Jorge López Quiroga: La presencia de ritos y costumbres funerarias \'foráneas\' en Hispania (siglos V-VI) (The presence of \'foreign\' rites and funeral customs in \'Hispania\' (5th-6th centuries), Madrid, 2010.

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Descripción

   

 

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CAPÍTULO III LA PRESENCIA DE RITOS Y COSTUMBRES FUNERARIAS ‘FORÁNEAS’ EN HISPANIA (SIGLOS V Y VI)    

En el panorama del mundo funerario tardo-antiguo en la Península Ibérica el peso historiográfico, que no numérico, atribuido a los denominados por Roma como ‘Germanos’ es, a todas luces, excesivo. La llegada e instalación de poblaciones de procedencia centroeuropea y oriental a Hispania en el 409 y la posterior supuesta ‘entrada masiva’ de los Godos* tras la estrepitosa derrota de Vouillée en el 507, han hecho correr tantos ríos de tinta que, por seguir con el símil empleado, la lectura e interpretación de estos acontecimientos ha ennegrecido el panorama de la ‘arqueología funeraria’ de llamado ‘mundo visigodo’. Es innegable, como queda indicado en la introducción de este estudio, la presencia en el solar hispano, especialmente en los siglos V y VI, de conjuntos poblacionales de origen foráneo respecto a una abrumadora mayoría de hispano-romanos, pero, y esta no es una cuestión baladí, no ‘extranjeros’ en el sentido literal del término. Al menos no todos estos individuos eran ‘extraños’ y ‘enemigos’ de Roma, puesto que no pocos de ellos trabajaban por y al servicio del Imperio y, además, perfectamente integrados y asimilados en la ‘civilización romana’. Y ello es un aspecto que, aún siendo sobradamente conocido por parte de la investigación especializada, no ha sido, en nuestra opinión, suficientemente tenido en cuenta a la hora de abordar la ‘arqueología funeraria tardo-antigua’ en la Península Ibérica. Porque hay un hecho igualmente incuestionable: el ejército bajo-imperial romano estaba esencialmente constituido por Bárbaros*, formando parte de la estructura político-militar del Imperio y en no pocos casos integrando los cuadros de mando (VALLET-KAZANSKI, eds., 1995; LÓPEZ QUIROGA, 2005b). Además, Roma no dudó ni titubeó nunca a lo largo de su historia en emplear y pagar, con dinero o tierras, tropas mercenarias ‘bárbaras’. Y, precisamente por ello, configuró así un equilibrio inestable en su estructura militar que llegó a su paroxismo en época bajo-imperial, lo que ahondó y dio la puntilla a la profunda crisis interna que acabó provocando la caída de un Imperio romano, el Occidental, que en el siglo V no era ya sino un frágil castillo de naipes a punto de derrumbarse.

   

 

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Por lo tanto, los ‘Barbaros’ y los ‘Germanos’ convivían con los romanos y formaban parte importante de la ‘civilización romana’. El ‘mundo germánico’, por emplear un término aunque muy discutible sí fácilmente comprensible, no es ajeno a Roma. La entrada, no olvidemos en cierto modo permitida, de los conjuntos poblacionales que los autores romanos denominan como Suevos*, Vándalos* y Alanos* en la Península a comienzos del siglo V, no es sino un hecho coyuntural y episódico que es visto por la elite hispano-romana (y en concreto por uno de sus máximos representantes: el ‘obispo’ Hidacio de Chaves) como un acontecimiento de dimensiones apocalípticas en un contexto de vacío de poder y de inexistente defensa militar en Hispania. No olvidemos que es Roma la que llama a los Godos, el verdadero ejército romano en la Península Ibérica en ese momento (conformado por séquitos armados dependientes de un noble, generalmente de raigambre goda), para enfrentarse a Suevos , Vándalos y Alanos con un único y recurrente motivo en la política imperial: mantenerlos alejados del Mediterráneo y, en el caso de Hispania, lejos de la provincia tarraconense. Las campañas de Valia (416-418) y Teodorico II (456-457) tenían, además, como objetivo prioritario defender a la elite dirigente hispano-romana y a sus propiedades. Y ello aún a costa de cederles, a los Bárbaros, un amplio y vasto espacio en el occidente peninsular que permitió una rápida y fulminante ocupación del territorio que, una vez zanjadas las disputas tribales internas, favoreció la creación del primer reino germánico (y que no obstante en apenas medio siglo se convertiría en ‘reino títere’ del creciente y pujante poder godo) en Occidente: el reino suevo. No obstante, serían los Godos quiénes conseguirían, tras establecer alianzas con la aristocracia hispano-romana y construir un patrimonio territorial fundiario importante, primero con Leovigildo (569-586) y luego con Recaredo (586-601), afianzar una sólida monarquía que aunaría la unificación política y territorial de casi toda la Península durante un siglo y medio, entre el 569 y el 719. En este contexto y a la hora de utilizar el registro material para documentar la presencia y los elementos característicos definitorios de los Germanos, el balance, como veremos, no puede ser más negativo. El mundo funerario, y concretamente los elementos de vestimenta personal que acompañan a los individuos inhumados, han sido el recurso sistemáticamente utilizado como argumento probatorio de su DNI étnico.

   

 

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Aunque esta asociación mecanicista que vincula todo objeto material con una adscripción o etiqueta étnica es hoy en día mayoritariamente cuestionada, considerada obsoleta y metodológicamente errónea, se sigue hablando, sin ambigüedad, de ‘necrópolis visigodas’. La cuestión, por lo tanto, cuando abordamos el mundo funerario y su relación con la llegada y asentamiento de los Germanos en la Península, no es tanto dilucidar, aunque también lo haremos, la legitimidad o no de hablar de ‘identidad étnica’ a partir del registro arqueológico. Puesto que, como es lógico, la arqueología estudia los restos materiales de las civilizaciones antiguas, de las llamadas ‘civilizaciones muertas’ (EGGERS, 1950). Y nadie pondrá en duda que todo grupo humano, identificado como pueblo o tribu, posee rasgos culturales propios que los identifican y diferencian. Siendo, además, el mundo funerario uno de los ámbitos donde el reflejo de estas tradiciones se mantiene con más fuerza y adquiere una dimensión temporal con una amplia diacronía. El centro del debate, en nuestra opinión, no es tanto, ciertamente, el de ‘resolver la cuestión étnica’ (JEPURE, 2006), sino el ser capaces de determinar cuáles son los límites y las posibilidades de la arqueología en este campo, pero, sobre todo, el análisis riguroso y objetivo del mundo funerario tardoantiguo peninsular sin apriorismos ni condicionantes ideológicos. No olvidemos que son los autores romanos los que han bautizado primero a los Germanos y a los Bárbaros como tales y quiénes han establecido toda una tipología y nomenclatura de grupos poblacionales. Ignoramos totalmente si, desde una perspectiva de análisis interna del mundo germánico, esto se correspondía con una realidad y si los diversos pueblos relacionados en las fuentes establecían criterios de diferenciación étnica reales y de qué tipo entre ellos mismos. Los estudios, pioneros para la Península Ibérica y siguiendo la tradición de la ‘Escuela de Viena’ (liderada por Herwig Wolffram), de L. García Moreno evidencian que la perspectiva ‘romana’ sobre los ‘bárbaros’ no se adecuaba, ni mucho menos, con la compleja, desarrollada y jerarquizada estructura socio-política de los Germanos y los Bárbaros basada en el linaje como elemento de cohesión fundamental (GARCÍA MORENO, 1991, 1994, 1996, 1998, 1999, 2003a, 2003b, 2007, 2009). Es decir, la existencia de rasgos culturales diferenciados no constituiría, forzosamente, una prueba de ‘identidad étnica’. Y tampoco las culturas que son definidas arqueológicamente tienen porque corresponderse con ‘etnias’ antiguas perfecta y claramente diferenciadas. Además, tanto la toponimia

   

 

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(esgrimida en no pocas ocasiones para argumentar desplazamientos de poblaciones y/o supuestas áreas de asentamiento) como la antropología física (que evidencia sistemáticamente poblaciones muy heterogéneas) son poco convincentes cuando se pretende identificar ‘etnias’ mediante el concurso de estas disciplinas. El Arqueólogo tiende, generalmente, a utilizar los mapas de dispersión de hallazgos como definidores de áreas culturales específicas que hace corresponder, a su vez, con las zonas de asentamiento de determinados pueblos, configurando lo que se viene denominando como horizontes arqueológicos* que denoten cierta homogeneidad para áreas geográficas concretas. Y, normalmente, a partir de la repartición de determinados elementos de la cultura material (vestimenta femenina, conjuntos de armas, cerámica, etc.) es posible proponer rasgos comunes que serían susceptibles de asociarse a conjuntos específicos de gentes*, siempre y cuando la homogeneidad del registro material sea lo suficientemente clara como para establecer este tipo de asociación, algo que, como veremos, no ocurre en el caso de la Península Ibérica. En Hispania, como en la Gallia merovingia entre finales del siglo V y comienzos del VI, los fenómenos de aculturación han jugado un papel determinante, puesto que la minoría goda adoptaría las costumbres y la cultura material de la población hispano-romana mayoritaria. Y como en el país vecino, el registro arqueológico, y concretamente ciertos elementos de vestimenta personal hallados en las tumbas, permite documentar e identificar elementos característicos en los ritos y costumbres funerarias pertenecientes a esa minoría poblacional de origen ‘foráneo’. En efecto, la práctica de la inhumation habillée* (junto con ciertos rituales y usos funerarios), algo ajeno al mundo funerario de tradición hispano-romana, se evidencia en algunas tumbas, poco numerosas ciertamente, pertenecientes a las ‘primeras generaciones de inmigrantes’ y desapareciendo, prácticamente, hacia finales del siglo VI y ya totalmente a lo largo del VII. Por lo tanto, hay ciertas cuestiones previas que deben de tenerse en cuenta a la hora de un estudio riguroso, y en la medida de lo posible objetivo, del mundo funerario vinculado y/o asociado a los conjuntos de Germanos (orientales* y occidentales*) y de Bárbaros que se instalan y acomodan en el solar hispano:

   

 

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* El número limitado de inmigrantes, constituidos básicamente por grupos armados y conformados tan sólo por algunas decenas de miles de individuos, incluyendo mujeres y niños. * El carácter ‘pacífico’ que caracteriza a la mayoría de estos movimientos migratorios, contrariamente a la idea tradicionalmente asentada de ‘invasión’, que darían lugar a asentamientos consentidos, de una u otra forma, por Roma. * La enorme dispersión geográfica, a lo largo y ancho de todo el Imperio, de estas poblaciones que han buscado siempre y sistemáticamente su integración con el mundo romano. * Cultural y ‘étnicamente’ los Bárbaros y los Germanos (orientales y occidentales), no eran, ni muchísimo menos, poblaciones homogéneas. Los grupos de guerreros y las elites dirigentes que se agrupaban en torno a un rey o un ‘jefe militar’ eran de orígenes muy diversos. Carece de sentido, por lo tanto, plantearse como objetivo el de buscar evidencias arqueológicas homogéneas entre los Bárbaros que se han instalado dentro del Imperio y, concretamente, en la Península Ibérica. * La gran movilidad de las elites dirigentes ‘bárbaras’ hace muy difícil diferenciar sus tumbas, sus ritos y costumbres funerarias, de las de la elite hispano-romana. La presencia de un rico y variado mobilier funéraire no es siempre un criterio determinante a la hora de evidenciar la presencia de un individuo que podamos identificar claramente como bárbaro, especialmente en las tumbas masculinas, en las que es frecuente documentar tanto materiales de tradición romana (fíbulas cruciformes, anillos signatarios, pendientes u otros objetos como cerámica y/o vidrio) como ‘foráneos’ (armas, el par de fíbulas _o peplos*_, hebillas y broches de cinturón, pulseras, etc.). * La aculturación continua, a lo largo de varios siglos, de la minoría poblacional bárbara desde sus zonas de origen hasta su asentamiento dentro del Imperio. Aculturación por parte de Roma, pero también y no menos importante, entre los diversos grupos de Bárbaros, integrando elementos de diferentes culturas que darían lugar a una particular simbiosis creadora más de modas y costumbres heterogéneas que de una realidad material culturalmente homogénea. ¿Podemos, teniendo en cuenta lo expuesto anteriormente, señalar una serie de parámetros que, a partir del registro arqueológico, nos puedan guiar a la hora de abordar de identificar a individuos de procedencia ‘foránea’ a través del

   

 

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mundo funerario? Al menos, tres aspectos serían susceptibles de indicarnos, en la Península Ibérica, la presencia de prácticas funerarias ‘foráneas’ o cuando menos diferentes a las características del mundo hispano-romano y/o cristiano: * Con independencia de las modas y los factores de aculturación (derivados del mundo romano y del cristianismo) los ritos y costumbres funerarias perduran a lo largo del tiempo en las sociedades tradicionales. No obstante, tampoco es posible atribuir, como se ha venido haciendo en no pocos casos, a los Bárbaros usos funerarios por el simple hecho de ser diferentes a los de la población hispano-romana. Sin embargo, el rito funerario empleado (inhumación y/o incineración) y la propia tipología de la tumba (tumulus*, enterramientos de animales al lado o junto al difunto (especialmente caballos), sí podrían constituir elementos que evidencian una práctica funeraria ‘foránea’ asociada al mundo bárbaro y germánico (KAZANSKI-PERIN, 2008). Y aún en este caso, sería extremadamente difícil distinguir a un bárbaro totalmente integrado en la sociedad romana (sea o no cristiano) de un hispano-romano enterrado a la ‘moda bárbara’, exclusivamente a partir del rito funerario. * Las costumbres de carácter etnográfico pueden igualmente constituir un parámetro de ‘identidad’ y/o criterio de diferenciación, aunque no de ‘etnicidad’ strictu sensu en ningún caso. Entre algunos grupos de bárbaros (por ejemplo, los Sármatas* y los Alanos en los siglos I y II) es bien conocida la práctica de la deformación intencional del cráneo (un hábito característico entre pueblos originarios de la estepa iranófona), permaneciendo todavía en los siglos V y VI, y habiéndose documentado en Suiza, el norte y el este de la Gallia (KAZANSKI-MASTYKOVA, 2003) (Fig. 72). Más extraños, aunque no inexistentes, son los sacrificios humanos, dando lugar a ritos funerarios completamente ajenos al mundo hispano-romano; al igual que las inhumaciones conjuntas de humanos y animales en fosas comunes, prácticas atestiguadas entre los ‘germanos del Elba’*; o, por último, la costumbre de seccionar los dedos e introducirlos en la boca del difunto, como se ha constatado en la necrópolis de Cacera de las Ranas (Aranjuez, Madrid) (ARDANAZ ARRANZ, 2000).

   

 

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Fig. 72. Cráneos deformados de la tumba femenina ‘privilegiada’ perteneciente a la cultura ‘alana’ de la segunda mitad del siglo V de la necrópolis de Klin-Yar (KAZANSKIMASTYKOVA, 2003, 126).

* La vestimenta femenina tradicional es quizás el criterio más convincente y seguro a la hora de identificar a individuos de procedencia ‘foránea’ a partir del mundo funerario. Los etnólogos consideran que la vestimenta femenina (amuletos, pendientes, collares, sortijas, fíbulas, etc.) han jugado, desde siempre, un rol protector en las sociedades tradicionales, por lo que su uso y costumbre habría sido sacralizado y convenientemente reglamentado, especialmente entre las mujeres, como ha constatado la arqueología (WERNER, 1970). Por ejemplo, entre los ‘germanos orientales’, en la segunda mitad del siglo V y a lo largo del siglo VI, las mujeres llevaban, a la altura de la espalda, un par de fíbulas para sujetar un vestido del tipo conocido como peplum* (Fig. 74 y 77) (WERNER, 1961; BIERBRAUER, 1975). Mientras que, en el mismo período, entre los Germanos occidentales, el par de fíbulas era llevado por las mujeres a la altura de la pelvis, y otro par de pequeñas fíbulas en el cuello o en el pecho (Fig. 77). A la hora de interpretar esta diferencia en la vestimenta femenina se ha querido ver una adaptación de la forma romana de llevar la túnica por parte de los Germanos Occidentales, que no hacia necesario el par de fíbulas en la espalda característica de los Germanos Orientales (KAZANSKI, 1989, 1991b, 1996). Para algunos autores, la ausencia de una función específica en este tipo de indumentaria llevaría a pensar en un elemento meramente decorativo. Aunque, como hemos indicado en los dos parámetros precedentes (ritos funerarios y costumbres etnográficas), es tremendamente difícil y complejo llegar a determinar el origen geográfico e identidad precisa de las mujeres así

   

 

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enterradas (SCHULZE-DÖRRLAM, 1986; CLAUSS, 1987), debido a los factores de aculturación continua, movilidad geográfica de las elites dirigentes bárbaras y la gran heterogeneidad poblacional que caracterizan a estas gentes. No es menos cierto, y es preciso subrayarlo, que las tumbas con esta forma específica de llevar el par de fíbulas (o peplos) corresponde a un número casi siempre reducido y minoritario de tumbas femeninas en las diferentes necrópolis documentadas, lo que podría permitir suponer una filiación germánica (oriental y/o occidental) para esas féminas e, incluso, pertenecientes a la primera o como mucho segunda generación de inmigrantes Germanos y que evidenciarían una procedencia etno-cultural ‘foránea’ correspondiente a una moda de vestimenta extranjera y ajena al mundo hispano-romano. Por lo tanto, cuando se aborda el estudio de los ritos y costumbres funerarias en la Península Ibérica en los siglos V y VI, es fundamental, en nuestra opinión, tener en cuenta las consideraciones hechas anteriormente. Digamos, de entrada, que la arqueología ofrece pocos y muy escasos elementos para la identificación clara y precisa de poblaciones de procedencia ‘foránea’, que se asimilan generalmente a Germanos y a Bárbaros, enterradas, junto a un número mayoritario de hispano-romanos, en las necrópolis de los siglos V y VI documentadas hasta la fecha en la Península Ibérica. Ahora bien, negar radicalmente la presencia de dichas poblaciones carece de sentido, además de constituir un apriorismo cargado de contenido ideológico (como ha ocurrido tradicionalmente con esta cuestión en la historiografía especializada), toda vez que nadie está en condiciones de explicar, en el estado actual de la investigación y con argumentos sólidos, cómo sería posible borrar de un plumazo, literalmente, de la Historia peninsular la realidad de los reinos suevo y godo y la presencia de otros grupos de Germanos y de Bárbaros que son recogidos en los textos. El tantas veces citado, como argumento probatorio utilizado como cronología absoluta para fechar el comienzo de las ‘necrópolis visigodas’ (RIPOLL, 1986), pasaje de la Consularia Caesaraugustana (más conocida como Crónica Caesaraugustana*) sobre la entrada masiva de Godos a la Península entre el 494 y 497, Gotthi intra Hispanias sedes acceperunt, ha sido puesto en cuestión por diversos autores vinculándolo a acontecimientos de carácter local en la región de Zaragoza relacionados con la entrada de tropas godas (DOMÍNGUEZ MONEDERO, 1985, 1986). Recientemente, se ha insistido sobre esta lectura del pasaje mencionado en clave de intereses militares Godos en la Península,

   

 

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rechazando de plano la teoría de la inmigración y/o asentamiento en masa (KOCH, 2006). En su sugerente estudio, Manuel Koch no duda en afirmar que desde mediados del siglo V la Península formaba parte del Reino de Tolosa y, por lo tanto, bajo dominio Godo, tratándose de un proceso de paulatina llegada de contingentes militares a lo largo de todo el siglo V y en ningún caso de una entrada y asentamiento masivo en un momento concreto. El carácter político de la ‘identidad goda’, como depositarios y gestores del poder real del Imperio en el siglo V, es un elemento clave para entender cómo lo godo sería un concepto asumido tanto por individuos de esa procedencia y filiación como por los propios hispano-romanos en el caso de Hispania ya desde comienzos del siglo V (KOCH, 2006). Como veremos, el concepto de etnogénesis* (WOLFRAM, 2001) ofrece en su articulación y formulación teórico-conceptual para el conocido como período de las ‘Grandes Migraciones’ elementos de gran interés y enormes posibilidades de aplicación para entender, en toda su complejidad, lo que los arqueólogos documentan a través de las necrópolis de los siglos V al VIII. Cierto es que las evidencias materiales de la presencia de diversos grupos de ‘poblaciones foráneas’ en la Península son cuantitativamente minoritarias y, sobre todo, difíciles de documentar con nitidez. Y, sin embargo, estas evidencias en el registro material son un hecho comprobado y comprobable y de lo que se trata, en definitiva, es de analizar y valorar, en su justa medida, cómo los ritos y las costumbres funerarias ‘foráneas’ han encontrado su acomodo y desarrollo en una sociedad mayoritariamente hispano-romana y cristiana. A ello dedicaremos, precisamente, las páginas que siguen, huyendo de cualquier tipo de a priori ideológico, pero sin eludir, lógicamente, ninguna de las cuestiones y problemas planteados.

1. La visión tradicional sobre los Germanos: ¿la ‘etnicidad’ como signo de identidad? Esta perspectiva de análisis se enmarca en el pangermanismo característico de los años 30/40 en Europa y en la influencia de autores alemanes como Kossina, además de Jankhun, en el contexto de la ideología nazi del período de entreguerras y durante la Segunda Guerra Mundial. En este sentido, el mundo germánico era visto bajo un prisma exclusivamente de ‘carácter étnico’ fundamentado en la pureza e inmutabilidad de los componentes raciales a lo

   

 

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largo de los siglos como un signo inequívoco de la identidad de los pueblos. Por lo tanto, las ‘migraciones germánicas’ eran vistas como un proceso que, aún cuando sea dilatado y complejo en el tiempo y en el espacio, no alteraba la homogeneidad de las diferentes ‘agrupaciones étnicas’, siendo los mapas de hallazgos, en el contexto de esta perspectiva, una prueba de la presencia germánica y de su asentamiento e instalación en las tierras del Imperio. La cultura material, y en este caso concreto los elementos de vestimenta hallados en las necrópolis, serían así un elemento distintivo y diferencial de las culturas que habitaban más allá del limes, en el barbaricum*, y que los autores romanos denominan como Germanos. Por la posición y la forma de llevar determinados elementos, por ejemplo las fíbulas en las tumbas femeninas, sería posible establecer, bajo este prisma, una cronología y una tipología que reflejarían modos y costumbres que evolucionan con el tiempo (Fig. 72) (JORGENSEN, 2000).

Fig. 73. Posición y función de las Fíbulas como elemento de vestimenta femenino entre el 250 y el 750 en las necrópolis escandinavas (JORGENSEN, 2000, Fig. 126).

   

 

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En Hispania las necrópolis halladas fundamentalmente en la Meseta central, área identificada como la del asentamiento de los Godos, serían identificadas como sus lugares de enterramiento en la Península Ibérica; un hecho que se considera probado por la presencia en las tumbas de elementos de vestimenta personal, tanto masculinos como sobre todo femeninos, que se atribuirían a individuos pertenecientes al pueblo Godo. Como vemos en la imagen (Fig. 73), la forma de llevar y la posición sobre el cuerpo del ‘par de fíbulas’ (peplos), en este caso concreto entre los Godos de Crimea y los Ostrogodos en Italia, identificaría a estos individuos como pertenecientes a los Godos (MARTÍN, 1991, 1994).

Fig. 74. Posición y forma de llevar el ‘par de fíbulas’ (Peplos) entre los germanos orientales, tomando como ejemplo los Godos de Crimea y los Ostrogodos de Italia (MARTIN, 1994, Fig. 130).

   

 

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Uno de los autores españoles (aunque no el único, pudiendo citar en la misma línea a Antonio Molinero Pérez: MOLINERO PÉREZ, 1948), más representativo de esta tendencia pangermanista es Julio Martínez Santa-Olalla que en 1934 publicaba el trabajo titulado: “Notas para un ensayo de sistematización de la arqueología visigoda en España” (MARTÍNEZ SANTAOLALLA, 1934). Las propuestas de Santa-Olalla seguían los postulados e interpretaciones de una serie de autores alemanes que habían prácticamente elevado a la categoría de axioma una rígida interpretación de corte étnico sobre el registro material, sin ninguna preocupación por el contexto real de los hallazgos, de los siglos V al VII documentado en la Península Ibérica (GÖTZE, 1907; ABERG, 1922; REINHART, 1945; WERNER, 1946), a lo que se suman, con una lectura diferente en lo que respecta a la cronología de los materiales, los trabajos de los años setenta y ochenta de Hübner y König (HÜBNER, 1970; KÖNIG,1980). Hasta prácticamente la actualidad todas las necrópolis conocidas y excavadas de antiguo (como Herrera de Pisuerga, Castiltierra, Duratón, Madrona, Daganzo de Arriba, El Carpio del Tajo, Espirdo, etc.) como las que, más recientemente, han sido objeto de una metodología arqueológica rigurosa (Cacera de las Ranas, Fuenlabrada, Illescas, Gózquez, etc.) se han presentado como ejemplos inequívocos de la llegada e instalación de poblaciones ‘foráneas’ adscritas al pueblo Godo, en una lectura de carácter exclusivamente étnico y, por lo tanto, consideradas como ‘necrópolis visigodas’. Por lo tanto, la cultura material representada por los elementos de vestimenta personal hallados en estas necrópolis constituiría un signo de identidad étnica para estas poblaciones. Además, y a pesar de la presencia en la Península Ibérica de otros pueblos como Vándalos (Hasdingos y Silingos), Alanos y Suevos, se ha venido considerando tradicionalmente la cultura material de los siglos V al VII como un todo homogéneo perteneciente al ‘mundo visigodo. La primera sistematización seria y rigurosa del material hispano, con una propuesta de cronología y tipología, es la efectuada en los años 80 por Gisella Ripoll, aunque deudora de la ‘escuela alemana’ y fruto de una lectura en clave de ‘identidad étnica’ para el conjunto de necrópolis consideradas e interpretadas como ‘visigodas’. En efecto, con ocasión de las ‘VII Jornadas internacionales de Arqueología Merovingia (Toulouse, 1985)’, Gisella Ripoll publica una tabla cronológica elaborada a partir de los materiales (broches de cinturón y fíbulas) de las

   

 

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necrópolis meseteñas (y mayoritariamente por los pertenecientes a la de Duratón, en Segovia y El Carpio del Tajo, en Toledo) correspondientes a lo que se conoce como hallazgos cerrados* no deja lugar a otra interpretación de los elementos de vestimenta personal que no sea la de su relación con los Visigodos llegados a finales del siglo V y, sobre todo, a comienzos del VI (tras la derrota de Vouillée en el 507) a la Península (RIPOLL, 1991) (Fig. 74). Se excluyen, por lo tanto, de esta tabla otros materiales o más tempranos o ubicados en otros ámbitos territoriales peninsulares excéntricos a la Meseta central que, aunque cuantitativamente menores en el caso de los pertenecientes al siglo V, tienen un valor cualitativo importante. Nos referimos a algunas piezas documentadas en el noroeste (Galicia y Portugal), en el norte (País Vasco y Navarra), en el este (Mérida) y en el noreste peninsular (Cataluña). La propuesta tipo-cronológica de Ripoll se basa en la metodología puesta a punto por la ‘’escuela alemana’, consistente en agrupar en niveles cronológicos (stufen) los hallazgos considerados como cerrados (es decir, que no han sido objeto de saqueadores y/o expoliadores) documentados en las tumbas y correspondientes a los elementos de vestimenta personal (WERNER, 1953; HÜBNER, 1970; BÖHNER, 1978, 1985; FLEURY-PERIN, 1978). La tabla en cuestión comprende cuatro niveles, aunque comienza en con el ‘nivel II’, hacia el 480/490, extendiéndose hasta el 525; continuando con el ‘nivel III’, entre el 525 y el 560/580; el ‘nivel III’, entre el 560/580 y el 600/640; y finalizando con el ‘nivel IV’, entre el 600/640 y el 711 (RIPOLL, 1991, 120, Fig. 1) (Fig. 74). Ripoll diferencia dieciocho tipos de broches de cinturón de placa rectangular y veinte tipos de fíbulas que considera como de ‘época visigoda’ (niveles II y III). La fase ‘hispano-visigoda’ permite distinguir entre una ‘moda latinomediterránea’ (nivel IV) y una ‘bizantina’ (nivel V) (Fig. 74). Mientras que los materiales de los niveles II y III se documentarían casi exclusivamente en las necrópolis meseteñas, los correspondientes a los niveles IV Y V tendrían una dispersión geográfica mayor que abarcaría prácticamente toda la Península (RIPOLL, 1991). Aunque iremos viendo y analizando pormenorizadamente los diferentes niveles en las páginas que siguen, es necesario señalar, desde ahora, que un criterio determinante en la propuesta de Ripoll, y que condiciona la cronología del material analizado, es el de tomar como referencia e hilo conductor de su

   

 

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estudio los datos históricos contenidos en los textos lo que asocia, inevitablemente, con los ‘Godos’ todos los elementos de vestimenta personal documentados en las necrópolis de finales del V y a lo largo del siglo VI. Obviamente, los paralelos tipológicos con los materiales hallados en otras necrópolis de fuera de la Península constituyen un adecuado indicador de cronología relativa, comúnmente utilizado por los especialistas, aunque con una diferencia fundamental: la ausencia para el conjunto de necrópolis hispanas analizadas por Ripoll de contextos estratigráficos resultado de excavaciones realizadas con dicha metodología. Podemos decir, en síntesis, que prevalece aún actualmente este tipo de interpretación de corte ‘étnico’, que vincula al ámbito godo el material arqueológico hispano, por parte de muchos autores; aunque hayamos asistido recientemente a la superación de la visión homogénea de lo ‘visigodo’ como única posibilidad de identificación y el abanico interpretativo (todavía influenciado por la lectura identitaria) incluya ahora a los Vándalos (EGER, 2001), a los Francos (AZKÁRATE, 1999), a los Suevos (KAZANSKI-PERIN, 2006; KOCH, 1999) o incluso a los Alanos (KAZANSKI, 1996; LÓPEZ QUIROGA-CATALÁN RAMOS, e. p. a) entre los pueblos a los que pertenecerían los elementos de vestimenta personal hallados en las tumbas de los siglos V y VI en la Península Ibérica.

   

 

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Fig. 75. Tabla tipo-cronológica de Ripoll para la clasificación del material de procedencia ‘foránea’ y considerado como ‘germánico’ para la Península Ibérica (siglos V-VIII d. C.) (RIPOLL, 1986).

   

 

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2. Los procesos de etnogénesis como catalizadores de los movimientos migratorios entre los Germanos y su relación con el registro material. La renovación de las visiones sobre el mundo germánico y sus mecanismos de funcionamiento tuvo lugar en los años 60 y 70, en la propia Alemania, a través de autores como Schlesinger, Kämpf, Danenbauer y Wenskus (SCHLESINGER, 1963; KÄMPF, 1972; WENSKUS, 1961) y de la ‘Escuela de Viena’ en los 70, 80 y 90 (WOLFRAM, 1997; POHL, 1988, 1998). Esta nueva concepción se ha ido forjando en la arqueología centroeuropea superando la visión de la inmutabilidad étnica por conceptos mucho más dinámicos como el de etnogénesis, además de un rechazo cada vez mayor a la interpretación, tendenciosa y determinista, de relacionar sistemáticamente el objeto material con la ‘identidad étnica’. En este sentido, las denominadas ‘Grandes Migraciones Germánicas’* (Volkerwanderungszeit) que afectaron a las tierras del Imperio romano en los siglos IV y V constituyen un problema histórico multifacético, difícil de reducir a unas mismas causas y resultados. La perspectiva de análisis empleada ha sido siempre la visión romana del problema a través de los autores clásicos que recogieron e interpretaron los acontecimientos a los que tuvo que hacer frente el Imperio. No hay que olvidar que en menos de dos generaciones se hundiría todo el Imperio forjado a través de siglos, dando lugar a una multiplicidad de reinos (anticipo claro del mundo medieval) con un fuerte contenido étnico y que fundamentan en esa identificación la fuerza de su origen y su destino como pueblo. El papel jugado por las aristocracias tardo-romanas provinciales en todo este proceso es fundamental, puesto que no dudaron, en ningún momento, en ceder el gobierno y las tierras a reyes bárbaros muy romanizados que, además, les ofrecían una seguridad mayor que el propio ejército bajo-imperial romano. Las ‘invasiones germánicas’ no constituyen un hecho aislado en el tiempo y en el espacio, sino que son un episodio más de un movimiento continuo desde finales del siglo II a. C. para el que se han dado explicaciones diversas: motivos climáticos, demográficos y sociológicos, pasando por el de la presión de otros pueblos de las estepas euroasiáticas, como los ‘terribles’ Hunos. Sin negar la influencia de tales acontecimientos, cada vez se insiste más en las profundas transformaciones internas que se estaban produciendo en el seno de

   

 

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estas sociedades ‘germánicas’ desde el siglo I tendentes a una fuerte jerarquización social y económica que tendría su reflejo arqueológico en las conocidas ‘tumbas principescas’* (Fig. 76), muy lejos del mito que veía a los Germanos como representantes de un mundo igualitario y libre. Es en este punto en el que interviene la renovación de que hablábamos y la nueva interpretación del ‘mundo germánico’ como una sociedad muy aristocratizada, dominada por la nobleza y unas pocas familias muy poderosas (DANNENBAUER, 1958). En el seno de estas aristocracias guerreras una institución fundamental era la que estaba constituida por los séquitos (Gefolge) conformados por miembros libre y no libres de exclusiva significación militar, configurando una ‘nobleza de guerra’ vinculada por fuertes lazos de fidelidad de hombre a hombre, verdadero precedente de las relaciones de tipo feudal características de la Plena Edad Media europea (DANNENBAUER, 1958; SCHLESINGER, 1963). Hasta tal punto esto era así que muchas de las ‘realezas germánicas’ tuvieron su origen precisamente en tales séquitos, eligiendo un ‘rey del pueblo en armas’ (el Heerkönig*) como jefe de uno de esos séquitos y dando lugar a la configuración de ‘reinos militares’ (Heerkönigtum*) (DANNENBAUER, 1958; SCHLESINGER, 1963). De esta forma, tras una expedición militar victoriosa y el consiguiente asentamiento (Landnahme*) dentro de las tierras del Imperio estas monarquías de carácter militar se consolidarían rápidamente: los Suevos en el noroeste, en el siglo V, o los Godos en la Meseta central, en el siglo VI (PAMPLIEGA, 1998). Uno de los aspectos que más ha desconcertado a los investigadores es la brusca aparición y desaparición en las fuentes de estos pueblos, hecho para el cual el historiador alemán Reinhard Wenskus ofreció una explicación que, hasta la fecha, se presenta como la más convincente: los procesos de etnogénesis durante los siglos IV y V en el Occidente europeo (período también conocido como el de las ‘invasiones’ o ‘migraciones germánicas’) (WENSKUS, 1961).

   

 

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Fig. 76. Tumba ‘principesca’ correspondiente a un ‘jefe militar’ de la segunda mitad del siglo V en Moravia, según Werner, 1980 (KAZANSKI-PERIN, 2008).

Según Wenskus, casi todos los pueblos germánicos de la época de las ‘Grandes Migraciones’ (siglos IV-VI) comportaban como elemento aglutinador un linaje real o aristocrático en torno al cual se adhería un núcleo reducido de otros linajes, portador del nombre y las tradiciones nacionales de la estirpe (Stammenstraditionen*). Mientras este núcleo se mantuviera más o menos intacto la agrupación popular subsistiría, pues podría ir aglutinando y dando cohesión a elementos heterogéneos en un proceso de etnogénesis continua

   

 

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(WENSKUS, 1961). Es decir, estos conjuntos populares se iban mutando constantemente como consecuencia de los diferentes procesos de conquista y asentamiento en los diversos ámbitos provinciales del Imperio. Por lo tanto, estamos hablando de agrupaciones multiétnicas en continuo proceso de cambio que van asimilando constantemente nuevos grupos o conjuntos populares tomando el nombre del más poderoso entre ellos (WENSKUS, 1961), como en el caso de los ‘Suevos’ durante su periplo por la Gallia o de los Vándalos durante su efímero paso por Hispania (PAMPLIEGA, 1998). Esta nueva visión del ‘mundo germánico’ ha influido notablemente en la investigación arqueológica, especialmente en el norte y centro de Europa. Una aplicación para la Península de las teorías de Wenskus, tras los trabajos pioneros de García Moreno, lo constituye la tesis doctoral de Javier Pampliega (GARCÍA MORENO, 1991; PAMPLIEGA, 1998). En efecto, actualmente se cuestiona abiertamente la identificación étnica de la cultura material de estos conjuntos tan heterogéneos, lo que hace muy difícil su adscripción estricta a un único pueblo que haya permanecido inalterable a lo largo del tiempo. Así, la arqueología centroeuropea no habla ya de masivos procesos de colonización con cambios irreversibles en las poblaciones locales, sino más bien al contrario de la preeminencia mayoritaria de la población local sobre la foránea, y aún dentro de ésta de un profundo mestizaje y de su composición muy heterogénea. Si a la profunda romanización y aculturación de la que han sido objeto Germanos y Bárbaros a lo largo de siglos de continuos movimientos y migraciones, añadimos el complejo y dinámico mecanismo de conformación de agrupaciones multiétnicas profundamente jerarquizadas y militarizadas que se aceleró en los siglos IV y V, el resultado dista mucho de las visiones monolíticas y estereotipadas que han llevado a simplificar abusivamente la interpretación del registro material y, concretamente, de los ritos y costumbres funerarios de estas Gentes como elemento inequívoco de ‘identidad étnica’. Quizás la cuestión no sea tanto el obsesionarse con la identificación, a partir del registro arqueológico en lo que respecta al ámbito funerario, del ‘DNI étnico’ de los individuos enterrados en la necrópolis hispanas de los siglos V y VI, sino la de ser capaces de diferenciar, simplemente, entre costumbres y ritos de tradición hispano-romana y aquellos de procedencia ‘foránea’. Y ello tanto si se trata de un ‘germano’ enterrado more romano o de un romano inhumado more barbarico.

   

 

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3. La coexistencia de ritos y costumbres funerarias hispano-romanas y ‘foráneas’ en el siglo V. La referencia cronológica y tipológica con la que contamos para el análisis de los elementos de vestimenta personal de procedencia foránea en la Península es, como indicábamos anteriormente, la tabla elaborada por Gisella Ripoll a partir de análisis del material de diferentes necrópolis meseteñas y de las tumbas que presentarían ‘hallazgos cerrados’ (RIPOLL, 1991). Uno de los problemas, también ya señalados, que plantea esta propuesta de cronología y tipología, además de estar fundamentada en materiales procedentes de necrópolis excavadas de antiguo y de su estrecha dependencia de los acontecimientos históricos, es el hecho de comenzar, en lo que se denomina como ‘Nivel II’, a finales del siglo V/comienzos del VI, momento en el que las fuentes sitúan la entrada masiva de los Godos en la Península. Dejando, por lo tanto, fuera de la misma el ‘Nivel I’, aquel que correspondería precisamente al siglo V y a la primera llegada e instalación de poblaciones foráneas de procedencia y filiación germánica a Hispania. Antes de comenzar por el problema planteado por ese ‘misterioso’ siglo V en la Arqueología funeraria peninsular, recordemos que uno de los elementos distintivos de las ‘sociedades germánicas’, y que ha de ser tenido siempre en cuenta en todo análisis arqueológico riguroso de los ritos y costumbres funerarios, es la importancia concedida al traje o vestimenta femenina como portadora y depositaria de la tradición ancestral de un grupo o pueblo determinado; sufriendo, en este sentido, menos los cambios ligados a los procesos de aculturación y especialmente los cambios de moda, en el vestido (WERNER, 1970). Paradójicamente, es el hombre el más permeable a estos cambios, especialmente con su incorporación de la parafernalia militar romana a su vestimenta. Por esta razón, encontramos en las tumbas femeninas aquellos ajuares más ricos que permiten identificar mejor los rasgos característicos de una determinada agrupación o conglomerado étnico. Por ejemplo, el par de fíbulas (peplos) (Fig. 77) sobre la espalda sería un rasgo distintivo de ascendencia y filiación goda.

   

 

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Fig. 77. Vestimenta femenina entre los germanos orientales (izquierda) y entre los germanos occidentales (derecha) según MENGHIN, 1998 (KAZANSKI-PERIN, 2008).

La llegada de las primeras poblaciones foráneas a Hispania (los Vándalos, Suevos y Alanos mencionados por Hidacio de Chaves en su crónica) no se ha traducido nunca, desde una perspectiva estrictamente arqueológica (con excepción de los trabajos de König: KÖNIG, 1980, 1981), en la plasmación real de lo que este autor denominó, siguiendo la tradición historiográfica de corte etnicista, como el ‘primer horizonte germano en la Península’ a través de la habitual relación entre las zonas de asentamiento con los materiales funerarios hallados en diferentes zonas del oeste (Galicia y Portugal), este (Cataluña) y sur peninsular (Andalucía). Es evidente, como veremos, que se trata de un conjunto de objetos cuantitativamente menor que el hallado para los siglos VI y VII en el centro de la Península. Sin embargo, estudios recientes sobre el mismo plantean nuevas interpretaciones que insisten más en su importancia cualitativa al relacionarlos con otros materiales meseteños que también se enmarcan cronológicamente en los dos primeros tercios del siglo V (EBEL-ZEPEZAUER, 1994, 1997, 2000;

   

 

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BIERBRAUER, 1994; KAZANSKI-PERIN, 2006; LÓPEZ QUIROGA, 2001, 2004, 2005). Pero, además de la llegada de poblaciones de procedencia foránea a partir del 409/411, bien atestiguadas a través de las fuentes, se tiene constancia de la llegada a la Península de todo un conjunto heterogéneo de laeti o colonos militares de ‘etnia germano-danubiana’ (Alanos, Cuados, Vándalos y Marcomanos procedentes de Panonia) con una conciencia étnica muy débil, cuando no prácticamente inexistente. Un hecho fundamental, y que para el siglo V es crucial a la hora de interpretar este tipo de materiales, es la presencia de elementos militares de origen bárbaro en el ejército romano del Bajo Imperio (PAMPLIEGA, 1998; GARCÍA MORENO, 1991). De hecho, esta integración de los Bárbaros en el ejército romano ha servido para explicar la aparición de materiales de procedencia danubiana fechados entre el 375 y el 450, correspondientes a los niveles D2 y D3 de Tejral, tanto en Gallia como en Hispania (TEJRAL, 1999; KAZANSKI, 1996, 2000; LÓPEZ QUIROGA, 2001, 2004, 2005; LÓPEZ QUIROGACATALÁN RAMOS, e. p. a). El principal problema que se ha planteado con estos objetos es el de su asociación con los diferentes grupos que llegaron a la Península a comienzos del siglo V. La respuesta al mismo no es homogénea, puesto que se trata de un material que siendo de clara procedencia ‘foránea’ no es posible adscribir con claridad a ningún conjunto popular específico, habiendo, no obstante, unanimidad entre la investigación especializada en considerarlo como representativo de un tipo social característico: las elites de carácter militar que conformaban el conglomerado multiétnico de las gentes que llegaron y se asentaron en la Península en el siglo V, reflejadas en el registro material en lo que se ha denominado como ‘tumbas principescas’, como, por ejemplo, la documentada en Untersiebenbrunn* que marca el prototipo de este horizonte cronológico-cultural en Occidente (Fig. 78).

   

 

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Fig. 78. Tumba femenina de Untersiebenbrunn (MASTYKOVA-KAZANSKI, 2006).

   

 

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3. 1. El ‘horizonte póntico-danubiano-hispano’ La visión de conjunto de determinados objetos, tanto de la meseta central como de otras áreas peninsulares, permitiría establecer para el siglo V un bloque, más o menos homogéneo, para el siglo V, que se identificaría, si empleamos la terminología característica de la ‘Escuela alemana’, como el ‘nivel I’ en la Península Ibérica y que podríamos denominar como horizonte pónticodanubiano-hispano, con dos fases bien diferenciadas en función del tipo de materiales que corresponden a cada una de ellas:

3. 1. 1. El Nivel I A (1ª ½ del siglo V). El Nivel I A, correspondiente a la primera mitad del siglo V, estaría conformado por elementos de vestimenta personal pertenecientes a lo que se denominan como ‘tumbas principescas’ en Beiral (Fig. 83), Beja (Fig. 82), Granada (Fig. 96 _7_), Bueu (Fig. 96_1_), Barcelona (Fig. 96_4_), Mérida (Fig. 81) y en la Valleta del Valero (Soses, Lérida) (Fig. 84), correspondientes al horizonte D2 y D3 de la cronología elaborada por Tejral para el material centroeuropeo y situados en la primera mitad del siglo V (TEJRAL, 1988, 1997a, 1999; LÓPEZ QUIROGA, 2001, 2004). Estas piezas podrían ser suevas, vándalas, alanas, sármatas (KAZANSKI, 1996; LÓPEZ QUIROGA, 2001, 2004; LÓPEZ QUIROGA-CATALÁN RAMOS, e. p. a) o, incluso, no pertenecer a ninguno de estos conjuntos poblacionales y formar parte, simplemente, de los elementos de vestimenta personal de individuos ‘bárbaros’ que conformaban contingentes multiétnicos de carácter militar (LÓPEZ QUIROGA, 2005). Se trata, en todos los casos, de piezas de oro, algunas de ellas con decoración ‘cloissonné’ y almandinas (hebillas, broches de cinturón, collares en oro, fíbulas o empuñaduras de espadas), idénticas a las halladas en la cuenca media del Danubio (en el área del limes renano-danubiano) y con origen común en el Póntico. El conjunto de materiales documentados en la tumba femenina de carácter ‘principesco’ de Untersiebenbrunn (Fig. 79 y 80) da nombre, como hemos indicado, a este horizonte ‘póntico-danubiano’, puesto que los elementos que lo configuran constituyen los ‘fósiles directores’ que identificarían, según la terminología comúnmente empleada por los especialistas, lo que se conoce

   

 

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como ‘tumbas principescas’ o de elites bárbaras, en un claro e indudable contexto militar, como, con toda probabilidad, acontece en la Península Ibérica en la primera mitad del siglo V (LÓPEZ QUIROGA, 2001, 2004, 2005b).

Fig. 79. Sepultura femenina de Untersiebenbrunn (MASTYKOVA-KAZANSKI, 2006, 474, Fig. 188).

   

 

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Fig. 80. Sepultura femenina de Untersiebenbrunn (MASTYKOVA-KAZANSKI, 2006, 474, Fig. 189).

Conformarían, por lo tanto, lo que denominamos como horizonte ‘pónticodanubiano-hispano’, directamente relacionado con la presencia de contingentes militares godos muy romanizados, además de individuos pertenecientes a otros ámbitos culturales vinculados a grupos de germanos (orientales y occidentales) y de bárbaros, y que se extendería a lo largo de todo el siglo V (BARROSO

   

 

CABRERA-LÓPEZ QUIROGA-MORÍN QUIROGA-CATALÁN RAMOS, e. p. a).

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DE

PABLOS,

2006a;

LÓPEZ

Un problema, crucial, para no pocos de estos objetos, no todos documentados en un claro contexto funerario, es que proceden en su mayor parte de hallazgos fortuitos, cuando no resultado de una actividad furtiva, y sin contexto estratigráfico fiable o completamente ausente. No son, en este sentido, ‘hallazgos cerrados’, basándose su atribución cronológica exclusivamente en la tipología y en los paralelos con otras áreas geográficas. La notable excepción, y precisamente por ello comenzamos con esta necrópolis, con respecto al conjunto de elementos de vestimenta personal pertenecientes al ‘horizonte póntico-danubiano-hispano’ del siglo V en la Península, lo constituyen los materiales hallados en Mérida en la zona conocida como Blanes (Fig. 81), que muestra una serie de tumbas con objetos en claro contexto estratigráfico y pertenecientes a la primera mitad del siglo V (MATEOS CRUZ-SASTRE DE DIEGO, 2009). Lamentablemente, en el momento de elaboración de este trabajo esta necrópolis se encontraba todavía en proceso de estudio, aunque hemos tenido ocasión de ver in situ los materiales que no dejan lugar a dudas de su pertenencia a este horizonte y a inhumaciones de elites ‘foráneas’, constituyendo, en el estado actual de la investigación, el prototipo hispano en lo que respecta al ‘nivel I’ en la Península Ibérica.

Fig. 81. Collar y agujas de oro correspondientes a una inhumación femenina de la 1ª ½ del siglo V d. C. en el área conocida como Blanes en Mérida y perteneciente al horizonte ‘póntico-danubiano-hispano’ (MATEOS CRUZ-SASTRE DE DIEGO, 2009).

   

 

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Ya sin contexto estratigráfico, fruto de hallazgos casuales o del simple expolio, contamos con otra serie de elementos de vestimenta personal* documentados en distintos puntos de la geografía peninsular y que se han vinculado generalmente, sin argumentos convincentes, a grupos de Suevos, Vándalos y Alanos. En primer lugar, el conjunto hallado en Beja (Alemtejo, Portugal) (Fig. 82 y 83) (RADDATZ, 1959), conformado por dos hebillas de cinturón, un broche en oro con decoración de almandinas y cloissonée, además de una spatha*. Al no tratarse de un ‘hallazgo cerrado’ los materiales de Beja plantean lógicos problemas de interpretación en la ausencia de una secuencia estratigráfica. No obstante, y desde el punto de vista de la tipología, la cronología en función de los paralelos con elementos idénticos hallados en la cuenca renano-danubiana y en el Póntico, permiten ubicar temporalmente estas piezas en la primera mitad del siglo V, dentro de lo que hemos definido como ‘horizonte pónticodanubiano-hispano’ (LÓPEZ QUIROGA, 2004).

Fig. 82. Conjunto de hebillas de cinturón y broche en oro, con almandinas y cloisonée procedentes de Beja (Portugal), correspondientes al horizonte ‘póntico-danubiano’ en la Península Ibérica, 1ª ½ del siglo V d. C. (Fotografía del Museo Arqueológico Nacional, Lisboa).

   

 

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Fig. 83. Hebilla de cinturón en oro, con cloissonée y almandinas, procedente de Beja (Alemtejo, Portugal), correspondiente al ‘horizonte póntico-danubiano-hispano’ (MATTOSSO, 1997, 338).

En segundo lugar, la necrópolis tardo-romana de Beiral (Ponte de Lima, Portugal) (LÓPEZ QUIROGA, 2001). Se trata de un área cementerial compuesta por una veintena de sepulturas de forma trapezoidal. Los materiales se hallan diseminados entre el Museo de Etnografía e Historia de Douro Litoral de Oporto y el Museo Arqueológico de Lisboa, con algunas piezas actualmente en paradero desconocido, circunstancia ésta que añadida a la ausencia de un contexto estratigráfico no permiten una valoración clara del conjunto (VIANA, 1961; RIGAUD DE SOUSA, 1979: 293-303; LÓPEZ QUIROGA, 2001). Aún así, merece la pena destacar la aparición de un anillo de oro con decoración cloisonné en forma de flor compuesto de 17 piedras de color granate dispuestas alrededor de un disco central (Fig. 84) y un gran collar de oro con paralelos en las ‘tumbas principescas’ danubianas de la primera mitad del siglo V (Fig. 85) (HATT, 1965).

Fig. 84. Anillo de oro con decoración cloissonnée de la necrópolis de Beiral (Ponte de Lima, Portugal), primera mitad del siglo V (MATTOSSO, 1993, 335).

   

 

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El collar tiene cierta semejanza con piezas halladas en otros lugares de Europa relacionadas con lo que en la bibliografía centroeuropea se conoce como horizonte Untersiebenbrunn o también horizonte Smolin o Kosino, piezas relacionadas con la moda imperante entre la aristocracia bárbara protodanubiana de finales del siglo IV y comienzos del V (KAZANSKI, 1989). Entre los paralelos puede citarse un ejemplar hallado en una sepultura femenina de Hochfelden (Bajo Rhin, Francia) (Fig. 80), en un ejemplar del segundo tercio del siglo V hallado en Bakodpuszta (Hungría) (Fig. 82) (GORAM-KISS, 1992: 41 nº 31), en otro procedente de Kertsch, fechado por Bierbrauer hacia el 400 (Fig. 82) (BIERBRAUER, 1991: 563, Fig. 14,4) y en otro descubierto en una sepultura femenina de Untersiebenbrunn (Baja Austria) (Fig. 80), junto a la antigua Carnuntum, capital de la Panonia I, del primer tercio de la quinta centuria (WIECZORECK-PERIN, 2001: 108-111).

Fig. 85. Collar de oro procedente de Beiral (Ponte da Lima, Portugal) perteneciente al horizonte ‘póntico-danubiano hispano’ (1ª ½ del siglo V d. C.) (Fotografía del Museo Arqueológico Nacional, Lisboa).

Estos hallazgos del área centroeuropea se corresponden con los ‘niveles D2 y D3’ de la clasificación de Tejral, es decir, al periodo comprendido entre el 380 y el 480 d. C (TEJRAL, 1990; 1997, 1999). En función de estos paralelos, el collar de Beiral debería incluirse en el ‘nivel D2’ de Tejral correspondiéndose con el ‘horizonte póntico-danubiano-hispano’ (años 380/400-440/450) (LÓPEZ QUIROGA, 2001, 2004, 2005; BARROSO CABRERA-LÓPEZ QUIROGAMORÍN DE PABLOS, 2006a; LÓPEZ QUIROGA-CATALÁN RAMOS, e. p a).

   

 

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Para la necrópolis de Beiral, podría postularse una relación con elementos vándalos, tal como se ha hecho en relación a otros hallazgos peninsulares o del Norte de África, sin excluir tampoco otras posibilidades como la de su relación con la llegada de grupos de suevos o alanos, o incluso la de una tumba en costume princier de tipo danubiano (aunque con ausencia de las fíbulas características de la moda danubiana) correspondiente a la esposa de un jefe militar bárbaro al servicio de Roma (LÓPEZ QUIROGA, 2001). Otro collar morfológicamente similar al de Beiral es el encontrado en 1950 por un particular, por lo tanto sin contexto estratigráfico, en la localidad de Valleta del Valero (Soses, Lleida) (PINAR, 2006-07) (Fig. 86). El collar está conformado por una cadena de malla en hilo de oro trenzada en forma de espiga y de la que cuelgan 20 agujas fusiformes también de oro1. Inicialmente, en los años cincuenta, este collar fue vinculado a la orfebrería ibérica y ubicándolo cronológicamente hacia los siglos II-III a. C. (MALUQUER, 1950, 1954) y más recientemente como una manifestación de la orfebrería prehistórica (PINGEL, 1992).

Fig. 86. Collar de oro hallado en la Valleta del Valero (Soses, Lleida), 1ª ½ del siglo V, correspondiente al horizonte ‘póntico (PINAR, 2006-07).

Al igual que los objetos hallados en Beiral y Beja, el collar de la Valleta del Valero evidencia paralelos idénticos con un pequeño grupo de piezas documentadas en diversas tumbas femeninas del centro y este de Europa como en Hochfelden (Bajo Rin, Francia), Untersiebenbrunn (Baja Austria), Kerc-Gospital’naja (Crimea, Ucrania) y Bakodpuszta (Hungría) (HATT, 1965;                                                                                                                         1

 Descripción, peso y medidas del collar en PINAR, 2006-07, 212-213.  

   

 

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KUBITSCHEK, 1911; ZASECKAJA, 1993; KISS, 1983), además del propio collar de Beiral (LÓPEZ QUIROGA, 2001). El contexto arqueológico de las tumbas de Hochfelden y Untersiebenbrunn, conformado por fíbulas de tipo trilaminar (como acontece en el área funeraria de Blanes, en Mérida) y recipientes de vidrio, sitúa estos conjuntos en la primera mitad del siglo V y, concretamente, en nivel D2 de Tejral (TEJRAL, 1988, 1997a, 1997b).

Fig. 87. Collares de oro con colgantes fusiformes de 1: Hochfelden; 2: Untersiebenbrunn (PINAR, 2006-07, Fig. 4).

Fig. 88. Collares de oro con colgantes fusiformes de 1: Kerc-Gospital’naja; 2: Bakodpuszta (PINAR, 2006-07, Fig. 5).

   

 

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El collar de la Valleta del Valero constituye un ejemplo paradigmático del sinsentido de la búsqueda de atribuciones de carácter identitario para los objetos que puedan ser susceptibles de vincularse a un origen foráneo. Es más, y en este caso concreto, lo más probable como ha sido señalado es que el collar haya sido elaborado en un taller romano en cualquier punto del mediterráneo (PINAR, 2006-07). Ahora bien, los paralelos de esta pieza, en contexto funerario, son indudablemente tumbas femeninas de ‘tipo principesco’ que se vinculan con Germanos y/o Bárbaros (TEJRAL, 1988, 1997a, 1997b), aunque si seguimos el mismo enfoque crítico con estos materiales nada impediría que se pudiese pensar que una romana pudiese haber llevado esos collares (LÓPEZ QUIROGA, 2001, 2004). Ignoramos, en todo caso, si el collar de la Valleta del Valero estuvo o no en una tumba, por lo que no conviene caer en la mera especulación imaginativa, limitándonos a constar su presencia y a subrayar su cronología que se enmarca en la primera mitad del siglo V. De lo que no cabe ninguna duda es de su relación con objetos idénticos, en contextos funerarios y correspondientes a tumbas femeninas, del área póntico-danubiana.

   

 

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Fig. 89. Sepulturas femeninas de: A: Untersiebenbrunn, B: Hochfelden; C: Bakodpuszta (PINAR, 2006-07, Fig. 8).

   

 

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Dentro de este escaso conjunto de hallazgos puede citarse también un collar de perlas de ámbar en forma de champiñón, según la terminología acuñada por Magdalena Maczynska (TEMPELMANN-MACZYNSKA, 1985), procedente de una tumba femenina de la necrópolis tardo-romana de la ‘Rúa do Hospital’, en Vigo (Pontevedra) (Fig. 90) (CASAL GARCÍA-PAZ LOBEIRAS, 1997; LÓPEZ QUIROGA, 2001).

Fig. 90. Cuentas de collar con forma de champiñón interpretadas tradicionalmente como ‘suevas’ (Vigo, Pontevedra) y que se corresponden con el ‘horizonte póntico-danubiano hispano’ en la Península Ibérica (Nivel I, 1ª ½ del siglo V. d. C.) (CASAL GARCÍA-PAZ LOBEIRAS, 1997, 2.3).

Su cronología, claramente de comienzos del siglo V (o incluso de finales del IV), y su contexto, claramente tardo-romano, no permiten en ninguno de los casos una atribución a los Suevos y, sin embargo, se ha publicado como ‘collar suevo hallado en Vigo’. La verdad es que es completamente imposible el determinar la identidad étnica de la mujer que portaba ese collar y que podría ser tanto una ‘galaico-romana’, una sueva, una vándala o ninguna de esas posibilidades (LÓPEZ QUIROGA, 2001). Se trata, eso si, de un ejemplar único, sin paralelos conocidos dentro de la península, que aparece dentro de contextos claramente romanos (HIDALGO CUÑARRO-VIÑAS CUE, 1998). Este último detalle se repite en todos los lugares donde se encuentra documentado este tipo de collares. La cronología de estas piezas es ciertamente amplia y abarca desde los niveles C1 (160/180-260/270) hasta el D (finales del siglo IV o comienzos del V) (TEMPELMANN-MACZYNSKA, 1985; LÓPEZ QUIROGA, 2001). Existen paralelos suficientes como para hacer pensar que esta última cronología es la que cuadra para el collar vigués. Quizá el problema más importante que suscita este grupo de piezas no sea tanto su cronología como su propia naturaleza dentro de un mundo en constante agitación étnica. O,

   

 

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dicho con otras palabras, el problema de la adscripción étnica de las mismas: ¿se trata de un objeto de adorno personal perteneciente a un sujeto ‘germano’ integrado en el mundo local romano o, por el contrario, nos encontramos ante un objeto de origen germano utilizado por un romano-provincial? La cuestión, lógicamente, no resulta fácil de dilucidar. En el caso de los collares de ámbar en forma de champiñón es característica de los adornos personales de las sepulturas femeninas de los germanos occidentales que habitaban las riberas del Elba, en las regiones centrales del Germania Libera*. Maczynska señala también su aparición entre los hallazgos pertenecientes a la Cultura de Cernjahov* (como en la necrópolis de Petrikivcy, Fig. 91) especialmente importantes en el área oriental de Pomerania, en la denominada cultura de Wielbark* y en el grupo Maslomecz (KAZANSKI, 1990/91: 113; MACZYNSKA, 1997: 104-105; LÓPEZ QUIROGA, 2001, 2004). Probablemente estas tres culturas hayan jugado un importante papel en el desarrollo del comercio de este tipo de piezas a juzgar por el origen del material: el ámbar europeo, como se sabe, es en su mayor parte originario de esta parte del viejo continente.

Fig. 91. Collar de ámbar con cuentas de collar en forma de champiñón de la necrópolis de Petrikivcy (tumba 19), perteneciente a la cultura de Cernjahov (MASTYKOVAKAZANSKI, 2006, 318, Fig. 33, 16).

   

 

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El peine hallado en Castro Ventosa (Cacabelos, El Bierzo, León), se enmarcaría también en este primer nivel correspondiente al siglo V, y concretamente al ‘nivel I A’, constituyendo un ejemplo peninsular de los materiales pertenecientes a la Cultura de Cernjahov-Sintana Mures* (Fig. 92). Las excavaciones realizadas en la puerta de entrada del asentamiento, identificado con el castrum bergidum, han permitido documentar, en niveles correspondientes a los siglos V al VII, un peine junto con diversos materiales cerámicos (entre ellos cerámica estampillada), bronces y una moneda de Claudio II ‘El Gótico’. El contexto cronológico del peine lo sitúa en la primera mitad del siglo V. Por su tipología y correspondientes paralelos es posible vincular esta singular pieza (única en su género para esta cronología en toda la Península) con lo que en la arqueología centroeuropea se conoce como Cultura de CernjahovSintana Mures, que se relaciona con el ámbito Godo en una de sus últimas fases, bien conocidas a partir de numerosas tumbas en las que este tipo de peine forma parte de los ajuares y elementos de vestimenta que acompañan al difunto (Fig. 93 y 94).

Fig. 92. Peine de Castro Ventosa (Cacabelos, El Bierzo, León) (Fotografía cedida por el Museo Arqueológico de León).

   

 

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Fig. 93. Objetos hallados en tumbas y hábitat de la cultura de Cernjahov reciente y entre ellos un peine en hueso como el de Cacabelos (Fig. 8) (KAZANSKI, 1991b, 21, Fig. 2).

   

 

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Fig. 94. Objetos característicos de la cultura de Cernjahov documentados en la cuenca media del Danubio y entre ellos peines como el hallado en Cacabelos (Fig. 2, 6, 7 y 12) (KAZANSKI, 1991b, 24, Fig. 5).

   

 

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Este conjunto de hallazgos vienen a sumarse a una serie de objetos de difícil encuadramiento, y sin contexto arqueológico, hallados en otras partes de la Península, entre los que cabría destacar: - un broche de cinturón, erróneamente identificado en función de la consabida interpretación de corte etnicista como suevo, hallado en Baamorto (Monforte de Lemos, Lugo) (Fig. 95) (KOCH, 1999), similar, en cuanto a tipología y desde luego cronología, al documentado en la necrópolis de Duratón (Segovia) (Fig. 95).

Fig. 95. Izquierda: broche de cinturón de Baamorto (Monforte de Lemos, Lugo); Derecha: broche de cinturón de la tumba 477 de la necrópolis de Duratón (Segovia) (KOCH, 1999, 160, Fig. 2 y 163, Fig. 3).

- un fragmento de espada procedente de una sepultura de Beja (Alemtejo, Portugal) (Fig. 96), considerada por Kazanski parte del ajuar de un ‘bárbarooriental’ al servicio del Imperio (RADDATZ, 1959; KAZANSKI, 1991b). Un ejemplar que se puede situar en la primera mitad del siglo V (LÓPEZ QUIROGA, 2004, 2005, 2009; LÓPEZ QUIROGA-RODRÍGUEZ CATALÁN, e. p. b.). Se trata de una espada de grandes dimensiones, gran calidad y que presenta una decoración muy cuidada, en la que se han empleado elementos tan valiosos como el oro y la pedrería. Este tipo de espadas son muy poco frecuentes, ya que apenas hay unos pocos ejemplares en toda Europa, y debieron de pertenecer a personajes de un rango elevado ya sea en el Imperio o bien fuera de el. Los paralelos de esta espada se encuentran en lugares tan lejanos como Hungría (Pannonhalma) o en diversas necrópolis de las zonas

   

 

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anexas al Mar Negro (Chapka-Verine Kholm) asociadas a una presencia de poblaciones alano-sármatas, en una de las zonas teóricamente bajo control de los alanos, lo que permitiría especular sobre una posible adscripción a este grupo de ascendencia iranófona. Además, el hecho de que esta espada sea el único elemento de militaria procedente de esta sepultura refuerza esta posible atribución, ya que es bien conocida la costumbre entre los Alanos de llevar únicamente la espada como representación del resto del equipamiento militar y del estatus de guerrero del difunto. La posible asociación de esta spatha a la cultura material alano-sármata ya ha sido tenida en cuenta por varios autores (LEBEDYNSKY, 2005; KAZANSKI, 2001; LÓPEZ QUIROGA, 2001, 2004, 2005, 2009).

Fig. 96. Spatha de Beja (Alemtejo, Portugal)

- un puñal conservado en el Museo Arqueológico de Barcelona (Fig. 95), (ALMAGRO, 1951) (Fig. 97) y que comparte similares características con la spatha de Beja (Fig. 96). Se trata de un puñal, del que apenas se conserva la parte superior de la empuñadura decorada con incrustaciones de colores, y que debe de ser situado cronológicamente en la primera mitad del siglo V. Es indudable que guarda un gran parecido con la daga del rey franco Childerico, descubierta en Tournai en 1653, por lo que es fácil atribuir su vinculación a grupos del más alto rango social. Desafortunadamente, la ausencia total de contexto arqueológico hace difícil precisar más acerca de su cronología, que se ha venido situando entre los siglos V y la primera mitad del VI (ALMAGRO, 1951). En cualquier caso, es evidente el fuerte significado social que conllevan tanto los puñales del tipo sax como el ejemplar de Barcelona, ya que, como

   

 

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señalamos cuando hablábamos de la Gallia, debieron ser el testimonio de la pertenencia del difunto al grupo de los ‘hombres libres’ (en el caso de los sax*) o a una elite reducida del más alto nivel, en el caso del puñal de Barcelona (LÓPEZ QUIROGA, 2004, 2005; LÓPEZ QUIROGA-CATALÁN RAMOS, e. p. b.).

Fig. 97. Puñal del Museo Arqueológico de Barcelona (ALMAGRO, 1951)

- Un collar de oro con colgantes luniformes procedente de Granada (Fig. 98). Este collar se localizó en 1890 en el área de ‘El Albaicín’ y fue donado al Museo Arqueológico y Etnográfico de Granada, en el año 2000 (hoy en paradero desconocido). Podría haber formado parte de los elementos de vestimenta de una tumba probablemente femenina, aunque su completa descontextualización hace que cualquier suposición sea meramente especulativa. El collar evidencia paralelos directos con ejemplares similares hallados en las necrópolis de Tanaïs, Lucistoe, Bakla, Kupcyn-Tolga (Fig. 99), Gradeska (Fig. 100) o Thuburbo-Majus (Fig. 101) y su adscripción cronológica se debe situar en torno al primer cuarto del siglo V, concretamente en el periodo D2 de Tejaral y se enmarca, por lo tanto, en el ‘horizonte pónticodanubiano-hispano’ (TEMPELMANN-MACZYNSKA, 1986; LÓPEZ QUIROGA, 2004; MASTYKOVA-KAZANSKY, 2006).

   

 

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Fig. 98. Collar de oro con colgantes ‘luniformes’ de Granada-Albaicín (TEMPELMANNMACZINSKA, 1986).

Fig. 99. Collar con colgantes de tipo ‘luniforme’ asociados a la cultura sármata correspondiente al tumulus 27, sepultura 1 de la necrópolis de Kupcyn-Tolga (MASTYKOVA-KAZANSKI, 2006, 305, Fig. 11).

Fig. 100. Collar con colgantes de tipo ‘luniforme’ asociados a la cultura sármata correspondiente a la tumba 26 de Gradeska (MASTYKOVA-KAZANSKI, 2006, 305, Fig. 11).

   

 

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Fig. 101. Elementos de vestimenta personal de Thuburbo-Majus (MASTYKOVAKAZANSKI, 2006, 303, Fig. 8).

   

 

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Nivel I A

1

2

4

3

5  

6

Nivel  I  A:  1-­‐Baamorto  (Monforte  de  Lemos,  Lugo),  2  y  5:  Beja  (Alemtejo,  Portugal),    3:  Necrópolis  de  Beiral  (Ponte  de   Lima),  4:  Museo  de  Barcelona.,  6:  Castro  Ventosa  (Cacabelos,    El  Bierzo,  León).  

Fig. 102a. Nivel I A (siglo V) correspondiente a los elementos de vestimenta personal de procedencia ‘foránea’ hallados en la Península Ibérica y pertenecientes al ‘horizonte póntico-danubiano-hispano’, según LÓPEZ QUIROGA.

   

 

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Nivel I A

7

8

      9    

 10

11  

Nivel   I   A:   7:   Rúa   Hospital   (Vigo,   Pontevedra),     8:   Albaicín   (Granada),   9:   Necrópolis   de   Beiral   (Ponte   de   Lima,   Portugal),    10:  Mérida  (Badajoz),  11:  La  Valleta  del  Valero  (Soses,  Lleida).  

Fig. 102b. ‘Nivel I B’ (siglo V) correspondiente a los elementos de vestimenta personal de procedencia ‘foránea’ hallados en la Península Ibérica y pertenecientes al ‘horizonte póntico-danubiano-hispano’, según LÓPEZ QUIROGA.

   

 

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3. 1. 2. Nivel I B (2ª ½ del siglo V). El Nivel I B, que se correspondería aproximadamente con la segunda mitad del siglo V, conforma un grupo más o menos homogéneo de fíbulas del tipo Armburstfiblen* y Bügelknopffibeln*. Este tipo de fíbulas de arco, de técnica trilaminar, denominadas genéricamente ‘fíbulas de arco y charnela’, aunque en realidad no es tanto un arco o charnela lo que articula la aguja sino un muelle o resorte de longitud variada y no muy diferente al que se documenta en fíbulas de la Edad del Hierro. Las ‘fíbulas de ballesta’ (Armbrustfibeln) y las ‘fíbulas de arco con cabeza’ (Bügelknopffibeln) se definen por un tipo concreto de resorte, en forma de ballesta, con la diferencia de que mientras las primeras muestran el arco desnudo, las segundas llevarían una pequeña cabeza esférica o poligonal en el extremo, que en ocasiones puede tener forma anillada recibiendo el nombre en este caso de Bügelringfibel (SCHULZEDÖRRLAMM, 1986). Schulze-Dörrlamm, quien ha realizado el trabajo de sistematización y tipología para estas fíbulas de bronce y hierro fundamentalmente, diferencia hasta treinta tipos (SCHULZE-DÖRRLAMM, 1986)2. Este tipo de fíbulas se han documentado, para la Península Ibérica, en: Conimbriga (Condeixa-a-Velha) (Fig. 106), El Carpio del Tajo (Toledo) (Fig. 105), Duratón (Segovia) (Fig. 103 y 104), Castiltierra (Segovia), Madrona (Segovia) (Fig. 105), Espirdo (Valladolid), Herrera de Pisuerga (Palencia), Gózquez (Madrid), Tinto Juan de La Cruz (Madrid), Camino de los Afligidos’(Alcalá de Henares, Madrid) (Fig. 107), Los Santos de la Humosa (Madrid) (Fig. 109), ‘Ventosilla y Tejadilla’ (Segovia), Valdíos de Portezuelo (Cáceres), Cáceres el Viejo (Cáceres), Zarza de Granadilla (Cáceres), Cerro de San Juan (Briviesca, Burgos), Torrente de Cinca (Huesca), Pazo de Antas de Ulla (Lugo), Dehesa de Las Tiendas (Mérida, Badajoz) (Fig. 108), Vall d’Uxó (Castellón) (Fig. 108), Falperra (Braga, Portugal) (Fig. 108), La Cruz del Negro (Carmona, Sevilla) (Fig. 108), Iglesia de San Ildefonso (Zamora), Alovera (Guadalajara), Equinox (Alcalá de Henares, Madrid), Teatro romano de Cartagena (Murcia) (Fig. 109).                                                                                                                         2

Entre las ‘fíbulas de ballesta’ (Ambrustfibeln) estarían los tipos: Ramersdorf, Prag, Viminacium, Miltenberg, Rathewitz, West Stow, Ozingell, Rohrbeck, Slizany, Ruuthsbo, Siscia, Nassau, Thuburbo, Maius, Invillino, Lauriacum, Duratón, Estagel, Schönwarling, Rouillé y Kiev. Entre las ‘fíbulas de arco’ (Bügelknopffibeln) tendríamos los tipos: Ulm, Desana, Saint-Germain, Altenerding, Conimbriga, Gurina, Grepault y Aachen. Mientras que entre las ‘fíbulas de anillo’ (Bügelringfibeln) tendríamos los tipos: Mucking y Glaston (SCHULZE-DÖRRLAMM, 1986).

   

 

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No se trata, evidentemente, de un elenco completo de las ‘fíbulas de ballesta’ y las ‘fíbulas de arco’ conocidas para la Península. No hay que olvidar que este tipo de fíbulas por su gran similitud tipológica con idénticas piezas de la Edad del Hierro e incluso de época romana, pueden haber sido catalogadas como tales aunque su cronología sea muy posterior. Además, sin duda, en los fondos de los Museos españoles y portugueses existen numerosas piezas de este tipo sin catalogar o incorrectamente catalogadas. Es significativo que, del conjunto de fíbulas mencionadas, sean los yacimientos de Duratón (Segovia), con 17 objetos, Conimbriga (Condeixa-a-Velha, Portugal), con 9 piezas y el de Camino de los Afligidos (Alcalá de Henares, Madrid), con 5 fíbulas de este tipo, los que cuenten con un mayor número de ejemplares. Y, curiosamente, en los tres casos estamos en presencia de asentamientos de carácter urbano, muy bien comunicados y de gran relevancia en la tardo-antigüedad peninsular. En aquellos casos bien contextualizados, las ‘fíbulas de ballesta’ y las ‘fíbulas de arco’ se asocian, generalmente, con otros elementos de vestimenta característicos como son los broches de cinturón de placa rectangular con cabujones o mosaico de celdillas. Esta asociación se documenta en Duratón y Madrona (Segovia) o en El Carpio del Tajo (Toledo), aunque también hay ejemplares que conforman un grupo de hallazgos sueltos totalmente descontextualizados. La relación señalada entre estas fíbulas y los grandes broches de cinturón con celdillas o cabujones sitúa estos elementos de vestimenta en una cronología mucho más temprana que la que los relaciona sistemáticamente con la supuesta entrada masiva de los Godos en la Península a finales del siglo V e inicios del VI. En efecto, ya en su momento tanto Palol, al calificar estas fíbulas como ‘visigodas germánicas’, como Santa-Olalla, al definir estas piezas como pertenecientes al ‘grupo visigodo’, y a pesar de ubicarlas cronológicamente en función de la ‘tesis visigotista’ entre el 480/490 y el 525, intuían en cierta forma una ubicación temporal mucho más temprana que la que correspondería a otros elementos de vestimenta claramente situados en el siglo VI (MARTÍNEZ SANTA-OLALLA, 1934; PALOL, 1950). En sentido contrario se han manifestado otros investigadores, y entre ellos Gisella Ripoll, al considerar que estas fíbulas serían producciones industriales

   

 

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de época romana, viendo en su presencia en las necrópolis consideradas de ‘época visigoda’ un síntoma del proceso de aculturación de los Godos en su contacto con el mundo romano (RIPOLL, 1985, 1987). La cronología establecida por Schulze-Dörrlamm sitúa las ‘fíbulas de ballesta’ y las ‘fíbulas de arco’ entre el 390/400 y el 525/530, estableciendo una neta diferencia entre las producciones de los siglos III y IV, al norte del limes en la Germania Libera, y las de los siglos V y comienzos del VI que evidencian una dispersión por todo el mediterráneo. La heterogeneidad tipológica de estas fíbulas es evidente, así como su relación con contingentes mercenarios bárbaros, que serían quiénes llevarían, como integrantes del ejército romano aunque asociados a diversos grupos poblacionales y entre ellos los que se adscriben al ámbito cultural godo y que de forma ininterrumpida penetran en Hispania desde comienzos del siglo V. Por ello, consideramos que la cronología para este conjunto de objetos hispanos es, cuando menos, a partir de mediados del siglo V en consonancia con una mayor presencia y control político y territorial del ejército godo en la Península. Aunque, como ya ha sido señalado por algunos autores, algunos tipos concretos (las fíbulas de muelle con prolongación del arco y las fíbulas de pie vuelto), podrían ubicarse en la primera mitad del siglo V (NUÑO GONZÁLEZ, 1991). De hecho, en la recientemente excavada necrópolis de Mérida (en el área conocida como Blanes y a la que ya hemos hecho referencia anteriormente), se han documentado algunas fíbulas de este tipo que, y en función del claro contexto estratigráfico, se situarían en la primera mitad del siglo V. Más dudas plantea la tajante ‘filiación germánica’, por parte de algunos autores y en el consabido sentido ‘etnicista identitario’ (NUÑO GONZÁLEZ, 1991), de las ‘fíbulas de ballesta’ y de las ‘fíbulas de arco’. Nos encontramos, de nuevo, con un tipo de razonamiento que asocia área de dispersión de hallazgos con las supuestas áreas de asentamiento de Germanos y/o Bárbaros en la Península. En definitiva, este tipo de fíbulas formarían parte del ‘horizonte pónticodanubiano-hispano’, correspondiente al ‘Nivel I B’, ajustándonos a la terminología habitualmente empleada y comúnmente aceptada por la

   

 

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investigación especializada en función de la clasificación crono-tipológica elaborada por Ripoll, a lo largo del siglo V y, concretamente, en su segunda mitad para la gran mayoría de estos materiales. El contexto militar nos parece, a todas luces, evidente, así como su relación con tropas que, aún siendo romanas política e ideológicamente, no esconden una enorme y compleja heterogeneidad poblacional con numerosos grupos de contingentes mercenarios y de soldados Bárbaros. Ahora bien, pretender identificar el ‘DNI étnico’ de cada uno de estos individuos a partir de un tipo concreto de fíbulas con una dispersión geográfica tan amplia y asociada a ámbitos culturales tan diversos y heterogéneos, no hace sino evidenciar, una vez más, los límites de la arqueología en este tema. Algo que, por otra parte, ya Schulze-Dörrlamm, en su pionero y magistral estudio, señaló desde el sugerente y acertado título de su trabajo: ‘¿Romanos o Germanos?’ (SCHULZE-DÖRRLAMM, 1986).

NIVEL I B

   

 

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Fig. 103. Armbrustfibeln y Bügelknopffibeln halladas en la Península Ibérica y pertenecientes al ‘nivel I B’ (horizonte póntico-danubiano-hispano), procedentes de la necrópolis de Duratón (Segovia) (Figuras 1 a 9) elaboradas en bronce (B) y Hierro (H) (NUÑO GONZÁLEZ, 1991, 198, Fig. III).

NIVEL I B

   

 

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Fig. 104. Armbrustfibeln y Bügelknopffibeln halladas en la Península Ibérica y pertenecientes al ‘nivel I B’ (horizonte póntico-danubiano-hispano), procedentes de la necrópolis de Duratón (Segovia) (Figuras 10 a 17) elaboradas en bronce (B) y Hierro (H) (NUÑO GONZÁLEZ, 1991, 199, Fig. IV).

NIVEL I B

   

 

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Fig. 105. Armbrustfibeln y Bügelknopffibeln halladas en la Península Ibérica y pertenecientes al ‘nivel I B’ (horizonte póntico-danubiano-hispano), procedentes de: 1819-20 y 21: El Carpio del Tajo (Toledo), 22 y 23: Madrona (Segovia), elaboradas en bronce (B) y Hierro (H) (NUÑO GONZÁLEZ, 1991, 200, Fig. V).

NIVEL I B

   

 

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Fig. 106. Armbrustfibeln y Bügelknopffibeln halladas en la Península Ibérica y pertenecientes al ‘nivel I B’ (horizonte póntico-danubiano-hispano), procedentes de Conimbriga (Condeixa-a-Velha, Portugal), según DA PONTE, 2001 (NUÑO GONZÁLEZ, 1991, 205, Fig. X).

NIVEL I B

   

 

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Fig. 107. Armbrustfibeln y Bügelknopffibeln halladas en la Península Ibérica y pertenecientes al ‘nivel I B’ (horizonte póntico-danubiano-hispano), procedentes de la necrópolis de Camino de los Afligidos (Alcalá de Henares, Madrid) (Figuras 24 a 28) elaboradas en bronce (B) y Hierro (H) (NUÑO GONZÁLEZ, 1991, 201, Fig. VI).

NIVEL I B

   

 

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Fig. 108. Armbrustfibeln y Bügelknopffibeln halladas en la Península Ibérica y pertenecientes al ‘nivel I B’ (horizonte póntico-danubiano-hispano), procedentes de: 41: Dehesa de las Tiendas (Mérida, Badajoz), 42: Vall d’Uxo (Castellón), 43: La Cruz del Negro (Carmona, Sevilla), 44: Falperra (Braga, Portugal) elaboradas en bronce (B) y Hierro (H) (NUÑO GONZÁLEZ, 1991, 204, Fig. IX).

NIVEL I B

   

 

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Fig. 109. Fíbula de’ arco o charnela’ hallada en el interior de un relleno de un vertedero de ‘época bizantina’, ubicado en el entorno del aditus oriental del teatro romano de Cartagena (Murcia) (VIZCAÍNO SÁNCHEZ, 2007, 23, Fig. 5).

Fig. 110. Fíbula de ‘arco o charnela’ de Los Santos de la Humosa (Madrid) (NUÑO GONZÁLEZ, 1991, 196, Fig. I).

   

 

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A todos estos objetos habría que sumar, además, una serie de ‘fíbulas de cabeza circular y pie alargado’ tipos Smolin y Kosino-Gylavan, así como algunos broches de cinturón de mediados o de la segunda mitad del siglo V con claras semejanzas con otras piezas del área póntico-danubiana (KAZANSKI, 1991). Se trata de un conjunto de fíbulas halladas en diversos yacimientos portugueses como las de la ciudad romana de Conimbriga (Coimbra) (Fig. 111), en Vitória do Ameixal (Estremoz), Fonte-a-Velha (Castelo Branco), Monte Mozinho (Codeixa-a-Nova) y Cerca do ‘Castelo de Sines’. Piezas que Salete da Ponte (DA PONTE, 2001), en su modélico estudio, clasifica como de tipo en P y considera ‘romanas tardías’ en el contexto de unidades militares germanas o bárbaras al servicio de Roma. Todos estos hallazgos conforman un conjunto lo suficientemente numeroso como para permitir hablar de un ‘nivel I’, que denominamos como ‘horizonte pónticodanubiano-hispano’ en la Península Ibérica (Fig. 102a, 102b), al tiempo que describen una imagen de heterogeneidad étnica más acorde con lo que sabemos que fue el periodo final del Imperio romano y la época de las ‘Grandes Migraciones’.

Fig. 111. Fíbula ‘tipo Conimbriga’ perteneciente al Nivel I B (segunda mitad del siglo V d. C.) hallado en el Foro de Conimbriga (DA PONTE, 2001).

Podemos considerar a este ‘nivel I B’ (Fig. 92), que se desarrolla también en los ‘Niveles II y III’ de Ripoll (a lo largo del siglo VI) (Fig. 103 y 107), como vinculado a la cultura de Cernjahov-Sintana de Mures, puesto que la influencia y los paralelos con el registro material de esta horizonte cultural (como observamos el las fíbulas tipo Smolin, Fig.), con el que encontramos en la Gallia, y especialmente en la cuenca del Danubio en la misma época, es obvio (LÓPEZ QUIROGA, 2001, 2004, 2005b; BARROSO CABRERA-LÓPEZ QUIROGA-MORÍN DE PABLOS, 2006a; LÓPEZ QUIROGA-CATALÁN

   

 

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RAMOS, e. p a; PÉREZ RODRÍGUEZ ARAGÓN, 1992, 1996; NUÑO GONZÁLEZ, 1991). Pertenecientes a este Nivel I B, están también las conocidas como Blechfibeln* (Fig. 112) ‘fíbulas de latón con palmetas plateadas’ con pié alargado, generalmente asociadas en pares para colocar en la espalda, por lo que, además de constituir un elemento de ajuar femenino, su ubicación parecería apuntar a su relación con el ámbito cultural godo y, por qué no, a mujeres venidas como esposas de Germanos o de romanos sirviendo o formando parte de tropas oficiales imperiales o de grupos de mercenarios godos al servicio del Imperio venidos para combatir a Suevos, Vándalos y Alanos en sus correrías por Hispania a lo largo del siglo V. Es preciso señalar, además, los paralelos directos con fíbulas idénticas halladas en los campamentos militares de limes renano-danubiano (Fig. 113 y 114) y en el norte de la Gallia (Fig. 115), lo que afianza, más todavía si cabe, esta línea interpretativa que venimos argumentando en conexión con el ejército y con el mundo militar bajo-imperial (BIERBRAUER, 1997; KAZANSKI-PERIN, 1997) (Fig. 113, 114 y 115), máxime teniendo en cuenta, como hemos señalado, que la entrada de contingentes militares asociados al ámbito cultural godo es constante a lo largo de todo el siglo V (KOCH, 2006; LÓPEZ QUIROGA, 2005b; GARCÍA MORENO, 2009).

Fig. 112. Fíbulas ‘tipo Smolin’, del tipo de latón con palmetas plateadas (Blechfibeln), procedentes de la necrópolis de Castiltierra (conservadas en el Museo Arqueológico de Barcelona y en el Instituto ‘Valencia de Don Juan’) correspondientes al ‘Nivel I B’ (segunda mitad del siglo V) (KÖNIG, 1980, Fig. 65).

   

 

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Fig. 113. Evolución cronológica de las fíbulas de latón plateadas halladas en la Gallia en los siglos V y comienzos del VI. 1: Hochfelden, 2: Balleure, 3: vallée de Saône, 4: Strasbourg, 5: Lezoux, 6: Arcy-Sainte-Restitute, 7: Baire-le-Châtel, 8: Saint-Martin-deFontenay, 9: Maule, 10: Nouvion-en-Ponthieu, 11: Vicq, 12: Envermeu, 13: Marchélepot, 14: Brény, 15: Séviac, 16: Rödingen, 17 y 18: Chassemy, 19: Herpes (KAZANSKI-PERIN, 1997, 212, Fig. 10).

   

 

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Fig. 114. Fíbulas de latón con palmetas plateadas asociadas (Blechfibeln) a germanos orientales documentadas en centro-Europa y en el norte de la Gallia: Moldau (1), Siebenbürgen (2), Muntenien (3), Eslovaquia (4, 6 y 10), Hungría (5, 7, 9 y 11), Norte de la Gallia (12 y 13) (MARTIN, 1997, 132-133, Fig. 129).

   

 

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Fig. 115. Fíbulas de ‘tipo danubiano’ del tipo de latón con palmetas plateadas (Blechfibeln) halladas en la Gallia merovingia (KAZANSKI-PERIN, 2008, 211, Fig. 45).

   

 

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La mayoría de estas ‘fíbulas de latón con palmetas plateadas’ (Blechfibeln) se hallan en la zona central de la Península, en la Meseta castellana, lo que ha llevado a interpretarlas asociadas al conjunto popular de ascendencia goda, sin embargo su presencia en otras áreas, como por ejemplo en Portugal (DA PONTE, 2001) o en Andalucía, así como su cronología permiten todo tipo de adscripciones culturales y, sobre todo como hemos indicado, la conocida como cultura de Cernajohv-Sintana de Mures, una de las últimas fases arqueológicas conocidas de los Godos en centro-Europa (BIERBRAUER, 1997; LÓPEZ QUIROGA, 2004). Debemos señalar también, dentro de este grupo de fíbulas trilaminares aunque con una tipología diferente, aquellas del ‘tipo Bratei’ (Fig. 117) como la hallada en el campamento militar romano de Cidadela (Sobrado dos Monxes, A Coruña) (CAAMAÑO GESTO) (Fig. 116), cuyo contexto, indudable en este caso, evidencia aún más su relación con el mundo militar bajo-imperial y tardoantiguo, en el que es necesario inscribir todo este conjunto de materiales pertenecientes al siglo V, estén o no asociados directamente a contingentes bárbaros o asimilados.

Fig. 116. Fragmento de fíbula del ‘tipo Bratei’ hallada en el campamento romano de Cidadela (Sobrado dos Monxes, A Coruña) (CAAMAÑO GESTO, 1984, Fig. 10.1).

Fig. 117. Fíbulas de latón plateadas del ‘tipo Bratei-Vyskov’: 1: Fíbula procedente de la tumba 2 de Tápé-Löbö (Csongrád); 2: Par de Fíbulas de la tumba 18 de Vajuga (Norte de Serbia) (KOCH, 1999, 168, Fig. 8).

   

 

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La cronología de estos materiales, tradicionalmente situada a finales del siglo V/comienzos del VI en función de la supuesta inmigración masiva de contingentes godos a la Península (RIPOLL, 1991), es posible situarla a partir de mediados del siglo V e, incluso, en un primer momento podrían ser coetáneos del anterior ‘nivel I A’ (EBEL-ZEPEZAUER, 1994, 1997, 2000; BIERBRAUER, 1994; SASSE, 1995, 1997; LÓPEZ QUIROGA, 2001, 2004, 2005; BARROSO CABRERA-LÓPEZ QUIROGA-MORÍN DE PABLOS, 2006a, 2009; LÓPEZ QUIROGA-CATALÁN RAMOS, e. p. a). Resulta evidente que con la llegada y asentamiento en Hispania de un número, difícil de determinar, de conjuntos poblacionales asociados a los Godos (séquitos armados agrupados por linajes) tras la derrota de Vouillée en el 507, tendría lugar en la Península, como reflejan las necrópolis, una interacción con los usos y ritos funerarios hispano-romanos dando lugar a un horizonte cultural mixto, aunque manteniendo, al menos para la segunda mitad del siglo V y la primera del VI, algunos rasgos de identidad que se reflejarían en los elementos de vestimenta personal. Uno de los parámetros, como ya hemos indicado en varias ocasiones, que vincularían al ámbito cultural godo algunos de estos individuos sería la forma de llevar el par de fíbulas (peplos) a la altura del pecho como se documenta ampliamente para la Gallia e Hispania (BIERBRAUER, 1997; KAZANSKI-PERIN, 2008) (Fig. 118).

   

 

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Fig. 118. Tumbas femeninas vestidas a la ‘moda goda’, llevando el par de fíbulas a la altura del pecho (peplos) y grandes hebillas de cinturón en Gallia e Hispania a finales del siglo V / comienzos del siglo VI. 1 y 4: Saint-Martin-de-Fontenay (tumbas 359 y 741), 2: Cutry (tumba 859), 3: Frénouville (tumba 529), 5 y 6: Duratón (tumbas 176 y 192) (BIERBRAUER, 1997, 196, Fig. 17).

   

 

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3. 2. La tipología de enterramientos y el ritual funerario en el siglo V: un equívoco indicador de identidad. Además de esta doble diferenciación en la cultura material de procedencia ‘foránea’ a lo largo del siglo V en la Península Ibérica, es necesario indicar que hay también algunos tipos de inhumaciones cuya sistemática atribución al ámbito ‘germánico’ es problemática y demasiado mecanicista. En ello ha influido notablemente la tendencia a identificar área de asentamiento con área cultural de un determinado grupo o conjunto popular, de forma que la zona del hallazgo vendría a estar indisociablemente unida a la atribución inequívoca a un grupo determinado. Es el caso, por ejemplo, de los Suevos, a los que se les ha atribuido sistemáticamente todo el material arqueológico de procedencia foránea hallado en Galicia y Norte de Portugal. Incluso toda necrópolis cuya cronología se situase entre los siglos V y VI hallada en esas zonas estaba vinculada irremediablemente al mundo suevo. De hecho, la necrópolis sita bajo la catedral de Santiago de Compostela sigue identificándose como sueva, y es frecuente leer en la bibliografía gallega el calificativo de ‘necrópolis sueva’, cuando arqueológicamente no es posible hablar de ningún elemento que se pueda identificar con una supuesta ‘cultura material sueva’. Las laudas sepulcrales halladas en la ermita de San Salvador das Rozas (Medeiros, Monterrey, Ourense) (Fig. 119) (RODRÍGUEZ COLMENEROLÓPEZ QUIROGA, 1991), pueden ejemplificar esta obsesiva tendencia hacia la ‘germanización’ que relaciona áreas de asentamiento y dominio político con la cultura material.

   

 

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Fig. 119. Laudas sepulcrales de la necrópolis tardo-antigua de Medeiros (Monterrey, Ourense) (RODRÍGUEZ COLMENERO-LÓPEZ QUIROGA, 1991). Laudas sepulcrales interpretadas tradicionalmente como suevas.

   

 

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Resulta evidente que la tipología de las inhumaciones correspondientes al siglo V en Hispania es la mayoritariamente empleada por la población hispanoromana y aún en el caso de aquellos enterramientos con inhumation habillée el tipo de tumba no conforma un criterio determinante a la hora de diferenciar población local y foránea. Un caso paradigmático, no obstante, y en el sentido contrario al que observamos en los sarcófagos de Medeiros, lo constituyen las tumbas de nicho lateral* halladas en la necrópolis de Gózquez (San Martín de la Vega, Madrid) (Fig. 120, 121 y 122) (CONTRERAS, 2006a, 2006b). Hablamos concretamente de nueve inhumaciones en las que el individuo/os han sido depositados en un nicho lateral, en algunos casos doble (un hombre y una mujer). Se trata de una tipología de enterramiento completamente ajena a la tradición local hispanoromana (LÓPEZ QUIROGA-CATALÁN RAMOS, e. p. a). Este tipo de inhumación es bien conocido en la cultura sármato-alana con numerosos ejemplos documentados desde el Póntico hasta el Cáucaso pasando por centro-Europa (Hungría y Polonia) como en las necrópolis de Tanaïs (Fig. 123), Alikonovka (Fig. 124) o Podkoumok (Fig. 125) (MASTYKOVA-KAZANSKI, 2006; KAZANSKI-MASTYKOVA, 2003), Druznoe, Grodek nad Bugiem, Eski Kernen, Klin-Yar o Keszthely-Dobogó (LÓPEZ QUIROGA-CATALÁN RAMOS, e. p. a).

Fig. 120. Tumbas de nicho lateral de la necrópolis de Gózquez que se corresponden con una tipología de enterramiento supuestamente característica de la ‘cultura alana’ (San Martín de la Vega, Madrid) (CONTRERAS, 2006b, 286, Fig. 9).

   

 

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Fig. 121. Tumbas de nicho lateral de la necrópolis de Gózquez que se corresponden con una tipología de enterramiento supuestamente característica de la ‘cultura alana’ (San Martín de la Vega, Madrid) (CONTRERAS MARTÍNEZ, 2006b, 286, Fig. 9).

Fig. 122. Tumba de nicho lateral de la necrópolis de Gózquez (San Martín de la Vega, Madrid) (CONTRERAS MARTÍNEZ, 2006b, 285, Fig. 8).

   

 

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Fig. 123. Tumbas de nicho lateral de la necrópolis de Tanaïs (tumba 4 y 24), pertenecientes a la época húnica (MASTYKOVA-KAZANSKI, 2006, 437, Fig. 152, 1 y 23).

   

 

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Fig. 124. Tumba de nicho lateral doble de la necrópolis de Alikonovka (Stavropol), siglos II-III (KAZANSKI-MASTYKOVA, 2003, 25).

   

 

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Fig. 125. Tumba femenina de nicho lateral individual de la necrópolis de Podkoumok (Stavropol) (KAZANSKI-MASTYKOVA, 2003, 24).

En Mérida se han documentado igualmente tumbas de nicho lateral, como las halladas en Gózquez, en un área funeraria urbana considera como de ‘época andalusí’ pero con individuos enterrados que serían ‘cristianos’, situándola en los siglos VIII y IX (DELGADO MOLINA, 2003). Concretamente, se han documentado inhumaciones con doble fosa cubierta por tegulae de gran módulo, sin ajuar e inhumaciones con ‘fosa oculta’ en un lateral de la tumba separando los ámbitos por regula y también sin ajuar, a semejanza de lo que observamos, aunque en este caso la separación se hace con lajas, en la

   

 

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necrópolis de Podkoumok (Stavropol) (KAZANSKI-MASTYKOVA, 2003) (Fig. 125). En el conjunto del área funeraria emeritense las tumbas de doble fosa representan un 7’4% del total de inhumaciones y las de ‘fosa oculta’ un 39’81% (DELGADO MOLINA, 2003). Es decir, estaríamos ante prácticamente un 50% de enterramientos en nicho lateral con un total de 79 inhumaciones de este tipo. En una de las tumbas se ha reutilizado un cimacio de ‘época visigoda’ como cubierta de la misma (DELGADO MOLINA, 2003, Fig. 4). ¿Cómo interpretar y valorar las tumbas en nicho lateral de Gózquez y Mérida? Evidentemente estamos ante una tipología de enterramiento que no es la tradicional entre la población local hispano-romana. Los paralelos conocidos para este tipo de inhumación, como hemos indicado, los encontramos en áreas geográficas muy alejadas de la Península Ibérica y relacionados con ámbitos culturales que se asocian al mundo ‘sármato-alano’ (KOUZNETSOVLEBEDYNSKY, 2005). Es más, en la necrópolis húngara de Keszthely-Dobogó, fechada en el siglo IV, la existencia de este tipo de tumbas en nicho lateral se considera una evidencia de la presencia en esta zona de grupos Sármatas (SAGI, 1981). Y, sin embargo, en la propia Península, en Montjuic (Barcelona), se documentan tumbas en nicho lateral en un cementerio judío del siglo XIV. Por lo tanto, si pretendemos buscar elementos de identidad en este tipo de inhumaciones nos encontramos con candidatos tan dispares como ‘sármatoalanos’, godos, ‘cristianos de época andalusí’ e incluso judíos; además de con un espectro cronológico que iría de los siglos V al XIV. Los límites de la arqueología en este campo, como señalábamos al comienzo de este capítulo, son más que evidentes. Las cuestiones de etnicidad difícilmente pueden ser resueltas sin ambigüedad a partir del registro arqueológico, resultando sumamente peligroso pretender relacionar sistemáticamente la cultura material en sus diversas manifestaciones, y especialmente en lo tocante al mundo funerario, con grupos poblacionales concretos buscando definir ese imposible ‘DNI étnico’. En definitiva, el siglo V plantea una serie de problemas arqueológicos que no es posible obviar eludiendo el análisis de los materiales existentes, sin poder argumentar que carecemos de contextos estratigráficos claros, siendo necesaria, además, una relectura y reinterpretación de toda una serie de objetos en contexto funerario que no pueden ubicarse sistemáticamente a partir

   

 

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del siglo VI. La llegada de poblaciones foráneas de raigambre germánica y/o bárbara se está produciendo desde comienzos del siglo V, en un claro contexto militar, y su presencia en la Península ha dejado una serie de objetos, reflejados a través de los elementos de vestimenta personal documentados en el mundo funerario, que es preciso comprender no por su importancia cuantitativa sino por el valor cualitativo que muestran en un contexto claramente hispano-romano y cristiano.    

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