La emancipación de las colonias españolas en América 1810-1826

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Descripción

La emancipación de las colonias españolas en América de 1819 a 1826 Juan SANZ BOTÍN (201112220) Universidad Pontificia de Comillas [email protected]

Resumen: Las abdicaciones que tuvieron lugar en Bayona el 5 de mayo de 1808 desplegaron una revolución social, política y económica en América que iría ganando fuerza con el curso de los acontecimientos en la península y que traería consigo la independencia de las colonias españolas en el Nuevo Continente. La revolución estuvo determinada y fue dirigida según los intereses de la elite criolla, que buscaba reemplazar a los funcionarios peninsulares de la administración colonial y obtener una mayor libertad comercial y política. Los factores más reconocibles del proceso fueron las ideas liberales e ilustradas y las reformas que el ministro Godoy había aplicado en la última década del siglo XVII. El movimiento emancipador al que este trabajo se refiere terminó en 1825 con una serie de consecuencias, tanto para España como para los territorios emancipados, que incluyeron el final de las relaciones monopolistas con la metrópoli y la apertura de las nuevas repúblicas al modelo liberal de comercio, pero que también trajeron ineficiencia administrativa, corrupción, guerra, y otra serie de problemas estructurales que aumentaron las diferencias económicas entre unos y otros Estados.

Palabras clave: Colonias, América, Emancipación, España, Criollos, Bolívar, Revolución, Libertad.

Juan Sanz Botín La emancipación de las colonias españolas en América (1810-1826)

Title: The Emancipation of the Spanish Colonies in America from 1819 to 1826

Abstract: As a consequence of the abdications of Bayonne (May 5th, 1808) a social, political and economic revolution was displayed in America. It would grow stronger as changes happened in the Iberian Peninsula. Its main consequence was the independence of the Spanish colonies in America. The revolution was, first of all, determined and directed by the interests of the American-born ruling class, that looked forwards to replacing the peninsular civil servants in the American administration and achieving a wider political and commercial freedom. Secondly, it was boosted by the liberal and enlightened ideas, and by the reforms the Spanish Minister Godoy had applied in the last decade of the 17th century. The revolutionary movement, on which this paper is meant to focus, ended in 1825 in a series of consequences, for both Spain and the emancipated territories. It meant the end of the monopolist commercial relations with the peninsular Spain and the access of the new republics to the liberal model of commerce. But they also brought by administrative inefficient, corruption, war and many other structural problems that augmented the economic differences existing amongst the new States.

Keywords: Colonies, America, Emancipation, Spain, Criollos, Bolívar, Revolution, Freedom.

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Marcha a mi bandera (Argentina) Aquí está la bandera idolatrada, la enseña que Belgrano nos legó, cuando triste la Patria esclavizada con valor sus vínculos rompió. Aquí está la bandera esplendorosa que al mundo con sus triunfos admiró, cuando altiva en la lucha y victoriosa la cima de los Andes escaló. Aquí está la bandera que un día en la batalla tremoló triunfal y, llena de orgullo y bizarría, a San Lorenzo se dirigió inmortal. Aquí está, como el cielo refulgente, ostentando sublime majestad, después de haber cruzado el Continente, exclamando a su paso: ¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad!

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Objetivo: El objetivo de este trabajo es analizar en ocho mil palabras y con la mayor meticulosidad posible el transcurso, los precedentes, causas, y consecuencias del proceso emancipador de las colonias españolas americanas durante el período comprendido entre 1810 y 1826. El primero por coincidir con las revoluciones de Hidalgo y Túpac Amaru en Nueva España y el Perú, respectivamente, al considerarlos los primeros golpes emancipadores de gran magnitud que tuvieron lugar en las colonias españolas. Y el segundo, por coincidir con el Congreso de Panamá, que trató de poner orden después del caos y sembrar las semillas de un nuevo orden instaurado en América.

Contexto socio histórico A finales del siglo XVIII la Corona Española se extendía sobre un territorio de unos 20 millones de kilómetros cuadrados, gran parte de los que se encontraban en el continente americano. Las modificaciones en la distribución territorial de las colonias americanas implantadas el 27 de octubre de 1776 dividían el continente en cuatro grandes virreinatos: Nueva España, Río de la Plata, Nueva Granada, y el Perú1 (Martino & Vega, 2006). Una de las características fundamentales de la distribución demográfica en la América colonial imprescindibles para comprender las relaciones entre sus pobladores era la enorme disparidad de su distribución: «entre estos diversos núcleos del imperio español, organizados en virreinatos de distinta fisonomía, las comunicaciones eran difíciles debían ser establecidas mediante la lucha con un medio geográfico de dimensiones sobrehumanas, tomando el adjetivo en su estricto significado» (Cerdá Crespo, 2008). Por otro lado, se trataba de un mundo jerárquico, determinado por estatutos de limpieza de sangre donde los blancos, fueran criollos o gachupinos 2 , ocupaban la mejor 1

El primero se extendía toda Centroamérica y sus fronteras incluían una gran porción del sur y centro de los actuales EEUU. El segundo, comprendía el actual Paraguay, Argentina, Uruguay, Bolivia y Partes de Brasil y Chile. Cuba y Filipinas, eran consideradas capitanías generales que dependían del virreinato de Nueva España, con capital en la antigua Tenochtitlán, hoy Ciudad de México. 2 Nombre que recibían los blancos nacidos en la península, que generalmente ocupaban puestos en el alto funcionariado colonial.

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consideración social y los indígenas y negros, la peor, víctimas de la desigualdad étnica. Entre medias se encontraba todo un sistema institucionalizado de castas que a menudo perdía su rigor (Navarro García, 1989). Al contrario que las otras potencias con presencia colonial en América, en España los pobladores se centraron menos en la explotación económica en sí y más en la creación de sociedades con una organización política, jurídica y cultural a la imagen y semejanza de la metrópoli3 (Cerdá Crespo, 2008). De acuerdo con las investigaciones de Sánchez Barba con una muestra de 1721 emigrantes que llegaron a América entre 1794 y 1796 (Delgado Ribas, 1982): sólo un 42,1% de los arribados eran comerciantes y negociantes4. No en vano, estas comunidades políticas en América son a menudo descritas como una «sociedad rica, culta, sofisticada, y también sorprendentemente variada, con ciudades muy densamente pobladas, orgullosa de sí misma además, y, sobre todo dinámica, en movimiento: una sociedad de oportunidades» (Marco, 2011). Tras la Guerra de Sucesión, la firma de los tratados de Utrecht (1713) y Rastadt (1714) le abrieron las puertas de una nueva serie de rutas comerciales en América al Reino Unido, que pasó a ocupar una posición privilegiada dentro del mercado internacional (EJCYL, 2012). No obstante, las prácticas comerciales promovidas por los borbones para favorecer el comercio entre España, Francia y las Américas, había dejado aislados a los anglosajones, que empeoraron sus relaciones con la Corona, especialmente a partir del Primer Pacto de Familia con Luis XV en 1733 (Marco, 2011). Además, para luchar con el comercio ilícito, del que los ingleses se habían convertido en grandes maestros, el ministro Patiño optó por adoptar medidas drásticas, apoyándose en gran medida en las grandes mejoras tecnológicas que experimentó la industria náutica española en el momento. El gobierno de Robert Walpole estimó que, sólo entre 1713 y 1731, los guardacostas españoles ilegalmente confiscaran más de 180 barcos ingleses. Suma que seguiría creciendo. (Cerdá Crespo, 2008).

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Si bien se ha calculado que en el siglo XVI América había recibido 200 mil inmigrantes, y 350 mil en el XVII, para el siglo XVIII se calcula que sólo 55 mil personas llegaron al Nuevo Continente (Delgado Ribas, 1982). Además, a mayores de los factores de presión–fiscales, ideológicos, etc.- presentes durante dos primeros siglos de la Edad Moderna, cada vez más gente partía con el objetivo de cumplir una función en la economía colonial (Márquez Macías, 1995). 4 Un 32,5% eran funcionarios civiles; un 9,3% eclesiásticos; un 6,2% artesanos; un 3% militares y un 0,6% labradores (Cerdá Crespo, 2008).

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En este contexto estalló la llamada Guerra de la Oreja de Jenkins o del Asiento el 23 de octubre de 1739, cuando el Capitán de Guardacostas español Juan León Fandiño detuvo y le cortó la oreja al capitán del navío inglés Rebecca, que había sido abordado y acusado de contrabando5. Tras nueve años de guerra, el Teniente General Blas de Lezo obtuvo la victoria en la batalla de Cartagena de Indias, poniendo fin a la que para muchos fue la primera guerra moderna (Cerdá Crespo, 2008).

Causas6 La revolución social: ¿quiénes contra quiénes? Por un lado, la lucha que se dio en América en el período que nos ocupa no es heredera de las luchas entre indígenas y conquistadores europeos que caracterizó los primeros siglos de la dominación colonial, sino que tuvo lugar entre criollos y con respecto a sus intereses y relación con el continente y. Así se fue conformando un polo a favor de la independencia y otro en contra, a menudo realista. En torno a cada polo comenzaron a girar colectivos en función de sus ganancias (EJCYL, 2012). Fue común identificar en el bando realista a mestizos e indios –por la protección que recibían de la Corona-, y a los miembros del alto clero –por los beneficios que la estabilidad del régimen les reportaba-, así como los actores sociales favorables a la revolución solían ser comerciantes, ilustrados, militares criollos, población urbana, artesanos y bajo clero (Llano, 2002). A menudo los negros estaban a caballo entre ambos bandos. Por otro lado, la naturaleza del problema traspasaba la mera lucha dicotómica de criollos contra la metrópoli. La división entre criollos y peninsulares era a menudo muy tenue y no todos los conflictos se debían a este elemento: había opiniones favorables y contrarias a la emancipación en ambos grupos, y lazos de solidaridad paralelos entre los favorables y entre los contrarios de ambos continentes. Además, en el curso de la

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La monarquía española siembre había sido reacia a una excesiva emigración a América, especialmente a finales del siglo XVIII, cuando las medidas de prevención de polizones y los requisitos aduaneros aumentaron enormemente en rigidez. No obstante, la implantación de las nuevos decretos de libre comercio de 1778, volvieron a aumentar el número de comerciantes, nacionales y extranjeros, en las colonias (Delgado Ribas, 1982). 6 Las causas que dieron pie al estallido de la revolución emancipadora en las colonias españolas en América están algo borrosas por la carencia de estudios detallados al respecto. Por ello es interesante observar las discrepancias de los historiadores que han investigado sobre este tema. La intención de esta investigación, no es otra que arrojar algo de luz sobre este período histórico con las conclusiones que he podido colectar (EJCYL, 2012).

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revolución quedó patente que el lugar de nacimiento pasaba a un segundo orden si el peninsular respetaba y abrazaba el nuevo orden revolucionario. La revolución ideológica El conflicto tiene, además, una raigambre ideológica fruto de la literatura e ideas románticas tan influyentes en la época que, por una parte, ensalzaban la historia que compartían los criollos y, por otra, tendían a satanizar la metrópoli como solución para luchar contra su propia historia (Llano, 2002). En una sociedad sin libertad de prensa, fueron las élites, con posibilidad de leer y viajar, quienes protagonizaron en las últimas dos décadas del siglo XVIII la conquista ideológica de América, marcada por las ideas liberales –si bien sólo un puñado de liberales, incluyendo al utilitarista Bentham, eran partidarios de la independencia americana- y, en especial, por los respectivos ejemplos de la Revolución Francesa y de la Independencia de las Trece Colonias, respaldada, para más inri, por la Corona Española (Lynch, 2001)7. Si bien pocos de los pensadores progresistas del siglo XVIII revolucionarios8, las ideas de Thomas Paine y el Abbé Raynal ofrecieron un presupuesto ideológico que justificara la revolución. Paine hablaría de la independencia Americana como un «verdadero interés», debido a las miserias padecidas, a las compensaciones negadas, y al derecho a resistir la opresión (Lynch, 2001). Irónicamente, también fueron decisivas las obras de los españoles Francisco de Vitoria, Francisco Suárez y Juan de Mariana, con sus ideas monárquicas contractualistas y del origen popular de la soberanía (Martínez Díaz, 1991). Hasta 1810 la crítica al sistema colonial y la cuestión modernizadora, estaban presentes en toda discusión política, siempre sin traspasar los límites ni cuestionar el sistema en sí (Marco, 2011). Más bien fue la inestabilidad política existente en la península durante el primer cuarto del siglo XIX lo que precipitó el triunfo de la revolución. Primeros brotes independentistas. Pese a los diferentes levantamientos que se habían producido a lo largo del siglo XVIII, como el de los 20 mil comuneros, encabezado por Juan Francisco Berbeo por oposición a una subida impositiva en marzo de 1781, sus reivindicaciones estaban más basadas en reivindicaciones populares de tipo económico, político y social que en una auténtica 7 8

También hay quien dice que Francisco Suárez y los Neolescolásticos aportaron ideas revolucionarias (Lynch, 2001). ni Montesquieu, Voltaire, Diderot, ni tampoco Rousseau defendían cambios políticos violentos (Lynch, 2001).

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lucha por la autonomía, como ocurriría de manera institucionalizada en el movimiento juntista y de forma popular en territorios como Haití, Nueva España y Venezuela . A. De origen elitista: el juntismo Ya existía en América un cierto malestar con respecto a las políticas del gobierno central, especialmente por la enorme cantidad de impuestos que debían pagar los americanos, situación agravada por la larga guerra contra Inglaterra. Además, sus órdenes de expropiar una parte grande de las posesiones de la Iglesia en América como experimento modernizador, también dañaron la unidad eclesiástica y social en América, pese a su pronta revocación por sus consecuencias inmediatas. (Marco, 2011) No obstante, la crisis que llevaría consigo el estallido de la revolución no tuvo lugar hasta la firma del Tratado de Fontainebleau en octubre de 1807, caída de Godoy, y las abdicaciones de Bayona, en mayo de 1808 (Amores, 2006). En contra de lo que esperaba Napoleón, las colonias americanas trataron «... de contribuir con nuestros socorros a beneficio de la Nación oprimida por la felonía de Napoleón Emperador de los Franceses, Robador [sic] sacrílego de la augusta persona de Nuestro Rey el Señor Don Fernando Séptimo y su Real Familia...»9 (1808). Por ello, la inmensa mayoría de las colonias juró fidelidad de Fernando VII y rechazaron al usurpador. (Núñez, 2010) Al igual que en la península, la invasión napoleónica de la Península trajo consigo la creación de multitud de Juntas de gobierno10 que renegaban de un poder central que ya no representaba al pueblo –multitud de autores hablan de un «vacío de poder». En este sentido, los movimientos revolucionarios americanos fueron iniciados por criollos que aprovecharon la situación para sustituir en el poder a burócratas peninsulares que habían perdido apoyos11. En esta realidad convergen las dos crisis superpuestas a la que los americanos hubieron de hacer cara en el primer cuarto del siglo XIX: la crisis por la independencia, y la crisis por la naturaleza del sistema que debía continuar rigiendo España (Marco, 2011). A menudo, los sublevados que buscaban sustituir la antigua burocracia basaban su legitimidad en cabildos cuyos puestos podían comprarse, heredarse y obtenerse 9

Fragmento de un mensaje enviado por el cabildo de Buenos Aires (Núñez, 2010). 1808 Montevideo, Santa Fe de Bogotá y México; 1809 Buenos Aires, Chuquisaca, La Paz y Quito… (CEEFBI, 2010) 11 Al contrario que la independencia de las Trece Colonias, en las españolas no había existido nunca un modelo descentralizado de administración. Lo más parecido al autogobierno habían sido cofradías y asambleas de vecinos que se reunían para convenir la gobernación de tierras comunales (Marco, 2011) 10

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mediante cooptación. Por ello, para decisiones mayores solían convocarse «cabildos abiertos». Estos estaban integrados por los notables de la ciudad y acabaron conformando juntas de gobierno en casi todos los territorios coloniales, de manera análoga a la española. En otros lugares fueron los antiguos burócratas los que constituyeron las juntas, como en Santiago o en Bogotá, cuyo virrey se puso al mando de la Junta Suprema bogotana –aunque fuera depuesto cinco días después (Isaza, 2010). Las asamblea constituyente convocada en San Fernando el 14 de septiembre de 1810 y la Constitución que en su seno se gestó, sembraron «el nervio liberal del cual partieron los movimientos constitucionales en Hispanoamérica, […] origen de nuevas instituciones, así como iniciación de políticas sociales y económicas»

(Hernández

Sánchez-Barba, 2009). La Pepa no sólo fue relevante para las colonias americanas por la abolición de los Virreinatos; también reforzaba la idea de nación proclamando que “La Nación Española es la unión de todos los españoles de ambos hemisferios.” Además, pese a su corta aplicación –inexistente, además, en Nueva Granada, por su pronta independencia (1810), y en Río de la Plata-, fue determinante en la redacción de las leyes que regirían las nuevas repúblicas12. Por otro lado, las medidas progresistas tomadas en las Cortes de Cádiz (libertad de prensa, abolición del tributo indígena, o privilegios jurisdiccionales) no fueron bien recibidas por algunas oligarquías locales, que favorecieron el regreso de Fernando en 1814. La reinstauración del liberalismo en España hizo que muchas de estas optaran por la emancipación para desvincularse de los arriesgados cambios que estaban teniendo lugar en la oleada realidad política peninsular (Marco, 2011). B. De origen popular: México, Perú y Haití En México, Perú y Haití, sin embargo, se dieron fenómenos alternativos. En México, el Grito de Dolores del 16 de septiembre de 1810 tuvo un carácter eminentemente popular, con lo que los revolucionarios no contaron con el apoyo de las clases gobernantes, que permanecieron fieles a la Corona (González, 2009). En el Perú, convergieron tres circunstancias, la estancia en el poder del virrey conservador José Fernando de Abascal (1743-1821), que mantuvo una política muy

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Por ejemplo, la primera constitución mejicana (28 de octubre de 1814) sería una copia de la Pepa que, a su vez, sería promulgada en el año 1820 en Cartagena. En la constitución de 1819 de las Provincias Unidas de Sudamérica, por su parte, se estableció que «todas las leyes españolas son válidas, a menos que atenten contra el espíritu o las letra de la libertad e independencia del país» (Hernández Sánchez-Barba, 2009).

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firme, el carácter eminentemente contrarrevolucionario de la población peruana, y el precedente de la revolución de 1810. Túpac Amaru II 13 , caudillo (curaca) peruano, había añadido a su discurso las ideas independentistas estadounidenses, reivindicaciones sobre la nación indígena y agravios sobre la nueva reforma de la administración (Lynch, 2001). Así, encabezó una revolución de mestizos y criollos contra la corona española que acabaría un año más tarde con el cruel ajusticiamiento de Túpac Amaru II (Marco, 2011). En las zonas coloniales azucareras caribeñas, donde los esclavos tenían un papel determinante en la producción de bienes, existía el precedente de la revolución de los negros en Haití (Marco, 2011) en 1791, donde se originaba el 60% del café y el 40% del azúcar importados por Francia y Gran Bretaña. Esta rebelión precipitó la independencia de Haití, una sociedad formada mayoritariamente por esclavos negros 14 (Richardson, 1992). Con enorme sigilo, los esclavos de confianza de distintas plantaciones en el norte de la isla de Santo Domingo habían preparado una insurrección que estallaría el 22 de agosto y que ganaría adeptos de manera exponencial: de dos cientos a casi diez millares de insurrectos en apenas quince días (Grafenstein, 2009). La revolución haitiana tuvo sus consecuencias en el continente, como la insurrección en La Guaira y Caracas encabezada por el oficial Manuel Gual y el teniente José María España en 1797. Buscaban hacer de Venezuela una república democrática libre para cuya consecución buscaron apoyos entre los esclavos (Rojas, 1985). Sin embargo, la dura represión del golpe impediría su trascendencia. Este precedente supuso, asimismo, el retraso en la explosión de los movimientos emancipadores en Cuba y Puerto Rico, cuyos administradores y colonos, siendo colonias eminentemente dedicadas a la producción agrícola mediante la explotación esclavista, vieron en la revolución un fenómeno demasiado arriesgado como para apostar por ella (Amores, 2006). De qué manera los cambios en la península fueron afectando el curso del proceso emancipador americano En 1814 se creó la llamada Comisión de Reemplazos, con respecto a tres hechos fundamentales: «El estado de insurrección en que se hallan algunas Provincias de 13

Llamado en realidad José Gabriel Condorcanqui Noguera (1738-1781). En su libro, Richardson habla de apenas 40 mil colonos blancos para administrar una población de más de 450 mil esclavos. 14

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Ultramar, la urgente necesidad de enérgicas medidas para la pacificación clase y extensión de las que deben adoptarse con este objeto y males que amenazan á la Nación Española si el Gobierno no remite los auxilios que se reclaman» (Representación de la Comisión de Reemplazos a la Regenica sobre la necesidad de mandar tropas a la América, 1814). Esta Comisión buscó, por medio del consulado gaditano, centralizar el envío de tropas contrarrevolucionarias a América estableciendo un fondo común al que todas lo territorios coloniales habían de contribuir. No obstante, si bien los consulados de Lima y el de La Habana aportaron escaso dinero, los de Ciudad de México, Guadalajara y Veracruz, no contribuyeron en absoluto. En 1814, los contingentes militares enviados por Fernando VII, pese a su escaso éxito, limitado a algunas zonas de Nueva Granada, así como la favorable evolución de la historia en la Europa continental para los intereses absolutistas, hizo que el absolutismo ganara apoyos pancistas en América (EJCYL, 2012). Sin embargo, el golpe de Riego en 1820 hizo que la balanza del proceso volviera a inclinarse hacia el lado revolucionario. En primer lugar, la primera consecuencia de aquel pronunciamiento fue la imposibilidad de enviar un contingente militar de 14 mil hombres que se había reunido en Andalucía para reprimir el proceso emancipador americano (Marco, 2011). En segundo lugar, los liberales mostraban una mayor disposición a la negociación que los absolutistas, y se llegó a conceder un alto al fuego para negociar la aceptación de la constitución por parte de las colonias (Balbuena, 2006). Empero, liberal o no, el Gobierno seguía sin estar dispuesto a reconocer la independencia de las colonias. Las peticiones de libre comercio, de eliminación de la burocracia despótica y de igualdad de representación que sostenían los americanos que aún no se habían dejado seducir por la revolución no fueron escuchadas por los liberales peninsulares 15 , que sostenían que «la libertad no era suficiente, [ya que] podía ser un fin en sí mismo y no conducir a la liberación» (Lynch, 2001). Además, el Trienio Constitucional trajo una serie de incertidumbres a las oligarquías americanas realistas, particularmente a las peruanas y mejicanas, que no hicieron sino acelerar el proceso emancipador en las dos regiones. 15

Si bien las Cortes de Cádiz suprimieron aquel mismo 25 de la mita, el repartimiento y la servidumbre personal de los indígenas (González, 2009).

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Las dos guerras: económica y política. Reformas de la administración colonial. Una de las causas principales de las demandas emancipadoras americanas era el enorme papel de los peninsulares en la administración americana, constituyendo esencialmente el alto funcionariado debido a sus contactos y afinidad política con la burocracia peninsular y a su falta de lazos con la élite americana local –positivo en aras de la centralización y la eficiencia-. Otro agravante fueron las medidas modernizadoras del ministro Godoy, por la dislocación comercial producida tras casi doce años de guerra con Inglaterra. El nuevo modelo, liberal, inspirado en el del Imperio Británico, trajo consigo la creación del comercio de neutrales, especialmente con la real orden de 1797 (Ortiz de la Tabla, 1999). Pese a que las exportaciones a España se multiplicaron por diez entre 1778 y 1796 (Marco, 2011), beneficiando a los nuevos comerciantes y extranjeros, sobre todo en el Atlántico y el Caribe, el nuevo modelo perjudicaba notablemente los intereses de la élite comercial criolla, especialmente en el Perú y Nueva España. Además, los beneficiados comenzarían a demandar mayores libertades comerciales que no llegarían 16 y la llegada de miles de comerciantes peninsulares atraídos por estas medidas también contribuirían a erosionar la actitud criolla hacia los metropolitanos (Llano, 2002). Por otro lado, las empresas a las que el Gobierno de Madrid destinaba el dinero de sus arcas eran tan ajenas a los habitantes de las colonias que cada vez había más gente que creía que «el plan económico del Gobierno monárquico es, dejar a cada uno buscar como pueda – mandarle pagar – gastar – y no darle cuentas» (Rodríguez, 1830). Esta opinión ganó momentum el 4 de diciembre de 1776, cuando por don José de Gálvez, Ministro de Indias (Intendencias de la Nueva España, 2008), instauró un modelo de organización fiscal basado en intendencias para facilitar la recuperación económica de la Corona mediante un mayor control de las finanzas públicas y una crecida de los ingresos (Marco, 2011). La influencia y participación internacional El Reino Unido, por su apetito comercial, tuvo un peso importante durante el proceso. En un principio neutral por el tinte liberal de la España revolucionaria, con el regreso 16

El revolucionario venezolano Juan Pablo Vizcardo escribía: «¿De qué sirven tantas tierras fértiles, si además de la falta de instrumentos necesarios para labrarlas, nos es por otra parte inútil el hacerlo más allá de nuestra propia consumación?» (Vizcardo, 1792?).

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del rey borbón en 1814 comenzó a participar de manera activa en el conflicto, armando a independentistas hispanoamericanos y permitiendo y favoreciendo que súbditos ingleses se enrolaran en sus ejércitos. Tras el Trienio Constitucional y el reconocimiento de las nuevas repúblicas, la contienda se aceleró. En 1814, tras la total consolidación de la independencia de las Trece Colonias, con la Paz de Gante, los EEUU adoptaron una naturalidad empática con los americanos y que, tras la compra de la Florida en 1822 –momento en que EEUU dejó de necesitar mantener buenas relaciones diplomáticas con España-, se convirtió en un apoyo evidente. No obstante, debido a su debilidad militar y problemas internos, los EEUU no tuvieron un papel demasiado relevante en el proceso emancipador del primer cuarto del siglo XIX (Casanueva de Diego, 2010). En Europa, la derrota de Napoleón en 1815 motivó la creación de un sistema de congresos para firmar la paz de Viena, restaurar la Europa anterior a la revolución y garantizar la paz y estabilidad del continente basada en el absolutismo (Alija, 2009). Con la instauración del gobierno liberal en España, en 1820, la Santa Alianza, compuesta por Rusia, Prusia y Austria, junto con Francia se encargarán de acabar con el nuevo régimen y devolverle el poder absoluto a Fernando VII mediante el contingente Francés de Los Cien Mil Hijos de San Luis en 1823.

El proceso emancipador El proceso emancipador fue, en definitiva, un proceso largo y complejo protagonizado por las minorías blancas donde los enfrentamientos, también entre los propios americanos, no promovieron un cambio social sino una redistribución del poder, que fue a parar en manos de las élites criollas (Cruz, 2011). El proceso en Río de la Plata y Chile La explosión del proceso emancipador en Buenos aires fue causada por la convergencia de tres factores fundamentales: la crisis política sobre la posible liberalización del comercio, entre antiguos beneficiarios del monopolio gaditano y aquellos que buscaban eliminarlo; la presión de las diferentes potencias europeas para defender sus intereses en el conflicto; y la rivalidad entre las élites criollas y los burócratas coloniales (Chiaramonte, 2008).

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Asimismo, los intentos británicos de conquistar el Río de la Plata en 1806 –cuando Buenos Aires fue tomado durante 45 días- y, más tarde, en 1807 (Martino & Vega, 2006) hicieron que los criollos empezaran a tomar conciencia de su potencia militar y de la incapacidad española para asegurar la protección de sus colonias. Especialmente a raíz de la segunda, cuando los porteños se defendieron ejemplarmente17. El 25 de mayo de 1810 se creó la primera Junta de Gobierno bonaerense, que encabezaría la declaración de independencia de la ciudad aquel mismo año (Martínez Díaz, 1991). Buenos Aires comenzó a extender su influencia al resto del virreinato. Pese al éxito adquirido en Córdoba y Tucumán, su incapacidad para ejercer su autoridad en la región guaraní, precipitó la declaración de independencia de Paraguay, el 15 de mayo de 1811, encabezada por José Gaspar Rodríguez de Francia, El Supremo. La conquista del Alto Perú también falló, por el carácter conservador de la élite altoperuana que, además, había reprobado las medidas populistas de los bonaerenses en su región. Tras devolver la región a la dependencia de Lima en julio de 1811, las tropas peruanas del general Goyeneche hicieron retroceder las fronteras de la zona de influencia revolucionaria, hasta que Martín de Güemes, apoyándose en el campesinado, logró detener el avance (CEEFBI, 2010). Montevideo, que se había erigido como el rival realista de Buenos Aires gracias a la influencia de los marinos españoles en la ciudad, nueva capital del Virreinato (Amores, 2006), tuvo su primer golpe revolucionario el 28 de febrero de 1811. Este Grito de Asencio o la Admirable Alarma, pronto atraería a los contingentes revolucionarios argentinos del general José de Artigas, que fueron ahogados por los portugueses, a petición del Virrey Francisco Javier de Elío (Martínez Díaz, 1991). Tras la derrota de Artigas18 en Tucuarembó, el 14 de enero de 1820, la Banda Oriental (Uruguay) pasó a ser administrada por el Reino de Portugal bajo el nombre de Estado Cisplatino y, tras 1822, por el nuevo Imperio de Brasil. Sin embargo, el 19 de abril de 1825, un grupo de revolucionarios uruguayos conocidos como Los Treinta y Tres Orientales sitiaron Montevideo y convocaron una asamblea que declaró la 17

Uno de los héroes de esa guerra fue Manuel Belgrano, que más tarde sería proclamado general del ejército del Alto Perú, y un símbolo de la independencia., que defendería la emancipación en el Congreso de Tucumán y la creación de una monarquía constitucional en el Río de la Plata (Martínez Díaz, 1991). 18Artigas fue un líder independentista argentino que se había ganado su proscripción por defender posturas demasiado populares, de protesta social, y que creía en la creación de una nación latinoamericana –algo irónico dado el gran apoyo popular, indígena y campesino, que recibieron los revolucionarios porteños en el Alto Perú y en la lucha contra Goyeneche, respectivamente- (Martínez Díaz, 1991).

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independencia de Uruguay bajo el gobierno del héroe revolucionario Juan Antonio Lavalleja el 25 de agosto de 1825. La primera constitución del Estado Oriental del Uruguay no sería, sin embargo, jurada, hasta el 18 de julio de 1830 (Martínez Díaz, 1991). El general José de San Martín (1778) tenía experiencias en todos los conflictos bélicos en los que se había visto envuelta la Península, la guerra contra Francia, la de las Naranjas, los conflictos contra Inglaterra por Gibraltar y la de Independencia. Pese a haber nacido en Yapeyú, Argentina, era hijo de peninsulares y se educó en Málaga (Amores, 2006). Ya como capitán, unos amigos de la masonería19 le instigaron a luchar por la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata, adonde llegaría en 1812. Además de destacar por su triunfo en el Combate de San Lorenzo (3 de febrero 1813), fue el creador del Ejército Andino con el que venció a las tropas realistas destacadas en Chile en 1818 (Marco, 2011). En 1813 fue convocada en Buenos Aires una Asamblea General Constituyente que, además de aprobar una serie de medidas muy progresistas, como la supresión del mayorazgo y de los títulos nobiliarios, adoptó un escudo y un himno nacional. La independencia de las Provincias Unidas de Sudamérica llegaría el 9 de julio de 1816 en Tucumán, en el marco del Congreso General Constituyente20, trasladado a Buenos Aires en 181721 (Amores, 2006). Lejos de satisfacer a todos, la Constitución de 1819, que proclamaba una república unitaria y un régimen económico liberalista, creó una escisión entre las provincias del interior, de ideas federalistas, y más proteccionistas que las de la burguesía comercial del litoral. Este conflicto dio lugar a una guerra civil entre el poder centralista porteño y las provincias, por la autonomía, que no concluiría hasta 1862, con la Constitución de San Nicolás22 (Martínez Díaz, 1991).

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Las ideas de la independencia argentina eran representadas por los principios de la Logia Lautaro, en 1812, liderado por el general José de San Martín. Junto a este, Manuel Belgrano, Martín Miguel de Güemes, Tomás Guido, Tomás Anchorena, Fray Justo Santa María de Oro, y Juan Martín de Pueyrredón, lucharon por la independencia del Río de la Plata (Amores, 2006). 20 El plan de Belgrano reflejaba el espíritu del congreso de Tucumán: colonial, democrático, monarquista, doctoral y pedantesco, con tendencias a la unión, al orden y al americanismo (Mitre, 1947). 21 Originalmente, la independencia era «del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli» pero, desmintiendo rumores sobre una supuesta anexión a Portugal o Inglaterra, diez días más tarde se añadiría la fórmula «y de toda otra dominación extranjera » (Grosso, 1972). 22 Himno nacional argentino (extracto): Oíd, mortales, el grito sagrado: /«¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad!» / Oíd el ruido de rotas cadenas / ved en trono a la noble igualdad / / Ya su trono dignísimo abrieron / las Provincias Unidas del Sud / y los libres del mundo responden: / «¡Al gran pueblo argentino, salud!»

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En Chile, los líderes de la emancipación fueron José Carrera y sus hermanos, de ideología radical, y Bernardo O’Higgins, moderado. En 1810, al igual que en casi toda América, se formó una Junta de Gobierno que convocaría un congreso nacional dividido en revolucionarios y reformistas, que buscaban pertenecer al Estado español conservando autonomía. Carrera se hizo con el poder ejecutivo mediante una coalición y promulgó una constitución en 1812. Sin embargo, por su debilidad militar, O’Higgins acabaría tomando el poder (Martínez Díaz, 1991). En 1813, el desembarco de una milicia realista peruana en el sur comenzaría un proceso bélico que acabaría un año más tarde con la entrada del general sevillano Mariano Osorio en Santiago. O’Higgins, tras la derrota de Rancagua, en octubre, buscó refugió en Mendoza, donde se aliaría con San Martín para planear la conquista de Chile. Dos años más tarde, San Martín y sus tres mil hombres cruzaban los Andes para obtener su primera victoria en Chacabuco, el 12 de febrero de 1817 (Martínez Díaz, 1991). La guerra se ganó en abril, con la victoria de Maipú, pese a la derrota de Cancha Rayada que tanto riesgo para la independencia había supuesto apenas un mes atrás. No obstante, el sur del país siguió siendo un foco de resistencia realista y el clima político chileno continuó turbulento, por las tensiones existentes entre los revolucionarios. O’Higgins, nombrado Director Supremo de la República de Chile, trató de poner fin a esta situación por medio de la represión social, llegando incluso a ejecutar a su compadre Manuel Rodríguez, uno de los héroes revolucionarios de Chile, por apoyar a los Carrera 23 (Chiaramonte, 2008). El proceso en el Perú Tras la liberación chilena, tanto los estadounidenses como los británicos quisieron involucrarse activamente en la oleada emancipadora latinoamericana. Así, San Martín, cuya flota en un principio constaba con siete buques de guerra, pasó a estar secundado por 16 navíos, gracias a la escuadra de Lord Cochrane. No obstante, con sólo 4.500 soldados los revolucionarios habrían de plantar cara a un virreinato escoltado por más de 20 mil24.

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El periódico "La Crónica Argentina", órgano de ideas democráticas, se encargaba de comentar estas palabras: "No puede haber monarquía sin despotismo." (Mitre, 1947). 24 Se calcula que el número de hombres que lucharon al servicio del rey durante las guerras de independencia, hasta 1825, fue de algo menos de 30 mil españoles, de los 50 mil que se encontraban en todo el territorio americano, especialmente en Cuba (de Vergara, 2006).

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Efectivamente, San Martín era consciente de la necesidad de una estrategia que fuera lo suficientemente infalible como para tener alguna oportunidad de obtener la victoria en el Perú, donde las primeras Juntas de Gobierno habían nacido en 1814. Confiaba en aprovechar el agotamiento del virreinato por la erosiva duración de la guerra, el bloqueo comercial que pudiera quebrar la lealtad política de los terratenientes locales, y el apoyo de la población indígena (Amores, 2006). El desembarco de San Martín en la Bahía de Paracas se produjo el 7 de septiembre de 1821. Los alzamientos espontáneos en varias ciudades, especialmente en Trujillo el 29 de diciembre de 1820, gracias al cambio de bando del Marques de Torre Tagle, dieron una posición ventajosa a los republicanistas. El 25 de septiembre de 1820 el virrey Joaquín de la Pezuela convocó una reunión para negociar con San Martín, que no dio ningún resultado por los irreconciliables intereses de ambos interlocutores25. Tras este fracaso, el 28 de julio de 1821 San Martín tomaba Lima y era nombrado Protector del Perú26, donde siguió dictatorialmente una política muy conservadora con el fin de ganarse la confianza de la oligarquía peruana, que tanto había temido con el golpe de Estado liberal de 1820. El 1 de agosto San Martín proclamaba: «El Perú es, desde este momento, libre e Independiente. Por la voluntad general de los pueblos y por la justicia de su causa que Dios defiende. ¡Viva la Patria!, ¡Viva la Libertad!, ¡Viva la Independencia!» (Cruz, 2011). Antes de 1822, el proceso bélico se había estancado en las montañas, donde indios mapuches y pequeños lugartenientes llevaban a cabo una guerra de desgaste. El 26 de julio, San Martín y Bolívar se reunieron en la Conferencia de Guayaquil para discutir el futuro del Virreinato del Perú. Este último se encargó, según lo pactado, de continuar la guerra en el virreinato peruano en reemplazo del primero. El general Bolívar (1783-1830), también llamado El Libertador, era un venezolano miembro de la aristocracia hacendada, con una rica educación humanista, y conocimiento de Europa. Pese a no ser un militar profesional, sus dotes estratégicas le reportaron grandes éxitos en la Independencia Venezolana y la batalla de Ayacucho (Marco, 2011). Sus ideas políticas para el futuro de América consistían en «formar de 25

El 29 de enero de 1821, se produjo el pronunciamiento de Aznapuquio en el que el virrey, adepto al absolutismo, fue derrocado por una serie de políticos liberales encabezados por el general José de la Serna (EJCYL, 2012). 26 El protectorado de San Martín duró un año y diecisiete días y, en este período, se sentaron las bases de la nación: acuñación de moneda, bandera, himno, creación de un sistema legal, administrativo y judicial, fundación de una biblioteca nacional…

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todo el Mundo Nuevo una sola Nación con un solo vínculo, que ligue sus partes entre sí como un todo» (Bolívar, 1815). No obstante, jamás lograría ver su ideal realizado, por las complejidades sociales y, especialmente, territoriales de la España americana (Amores, 2006). Bolívar venció las tropas del nuevo virrey La Serna en Junín en agosto de 1824 y Sucre en Ayacucho. En 1825 Sucre derrotó a los últimos insurgentes y, en 1826, al último foco de lucha realista organizada: la guarnición de El Callao. «El Perú es, desde este momento, libre e Independiente por la voluntad general de los pueblos y por la justicia de su causa que Dios defiende. ¡Viva la Patria!, ¡Viva la Libertad!, ¡Viva la Independencia!» –San Martín (1 de agosto de 1821). El proceso en Nueva Granada El 19 de abril de 1810 se había producido una revolución en Venezuela con la participación de un jovencísimo Bolívar. El cabildo de Caracas destituyó al Capitán General de Venezuela para crear una Junta Suprema. Un año más tarde, el 2 de marzo, un triunvirato encabezado por Cristóbal de Mendoza se encargó de hacer los preparativos para la independencia, el 5 de julio (Marco, 2011). Francisco de Miranda (1750-1816), El Americano Más Universal, militar venezolano con experiencia Revolución de las Trece Colonias y en la francesa de 1789, sería nombrado en 1812 Dictador plenipotenciario y Jefe Supremo de los Estados de Venezuela, con apoyos principalmente en la zona litoral. La derrota se debió a la gran influencia de los realistas en el centro y el interior del territorio unida al inexorable avance de las tropas realistas de Juan Domingo de Monteverde, que llevó consigo la pérdida de la cardinal guarnición de Puerto Cabello, bajo comando de Bolívar, así como de diversos apoyos que se cambiaron al bando realista –como los hacendados del litoral cocotero, que temían revueltas entre sus esclavos, como había ocurrido en Haití en 1791 (Amores, 2006). Así, en julio de 1812 Miranda firmó un armisticio en la ciudad de San Mateo con los españoles y se preparó para embarcarse al día siguiente. Por estas dos decisiones, un grupo de militares, entre los que se encontraba el propio Bolívar, lo apresaron y entregaron a los realistas. Miranda murió en Cádiz en 1816, de acuerdo con la historiadora Carmen Bohórquez, como el chivo expiatorio de la primera derrota revolucionaria en Venezuela (Hernández González, 2009).

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La rebelión continuaba, sin embargo, en Cumaná y e Isla Margarita, sostenida por negros y mulatos y encabezada por Santiago Mariño. En una espiral de violencia, los rebeldes comenzaron a masacrar a la multitud de colonos canarios que se habían asentado en la región. Así, en junio de 1813 Bolívar proclamaba la llamada “guerra a muerte”, que concluiría un mes más tarde, cuando los rebeldes llegaron a Caracas. No obstante, la participación de los terratenientes ganaderos de los Llanos venezolanos volvió a darle el poder a los realistas, bajo la dirección de José Tomás Boves, que venció a los ejércitos de Bolívar en los Andes y a los de Mariño en la costa. Bolívar huiría entonces a Nueva Granada y a Jamaica, y Venezuela se alzaría realista, especialmente a partir de 1815, con la llegada de los 10 mil efectivos enviados a las órdenes del general Pablo Morillo para sofocar la revolución en Nueva Granada (EJCYL, 2012). Gracias a su alianza con Antonio Páez, cabecilla revolucionario de los Llanos, al regresar en 1816, Bolívar volvió a tener esperanzas en la conquista venezolana. En febrero de 1819 se convocó en Angostura un segundo congreso constituyente en el que se sentaron las bases de la República de Colombia, con Capital en Santa Fe (actual Bogotá) y compuesta por Venezuela, Cudinamarca (antigua Nueva Granada) y Quito (Ecuador, aunque todavía bajo dominio Español) (Bolívar, 1819). El 7 de agosto, Bolívar y sus tres mil hombres obtuvieron la victoria en Boyacá, lo que supuso el control de Bogotá y de las regiones central y norte de Nueva Granada. Además, el golpe de Riego en la Península, que había desestabilizado la organización militar realista, confirió una ventaja estructural a los revolucionarios. Bolívar entraría en Caracas en junio de 1821, con la batalla de Carabobo, y Sucre, en Quito, en mayo de 1822, con la batalla de Pichincha El Congreso de Cúcuta de 1821 (30 agosto-3 octubre) dio lugar a una constitución para una Colombia más centralizada que la dibujada en Angostura tres años atrás. República de la que Francisco de Paula Santander sería el primer gobernante de facto, aunque el enorme poder de Páez sobre el ejército revolucionario se convertiría en una peligrosa fuente de inestabilidad para el gobierno de Santander, a menudo percibido como excesivamente liberal (CEEFBI, 2010).

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El proceso en Nueva España «¡Viva la Virgen de Guadalupe! ¡Abajo el mal gobierno! ¡Viva Fernando VII!». Estas fueron las palabras que resonaron en la villa de Dolores27 (Guanajuato) la madrugada del 16 de septiembre de 1810. Reunidos en torno a un estandarte de la Virgen de Guadalupe, el párroco Miguel Hidalgo instigó a la población –especialmente peones indios y mestizos- a tomar armas contra la administración del Virreinato de Nueva España (Marco, 2011). Con la matanza de la alhóndiga de Guanajuato, donde se guarecían los notables de la ciudad, la causa revolucionaria perdió inmediatamente el apoyo de la élite mexicana durante una década. El ejército rebelde tomó Celaya, Guanajuato y Valladolid en dos días y venció a las tropas realistas en el Monte de las Luces, pero cometieron el error de no avanzar hasta Ciudad de México por miedo de ser cercados. Esto precipitó la derrota de los 80.000 hombres de Hidalgo, batallón muy desorganizado, a manos de los 7.000 del general realista Trujillo. Hidalgo fue capturado y ejecutado (González, 2009). A pesar de esta derrota, y del retraimiento territorial que trajo consigo, el movimiento insurgente aumentó y se unió al encabezado por José María de Morelos, otro cura, en la región de Tierra Caliente. Pronto dominarían Oaxaca, Tehuacán y Acapulco. En 1813, Morelos declararía la independencia de la República de México, que duraría poco. En 1815, Morelos fue capturado y fusilado (González, 2009). El radicalismo popular de Morelos28 favoreció la unión de criollos y peninsulares en defensa del orden, así como de la Iglesia, que temía perder poder en el territorio mexicano. No obstante, en 1820, temerosos de los cambios que el nuevo orden liberal pudiera llevar a las colonias, muchos realistas se cambiaron al bando independentista, como Agustín de Iturbide y Vicente Guerrero. Estos dos militares criollos diseñaron el Plan de Iguala, que describía un México independiente, católico y socialmente igualitario (entre razas, y entre criollos y peninsulares) gobernado por un infante nombrado por el rey de España (González, 2009). El llamado Ejército Trigarante se apoderó rápidamente de todo el territorio en una guerra que concluyó en septiembre de 1821. 27

El golpe ya había sido preparado en Valladolid, San Miguel el Grande, Dolores y Querétaro por grupos criollos y con apoyo de representantes de las élites, pero el golpe fue descubierto y Miguel Hidalgo tuvo que actuar de inmediato (González, 2009). 28 «Que quede abolida la hermosísima jerigonza de calidades indio, mulato o mestizo, tente en el aire, etc. y sólo se distinga la regional, nombrándonos todos generalmente americanos» (Morelos, 1813).

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Los Tratados de Córdoba reflejan el reconocimiento español de la independencia de México29, que conservaría las fronteras del Virreinato de Nueva España excluyendo las capitanías generales de Cuba, Santo Domingo y Filipinas, todavía fieles a la Corona (Lynch, 2001). Un año más tarde Iturbide se hizo nombrar emperador y, sin apoyos, habría de huir del país. En 1824 la nueva constitución dio paso a una nueva etapa de convulsión política que concluiría con las denominadas invasiones norteamericanas. En Centroamérica, por otro lado, Gabino Gainza, último gobernador de la capitanía general de Guatemala, había convocado una junta de notables para discutir la declaración de independencia, a raíz de la escisión de la intendencia de Chiapas, que se uniría a México el 14 septiembre de 1824. El 1 de julio de 1823, en un congreso con representantes de todos los territorios centroamericanos, se declaró la emancipación de las Provincias Unidas del Centro de América con capital en Guatemala. Independientes de España, de México y de cualquier otra nación. Sin embargo, la federación no duraría mucho: Nicaragua declaró su independencia en abril de 1838, y fue seguida por todas las demás30 (Amores, 2006). El Congreso Anfictiónico de Panamá La hora de la verdad había llegado para los revolucionarios americanos. Entre el 22 de junio y el 15 de julio de 1826 se convocaron en el Convento de San Francisco, en la ciudad de Panamá, representantes de todos los territorios iberoamericanos (el Alto Perú acababa de ser liberado por Bolívar y Sucre), el Reino Unido y Holanda para discutir el futuro de Hispanoamérica. Este congreso era la realización del máximo sueño de Bolívar, que, a pesar de ser consciente de las dificultades territoriales, económicas y militares de su proyecto 31 , defendía la creación de una federación de estados independientes y dirigidos de manera centralista 32 (Beluche, 2006). Según el mismo: «este Congreso parece destinado a

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Es necesario destacar que el Virreinato de Nueva España se extendía por en norte del México actual y abarcaba los Estados de California, Nevada, Utah, y grandes porciones de Colorado, Arizona, Nuevo México, Wyoming, Ocklahoma, Kansas y Texas, hoy en día pertenecientes a los EEUU. 30 Nicaragua firmaría su independencia en abril de 1838; Costa Rica, a la vez que Honduras, en noviembre de 1838; Guatemala, en abril de 1839 y, por último, El Salvador, en enero de 1841. (CEEFBI, 2010) 31 Él mismo reconocería, en su Carta de Jamaica: «Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una religión, debería, por consiguiente, tener un solo gobierno que confederase los diferentes estados que hayan de formarse; mas no es posible, porque climas remotos, situaciones diversas, intereses opuestos, caracteres desemejantes, dividen a la América» (Bolívar, 1815). 32 Principalmente para prevenir el fracaso como el de las primeras repúblicas independizadas en América, en el llamado período de “la patria boba” (Beluche, 2006).

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formar la liga más vasta, o más extraordinaria o más fuerte que ha aparecido hasta el día sobre la tierra. La Santa Alianza será inferior en poder a esta confederación [...]». Los puntos que conformaban la agenda del congreso eran de vital importancia para las nuevas repúblicas, como renovación y creación de tratados comerciales y de navegación, con respecto a la esclavitud, la conservación de las fronteras coloniales de 1810 y en materia de derecho internacional. A este respecto, se discutieron las independencias de Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Canarias y, de una forma u otra, se aceptó el liderazgo de los EEUU de Monroe como medida de protección contra nuevos ataques españoles (Alija, 2009). También se trató de mantener una serie de contingentes militares hispanoamericanos, pero esta, junto con muchas de otras medidas, fracasó por la precaria situación económica y política de la mayoría de los integrantes de la Conferencia (Beluche, 2006). Ello, unido a la falta de popularidad del modelo bolivariano causó el desengaño de Bolívar, que comentó: “El Congreso de Panamá sólo será una sombra”. Lo cierto es que tenía razón, y las sucesivas conflagraciones bélicas estalladas por discrepancias entre sus miembros lo confirmaron (Pinillos, 2010).

Consecuencias de la emancipación Es interesante observar cómo, al contrario de lo que ocurrió en Brasil, donde el Imperio independiente conservó la unidad colonial, las colonias españolas quedado fragmentadas en un gran número de Estados independientes. Además, el proceso emancipador hispano no sólo fue más violento y extenso en el tiempo, sino que los conflictos bélicos no cesaron en el momento de la independencia (Prados de la Escosura & Amaral, 1993). En términos económicos, los enormes gastos militares y la debilidad de los medios de producción tras guerra trajeron exigentes políticas impositivas que agravaron el malestar social en muchos territorios (EJCYL, 2012). La movilización popular que llevó consigo el proceso emancipador, en algunos casos, había provocado la división en dos bandos que, con la erosión de la disciplina social y el aumento de las diferencias entre pobres y ricos –que en muchos casos habían ganado mucho poder-, degeneró en verdaderas guerras civiles. Efectivamente, la revolución no implicaba un cambio social, como reclamaron Artigas e Hidalgo, sino una redistribución de poder conservando modelo jurídico y social español (Cruz, 2011). El

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pueblo, por su parte, tendió a ser marginado en los procesos políticos de toma de decisiones (Marco, 2011). Una de los aspectos positivos que conllevó la independencia fue el incremento de la tolerancia social entre los americanos, con la que el viejo sistema de castas comenzó a decaer en favor de la movilidad social. Para ganarse el favor de la gente muchos políticos habían recurrido a políticas populistas que beneficiaban a indios, mestizos y negros (como la abolición del tributo o la esclavitud) y la necesidad de fortificar y construir nuevos ejércitos americanos trajo consigo la incorporación de reclutas de diferentes estratos sociales y étnicos (Marco, 2011). Muchos españoles, por otro lado, hubieron de exiliarse, o bien por las circunstancias de la guerra, o bien por las leyes de expulsión promulgadas en diferentes regiones a lo largo del movimiento emancipador (Kamanovitz, 2008). Muy al pesar de los detractores del modelo político bolivariano, lo cierto es que la balcanización política y la anemia financiera que sufrieron los nuevos Estados fue consecuencia de la excesiva descentralización del territorio hispanoamericano (Hernández Sánchez-Barba, 2009). Esta realidad, que había sido lidiada por los EEUU, una federación con una unidad admirable y un emprendimiento político que les llevaría muy lejos, sería la lacra del sistema iniciado por la Conferencia de Panamá y transmitiría una gran vulnerabilidad a los territorios ex coloniales (Llano, 2002). Si bien el reducido tamaño de los Estados supuso que los criollos podían disponer de la totalidad de su excedente económico, en algunos países sin una población autóctona estable donde no se había establecido un pacto claro entre la élite criolla y los españoles, esta ventaja degeneró en pobreza, corrupción y mala administración, con constantes cambios políticos que prevenían una eficaz distribución de bienes públicos

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(Kamanovitz, 2008). Por otro lado, en los países que, conservando las fronteras coloniales, no hubieron de hacer cara a grandes guerras, como Argentina 34 , Chile o Costa Rica, el progreso llegó pronto, estableciéndose como países comerciales de tipo liberal que gozaban de estabilidad política35.

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En Colombia, por ejemplo, se promulgaron nueve constituciones diferentes entre 1830 y 1916, y en el mismo período, Venezuela y Ecuador tuvieron doce (Kamanovitz, 2008). 34 En Río de la Plata, por ejemplo, donde la marginación comercial y la impuesta fiscalidad impedían que la zona se desarrollase, el «el contrabando puso las bases de lo que sería el más importante centro de negocios del Atlántico Sur en la segunda mitad del siglo XVIII, proporcionando experiencia a los mercaderes y creando las primeras fortunas» (Cerdá Crespo, 2008). 35 Ninguno de estos países tuvo más que una constitución durante el período mencionado (Kamanovitz, 2008).

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En España, pese a la enorme importancia de la plata americana para las arcas de la Corona, lo que para los comerciantes gaditanos, los aristócratas y la administración española fue un auténtico desastre, para el español humilde no significó mucho. En cualquier caso, la posesión de Cuba, Filipinas y Puerto Rico almohadillaron el desastre económico (Prados de la Escosura & Amaral, 1993). Según John H. Coastworth, «los beneficios económicos derivados de la destrucción del orden institucional fueron grandes y proporcionales a los elevados costes impuestos por la ineficiente organización económica del antiguo régimen». Fernando VII murió en 1833 y el 4 de diciembre de 1836, su hija Isabel II recibía la autorización parlamentaria para renunciar a cualquier derecho soberano sobre los territorios independizados. Pese a la discrepancia de algunos historiadores, se suele dar por hecho que el abandono de un sistema político mercantilista como el existente en la Corona Española, supuso el inmediato crecimiento económico y transformación estructural de las nuevas repúblicas. Muchos añaden, asimismo, que las colonias dejaron de estar subordinadas a la débil España para estarlo a un poder emergente y capitalista, como el Reino Unido en el siglo XIX y los EEUU en el XX, que encontraron las puertas abiertas a un nuevo y riquísimo mercado que había dejado de ser monopolizado por los españoles (Prados de la Escosura & Amaral, 1993). Asimismo, la independencia de las colonias españolas, unida al incipiente crecimiento de los EEUU, ya perceptible en la segunda mitad del siglo XIX, facilitaron la aplicación de la Doctrina Monroe en todo el continente. Así, EEUU se declaraba opositor de cualesquiera futuribles tentativas de colonización o intervención europea en América, percibido como una amenaza para la paz y la seguridad, y desechaba su injerencia política en asuntos europeos (Casanueva de Diego, 2010). Lo cierto es que «la idea de Monroe de lo que constituía los asuntos americanos de todo el hemisferio occidental era realmente expansiva» (Eliot, 1980). Así, la independencia de las colonias también daría lugar a una etapa en la que los EEUU adoptaron políticas muy comparables a las de los reyes europeos de la época, al buscar extender sus territorios, comercio, influencia y poder a toda costa. Sería el comienzo de una época de oportunidades pero también de desdichas para los habitantes de lo que una vez fueran colonias españolas en América (Hernández Sánchez-Barba, 2009). Número de palabras: 8.605

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