LA CUESTIÓN DEL LAICISMO Y ANTICLERICALISMO EN LA ESPAÑA REPUBLICANA

July 27, 2017 | Autor: Mariano de Miguel | Categoría: Humanismo republicano o republicanismo, Laicismo, Secularismo, La II República Española
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“LAS CULTURAS DEMOCRÁTICAS Y REPUBLICANAS EN LA ESPAÑA CONTEMPORÁNEA”. MARIANO LÓPEZ DE MIGUEL.

“LA CUESTIÓN DEL LAICISMO, CLERICALISMO Y ANTICLERICALISMO EN LA ESPAÑA REPUBLICANA” INTRODUCCIÓN En la entrada al siglo XX, el panorama religioso presenta una clara preponderancia de la doctrina católica, pero existe una pluralidad de formas de vivir el catolicismo. Las clases pudientes mantienen estrechas relaciones con la Iglesia. La alta y mediana burguesía, en términos generales, participan en los actos religiosos y ofrecen con generosidad donativos a la Iglesia. En contrapartida, el clero les reserva un lugar privilegiado en los sermones y las ceremonias. A través de esta actividad pública, de la prensa y de panfletos, difunden una imagen que pretende ser armónica y sólida. En el contexto de un importante debate público sobre el papel de la Iglesia en la sociedad, un sector no desdeñable de la burguesía progresista y el movimiento obrero encuentran en la prensa y en diversas publicaciones un medio idóneo para combatir el catolicismo tradicional. En la Restauración la Iglesia recibe un decidido apoyo del Estado, situación de privilegio a la cual se une la movilización de seglares, en torno al catolicismo social, la prensa o la enseñanza. También tiene lugar una "recristianización" del país, pero ya se están consolidando algunas corrientes laicas: la Institución Libre de Enseñanza, el republicanismo y el movimiento obrero, que adquieren un progresivo peso político y cuestionan la hegemonía católica. Una de las peculiaridades de la crisis de fin de siglo fue el auge de la polémica entro clericalismo y anticlericalismo. Religiosos

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y seglares difunden una visión catastrofista de la sociedad moderna, ante el abandono de los valores religiosos. Los elementos más progresistas de la sociedad consideran que un factor de progreso es la secularización social, cuyas manifestaciones son recibidas con satisfacción, aunque no se dé el proceso por concluido. Entre los partidarios de que la religión sea relegada al ámbito de la privacidad se observan dos tendencias, con perfiles no siempre bien definidos. Podemos decir, pues, que el anticlericalismo presenta dos caras: una, con un objetivo reformista, que pretende transformar la sociedad circunscribiendo la Iglesia al campo de la espiritualidad y que está protagonizada especialmente por los socialistas. Otra, más populista, que recogía los viejos tópicos sobre un clero corrupto y opulento, representada por el anarquismo y buena parte del republicanismo. No faltan, sin embargo, las incongruencias. No pocos republicanos y anticlericales de clase media aceptan en su vida privada la presencia eclesial -por ejemplo, sus hijos estudian en centros religiosos-; no todos los obreros se alineaban con las propuestas socialistas o anarquistas, sino que a menudo manifestaban sentimientos religiosos. Uno y otro colectivo expone sus ideas y ofrecen diagnósticos sobre la secularización de la sociedad española. La Compañía de Jesús es el centro de atención de los ataques anticlericales: los jesuitas son tildados de retrógrados, ávidos de riquezas y de ejercer un gran dominio sobre las mujeres, un asunto recurrente, este último, en relación directa con los estereotipos más difundidos en la época sobre el mundo femenino. El estreno, en 1901, de la obra teatral Electra de Pérez Galdós -basada en el caso real de una joven que entra en un convento 2

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bajo la influencia de un jesuita y en contra del parecer de su familiaprovocó una oleada de antijesuitismo en todo el país. Electra se convirtió en enemiga de la religión para los católicos y en el elemento catalizador para el movimiento anticlerical. La masonería tuvo también una presencia reseñable. Su defensa de la razón y la libertad de conciencia la sitúan entre los partidarios de profundizar en la secularización. La Iglesia intentó organizar a los católicos en el terreno de la política, aunque sin conseguir su unión en este campo. El desarrollo del catolicismo social, que perseguía el objetivo de recuperar para la religión a las clases trabajadoras, fue una nota sobresaliente de la ofensiva católica de estos años, a través de sus pastorales divulgó las teorías católicas sobre la cuestión social. Los ataques al clero y a la Iglesia no se limitaron a la construcción de un discurso alternativo que cuestionaba el peso de la doctrina católica, sino que el anticlericalismo se convirtió en un instrumento de movilización política y social. Los anticlericales intentaron difundir sus ideas a través de actos públicos.La enseñanza fue un motivo importante de enfrentamiento entre clericales y anticlericales. Estos últimos criticaron la apertura de nuevos centros docentes dirigidos por religiosos. Los socialistas advierten que la mayoría de los frailes carecen de titulación y, por lo tanto, la enseñanza en sus manos "es un peligro para la instrucción, para la cultura y para la moral". Por otro lado, la apertura de escuelas laicas formaba parte del proyecto de sociedad alternativo al monopolio católico.

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El cuidado de los cementerios civiles se convirtió en otro motivo importante de controversia, desde la defensa de una sociedad secularizada. Un terreno en que se manifiesta el debate en torno a la Iglesia así como la complejidad de los sentimientos y actitudes religiosos fueron las fiestas. La asistencia de las autoridades públicas a las principales celebraciones religiosas era la norma en el cambio de siglo, reflejo de las buenas relaciones entre el Estado y la jerarquía religiosa. El poder civil, integrado fundamentalmente por conservadores y liberales, no sólo participaba en las ceremonias religiosas con su presencia, con la carga simbólica que todo ello representa, sino que en ocasiones las sufragaba y organizaba. Ahora bien, algunos indicios revelan que esta tradición empezaba a cambiar. Por su parte, la prensa anticlerical reclamaba que los funcionarios municipales no fueran obligados a asistir a los actos religiosos y que no se destinaran dinero de los contribuyentes a procesiones o romerías. Mención aparte merecen los episodios claves de la confrontación de un estado secular contra la intransigencia del catolicismo más conservador, siendo por ejemplo uno de sus últimos episodios dentro de la experiencia de la IIª República el del 2 de mayo de 1931, el cardenal primado de España, el cardenal Segura, publicaba una resonante pastoral en defensa del ex rey Alfonso XIII, origen de un conflicto que terminaría el 15 de junio con la definitiva expulsión del cardenal del territorio nacional. El 11 y 12 de mayo, como respuesta a una provocación de elementos monárquicos en Madrid, grupos de incontrolados asaltaron y quemaron, ante la pasividad inicial de las autoridades, numerosos edificios religiosos en toda España (iglesias, residencias, conventos, colegios), un hecho que conmocionó literalmente al país. El 18 de mayo, el gobierno expulsaba de 4

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España a otra personalidad importante de la Iglesia, al obispo de Vitoria, monseñor Múgica, por actos de hostilidad hacia la República. Todo ello englobado dentro de la La reforma religiosa, recogida en la Constitución y en leyes posteriores como la ley de Congregaciones Religiosas de mayo de 1933, significó la separación entre la Iglesia y el Estado, la disolución de la Compañía de Jesús en enero de 1932, la prohibición de la enseñanza a las órdenes religiosas, la libertad de cultos, la introducción del divorcio, la supresión de presupuesto del clero y la secularización de los cementerios.

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EL OBJETIVO/BÚSQUEDA DE LA LAICIDAD. Siendo la burguesía, la principal abanderada de la revolución liberal, ésta buscó acabar con el universo simbólico cristiano que legitimaba las posiciones de poder detentadas por el clero y la nobleza en la antigua sociedad estamental. El laicismo exalta valores ilustrados, siendo quizás el más importante de ellos, la libertad del individuo frente a las ataduras de los dogmas, las supersticiones y la ignorancia, representados en la religión, a la que se considera como algo desechable por “no racional”, quedando, como mucho, relegada al ámbito de la intimidad, sin ningún papel que jugar en la vida social y política. Al tener una visión de la vida y de la sociedad en la cual el dogma no tenía cabida, y la cual estaba basada en la “soberanía de la razón” y adaptadas a las necesidades del hombre, busca un “Estado sin Religión y sin Dios, una familia sin Dios, una ley sin Dios, moral y escuelas sin Dios, y hasta sepulcros sin Dios. La sociedad debe ser una sociedad sin atributos que la adjetiven ideológica o religiosamente. La sociedad y el Estado, la soberanía, la ley, la moral y el derecho para nada necesitan de Dios”. El Estado no puede ni debe imponer una normativa moral derivada de una determina religión, y todo porque debe su origen a la voluntad del mayor número» (tal y como indicó el religioso asturiano Zeferino Fernández en su discurso de 1874 ante la Real Academia de Ciencias Morales). Es por ello pues que el laicismo para nada es una construcción del mundo que nacida del universo popular, aunque bien es cierto que la burguesía buscó transferirlo a través de las mismas capas , tratando pues de arrebatar el control de las voluntades o de las conciencia a la religión. De 6

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ahí que el pensamiento tradicionalista se refiera a los “eslabones disolventes” que destruyen la “unión divina” y debilitan las virtudes sobre las que se había levantado la sociedad clásica española. Así pues, la expulsión de la Iglesia y de la curia eclesiástica de la Universidad, fue uno de los primeros fenómenos en el intento de alcanzar una sociedad laica en España, donde el individuo se define no, ya por su condición de creyente, sino por la de ciudadano. En plena década moderada (1852) y habida cuenta de una gran escasez de alumnos en las facultades de teología, (unos 300 aproximadamente, casi tantos como docentes), el gobierno opta por suspender las facultades de teología en las universidades de Salamanca, Santiago, Granada, Zaragoza y Valencia. Sólo quedaron abiertas las de Madrid y Barcelona. Tras esto el Plan de enseñanza de Ruiz Zorrilla durante el sexenio Revolucionario, que declara libre el ejercicio de la enseñanza en todos los niveles educativos, suprime las asignaturas de Doctrina Cristiana, Historia Sagrada, Religión, Moral Cristiana, y decreta la desaparición de la Teología como facultad universitaria. Los motivos aducidos para dicha suspensión era que “la Facultad de Teología, que ocupaba el puesto más distinguido en las Universidades cuando eran Pontificias, no puede continuar en ellas”. Los órganos de Gobierno

de acuerdo con el derecho clásico,

proponen la supresión de una Facultad en que sólo hay un pequeño número de alumnos, cuya enseñanza impone al Tesoro público sacrificios penosos, que “ni son útiles al país, ni se fundan en razones de justicia”.

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Se debe indicar asimismo, que el liberalismo, asume que la religión es un asunto que incumbe sólo a la intimidad de las conciencias y a la esfera de la privacidad, y que no hay diferencia entre una religión y otra, debe establecerse la separación entre la Iglesia y el Estado, (Iglesia libre en Estado libre), por lo cual la Iglesia quedaría al margen de la vida pública y, por lo tanto como cualquier otra asociación, sujeta al derecho común. Posteriormente, a partir de la primera mitad del siglo XIX asistimos a la eclosión de una nueva sociedad, la sociedad liberal, basada en una concepción antropológica que incide en que la autonomía del hombre debe servirse de su propio entendimiento frente a cualquier poder, incluido el religioso. El antropocentrismo, el racionalismo, el individualismo y la secularización, que hace del individuo sujeto de derechos y deberes, son las bases sobre las que se levanta esta nueva sociedad. Es por ello que se da lugar a lo que denominaríamos el “homo humanus”, el cual se motiva por el aquí y el ahora, se ve reflejado en los problemas reales y concretos del mundo, así como de la sociedad en que vive, que sitúa lo humano en el centro mismo de la vida. Se asiste a la absolutización de lo relativo, en donde las ideologías, que se manifiestan como religiones sustitutivas, son también interpretaciones secularizadas, al prometer la felicidad propia del paraíso celestial, pero en la tierra, y a un hombre nuevo, por lo que tratan de deslegitimar las religiones deístas/monoteístas clásicas, a las cuales se consideran moribundas, dado que se preocupan del más allá trascendente sin preocuparse por el presente y ahora más inmediato.

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No obstante, el laicismo (que en ocasiones reviste la forma de anticlericalismo), no sólo se limitó a defender la exclusión de lo religioso y de la Iglesia, asimismo utilizó al Estado, que en principio debía ser neutro a la hora de configurar la vida social, para a consecución de sus objetivos, favoreciendo asi más allá de la demanda social, políticas activas que invadían los comportamientos y las prácticas individuales estrictamente privados. Este movimiento, planteó su política partiendo de la escuela y de la universidad, luchó por la libertad de enseñanza, de la que quedaba excluida la Iglesia, ya que ésta, amparada en la monarquía, había impedido durante siglos dicha libertad. Se considera a la Iglesia, en cuanto institución, como el principal representante de una época retrógrada, el enemigo de la modernidad, de ahí que el presidente del gobierno de la IIª República (1931), Manuel Azaña defendiese la emancipación con respecto a estos dogmas y creencias, dado que “no todo lo español merece conservarse por el mero hecho de existir”, lo que implicaba cortar de raíz con la Monarquía y eliminar la religión, con sus consecuencias, de la sociedad, creando así los mimbres y estructuras para construir ese nuevo mundo deseado, fundado en la razón y en la ciencia. La mayor fricción de la Iglesia y el Estado en cuanto a las políticas de secularización y laicidad son aquellos campos en los cuales la acción de la Iglesia y del Estado coinciden. El Estado reclama como algo que considera propio el regular las costumbres, algo que por otra parte la Iglesia considera como suyo. La moral se convierte así en campo de batalla entre

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la Iglesia y el Estado, que se considera agente activo en el avance de la secularización de las costumbres. Si en un principio se defiende que a la Iglesia le corresponde la definición sustancial, “el definir sobre la bondad o malicia intrínseca de los actos” y por lo tanto, al Estado el campo de lo permitido, la moral indiferente, lo sólo aconsejable, pero no mandado, el regular las costumbres, que mudan con el paso del tiempo, y los usos sociales, viéndose bien que la ley civil estuviese en conformidad con la moral cristiana. El decálogo, considerado como “la ley natural, ley grabada por el dedo de Dios en la conciencia de todo ser racional”, que encierra todos los derechos y todos los deberes del ciudadano. La educación fue otros de los motores de fricción, ya que el Estado la considera algo de su competencia a través de la cual forma la conciencia moral de los ciudadanos, “tener hombres honrados y buenos ciudadanos”, pero la Iglesia, y aquí viene la colisión con el Estado, defiende el derecho y el deber que tiene, a través de la educación, a inculcar la fe católica. A esta colisión se suma el derecho y el deber que reclaman los padres a educar a sus hijos, “a instruir a los que de ellos dependen”. Capítulo aparte merece el matrimonio, como pilar básico de la familia, por lo cual fue otro de los puntos de choque directo entre la Iglesia y el Estado. La Iglesia, que tiene al matrimonio como sacramento, consideraba como “torpe concubinato” todas las uniones civiles, e intentó por activo y pasivo que se reconociese el valor legal del matrimonio canónico. Huelga decir que los denominados bienes materiales constituyeron otro elemento adicional de choque frontal con el Estado, que en algunos

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casos buscó la nacionalización de los bienes de la Iglesia, para después poner a disposición de la Iglesia los medios mínimos para que ésta pudiese cumplir con sus fines. El personal eclesiástico, también será elemento de fricción en el avance de la sociedad laica y secular. Mientras el Estado buscaba una distribución racional y acorde con la población del personal eclesiástico, y un cierto intervencionismo, herencia de la mentalidad regalista, en el nombramiento de los cargos eclesiásticos, la Iglesia afirmando el carácter inalienable de su potestad espiritual, defiende la absoluta libertad en la provisión de los cargos eclesiásticos, así como la libertad papal para comunicarse con sus miembros sin interferencia alguna por parte del Estado. Por ello se puede indicar sin lugar a duda que

la

ola

secularizadora,

que

caracteriza

a

la

España

Contemporánea/Republicana que busca convertir a todo individuo en un ciudadano normal, no fue algo que vino impuesto por la fuerza de la ley, sino que fue una tendencia que empapó todas las capas sociales y que trató de uniformar todas las formas de vida, acabando con los particularismos. Por lo tanto, el laicismo defiende la privacidad de lo religioso, reducido al espacio privado, al templo mientras que por el contrario, la Iglesia reclama la profesión pública de la fe y la presencia de las manifestaciones religiosas en el espacio público. Debe recalcarse, eso si, que la Revolución liberal, al buscar el establecimiento de una sociedad que tendiese a la uniformidad en los usos y costumbres, y a la secularización de las mismas, trató de acabar con los grupos que mantenían una identidad propia, como es el caso de las órdenes religiosas; de ahí el intento para borrar u ocultar los signos de identidad, de donde se siguió la prohibición de vestir el hábito religioso y dedicarse a 11

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apostolados específicos, o intentar agrupar comunidades de distintas congregaciones a la espera de otras medidas, con lo que se pretendía hacer ver a los religiosos que no debían sentirse miembros de un grupo cerrado, sino ciudadanos, sujetos de derechos y deberes para con el cuerpo social.

En base al paulatino proceso de desamortización y exclaustración de las órdenes religiosas, esto daría lugar a un profundo cambio en la configuración de la ciudad. Los conventos y palacios señoriales, símbolos del Antiguo Régimen que se trataba de superar con la revolución liberal, fueron sustituidos por las casas burguesas construidas

en los nuevos

barrios o ensanches, diseñadas con un modelo nuevo tanto en planta como en altura. Crecen también los barrios populares, donde se asientan las masas de obreros, proletarizados, en donde, también, disminuyen la referencias en el espacio público. Si la imagen de la ciudad española hasta el siglo XIX era la de un caserío de poca altura en el que destacaban los conventos y las torres de las iglesias, a partir de este siglo se llenará de nuevos elementos identificadores que tratan de competir con los tradicionales edificios que hacen visible a la religión. Muchas de las actividades, anteriormente ligadas a la religión, ligadas a los conventos o iglesias, se desarrollan ahora en sede propia, la biblioteca pública, los teatros, el museo, los centros de enseñanza, institutos provinciales, escuelas, que no crecieron al ritmo deseado, vienen a sustituir a los conventos, iglesias y templos para cumplir la sentencia de “No se trata de creer, sino de aprender y saber”.

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Sería durante el sexenio revolucionario (1868-1874) cuando se puso sobre la mesa el problema de la secularización de los cementerios. El movimiento anticlerical, que propuso un plan radical de secularización de los múltiples aspectos de la vida y reclamó la separación entre la Iglesia y el Estado, protestó contra el exclusivismo de los cementerios católicos y la oposición de la jerarquía eclesiástica a la secularización de los mismos. La denominación de cementerio se limitaba al lugar sagrado donde se enterraban los cadáveres de los fieles, y por lo tanto era un lugar separado, de uso exclusivo para los fieles, “de la exclusiva potestad de la Iglesia”, dado que la sepultura eclesiástica era considerada «parte de la comunión cristiana que dura hasta después de la muerte». De ese espacio sagrado quedaban excluidos los que no habían pertenecido en la vida “al gremio de la Iglesia católica”, entre los que se encontraban los judíos, paganos, infieles, y los niños que morían sin recibir el sacramento del bautismo. Los disidentes frente a la Iglesia, “los que se han separado de los pastores legítimos” y rompen la paz de la casa común, entre los que están los apostatas, los herejes, los cismáticos públicos, los excomulgados, aquellos que “hubiesen puesto nominalmente manos violentas sobre clérigos”, así como los que voluntariamente dejaron de cumplir con el precepto pascual, los raptores de iglesias. Los que cometieron delito público notable, aquellos que ya en la tierra no llevaron una vida digna de un cristiano, como los usureros públicos, los ladrones y salteadores de caminos cogidos y muertos en actos de cometer el crimen, los duelistas, “los nominalmente entredichos”. Toda esta gente pues, estaba condenada a lo que hoy podríamos denominar una tumba sin nombre, cuasi fosa común, la denominada “sepultura maldita” o “tumba solitaria”. 13

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Sería al inicio de la Segunda República, durante el Gobierno Provisional, cuando se crearía el decreto sobre libertad de conciencia y cultos, donde se diseñaron las directrices de la política religiosa, se tomarían una serie de medidas dispuestas a borrar la presencia de lo religioso de la esfera pública, una de ellas, la secularización de los cementerios. Ya aprobada pues la Constitución de 1931, el 30 de enero de 1932, se procede a llevar a cabo esta ley, de acuerdo con lo mandado por el artículo 27 de la Constitución: “Los cementerios estarán sometidos exclusivamente a la jurisdicción civil. No podrá haber en ellos separación de recintos por motivos religiosos”. La ley indicaba claramente que “los cementerios municipales serán comunes a todos los ciudadanos, sin diferencias fundadas en motivos confesionales”, las autoridades harán desaparecer la tapia de los cementerios civiles de los confesionales, cuando fuesen contiguos, y en la portada se pondrá la inscripción: Cementerio Municipal, no se permitiría ninguna otra inscripción, ni símbolo alguno de carácter confesional. Por último, pero no por ello menos importante el marco dedicado a los esfuerzos de entes progresistas, secularistas, librepensadores y liberales de llevar la laicidad a la esfera de la educación tema harto espinoso, ya desde la Constitución de 1812. El proyecto de escolarización de los progresistas durante el sexenio revolucionario, debido a la falta de presupuesto, no encontró plasmación alguna. La ley sobre libertad de enseñanza que buscaba paliar la impotencia estatal en el campo de la enseñanza, facilitó la expansión y auge de la escuela privada, pero al estar

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ésta en manos de la Iglesia fue un obstáculo para los proyectos de la burguesía liberal.A partir de 1876 el lugar de la religión en la enseñanza va a ser uno de los caballos de batalla. La Iglesia, en función del principio de unidad católica de la nación, y del concordato de 1851, defendía la enseñanza y la práctica de la religión católica en la escuela, excluyéndose asimismo de la escuela a los maestros y profesores disidentes, obligando a los maestros no católicos a enseñar una religión en la que no creen, lo cual se considera contrario a la libertad de conciencia. No fue hasta el lejano 1913 cuando se consiguió imponer la libertad de conciencia, al conceder a los padres la potestad para retirar a sus hijos de la enseñanza religiosa. Tuvo amplia fuerza los postulados del krausista Francisco Giner de los Ríos de una escuela neutra -que no laicista-, la cual se basaba no en la tolerancia liberal, sino en el respeto a todas las religiones y en la afirmación de la religión como un aspecto fundamental de la vida, no fue aceptada por la Iglesia que veía en ella el peligro de diluir la fe si no se la aislaba de otras ideas A inicios

del siglo XX, y en medio de la polémica sobre la

enseñanza, aparece la Escuela Moderna creada por el catalán Francesc Ferrer i Guardiá , la cual al ser una escuela militante, asumiendo el ideario anarquista, defiende una enseñanza basada en el racionalismo, ya que la educación, que no puede basarse en prejuicios dogmáticos, debe de tomar como guía los desarrollos de la ciencia positiva, tiene por finalidad formar hombres aptos para evolucionar sin cesar, capaces de renovar los medios sociales y renovarse personalmente, buscando la liberación del individuo frente a sí mismo y frente a la sociedad. La coeducación de los sexos responde a la necesidad de formar hombres y mujeres libres de cualquier

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prejuicio; mientras que la coeducación de las clases sociales permite aprender el valor y la dignidad personales. Es por ello que durante los últimos años del siglo XIX y comienzo del XX los principales puntos de discusión fueron la libertad de enseñanza: quién y quienes podían abrir las escuelas y aulas docentes, bajo qué control del Estado, cómo se regulan las entidades no públicas, cómo se examinaría a los alumnos.

Estas discusiones tenían como punto más recurrente los derechos adquiridos por la Iglesia en materia educativa, los cuales se intentan poner en entredicho, criticando a la enseñanza impartida por las órdenes religiosas de “sumir en la oscuridad de la ignorancia” a la infancia y a la juventud, fanatizando a sus discípulos y “creando una juventud retrógrada y supersticiosa, frente a la juventud liberal y amante del progreso”. Este argumento de la doble juventud, clásico dentro del radicalismo francés, fue adoptado por los liberales españoles, concretamente por el a posteriori presidente del consejo de ministros José Canalejas, quienes defendían que la educación llevada a cabo por las órdenes religiosas “lleva en sí el germen de discordias civiles por su oposición al espíritu moderno”, lo que provocó que en ciertos sectores del catolicismo a la hora de defender la escuela Católica, se critique en la enseñanza “las doctrinas disolventes de la escuela laica donde se aprende a menospreciar a Dios, que es la autoridad suprema de cielos y tierras, y negada la cual no hay ninguna que pueda prevalecer en el orden de las jerarquías humanas”.

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BIBLOGRAFÍA BÁSICA.   

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