“La ciudad en guerra. Un largo y sombrío 1914”

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Descripción

Capítulo III

La ciudad en guerra. Un largo y sombrío 1914 Gerardo Martínez Delgado

T

odo era bullicio la madrugada del 24 de junio de 1914 en la estación del ferrocarril de Aguascalientes; de los carros bajaba y subía gente comentando los detalles de lo que habían anticipado los telegramas: la ciudad de Zacatecas, a poco más de 100 kilómetros al norte, estaba desolada. El otrora rico mineral de plata había caído la tarde anterior en manos de la División del Norte, que la ganó a sangre y fuego al ejército federal, después de un duro combate. Sobre las ruinas quedaba el horizonte abierto a la Ciudad de México, el centro de poder, donde se obligaría a Victoriano Huerta a entregar la presidencia que había obtenido por la vía de la traición a la revolución maderista. Entre los rumores de la estación, lo mismo que en los círculos mejor informados, se sabía que el fin de Huerta sería apenas el principio de las disputas reales, pero quizá pocos imaginaban que los diez mil cadáveres que se quedaron en el campo de batalla –alrededor de los cerros de El Grillo, La Bufa, De Clérigos–, por las irregulares calles de Zacatecas, y sobretodo en el camino a Guadalupe,1 pintaban las primeras imágenes de un cuadro sombrío que se generalizaría por

Página anterior: Cuerpo de rurales al mando de Carlos Rincón Gallardo embarcan caballada rumbo a Aguascalientes. Archivo Casasola. sinafo.

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En su diario de la batalla, Felipe Ángeles describió la huida desordenada del ejército federal hacia la población de Guadalupe, y cómo quedaron “los siete kilómetros de carretera”, llenos de cadáveres tendidos, de uno y otro lado. Ángeles, F. “Diario de la batalla de Zacatecas”, pp. 359-362.

La soberana convención deAguascalientes. un teatro para la tormenta buena parte del país, con toda su fuerza, por los siguientes dos años. De Zacatecas no sólo llegaron a Aguascalientes los ecos trágicos, sino los restos de las aniquiladas tropas federales y los vientos feroces que anunciaban días difíciles. La ahora abierta disputa entre los dos líderes más visibles de la guerra contra Victoriano Huerta, Venustiano Carranza, –que había dado la voz de inicio con el Plan de Guadalupe–, y Francisco Villa, viejo devoto maderista, agrupó a los cientos de jefes entre esos liderazgos y el de Emiliano Zapata. Desde entonces, escribió Jean Meyer, “ya no había gobierno, ni leyes, ni bancos. Era la anarquía. La Ciudad de México y las costas obedecían a Carranza, el centro –hasta la frontera con Estados Unidos– a Villa, y el sur a Zapata”.2 Aunque hace tiempo está claro que en Aguascalientes no hubo alzamientos armados notables en la década revolucionaria, como no los hubo en muchos otros lados,3 después de 1910 pocos rincones del país se libraron de las convulsiones desatadas en todos los órdenes. Entre 1910 y 1913 los desórdenes fueron políticos, la revolución maderista y su presidencia provocaron zozobra, rechazo, inseguridad, paralización de viejos proyectos, salida de capitales y de inversionistas extranjeros.4 1914 a 1916 fue otra cosa, la gran guerra civil en México.5 Entre las miles y miles de páginas que se han escrito sobre la Revolución mexicana, sobre su carácter, sus Meyer, J. La Revolución mexicana, p. 77. En 1973 Jean Meyer escribió que la Revolución “fue de hecho una guerra privada en el seno de las clases medias y superiores”, pero muchas décadas después algunos autores han seguido buscando o explicando la ausencia de alzamientos campesinos y obreros donde no los hubo. Meyer, J. Op. cit., p. 122. 4 De acuerdo con Yolanda Padilla, la desconfianza generada por el gobierno maderista propició un éxodo de norteamericanos, “a pesar de no haber tenido indicios ciertos de peligro o amenaza contra sus vidas y propiedades”. En los primeros meses de 1912 salieron cientos de estadounidenses de la ciudad: si en marzo de 1911 había registrados 344, en mayo de 1912 quedaban unos 50, que llegaron a su número más bajo a principios de 1916. Padilla Rangel, Y. Miradas yuxtapuestas. Norteamericanos y aguascalentenses, durante la Revolución Mexicana, 1910-1940, pp. 35-36 y 43. 5 La idea del largo 1914 sigue de cerca la interpretación de Ariel Rodríguez Kuri, quien propuso un largo 1915 que, para la Ciudad de México, iría del segundo semestre de 1914 al primero de 1916. Rodríguez Kuri. Historia del desasosiego, p. 141. 6 La frase, como algunas otras imágenes de la vida cotidiana de la ciudad durante la celebración de la Convención están tomadas de Enrique Rodríguez Varela, el primer historiador profesional que se interesó por el tema: Rodríguez Varela, E. “Aguascalientes, la azorada cuna de la Convención”, p. 113. 2 3

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protagonistas, el trasfondo político, la ideología, sus episodios culminantes, y muchos otros temas, no han abundado las que detallen los efectos causados por la marea revolucionaria en las ciudades, sobre las alteraciones de su funcionamiento y las crisis e infortunios de sus habitantes; fue ahí, más que en el campo, donde se vivieron las horas más angustiosas para la población, que sufrió en todos lados las consecuencias de la lucha, manifestada crudamente en el trastorno que experimentó la producción y distribución de alimentos. Los días más duros comenzaron en 1914 y se prolongaron, al menos, hasta 1916, en un proceso que debe entenderse como un continuo. Sede de la Convención Revolucionaria, la ciudad de Aguascalientes recibió en octubre de 1914 a varios miles de “sombrerudos con huaraches y calzón de manta, otros uniformados de caqui con sombrero tejano”.6 El movimiento era inusitado y causó asombro, pero la tranquilidad se había perdido tiempo atrás y las calamidades se encadenarían una a una durante meses: muchos hombres reclutados para los cuerpos de defensa social o las guardias de seguridad; la ciudad tomada sucesivamente por diversos bandos; intervención de fincas rústicas y urbanas para castigar a los enemigos del régimen y sostener la causa; desatención en las siembras combinada con malos temporales y raquíticas cosechas; desabasto y especulación con alimentos; fuentes de trabajo en paro; afectación de las comunicaciones; enfermedades y epidemias; inflación galopante; escasez de moneda; dificultades para cubrir los servicios públicos; paralización de proyectos urbanos; caos político, hasta desembocar, en 1916, en la última gran crisis de subsistencia vivida en el país, un año de hambruna y desolación. El remolino que condujo hasta Aguascalientes a cientos de hombres para discutir el futuro del país en la Convención surgió de la discordia entre los líderes de la revolución constitucionalista; ese mismo desacuerdo fue también el origen del espiral de caos que padecieron los habitantes por casi todas las ciudades del país.

Ecos de la guerra. La ciudad expectante, ocupada y sin gobierno A lo largo del primer semestre de 1914, y conforme se fueron sumando los triunfos del ejército constitucionalista sobre el ejército federal por el noroeste, noreste y

La ciudad en guerra, un largo y sombrío 1914 norte del país, la tensión y las medidas coercitivas se incrementaron. Durante ese período, el gobierno del huertista Miguel Ruelas en Aguascalientes se caracterizó por su “amplia corrupción, arbitrariedad política y terrorismo de Estado”.7 Los vientos de abril soplaron especialmente desfavorables. El 14 de ese mes, Ruelas disolvió alevosamente al Ayuntamiento, siguiendo la medida aplicada por Huerta al Congreso de la Unión, dejando a la ciudad sin su órgano de gobierno. Ocho días después, se azuzó a algunas decenas de personas para manifestarse en el consulado de Estados Unidos, que ocupaba una casa cercana a la plaza principal, para protestar contra la invasión norteamericana a Veracruz; como el gobierno americano había quitado su respaldo a Huerta, éste buscó, con pretexto de “defender la autonomía nacional”, medidas desesperadas para reclutar hombres que combatieran contra los enemigos internos. Una estrategia fue ofrecer nombramientos de mayor, teniente y coronel a quienes pusieran a disposición de 100 a 200 hombres; otra, impuesta por un decreto que creaba las “Guardias de Seguridad Complementaria del Estado”, se reducía a una práctica de leva, pues obligaba “a todos los hombres de Aguascalientes”, “a inscribirse y portar una credencial que se les había expedido al efecto”; las fotografías que se han conservado de esta disposición muestran cientos de rostros de los hombres del pueblo condenados a pelear una guerra ajena.8 Ese mismo mes, un periódico dijo que “debido a los últimos acontecimientos se han visto muy tristes las fiestas de San Marcos que anualmente se celebran con gran regocijo”.9 Otro reportó la suspensión del servicio de tranvías por falta de combustible para producir electricidad. En igual medio, Albert Culver ofreció en venta o traspaso su almacén de ropa y novedades La Moda, señalando que en cualquier caso el 30 de abril sería clausurado y él abandonaría el país;10 era uno de los pocos norteamericanos que quedaban aún en la ciudad. El ambiente en todos lados era de guerra. A los patios de la estación de ferrocarril entraban y salían a todas horas vagones, ya no de pasajeros y carga, eran los trenes militares transportando regimientos, cuerpos exploradores, escoltas y municiones. La noche del 25 de mayo de 1914, por ejemplo, hubo función de zarzuela en el Teatro Morelos y, como de costumbre, cinematógrafo en el Salón Vista Alegre. Pocos se enteraron, pero antes de las 8 de la noche se escucha-

ron tres detonaciones en la 5ª calle de Tacuba, frente a la casa del Jefe Político, y otro disparo dos cuadras adelante, frente a un cuartel.11 El 24 de junio, la misma mañana en que Zacatecas amaneció hecha escombros, los empleados municipales que recaudaban los derechos de piso en los mercados escribieron una carta al presidente municipal (que había recuperado su puesto unas horas antes): “nos vemos en el caso de suplicar a usted se sirva eximirnos del desempeño de nuestras labores hasta en tanto no esté del todo restablecido el orden”.12 La tranquilidad estaba perdida en lo absoluto. Que si unos soldados, “de los irregulares” cometían robos a mano armada en los comercios, o se detenía a varias decenas “de alzados” –campesinos de la hacienda de Tayagua, Zacatecas– para obligarlos infructuosamente a señalar cabecillas y nombres de otros sumados a la bola. Ante la inminencia del fin del “régimen usurpador”, los bancos establecidos en Aguascalientes “replegaron su matriz y trasladaron sus libros y valores a ciudades más seguras” y las familias de la élite, casi todas identificadas con ese gobierno, abandonaron la ciudad, incluyendo al obispo de la diócesis y al gobernador Aniceto Lomelí, que se trasladó a Lagos de Moreno.13 El 15 de julio, Huerta renunció a la Presidencia y tres días después la tropa constitucionalista, al mando del general Tomás Domínguez, entró pacíficamente a la ciudad de Aguascalientes. De inmediato se colocaron fuerzas para resguardar la plaza y sus alrededores: un destacamento a distancia, en el cerro de las Liebres, en San Juan de los Lagos; otro en la hacienda de Ojocaliente, protegiendo la estación de ferrocarril; y un cuerpo de guardias encargados de la vigilancia en el Palacio de Gobierno y las calles de la ciudad.14 Antes y después, la ciudad, como tantas otras, vivió ocupaciones militares, pero no por conocidas eran estas situaciones que mantuvieran indiferente y tranquila a

Ramírez Hurtado, L. “Epitafio del Régimen Huertista en Aguascalientes”, p. 41. 8 Ibidem. pp. 41-42. Archivo Municipal de Aguascalientes (en adelante agma), Fondo Histórico (fh), caja 403, expediente 18. 9 El Republicano, 26 de abril de 1914. 10 La Época, 11 de abril de 1914, núm. 305. 11 agma, fh, 410.6. 12 agma, fh, 408.34. 13 agma, fh, 410.2. Ramírez Hurtado, L. Un profesor revolucionario. La trayectoria ideológico política de David Berlanga (1886-1914), pp. 249-251. 14 agma, fh, 408.10. 7

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Tomás Ramírez

Timoteo de la Rosa

Rigido Rodríguez

Ricardo Richeling

Pedro Rodríguez

Macedonio Rodríguez

Gerardo Ruvalcaba

Eduardo Ruiz

Cecilio Ramos

Baudelio Reyes

Alfredo Reyes

Fabrizio Reyes

La ciudad en guerra, un largo y sombrío 1914 la población. En tales condiciones se conservó la urbe por poco más de dos meses: atenta, por una parte, a las medidas tomadas por el nuevo gobierno de Alberto Fuentes Dávila –un antiguo maderista sumado a las filas del constitucionalismo– y de su secretario de gobierno David Berlanga, quienes, entre otras acciones radicales, fueron encargados localmente de formar una junta para intervenir los bienes rústicos y urbanos “pertenecientes a los enemigos de la República”. En Aguascalientes resultaron afectados 30 propietarios, a quienes se incautaron 46 fincas rústicas que representaban 42% del total de la superficie del estado.15 Por otro lado, se vivía a la expectativa de los acontecimientos que ocurrían en otros lugares, como el breve receso en las diferencias entre Villa y Carranza, cuyos representantes firmaron en Torreón un pacto para que éste mantuviera el liderazgo y, apenas se ocupara la Ciudad de México, se convocara a una Convención Revolucionaria de la que resultaría fecha para llamar a elecciones presidenciales y, principalmente, acuerdos entre los variantes puntos de vista y programa de trabajo para el nuevo gobierno.16 La Convención se reunió en la Ciudad de México el 1 de octubre. Dos días después, se oyeron voces en el sentido de que los debates de los generales triunfadores de la Revolución debía celebrarse en Aguascalientes.

Las horas de la Convención. El teatro para la tormenta Cuarenta días sesionaron los convencionistas en Aguascalientes y las miradas del país estuvieron sobre la ciudad. Entre el 10 de octubre y el 18 de noviembre, “allí en Aguascalientes –dijo José C. Valadés– está la revolución misma”.17 Propios y extraños vivían y se movían por el escenario urbano de distinta forma. Los mejores testimonios sobre esas semanas los heredaron los delegados, los periodistas, los testigos privilegiados. Para ellos, la ciudad vivía azorada “por los desmanes –a menudo fabulosos– de las tropas revolucionarias”.18 A sus ojos, el ambiente era festivo, en su círculo no faltaban las comodidades, la buena comida y los excesos. Acaso no eran indiferentes a la inseguridad y el desorden, pero mediaba alguna distancia con los estragos sufridos por los locales: basura por doquier, escasez de alimentos, enfermedades, caótica circulación de efectivo, soldados embriagados y riñendo por todas partes. “La guerra –escribió por esos

días el general Felipe Ángeles–, para nosotros los oficiales llena de encantos, producía infinidad de penas y de desgracias”.19 Todavía no se instalaba la mesa para la revisión de credenciales de delegados, cuando ya la ciudad estaba a merced de las tropas. En los primeros días de octubre,

Página anterior: Los hombres del pueblo condenados a pelear una guerra ajena. Algunas fotografías de los hombres reclutados en abril de 1914 como guardias de seguridad complementaria del Estado. Archivo Municipal de Aguascalientes, Fondo Histórico, caja 403, exp.18. Caudillos de la revolución, Tomás Domínguez, Pánfilo Natera y Santos Bañuelos. Colección Fotográfica Federico Sescosse, Zacatecas. La copia fue proporcionada amablemente por el Dr. José Arturo Burciaga Campos.

López Ferreira, A. “Tendencias y alteraciones agrarias en Aguascalientes, 1910-1950”, p. 115. 16 Barrón, L. Carranza, el último reformista porfiriano, pp. 197-199. 17 Valadés, J. C. Historia general de la Revolución mexicana, p. 41. 18 Toda la crónica de Martín Luis Guzmán sobre la Convención en: El águila y la serpiente, pp. 307-343. 19 Ángeles, F. Op. cit., pp. 362-363. agma, Actas de Cabildo, 1914, núm. 33, 5 de octubre. 15

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La soberana convención deAguascalientes. un teatro para la tormenta seguramente por sus pistolas, algunos jefes constitucionalistas se habían convertido en los “empresarios” de las corridas de toros y cometían toda clase de infracciones en el redondel y en las calles. Ni entonces ni después el Ayuntamiento tuvo capacidad para intervenir. Tímidamente, a veces en el Cabildo se acordaba: “dirijámonos al general (Pánfilo) Natera para ver de lograr (sic) se ponga coto a tantos abusos”.20 El gobierno municipal estaba nulificado. El cuerpo de gendarmes, compuesto por lo regular de unos 100 elementos, sufría constantes bajas y no tenía ningún margen de autoridad frente a la de los soldados. En esa situación, y ante la “sociedad justamente alarmada por los frecuentes asaltos y robos”, se recurrió a una vieja medida para la seguridad urbana: la creación de un “resguardo auxiliar nocturno”, que obligaba a todos los hombres de 18 a 60 años a servir de modo gratuito para la vigilancia de las cuatro demarcaciones de la urbe.21 Los vecinos no podían hacer nada para cuidar el orden en las noches si la autoridad estaba indefensa aún de día. A mediados de octubre, un tranvía eléctrico en el que viajaban varios delegados fue detenido a plena luz “por un grupo de individuos armados, pertenecientes a alguna escolta”; no hubo consecuencias, pero como dijo el general Gregorio Osuna, la situación era una expresión de los peligros a los que los delegados estaban expuestos: “tener un conflicto el día menos pensado (…) perjudicial y deshonroso para un hombre que viene con

Páginas anteriores: La plaza principal, a unos pasos del Teatro Morelos. Archivo Casasola. sinafo. Página siguiente: Trenes militares en los patios de la estación de Aguascalientes durante las sesiones de la Convención. Archivo Casasola. sinafo.

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agma,

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agma, fh,

Actas de Cabildo, 1914, núm. 35, 20 de octubre. 407.13 y 417.68. 22 Reyes Sahagún, Carlos. Diario de la Convención, p.123. 23 agma, Actas de Cabildo, 1914, núm. 36, 30 de octubre. Ramírez, Imágenes del olvido 1914-1994. Discurso visual, manipulación y conmemoraciones de la Convención Revolucionaria de Aguascalientes, pp. 76-80. 24 Silva Herzog, J. Breve historia de la Revolución mexicana, v. II, pp. 155163. Ramírez Hurtado, L. Imágenes…, pp. 89, 94 y 116-117. 25 Sánchez Lamego, M. A. Historia militar de la Revolución en la época de la Convención, p. 28. General García Aragón, en Rodríguez Varela, E. Op. cit., p. 113. 26 Valadés, J. C. Op. cit., p. 39. 27 Ramírez Hurtado, L.. Op. cit., p. 97. Rodríguez Varela, E. Op. cit., p. 112 y 114.

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una misión más alta que ir a matarse con un borracho en la calle”.22 Controlar soldados ebrios era imposible. La Presidencia Municipal se quejaba de que tiraban basuras en lugares céntricos o bañaban perros en las fuentes, cuya agua sucia, “tras la inmersión canina los vecinos beben”. En las calles del Olivo y San Juan Nepomuceno, no era raro ver “hasta cadáveres de raza mular”, y los pocos carros y bestias con que contaba el Ayuntamiento para recoger los desperdicios estaban ocupados, levantando los escombros de las casas derruidas para la apertura de una avenida inmediata a la plaza, abierta unas semanas antes y nombrada como De la Convención (después avenida Francisco I. Madero) en honor al acontecimiento que prácticamente la inauguró.23 Cuánta gente vivió, durmió y comió en Aguascalientes en esos días es imposible calcularlo. Primero llegaron los periodistas, fotógrafos, camarógrafos y curiosos, algunos tan célebres entonces o después como Jesús Silva Herzog, Heliodoro J. Gutiérrez, José Vasconcelos, Martín Luis Guzmán, y acaso Agustín Víctor Casasola y el cineasta Jesús H. Abitia;24 el 10 de octubre ya estaban instalados 57 generales y gobernadores, 95 representantes y el día 26 llegaron los 26 representantes del Ejército Libertador del Sur, es decir, unos doscientos jefes con rangos desde tenientes hasta generales, acompañados cada uno por 10 a 20 hombres como escoltas que sumarían, por pocos, 2 500.25 En total serían varios millares de forasteros dentro de la ciudad, moviéndose y alterando el orden por todas partes, haciendo correr “los bilimbiques de orígenes, colores y valores muy desemejantes”.26 Tantos o más estragos causaban fuera de ella entre 20 y 40 mil soldados apostados a corta distancia, disponiendo de animales y cosechas ensiladas en las haciendas intervenidas, disponiendo de alimentos que entonces y después serían necesarios para la población. Se ha calculado que Villa tenía 40 mil “entusiastas” a un día de camino de Aguascalientes, y que hacia el 20 de octubre desplazó a 18 mil efectivos hasta Rincón de Romos, a dos horas de distancia a caballo de la ciudad.27 Para los carrancistas, esa acción fue una provocación que acortó la débil mecha que conducía a la guerra; para los villistas, un acto simple de necesidad para procurar alimento a la tropa y a los animales; para la ciudad, una fuerte amenaza a su abasto. Para dormir, el rango iniciaba en los hoteles alrededor de la plaza y las inmediaciones del Teatro Morelos,

La ciudad en guerra, un largo y sombrío 1914 la sede de la Convención: el Francia y el París, con su salón Fausto; el Bellina y el Washington, el favorecido por los principales delegados. Después estaban las casas de la élite. A Martín Luis Guzmán le tocó una con “amplia sala, pisos alfombrados, jardín y patio anchurosos”.28 Un reporter que bajó de la estación del ferrocarril la noche del 7 de octubre, tres días antes de iniciar la reunión, recorrió “treinta hoteles que hay aquí y más de doscientas casas de particulares” encontrándolas pletóricas de gente y sin un lugar libre para descansar.29 Un segundo nivel estaba en los hoteles de menor categoría y en casas y vecindades donde seguramente se rentaba un cuarto por unos cuantos centavos. Cerca de la estación estaban los hoteles Richmond y La Alameda, pero el grueso de las tropas y los forasteros que van siempre detrás de un acontecimiento importante ocupaban los vagones parados en la estación y llenaron con campamentos algunas calles aledañas. Un número indeterminado de cuarteles fueron habilitados y debieron estar a tal punto sucios, que el 30 de octubre, alarmados por el incremento de enfermos, el Consejo Superior de Salubridad pidió “se mande hacer la limpieza de todos los cuarteles que hasta la fecha han ocupado las fuerzas constitucionalistas”.30 Uno de los espectáculos por la ciudad lo ofrecían los militares de alto rango, que con aire altanero recorrían las calles, en “centenares de automóviles, casi todos con los capacetes echados hacia atrás”, o montados en hermosos caballos corriendo por la Alameda o paseando entre los escombros de la Avenida de la Convención.31 A los curiosos les llamaba la atención la faramalla, y también el movimiento que se generaba a las afueras de la sede convencionista, “yo andaba, como todos los muchachos vagos que no tenían ni que hacer, porque entonces no había ni escuela ni nada, estaba todo tan revuelto (…) viendo los caballos de los zapatistas (…) a los soldados que estaban aguardando a los jefes”.32 Otro espectáculo era el de las mujeres a la orilla de las banquetas, calentando para sus hombres tortillas correosas, o en el mejor de los casos cocinando enchiladas, caldos con chile o lo que se podía. Era imposible dar abasto a los cientos que asistían a las comideras del Mercado Terán, del Calera o a los puestuchos que había por muchos rumbos, “donde al lado de una batea de chicharrones rancios se alzaba un montón de quesos mugrientos”.33 En contraste, los banquetes de los de kaki se sucedían uno a otro. Por cuenta de las arcas estatales, la tarde del 7 de octubre se les ofreció un elegante lunch, y al día si-

guiente cena y brindis con champán.34 A pesar de las dificultades para proveer de alimentos a todas las bocas que se habían multiplicado y no obstante la desordenada circulación de trenes, los jefes tenían prioridades. Una versión señala que el general Antonio Villarreal, presidente de la Mesa Directiva de la Convención, mandó desde Guadalajara un tren especial con prostitutas, teniendo en cuenta que “eran muy frecuentes las disputas y encuentros a balazos que ocurrían entre los individuos de las escoltas por la posesión de las pocas mujeres fáciles que había en Aguascalientes”.35 Según las cuentas del general Martín Triana, entre vino, coñac, champán, puros y sirvientes, los delegados gastaron más de 18 000 pesos, todo a cuenta del erario.36 Las notas festivas populares se intercambiaban con las de desorden y problemas. Algunas noches se ofrecieron audiciones militares en la Plaza de Armas, muy gustadas por los generales y por las “bellas hijas de Aguascalientes”. “Las murgas arrabaleras, hacían su agosto, vociferando tonadas arribeñas de amor o el corrido de la Toma de Zacatecas”.37 A todas horas, la gente componía con ingenio estrofas para enaltecer a su líder favorito, casi siempre el popular Pancho Villa. En una esquina se escuchaba un grito: “¡Viva Villa, el padre de los pobres, y muera barbas de Chivo!”. En los mesones, casi todos habilitados como cuarteles, se cantaba La cucaracha, intercalando entre estrofa y estrofa: ¡Con las barbas de Carranza voy a hacer una toquilla pa´ ponerla en el sombrero del valiente Pancho Villa.38

Página anterior: La ciudad expectante. Precios elevados, en los meses anteriores a la celebración de la Convención. agma, fh, caja 403, exp. 19.

Guzmán, M. L. Op. cit., p. 313. Ramírez Hurtado, L. Op. cit., 2010, p. 57. 30 agma, Actas de Cabildo, 1914, núm. 36, 30 de octubre. 31 Vito Alessio Robles, citado en Ramírez Hurtado, L. Op. cit. 2010, p. 64. 32 Nemesio Venegas Acevedo, entrevista realizada por Gerardo Martínez Delgado, 9 de enero de 2002. 33 Azuela, M. Los de abajo, p. 121. 34 Ramírez Hurtado, L. Op. cit., p. 72. 35 Ramírez Plancarte, F. La Ciudad de México durante la Revolución constitucionalista, p. 116. 36 Citado en Rodríguez Varela, E. Op. cit., p. 113. 37 Ibidem. 38 Magdaleno, M. “Noticia sentimental de Aguascalientes”, pp. 300-301. 28 29

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La soberana convención deAguascalientes. un teatro para la tormenta

Pero no todo era alegría. Sujetos extravagantes y merolicos resultarían poco efectivos con sus ofrecimientos a los viandantes de “infinidad de oraciones, yerbajos y amuletos para contrarrestar las tempestades, las plagas, la guerra y el hambre”.39 La guerra ya había iniciado y ya eran claros sus efectos. En el hospital Hidalgo, ocupado militarmente, antes de que las multitudes llegaran a las sesiones de la Convención se atendía un promedio diario de 100 pacientes, cuyo número se fue alterando relativamente en los siguientes días: el 16 de octubre la cuota era de 130, de 163 la siguiente semana, luego disminuyeron un poco, y para el 12 y 13 de noviembre sumaban 187 enfermos; en agosto de 1915 se contaban 253.40 Mauricio Magdaleno escribió que al levantarse las sesiones del Teatro Morelos “se fueron los largos trenes militares y los mesones se quedaron vacíos (…) y todo volvió a ser como antes”. La verdad es que, como bien

Las cuentas de licores y comestibles consumidos por los convencionistas. Centro de Estudios de Historia de México, carso, Fondo xxi, 1889-1920, Primer Jefe del Ejército Constitucionalista Venustiano Carranza, xxi.19.1868. Azuela, M. Op. cit., pp. 120-122. Rodríguez Varela, E. Op. cit., p. 113. agma, fh, 406.17 y 419.53. Ruiz López, A. L. La junta de beneficencia pública y los pobres urbanos de Aguascalientes, 1871-1942, p. 106. 41 Rodríguez Varela, E. Op. cit., p. 114. 42 agma, Actas de Cabildo, 1914, núm. 46, 29 de diciembre. 43 Esta empresa tuvo constantes paros a lo largo de la década revolucionaria, por ejemplo en marzo de 1913 y en marzo de 1914, a raíz del mal servicio de trenes y el agotamiento “de nuestras existencias de aceite combustible”. Ruiz López, A. L. Op. cit., p. 82. González Esparza, V. Jalones modernizadores, p. 47. 44 Padilla Rangel, Y. Op. cit., p. 54. 45 Nemesio Venegas Acevedo, entrevista realizada por Gerardo Martínez Delgado, 14 de enero de 2002.

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apuntó Enrique Rodríguez, la calma no fue un buen medidor de normalidad.41

¿El fin o el principio? La ciudad causante y víctima de la guerra Los trenes se fueron y las multitudes desaparecieron, pero permanecieron los excesos de los jefes en turno, los gruesos contingentes militares se mantuvieron cercanos, los cuarteles quedaron ocupados, siguió la inseguridad en las calles, la marginalidad e incapacidad del Ayuntamiento para poner orden en la ciudad y los mercados vacíos.42 Los bienes de la élite “reaccionaria” siguieron confiscados, los bancos sin operar, muchas fuentes de empleo en paro –señaladamente de la segunda empresa en importancia por los brazos que ocupaba, la Fundición Central,43 de capital norteamericano– y, según los reportes consulares, cuando terminó la Convención, “quedaron circulando en Aguascalientes catorce tipos de billetes, de diferentes facciones políticas”.44 En las calles, los niños que no tenían ni para canicas se divertían recogiendo cartuchos tirados, “agarrábamos el montón y así los formábamos y con una piedrita les aventábamos”.45 Junto con las ciudades, las armas y las monedas, los trenes fueron el activo más codiciado por las diferentes facciones. Controlar los propios y descarrilar, dinamitar o taponar la circulación de los rivales fue una base estratégica excepcional. Cortar el ferrocarril a un país que en el régimen que ahora se abominaba había establecido una dinámica de distribución, fue lo mismo que cortar las venas de un organismo humano. La guerra trajo

La ciudad en guerra, un largo y sombrío 1914 el caos a las comunicaciones, éstas a la circulación de productos básicos, y la necesidad de éstos debilitó los cuerpos, dio cuerda a las epidemias y el país padeció la última gran crisis generalizada de insuficiencia de alimento y enfermedad en su historia; fue para México “uno de los momentos más dramáticos de su historia moderna”.46 Los ocho meses que siguieron a la salida de los convencionistas de Aguascalientes fueron para el país los testigos de la guerra más cruenta. Álvaro Obregón afirmó que sus esfuerzos habían estado “inspirados en mi deseo constante de salvar al país de una guerra”.47 Pero la guerra no se evitó y él mismo se adjudicó responsabilidad: cometió un error político –dijo– al sugerir a principios de octubre de 1914 que la Convención se trasladara a Aguascalientes, pues ahí Villa quedó en mejores condiciones de maniobra y no se le restó poder como se pretendía. La Convención, proyectada como encuentro de unidad, desembocó en las más grandes discordias y en una cadena de afectaciones a la población. El 10 de julio de 1915, las tropas del propio Obregón entraron a la ciudad de Aguascalientes, tras haber triunfado en los alrededores de Celaya, donde derrotaron a Villa. Las tropas de éste, unos 25 000 soldados que habían permanecido en Aguascalientes, salieron hacia el norte, no sin antes saquear haciendas y casas; en su lugar entraron otros 25 000 hombres, del ejército constitucionalista, apropiándose de las mejores casas y contribuyendo a agravar las condiciones de vida de la fatigada población.48 Los habitantes no sentían ya lo duro sino lo tupido, alarmados por “la serie de incalificables atentados que en estos días partidas de malhechores han venido perpetrando en los domicilios”.49 Mariano Camino, dueño del Mesón de La Providencia, pidió a la tesorería municipal se le eximiera del impuesto correspondiente, pues después de haber estado el mesón “constantemente ocupado” como cuartel de las tropas villistas, a su salida había sido tomado “por las fuerzas del 6º Regimiento de la Brigada Martín Triana”.50

La ciudad acosada por el hambre Durante la Revolución, un millón de mexicanos perdió la vida. No los mataron las balas, sólo a la cuarta parte. Parcialmente murieron a causa de las epidemias, quizá uno o dos de cada diez. Los más fueron víctimas del hambre o alguna de sus expresiones. No hace mucho, los viejos recordaban “el año del hambre”, que en estricto sentido fueron “los años del hambre”, con sus muchas variantes regionales entre 1915 y 1917. Como apuntó Alejandra Moreno, “el año de 1915 se recuerda más por los efectos de la crisis que por sus causas”.51 En principio, la causa fueron las malas cosechas, pero el temporal mexicano antes y después fue incierto y con frecuencia malo. En el fondo, la razón principal, junto con la más socorrida de la especulación de comerciantes, ha de buscarse en los trastornos que sufrió el ferrocarril, el medio que por 30 años había permitido transportar de largas distancias maíz y frijol para aliviar la necesidad de alguna ciudad cuando en su área circundante no se disponía, y también en la poca disposición de mulas y caballos que tradicionalmente movían cargas en círculos más cercanos. “Los años del hambre” en Aguascalientes fueron 1915 pero principalmente 1916, lo mismo que en Nuevo León, Sinaloa, Tamaulipas, Durango, Zacatecas, Guanajuato, Querétaro, Veracruz, Chiapas, Oaxaca, Campeche y muchos más;52 en la Ciudad de México quedó marcado el 1915 como el peor, pero en zonas de Michoacán, por ejemplo, fue 1917.53 Las diferencias regionales acusan otra vez al ferrocarril: el mal tiempo podía variar de un lugar a otro, pero impedidas las comunicaciones efectivas era imposible enviar del punto donde había granos

Rodríguez Kuri, A. Op. cit., p. 141. En la p. 161, el propio Rodríguez subrayó correctamente que para 1915 se habían perdido 35% de las locomotoras del país, y que su destrucción “constituye sin duda una de las vetas explicativas más importantes para entender el año de 1915” y, se puede añadir, en conjunto los de 1914 a 1916. 47 Obregón, Á. Ocho mil kilómetros en campaña, p. 218. 48 Gómez Serrano, J y Delgado, F. J. Aguascalientes. Historia breve, p. 208. 49 agma, fh, 419.53. 50 agma, fh, 416.14. 51 Moreno Toscano, A. “La crisis de 1915”. 52 González Navarro, M. Cinco crisis mexicanas, pp. 37-38. 53 Sobre la Ciudad de México puede verse: Rodríguez Kuri, A. Op. cit., cap. 4. Moreno Toscano, A. Op. cit. Sobre Michoacán, Jean Meyer escribió que entre 1915 y 1917 se perdieron las tres cosechas y “los ricos fueron muy lejos para comprar maíz”. Meyer, J. Op. cit., p. 109. 46

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La soberana convención deAguascalientes. un teatro para la tormenta y víveres al que padecía escasez. Un antecedente que confirma esta idea se encuentra en 1896, por ejemplo, cuando la falta de maíz que se agudizó en Aguascalientes movió a varios hacendados y comerciantes que integraban la Junta de Beneficencia, a comprar granos en Estados Unidos, “como en años anteriores”.54 En medio de la guerra la situación fue diferente. Mayo y junio de 1915 fueron los meses más duros en la Ciudad de México, las escenas de desorden, así como los desempleados y limosneros, se multiplicaban. Aguascalientes logró mover en agosto regulares cargamentos de maíz, frijol y azúcar desde Jalisco y Michoacán, y sólo hasta finales de ese año los testimonios de la crisis se incrementaron. En diciembre, el Ayuntamiento reunió a los principales comisionistas de granos y mayoristas de abarrotes en la ciudad y se acordó como medio de control que cada uno entregaría a la autoridad una relación de “mercancías de primera necesidad que actualmente tienen en existencia para su venta en comisión”, las cuales se inspeccionarían cotidianamente.55 De los inventarios incompletos con que contamos resultan cantidades muy cortas de productos. En la empresa de Antonio Oviedo, el más destacado abarrotero de la época, había 2 toneladas de frijol, 2 de sal, 1 800 kilos de manteca y 500 kilos de arroz, además de otros 21 700 kilos que tenía depositados en diferentes casas de Guadalajara, Celaya y Morelia.56 En el conjunto de los comerciantes que declararon sus mercancías no había más de 23 toneladas de frijol, lo que podría durar, si eran ciertas las cantidades, para un consumo promedio de la población durante no más dos semanas; de garbanzo, un alimento muy socorrido por las clases populares, no se reunía ni tonelada y media. Como quiera, algunos productos siguieron entrando a la ciudad con cierta regularidad, pero en marzo de 1916 las señales de alerta se empezaron a encender: en los postes de las calles aparecían frecuentemente avisos,

El Fandango, 12 de julio de 1896. agma, fh, 437.3. 56 agma, fh, 437.3. 57 Circular núm. 19, el gobernador Martín Triana al Presidente Municipal, 28 de marzo de 1916, agma, fh, 429.23. 58 agma, fh, 437.8 y , 437.14 59 Las multas de la Comisión Reguladora de Comercio, en agma, fh, 435.35. 60 Martínez López, H. El Aguascalientes que yo conocí, pp. 113-114. . 54 55

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y el gobierno se veía exigido para ejercer vigilancia y “no admitir salgan fuera del Estado ninguna clase de consignaciones de artículos de primera necesidad, inclusive los cereales, sin autorización expresa de este ejecutivo”.57 Conforme avanzaba el primer semestre de ese año las exiguas cosechas de la región debieron irse agotando, pero en ciertos círculos no había cundido la alarma. Rafael Sotura y Guadalupe Ortega, miembros de dos de las familias más favorecidas durante el régimen porfiriano que ahora se combatía, y amigos personales del entonces gobernador Alejandro Vázquez del Mercado, integraban entonces una junta encargada de preparar un gran banquete que se ofrecería a Venustiano Carranza en su supuesta visita a la ciudad. Al tiempo, el gobierno redoblaba la vigilancia para evitar la extracción de trigo y ganado, “pues ha tenido conocimiento de que se continúa extrayéndolo fuera del territorio del Estado, burlando la disposición que existe”.58 Ya en junio se admitía plenamente que “en esta plaza” había gran necesidad y escasez de maíz. El Ayuntamiento endureció las multas a los comerciantes que ocultaban mercancías o las vendían a mayor precio que el autorizado. A Guillermo Enciso, lo mismo que a José Llamas, se les impuso la fuerte penalización de 1 000 pesos “por no haber manifestado todas las mercancías que tenía en existencia en sus bodegas”; a Francisco Baker y otros, 50 pesos “por vender carne” a precios superiores; a Ladislao Sánchez, 500 pesos “por haber negado” una venta; a Wenceslao Giacinti otro tanto “por ocultar una regular cantidad de salvado y algo de frijol”; a Luciano Díaz “por no haber manifestado las existencias de su tienda”, entre varios más.59 Por esos días, de acuerdo con el testimonio de Heliodoro Martínez, “conseguir maíz era una hazaña, pues aunque hubiera dinero para comprarlo el grano escaseaba”. Su tía abuela, “en cuya casa vivíamos mi hermano y yo, intuitivamente se dirigió a la garita de La Salud, por donde salía el camino real para la zona del Llano para buscar arrieros (…) La expedición tuvo éxito y consiguió unos 25 kilos de maíz”.60 Menos suerte tuvieron otras familias; mis hermanos –contó años después un niño que vivió esa época– se tuvieron que tirar a la calle a conseguir lo que podían para el sostenimiento, y había veces que no conseguían nada, yo me acuerdo de una ocasión que no teníamos nada de comer, nomás nos comimos unos cuantos granos de garbanzos en todo el día, esos los poníamos en la lumbre,

La ciudad en guerra, un largo y sombrío 1914

como si fuera maíz, a que se tostara, porque no había maíz para hacer una tortilla ni nada.61

En medio de la crisis, el Ayuntamiento recobró transitoriamente su antigua atribución como gestor y vigilante de que existiera en los mercados urbanos alimentos suficientes para la población, particularmente granos básicos y carne. A lo largo del siglo xix la autoridad había perdido sus mecanismos de control por la vía de la liberalización económica, y eran los comerciantes los que, a través de las leyes de la oferta y la demanda, regían y controlaban el mercado. Descontando simulaciones o violaciones, las complicaciones dominantes en 1916 hicieron ajustar esas reglas: a la compañía La Perla, una

fábrica de almidón y molino que exportaba a muchos puntos del país sus sacos de harina de trigo, le fue impuesta la obligación de vender harina exclusivamente a los dueños de las panaderías de la ciudad.62

Campesinos reunidos durante la Convención. Archivo Casasola, sinafo.

Nemesio Venegas Acevedo, entrevista realizada por Gerardo Martínez Delgado, loc. cit 62 agma, fh, 437.13 y 428.17. 61

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La soberana convención deAguascalientes. un teatro para la tormenta La ciudad acosada por la muerte En los primeros años del siglo xx, un kilo de maíz se vendía al menudeo en las tiendas de Aguascalientes entre 3.5 y 6 centavos. A principios de 1914 los precios se habían mantenido sin demasiadas fluctuaciones; en los días de la Convención aumentaron, pero en 1915 no se conseguía un kilo por menos de 36 centavos, y al iniciar 1916 estaba por las nubes: 1 peso con 50 centavos. En agosto de ese año, cuando alcanzó su precio máximo, 3.10 pesos kilo, un preocupado presidente municipal envió cartas a su pares de muchos municipios relativamente accesibles por medios de transporte solicitándoles informes sobre precios de maíz y posibles existencias para ser compradas. De Ocotlán, Jalisco le dijeron que en esa población “se ha escaseado considerablemente”, pero aún se conseguían partidas “de uno y dos hectolitros” (unos 72 y 144 kilogramos), “del que llega procedente de poblaciones del Estado de Michoacán”, a un precio promedio de 1 peso 25 centavos kilo. En Pénjamo, Guanajuato, que estaba en el círculo de influencia de la Ciudad de México, “no creo que se pueda conseguir alguna cantidad de maíz y frijol”, y cuando se conseguía, el maíz se cotizaba a 2 pesos kilo.63 La Ciudad de México estaba, después de múltiples cambios, bajo el control carrancista, lo mismo que Aguascalientes y gran parte del territorio nacional, pero las comunicaciones no se habían rehabilitado del todo y se combinaron con una sequía más generalizada que otros años. La escasez de alimentos básicos condujo al acaparamiento, a la trepidante subida de precios, al hambre y a la formación de un caldo de cultivo para la propagación de las enfermedades. Una de las más claras expresiones de la gran crisis fue el aumento de los salarios, que con retraso trataban de paliar el encarecimiento del maíz y otros productos. agma, fh, 428.17. González Esparza. Op. cit., p. 49. La información de Víctor González ha sido confirmada con un buen número de fuentes adicionales. Sobre el precio máximo de 3.10 pesos por kilo, no parece improbable pues, por ejemplo, en septiembre de 1916, el Ayuntamiento compró 70 hectolitros a razón de 2.78 pesos por kilo más timbres. agma, Actas de Cabildo, 1916, núm. 53, 29 de septiembre. 64 agma, Actas de Cabildo, 1916, núm. 42, 2 de agosto; núm. 49, 28 de agosto; núm. 50, 1 de septiembre; núm. 52, 22 de septiembre; núm. 57, 23 de octubre; núm. 59, 6 de noviembre. 65 Rodríguez Kuri, A. Op. cit., p. 146. 66 González Esparza, V. M. Op. cit., pp. 42-47. 63

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En 1914 los gendarmes cobraban 50 centavos por jornada; en agosto de 1916 obtuvieron un aumento, lo mismo que todos los empleados municipales, del 100% de su salario, y para el 22 de septiembre, tiempos en que las condiciones de inseguridad y dificultades se agravaban –haciéndose más importantes sus servicios para la ciudad–, les fue autorizado un salario diario de 3 pesos. En su sesión del 23 de octubre, el cabildo autorizó nuevos aumentos de entre 20 y 30%, y el cuerpo de policía, del que estaban desertando día a día, obtuvo 4 pesos para cada uno de sus miembros, sueldo elevado hasta 8 pesos en la punta más alta de la crisis.64 En esas condiciones, un policía –bien pagado frente a otros empleados– tenía ingresos para pagar de uno a tres kilos de maíz cada día. La historia y los efectos de estas escalas inflacionarias no ha sido profundizada en muchos casos. Los salarios de un gendarme en Aguascalientes se elevaron 1500% entre enero y noviembre de 1916; el maíz, sólo entre 1915 y agosto de 1916 pudo elevarse 900%, pero si se extiende el cálculo entre 1914 y 1916 el porcentaje podría elevarse hasta 5100%, o quizá más. En la Ciudad de México, el precio del maíz entre julio de 1914 y julio de 1915 se elevó, según cálculos “sujetos a discusión”, entre 1200% y 2400%, 700% el frijol y 800% el arroz. En París, a lo largo de la Primera Guerra Mundial la inflación, calculada con seis productos básicos, fue de 153%, pero en Austria y Hungría, a raíz de la crisis de 1929 hubo precios de productos que llegaron a subir 14 000 o 17 000 veces.65 Cuando la inflación y la escasez de maíz alcanzaron su punto más alto, en agosto de 1916, se hizo evidente una epidemia de tifo y un alza inmoderada de fallecimientos en la ciudad. A todo lo largo de 1916 hubo en el Estado 11 767, pero en todo 1915 habían ocurrido sólo la mitad: 5 483 defunciones. En la ciudad murieron ese terrible año 7 555, y sólo en el segundo semestre casi cinco mil.66 Por todo el país se padeció por última vez una epidemia de tifo. La enfermedad era común y había estado siempre al acecho, como otras pulmonares, gastrointestinales o neonatales debidas a la falta de limpieza, mala alimentación, hacinamiento, vicios sociales, etcétera. No contagioso pero de fácil propagación, el tifus exantemático se transmite a través del piojo de los vestidos y el piojo de la rata, y causaba la muerte de varias decenas de personas año con año en cualquier ciudad; en la época colonial, se presentaba en forma epidémica, “tres o cuatro veces por siglo”. Su caldo de cultivo era siempre la falta de higiene personal y de aseo en la ropa, habitaciones

La ciudad en guerra, un largo y sombrío 1914 y calles, pero también ha sido siempre “el compañero inseparable de las guerras, las hambrunas y los desastres naturales”.67 A juzgar por los resultados de diversas investigaciones, en 1916 el tifo contribuyó de manera importante a abultar los números de muertes, pero no habría que subestimarlo. En Puebla, los registros de defunción declararon 84 muertes por tifo en 1914, menos de 0.5% del total de fallecidos; pero en 1916, según estos indicadores, el tifo provocó la muerte a 12% de las personas que se llevaron a enterrar.68 “Como lo reconoce la sabiduría popular –escribió con acierto Víctor González– el hambre que debilita el cuerpo y lo hace víctima de todo tipo de enfermedades” fue la verdadera causa del gran número de decesos.69 De esta ola de muertes se desprenden varias enseñanzas. En primer lugar, habría que decir que en la época las tasas de natalidad eran muy semejantes a las de mortalidad, es decir, la sociedad estaba acostumbrada a vivir en un ambiente de mortandad, sobre todo infantil, y la racha de 1916 hizo extraordinaria una tendencia relativamente ordinaria en la que, otra vez, los más vulnerables fueron los menores de 14 años y los mayores de 60.70 Explicar las razones de estas muertes y su control en las décadas posteriores remite a varios factores: es cierto que poco a poco la nueva infraestructura urbana de servicios públicos (por tanto de higiene) y los adelantos médicos fueron determinantes, pero la coyuntura histórica particular de 1916 estuvo condicionada por la guerra: fue ella la que puso de cabeza la producción y la distribución de alimentos, la que avivó la insalubridad en las urbes y la que, sobretodo, alteró las comunicaciones e hizo imposible conducir los productos básicos de los lugares en los que se disponía a los que faltaban por el temporal, los campos no cultivados o los especuladores.71 Habría que subrayar que la crisis de 1916 fue un fenómeno principalmente urbano, pero también que las tasas de mortalidad habían sido históricamente más altas en la ciudad que en el campo. Quizá habría que empezar a conceder que en el medio rural se estaban presentando condiciones de vida más adecuadas, y que éste se había echado en hombros la titánica tarea de surtir de brazos a las ciudades insalubres para parir lenta y dolorosamente la urbanización del país.

La ciudad exhausta Lo que inició en 1914 como un ambiente de guerra no terminó antes de diciembre de 1916. La ciudad estaba exhausta. En agosto el Ayuntamiento no se daba abasto para acarrear los muertos del hospital a los panteones, ni a vigilar el uso de las medidas y el abuso de los precios en el comercio, ni a limpiar la basura y reducir los focos de infección; de hecho, se hicieron más frecuentes los asaltos y se pensó en una medida extrema para prohibir la portación de armas. En septiembre, sin dinero, sin elementos policiacos, lidiando con la inflación y la escasez de dinero y alimentos, no atinaban al remedio para calmar la epidemia de tifo. Al doctor Ignacio Arteaga se le nombró, sin opción a negarse, como médico adscrito al Consejo Superior de Salubridad, con la obligación de proceder “a una campaña activa en contra de las enfermedades epidémicas”.72 En 1918 una nueva epidemia atacó al país: la influenza española; se trataba de una enfermedad de las vías respiratorias que cobró muchas menos vidas que el tifo. El daño mayor había pasado. En el balance múltiple de la guerra el saldo fue en muchos renglones negativos. La ciudad no olvidaría el largo 1914 que tuvo como punto de inflexión aquel octubre en que fue anfitriona de la Convención Revolucionaria, la sede de las disputas que, irresueltas, extendieron su sombra trágica por muchos meses más.

Cuenya Mateos, M. A. “Modernidad, salubridad y mortalidad en la Puebla revolucionaria”, p. 130. 68 Cálculos propios a partir de Ibidem., pp. 119 y 131. 69 González Esparza, V. M. Op. cit., p. 44. 70 Ibidem., p. 45. 71 La hipótesis de Víctor González sobre el impacto de la presa Calles y la reforma agraria como detonantes de la superficie cosechada y por tanto de la producción agrícola para combatir la escasez y el hambre es sumamente frágil y carece de todo fundamento. Por ejemplo, supone que la superficie cosechada se duplicó entre 1930 y 1940, sin considerar que en uno y otro año la diferencia la hicieron las lluvias no las aguas artificiales. González Esparza, V. M. Op. cit., p. 54. 72 agma, Actas de Cabildo, 1916, núm. 43, 5 de agosto; núm. 47, 18 de agosto; núm. 48, 21 de agosto; núm. 52, 22 de septiembre. agma, fh, 428.10. 67

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