La celebración infame

October 11, 2017 | Autor: Manuel Espinosa | Categoría: History, Historia Social
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Descripción

LA CELEBRACIÓN INFAME. Origen, función y propósito de la oficialización del 6 de diciembre como el día de Quito Manuel Espinosa Apolo El 28 de agosto de 1934, en ceremonia oficial, el presidente del Concejo Municipal de entonces: Jacinto Jijón y Caamaño dio lectura a un viejo documento colonial del s. XVI conocido como el acta de fundación de la villa española de San Francisco de Quito que fue extraído de una urna de cristal, donde había sido colocado previamente para protegerlo y exhibirlo cual si se tratara de una reliquia sagrada. Conteniendo apenas su emoción, el burgomaestre se dirigió inmediatamente a la audiencia que incluía a los más altos dignatarios de todas las funciones del Estado, el cuerpo diplomático, los superiores de las diferentes órdenes religiosas, entre otros prestigiosos invitados, e interrogó a los asistentes si ratificaban el acta de fundación de “nuestros conquistadores”, a lo que los presentes asintieron con un signo de cabeza, en silencio ceremonioso. De esta manera, dicho acto selló el anhelado sueño de los sectores ultraconservadores quiteños, por el que habían pugnado sin tregua durante el s. XIX y las primeras décadas del s. XX: convertir a Quito en la concreción material de la raza y el espíritu civilizador español; proyecto postcolonial que se denomina la invención del Quito español. ¿Quiénes fueron los que impulsaron dicho proyecto y cómo lo consiguieron? Atrás de mismo estuvieron algunos intelectuales y dirigentes políticos quiteños que se asumieron como descendientes de los conquistadores y los colonizadores españoles. La mayoría de ellos adscritos al partido conservador; miembros de la Academia Nacional de Historia en tanto pupilos del Arzobispo Federico Gonzales Suárez y reputados hijos de las familias del alcurnia de la ciudad. Descendientes de la aristocracia realista que asumió el rol de clase dirigente luego que la aristocracia patriótica: los criollos revolucionarios del 10 de agosto de 1809 fueron asesinados al siguiente año, en el sanguinario 2 de agosto de 1810. Esa nueva casta dirigente, fue promovida por el estado colonial, en razón de su adscripción realista, razón por la cual fue favorecida con privilegios materiales y simbólicos. La trayectoria de la aristocracia realista quiteña en la época republicana. En el segundo momento de la Independencia, cuando el ejército libertador dirigido por Bolívar llevaba a cabo la guerra contra España, los aristócratas realistas de Quito supieron mantener un perfil bajo para ocultar su adscripción política, mientras conspiraban en las sombras. Para mantener el control del poder, idearon una perversa alianza con Juan José Flores, la misma que quedó sellada en el matrimonio entre doña Mercedes Jijón y el caudillo venezolano. Para allanar el camino a la presidencia del Ecuador de Flores, fue imprescindible la cabeza de Sucre y así se hizo con astucia y ausencia de escrúpulos. Mientras transcurría el siglo XIX poco a poco, esta casta dominante se encubrió bajo un supuesto ropaje patriótico para ocultar su compromiso originario con España, fortaleciéndose como clase dominante. Después de pasado el protagonismo de los patriotas liberales antifloreanos, fueron reanimados por el garcianismo, hasta que alcanzaron plenos bríos en el llamado período “progresista” en 1

el cual se produjo su consolidación y destape definitivo. A partir de entonces, salieron a la palestra pública y sin tapujos impulsaron el culto a la “madre patria”. Sin empacho promovieron la reconciliación de lo irreconciliable: la independencia de España, con la conquista y la colonización hispánica. Así lo expresó Antonio Flores, hijo de Juan José Flores, en el discurso inaugural de la estatua al Mariscal José Antonio de Sucre, señalando que los líderes de la Independencia: Sucre y Bolívar había completado la labor de Colón. A fines del s. XIX, el arzobispo González Suárez, el principal ideólogo de dicho grupo social, fortaleció este despropósito al formular una peregrina teoría según la cual, las ex colonias españolas se había independizado como lo hacen los hijos mayores de sus padres. La providencia habría dicho en los oídos de los patriotas: “crecisteis, creced”. En el período alfarista, volvieron a mostrarse cautos, sin dejar de tramar la derrota y aniquilamiento de dicha revolución. Nuevamente recurrieron a la alianza matrimonial, para sellar un pacto con el encubierto enemigo de Alfaro y alimentar su codicia. Así se realizó el matrimonio entre otra dama de la alcurnia quiteña y Leónidas Plaza Gutiérrez. Astutos y maquiavélicos, no les importó recurrir a los medios que fueran para conseguir sus protervos fines. Echando mano de la religión “produjeron” el milagro de la Virgen Dolorosa en 1906 para movilizar a las masas en contra del supuesto “ateísmo” y la “masonería” del alfarismo. Su malicia dio resultado seis años después, cuando una masa enardecida y manejada por los invisibles hilos de la manipulación de los sectores altos arrastró al viejo luchador por las calles de Quito, poniendo fin a otro sueño emancipativo popular. Después de la derrota de la revolución alfarista, la ex aristocracia realista, tomó bajo su absoluto control al Municipio de Quito, al mismo tiempo que ejercía una clara influencia en el aparato central del Estado. De esta manera, en 1915, lograron que el 12 de octubre, llamado desvergonzadamente “Día de la raza”, se declarase celebración cívica nacional. A partir de entonces y con ayuda de la prensa que controlaban, difundieron su retórica de agradecimiento y glorificación de España. Mientras tanto el Concejo Municipal, decidió denominar a las nuevas calles que empezaron a abrirse con la extensión de la urbe en la década de 1920, con el nombre de los conquistadores españoles. Más tarde les levantaron estatuas por doquier, llegándose incluso a designar a otras nuevas calles con los nombres de los verdugos del pueblo quiteño. A una de ellas se le llamó con el nombre del responsable de la matanza del 2 de agosto: Conde Ruiz de Castilla, y a otra, se le colocó el nombre de quien invadió la ciudad a sangre y fuego en noviembre de 1812 para sofocar la revolución de Quito: Toribio Montes. En el decenio de 1920, el libro: Lecciones de Historia del Ecuador para niños de Roberto Andrade, ideólogo del alfarismo, que mostraba los crímenes, la codicia, fanatismo e ignorancia de los conquistadores y colonizadores españoles, fue impugnado, descalificado y proscrito de la enseñanza escolar. En la década de 1930, José Gabriel Navarro, otro pupilo del arzobispo González Suárez, sostuvo la tesis de Quito como relicario de arte español en los Andes, sentando las bases del discurso patrimonialista de Quito, aun en boga. ¿De dónde procedía esta rabiosa hispanofilia de la casta dirigente de Quito? Sin duda, había sido impulsada por el hispanismo que había crecido en toda América a raíz de la guerra entre España y Estados Unidos en 1898; sentimiento alimentado por el arielismo. Hispanismo que en la conciencia de los ultraconservadores devino en la 2

década de 1930, en hispanofilia recalcitrante y descarado falangismo. Agrupados en el diario “El Debate”, financiado por don Jacinto Jijón y Caamaño, animaron sin vergüenza alguna a los ecuatorianos a apoyar la lucha de Franco y a enviar fondos a los fascistas españoles. Los contenidos de la doctrina racista de los ultrahispanos Desde la perspectiva de los ultrahispanistas: España había traído la civilización a las tierras americanas, en la medida que difundió el castellano y la religión católica, vectores civilizatorios incuestionables. La superioridad racial e espiritual de España estaba fuera de todas dudas y había sido demostrada en el trágico encuentro de Cajamarca, en donde solo unos cuantos españoles bastaron para someter a todo un imperio conformado por millones de personas. Ejemplo más claro de la superioridad de los españoles y la inferioridad de los indios no podía encontrarse. Los indios constituían una raza vencida, inferior, un “peso muerto” en la historia del Ecuador diría Jijón y Caamaño en su célebre conferencia “La ecuatorianidad” dictada en 1942 en la Universidad Central. En ese sentido, era un deber de los ecuatorianos, glorificar a España y la llegada de sus conquistadores. El día que se había instalado el cabildo en la ciudad de Quito, esto es, el 6 de diciembre de 1534, haciéndose efectiva su fundación realizada el 28 de agosto de ese mismo año en el papel, debía celebrase incuestionablemente. Y así se hizo. No importó siquiera la misma advertencia de Jijón y Caamaño en el sentido que había que reconocerse que en el lugar al que arribaron los españoles, ya existía una ciudad indígena fundada por Túpac Yupanqui. Los hispanistas quiteños, ocultaron y escamotearon desde entonces, el pasado prehispánico e inca de la ciudad, así como minimizaron el carácter profundamente irredento e insumido del pueblo quiteño y, por tanto, su deslealtad con la corona, evidenciado desde la revolución de las Alcabalas a fines del s. XVI hasta el levantamiento del 10 de agosto de 1809, pasando por la Rebelión de los barrios de Quito de 1765, cuando el pueblo expulsó a los españoles de la ciudad y tomó para sí el control de la misma, deponiendo a las autoridades que capitularon frente al pueblo y entregaron las armas e insignias reales. La reivindicación de la empresa civilizadora de España a través de la conquista y la colonia, se fundamentó al mismo tiempo, en el hecho de que la llegada de los aventureros españoles inauguró el período histórico entre nosotros, ya que a partir de entonces se generó una memoria documental. Lo que no había sucedido en la época precolonial, presentada y catalogada como “prehistórica”. El archivo y el documento colonial fueron presentados por el Arzobispo González Suárez y sus pupilos agrupados en la Academia Nacional de Historia, como sede de la verdad. Esto significaba que solamente lo que podía ser fundamentado con documentación colonial debía aceptarse como verdad histórica. Por tanto, la memoria oral, la tradición y otras formas de representación propias de los pueblos indígenas fueron invalidadas y, por lo mismo, rechazadas. Significado y propósito de la oficialización del 6 de diciembre La reivindicación de la conquista y colonización española, fue al mismo tiempo una respuesta a los discursos contrahegemónicos que emergieron a parir de la década de 3

1920. En primer lugar, contra el indigenismo inaugurado por Pío Jaramillo Alvarado en 1922 a raíz del aparecimiento de su libro: El indio ecuatoriano; obra en la cual cuestionó la interpretación hispanista de la historia, expresando que no podía hablarse de razas superiores ni inferiores, a la vez que destacó por primera vez la agencia o el papel activo del indígena en el devenir histórico. Asimismo, constituyó una respuesta frente a las ideologías emancipativas o de izquierda (anarquismos, socialismo y comunismo), que empezaron a cuestionar toda forma de dominación y opresión, reivindicando a los trabajadores y los campesinos, quienes habían empezado a organizarse inaugurando la protesta popular y el proceso de impugnación social. Temerosos del protagonismos inusitado que estaban alcanzado los de “abajo” y para debilitar sus aspiraciones por conseguir igual de derechos para todos, se pretendió justificar la explotación social e indígena, en razón de su idea de sociedad como un conjunto jerárquico relacionado con el orden natural. En fin, el ultrahispanismo en Quito pretendió bloquear y deslegitimar los ideales y proyectos de las ideologías emancipativas. El culto a la conquista y la colonización española, supuso además la promoción de la tauromaquia en contra de los llamados “toros populares”. La muerte del toro a cargo de un torero, fue promovida por el franquismo en la península y América, como una expresión excelsa del valor de la “raza” española, siendo acogido fervorosamente por la elite social quiteña. Por esa razón, se decidió construir por primera vez en Quito una plaza para este tipo de exhibición del “valor” hispano. En 1930, con una corrida de toros, se inauguró apoteósicamente la Plaza Belmonte. Sin embargo, la celebración del 6 de diciembre durante las décadas de 1930 y 1940, estuvo muy lejos de convertirse en festejo popular y más bien decayó drásticamente a medida que se acercaba la década de 1950. Ni siquiera el himno a la ciudad compuesto en 1944, en el cual se exalta la herencia y el supuesto amor de España a la ciudad, animó a sus pobladores. Ante esta posibilidad, los sectores altos quiteños reaccionaron buscando reanimar la celebración. Fue así como se sirvieron del diario vespertino “Últimas Noticias” adjunto al diario “El Comercio” que controlaban, para convertir dicho onomástico en festejo popular. Para ello se apeló al deber que tenían sus moradores de homenajear a su ciudad, de la misma manera como se hace con una madre o con la amada. Fue así que se promovió la llamada serenata quiteña. Los grupos de música y un aguardiente de dudosa calidad que ofició de patrocinador, se tomaron las calles de los barrios. El regocijo popular se instaló desde entonces y de forma definitiva. A través de la algarabía por la algarabía animada con cantidades excesivas de aguardiente, se promovió el embrutecimiento de la población, anulando toda posibilidad de pensamiento y reacción crítica. La oficialización del 6 de diciembre como día oficial de Quito, es parte fundamental del proyecto de invención del Quito hispano; proyecto racista y excluyentes, en la medida, que los legados indígenas y los indios fueron minimizados y borrados de los discursos y representaciones oficiales de la ciudad, conjuntamente con el desprecio y estigmatización de los provincianos tachados peyorativamente de “chagras” o “longos”, a quienes se les hizo responsables del fin de la “belle epoque” de la ciudad. Pues, la idea que la ciudad se “jodió” cuando llegaron los provincianos y los pueblerinos, se torno a partir de entonces en lugar común.

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Pero sobre todo, el proyecto de la invención del Quito español, es sobre todo, antiquiteño, en tanto pretenden reivindicar a quienes invadieron la ciudad prehispánica en base a la tierra arrasada y al etnocidio, y que más tarde subyugaron y arremetieron contra sus pobladores a través de feroces represiones que buscaron ahogar en sangre el espíritu irredento e insumiso de Quito y los quiteños, el pueblo más rebelde e insubordinado, de las antiguas colonias españolas en América.

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