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Responder a este mensaje Asunto: 9/50 Estilo «La contaminación política del lenguaje», por Francisco Collado Campaña Fecha: Sabado, 8 de Septiembre, 2007 12:58:18 (+0200) Autor: EdiJambia

N.º 50

JULIO-AGOSTO 2007

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LA CONTAMINACIÓN POLÍTICA DEL LENGUAJE: EL EUFEMISMO, EL DISFEMISMO Y LO POLÍTICAMENTE CORRECTO Francisco Collado Campaña

E

l lenguaje empleado por cualquier individuo en la toma de decisiones de los asuntos públicos y el usado por la clase política en su tarea gestora son la manifestación de una modalidad sectorial, el lenguaje político. La configuración de los términos, la semántica y los giros lingüísticos en el ámbito de la administración del colectivo social demuestran la presencia de esta modalidad de jerga o lenguaje especial[1]. Por eso, los textos administrativos, las normas legislativas y las disposiciones de leyes, los dictámenes jurídicos y los discursos políticos constituyen en su conjunto su expresión oral y escrita. La gestión de las distintas políticas y la elaboración de proyectos suponen un análisis de puntos débiles y de puntos fuertes. A ese sentido, Vallès apunta que en esta negociación conflictiva siempre habrá una parte del colectivo más beneficiada que otra con el objeto de mantener a la sociedad unida[2]. De ahí que el método principal de la actividad pública consista en beneficiar al mayor número de individuos posibles en los sistemas democráticos. Puesto que la representación de los ciudadanos es una búsqueda de un pacto entre los distintos intereses, y de la contrariedad de unos y otros nace la imposibilidad de conciliarlos. La negociación conflictiva de los objetivos contrapuestos de los ciudadanos es un factor determinante en el nacimiento del lenguaje político. De ahí que su desarrollo en las distintas lenguas esté unido a la extensión del derecho de las personas a intervenir en la política[3]. Además, esta administración de la coacción también afecta a su configuración. Así, el lenguaje político tiene tres características propias, que son el eufemismo, el disfemismo y el lenguaje políticamente correcto, de forma que cada uno de estos fenómenos cumple con una misión exacta al servicio de los dirigentes, por lo cual es preciso abordar su análisis. En estas técnica del lenguaje político juega un papel central la interdicción. Este hecho es la cláusula de innombrable impuesta por convención popular sobre determinadas palabras. Y que la eliminación, la ampliación o el revestimiento de los términos interdictos son los efectos de los anteriores fenómenos mencionados sobre dichas palabras.

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El eufemismo El eufemismo es definido por la Real Academia Española como una “manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante”[4], es decir, el empleo de unas palabras para expresar misma realidad que, expresada con otras, tendría un sentido negativo. Por tanto, este rasgo tiene un carácter narcotizante o sedante en la transmisión de un asunto bastante delicado hacia los ciudadanos. Así, por ejemplo, se usan palabras como limpieza étnica para encubrir el asesinato de personas con criterio a sus rasgos raciales, culturales o religiosos. Otros casos podrían ser crecimiento negativo de la economía, estancamiento poblacional, portero de fincas urbanas, efectos colaterales o conflicto bélico. Entre los eufemismos encontramos distintos tipos. Por un lado, están los formados por sintagmas compuestos por sustantivo más adjetivo o sustantivos unidos por preposición. En esta línea cabe mencionar guerra fría, guerra electrónica, estado tapón y escala horizontal. Por otro lado, se encuentran las palabras simples que se convierten en sinónimos metonímicos; por ejemplo, baja, blanco, batería y jornada. Finalmente, encontramos las abreviaturas que cumplen la finalidad de facilitar la lectura, o bien disimular la nocividad de las palabras abreviadas. Hay que decir que la transmisión de información por vías informáticas ha producido la necesidad especial de disminuir el número de caracteres contribuyendo al desarrollo de las técnicas de abreviación. La aproximación de Germán Moya explica con más exactitud el empleo de la técnica eufemística en el lenguaje. Así, dice que los eufemismos son términos que recurren a la metáfora dando un carácter mucho más genérico y ambiguo, de forma que vacían el contenido semántico que podríamos catalogar como nocivo de la palabra sujeta; así, la expresión políticamente correcto[5] es un eufemismo para expresar la persuasión positiva en perjuicio de la claridad negativa en las palabras usadas por los políticos. En este sentido, Moya habla del “eufemismo institucionalizado” con respecto a su uso desde las administraciones, por cuanto este eufemismo persigue una función igualitaria y no discriminatoria de algunos términos, lo que no impide que, pese a tener una finalidad en un principio positiva, conlleve una desviación y una confusión en el uso despectivo de dichas palabras malsonantes a posteriori. El disfemismo En segundo lugar, el disfemismo es el siguiente rasgo propio de este lenguaje coactivo. Este fenómeno consiste en la mención consciente del término interdicto de la forma más directa posible; por tanto, su objetivo es aumentar la carga negativa de dicho término. El lenguaje políticamente correcto En último lugar, el lenguaje políticamente correcto es una tendencia que se ha originado en el lenguaje político español en los últimos años, y que se puede definir como la adecuación de las palabras empleadas con los valores sociales imperantes en el seno de una sociedad, o, lo que es lo mismo, la corrección de la lengua a una forma cortés y aséptica del significado tanto positivo como negativo de algunos términos. Por tanto, es un lenguaje destinado sobre todo a mantener un diálogo simultáneo con los distintos grupos de la sociedad, pero sin entrar en una lucha de intereses. Poco a poco vamos a observar cómo esta “perversión del lenguaje”[6] tergiversa la misma administración política y el sentido de las palabras. Hablar bien para pensar con claridad Antes, es preciso referirse al origen norteamericano del lenguaje políticamente correcto. Y es que dos razones principales han dado lugar al uso de esta técnica por parte de la clase política estadounidense, que, posteriormente, se ha exportado a otros países. Por un lado, la presencia de unos valores puritanos que exigen una corrección extrema[7] del discurso público para adaptarse a la ética protestante. Por otro, las restricciones que el lenguaje político sufre por parte de la construcción del mensaje periodístico[8], lo que explica que esta técnica sea expresada sobre todo en las apariciones públicas de los principales dirigentes del poder ejecutivo y legislativo de un Estado. George Orwell ya avisa de la manipulación del lenguaje inglés por parte de los políticos norteamericanos. Así, denunciaba que la decadencia de un lenguaje debe tener causas políticas y económicas, y que no se debe sólo a la mala influencia de un determinado escritor. Son sugerentes las advertencias que hace en su ensayo La política y el lenguaje inglés, donde dice que “si nos liberamos de estos hábitos (el mal uso del lenguaje), podemos pensar con más claridad, y pensar con claridad es un primer paso hacia la regeneración política: de modo que la lucha contra el mal inglés no es una preocupación frívola y exclusiva de los escritores profesionales”[9]. Por eso, este efecto negativo de la lengua no sólo afecta a ésta, sino también a la misma realidad política. Con respecto a sus efectos narcotizantes del significado de elistas.egrupos.net/lista/gibralfaro/archivo/indice/332/msg/751/

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las palabras, Orwell manifiesta lo siguiente “tan pronto se tocan ciertos asuntos, lo concreto se disuelve en lo abstracto y nadie es capaz de emplear giros del lenguaje que no sean trillados”. Este rasgo “políticamente correcto” es el origen de un dilema lingüístico fruto de un uso inapropiado de las palabras. Así, este dilema tiene un primer error que es la “perversión lingüísticamente incorrecta” en cuanto que modifica las palabras para presentarlas de un modo aséptico que no se corresponde con su significado atribuido por la norma lingüística imperante ya que estas palabras no permiten diferencian lo positivo y lo negativo, lo bueno y lo menos bueno. Y un segundo pecado, la “perversión administrativamente opuesta”, en cuanto que la confusión lingüística da lugar a que estos términos mal empleados produzcan, en muchos casos, un abismo entre las expectativas de los ciudadanos y los resultados planeados por los dirigentes. En otras palabras, produce una polarización social entre los sujetos, que no sienten identificados sus intereses en la gestión de los políticos, y los mismos representantes, que no perciben los deseos de sus votantes. Orwell reconoce una serie de trucos empleados por la clase política, entre los que se encuentran: las metáforas moribundas que se convierten en giros ordinarios (férrea voluntad), las extensiones verbales falsas (dar pie a), dicción pretenciosa (categórico) y palabras que pierden el sentido (romántico, humano). Lo políticamente correcto Al afirmar el lenguaje como una modalidad sectorial, he manifestado que ya Aristóteles hablaba del poder de la palabra para distinguir lo justo y lo injusto. En definitiva, la palabra también busca valorar la realidad, lo que choca con este deseo de imparcialidad del lenguaje políticamente correcto. Por tanto, este fenómeno es diametralmente opuesto a cualquier gestión de la cosa pública. Lo políticamente correcto tiene miedo de entrar a juzgar los hechos, busca la imparcialidad y evita el conflicto que Vallès atribuye a la vida en sociedad, y, además, se niega a efectuar una acción determinada que beneficie más a unos que a otros. En este sentido, Orwell afirma que cuando se produce una brecha entre los objetivos reales y los prometidos, se emplean instintivamente palabras largas y modismos para ocultarse. Por tanto, esta posición aséptica de muchos dirigentes es un grave error conducente generalmente a la utopía[10], que, más tarde o más temprano, se cobra los votos en sociedades donde lo que impera son resultados efectivos y no la ‘estética mediática’ del partido político dirigente. En definitiva, las instituciones normalizadoras de la lengua, los lingüistas y los escritores juegan un papel importante en la necesidad de evitar esta perversión de la lengua; es, pues, admisible que los dirigentes se conviertan, por encima de los académicos, en nuestros lingüistas de cabecera. Orwell[11] concluye que el actual caos político está relacionado con la decadencia del lenguaje y que quizá puede aportar una mejora social el cuidado que prestemos al uso lingüístico. La relación entre el lenguaje y la política implica que la mejora del primero supone también un beneficio para la gestión de los conflictos de la sociedad. Notas: 1 COLLADO CAMPAÑA, Francisco: “El lenguaje político como lenguaje sectorial”. GIBRALFARO [en línea]. Málaga: Universidad de Málaga, mayo-junio 2007, N.º 49 [ref. de 18 de junio de 2007]. Disponible en Web: . 2 VALLÉS, Joseph María: Ciencia política: Una introducción. Barcelona: Ariel, 2006. 3 La búsqueda de un discurso imparcial y conciliador de los grupos representados comienza a partir del momento que todos los ciudadanos adquieren el derecho al voto. En definitiva, el origen del eufemismo político y el sufragio universal están íntimamente unidos. 4 REAL ACADEMIA ESPAÑOLA DE LA LENGUA: Diccionario de la lengua española. Madrid: Real Academia Española, 2001. 5 MOYA HERNÁNDEZ, Germán: “El lenguaje militar. Tabú, eufemismo y disfemismo”. TONOS digital [en línea]. Murcia: Universidad de Murcia, marzo 2001, N.º 1 [ref. de 19 de junio de 2007]. Disponible en Web: . 6 En cuanto confunde al representante, al lingüista y al mismo ciudadano tanto del entorno que les rodean como de las palabras que les ayudan a interpretarlo. 7 Extrema hasta el punto de crear un “doble rasero” entre la realidad efectiva de la sociedad norteamericana y la realidad virtual que pretenden expresar en sus discursos. 8 GUITART ESCUDERO, María Pilar: Lenguaje político y lenguaje políticamente correcto en España (con especial atención al discurso parlamentario). Valencia: Universidad de Valencia, 2005. 9 ORWELL, George: “La política y el lenguaje inglés” [en línea]. Palma: Universitat de les Illes Balears [ref. de 19 de junio de 2007]. Disponible en Web: . 10 Esta utopía consiste en la declaración de objetivos de alcance general sin una plasmación concretizada en la realidad efectiva de las actuaciones políticas. 11 ORWELL, George: “La política y el lenguaje inglés” [en línea]. Palma: Universitat de les Illes Balears [ref. de 19 de junio de 2007]. Disponible en Web: elistas.egrupos.net/lista/gibralfaro/archivo/indice/332/msg/751/

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PARA SABER MÁS: COLLADO CAMPAÑA, Francisco: “El lenguaje político como lenguaje sectorial”. GIBRALFARO [en línea]. Málaga: Universidad de Málaga, mayo-junio 2007, N.º 49 [ref. de 18 de junio de 2007]. Disponible en Web: . GUITART ESCUDERO, María Pilar (2005): Lenguaje político y lenguaje políticamente correcto en España (con especial atención al discurso parlamentario). Valencia: Universidad de Valencia, 2005. MOYA HERNÁNDEZ, Germán: “El lenguaje militar. Tabú, eufemismo y disfemismo”. TONOS digital [en línea]. Murcia: Universidad de Murcia, marzo 2001, nº 1 [ref. de 19 de junio de 2007]. Disponible en Web: . ORWELL, George: “La política y el lenguaje inglés” [en línea]. Palma: Universitat de les Illes Balears [ref. de 19 de junio de 2007]. Disponible en Web: . REAL ACADEMIA ESPAÑOLA DE LA LENGUA (2001): Diccionario de la lengua española. Madrid: Real Academia Española. VALLÈS, Joseph Maria (2006): Ciencia política: una introducción. Barcelona: Ariel, 2006.

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