“La calle es de los revolucionarios”: Políticas normativas e imaginario social cubano.

June 9, 2017 | Autor: Claudia Marrero | Categoría: Normative Ethics, Social movements and revolution, Normative Political Theory, Social imaginary
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Descripción



Algunos de los eventos catalizadores en la formación de conciencia revolucionaria han sido la Campaña de Alfabetización (1961), la invasión de Playa Girón (abril 1961) -que concluiría con la proclamación del carácter socialista de la Revolución-, y la Crisis de los Misiles (octubre 1962).
En la literatura revolucionaria de los 60s el mayor ejemplo es ofrecido por Ernesto Guevara en "El socialismo y el hombre en Cuba" en lo referente a la teoría de guerrillas como dirección vanguardia, fuerza movilizadora y generadora de conciencia revolucionaria (Guevara, 1965)
Aventuro aquí el recuerdo de la novela, con fuertes rasgos testimoniales "Las iniciales de la tierra" de Jesús Díaz donde el protagonista, tras una activa participación en disimiles tareas de su generación y ante cambios en la manera de concebir la realidad histórica que resultan de la adopción de nuevos protocolos conceptuales de representación es despojado de las construcciones significativas que le servían como juicio de valor. Ello lo conduce al fatal desenlace de ser acusado de padecer cierto 'complejo de héroe'.

Dichos discursos o comunicados políticos son extendido por medio del análisis de los documentos al interior de las organizaciones políticas y de masa –dígase sindicatos, comités de base de la juventud comunista y los núcleos del Partido Comunista replicados en cada centro laboral o estudiantil- donde una posición abiertamente contraria es poco común, prolongando así bajo acuerdo implícito, la percepción y auto reconocimiento de errores. Más adelante nos detendremos en ésta idea como uno de los recursos 'expiatorios' presentes en el discurso político con metodología religiosa.
Numerosos son los ejemplos en el mensaje oficial, entre ellos los más notorios han sido las vallas publicitarias que pueden encontrarse en diferentes rutas del país son slogan tales como "Revolución es el Pueblo".
Es necesario aclarar que la conciencia nunca se encuentra literalmente en blanco previa a la experiencia social y ningún enfoque empirista podría hacernos ignorar el inherente conocimiento de nuestras propias ideas, sensaciones y emociones, nuestro instinto de 'reflexión' si así se quiere. Puede que el mensaje instituyente sea enérgicamente normativo, pero el impacto en el imaginario social comportará respuestas disímiles. De este modo las variadas concepciones que en lo social negocian una misma experiencia podrán legitimar prácticas silenciosas, aisladas, pero también críticas y conciliadoras. No obstante nos interesa aquí el poder de aglutinamiento del mensaje más que la individualidad de las reacciones, asunto difícilmente 'medible' fuera del ámbito intelectual. Para ver más sobre la posición indistinta del intelectual ante la Revolución se puede revisitar los trabajos de Carlos Espinosa Domínguez (2001), Iván de la Nuez (1995, 2002, & 2006), Armando Chaguaceda, Rafael Rojas (1998, 2008, 2011), entre otros.


http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/1961/esp/f160461e.html
La consecuencia a este marco discursivo en particular, fue la radicalización del pensamiento hasta operativos inflexibles materializados en la 'Campaña contra la Vagancia' lanzada entre 1969 y 1971. La normalización del trabajo voluntario criminalizó el ocio o cualquier tipo de inacción social o política, por decisión propia. La larga escala movilizativa, fundada en la iniciativa del voluntarismo, el trabajo y la educación fueron asumidas entonces como obligaciones universales y expiatorias de los males de la tipología social anterior.
Para un mayor análisis de la influencia de estos códigos, sobre todo en estrategias instituyentes como el sistema educativo ver "Martí y Fidel en el código de ética de los educadores cubanos" por Nancy Chacón Arteaga.
Anderson en especial, la 'nación' es comunidad imaginada porque aún los miembros de la nación más pequeña no conocerán jamás a la mayoría de sus compatriotas, no los verán ni oirán siquiera hablar de ellos pero en la mente de cada uno vive la imagen de su comunión (24).
Al respecto encontramos una serie de ensayos críticos, enfocados en el problema de la representación en el realismo y sus influencias en el ejercicio de la historiografía contemporánea. Reforzando la concepción tropológica del discurso histórico, la ficción narrativa privilegia: "La manera apropiada de evaluar la historia narrada es considerar su 'factualidad', mientras que el tipo de trama utilizado para generar una interpretación de los acontecimientos solo puede evaluarse apropiadamente considerando su verosimilitud" (White, 2011: 492)
Una maniobra discursiva en función de la formación del 'sentido común' es la liturgia dentro de la arenga donde frases hechas, giros, modismos, aforismos, citas conocidas le dan significación al mensaje constituyendo auténticos slogan de acusada función sociocultural (Beckford 1986, Klotchkov 2001).
Información abundante referente tanto a la narración cotidiana, como a la construcción de mitos sociales, puede encontrarse en autores como Barthes (1966), Greimas (1966), Todorov (1966a, 1969), Kristeva (1969), Eco (1966; 1976), Metz (1966), and Bremond (1964, 1973), entre otros. El accionar de los mitos o las condiciones sociales y culturales de su uso son estudiados por Bauman & Sherzer, 1974; Saville-Troike, 1982; Gumperz, 1982a, 1982b).
La devoción por la figura 'romántica' del Che llevó a considerarlo como el "más completo ser humano de nuestra época" (Anderson 1997: 468). Existe abundante literatura sobre la trascendencia del pensamiento guevariano, su vigencia y múltiples significantes. Ver más en: Helio Gallardo. Vigencia y mito de Ernesto Che Guevara. Editorial Universidad de Costa Rica, 1997; Carlos Franqui. Cuba, la revolución, mito o realidad?: memorias de un fantasma socialista. Vol. 235.EdicionesPenínsula, 2006; WilliamRowlandson. "" A myth is an owned image": Che Guevara in Lezama Lima's American Expression."Bulletin of Hispanic Studies 87.2 (2010): 71-88; William Rowlandson (2011) Hero, Lover, Demon, Fool: Fictional Appropriations of Che Guevara.Journal of Romance Studies, 11 (2). pp. 61-74. ISSN 1473-3536. La gran mayoría de los mismos coinciden en una aproximación de las lecturas del Che en sus representaciones ficcionales desde el mito histórico hasta la imagen comercial y su repercusión en la izquierda internacional antes y después de la caída del Muro de Berlín.
http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/1987/esp/f081087e.html
Esto ocurre dentro del giro nacionalista del relato revolucionario noventero, igualmente, el borramiento de la memoria soviética fue promovido sin con ello, afectar la línea de definición comunista. Ocurre que el péndulo del discurso oficial se desplaza hacia categorías 'reciclables' por llamarlas de algún modo, donde las nomenclaturas de flexibilizan, haciendo oscilar las premisas del discurso. Igualmente a principios de milenio hemos visto el tímido rescate de intelectuales 'olvidados' por el canon revolucionario, así como la disputa por el legado de figuras como José María Heredia, Félix Varela, Fernando Ortiz, Dulce María Loynaz, Jorge Mañach, José Lezama Lima, Gastón Baquero o Virgilio Piñera (Ver a Duanel Diaz y Rafael Rojas, 2006).
Representaciones del imaginario instituido de esta época puede verse en obras como "El destierro de Calibán" (1997) de Iván de la Nuez; "El lobo, el bosque y el hombre nuevo" (1990) de Senel Paz; y "Un arte de hacer ruinas" (1998) y Corazón de skitalietz (1997) de Antonio José Ponte así como en la conocida "Trilogía sucia de la Habana" de Pedro Juan Gutiérrez. En la literatura anterior se hace explícitos lugares comunes como las connotaciones de la crisis económica y el 'hambre' como gran tópico caracterizador; los éxodos y balseros; el regreso del turismo, del dólar, del juego, de las 'jineteras' y de la fiesta; y el neoexotismo tropical.
Oficialmente lanzada tras una reactualización del sistema de confrontación con Estados Unidos, la Batalla de Ideas, surge en 1999 y se prolonga hasta 2003. Constituyó una ofensiva política para profundizar la participación de los trabajadores y jóvenes en la Revolución socialista cubana. Según el discurso oficial la nueva ofensiva ideológica tenía como rasgos fundamentales combatir la corrupción y la falta de disciplina, corregir errores neoliberales, reducir desigualdades, restaurar la moral revolucionaria y enfrentarse a las amenazas de Estados Unidos, y con ello, adicionalmente se distraía a la población de los retos cotidianos reubicando el imaginario social en un panorama operativo de enfrentamiento (Mesa- Lago, 2013:21) Ver además a Antoni Kapcia, "Batalla de Ideas: Old Ideology in New Clothes?" in Changing Cuba/Chianging World, ed. Mauricio A. Font (New York: Bildner Center for Western Hemisphere Studies, 2008.
El caso Elián González (1993) constituyó un incidente de significativa relevancia en los medios de comunicación así como entre las diplomacias de Estados Unidos y Cuba en el año 2000. Ver más sobre la historia en Allatson, Paul. "The Virtualization of Elián González." M/C Journal 7.5 (2004). 20 Apr. 2015 http://journal.mediaculture.org.au/0411/16allatson.php y http://www.pbs.org/wgbh/pages/frontline/shows/elian/etc/eliancron.html.
Ver más detalles en Claudia Hilb, Silencio, Cuba. La izquierda democrática frente al régimen de la Revolución Cubana. Buenos Aires, Edhasa, 2010.


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'La calle es de los revolucionarios': Políticas normativas e imaginario social cubano.
Claudia González Marrero
[email protected]

Doctorante e Investigadora asociada. Graduate Center for the Study of Culture, Justus Liebig Universität. Alemania

Prepared for delivery at the 2015 Congress of the Latin American Studies Association, San Juan, Puerto Rico, May 27 - 30, 2015.








































En los últimos cincuenta y siete años la Revolución Cubana ha transcurrido por uno de los procesos más debatidos en la política internacional contemporánea. A la par con las dinámicas resultantes la modificación del subconsciente colectivo ha conllevado a una nueva nomenclatura que se ha desarrollado en contenido y estilo en correspondencia con los diferentes momentos históricos del proceso mismo. La comprensión del carácter normativo de las estructuras instituyentes devela la promoción de una estrategia legitimadora y homogenizante que interviene en conceptos claves como historia, cultura y educación.

La intensificación de lo político al interior de la esfera pública, los mitos, imágenes y discursos vinculados a patrones ideológicos, la asunción de normas como 'sentido común', la narración y simbología de la metahistoria revolucionaria, entre otros, han conformado hasta hoy un imaginario social en constante diálogo con las estructuras instituyentes y las prácticas cotidianas.

Los vínculos establecidos entre historicidad, normatividad e imaginario social, asisten en el análisis del imaginario instituyente para descifrar actitudes, emociones, valores, creencias y comportamientos diseñados y emitidos frente a la realidad cubana.

El imperativo de una nueva ciudadanía revolucionaria

Al triunfo de la Revolución cubana le precedió un panorama nacional caracterizado por violaciones constitucionales, agresiones a los derechos civiles y una economía unidireccional, visualizados en la figura dictatorial de Fulgencio Batista en su último mandato (1952- 1959). Una aproximación estatista al fenómeno revolucionario cubano sugiere una petición concisa de ciudadanía desde la naturaleza política del evento mismo, materializado en el reclamo de restauración constitucional como objetivo fundamental.

Ante el cambio catártico del poder hacia lo que se vislumbraba como un proyecto democrático y moderado, con la participación plural de organizaciones de diversos estratos y paradigmas políticos, el triunfo revolucionario de 1959 produjo la celebración espontánea de la inmensa mayoría de la población, sin diferenciación ideológica, religiosa o generacional. El discurso político de Fidel Castro, entre otros canales de difusión del mensaje oficial, resultaba auténticamente moderno en sus formas expresivas, capaz de conectar con las aspiraciones sociales y dar visibilidad a un programa de coherencia y vitalidad. A cincuenta y siete años de la Revolución cubana cabe preguntarse: ¿Cuáles han sido los posteriores reajustes de dicho consenso inicial, cuáles las estrategias discursivas para garantizarlo? ¿Qué factores han determinado la reformulación del mensaje revolucionario? ¿Cuáles han sido las estrategias de diálogo para negociar dichos diseños y que conjunto de códigos han quedado desplazados del canon establecido en virtud de la elaboración de estos parámetros?

El título del presente artículo "La calle es de los revolucionarios" muestra un silogismo aparente al dejar abiertas otras interrogantes. La supresión dentro de una afirmación frecuente en el enunciado político cubano sugiere intenciones de exclusión social a la vez que identifica la defensa de un 'lugar común' dentro del imaginario revolucionario cubano. La proposición ha quedado implícita y el lector es capaz de completarla.

Según el juicio de Antonio Gramsci en "Cuadernos de la Cárcel", hegemonía es la suma total de maneras en las que la clase dominante ejerce su poder, incluyendo los modos en que el oprimido acepta la dominación pasivamente. Una cuestión central en éste discurso es hasta qué punto las clases dominantes proyectan exitosamente su particular cosmovisión y el funcionamiento de las relaciones sociales, de manera que éstas son aceptadas como sentido común y en general, como el orden natural de las cosas por aquellos que están subordinados al discurso del poder. Revolución es por tanto, no sólo el derrocamiento de la estructura de clase existente, o la mera transferencia del poder político y económico a una nueva clase sino también la creación de una nueva hegemonía alternativa a través de nuevas formas de experiencia y conciencia (1985: 70-71).

Sobre la misma idea Gramsci abunda, una clase social llega a ostentar el control y poder, por medio de la obtención de la hegemonía en lo civil así como en lo económico y político y logra esto mediante la difusión de su ideología a través de la cultura. Por tanto una categoría analítica indispensable para entender los vínculos orgánicos entre sociedad y gobierno será la conceptualización del conducto mediante el cual el mensaje oficial es legitimado. En su estudio de la Revolución cubana, Antoni Kapcia define ideología como:

"(…) the more or less systematic body of ideas, values, symbols and myths that is shared by a particular social group. This group must identify itself consistently as a coherent and separate identity (that is, a 'nation'), and it uses the 'body of ideas' to explain the environment as it has been (that is, its history), as it is and, most importantly as it should be, and also to offer a guide to collective action towards the attainment of that identified 'should be' existence" (1990:163).

Este cuerpo de códigos de referencia demostró estar en constante construcción, en relación con el ideal identitario al que se aspiraba. En función de mantenerse válido durante circunstancias cambiantes y aún permanecer seductor, el esquema de representaciones debió ser adaptable. El discurso ideológico por tanto se ha desarrollado continuamente en una relación simbiótica con la sociedad de la que se sustenta y la cual es objeto de su influencia posterior.

Para una definición de discurso Van Leeuwen argumenta, es la recontextualización de prácticas sociales como un modo de cognición social, -donde se procesa la información social en particular su codificación, almacenamiento, recuperación y aplicación en situaciones sociales-, así como los modos específicos de entender y aprehender prácticas que son usadas como fuentes para representar prácticas sociales en texto (2008:6). La representación discursiva involucra una evaluación de dichos ejercicios siendo en sí mismo igualmente una práctica social.

Los discursos no sólo consisten en formas abstractas de oraciones, o estructuras complejas de connotación local y formaciones esquemáticas. También es posible describirlos en términos de las acciones sociales que llevan a cabo los usuarios del lenguaje cuando se comunican entre sí en situaciones sociales y dentro de la sociedad y la cultura en general (Van Dijk, 2000:38). Por tanto un análisis más abarcador no se limita a las tendencias del discurso instituyente sino a las prácticas asimiladas desde sus semejantes, donde las representaciones rebasan lo meramente político para ocupar espacios de comportamiento, códigos de conducta, valores éticos, ideológicos y estéticos que configuran un modo particular de ser y devenir ciudadano (Chaguaceda 2007: 121).

Desde las esferas instituyentes, el cambio discursivo provocado por el abandono de patrones liberales en favor de un sistema progresivo en su definición socialista propició la necesidad en el liderazgo rebelde de asegurar una conciencia social revolucionaria que diera respaldo al proceso:

"A nosotros más que nada nos interesa la conciencia del pueblo, porque es ahí en el grado en que nosotros lleguemos a despertar esa conciencia en que la Revolución esté más segura. En la medida en que la Revolución se haga conciencia en la mente de cada ciudadano, la Revolución será más fuerte y más invencible" (Castro, 2001:5-7).

Kapcia apunta que la noción de ciudadanía cubana está vinculada a la percepción de un pasado heroico, un presente escabroso y la esperanza de un futuro glorioso (1997:87). Para Richard R. Fagan, la construcción del presente sobre los mitos del pasado y la consecución de un futuro idealizado dependen de la formación de un nuevo modelo de personalidad (1969:13). Por tanto, la conciencia ciudadana, alimentada bajo la evocación de la memoria, la convocatoria del presente y las promesas del futuro sería parte integral para el apoyo masivo que esperaba y necesitaba la Revolución:

"Lo que sostiene a la sociedad unida son vocabularios y esperanzas en común (…) los vocabularios son típicos parásitos de las esperanzas y confidencias –en el sentido de que la principal función del lenguaje es contar historias sobre futuros resultados que compensan por sacrificios del presente-" (Rorty, 1989:86).

Entre los giros lingüísticos, códigos de conducta y creencias que fueron inoculadas en la voz colectiva, la igualación de conciencia como principal estratagema discursiva resultó en el gradual abandono de anteriores procedimientos del habla, la expresión y el pensar, en favor de normas estandarizadas. Donde hubo un 'yo', emergió un 'nosotros' inclusivo entre otras modificaciones de la narración política dentro del discurso hegemónico (Serra, 2007:43).

Dentro del diccionario político cubano, la conciencia revolucionaria no es sintomático del proceder de 'las masas'. Dicha formulación fue resuelta en los años iniciales de la Revolución, en el marco de la teoría de guerrillas, la cual demandaba, mediante la praxis revolucionaria el cumplimiento de tareas defensivas y productivas como práctica formativa. El ideal de conciencia revolucionaria por tanto, fue promovido como actitud de lucha, de dignidad, de principios, en suma: una moral revolucionaria (Castro, 1986). La idea de conciencia es así asimilada desde la ideología: "(…) es actitud de lucha frente a todo lo mal hecho, frente a las debilidades, privilegios, las inmoralidades. La lucha ideológica ocupa hoy para todos los revolucionarios, la primera línea de combate, la primera trinchera revolucionaria" (Ibídem). Cabe afirmar entonces que la conciencia no resulta solamente desde la esfera emocional o axiológica como proceso de aprendizaje o concientización sino también de un nivel de reconocimiento ideológico (Freire, 1970). Sobre ello nos advierten tempranamente: "La formación de una sólida personalidad moral, orientada por profundas convicciones y valores, es una condición esencial del desarrollo del sistema socialista"(González Rey, 2009: 15).

Aún antes de las convocatorias movilizadoras que serían parte esencial del mensaje revolucionario–a partir de 1961 proyectado progresivamente como marxista- leninista-, ya existía el clima de ambigüedad política ideal para instituir un programa de reformas de marcado carácter populista (Medin, 1990:7). De ahí que ante el cambio catártico del poder y al calor de un fuerte discurso emancipador, las nuevas medidas socio- económicas se anunciarían en conjunción con la declaración oficial de una semana de júbilo popular. Mientras se llevaban a cabo dos reformas agrarias- en el marco de un proceso de colectivización y estatización de la propiedad privada–, fueron expropiadas refinerías extranjeras, las azucareras de propiedad estadounidense, los bancos y las compañías de electricidad y teléfonos, entre otros. Uno de los primeros rituales que describe el alcance emocional de la época es descrito al detalle por la prensa de la época como "funerales" carnavalescos donde eran tirados al mar los emblemas y marionetas símbolos culturales de la República –mayormente iconografía de las compañías norteamericanas recién expropiadas- en una suerte de ceremonia de exorcismo (Huberman y Sweezy, 1961). La sustitución del sistema económico capitalista, y la reconfiguración de nuevas fuerzas sociales signado por el empoderamiento de las clases populares dejaban entrever las demandas y prioridades, lo que el nuevo gobierno repudiaría y a lo que se acogería.

Para el nuevo gobierno la promoción de una mentalidad revolucionaria debió enfrentarse a la fuerza de la costumbre, a los hábitos de mirar y pensar, a la imposición de prejuicios propagados y mantenidos por las clases económicas dominantes del sistema capitalista anterior (Castro, Ibídem). Lo que ocurriría posteriormente sería un importante desplazamiento del péndulo, que si bien conservaba aún algunos de esos prejuicios inherentes en varios actores, como sujetos naturales de un estereotipo anterior arraigado en la tradición española, católica y machista, instauraba un nuevo sistema de representaciones mediante la reconfiguración del sistema normativo establecido.

Los nuevos principios morales e ideológicos fueron progresivamente negociados y asimilados a través del proceso de interacción social, donde el colectivo se 'observa' mutuamente en búsqueda de pistas y señales, construyendo continuamente significantes para su vida cotidiana. Gracias a ello, los contextos y discursos de la política cultural cubana, en su mayoría, encontraron espacio común en el esfuerzo institucional por esculpir 'el revolucionario ejemplar'. La temprana nomenclatura que delineaba el ámbito del 'buen revolucionario' se hizo explícita en la práctica de estigmatizar, el esfuerzo exiguo, la respuesta insuficiente, al igual que aquella que podía exceder los límites del afán.

En términos de representaciones mentales, el propio desarrollo del proceso cubano así como las reorientaciones del discurso hegemónico, han incitado al sujeto revolucionario a asumir una multiplicidad de roles impulsándolo a probarse a sí mismo en una sucesión de nuevas situaciones - planes productivos y tareas políticas la mayoría-. A partir de las interpretaciones que surgen del mensaje político lo que se produce no es un progreso en el devenir del discurso oficial o en el carisma dirigente, sino cambios en la manera de concebir la realidad histórica que resultan de la adopción de nuevos protocolos conceptuales de representación. Las construcciones significantes entonces, pendulan desplazando o dilatando en ocasiones los criterios determinantes para los juicios de valor. La noción de ciudadanía revolucionaria ha sido continuamente rediseñada para incluir nuevas formas de pertenencia. Si bien los bordes de lo aceptado son consistentes, se ubican en un terreno incierto donde el 'ser revolucionario' y el 'ser contrarrevolucionario' no advierten fronteras rígidas.

En el marco de una revolución que conduciría a la toma de conciencia marxista, la transformación radical del individuo debió, en primera instancia, enfatizar 'el pueblo' como entidad significadora y la actitud comunitaria como ritual de identificación plena a la hora de articular las responsabilidades vis-á-vis con el Estado, disolviendo la tensión entre el individuo y el colectivo (Serra, 2007). Desde un estudio de sistemas normativos el caso cubano se percibe como un evento precipitante, lo que implica un llamado que, desde el discurso político, revela la línea apropiada para la acción que es en última instancia negociada colectivamente. Esto crea un sentido de urgencia e inseguridad forzando a las personas a actuar sin tiempo a crear significados coherentes y resignando su autonomía a través de interacciones simbólicas que guían su conducta (Turner and Killian, 1972). Justamente es esa 'voluntad popular' y 'conciencia de masas' de respaldo a las medidas revolucionarias la que identifica Foran para catalogar al proceso cubano como un fenómeno moderno dentro de la tipología de las revoluciones (1997:24). Al respecto nos confirma Eric Selbin a propósito de las revoluciones modernas en América Latina que las directrices del movimiento cubano, así como otros similares en su momento, fueron primero su consolidación -a partir del desarrollo de un apoyo popular al sistema- y su institucionalización -creando organizaciones 'de masa' a fines al nuevo Estado- (1993).

Ahora bien, para que las normas sean percibidas como reglamentaciones legítimas de comportamiento -en vez de meras presunciones o imposiciones-, estas deben ser asumidas en su relación lógica con el aparato jurídico, económico, entre otros poderes. Por supuesto, dicho proceso presenta sus contradicciones al establecer rituales, prácticas, entre otros tipos de convenciones para situaciones específicas. La codificación de significantes que fueron producidas en el contexto histórico, político y cultural mediante elementos racionales y psíquicos representativos asistirá al análisis del discurso institucional donde podremos identificar el esquema mental, el cuerpo de representaciones y en particular la atmósfera moral, que rodeó a la sociedad. Debido a que la Revolución Cubana, como un proceso de larga duración, ha tenido una naturaleza cambiante, intentaremos identificar en el presente artículo los elementos constantes y constitutivos del discurso revolucionario cubano a lo largo de estos años.

La formación de la 'persona revolucionaria'. Elementos retóricos legitimadores del discurso oficial

Muchos han sido los intentos por periodizar los lineamientos de la política cultural cubana en relación con las tendencias ideológicas del Partido en cada momento. La ideología resultante de la cultura política revolucionaria en Cuba ha debido transcurrir por diferentes momentos históricos y responder a determinadas necesidades. De esta manera las premisas básicas del discurso oficial han variado según demandaran los reacomodos de su ideología. En consecuencia el cuerpo de códigos se construye progresivamente comportando tímidos cambios de tono, expandiéndose conceptualmente o negando afirmaciones anteriores, en aras de mantener válida su convocatoria mientras el sistema es reactivado.

A lo largo de cinco décadas las interpretaciones de las distintas fases de la política revolucionaria difieren, dando lugar a abundantes descripciones. Una aproximación que en materia económica nos es fundamental es la aportada por Carmelo Mesa Lago quien resume la historia económica y las políticas sociales durante la Revolución hasta 2012 como una suerte de ciclos consecutivos 'idealistas' y 'pragmáticos' (2013). Bajo esta lectura los ciclos idealistas han sostenido el peso ideológico, proveyendo el ímpetu y respaldo popular mediante objetivos ambiciosos y convocatorias populistas. Las etapas que han seguido a los años de fervor se han identificado por su inestabilidad –crisis económica y reacomodos psicosociales-, asegurando el giro hacia políticas más eficaces y pragmáticas. Para ello han funcionado eficazmente el recurso discursivo de 'expiación de culpas' a partir del señalamiento de errores percibidos como emanaciones de la sociedad en crisis- y no como resultados del proceso mismo-, y la amenaza, real o ficticia, de obstáculos ante la consecución del proyecto socialista.

Cerrando el círculo, mejoras visibles tras etapas pragmáticas que han demostrado ligeros avances en la actuación económica y estándares de vida, justifican una siguiente etapa idealista bajo los parámetros anteriores. Los ciclos idealistas por su parte, han estado caracterizados por un incremento en el grado de colectivización y en la centralización del proceso de toma de decisiones.

En materia de política cultural e historia intelectual, Rafael Rojas nos aporta una adicional claridad al asunto. Según Rojas, los años 60s y 80s marcaron espacios de sociabilidad independiente. La emergencia en el espacio público, de nuevos discursos y prácticas en el campo intelectual, determinaron una identificación crítica, provista de un marco de negociación con el proyecto revolucionario, politizando temporalmente la cultura nacional (2006:464).

Así mismo, el carisma partidista varió en táctica durante las décadas siguientes según la problemática nacional y la geopolítica internacional. En los años 70s y 90s las políticas directas tomaron la iniciativa afianzando su proyección económica y endureciendo los rasgos ideológicos del mensaje oficial. Conforme con lo anterior cada década es tablero de un set diferente de respuestas ad hoc, ejemplos son la "Campaña de Rectificación de Errores del Pasado y Tendencias Negativas", y la Institucionalización entre 1970- 1980. O sea las políticas de rectificaciones y reorientaciones han ido destinadas a enmendar errores de etapas anteriores, sobre las bases de la evocación del ideal de los sesenta, pilar simbólico de la construcción del proceso.

A lo largo del proceso revolucionario pueden ser identificados elementos emocionales que dentro de la retórica oficial facilitaron la delineación conceptual y axiológica de la cosmovisión revolucionaria cubana. El montaje del discurso oficial generó elementos persuasivos, legitimadores o proscriptores dirigidos a la instrumentación de políticas formativas cívicas, educativas y culturales. Así como el discurso socio-político funciona a la hora de referenciar utopías y de crear pensamientos proyectivos, portadores de imágenes representables de lo que pudieran ser aspiraciones y anhelos de las sociedades, sus negociaciones evidencian mecanismos que forman parte de la memoria, la identidad y la autorepresentación (Kahhat, 2004).

Los años 60s fueron sin duda la piedra angular para la promoción del ideal socialista, marxista- leninista y guevariano en la Revolución Cubana. Los intereses de las clases populares se encontraban en el epicentro del discurso reivindicativo imprimiéndole a la sociedad cubana una nueva lógica. En paralelo los imperativos de una unidad por la defensa nacional rechazaban la proyección de anhelos individuales frente a la naturaleza masiva de la convocatoria nacional, conduciendo a una reinterpretación de soberanía sobre patrones igualitarios. La promoción de estos valores sería fundamental al formular una nueva conciencia popular.

Un análisis de conductas inmersas en procesos formativos de alto grado normativo señala el consentimiento de regulaciones fuertemente estandarizadas como 'práctica racional' o 'sentido común' (Ciaramelli, 2009). Las negociaciones de este tipo han sido diseñadas a partir de discursos de poder que privilegian la hegemonía cultural, la promoción de valores nacionales –estos son, dentro del canon establecido-, y la posición ética de sus instituciones. Por tanto el conjunto de normas instituidas, actúan como referencia a la hora de configurar valores culturales, significados y motivaciones.

Consecuente con los estatutos vertebrales del discurso revolucionario en Cuba a partir de 1959, la estandarización de criterios ya no provino de una élite económica sino que se promovieron y extendieron costumbres sociales y valores morales más acordes a la convocatoria, dígase aquellos que provenían de la dirigencia revolucionaria, reapropiada posteriormente por la vox populi. Es justamente el contexto epocal de los 60s el que expresa con mayor énfasis unos exacerbados sentimientos de soberanía nacional en constante redefinición, dentro de los cuales se aseguró la paulatina alineación a un estado mental consensuado. Esta concepción defiende la ausencia de rencillas y antagonismos entre el Estado y los obreros, puesto que son éstos los que están en el poder, y que los mismos deben funcionar en estrecho contacto y completa unanimidad con la dirección ideológica del Partido (Gilly, 2009:107). La idea de que 'la élite' no existe y de que el poder real es ejercido por 'la masa' en alianza con el Partido Comunista de Cuba, fue una alegoría fundamental asociada al discurso político en Cuba.
En consecuencia, la capacidad autónoma del individuo fue coartada al concebir a 'la masa' como entidad liderando la experiencia épica. Esta premisa asegura la revelación de un mundo armónico sin fricciones ni divergencias por medio de la épica como epitome y la unanimidad como canal de sentido. Cualquier subjetividad, autonomía o desacuerdo respecto al 'interés común' es privado de legitimidad. El pueblo, 'la masa' devino fórmula recurrente para dirigirse a una audiencia heterogénea e indiferenciada y asumida en términos opuestos a 'clase' u otro segmento similar. El grupo objeto de dicha política deviene, a juicio de Herbert Blumer, anónimo, alienado, separado entre sí, divorciado de sí mismo (en Shibutani, 1988: pp23-31). El 'sujeto regulado' entonces, emerge como consecuencia de la eliminación de lo diferente, la práctica indiscriminada de la uniformidad (Lederer 1940, Arendt 1998, Mannheim 2013). La práctica del monolitismo discursivo en el caso cubano no presupone un fallo hacia la integración como juzga Arendt, más bien ofreció una fuerza motriz, un sentido de pertenencia para con un deber superior al destino individual. La tesis de Lederer complementa lo anterior al suponer que, cuando la estratificación social se ve intervenida por un mensaje homogenizante el pueblo resulta en un sector impulsivo donde emergen emociones irracionales, donde las 'masas febriles' son inducidas por un liderazgo carismático. No obstante el resultado no representa tal cual una pérdida de los vínculos colectivos sino el reemplazo de un marco emocional donde el sentido común es reescrito.

En el caso cubano las tácticas instituyentes del imaginario propiciaron un contexto que obligó al individuo a disociarse de una realidad inherente en favor de la masa, retrasando su propia individualidad, sus experiencias y cosmovisiones. El imaginario social como fenómeno socio-histórico, encontró su ubicación temporal concreta donde el protagónico existía y éste era 'el pueblo' como sujeto alegórico de las representaciones mentales de la época. El imaginario social que acompañaría tal reclutamiento respondió al intenso frente político- ideológico, elaborado por el discurso institucional de la Revolución como principal criterio de legitimidad de las gramáticas textuales (Medin, 1990:11) Sirva para ilustrar la idea anterior el concepto de 'ravelización' aplicado por Medin a los picos de entusiasmo popular dentro del imaginario social:

"La escalada en la proyección del mensaje instituyente, como en el "Bolero" de Ravel -donde un determinado tono comienza a intervenir y ascender en volumen y variación hasta que domina la pieza totalmente-. La representación orquestal lejos de caricaturizar, describe la emisión del discurso oficial en un tempo que oscila hasta alcanzar picos graves dependiendo del contexto internacional enmarcado en la Guerra Fría y las medidas domésticas" (Ìdem).

De tal manera la apelación a códigos estandarizantes -como la vocación de defensa y espíritu patrio-, fueron activados en momentos de inestabilidad nacional o conflicto internacional, emitidos verticalmente y extendidos en el horizonte social. Emociones como afecto y pasión jugaron un papel central en el fortalecimiento del liderazgo, en el logro de las estrategias trazadas y en general, en la consolidación de la Revolución cubana (Blum, 2011:68).

El radicalismo del caso cubano que hace destacar el ímpetu de las clases populares responde a la inmediata autonomía otorgada a la misma y que se propagó como prototipo de movimiento social en Latinoamérica en la década del 60. Muestra esclarecedora del giro discursivo inaugurado por la Revolución es representado por las honras fúnebres de las víctimas de los bombardeos cuando se proclama que la Revolución socialista y democrática era "…de los humildes, con los humildes y para los humildes" (Fidel, 1961). Lo anterior deja entrever el comienzo de una relación antagónica: se estaba con Cuba o contra Cuba, extrapolable a estar a favor de Fidel o contra Fidel. Asumir a Fidel Castro como la personificación del proceso que se iniciaba responde a las características del periodo 1959- 1961 donde la radicalización del proceso, así como su polarización y centralización consolidó la gestión gubernamental alrededor suyo como líder visible de la Revolución (Pérez- Stable 1993:82).

La noción prontamente asimilada de que Fidel Castro, el Ejército Rebelde y el movimiento 26 de Julio eran los liberadores incuestionables de Cuba le garantizaron el apoyo popular. Esta aparente unanimidad popular funcionó como fuente de legitimidad del gobierno recién instaurado y potenció una indivisible 'voluntad general' garante de la 'unidad revolucionaria'. El concepto de 'pueblo' emergería entonces como una especie de hidra, una masa que se movería por un mismo cuerpo y actuaría poseída por una misma voluntad. Así mismo los campesinos, la clase trabajadora y la burguesía de ideas progresistas fueron identificados como los tres pilares fundamentales de la Revolución (Pérez- Stable 1997:61)

Una segunda tendencia cognitiva de la época es el modelo Guevarista que, implementado a un alto nivel de idealismo, contenía la centralización del proceso de toma de decisiones, enfatizaba la movilización obrera, los incentivos morales y la promoción del trabajo voluntario. De este modo la 'economía moral' evidente a partir de 1966 según las ideas Guevaristas buscaron alcanzar una radicalización del pensamiento, reemplazando incentivos materiales por estímulos morales premiando así el compromiso con la Revolución (Medin, 1990). Así la promoción exitosa de nuevos decretos y representaciones sociales fue asegurada a través de la autoridad carismática del liderazgo revolucionario –dígase en la persona de Fidel Castro, Ernesto Ché Guevara y Camilo Cienfuegos-. Esto, sumado a la arraigada visión que entendía la relación económica y de clase como explotadora e injusta, determinó el inicial beneplácito de un sector importante que más tarde comenzaría a verse a sí mismo como 'fidelista' o 'guevarista' sin que estas categorías se excluyeran entre sí. La práctica de lealtades abordada por Pérez- Stable al alegar que Fidel capturó la imaginación popular donde patrones de integridad, compasión y dignidad fortalecieron los códigos morales garantes del programa político posterior es visible en este punto (1993:53). Las palabras sin prestigio y autoridad son inútiles a la hora de pedir adhesión, al contrario, el prestigio del orador es la marca que aporta coherencia y referencia asegurando a priori la cognición de sus tópicos. La autoridad carismática de los líderes revolucionarios resultó en una extrema capacidad movilizadora. La voluntariedad, redefinida a partir de expresiones de afecto al proceso, consolidó la capacidad persuasiva del mensaje en el imaginario instituyente y fortaleció el horizonte táctico de la Revolución (Fagen 1969; Medin 1990).

Las figuras del presente revolucionario, no obstante, no emergerían de un pasado sin tradición de lucha. Una unidad de sentido en la formación de valores que determinó desde la institucionalidad las normas dispuestas, fue la 'narración' de la Historia. El soporte discursivo del que ha hecho uso la 'narrativización' de la historia oficial, ha operado como lenguaje significante de las prácticas cotidianas (White, 1992). El rescate y adopción de figuras históricas por el aparato simbólico del discurso revolucionario ha sido una constante en el pasado y sigue siéndolo, con determinadas actualizaciones, en el presente. Símbolos y rituales canalizados a través de la arenga popular, estuvieron intrínsecamente relacionados con alegorías históricas y presentes en toda la extensión del discurso oficial. La asociación de la fundación (invención) de la nación en el siglo XIX (Anderson, 1991); la idea de intransigencia política frente a cualquier negociación que pudiera llevar a concesiones (Protesta de Baraguá, 1878); el sacificio de José Martí y su visión antiimperialista; las referencias a la pluralidad política en la insurgencia dentro del periodo republicano (1902- 1958); y finalmente la noción de la Revolución continuada en la era post 1959, constituyeron un relato conveniente que recurrió cada vez a la metaficción historiográfica. En este sentido Blackburn identifica como una de las corrientes principales en la formación de la conciencia revolucionaria la noción de nacionalismo que había fracasado por su tardío arribo a la independencia en el siglo XIX y su frustrado ejercicio por la fuerte influencia estadounidense (1963: 89).

El imaginario nacionalista como factor histórico y politológico revela el trasfondo de una dimensión político- retórica (Gorla, 2014:29). En el origen del proceso de reconocimiento de un grupo humano en una nación, se encuentra el factor imagined o invented, gracias a la cual una nación se autoriza y se proclama precisamente como tal, en el nombre de un destino que la conduce a este estatus (Ídem, 33). La dimensión político retórica como canal persuasivo, brota y se sustenta a partir de ese patrimonio de imágenes erigidas en su gran mayoría sobre la base de una tradición inventada (Ernest Gellner 1983, Benedict Anderson 1991 y Eric Hobsbawm 1983, 1998). Ello no implica que debamos asumir las comunidades imaginadas como falsas o ilegítimas, desde que son un principio básico sino ya de la modernidad, de los modos de pensar ciudadanos y sobre todo, del proceso mental de reconocimiento entre semejantes.
Del imaginario nacional compuesto por las virtudes del héroe, las ejemplaridades del apóstol, del símbolo de mártir y la existencia de un enemigo común resultaría la inamovible línea historiográfica por la que transitaron los antecedentes significantes de la Revolución. Lucha armada, antiimperialismo, revolución, socialismo, fueron categorías dispuestas en una línea genealógica precisa por la que desfilaron figuras históricas como José Martí, Antonio Guiteras, Julio Antonio Mella y Rubén Martínez Villena, José Antonio Echeverría, entre otros. De igual manera la 'narración' de la Historia oficial evitó detallar la pluralidad de facciones involucradas en la insurgencia pre 1959 en aras de enfatizar 'lugares comunes' susceptibles de reiterar y aprehender.

Igualmente las categorías históricas apelaron al fortalecimiento de nociones de integridad y dignidad al asimilar un programa político heredero de una única corriente independentista. Al unificarse los periodos históricos precedentes se asume la visión general de un devenir de la sociedad cubana como históricamente subvertido a un régimen explotador e injusto que tuvo su término con el triunfo de la Revolución. La práctica que desde la arenga política y la institución educativa privilegia esta línea discursiva responde a una 'cultura de tradición selectiva' donde la sobrevivencia de dicha cultura es gestionada por un proceso de selección que gradualmente deviene en tradición (Williams, 2001: 48-71). Esta estratagema tiene la finalidad de simbolizar y perpetuar la cohesión social o la afiliación a una comunidad única, legitimar una institución o relación jerárquico- autoritaria y promover la sociabilidad desde un mismo sistema de valores y creencias (Hobsbwam en Gorla, 2014:35).

Los recursos a los que alude la metaficción historiográfica en aras de legitimar lo anterior, ofrecen una interesante capacidad de persuasión donde símbolos y rituales resultan alegóricos en sus líneas de enunciación e inamovibles en sus intenciones normativas (Hutcheon 1980; Waugh 1984). La historia oficial, como discurso de legitimación de un sistema dado cumple entre otras funciones, la de mantener viva en la memoria ciudadana la fractura de la comunidad, en este caso provocada por el orden revolucionario. La ruptura con un pasado inmediato promueve un discurso donde son frecuentes la clasificación de los sujetos de ese pasado en amigos y enemigos, héroes y traidores, patriotas y antipatriotas, y la conexión genealógica entre estos y los partidarios u opositores del régimen en el presente (Rafael Rojas, 2011).

Otro elemento de persuasión a la hora de diseñar la conciencia revolucionaria mediante la enseñanza tradicional de la Historia es aquel que asiste al tratamiento de un sujeto histórico plural. El enfoque favorece un estudio del colectivo como sujeto, obviando el interés por lo local y lo personal. Así a las apreciaciones individuales y subjetivas se le oponen, una vez más, la mentalidad de 'la masa', y el contenido impersonal de los niveles de racionalidad. Como resultado, los mecanismos de negociación por los que debió pasar el individuo, en aras de una autodefinición social, fueron únicamente historiados desde esferas instituyentes y bajo patrones estandarizantes.

La proyección de un Vorbild, como recurso para delinear un 'correcta conducta', se tornó fundamental para la teleología revolucionaria. La dimensión emocional del discurso normativo priorizó desde sus inicios la idealización de personajes, en este caso figuras históricas, quienes inspiraron empatía y proveyeron de instrumentos propiciatorios para la autocomparación y posterior asimilación. Esto se justificó en gran medida por el propio Fidel Castro al postular que: "los hombres siempre han sido símbolos porque la mentalidad humana los necesita para expresar ideas y sentimientos" (Castro en Medin, 1990:36). Por tanto lo que está presente alcanza un primer plano en nuestras conciencias y por eso adquiere importancia.

Castoriadis asiste a la comprensión de lo anterior al postular que la capacidad simbólica de la leyenda, del relato y del mito es aprehensible en la capacidad negociadora del imaginario social, donde el individuo caracteriza con significaciones el mundo y su propio accionar en el mismo (1995). El proceso de actualización del sistema y, mediante el fortalecimiento de la continuidad del poder ideológico de la Revolución ha estado presente, la legitimación por múltiples vías (educativa, propagandística, comunicacional, etc) de los mitos políticos -sino bien desde un punto de vista argumentativo, si desde uno fundamentalmente aseverativo-. Aquí el mito es entendido como: "the cohesive set of values seen to be expressed in an accepted symbol or figure, which is perceived by a given collectivity to encapsulate the ''essence'' of all, or a significant component part, of its accepted ideology" (Kapcia, 2000, p. 25). Así los mitos funcionan como "bundles of relations" (Lévi- Strauss, 1966: 211).

Los mitos, dentro de la amplia gama de complejidades y contradicciones presentes en las esferas de la vida diaria cubana, proveen el sustrato por el cual se piensan los ciudadanos y que es transferido a través de generaciones, perpetuando e internalizando sus significados, permitiendo la reapropiación de los mismos, individualmente y reapareciendo en modos que confirman su pertenencia al colectivo. Los narraciones simbólicas que desde la oficialidad se proyectan, identifican los espacios donde le es permitido al ciudadano, encontrar su locación dentro de la Revolución. La construcción de íconos ha demostrado ser eficaz a partir de la reiteración de una 'historia' diseñada a priori, que promueve el compromiso desinteresado, el autosacrificio y el voluntarismo emergiendo como tendencia principal para establecer lazos emocionales, donde la vida social se vuelve legado.

Como modelo, el mito guevariano puedo ser verificado en su extendida proporción desde rasgos esenciales de la vida cotidiana en Cuba. Desde los primeros años estudiantiles los infantes debieron comenzar sus clases con la siguiente recitación: "Pioneros por el Comunismo, seremos como el Ché". La consigna tuvo su génesis en la referencia que hizo Fidel Castro al modelo ejemplar de virtud revolucionaria dejado por el Che tras su muerte:

"Si queremos expresar cómo aspiramos que sean nuestros combatientes revolucionarios, nuestros militantes, nuestros hombres, debemos decir sin vacilación de ninguna índole: ¡Que sean como el Che! Si queremos expresar cómo queremos que sean los hombres de las futuras generaciones, debemos decir: ¡Que sean como el Che! Si queremos decir cómo deseamos que se eduquen nuestros niños, debemos decir sin vacilación: ¡Queremos que se eduquen en el espíritu del Che!"(Fidel Castro, 1967).

La promoción de la moral guevariana como objeto de ritualización resuelve la interrogante aportada por Theodore MacDonald de hasta qué punto los diseños doctrinantes que responden a una línea ideológica determinada, son mediados a través del sistema educativo (1985, 176).

Si bien a inicios de la década del 60 la Revolución se percibía como un proceso con una "ausencia aparente de ideología" (Sartre1960:4) los años subsiguientes tomaron un aspecto más severo. Los años 70s, si bien mantuvieron la continuidad con las líneas ideo políticas de la década precedente, marcaron un giro que definiría al mensaje oficial más cercano al ideal soviético. La institucionalización no careció de un esbozo idealista, el discurso higienista de la Revolución y 'las conductas impropias' fueron matices importantes a la hora de evaluar a la conciencia revolucionaria que se diseñaba. Igualmente las medidas de profilaxis, las 'depuraciones' de lo que constituía una 'desviación' o un delito moral, el llamado a "limpiar nuestra cultura de contrarrevolucionarios, extravagantes y reblandecidos" (Ávila, 1968:17) comportaron un significativo préstamo por parte del discurso revolucionario, de la práctica religiosa.
Este discurso 'higienista' de la Revolución parece ser tomado prestado de la moral cristiana. Juan Donoso nos aclara tempranamente que el dogma católico había pasado del mundo religioso al moral, y de éste al ámbito político ([1851] 2006). Desde el análisis lingüístico de codificaciones en prácticas rituales: Howard-Malverde (1998), Dzameshie (1993, 1995) y Du Bois (1986) pueden identificarse elementos discursivos que en este sentido producen efectos religiosos en términos de recepción. Los contenidos discursivos que son reapropiados como religiosos son legitimados desde lo político por su capacidad de recontextualización o "the dynamic transfer-and-transformation of something from one discourse/text-in-context to another" (Linell, 1998: 144–145).

Para Rafael Rojas, la fuerza simbólica de la política cubana reside en su religiosidad política, esto es, un sistema de creencias y razonamiento que puede ser profundamente antirreligioso en sus postulaciones pero cuya estructura, aspiraciones y pretensiones son profundamente religiosas en su forma de proyección y efectos (Rojas, 2002:290). Rojas se detiene en los mitos que sirven de justificación al Estado cubano después de la Revolución siendo el "retorno del Mesías" el más apremiante. La "sed de advenimiento histórico" representa una "teología sustitutiva", de un "mesianismo secular", de una "religiosidad política" (2006:66)

Un interesante acercamiento al tema es el realizado por Stephen Wilkinson al analizar la estructura discursiva a partir de la idea del 'poder pastoral' de Foucault (2000:44). Este no se enfoca en la defensa de la soberanía sino de la defensa de 'un modo de vida'. Esta forma de poder, derivada de las instituciones cristianas, llega a ocupar mayores espacios abarcando el discurso político. Partiendo de lo anterior Wilkinson identifica las cláusulas que legitiman el poder pastoral como: el propósito de salvación, esto es: salvar a la Patria y a las conquistas del socialismo; disposición al sacrificio y el altruismo: disposición combativa, ideal guevariano y la ritualización de frases como "Patria o Muerte"; atención al prójimo, dígase: preocupación oficial por la salud pública, la educación y la seguridad social y por último, conciencia religiosa y conocimiento de la verdad sobre el individuo mediante la labor partidista en organizaciones de masa (FMC, UJC, CDRs, FEU, etc). De estos cuatros pilares que Wilkinson deriva hacia la estructura de poder pastoral en el discurso revolucionario cubano, también emerge como en la homilía católica, la estigmatización. La caracterización tipificante del hereje social ha privilegiado su presentación como la encarnación del mal o en este caso, la representación del enemigo de la Revolución en el 'traidor', 'cobarde', 'autosuficiente' o 'problemático'.

Dentro de la retórica patriótica y pseudoepiscopal también destaca un 'nosotros' inclusivo, contenido en una identidad colectiva que opone su sistema de valores a un 'otro' que recibe el lugar de enemigo, de oponente político quedando desplazado del pueblo como unidad discursiva. En este caso el enemigo es 'empaquetado' dentro de una serie de denominaciones y referencias directamente negativas excluyéndolo como actor social (Halliday and Martin, 2003:131). La 'homilía' política, enmarcada en una suerte de puritanismo revolucionario, destaca el uso de adjetivos desde el campo semántico del crimen y la depravación que resultan en la descalificación de ciudadanía de la 'otredad', deslegitimando toda diferencia:

"Y los gusanos han llegado a creerse, de veras, que algún día sus amos imperiales los pondrán aquí otra vez con una banderita que pretenda ser enseña nacional, con un himno que pretenda ser himno de la patria, y con un colorcito en el mapa para alentar la ficción de que los gusanos gobiernan y de que los gusanos mandan. Y los gusanos no pueden vivir sino de la pudrición (…)" (Castro, 1961)

La descalificación de grupos alternos es repetida por órganos informativos como el diario Juventud Rebelde cuatro décadas después:

"La noticia sobre la operación a que fue sometido el Comandante en Jefe de la Revolución Cubana, compañero Fidel Castro, permitió que las personas de todo el mundo pudieran aquilatar mejor las diferencias entre los verdaderos cubanos y los gusanos de Miami" (Agosto, 2006).

La construcción epistemológica de pueblo –'los verdaderos cubanos'-bajo slogans que lo representan como el sujeto protagónico de la Historia ha sido delineado idéntico, inmutable, monolítico ante su descripción desde el discurso político. El ente revolucionario en este caso no se muestra inclusivo sino que se emplea para definir una parte más o menos extensa de la colectividad, pero nunca el cuerpo social en su conjunto. Como unidad significante el pueblo – los trabajadores, los campesinos, los estudiantes, etc-, sugiere entonces el reconocimiento inclusivo del ciudadano revolucionario, comunista, fidelista. El énfasis reside en ésa parte de la sociedad que apoyó el proceso revolucionario y se adhirió a él (Annino, 1984:76).

El nuevo ciclo idealista caracterizado por el Proceso de Rectificación de Errores y Tendencias Negativas sería lanzado por Fidel a mediados de 1986 y duraría hasta 1990. La revisión de políticas tanto culturales como económicas de los periodos precedentes involucró la modificación del ideal revolucionario, esta vez rescatado del pensamiento Guevarista, así se reintroduce el trabajo voluntario mediante la creación de brigadas de construcción; el uso masivo de la movilización laboral destinada a la agricultura, el reciclaje de la idea de incentivos morales, igualdad y gratuidad de servicios sociales (Mesa- Lago, 2013:12). En el discurso por el XX Aniversario de la caída en combate del Comandante Ernesto Che Guevara pronunciado por Fidel Castro las reflexiones sobre las ideas económicas del guerrillero argentino son centrales mientras es elevado como ejemplo de pensador de la época:

"(…) yo lo que pido modestamente, en este XX aniversario, es que el pensamiento económico del Che se conozca; se conozca aquí, se conozca en América Latina, se conozca en el mundo. (…) No concibo que nuestros futuros economistas, que nuestras futuras generaciones actúen y vivan y se desarrollen como otra especie de animalito, en este caso el mulo (…) sino que lean, que no se intoxiquen solo de determinadas ideas, sino que vean otras ideas, analicen y mediten"(1987).

Durante el llamado Periodo Especial en Tiempos de Paz el discurso oficial modificó aquel "Hombre Nuevo" como prototipo de revolucionario desde los 60s para comenzar a idealizar un nuevo modelo de ciudadano revolucionario, el Hombre Novísimo (Frederik, 2005). Si la década de los 60s las cualidades del Hombre Nuevo eran prefiguradas a partir de la persona del campesino, con rasgos de educación elemental, sabiduría urbana y convencimiento ideológico, el Hombre Novísimo representaría un cambio de frente a las nuevas necesidades. El ciudadano revolucionario del siglo XXI fue considerado como un hombre urbano, con moral y alma de campesino, menos alineado con la política del partido y los manuales marxistas y más cercano a un patriotismo nacionalista, y de vocación antiimperialista e internacionalista, matizado siempre dentro de la etiqueta 'martiana' y 'fidelista'.

La imagen que la sociedad tuvo en los 90s, del ideal del 'Hombre Nuevo', resultaba disfuncional y agotada, mientras las nociones de un Marxismo- Leninismo que había sufrido ciclos de recapitulación como el Programa de Rectificación de Errores, un distanciamiento de la política soviética y una crisis económica que resentía cada vez más las convicciones de los resultados del proceso. Incluso ante la frustración evidente de lo que había resultado ser el 'Hombre Nuevo' - o en general la generación que había crecido con la Revolución y alcanzado la edad adulta en los 80s- las líneas narrativas del mensaje oficial evidenciaron una naturaleza sermónica. Emergen entonces desafectos incompatibles con el proyecto social revolucionario, identificados en la doble moral, oportunismo y utilitarismo, entre otras 'malformaciones o desviaciones' de los principios revolucionarios, en reiteradas ocasiones identificadas como las intenciones explícitas de abandonar el país como en la oleada de 1994.

A pesar de las grietas, cada vez más visibles, en el discurso sobre la integridad revolucionaria y la sociedad igualitaria cuestiones como la moral emergieron con fuerza ante el peligro que representaba la dolarización y las 'desviaciones extranjerizantes'. Aún ante la cruenta crisis socioeconómica, el aparato político demostró resistir el colapso. Recurriendo a mecanismos tradicionales de adherencia ideológica la estrategia priorizó procesos de ritualización como la congregación pública de carácter periódico. Algunas constantes que persiguieron estas manifestaciones dirigidas desde el Estado fueron la promoción del sentido de pertenencia en las nuevas generaciones, la convocatoria constante a la participación política, un esmerado cultivo de la apología, acompañado de recursos ideo-políticos como el nacionalismo visto desde su antagónista 'amenaza del enemigo'. Igualmente se hizo acuciante la 'responsabilidad moral' de rechazar el comportamiento deshonesto e indecoroso y señalar aquello que la lectura situara contra los 'nuevos valores'. Una vez más el discurso pseudo- religioso emergía esta vez intentando identificar un comportamiento pecaminoso susceptible de ser corregido.

En consecuencia, la 'alerta' por medio de la cual se pronunciaba el mensaje oficial constituyó uno de las principales estrategias discursivas esta época determinada por una sugestiva convocatoria y capacidad de respuesta. Valga decir que autores como Medin 1990; Sorel 1998; Rojas 1998, 2001 han enfatizado en los dispositivos para reproducir y perpetuar la disposición combativa en la expresión cotidiana, logrado en gran medida, mediante una retórica simple, de naturaleza mesiánica y maniquea, saturada por principios combativos, justicieros y reivindicativos. Este sentimiento fue extendido especialmente a través de la noción de urgencia de un enfrentamiento armado -diseñado con mayor autenticidad desde los años 60s cuando se hacía indispensable la preservación del socialismo- que incrementaría su efecto por medio de la historiografía oficial y la inculcación de valores en la educación primaria y secundaria. La inclusión de otros componentes tales como la épica y el mito revolucionario como catalizadores de la conciencia social, "fortalecieron el vínculo con el mundo conceptual, cognitivo, emocional, axiológico y terminológico proyectado sobre el individuo" (Medin, 1990:16). Así podemos encontrar, a lo largo de los mensajes destinados a conmemorar fechas señaladas dentro de la memorabilia revolucionaria, la construcción del mito desde el recuento experiencial. A propósito, y en el marco de una lectura crítica a la retórica de Fidel Castro en discursos como el pronunciado en la Velada Solemne en Memoria del Comandante Ernesto Che Guevara así como la Conmemoración del XXX aniversario de la desaparición física de Camilo Cienfuegos la lingüista Paola Laura Gorla (2014) advierte elementos favorables al ambiente conmemorativo. En ambos la autora identifica procedimientos del habla tales como la construcción narrativa del héroe y la capacidad evocativa del lenguaje a la hora de asegurar la adhesión del auditorio.

Códigos similares a los usados en los 70s y 80s reemergen de la crisis de los 90s y la campaña por el regreso de Elián González, y son luego protagonistas de la reforma educativa tras el año 2001 donde juegan un rol fundamental a la hora de reforzar el adoctrinamiento ideológico y moral en aras de la juventud revolucionaria ubicada en la "Batalla de Ideas". La lucha ideológica tomó un espacio prominente hasta convertirse en lugar común de las proyecciones políticas cotidianas. Los medios de comunicación así como posters y carteles refrendaron los principales encabezados de este programa fundamentalmente entre 1999 y 2002.

La cuestión del relevo de la Revolución fue vertebral en esta época. A partir del 2003 y como último ciclo idealista ocurrido, fue significante el auspicio de esta campaña al fortalecimiento de valores. Esta construcción ideológica reubicó conciencia revolucionaria y voluntarismo en el centro del proceso de toma de decisiones, mientras cerró el cerco con convocatorias más inmediatas y un objetivo más localizado: la juventud revolucionaria. Las organizaciones juveniles como la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), la Federación de Estudiantes Universitarios (FEU), así como la menor Federación de Estudiantes de Enseñanza Media (FEEM), participaron en la campaña con un alto nivel protagónico (Kapcia, 2005:399–412). Un nuevo énfasis y compromiso fueron puestos en las organizaciones juveniles como fuerza seguidora de la Revolución. La absorción de este sector de la población fue reclutada a través de los canales oficiales –centros laborales y de estudios-, por lo que una vez más la convocatoria se restringía a la fuerza que se sabía aglutinante. El accionar diseñado no solo proveyó un discurso convincente de una ciudadanía revolucionaria activamente comprometida con la cultura y la política nacional sino que sugirió importantes paralelos entre su presente y eventos históricos de similar naturaleza y poder en la consolidación del nacionalismo cubano cuatro décadas antes.

Por estos medios, a inicios de los 2000s el discurso oficial se supo eficiente al reclamar el apoyo social activo, especialmente en favor de una campaña nacional de beneficio popular. A decir de Antoni Kapcia, en el contexto de la Batalla se percibieron "elements of continuity since 1959, of processes of ideological development and reinforcement, of patterns of internal "debate," and of the continual and necessary alternation between participation through active mobilization and participation through structure" (2008:73).

Durante estos años, la ritualización de manifestaciones escenificadas mediante la Tribuna Abierta como evento semanal, produjo un sentimiento de continuidad y creación de emociones para con el caso Elián. La población pudo acceder a la rutina diaria del niño en Estados Unidos gracias a programas televisivos emitidos simultáneamente durante horarios picos y a través de los canales de mayor demanda. Estos con frecuencia tomaban el formato de un programa de debates con la participación de periodistas, funcionarios y analistas donde se esgrimían importantes cantidades de información que propiciaban la opinión en torno al argumento reivindicado por la política cubana. Igualmente, la familiarización de la historia de vida personal a través de suplementos especiales y la impresión de fotografías de colección fueron rasgos activos de la campaña.

Llegados a este punto podemos identificar los lugares de representación -tanto subjetiva como externa- que ha creado la cultura política cubana dentro de los cuales se sitúan los ciudadanos revolucionarios. En términos cotidianos el discurso político, si bien ha sido reapropiado de múltiples maneras y categorías, no ha perdido autoridad. Lo político además, ha visto dañado su capacidad espontánea de generar significantes, tropezando a veces con ritualismos repetitivos que pierden sentido y credibilidad conforme crecen nuevas generaciones sin sentido de pertenencia para con el proceso, por lo que categorías intrínsecas al gobierno, el "ser revolucionario" no penetra las inquietudes diarias en tanto son traducidas de manera creativa e ingeniosa o mediante una reacción automática.

Reflexiones finales:

Los cambios radicales que protagonizaron el triunfo de la Revolución en 1959 convulsionaron el status quo existente en favor de un fuerte avance de igualación social. La intensidad de los eventos ocurridos ubicó el proceso revolucionario en el límite entre dos épocas, evidenciando el paso del período republicano al estado socialista, siendo las dinámicas y símbolos del primero, resemantizados como obsoletos frente al progreso social. En su devenir, la Revolución Cubana ha demostrado sin duda ser un terreno donde teorías ya establecidas y desarrolladas en abundancia pueden ser constatadas, sobre todo en lo referente a la relación entre cultura, política y sociedad.

Del estrecho vínculo entre el discurso oficial, las políticas económicas y los valores ciudadanos, emergen los mecanismos y ethos de la conducta política. Los factores que han favorecido la mediación han sido elaborados y en ocasiones remendados según políticas epocales que, sin aventurarse a un desplazamiento comprometido fuera del aparato de legitimación simbólica han variado en matices sin afectar sus lineamientos fundamentales. Si bien hay mensajes que permanecen en el tiempo dado que responden a una rigurosa codificación formal, otros ven agotados sus efectos y afectos.
A lo largo de los diferentes programas instrumentados por la Revolución la década de los 60s se ha convertido en recurso de inspiración en el sentido de que dichos años evocan el verdadero espíritu del proceso: cambios radicales, movilización y respaldo masivo, idealismo y nacionalismo. La educación y la moral, entre otros patrones ideológicos arraigados en la ruptura con la tradición política nacional y la alternatividad al capitalismo gestionaron las nociones de participación, responsabilidad entre otras formaciones del carácter ideal exponiendo un proceso de redefinición de la identidad nacional.

El sistema de valores dentro del cual se han ubicado desde entonces las significaciones del ser ciudadano se constituyen en un objeto de acuerdo fundamental e irrenunciable para un auditorio particular, antagónico a la sociedad anterior. Los dispositivos retóricos han priorizado una tipología de valores abstractos que luego serían reconducidos hacia un pragmatismo profundo, conductas significadoras de un grupo en específico, en correspondencia con la intención política de asegurar la estabilización y la unidad social.

Un análisis de las vertientes esenciales del mensaje oficial emitido por varios medios muestra que éste no ha sido siempre completa y universalmente aceptado. No obstante los objetivos y métodos de esta transmisión masiva de presupuestos revolucionarios son indispensables para entender la imagen que el sistema cubano tiene para sí y proyecta como iniciativas ciudadanas. Tanto en el discurso nacional como el proyectado hacia la comunidad internacional, el mensaje oficial describe un estado armónico en el que los ciudadanos aceptan e internalizan la ideología mostrando una 'sociedad revolucionaria' gestionada mediante el consenso y no la coerción. Igualmente el cuerpo semántico del discurso revolucionario y en especial su aparato normativo, han demarcado su proyecto en contraposición con un ente opuesto incompatible al ideal revolucionario.

El conflicto situacional dentro de la Revolución no se define únicamente por la búsqueda y el aprendizaje mediante eventos catalizadores, sino que es el examen de conciencia, la capacidad de desafío y el enfrentamiento a causas paradigmáticas, lo que coloca al candidato cerca o lejos de la ruta de realización revolucionaria y por tanto de 'los anales de la Historia'. En un estudio reciente, la politóloga Claudia Hilb afirmó que el igualitarismo -resemantizado de una lectura romántica-, ocasionó una creciente igualación de conciencias frente al contrato social existente entre el aparato legislativo y el pueblo (2010:97). El sistema simbólico de significaciones culturales que devino como consecuencia, penetró todas las extensiones de la vida social, haciendo explícita las dimensiones de la normatividad en términos de pertenencia o exclusión, coacción, sanción, consentimiento.
De la anterior ecuación se deducen tropos, slogans y anatemas y que tanto desde discurso oficial como desde el imaginario popular establecen los convenios aceptables o sancionables dentro de la sociedad cubana. La nominalización que adjudica al 'otro' prácticas disidentes y 'contrarrevolucionarias' en un proceso de anulación ha sido una construcción discursiva fundamental en el mensaje revolucionario. El despojo de legitimidad histórica o social representa un concepto drástico en las dinámicas discursivas y una cuestión vertebral a la hora de modelar identidades sociales como el 'ser revolucionario'. Las prácticas más comunes revelan consecuencias obvias, predisposición a sentimientos de culpa, vergüenza, ansiedad ante la disposición para condenar, castigar o sancionar, e incluso el derecho instituido para estigmatizar, criminalizar y excluir individuos que adopten comportamientos cuestionables, son regulaciones que desde la política revolucionaria penetra a la sociedad.

En adición, el uso continuado de prácticas que legitiman el discurso oficial ha resultado en el moldeo de actitudes que si ya no responden al llamado a la solidaridad y lucha comunal, poseen diferentes reacciones al respecto. De tal modo las sucesivas generaciones formadas en la temporalidad compartida del proceso revolucionario confirman una memoria heredada, una serie de códigos ideológicos, relacionados entre sí, significantes de conductas y principios que son articulados en torno a una creencia que se muestra coherente en un determinado valor. Estos códigos refieren valores vistos como esenciales al carácter cubano revolucionario, mientras promueven una 'cultura de tradición selectiva'.

Expresiones de disconformidad o cuestionamiento público han sido conductas si bien no negadas, reorientadas y absorbidas por el propio proceso normativo. Las críticas han sido aceptadas siempre que sean emitidas desde los espacios instituidos y organizados para ello. En este marco, los sitios donde significados sociales son generados, circulados, debatidos y en última instancia reelaborados, no responden a una independencia del Estado. El discurso triunfalista, la permanente ofensiva contra un 'enemigo común', la emulación irreal, la orquestación de instituciones socialistas como 'asambleas' y 'sindicatos', en la práctica disfuncionales, cambios cosméticos para mantener las apariencias socio- económicas, rechazo a historias individuales son identificados como notas monocordes asimilados desde representaciones cotidianas.

Ante la necesidad de formular las nociones de ciudadanía revolucionaria en Cuba, los presupuestos socio- culturales con que los cubanos le dan sentido a su vida diaria así como su conexión con el mensaje alegórico en el discurso oficial son esenciales. En un contexto donde lo político interviene en lo educativo y lo laboral pero también en lo formativo y familiar, el rechazo del propio sistema, que se erige como voz del 'pueblo', niega toda defensa personal. En la medida en que los imaginarios confluyen de manera más orgánica, la enajenación es casi imposible, la escisión connota mayor gravedad, la normatividad se hace más presente bajo categorías edulcoradas de compromiso e idoneidad.

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