La banalidad del diálogo en la Argentina de hoy (publicado el 15/12/2016)

June 15, 2017 | Autor: Héctor Palma | Categoría: Sociology, Political Sociology, Latin American Studies, Latina/o Studies, Political Science, Argentina, Argentinean Politics, Filosofía Latinoamericana, Filosofía Política, Sociologia, Ciencia Politica, Ciencias Politicas, Filosofia y Derechos Humanos en America Latina, Ciência Política, Sociología, Ciencias Sociales, Teoria Politica Y Filosofia, Estudios Latinoamericanos, Ciencia política, America Latina, Latinoamerica, América Latina, Ciencias Políticas, Facultad de ciencias politicas y sociales, Filosofía latinoamericana y pensamiento crítico en América Latina, Sociologia Jurídica, Humanidades, Filosofia Politica, Derecho Y Ciencias Politicas, Ciencias Policas, Estudios De Latinoamerica, Ciencias Sociales Y Humanidades, Facultad De Ciencias Políticas Y Sociales, Argentina, Argentinean Politics, Filosofía Latinoamericana, Filosofía Política, Sociologia, Ciencia Politica, Ciencias Politicas, Filosofia y Derechos Humanos en America Latina, Ciência Política, Sociología, Ciencias Sociales, Teoria Politica Y Filosofia, Estudios Latinoamericanos, Ciencia política, America Latina, Latinoamerica, América Latina, Ciencias Políticas, Facultad de ciencias politicas y sociales, Filosofía latinoamericana y pensamiento crítico en América Latina, Sociologia Jurídica, Humanidades, Filosofia Politica, Derecho Y Ciencias Politicas, Ciencias Policas, Estudios De Latinoamerica, Ciencias Sociales Y Humanidades, Facultad De Ciencias Políticas Y Sociales
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Descripción

La banalidad del diálogo en la Argentina de hoy Héctor Palma Del mensaje de Macri ante la Asamblea Legislativa, insustancial, vacío, leído cual alumno de tercer grado, balbuceado por momentos, se puede destacar (al menos así lo han hecho los grandes multimedios) su llamado al diálogo. Ese llamado viene luego de que todo el periodismo oficialista militante (igual de militante, aunque opositor, hasta hace unos días) ha estado machacando en los últimos tiempos con la idea de que la ausencia de ese diálogo llevó a profundizar una nueva división entre argentinos a la que llamaron mediáticamente “la grieta”. La “grieta” sería responsabilidad del gobierno anterior, el “diálogo”, que la superaría, mérito de este gobierno. Aceptemos que, en general, es mejor dialogar y debatir amistosamente que pelear. Eso ocurre en las relaciones humanas interpersonales, familiares, profesionales, entre países, entre grupos políticos o de otra naturaleza. En general es mejor la discusión amistosa y el diálogo que la pelea violenta. Pocas personas no estarían dispuestas a admitir (a practicarlo es otra cosa) que el diálogo y el debate racional son positivos y marcan un nivel superior en la resolución de conflictos. Sin embargo, más allá de la declamación, este costado claramente positivo y ventajoso del “diálogo” (junto a sus fantasmagóricos hijos más dilectos: el “consenso” y el “debate”, aunque esto será para una nota futura), se ha convertido por fuerza de naturalizar su uso, en una jerga vacía y banal, una declaración de principios abstracta. El mito de la grieta y las dos Argentinas Como decía al principio, la supuesta ausencia de diálogo, cuya instalación achacan al gobierno que acaba de terminar, sería según las (ahora) fuerzas gobernantes (y los medios asociados) el origen de una inédita división entre argentinos, uno de esos tantos mitos que llaman “la grieta”. Algunas consideraciones al respecto. En primer lugar que el latiguillo recurrente de la división y el conflicto es una de las formas en que, en los últimos años, se viene intentando horadar a las democracias progresistas latinoamericanas, cosa que está ocurriendo con cierto éxito. El argumento se repite aquí y allá, idéntico, chorrea desde los medios (repásese la prensa venezolana, boliviana, ecuatoriana, argentina, pero también estadounidense y europea): sostiene que si bien los gobiernos surgen de elecciones libres y limpias derivarían hacia posiciones dictatoriales y sus medidas llevarían indefectiblemente al enfrentamiento, lo cual habilitaría la destitución constitucional (véanse, por ejemplo, los casos de Paraguay y Honduras donde los golpes institucionales, o también llamados “blandos”, tuvieron éxito). Habitualmente los corrimientos a la derecha enraizaban en los fracasos económicos, pero, dado que en la Argentina (y en toda la región) los indicadores macroeconómicos y sociales vienen mejorando, el centro de las críticas y el repiqueteo constante de los multimedios que apunta a deslegitimar políticamente a los gobiernos se centra, en buena medida, en fomentar, magnificar, inducir este (supuesto) enfrentamiento inédito entre argentinos. En segundo lugar debe consignarse como un hecho sumamente positivo y auspicioso que en los últimos años y luego de la negación ideológica y artificial de la política durante el auge neoliberal –que en realidad encubría a un pensamiento único y hegemónico-, hayan vuelto las discusiones políticas a la Argentina, lo cual, inevitablemente, conduce a la disputa y a la diversidad de opiniones. Lo cual es un signo de salud republicana y política, más que un defecto o un problema. En tercer lugar, y volviendo en parte a lo que ya se dijo más arriba, no hay disputas (o mejor dicho, ellas están veladas y acalladas) cuando coinciden los grupos que están en

ejercicio del poder político con los detentadores del poder económico real, lo cual ha pasado casi sistemáticamente en la Argentina. Que el cuestionamiento actual a algunos intereses y corporaciones -solo incipiente, prudente y limitado- genere por parte de esos intereses y corporaciones tanto encono y enfrentamiento es una prueba del poder que se está enfrentando. En cuarto lugar, y por mero ahorro de papel sin ir más atrás, no hay más enfrentamiento político que en otras épocas. Pensemos en la Unión Democrática que enfrentó al luego triunfante Perón; o en el `55 con la mitad de la población inundando las calles enfrentada a la otra mitad días después de bombardear la plaza de Mayo llena de civiles; las revoluciones y dictaduras de los 60 y, sobre todo la última, la de 1976; el aniquilamiento de las esperanzas y el sufrimiento silencioso y anónimo de millones de compatriotas que en los ’90 perdieron el trabajo, la dignidad y la salud, y la culminación de la maniobra de vaciamiento y empobrecimiento del país en 2001/ 2002. Para finalizar vuelvo al principio. La confrontación inútil o desmesurada en casi todos los ámbitos de la vida resulta indeseable. También está claro que las confrontaciones irreductibles y prolongadas indefinidamente pueden llevar a procesos dolorosos y negativos. Sin embargo ni el diálogo ni el consenso son mejores que la confrontación y el disenso en términos absolutos. La disyuntiva casi nunca es taxativa: no se trata nunca de optar entre la paz de los cementerios o la guerra despiadada. En política, en ocasiones, solo se logran resultados positivos para la mayoría, confrontando intereses poderosos de alguna minoría. Cuando los poderes efectivos reclaman diálogo, cosa que ocurrió con insistencia digna de mejor causa, a lo largo de los últimos años del gobierno del FPV, es porque las políticas vigentes no iban en el sentido de sus intereses y, en verdad “diálogo” resultaba un eufemismo que ocultaba la necesidad de imponer condiciones. Por el contrario, ahora, cuando la derecha en el gobierno promete diálogo, no es más que otra muestra del cinismo del presidente: instala su voluntad para un diálogo que nunca se va a cumplir, salvo con aquellos con quienes no hay diferencias y son sus socios políticos y empresariales. En el primer caso solo era un reclamo que quería mostrar las (supuestas) falencias del gobierno. En el segundo caso se trata de una vacua puesta en escena. No es difícil entender que cuando hay posturas con intereses opuestos (el empresario y el trabajador, por poner solo un ejemplo) o cuando se trata de decisiones políticas estratégicas y no negociables avaladas por el voto de los ciudadanos, el diálogo solo puede formar parte de las buenas costumbres y la cortesía, pero las decisiones no se fundamentan en él. No hay dos Argentinas, hay una sola en la que hay pobres porque hay ricos y hay ricos porque hay pobres. No hay dos Argentinas en las que “algunas cosas están bien y otras están mal”. No hay una Argentina en la que todos podemos ir juntos, porque los intereses de algunos son contrarios a los intereses de otros y no es verdad que los gobiernos gobiernan para todos. Hubo un proyecto, con grandes logros, perfectible y con algunos errores y problemas irresueltos, pero no nos engañemos: el nuevo gobierno solo respetará algunos logros en la medida en que no pueda, por la relación de fuerzas que se le opongan, avanzar en su anulación. Hay una sola Argentina en la que algunos grupos quieren acaparar la mayor parte posible de la renta. Si se les deja se acaba (al menos mediáticamente) la grieta y el conflicto, pero, como siempre, el precio será muy caro.

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