La audiovisibilidad, territorio ciudadano para ejercer el derecho a la comunicación

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"La audiovisibilidad, territorio ciudadano para ejercer el derecho a la comunicación" Ante la eclosión de servicios de comunicación audiovisual y la vertiginosidad con que se van introduciendo las nuevas tecnologías en nuestra cotidianidad, emerge por doquier una concatenación de interacciones entre los sujetos sociales y el sistema mediático predominante, siempre interceptada por los contenidos y las formas de relación que todo tipo de medios reproducen hasta la saciedad. En este contexto, va cobrando peso la capacidad de reinterpretación y negociación que se genera tanto individual como colectivamente. Para que esta efervescencia vire decididamente hacia acciones y posiciones emancipadoras, autónomas y creativas, conviene determinar cuáles son las condiciones más propicias y qué aportaciones pueden estructurarse desde la iniciativa ciudadana para que así suceda. Frente a la preeminencia de los grandes grupos mediáticos y conglomerados de la industria audiovisual, se hace más necesario que nunca el desarrollo de un sistema comunicativo que pueda ayudarnos a “comprender” y también a organizarnos, no tan sólo a “conocer” a través de los empaquetadores de contenidos. Para ello, se plantea la urgencia de que la sociedad muestre visiones y exponga puntos de vista desde la complejidad, de forma activa y como protagonista que es de la vida real. Cada vez más, el mundo e incluso nuestro entorno inmediato los estamos “viviendo” desde los medios de comunicación audiovisuales. Por tanto, muy a pesar de las capacidades y dispositivos de interrelación que la ciudadanía es capaz de autogenerar, no cabe otra posibilidad que dejar de contentarnos con el papel de público receptor y consumidor que se nos viene encomendando desde las superestructuras mediáticas. Nos venden por todos lados que ya nos lo darán todo hecho, que sólo vamos a tener que “disfrutar” del pluralismo y la libertad de expresión que ejerzan las administraciones públicas y los grupos económicos que logren acceder al espacio radioeléctrico. De qué estamos hablando si la expresión ciudadana cada vez existe menos de forma independiente y autónoma. 1. La toma de conciencia social. Ante el despliegue de la televisión digital terrestre (TDT), que va a propiciar el acceso (pasivo) a un sinfín de programas audiovisuales emitidos y producidos por los “pocos” de siempre y “algunos” más, es urgente una toma de conciencia por parte de las organizaciones sociales de base ciudadana. Sus necesidades comunicativas y sus expectativas de visibilidad siguen estructurándose eminentemente en torno a conseguir resquicios de representatividad en los grandes medios. En sociedades donde la comunicación va tomando cada vez un mayor peso, esta situación es un detonante de la falta de convencimiento que se tiene de que el sistema mediático podría ser de otro modo y también de la incapacidad que persiste para erigir otros enfoques comunicativos en igualdad de condiciones a los predominantes. Cómo se puede comprender sino que, más allá del juego de espejos, no urja el establecimiento de una estructura de medios propia ni tampoco la alfabetización crítica y activa de la ciudadanía en los distintos lenguajes, códigos, sistemas de símbolos, formatos y tecnologías de la actual sociedad del conocimiento. El entramado es complejo y se reflexiona todavía poco en las posibilidades existentes de romper el círculo. Se sigue, desde la sociedad civil, interactuando muy discontinua e incluso pobremente con la comunicación comunitaria. Las organizaciones de base 1

apoyan ideológicamente su existencia aunque sigue resultando difícil encontrar vías para se que apropien directamente de este sector que, si bien podría jugar un papel clave, suele resultar de poca vistosidad y sobreentenderse como marginal. Tampoco se acaban de encontrar, desde estos medios del tercer sector1, vías para fortalecer y sobre todo mantener de forma duradera la interacción tanto individual como colectiva de todo tipo de agentes de la comunidad. Es decir, la tendencia más probable de los medios ciudadanos es convertirse en herramientas autoreferenciales de los grupos que los promueven, con una débil capacidad de estructuración social más allá de sí mismos. Por supuesto, no van a poner ningún empeño en cambiar esta propensión ni los grandes grupos mediáticos ni las administraciones, pero la única vía posible para enfrentarlo no debería ser la cerrazón resistente y la generación de guetos comunicativos. Queda, por lo tanto, todo un camino que recorrer. Asimismo, desde una perspectiva historicista, se ha ido perdiendo terreno en cuanto al derecho de acceso, el control social del sistema público de medios y la participación social en sus radios y televisiones. Pero cíclicamente, cuando se atisba una necesidad de catarsis social o bien una posible parálisis del sistema, desde las instituciones responsables siempre surgen promesas políticas para mejorar la gestión de estos medios y la “calidad” de sus contenidos. Este maquillaje suele funcionar y va apaciguando. Ni tan sólo se suele caer en la cuenta de que, al mismo tiempo y de forma paulatina, se está presenciando y evidenciando una progresiva privatización del derecho a la comunicación en manos de intereses económico-comerciales. Dos ejemplos evidentes de ello son: las leyes de regulación del sector audiovisual que están elaborando algunos parlamentos autonómicos y también el congreso de los diputados, y las políticas que acompañan la universalización de la TDT como tecnología de teledifusión. En ambos casos, se garantizan condiciones y reglas de juego adecuadas al pleno desarrollo (en algunos casos, incluso por encima del sector público) de los servicios audiovisuales privado-comerciales, que se presentan como garantes del pluralismo y la libertad de comunicación. La pinza que los medios comunitarios deberían poder ejercer en el sistema comunicativo tan sólo se tiene en cuenta como una cuestión anecdótica que se va a tolerar sin que tome demasiada fuerza y siempre que sobren frecuencias. Por otro lado, las sociedades del llamado primer mundo tienen mayor acceso que nunca a las tecnologías de la información y la comunicación. El consumismo genera necesidades de compra, formación, uso e incluso apropiación de todo tipo de ingenios para la producción de contenidos. Suele ser una llamada que llega a los individuos, aunque las organizaciones sociales de base no tardan en descubrir sus potencialidades para el trabajo colectivo. Ahora bien, por qué casi siempre sólo se utilizan para cubrir necesidades y todavía cuesta tomarlos como herramienta de organización y autogestión del flujo de conocimientos, percepciones, emociones, valores, etc. que residen en las realidades comunitarias y los movimientos ciudadanos. Estas tecnologías posibilitan, mucho más que tiempo atrás, el desarrollo libre de nuevas concepciones de medios de comunicación. Pero prevalece la sensación de “insolvencia ciudadana” para erigirlos autónomamente y construirlos con solidez. Algunas experiencias van trascendiendo en la red y también en las llamadas “nuevas pantallas”, 1

Compuesto por organizaciones privadas, que no reparten beneficios, autónomas y en las que participan ciudadanos y ciudadanas voluntariamente; según la definición que extrae Francisco López Cantos (2005: 112-113) del informe de la Johns Hopkins University consultable en Lester, M. (1999).

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pero el llamado tercer sector sigue accediendo en desigualdad de condiciones, respecto al público-institucional y el privado-comercial, a dos medios con una enorme potencialidad comunitaria, como son la radio y la televisión. Seguramente persiste ahí un déficit de coordinación y trabajo en red entre las organizaciones sociales de base, las experiencias de comunicación comunitaria existentes y la sociedad en sí misma. A esta oportunidad tecnológica, cabría sumar e incorporar una estrategia para que aflore la necesidad social de contar con otro sistema de medios de comunicación, mucho más rico y plural que el existente. Para ello, nuestras sociedades tienen el reto de vehicular la creciente clarividencia que se vislumbra de la manipulación que los poderes políticos y económicos ejercen sobre –básicamente- las radios y las televisiones, y aprovecharla para estructurar corrientes ciudadanas de presión política. Pero parece ser que, si bien esta toma de conciencia genera descontento en algún momento e incluso –en casos extremos- movilización, buena parte de la ciudadanía sigue viviéndolo como una cuestión irremediable y difícilmente transformable. Ahí radica, pues, el papel esencial que podrían jugar las organizaciones sociales de base para conseguir el pleno desarrollo de los medios comunitarios y, con ello, contribuir a la estructuración de otro sistema mediático que entronque visceral y racionalmente con las expectativas y necesidades comunicativas de la ciudadanía. En este sentido, no hay que descuidar las enormes posibilidades de la educación en comunicación (EC), disciplina que promueve el impulso de la competencia comunicativa (comprensiva y expresiva) de las personas y los colectivos sociales en los medios y las tecnologías de la información y la comunicación actualmente disponibles. Todo engranaje precisa de una energía que lo alimente y lo mantenga en marcha, un rol que podría ejercer la educomunicación. Pero todavía queda un largo recorrido por transitar y todo un aprendizaje que compartir entre las prácticas de la comunicación comunitaria y la alfabetización mediática (según la tradición anglosajona, media literacy). 2. Medios comunitarios y educación en comunicación. Si bien de antemano resulta mucho más complicado y costoso obtener éxitos en un proceso que todavía hay que inventar, las organizaciones ciudadanas que trabajan por la transformación de nuestras sociedades no deberían seguir relegando el rol estratégico de la comunicación. Tienen ante sí el reto de no conformarse con la obtención de resultados tangibles e inmediatos, sino que deben asumir su responsabilidad social, y bregar por esos otros medios, esos otros discursos y esos otros modos de producción que sólo pueden emerger de espacios de confluencia horizontales y de base. No vale con dejar de ser prácticamente invisibles para pasar a existir no importa cómo, apareciendo subsidiariamente en los grandes medios. Tampoco basta con generar espacios comunicativos endogámicos y difícilmente compartibles con buena parte de la sociedad. No tiene sentido seguir esperando que las instituciones públicas se comprometan en promover (una vez más) otro modelo de imbricación medios-ciudadanía y, de paso, decidan unilateralmente cuáles son las “nuevas soluciones” que encontraron a una situación que viene agravándose, de forma ininterrumpida y acelerada, en los últimos quince años. La televisión de los 90 fue el desencadenante e Internet se vendió como el remedio. Pero persiste (y se profundiza) la apropiación de dos bienes de interés general: el espacio radioeléctrico (titularidad de las licencias, derecho de emisión y diseño de las 3

programaciones de los operadores) y la expresión y creación audiovisuales (producción de contenidos e investigación de nuevos formatos), por parte de los poderes privadocomerciales, público-institucionales y todo el entramado profesional-corporativo (y a veces incluso amiguista) que en ellos anida. La dinámica es global y homogeneizadora. Si le tomáramos una fotografía fija, podría describirse como una enorme ola con distintas alturas de cresta que avanza sin cesar, que poco distingue entre países desarrollados, en vías de desarrollo o empobrecidos; ni tampoco entiende de diferencias abismales entre sistemas políticos incluso contrapuestos. Una de esas crestas es, sin duda, EEUU. Jeff Share (2004) relata así la situación: “la actual tendencia hacia la desregulación del espectro de ondas de comunicación pública y la privatización del espacio y las instituciones públicas refleja un sesgo a favor de las empresas que no favorece a la democracia ni a la justicia social. En ningún lugar es más sentida esta influencia que en las industrias culturales tales como el cine, la televisión, el radio, las publicaciones y la educación”. Cómo se puede soslayar este escenario en plena sociedad del conocimiento y la información. La situación no se elude pero tampoco se consigue arbitrar un movimiento amplio y compartido de cambio. Una respuesta posible es que la sociedad civil tiene simplemente que volver a convencerse de que puede tomar la iniciativa y hacerlo. La ciudadanía va encontrando siempre vías para reapoderarse, aunque sea tangencialmente, de la producción de contenidos culturales y también para dotarse de una cierta capacidad de difusión propia. Todo ello surge ya sea de forma organizada o bien dispersa, individual o colectivamente. Además, logra ir alfabetizándose en los nuevos lenguajes y formatos de expresión, e ir adquiriendo una comprensión crítica de los porqués y el para qué de esta uniformización social que se mueve con tanta fuerza interna. Pero no siempre le resulta posible establecer sus dinámicas propias y armar sus respuestas, y mucho menos si el factor tiempo juega en su contra, porque esa ola de apropiación se zarandea con una voracidad incalculable y es capaz de engullir cualquier obstáculo que pretenda alzarse frente a ella. Ahí es donde reside la mayor debilidad de la sociedad pero también su potencial. Su dinámica deviene menos estructurada en sí misma y tiende a dejarse convencer por el status quo que depende de superestructuras cada vez más herméticas e inalcanzables a su control. Ahora bien, su capacidad generativa es incalculable, infinita y totalmente impredecible (cada vez más). Ello presupone que los poderes políticos y económicos no pueden ensimismarse en sostener las riendas, sino que deben estar más atentos que nunca a los eventuales cambios tanto de terreno como de caballo. Asimismo, a medida que se va antagonizando la relación medios de comunicación predominantes versus intereses esenciales de la ciudadanía, crece el “atontamiento” pero también la evidencia de que hay una situación de desigualdad. Es cierto que la dinámica del entorno es disuasoria por escepticismo y agotamiento, por pesimismo y experiencias acumuladas de vencidos. Y seguirá siendo así, por lo que la sociedad civil tiene que buscar fórmulas para redescubrir el sentir y las inquietudes comunicativas que se van agolpando en su seno. No se puede pretender un despertar de un día para otro, ni tampoco esperar una participación masiva y comprometida ante nuevas propuestas por muy sistematizadas que estén. Más bien seguirán encadenándose respuestas de desmotivación y descreimiento. La cuestión reside en cómo entender todo este cúmulo de circunstancias como una fase del proceso, cómo interconectar más y 4

mejor prácticas concretas sólo a veces innovadoras, qué metodologías utilizar para experimentar, cómo reemprender vías de cambio y generar proyectos de transformación. Son necesarias dinámicas que entronquen con la plataforma social y se deban a ella. Ésta es la única vía para generar y estructurar conciencia ciudadana. La conformación y garantía de un tercer sector audiovisual conjuntamente con la promoción de una educación en comunicación de base ciudadana constituyen dos elementos clave para que la sociedad civil pueda volver a ejercer plenamente sus derechos comunicativos. Por un lado, la ciudadanía precisa recuperar un ámbito de comunicación comunitaria que le pertenezca de raíz, potente y en igualdad de condiciones a los de gestión públicoinstitucional o privado-comercial. Para ello, es necesario que las organizaciones sociales de base y la sociedad vayan experimentando –conjuntamente- modelos y fórmulas para la gestión y el desarrollo de sus propios servicios de comunicación audiovisual. Por otro lado, se trata de que todas y todos podamos construir, ya sea individual o colectivamente, nuestras propias producciones audiovisuales y se nos garantice acceder a ello con criterios de alfabetización y empoderamiento social (en lugar de circunscribirlo al consumismo simplón de aparatos y tecnologías). Cabe tener en cuenta que la producción comprende sólo uno de los ejes de la competencia mediática que promueve la educación en comunicación, en concreto el de la “expresión y creación”, que suele ser considerado de forma bastante independiente al de la “lectura crítica”. Pero ambos ejes son fundamentales puesto que cualquier proceso comunicativo-dialógico implica una competencia relacionada con la lectura, comprensión o interpretación a la par que otra ligada a la expresión-creación. Con ello, se quiere evidenciar que no se está hablando de una educación en comunicación que universalice un poco el acceso a la producción y, como consecuencia, acabe tan sólo reproduciendo el sistema mediático actual, maquillándolo someramente con una mayor multiplicidad de actores que entran en juego e interaccionan de forma superficial. En la actualidad, tal como apunta Jeff Share (2004), conviven concreciones de la educación mediática “al servicio de diferentes objetivos, desde la protección moral hasta la alfabetización tecnológica”. Para conseguir una acción realmente transformadora, es primordial mantener y continuar generando una educación en comunicación que apueste decididamente por la justicia social. Por lo tanto, hay que tener en cuenta que seguirán apareciendo dinámicas de apropiación de discursos y métodos por parte de los agentes adscritos al sistema comunicativo actual. Ello implica una capacidad de reinvención permanente pero también claridad de planteamientos frente postulados fuertemente integrados, como los que están asumiendo en la actualidad organismos internacionales como UNICEF y UNESCO que, como si de nuevos colonizadores se tratara, están campando por países con experiencias de base emblemáticas como por ejemplo Brasil, Canadá, EEUU, Bélgica, Alemania y Francia. Cómo se puede encadenar el potencial de la educación en comunicación (EC) para la justicia social con la necesidad de que, en nuestras sociedades, se garantice la existencia y pervivencia de servicios de comunicación comunitaria, sobre todo audiovisuales. Por sí sola, una EC que capacite, a los distintos colectivos sociales, en habilidades y capacidades que les permitan enfrentarse (comprensiva y expresivamente), de forma enriquecedora, al sistema de medios hegemónico no puede resolverlo todo. Para lograr que la ciudadanía vaya dotándose de una mayor competencia comunicativa de forma efectiva, resulta esencial que la labor educomunicativa entronque orgánicamente con experiencias de comunicación comunitaria. Así podrían abordarse dos grandes 5

cuestiones claves: la bidireccionalidad comunicativa entre iguales, agentes de producción (ciudadanía) y público (también ciudadanía) que se retroalimenten mutuamente; y la autogestión de experiencias y medios audiovisuales como reto organizacional de base, para promover la toma de decisiones sobre cómo utilizar y para qué la comunicación mediática, reinventando permanentemente sus cometidos sociales. 3. Interacciones sociales e interactividad tecnológica Dando la vuelta a la famosa frase de Mc Luhan “el medio es el mensaje” y tal como se ha venido desarrollando el sistema de medios en nuestras sociedades, se apunta ahora que cada vez más “el mensaje es el medio”. Se trata de una dinámica que está transformando comportamientos individuales y colectivos, y que afecta crecientemente a los más jóvenes y, por tanto, a los ciudadanos y ciudadanas mayormente mediatizados. Sin cesar y por doquier, se van reconfigurando actitudes, intereses, expectativas, conocimientos, aprendizajes y un largo etcétera de patrones y valores que incorporan nuevos retos a esta sociedad de ronroneante postmodernidad. A pesar de la cada vez mayor presencia y también incidencia social de lo que se viene llamando las “nuevas pantallas” (Internet, videojuegos, teléfonos móviles), no se puede obviar el todavía poder hegemónico de la televisión ni tampoco desestimar su capacidad mutante para ir incorporándose también en los “nuevos medios”. Además, cabe destacar que el desarrollo y la proliferación del medio televisivo atienden a lo que diversos autores (Enzensberger 1969, Cesareo 1974, Grandi y Richeri 1976, etc.) denominaron el modelo único de televisión. Los grandes descubrimientos de esta concepción del medio televisivo son: la separación de la sociedad, la centralización de las decisiones, la parcelación de la realización (o sea, del trabajo en la producción de programas) y la ruptura de la contemporaneidad (con el subsiguiente progresivo abandono del directo); porque constituyen todavía características definitorias del desarrollo actual de la televisión, sea cual sea el régimen político y jurídico en el que se desenvuelva, apunta Costa (1986: 27). Para Guillermo Orozco (2001: 37), “el que las audiencias se dejen conquistar y seducir por la televisión, ni duda cabe; (…) es un hecho histórico con el cual cualquier esfuerzo educativo de las audiencias tiene que bregar; el que los sujetos-audiencia se desenchufen de la realidad para enchufarse a la pantalla (Kaplún, 1996), si bien tiene mucho de comodidad y conformismo, también tiene bastante de inducción y victoria de las instituciones televisivas”. Con los años, la televisión ha conseguido unos niveles de control de la ciudadanía e incidencia social, tanto individual como colectivamente, a los que no se desea renunciar ni desde las estructuras políticas institucionalizadas ni tampoco desde el poder económico. Los gobiernos europeos otorgan a la TDT dos grandes razones de interés público: una gestión más eficaz y flexible del espectro radioeléctrico, y el acceso de todos los hogares a los servicios de Internet a través del televisor (Richeri, 2004). Pero numerosos autores señalan ya que el paso de la televisión analógica a la digital no es una cuestión meramente técnica tal como se está planteando desde la sociedad de consumo y el poder político, sino también económica, política y cultural. Entre ellos destacan Berardi, Jacquemet y Vitali (2003: 141): “la multiplicación de canales acabará por alejar a masas de público de los flujos generalistas hacia una oferta cada vez más fragmentada, que 6

deberá adecuarse a este cambio. Pero no basta con la revolución de los canales si no hablamos de otra más importante: la de los contenidos. Y no puede hablarse de revolución en los contenidos si no se reformula la relación entre el flujo de imágenes y el dispositivo comunicativo, entre emisor y territorio”. Este nuevo contexto del sistema audiovisual que se está conformando viene acompañado de cierto auge de modelos comunicativos como las telestreets italianas, las nuevas televisiones comunitarias y libres, las emisiones por antenas wireless de señales televisivas, la televisión por Internet, etc. Pero, al mismo tiempo, es reseñable la voracidad que emana de los conglomerados de medios públicos y privados existentes, que están ávidos de nuevas ideas y formatos, buscando contenidos innovadores, necesitados por conocer e incorporar ocurrentes interacciones ciudadanas que luego puedan reconducir, etc. Subsiguientemente, el problema estriba en cómo la ciudadanía podrá conseguir, a medio plazo, un acceso autónomo y perdurable al espacio radioeléctrico. Una urgencia que entronca con la necesidad de estructurar medios comunitarios participativos y autogestionados como espacio de confluencia de la sociedad civil horizontalmente organizada. Asimismo, se trata de articular una emancipación social que se sostenga en el desarrollo de las capacidades y habilidades de creación audiovisual (tanto de individuos como colectivos), y la apropiación plena de las tecnologías de producción. Por ello, debe aprovecharse el auge de las necesidades de alfabetización mediática para el establecimiento de una educación en comunicación para la justicia social, totalmente separada y desintegrada respecto a la estructura de medios predominante. Berardi, Jacquemet y Vitali (2003: 141) sostienen que “la audiencia de las emisiones generales (broadcast) irá reduciéndose a favor de la audiencia de las emisiones especializadas (narrowcast)”. En consecuencia, los grupos mediáticos, ya sean públicoinstitucionales ya sean privado-comerciales, no van a renunciar a ningún ámbito de difusión (estatal, regional, comarcal o local). Al contrario, pretenderán asegurarse que la comunicación comunitaria se vea reducida a las migajas de emisiones infralocales, al tiempo que inventarán todo tipo de fórmulas y estratagemas para absorber y reconducir hacia sus programas y contenidos todas las capacidades de creación audiovisual que vayan emanando, individual y colectivamente, de la sociedad. El detonante de que la tendencia será en esta línea son las formulaciones de las leyes generales del sector audiovisual (las autonómicas y la estatal) que se están discutiendo o aprobando en las respectivas cámaras parlamentarias, y también la concepción de los planes técnicos tanto de TDT local como de FM en el Estado español. Pero, por encima de todo, no se puede perder la pista a la interrelación de ambas dinámicas: mientras las leyes siguen un procedimiento lento de aprobación y entrada en vigor, la planificación técnica abre y acelera unos procesos de otorgamiento de frecuencias de radio y televisión que no tendrán en cuenta las nuevas reglas de juego. Incluso si se consiguiera influir en los articulados legislativos desde la sociedad civil, cuando las leyes puedan aplicar su capacidad normativa ya estarán casi todas las licencias repartidas y adjudicadas, en base a unos parámetros que privilegian y benefician al sector públicoinstitucional y el privado-comercial y no garantizan prácticamente nada al tercer sector audiovisual. En plena sociedad del conocimiento y en un momento en que se dan unas condiciones óptimas para transformar –aunque fuera tímidamente- el sistema comunicativo unívoco y unilateral que ha preponderado hasta la actualidad, no tiene ningún sentido este cerco 7

de la comunicación comunitaria si recordamos que Pere-Oriol Costa (1986: 151-152) ya postulaba: “Si los ciudadanos pudieran interactuar con los medios, utilizarlos para complementar las informaciones, valorarlas y opinar sobre cuáles pueden ser las mejores soluciones, se lograría sin duda un mayor nivel de participación social en la vida colectiva. Y aún sería mejor la imbricación de los ciudadanos en las decisiones si, de alguna forma, toda la comunidad participara en la gestión de los medios”. En ese momento el autor se refería a la participación de la ciudadanía en el sistema público de televisión, pero se trata de un planteamiento plenamente aplicable al establecimiento de un tercer sector audiovisual horizontal, vivo y dinámico que interactúe con el de titularidad pública. A pesar del creciente acceso de la sociedad tanto a las tecnologías como a la producción audiovisual y la supuesta intencionalidad de aprovechamiento mayor del espacio radioeléctrico que acompaña la digitalización del espectro, todo apunta que en el Estado español no va a permitirse ni tan sólo un mínimo desarrollo de la comunicación comunitaria en igualdad de condiciones a las de titularidad institucional y empresarial. Los anteproyectos de ley no anteponen ningún mecanismo de reserva para el tercer sector audiovisual y ni tan sólo contemplan que pueda disponer de coberturas de ámbito local, sino muy inferiores. También es cierto que persisten una serie de asignaturas pendientes dentro del propio tercer sector audiovisual. Quizá la más visible pero no por ello la más fácil de superar es buscar vías de encuentro y refuerzo entre los distintos modelos comunicativos que se han ido conformando en él: open access o medios de acceso, medios asociativos locales o de comunidades de interés, medios libres y alternativos (contrainformación), y medios comunitarios y ciudadanos. Más allá de seguir incidiendo en qué concepciones les diferencian, habría que promover su interacción en aquello que todos ellos comparten. Ahí aparecen dos cuestiones claves: 1) que no son ni públicos ni privados sino del tercer sector, y 2) que entroncan, de un modo u otro, con los principios de una educación en comunicación para la justicia social (perspectiva crítica), fundamentada en una apropiación (comprensiva y expresiva) de los medios por parte de la sociedad. Para que esta complementariedad de medios del tercer sector sea posible y se vaya convirtiendo en una realidad palpable, resulta del todo imprescindible poner el acento (e investigar) en una cuestión esencial que también comparten con la educomunicación: la reapropiación de la cultura audiovisual por parte de la ciudadanía a través de la autoexpresión, la autorepresentación y la autoorganización de sus propios discursos. Éste es su valor único e inaprensible. Siguiendo el modelo de Labor News Production2 (Seúl), el tercer sector audiovisual y la educación en comunicación, para fortalecerse, tienen que trabajar al unísono en la estructuración de redes, abrir líneas de investigación-acción totalmente independientes y dotarse de una capacidad de incansable presión-negociación con los poderes públicos (aunque a priori, desde las administraciones, no se cuente con las aportaciones del tercer sector). En este sentido, las organizaciones sociales de base, interaccionando con la ciudadanía y las distintas comunidades de referencia que la componen, pueden desarrollar ahí un papel clave. Si bien las iniciativas de cambio del sistema de medios y universalización de la creación audiovisual suelen corresponder a entidades o colectivos que se 2

Más información en su página web: http://www.lnp89.org (apartado en inglés) y en La Iniciativa de Comunicación: http://www.comminit.com/la/cambiosocial/lahaciendoolas/lasld-385.html.

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conforman en torno a estos objetivos específicos de democratización mediática; se llenan de sentido cuando devienen ineludibles para el conjunto de plataformas y movimientos de transformación social y, paulatinamente, se van convirtiendo en herramientas útiles para amplios sectores de la sociedad civil. Por ello, las organizaciones del tercer sector son una pieza primordial, porque tienen la doble capacidad de interconectar ciudadanos y ciudadanas con un sinfín de causas sociales, y generar sentimientos de pertenencia. Pero también tienen ante sí el desafío de, junto con los medios comunitarios y la educación en comunicación, generar un potencial de autogestión ciudadana y autorepresentaciones socialmente significativas. 4. Expectativas y necesidades comunicativas de la sociedad. La “audiovisibilidad”. La dinámica de transformación del sistema de medios por parte de la ciudadanía es poderosa. Ahora bien, deben convencerse de ello todos los agentes activos que pueden intervenir en el proceso. Por tanto, se precisa propiciar articulaciones sostenibles económica y temporalmente al tiempo que se establecen imbricaciones estructuralmente consolidadas. Continuarán existiendo los medios comunitarios a pesar de que se los siga marginando dentro del sistema comunicativo. La interactividad tecnológica no tiene vuelta atrás y las interacciones sociales seguirán reproduciéndose. Aunque, por ahora, la apropiación, por parte de la ciudadanía, de las nuevas tecnologías se inscriba sobre todo en un consumismo exacerbado, o bien en el espejismo de la formación continuada como garante para optar con éxito al mercado laboral; desde las organizaciones sociales de base no debería desaprovecharse esta oportunidad. Una posibilidad es invertir las percepciones tanto individuales como colectivas que van aflorando para que estas organizaciones puedan devenir más significativas en la sociedad del conocimiento y eviten quedarse atrapadas en la brecha digital. Convertir esta estrategia en algo realizable implica sumergirse en el territorio, conocer bien los intereses, las necesidades y las expectativas que van surgiendo de las comunidades e individuos para caminar más allá, y proponer acciones a partir de este diagnóstico previo. Nos hallamos ante un nodo de sincretismo que puede llegar a aportar muchas pistas. Ahora bien, para que el buceo resulte socialmente enriquecedor, se trata de provocar situaciones que permitan recombinar tanto la reflexión crítica como la expresión más o menos espontánea. Seguirán apareciendo los temores del status quo. Las debilidades del sistema y sus pretendidas correlaciones de fuerzas tratan de apoderarse de las enormes posibilidades de intervención política, social y cultural que se abren continuamente en el horizonte. Pero, aunque sea de forma desestructurada e incluso aleatoria, las oportunidades de transformación del actual y monolítico sistema de medios proliferan y proliferan sin fin. Por ello resulta cada vez más urgente la generación de un proceso amplio y abierto de “audiovisibilidad”: una plataforma horizontal y colaborativa en la que se recojan las expectativas y necesidades comunicativas latentes en la sociedad, y, a partir de ahí, se trabaje para llevar a cabo propuestas, proyectos, intervenciones, acciones, etc. tanto individual como colectivamente. Se trata, en el fondo, de promover una dinámica de concertación pública y social que permita fomentar y hacer aflorar todo tipo de potencialidades, capacidades y habilidades de base ciudadana.

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Cuáles podrían ser los elementos centrales de esta plataforma de “audiovisibilidad”. En primer lugar, estarían los medios comunitarios y libres actualmente existentes, así como el trabajo en red que tratan de establecer entre ellos para conseguir ser más sostenibles y obtener una mayor presencia social. Como segundo elemento, destaca la emergencia y proliferación de experiencias individuales y colectivas de autoproducción audiovisual, cuya fuerza radica en los pilares de la creatividad y la expresividad como necesidades básicas e inalienables de algunos sectores de la ciudadanía. La tercera cuestión es que la educación en comunicación logre consolidar y vehicular experiencias activadoras para que la sociedad conozca las posibilidades emancipadoras de la creación audiovisual y, poco a poco, estructure procesos comunitarios de toma de conciencia, autoexpresión y autorepresentación. Por último, no se puede despreciar la actual pérdida de rumbo de los servicios de comunicación audiovisual de titularidad público-institucional para proponer, exigir y negociar nuevas fórmulas de acceso, participación y autogestión de base ciudadana. En nuestro mundo, las cuestiones de creación audiovisual y visibilidad a través de los medios de comunicación no son circunstanciales sino primordiales. La imagen es algo esencial en la cultura de las sociedades occidentales actuales. Existe tal predominio del hecho visual que algunos autores como por ejemplo Jenks (1995) llegan a afirmar que la construcción del conocimiento sobre el mundo se basa actualmente más en imágenes que en textos escritos. En momentos en que la construcción de identidades es nuclear, las imágenes contribuyen a su configuración y expresión. Son símbolo de identificación y pertenencia (Ricart, 2005). Sirven para construir la propia mirada interior pero también para dar una visión de uno mismo al exterior. Los grandes medios (la televisión, la radio, etc.) y la industria cultural (el cine, la música, etc.) proporcionan muchas de estas imágenes que la ciudadanía, individual y colectivamente, toma después como algo propio. Dotándolas de significados imbuidos pero también reinventados, estas imágenes conforman códigos compartidos de relación. El potencial de la “audiovisibilidad” entronca tanto con el surgimiento del tercer sector audiovisual como con una educación en comunicación transformadora y para la justicia social. Ahora bien, en su desarrollo hasta la actualidad no siempre han ido de la mano. Ambas dinámicas están ahí incluso compartiendo espacios pero todavía no se dieron cuenta de su poder para conformar un territorio ciudadano que permita a la sociedad ejercer, plenamente, su derecho a la comunicación. La gran pregunta sigue siendo cómo construir espacios y articular procesos comunicativos que superen las experiencias episódicas y no acaben simplemente engullidos por el sistema de comunicación predominante. Por tanto, dos ejes claves son la organización horizontal pero cohesionada y también la financiación de esa plataforma común de “audiovisibilidad”. Emerge la necesidad de retroalimentación entre los distintos sujetos sociales y estructuras colectivas que permitan el surgimiento de individuos y comunidades de base convencidos de su poder expresivo-reflexivo a nivel comunicativo. Mario Kaplún (1998: 212) ya describió, en el contexto de la educomunicación, la función que cumplen los procesos de producción audiovisual: "abrir a los educandos canales de comunicación a través de los cuales socializar los productos de su aprendizaje. Esto es, crear la caja de resonancia que transforme al educando en comunicador y le permita descubrir y celebrar, al comunicarla, la proyección social de su propia palabra". La “audiovisibilidad” podría articular y estructurar socialmente esa función de caja de resonancia. 10

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