia, vestirlo, darle el desayuno, las medicinas, hacer las camas, la limpieza de la casa, poner lavadoras, acompañarlo al médico, al centro de día, de paseo, o realizar la compra y volver a la casa a preparar la comida. Las tareas continúan: hay que darle de comer, acostarlo o acomodarlo mientras se recoge la mesa, se plancha o se cose para luego levantarlo, asearlo, vestirlo, acompañarle en el paseo y volver a la casa, preparar la cena, darle la medicina, acostarlo, recoger la cocina y, ya tarde, acostarse pero sin dormirse profundamente, atenta a la respiración, los gemidos o las llamadas del dependiente. Para las mujeres empleadas, la valoración negativa de las tareas domésticas es su cotidianeidad y no tener término. Solo en ocasiones cuentan con la ayuda circunstancial de un miembro de la familia (comidas o compra), o bien de los

La Externalización del cuidado. Inmigración y Género

87

servicios de ayuda domiciliaria (SAD) que descargan de algunas labores, pero no para tener más tiempo libre, sino para ocuparse de las tareas de acompañamiento. Hay cuidadoras que han tenido que enfrentarse a verdaderos episodios de abuso y no siempre han salido bien de estas circunstancias pues la necesidad de mantener estos trabajos les impedía rebelarse. Para la adquisición de productos suelen ir acompañadas de un miembro válido de la familia, quien se encarga del pago de la compra pero no siempre del transporte de las bolsas. En ocasiones, las cuidadoras acuden solas con una lista elaborada y debiendo presentar posteriormente los recibos de los gastos efectuados. Tampoco es infrecuente que realicen las compras en compañía de las personas dependientes, siendo estas las responsables de los pagos, pese a que no siempre tienen conciencia del valor del dinero. La toma de tensión, la aplicación de insulina para los diabéticos, el cambio de pañales y, cuando se han visto obligadas, el cuidado de las úlceras son algunas de las modalidades sociosanitarias en las que se han visto implicadas estas mujeres, si bien es cierto que han recibido la información médica requerida. Hay ciertas tareas del cuidado que quizás no demandan un esfuerzo físico, como las del aseo y cuidado del dependiente, la medicación y los paseos que estimulen su movilidad, pero que emocionalmente exigen una gran entereza de ánimo; son las actividades relativas al bienestar y asistencia al dependiente, como el acompañamiento, el mantenimiento de una conversación, el afecto o el cariño, la comprensión y el saber escuchar, todas aquellas que mejoran el bienestar del dependiente frente a un cuadro depresivo de enfermedad y debilitamiento. “Si tienes cariño con ellos están contentos”. “Si no hay amor no hay cuidados”. Estas expresiones las dictan todas las cuidadoras. Son conscientes del valor curativo del afecto y el cuidado emocional y sentimental. Adoptan posturas de empatía con las personas que cuidan. No comprenden que su trabajo no lo efectúen los miembros de la familia (en especial las mujeres) y que se encargue a extraños el cuidado de los mayores. Sufren con dolor la pérdida de las personas que han cuidado. Lloran y les da mucha pena la muerte de estas personas mayores. Rezan y se acuerdan de ellos en sus oraciones, incluso algunas manifiestan su intención de dejar la labor de cuidados por las de hostelería porque al menos no sufrirán por la pérdida del cliente. Estas actividades de cuidado y domésticas en el seno de unas familias u hogares que realizan las mujeres inmigrantes contratadas no les impide seguir considerando de vital importancia su propia vida familiar. Las cuidadoras extranjeras han formado parte de familias numerosas en las que se integraban numerosos hermanos (de cinco a diez), que en la actualidad se encuentran desperdigados por toda la geografía mundial; por ello, todas remarcan su relación de convivencia con los hijos por encima de la relación marital, no solo porque algunas están divorciadas, sino porque los hijos son el nexo de unión con las familias en los países de origen. Son varias las cuidadoras que tienen los hijos en el país de origen conviviendo con sus padres (la madre por lo general), o con su marido; y su relación se establece a partir de las

88

Joaquín Giró

comunicaciones que disponen en locutorios o más recientemente a través del ordenador. Cuando conviven con sus hijos, estos son menores de veintiún años, pues los mayores ya llevan vida propia independiente del hogar materno. Este es un hogar que muchas veces se encuentra compartido con otra pareja y sus hijos, reuniendo en un mismo espacio entre siete y diez miembros, dependiendo de la capacidad del piso, todo lo cual exige grandes dosis de condescendencia si se quieren evitar los desencuentros y las hostilidades entre familias sin vínculos de parentesco. En cuanto a la vida social y a sus relaciones de amistad, estas son más bien escasas, bien a causa del poco tiempo libre de que disponen (sábados tarde y domingos), ocupado por lo general con su familia o con actividades y tareas en su propio domicilio, bien por las dificultades para ampliar ese circulo de amistades inicial. Cuando hablan con amigas es a través de los oficios religiosos semanales de cualquiera de las confesiones (católica, ortodoxa, evangelista, baptista y pentecostal). Son amigas connacionales ya conocidas con anterioridad al proceso migratorio y, aunque en general conocen la existencia de asociaciones de carácter étnico, no participan ni se integran en las mismas. Algunas salen un fin de semana al mes y van a otra ciudad donde se encuentran amigas o familiares, con el fin de desestresarse y relajarse. Otras anhelan volver a su país de origen tras varios años sin haber tomado un solo mes de vacaciones. Por lo general, han vuelto tras cuatro, cinco y hasta ocho años, y, si han podido, de vuelta han traído a alguno de sus hijos o al menos el recuerdo reciente de su estancia con ellos. Algunas de las mujeres entrevistadas (ocurre con quienes no tienen familia o trabajan en localidades rurales), no disponen de una habitación o un lugar donde acudir en su tiempo libre, por lo que se produce una continuidad espacio-temporal entre su jornada laboral y su jornada de descanso. Los cuatro fines de semana que tienen libres al mes (desde el mediodía del sábado hasta la noche del domingo) deben volver a la misma casa para dormir y seguir ocupándose de las personas dependientes que las reclaman para la administración de medicamentos u otras demandas de cuidados. Esto trae consigo que desciendan los componentes de sus redes de relación, se encierren en su soledad y añoren el pasado que abandonaron cuando iniciaron el proyecto migratorio. El tiempo de dedicación en el caso de las internas es intensivo. Están quienes no disponen de fines de semana, sino de horas liberadas en días diferenciados, cuando son sustituidas por la familia u otras cuidadoras, por lo que no encuentran ninguna posibilidad de viajar o romper con la rutina laboral al no separar los espacios con una continuidad suficiente que divida realmente el ámbito laboral del privado. Una de ellas comentaba que las dos horas libres que disponía a mediodía las aprovechaba para refugiarse en un piso de su propiedad y descansar para tomar fuerzas con las que volver de nuevo a la casa de los viejos. Por otra parte, cuando a los cuidados personales se unen las tareas domésticas (limpieza, cocina, etc.), aumenta la sobrecarga física y emocional, provocándoles

La Externalización del cuidado. Inmigración y Género

89

stress, al punto que su objetivo es cambiar de modalidad de contrato o cambiar de persona a cuidar, o bien definitivamente abandonar el trabajo de cuidados por otro que no les suponga tanto desgaste. En ciertas ocasiones, cuando la salud y la situación física del dependiente se agrava, la cuidadora, que hasta entonces había trabajado en régimen de por horas o externa, ante la demanda de la familia, cambia su actividad por la de cuidadora interna (a tiempo completo durante toda la semana). Este cambio en la actividad laboral es el que termina produciendo en la cuidadora inmigrante sobrecarga física y emocional que, junto a los cambios que se producen en su vida social o familiar (las relaciones con sus hijos o con su familia, así como con sus redes sociales y de amistad), le empujan hacia la finalización de dicha relación laboral. Casi todas expresan dolores de espalda, falta de sueño y necesidad de descanso físico. Algunas toman medicación y otras soportan los dolores con resignación. En ocasiones, la tensión y la angustia se apodera de ellas. Les duele la cabeza. Piensan en los hijos o en la madre que dejaron en el país de origen. Piensan que el proyecto migratorio se prolonga y no han cubierto aún los objetivos que se propusieron, bajando su autoestima. La capacidad de resistencia de las cuidadoras informales tiene un límite y este lo sobrepasan las mujeres inmigrantes.

Bibliografía Bazo Royo, M. T. (2007). Apoyo familiar y social como medio de promoción de la autonomía. Una perspectiva europea. En Giró Miranda, J. (coord.). Envejecimiento, autonomía y seguridad. Logroño: Universidad de La Rioja, 181-196. Durán, M. A. (2006). Dependientes y cuidadores: el desafío de los próximos años. Revista del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, 60, 57-73 http://www. mtas.es/Publica/revista/numeros/60/Est04.pdf. Giró Miranda, J. (2009)- Sí es país para viejos. En Giró Miranda, J. (coord.). Envejecimiento, tiempo libre y gestión del ocio. Logroño: Universidad de La Rioja, 17-42. Martínez Buján, R. (2009). ¿Y qué pasa con mi cuidadora? Inmigración, servicio doméstico y privatización de los cuidados a las personas dependientes. Zerbitzuan: Gizarte zerbitzuetarako aldizkaria, nº 45, 99-109. Rodríguez Rodríguez, Vicente, y otros (2010). Inmigración y cuidados de mayores en los hogares de la Comunidad de Madrid. Portal Mayores, Informes Portal Mayores, nº102 http://www.imsersomayores.csic.es/documentos/documentos/rodriguez-inmigracion-01.pdf

90

Joaquín Giró

Tobío, C.; Agulló, M. S.; Gómez, M. V. y Martín Palomo, M. T. (2010). El cuidado de las personas. Un reto para el siglo XXI, Barcelona, Fundación La Caixa. NO HAY NINGUNA REFERENCIA EN EL TEXTO

Lihat lebih banyak...

Comentarios

Copyright © 2017 DATOSPDF Inc.