Jorge López Quiroga: El mundo funerario en \'Hispania\' en época tardo-romana (siglos III-V) (The Funeral World in \'Hispania\' in Late Roman times (3th-5th centuries), Madrid, 2010.

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Descripción

CAPÍTULO I LOS PRECEDENTES: EL MUNDO FUNERARIO EN ÉPOCATARDOROMANA (SIGLOS III-IV)

En el mundo romano, y en general en la Antigüedad, la muerte era considerada por los filósofos como algo absolutamente natural, resultado de un proceso vital inexorable: nacer, crecer y morir. Pero este fenómeno, ineludible en el devenir vital de todo ser vivo, era vivido y sentido por la mayor parte de los hombres corrientes, en el mundo clásico greco-romano, como un ‘asunto de los dioses’. Bien se trate de Thanatos para los Griegos, o de Mors, Orcus o Fatum para los romanos, es la divinidad la que provoca la muerte, sin ser en ésta en si misma la muerte. Ninguna de estas divinidades, en la Antigüedad clásica, ha sido objeto específico de culto, puesto que el culto a los muertos en el mundo romano es el que se da a las almas que se evaden del cuerpo para entrar en contacto con las divinidades en el Panteón. Este culto a los muertos, para los romanos, tenía dos aspectos aparentemente contradictorios: ceremonias para honrar su memoria en los Parentalia (el 13 y el 21 de Febrero) y ritos para rechazar su recuerdo con motivo de las Lemuria (el 9, 11 y 13 de Mayo). Las almas que permanecen en reposo (quiescentes animae) lo hacen entre los dioses, dándoseles un culto público y privado, considerando que poseen una inteligencia superior, casi divina. Y, obviamente, para que el alma disfrute del reposo y la calma necesarios es precisa una sepultura ritual. Por ello, si un cuerpo no se inhuma o incinera según los ritos oportunos, los Manes (espíritus) rechazan al muerto que es condenado a errar sobre la tierra bajo formas fantasmagóricas. Así, cada familia, por piedad o muchas veces por temor, aseguraba para sus muertos una sepultura adecuada. La privación de sepultura es un castigo eterno y temido, reservado para los condenados y perseguidos por Roma, por ejemplo, el caso bien conocido de los mártires de Lyon en el año 177.

1. Ritos y costumbres funerarias en el mundo romano.

Los ritos funerarios, designados por los romanos como funus, eran realizados por los parientes y herederos del difunto. Según la categoría social del finado estos rituales (cortejo fúnebre, el elogio para los cargos públicos _laudatio funebris_) cobraban mayor o menor importancia. El cuerpo del muerto era inhumado o incinerado, coexistiendo ambos ritos funerarios a lo largo de toda la duración del Imperio, con predominancia de uno u otro según las épocas. En época tardo-romana su coexistencia se constata en el siglo III d. C., aunque tiende a predominar la inhumación frente a la incineración, siendo la primera el rito predominante en el siglo IV d. C. La inhumación, para los romanos, estaba asociada a la idea del retorno del muerto a la tierra; la incineración se vinculaba a la creencia del rol purificador del fuego que libera al alma de su atadura carnal. Una excepción, que encontraremos bajo otra forma con el Cristianismo, es la de los niños. Éstos, si fallecían antes del séptimo mes, no podían ser incinerados sino inhumados. La forma más sencilla de inhumación es aquella que consiste en excavar una fosa rellenándola de madera, depositando y quemando luego el cadáver. Previamente se quema el cuerpo en un horno (ustrinum) y posteriormente las cenizas son introducidas en una urna que se coloca en la tierra o en un columbario. Tanto si se trata de inhumación o incineración, la presencia del ajuar funerario es una constante, bien con un sentido profiláctico o de simple ofrenda. Los elementos de vestimenta (anillos, collares, pendientes, etc.) suelen acompañar también al difunto. Dos objetos, sobre todo, están omnipresentes: los vasos y las lámparas. Los primeros, para contener los alimentos del muerto; los segundos, como símbolo de la luz necesaria para la supervivencia. El depósito de monedas en la tumba se encuentra en el mundo romano, y en épocas posteriores como veremos, como reminiscencia de una tradición de origen griego. El hallazgo, en las sepulturas, de una o varias monedas en la mano o en la boca del difunto, servían para pagar su viaje del mundo de los vivos al de los muertos. Nos referimos al ‘óbolo a Caronte’. Estrechamente ligadas con el culto a los muertos están las ofrendas de alimentos, a su vez relacionadas con las libaciones. A los difuntos se les ofrecía regularmente agua, leche, aceite o miel. Para hacerles llegar estos líquidos se empleaban diversos procedimientos. Uno de ellos consistía en

comunicar el interior de la tumba con el exterior a través de un tubo de arcilla o de plomo. En la Península Ibérica el rito de las libaciones perdura durante toda la tardoAntigüedad, especialmente en algunas regiones como la Gallaecia, puesto que los obispos, a través de los cánones conciliares, prohíben sistemáticamente su práctica. Incluso en época alto-medieval, y en la misma región, dispositivos de canales asociados a conjuntos de tumbas excavadas en la roca, con agujeros en su interior y cazoletas al exterior, se vinculan a este ritual funerario de tradición clásica. Los banquetes funerarios junto a la tumba eran una ceremonia frecuente entre los familiares del difunto. En el mundo romano estas ceremonias eran conmemoradas en el calendario. El novendial, era un período de nueve días que seguía a los funerales y comenzaba y terminaba por un banquete funerario. Tras los Parentalia, celebrados el 13 y el 21 de Febrero, los miembros de la familia se reunían para un banquete fúnebre. Relacionadas con los banquetes funerarios están las mensae como la que encontramos en la pequeña necrópolis, probablemente de carácter familiar, que se configura en el siglo IV en la calle Lucano (Córdoba) (Fig. 1), amortizando una domus suburbana, y que podría constituir un ejemplo de área funeraria mixta paga y cristiana, como las que se documentan en Italica, Augusta Emerita, Troia, Hispalis o en Cartago Nova (SÁNCHEZ RAMOS, 2007).

Fig. 1. Mensae funeraria de la necrópolis de la calle Lucano, en Córdoba (SÁNCHEZ RAMOS, 2007, 199, Fig. 8).

Como las libaciones, los banquetes funerarios persisten a lo largo de toda la tardo-Antigüedad e inicios de la alta Edad Media tanto en la Península como en el norte de África. Los concilios prohíben en los siglos VI y VII d. C. la

celebración de estas ceremonias en el noroeste peninsular (Gallaecia). La presencia de cazoletas, o restos de alimentos, en algunas áreas funerarias tardo-antiguas y alto-medievales, constituye una evidencia material de tales ritos. Es un hecho constatado que los vivos piensan en su tumba, su última morada, en vida. No en vano muchos epitafios comienzan con vivus fecit, ‘hecho estando vivo’. De ello se ocupaban, en el mundo romano, los colegios funerarios, que funcionaban, en cierto modo, como algunas aseguradoras especializadas en ese sector en la actualidad. Estos colegios aseguraban la compra del terreno, la construcción de la tumba y preveían las ofrendas funerarias para varios años. Las tumbas, y el espacio que las rodeaba, eran frecuentemente rodeadas de un jardín. Éste es designado por dos términos que denotan su procedencia oriental: cepotaphium, de origen griego (cepos: jardín; taphos: tumba); o paradisus, término de origen persa que hace referencia a un jardín. En el mundo romano se designan como hortus o hortulus. En cuanto al espacio funerario, las necrópolis, una de las características fundamentales en el mundo romano es la separación estricta y regulada de las áreas reservados a los muertos. El pomerium es el límite sagrado que rodea la ciudad y que se establece, desde la propia fundación de Roma, cada vez que se crea un nuevo centro urbano. No se trata, frecuentemente, de un límite visible pero la separación entre el mundo de los vivos y el de los muertos es radical. La Ley de las Doce Tablas establece que las necrópolis se ubicarán fuera del pomerium, tanto por motivos de salubridad pública como religiosos (hominem mortuum in urbe neve sepelito neve urito). Y aunque los muertos estén excluidos de la ciudad se sitúan, no obstante, en su proximidad inmediata, puesto que las vías de acceso a la urbe están rodeadas sistemáticamente de necrópolis. En estas necrópolis, tanto en época alto-imperial como tardo-romana, se disponen los distintos sepulchra y monumenta perfectamente estructurados y organizados. Algunos de ellos, como veremos, con una tipología y arquitectura idénticas a los que encontraremos en época tardo-antigua y en el ámbito cristiano peninsular.

El mausoleo es uno de los monumentos funerarios más característicos del mundo romano y que, además, será readaptado desde el punto de vista ideológico, manteniendo su arquitectura, por el Cristianismo con funciones de memoria y/o martyria. Entre los numerosos ejemplos de mausoleum tardo-romanos documentados en la Península Ibérica mencionaremos dos, uno en Portugal y otro en España, el primero de ellos recientemente excavado y el segundo conocido en la historiografía a través de un insigne conocedor de la arquitectura romana: Antonio García y Bellido. El doble mausoleum portugués al que nos referimos es el de ‘Quinta do Marim’ (Olhâo, en el Algarve) (Fig. 2 y 3), que se viene identificando con una statio sacra, mencionada en el ‘Anónimo de Ravenna’ (en el siglo VI) y fechado a finales del siglo II o primera mitad del III (GRAEN, 2005). El mausoleo de ‘Quinta do Marim’ presenta la clásica estructura de nave central (cella), con un ábside añadido, rodeado por una peristasis.

Fig. 2. Templo/ Mausoleo de ‘Quinta do Marim’ (Olhâo, Algarve, Portugal) (GRAEN, 2005).

Fig. 3. Planta del Mausoleo de ‘Quinta do Marim’ (Olhâo, Algarve, Portugal) (GRAEN, 2005).

El otro mausoleum hispano es el de Sádaba (Zaragoza), que se construye a mediados del siglo IV a unos 80 m. de una villa, y que constituye el monumentum que albergaría la última morada del possesor (Fig. 4) (GARCÍA Y BELLIDO, 1963a, 1963b). Desde el punto de vista arquitectónico presenta una planta de cruz con brazos iguales y con un espacio central que forma el crucero elevado sobre el resto de la construcción. El aparejo constructivo está constituido por un opus mixtum alternando con una hilera de ladrillos rojos a lo largo de todo el perímetro del edificio, tanto en el exterior como en el interior. La parte central de los muros es de opus caementicium (hormigón con piedras desiguales y argamasa). La vinculación de este mausoleum con el culto cristiano es, como en el caso del de Santiago de Compostela, más que dudosa puesto que no existe ninguna evidencia en ese sentido y la planta en forma de cruz es un elemento profusamente empleado en el mundo romano (MARTÍNEZ TEJERA, 2006).

Fig. 4. Mausoleo de Sádaba (Zaragoza) (GARCÍA Y BELLIDO, 1963).

En Tarragona, ciudad que ofrece un panorama paradigmático para el conjunto de la Península, en lo que respecta al mundo funerario romano y tardo-antiguo, se constata una amplia y variada gama de tipos y ritos de enterramientos. Así, por ejemplo, en un importante sector funerario de la ciudad romana entre los siglos I y III, se documentó un edificio funerario de cámara correspondiente a los siglos III y IV (Fig. 5) que contenía sepulcros en mampostería (formae) situados bajo un pavimento de opus signinum, probablemente con un pórtico de acceso en la fachada principal; y un recinto funerario de la misma época (Fig. 6) (REMOLÀ VALLVERDÚ, 2003).

Fig. 5. Monumento funerario de cámara documentado en la avenida del Cardenal Vidal i Barraquer, en Tarragona, siglos III-IV (REMOLÀ VALLVERDÚ, 2003, 90, Fig. 60).

Fig. 6. Recinto funerario localizado en la avenida del Cardenal Vidal i Barraquer, en Tarragona, siglos III-VI (REMOLÀ VALLVERDÚ, 2003, 91, Fig. 61).

En Córdoba, en el sector occidental de la ciudad y muy cerca del anfiteatro y la muralla, se ha localizado un edificio funerario que se vincula con el culto cristiano y que, al igual que la mensae documentada en la calle Lucano, se construye sobre los niveles de colmatación de una domus suburbana altoimperial (Fig. 7). En una primera fase, entre los siglos IV y comienzos del V, el edificio presenta una planta cuadrangular conformada por muros de mampostería y tegulae fragmentadas y que engloba cuatro tumbas en fosa cubiertas horizontalmente por tegulae. En un segundo momento, y tras el arrasamiento del recinto funerario, tuvo lugar una reparación del mismo a comienzos del siglo V, practicándose nuevas enterramientos dentro del edificio y sobre todo en el exterior del mismo carácter cristiano del conjunto vendría asociado al fragmento de vidrio inciso con iconografía cristiana (un crismón y un fragmento de lo que sería un orante) (Fig. 8) y el contexto en el que

apareció, puesto que se relaciona con un estrato de cenizas, carbones y conchas que podría recordar los conocidos refrigeria asociados a los banquetes funerarios.

Fig. 7. Recinto funerario interpretado como ‘cristiano’ hallado en Córdoba (Parque Infantil de Tráfico) (SÁNCHEZ RAMOS, 2007).

Fig. 8. Fragmento de vidrio inciso con iconografía cristiana hallado en el recinto funerario del ‘Parque Infantil de Tráfico’, en Córdoba (SÁNCHEZ RAMOS, 2007).

2. Tipología de enterramientos en época tardo-romana (siglos III-IV d. C.). Las tumbas directamente hechas en la tierra constituyen el tipo de sepultura más común (tanto en época republicana, alto-imperial como bajo-imperial), sean éstas individuales o colectivas. Las tumbas con cámara funeraria, de tradición etrusca, se configuran a partir de una o varias salas entorno a una central, pudiendo ser realizadas bajo tierra (hipogeos) o en la superficie conformando casas. En las tumbas con cámara funeraria los sarcófagos se colocan en grandes nichos (arcosolia), mientras que las urnas que contienen las cenizas se disponen en pequeños nichos dispuestos sobre un muro y que se conocen con el nombre de columbarium. En Tarragona, en el ‘Par de la Ciutat’, se han excavado dos sepulcros de cámara de época tardo-romana y en uso hasta finales del siglo V (Fig. 9). Uno de ellos, de planta rectangular (Fig. 9, izquierda), estaba configurado por enterramientos bajo el pavimento que conformaban una serie de formae o loculi dispuestos ordenádamente mediante compartimentos revestidos de opus signinum, empleando sistemas móviles de cubrición combinando losas de piedra y cerámica, muy similares a los de las necrópolis de Ostia y concretamente de ‘Isola Sacra’ y que evidencian una progresiva implantación del rito de la inhumación. Se trata de edificios funerarios de carácter familiar pero que pudieron también estar ligados a algún colegio funerario y sin ninguna duda de carácter pagano (LÓPEZ VILAR, 2006).

Fig. 9. Sepulcros de cámara de época tardo-romana hallados en el ‘Parc de la Ciutat’, Tarragona (LÓPEZ VILAR, 2006).

Las catacumbas no constituyen, contrariamente a lo que se pueda creer, un tipo de inhumación creada por los cristianos. Se conocen enterramientos de este tipo desde época etrusca, aunque con el comienzo del cristianismo su uso se popularizó enormemente en Roma. Se trata de cementerios subterráneos con galerías abiertas a partir de un hipogeo. Los cuerpos se depositan en loculus (nichos rectangulares escavados en la pared y sellados con bloques de mármol o ladrillos) o arcosolium (con forma de arco). Este tipo de inhumación en catacumba esta completamente ausente en la Península Ibérica. Las tumbas que no son colocadas en columbarios, loculus o arcosolium, son protegidas con tejas, con una caja de metal, piedra o en un ánfora. Habitualmente se emplea una caja de madera, por lo que los únicos restos materiales visibles son los clavos. Cuando el cuerpo se deposita directamente en la tierra, lo es en una fosa de tipo rectangular rodeada totalmente de piedras o tejas planas. Dos ejemplos de este tipo de inhumación los encontramos en la necrópolis de Cangosta da Palha (Braga), una de ellas con revestimiento de la pared lateral con tejas (Fig. 10: izquierda) y la otra con grandes tejas planas protegiendo completamente la caja del difunto (Fig. 10: derecha).

Fig. 10. Izquierda: tumba de sección rectangular con revestimiento lateral de ladrillos; Derecha: tumba de sección rectangular. Necrópolis tardo-romana de ‘Cangosta da Palha’ (Braga).

Para proteger el cadáver las tejas se disponían frecuentemente, en época tardo-romana y tardo-antigua, ‘en batería’, con una especie de tejadillo, con tejas planas (teguale) y redondas (imbrices), conformando diversas tipologías ampliamente documentadas en la Península Ibérica. Así, por ejemplo, en la necrópolis tardo-romana de Munigua encontramos inhumaciones con disposición de tejas en forma de tejadillo, a cappuccina (Fig. 11: izquierda), así como en la tardo-antigua de Valentia (Valencia), en el área de L’Almoina donde se ubicaba el complejo episcopal tardo-antiguo (Fig. 11: derecha); en el sector funerario ‘Vial Norte-Doña Berenguela’ en Córdoba (Fig. 12); en el conjunto paleocristiano del Francolí (Tarragona), con tumbas de sección cuadrangular construidas con tegulae y bipedales (Fig. 13) y tumbas de tegula de sección triangular, a cappuccina (Fig. 14).

Fig. 11. Izquierda: tumba 2 a del tipo conocido como a cappuccina de Munigua, siglos IVV d. C. (EGER, 2006); Tumba de tegulae de ‘L’Almoina’ (Valencia) (ALAPONT MARTÍNRIBERA I LACOMBA, 2009).

Fig. 12. Tumbas con cubierta de tegulae de área funeraria Vial Norte-Doña Berenguela (Córdoba), siglos IV-V (SÁNCHEZ RAMOS, 2007).

Fig. 13. Tumba de tipología mixta conformada por tegulae y bipedales de sección cuadrangular del conjunto paleocristiano del Francolí (Tarragona) (LÓPEZ VILAR, 2006).

Fig. 14. Tumba de tegulae ‘a cappuccina’ de sección triangular del ‘conjunto paleocristiano del Francolí’ (Tarragona) (LÓPEZ VILAR, 2006).

Una variante que combina el empleo de piedras, para la pared lateral, con ladrillos para la cobertura lo encontramos también en Munigua en las conocidas como tumbas del tipo ‘podium de ladrillos’ (Fig. 15).

Fig. 15. Tumba B, del tipo podium de ladrillos, de Munigua (EGER, 2006).

A partir del siglo II d. C., con la predominancia del rito de la inhumación, y especialmente en los siglos III y IV d. C., el sarcófago se convirtió en el tipo de enterramiento característico. La producción de sarcófagos se organiza en talleres, situados en regiones concretas del Imperio, uno de ellos en Tarraco (Tarragona). En ocasiones se trata de obras de tamaño considerable como el sarcófago de santa Elena, madre de Constantino, que muere en el 336 o el de santa Constanza, hija de Constantino, que tienen ambos más de dos metros de altura. El sarcófago de mediados del siglo IV d. C. de Castilliscar (Zaragoza) constituye, entre otros muchos, un buen ejemplo de este tipo de inhumaciones (Fig. 16).

Fig. 16. Sarcófago paleocristiano de Castilliscar (Zaragoza) (340-350 d. C.) (Fotografía de: Roberto Lérida Lafarga).

Los enterramientos en ánfora, bien conocidos en el mundo greco-romano, conforman un tipo funerario característico en época tardo-romana y a lo largo de toda la Antigüedad Tardía, encontrando este tipo de inhumaciones incluso hasta bien avanzada la alta Edad Media. Para que el cadáver, generalmente individuos infantiles, cupiese en el contenedor anfórico éste se partía por la mitad y se introducían el cuerpo uniendo posteriormente las dos partes del ánfora/as. En el conjunto paleocristiano del Francolí (Tarragona), y en otras áreas funerarias urbanas y rurales de la Península, se constata este tipo de sepulturas en ánfora, como la tumba número 3 de dicha necrópolis, que contiene restos del cuerpo de una niña de entre 8 y 10 años (cráneo, algunos huesos de las extremidades y costillas) en decúbito supino (Fig. 17). Las dos partes de las ánforas, de procedencia africana, que conforman la sepultura, han sido unidas empleando clavos y grapas que se han conservado.

Fig. 17. Enterramiento infantil en ánfora del conjunto paleocristiano de ‘El Francolí’ (Tarragona) (LÓPEZ VILAR, 2006).

En la misma necrópolis del Francolí se han hallado también enterramientos infantiles realizados con tegulae de planta oval y sección cuadrangular (Fig. 18).

Fig. 18. Tumba infantil de tegulae de planta ovoidal y sección cuadrangular del conjunto paleocristiano del Francolí (Tarragona) (LÓPEZ VILAR, 2006).

Una tipología funeraria que, en definitiva, arranca del mundo clásico greco-romano y que constituye la base de todo el amplio elenco de formas de enterramiento en los siglos IV y V, perdurando además, como veremos, a lo largo de toda la tardoantigüedad e incluso los inicios de la alta Edad Media. En este sentido, el Cristianismo no constituye un ‘factor de innovación’ en lo que respecta a los monumenta y sepulcra, sino una readaptación y reinterpretación de una tradición multisecular que sirve de correa de transmisión de una nueva ideología en la que el hombre, y por lo tanto su cuerpo en la vida y en la muerta, están en el centro de la misma.

3. El problema de ‘las necrópolis del Duero’ (siglos IV-V). Una de las aspectos más singulares, incluso podríamos decir que específicos, de la Península Ibérica en la arqueología del mundo funerario tardo-romano lo conforma lo que la historiografía ha denominado como ‘necrópolis del Duero’, por su relación inicial con esa área geográfica y las características no tanto de la tipología de la tumba, muy sencilla en la mayoría de los casos, sino por los objetos contenidos en ella y concretamente por la presencia de un cuchillo que se conoce con el nombre de ‘tipo Simancas’ (Fig. 19), por ser este el lugar donde se documentó por vez primera. Además, es frecuente la presencia de puntas de lanza y flechas en el interior de las tumbas, así como otros objetos metálicos fundamentalmente de bronce como recipientes, herramientas (agrícolas, de carpintería o de herrero), broches de cinturón (tipo cingula militiae), botones y, naturalmente, vidrio y cerámica.

Fig. 19. Cuchillo ‘tipo Simancas’, siglos IV-V d. C. hallado en Fuentespreadas (Zamora) (Museo Arqueológico Nacional, MAN).

Decimos ‘singular’ y ‘específico’ porque se ha querido ver en estas necrópolis una materialización, a través del registro arqueológico, del acantonamiento de tropas en Hispania que refleja la Notitia Dignitatum, estableciendo así un supuesto limes o frontera frente a los siempre ‘belicosos y levantiscos’ pueblos de la franja cantábrica. Limes que quedaría así justificado por la presencia en las necrópolis de objetos (cuchillos, puntas de lanzas y hebillas) que pertenecerían a ‘militares’ acantonados, de procedencia foránea, a lo largo y ancho del valle del Duero. Es a Palol, con ocasión de la publicación de las excavaciones de San Miguel de Arroyo (Valladolid) (PALOL, 1958) a quién debemos la formulación de la teoría de las ‘necrópolis del Duero’ asociada al imaginario limes meseteño. Se conocen ya un buen número de necrópolis de este tipo tanto en la zona del Duero: Aldea de San Esteban (Soria) (PALOL, 1970), Castrobol (Valladolid) (GARCÍA MERINO, 1975), Cespedosa de Tormes (Salamanca) (SERRANO PÉREZ, 1956), Fuentespreadas (CABALLERO ZOREDA, 1974), Hornillos del Camino (Burgos) (MONTEVERDE, 1945), Las Merchanas (Salamanca) (MALUQUER DE MOTES, 1968), La Morterona (Palencia) (ABÁSOLO, 1984), Mucientes (DELIBES DE CASTRO, 1970), La Nuez de Abajo (Burgos), Roda de Eresma (Segovia), Santillán (Salamanca) (CERRILLO, 1983), Simancas (RIVERA MANESCAU, 1936-1939), Suellacabras (Soria) (TARACENA), Taniñe (Soria) (TARACENA), Los Tolmos (Soria) (JIMENO MARTÍNEZ), Muelas del Pan (Zamora), Soto de Tovilla (Valladolid) (MARTÍN RODRÍGUEZ-SAN GREGORIO HERNÁNDEZ, 2008); o en otros sectores de la meseta castellana como Albalate de las Nogueras (Cuenca) (FUENTES DOMÍNGUEZ, 1989) o en la recientemente excavada necrópolis de Soto de Tovilla (Tudela del Duero, Valladolid) (MARTÍN RODRÍGUEZ-SAN GREGORIO HERNÁNDEZ, 2008). Tipológicamente las ‘necrópolis del Duero’ se definen por su forma sencilla: fosas simples excavadas en la tierra, cajas de tejas planas (tegulae), lajas de piedra, ataúdes de madera. Todas ellas con ajuares funerarios de cerámica, vidrio y diversos materiales metálicos en su interior. La presencia de cuchillos ‘tipo Simancas’, atalajes de caballo, utensilios domésticos y/o agrícolas no es constante, aunque su existencia se ha utilizado para relacionar estos materiales con el supuesto limes del Duero. La cronología de estas necrópolis se suele situar entre la segunda mitad del siglo IV y las primeras décadas del siglo V d. C. Su adscripción a un área geográfica concreta, el valle del Duero, conformó en la historiografía un aparente ‘horizonte cultural homogéneo’. El trabajo de Ángel Fuentes

Domínguez sobre la necrópolis de ‘Albalate de las Nogueras’ (Cuenca) supuso un giro radical en la significación e interpretación de estas necrópolis, puesto que a partir de ese momento la asociación entre las mismas y el limes quedó notablemente cuestionada. Algunos investigadores proponen incluso hablar de ‘necrópolis tardo-hispanas con ajuar’ (AURRECOECHEA FERNÁNDEZ, 2001). La cuestión de los ajuares cerámicos, y concretamente la presencia de Terra Sigillata, constituye un elemento cronológico fundamental a la hora de abordar las ‘necrópolis del Duero’, al ser un material predominante que permite encuadrarlas entre mediados del siglo IV y mediados del V d. C. En cuanto a los vidrios (jarras, cuencos, ollas, ungüentarios), también están documentados ampliamente, y se relacionan con el ritual funerario, aunque tal asociación no sea siempre sistemática (FUENTES DOMÍNGUEZ, 1989, 229) Los cuchillos ‘tipo Simancas’ fueron considerados como el ‘fósil director’ de las ‘necrópolis del Duero’, como su elemento más representativo y característico, que evidenciaba el ajuar perteneciente a las tropas de letes o limitanei. Se vinculaba su presencia exclusivamente al mundo funerario, aunque este tipo de cuchillos se han documentado en ámbitos y contextos completamente diferentes: lejos del área del supuesto limes y en núcleos urbanos1, sin estar forzosamente asociados a necrópolis. A su indudable origen hispano, aunque con paralelos extrapeninsulares, hay que incidir en que su interpretación únicamente como arma es más que cuestionable. No se trata de un puñal, con doble filo, sino de un cuchillo más relacionado con un uso de tipo doméstico más que militar. Sus pequeñas dimensiones, entre 15 y 20 cm., su funcionalidad para cortar, no para clavar, de perfil curvo y ancho, son elementos que abogan por su uso mayoritario como herramienta. Fue García Merino él que vinculó con un grupo social de status privilegiado, en la Meseta norte, este tipo de cuchillos y relacionándolos con actividades de tipo venatorio acordes al gusto bajo-imperial (GARCÍA MERINO, 1975). Algo constatado, además, en la iconografía bajo-imperial como se observa en los mosaicos que decoran las suntuosas villae meseteñas Por lo tanto, su presencia en las tumbas no sería indicativo tanto de la actividad militar de su dueño como de lo que ideológicamente suponía la caza en el mundo tardoromano.                                                                                                                         1

Segóbriga (Cuenca), Sisapo (La Bienvenida, Ciudad Real), Valdetorres del Jarama (Madrid), Tírig (Castellón), Vall d’Uxó (Castellón), Castro de Coaña (Asturias), Lancia (León), Aguilar de Anguita (Guadalajara), Coria (Cáceres), Tiermes (Soria).

En lo que respecta a otros materiales metálicos característicos de este tipo de necrópolis destacan las puntas de lanza y/o flecha, las hachas y los broches de cinturón. Las puntas de lanza y/o flecha se documentan a través de dos formas fundamentalmente: las de hoja lanceolada y las de punta piramidal, hallándose en ocasiones puntas de forma cónica alargada con o sin hueco para el astil. Tanto las hojas de punta lanceolada como piramidal son bien conocidas en la parafernalia militar del mundo romano. Al igual que ocurre con los ‘cuchillos tipo Simancas’, las puntas de lanza y/o flecha no pueden ser vinculadas de forma sistemática con un ambiente militar y, por lo tanto, formando parte del equipamiento y actividad de los individuos enterrados en estas tumbas. La presencia de este tipo de materiales en ámbitos no funerarios, además de lejos del valle del Duero, contradice esa interpretación como ‘armas de tropas de letes o limitanei’. Pero, sobre todo, la posición de estas puntas de lanza y/o flecha en la tumba constituye un factor a tener en cuenta. La mayor parte de las veces se documenta una única pieza de este tipo por tumba asociada solo de forma excepcional al ‘cuchillo tipo Simancas’. Es demasiado forzado pensar que un militar llevaría como único armamento una lanza y/o pequeño cuchillo. De nuevo su uso de tipo venatorio, para la caza, parece ser el más plausible y conveniente a la luz de los hallazgos hispanos. Las hachas, identificadas por Taracena como ‘franciscas germánicas’ (TARACENA, 1924-25), han sido también consideradas como armas pertenecientes a militares. Su relación en las tumbas con otros elementos de utillaje agrícola o de otro tipo de actividad, como la carpintería, no deja lugar a dudas 2. Y, de nuevo, el escaso número de este tipo de materiales en las tumbas, en raras ocasiones asociados unos a otros y su presencia en tumbas femeninas, no permiten considerar a estas necrópolis como los lugares de enterramiento de las tropas mencionadas en la Notitia Dignitatum. Los broches de cinturón, aún con indudables paralelos fuera de la Península y concretamente en el área del Rin y en Panonia, configuran igualmente un elemento que se ha interpretado en clave de ‘germanismo’ y ‘militarismo’ PÉREZ RODRÍGUEZ-ARAGÓN-VIÑE ESCARTÍN, 1989), algo que no se ajusta totalmente a la realidad puesto que es característico, y bien conocido, en                                                                                                                         2

El único ejemplar que difiere del conjunto de los hallados en este tipo de necrópolis es el de la tumba nº 3 de Tañine que, por sus características formales, podría plantear serias dudas respecto a su identificación como utillaje doméstico o profesional (FUENTES DOMÍNGUEZ, 1989, 194).

el campo de las artes menores tardo-romanas generalizándose su empleo desde finales del siglo II d. C., aunque con una adaptación, en este caso, hispana (PALOL, 1958, 1964, 1970). Nos estamos refiriendo a los conocidos como cingula militiae, hebillas de cinturón ‘militares’ en bronce, muy frecuentes en las tumbas hispanas de los siglos IV y V (aunque no sólo en el valle del Duero’), que han sido atribuidos generalmente al mundo ‘germánico’ y/o ‘bárbaro’ cuando en realidad no son sino una manifestación de la ‘moda militar’ romana (AURRECOECHEA, 1999, 2001) (Fig. 20, 21, 22).

Fig. 20. Izquierda: Reconstrucción de un cingula militae guarnecido con placas metálicas y decoración escisa; Derecha: Reconstrucción de cingula militae con broche y hebilla zoomorfa, placa y apliques metálicos (finales del IV e inicios del siglo V) (PÉREZ RODRÍGUEZ-ARAGÓN- VIÑE ESCARTÍN, 1989, 228-229, Fig. 1 y 2).

Se trata de un tipo de cinturón que comienza a utilizarse durante el reinado de Valentiniano I (364-375), manteniéndose su uso hasta aproximadamente el 420, con derivaciones a lo largo de todo el siglo V. Son cinturones anchos guarnecidos con placas metálicas con decoración excisa y hebillas en los extremos (Fig. 20: izquierda; Fig. 21), con una tipología definida en los años 70 por Böhme (BÖHME, 1974). Igualmente pertenecientes al grupo de cingula militae se documenta en la Península otra variante de cinturón estrecho con hebillas zoomorfas y placas caladas con motivos en forma de ‘ojo de cerradura’

(Fig. 20: Derecha; Fig. 21 y 22), con una cronología desde época constantiniana y a lo largo de todo el siglo IV.

Fig. 21. Diferentes tipos de broches de cinturón (cingula militae) de los definidos por Sommer como del ‘tipo Simancas’ (finales del IV y primera mitad del siglo V). 1: ‘La Morterona’ (Saldaña, Palencia); 2: Fuentespreadas (Zamora), tumba 1; 3 y 4: Penadominga (Lugo); 5: Simancas (Valladolid), tumba 52; 6: Hornillos del Camino (Burgos); 7: ‘La Morterona’ (Saldaña, Palencia); 8: Fuentespreadas (Zamora), tumba 1; 9: ‘La Nuea de Abajo’ (Burgos); 10: San Miguel de Arroyo (Valladolid), tumba 26; 11: ‘La Morterona’ (Saldaña, Palencia); 12: ‘Alto de la Yecla’ (Santo Domingo de Silos, Burgos); 13: Simancas (Valladolid), tumba 133; 14: Provincia de Burgos (PÉREZ RODRÍGUEZARAGÓN- VIÑE ESCARTÍN, 1989, 230, Fig. 3).

Fig. 22. Broche de placa rígida calado con hebilla zoomorfa (Palacios del Sil, León), segunda mitad del siglo IV (PÉREZ RODRÍGUEZ-ARAGÓN- VIÑE ESCARTÍN, 1989, 231, Fig. 4).

Algunos autores insisten en vincular este tipo de cingula militae con tropas mercenarias ‘bárbaras’ integradas en el ejército bajo-imperial romano y precedentes del norte de la Gallia, que se habrían asentado en Hispania desde la segunda mitad del siglo IV y en la primera década del V (PÉREZ RODRÍGUEZ-ARAGÓN- VIÑE ESCARTÍN, 1989). Nada hay, sin embargo, en las ‘necrópolis del Duero’ que las diferencie de lo que es habitual y característico del mundo funerario tardo-romano, teniendo siempre en cuenta la dificultad de establecer criterios homogéneos para conjuntos espaciales tan amplios como la Península Ibérica. Pero veamos, con un poco de detalle, una de las necrópolis recientemente excavadas y pertenecientes a este horizonte de ‘necrópolis tardo-hispanas con ajuar’: la de ‘Soto de Tovilla’ (Tudela del Duero, Valladolid). El sector tardoromano, siglos IV-V d. C., del asentamiento de ‘Soto de Tovilla’ se compone de dos áreas bien diferenciadas: un poblado y una necrópolis. El primero presenta evidencias materiales muy inconexas fruto de los sucesivos trabajos agrícolas a lo largo del tiempo en esta zona; no se trata de un asentamiento de grandes dimensiones y la excavación solo ha permitido documentar una serie de muros de piedra y suelos asociados sin un patrón definido.

En cuanto a la necrópolis, se han excavado 26 sepulturas de fosa en tierra y dos construidas con tegulae y baldosas. De ellas en 15 se han hallado ajuares funerarios consistentes mayoritariamente en recipientes cerámicos en forma de vasos (Fig. 23a). En dos tumbas no se hallaron materiales cerámicos pero se documentó la presencia de una pulsera de cuentas de ámbar y azabache, en una de ellas, y en la otra una herramienta de hierro. Otra de las tumbas, sin ajuar cerámico, presenta el mango de un cuchillo tallado en hueso, cuya hoja se muestra fragmentada y localizada entre las costillas. Una de las inhumaciones contenía un elemento de vestimenta personal conformado por una hebilla de cinturón en bronce de tendencia trapezoidal fechado entre finales del siglo IV y mediados del siglo V d. C. La tumba 309 de la necrópolis contiene un cinturón de hierro, un puñal ‘tipo Simancas’, una punta de lanza, tachuelas en los pies, unas tijeras de hierro y unos fragmentos que podrían corresponder a un compás. El cuchillo, hallado con su vaina, se encontró en lo que sería su posición original, en le costado izquierdo, junto al húmero. La singularidad, en cuanto al ritual funerario, en esta necrópolis está representada por la tumba 276 (Fig. 23). No por su ajuar cerámico (dos ollitas de cerámica común, pulsera y un anillo), que es similar al del resto de tumbas de ‘Soto de Tovilla’, sino por la presencia de una cabeza de caballo junto al difunto que es interpretado por sus excavadores con una significación social que denotaría el status del individuo inhumado.

Fig. 23a. Ajuar característico de las denominadas ‘necrópolis del Duero’ (Soto de Tovilla, Tudela del Duero, Valladolid) (MARTÍN RODRÍGUEZ-SAN GREGORIO HERNÁNDEZ, 2008).

En su conjunto la necrópolis de ‘Soto de Tovilla’ responde a unos ritos y usos funerarios absolutamente romanos con elementos de vestimenta y objetos para contener las ofrendas preceptivas, como hemos visto, consistentes en comida y bebida. Por otra parte, nada denota que los individuos enterrados en esta necrópolis sean ‘guerreros’, la presencia de un cuchillo ‘tipo Simancas’ es demasiado pequeño para este fin, y la punta de lanza tampoco se puede relacionar con una actividad ‘militar’. Se trata, sencillamente, de una población rural de carácter agrícola y en la que la caza constituiría, lógicamente, una de sus actividades (MARTÍN RODRÍGUEZ-SAN GREGORIO HERNÁNDEZ, 2008).

Fig. 23b. Tumba tardo-romana con ajuar de la necrópolis de Soto de Tovilla (Tudela del Duero, Valladolid). El individuo ha sido inhumado con una cabeza de caballo (MARTÍN RODRÍGUEZ-SAN GREGORIO HERNÁNDEZ, 2008).

En definitiva, el problema de las ‘necrópolis del Duero’, como muchas otras cuestiones de nuestra historiografía peninsular, es exclusivamente eso: un debate estrictamente historiográfico. La realidad material no deja lugar a dudas sobre la no excepcionalidad de los conjuntos funerarios que hallamos en las tumbas (ajuares y/o elementos de vestimenta personal) de las ‘necrópolis del Duero’ respecto a lo conocido para el conjunto de Hispania: no se pueden vincular a militares que vigilan un inexistente limes; no presentan particularismos en cuanto a un ritual funerario que es característico del mundo tardo-romano hispano entre los siglos III y V d. C.; no parece que se trate de individuos que mayoritariamente, y salvo excepciones, practiquen la religión cristiana (la presencia del ajuares, siempre minoritaria respecto al conjunto de tumbas, es un elemento prácticamente determinante en este sentido); no se

trata de poblaciones foráneas de origen ‘germánico’ procedentes del limes renano-danubiano. Las ‘necrópolis del Duero’ se incardinan perfectamente en el mundo funerario tardo-romano peninsular, del que constituyen un ejemplo que evidencia un cambio en los ritos tendente a la lenta pero progresiva desaparición de los ajuares. Un hecho en el que el Cristianismo, sin duda ya presente cuando se configuran estas necrópolis (entre mediados del IV y mediados del siglo V d. C.), ha jugado ciertamente un papel relevante.    

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