Jorge López Quiroga: Continuidad y transformación en el mundo funerario hispano entre los siglos VII y X (Continuity and Transformation in the Hispanic funeral world between the 7th and 10th centuries), Madrid, 2010.

Share Embed


Descripción

CAPÍTULO IV CONTINUIDAD Y TRANSFORMACIÓN EN EL MUNDO FUNERARIO HISPANO ENTRE LOS SIGLOS VII Y X

“Toda sociedad es el resultado de un pensamiento. Las sociedades de la alta Edad Media, sean romanas, célticas o germánicas, han elaborado una concepción global de su organización social. Han generado mitos fundadores explicando su origen y su ideal” (ROUCHE, 2003, 9).

1. Los epígonos de la inhumation habillée y la introducción de ‘nuevos’ ritos funerarios (siglos VII-VIII). Entre los siglos VII y VIII, y para el conjunto de la Península Ibérica, tiene lugar la lenta pero progresiva desaparición de los elementos de vestimenta personal en lo que respecta al mundo funerario tardo-antiguo hispano. Desde finales del siglo VI, pero especialmente a lo largo del VII, la rarefacción de los elementos de vestimenta personal, así como de los depósitos y ajuares funerarios, es una de las características de las necrópolis peninsulares. Sin duda, a ello a contribuido la influencia del Cristianismo, y de forma notable tras la conversión oficial de los Godos con Recaredo a la religión católica en el III Concilio de Toledo, que rechaza frontalmente la presencia de cualquier elemento de adorno, depósito y/o ajuar en las inhumaciones. Pero, también, el proceso de intensa aculturación al que se ve sometido la minoría goda por parte de la elite hispano-romana. Para el siglo VII hispano, en ámbito funerario como en otros aspectos de la sociedad de esa época, se ha hablado por parte de la historiografía especializada de ‘influencia bizantina’ o ‘moda mediterránea’ debido a la presencia de una serie de materiales, concretamente cierto tipo de broches de cinturón, que se difunden por todo el mediterráneo y llegan también a la Península Ibérica. Como hemos visto para el siglo VI, la clasificación tipo-cronológica empleada tradicionalmente para los materiales contenidos en las tumbas se revela de nuevo como demasiado rígida y estrechamente dependiente de los acontecimientos históricos que acaban pautando, inevitablemente, la ubicación temporal de los ajuares, depósitos y elementos de vestimenta personal. En este sentido, el siglo VIII, y concretamente la fecha del 711 (que marca la ‘invasión’ árabo-bereber de la Península Ibérica), no constituye un terminus

post quem en lo que respecta a la presencia de materiales, aunque si ciertamente residuales, en el interior de las tumbas de una parte significativa de necrópolis hispanas. Los broches de cinturón de tipo ‘liriforme’, por ejemplo, y los que se configuran con inscripciones de carácter votivo podrían sobrepasar esos límites cronológicos y perdurar durante una buena parte del siglo VIII. Se hace necesario, por lo tanto, elaborar tipo-cronologías exclusivamente a partir de los datos proporcionados por excavaciones arqueológicas con metodología estratigráfica y que evidencien estratigrafías con contextos fiables.

1. 1. La influencia ‘bizantina’ en el ámbito funerario en los siglos VII y VIII. Hacia finales del reinado de Leovigildo y con el comienzo del de Recaredo se inicia el Nivel IV de Ripoll (580-600), una vez más, en lo que es un calco fiel de los acontecimientos políticos recogidos en los textos de la época y, en este caso, con la finalización de la prohibición de los matrimonios mixtos, claro reflejo del miedo de la minoría dirigente goda de sucumbir extinguidos como minoría étnica, sino se permitía la unión con la mayoría poblacional hispanoromana. A partir de este momento, se detecta en los ajuares funerarios peninsulares la influencia de lo que se ha denominado como ‘moda mediterránea’, como es el caso de los broches de cinturón procedentes de un taller italiano que distribuiría estas piezas por todo el mediterráneo occidental, comenzando a documentarse, a partir de ese momento, en las necrópolis hispanas (Fig. 214 y 215: números 1 a 5).

Fig. 214. Broche de cinturón de ‘La Guardia’ correspondiente al nivel IV (desde finales del siglo VI y a lo largo del VII d. C.) (Fotografía Museo Arqueológico Nacional, MAN).

Ignoramos si estos broches de cinturón eran llevados solo por hombres, mujeres o por ambos indistintamente; se constata igualmente, hacia finales del siglo VI y a lo largo del VII, la aparición de los broches de cinturón de ‘tipo burgundio’ en toda la Península Ibérica (Fig. 215: números 7, 8 y 9). Así como la presencia de pocas sepulturas pertenecientes a este Nivel IV (Fig. 216). Precisamente, en torno al 600, se fecharía el abandono de muchas de las necrópolis de la Meseta central castellana y, en general, de la mayor parte de las áreas funerarias hispanas en las que se evidencia la presencia de elementos de vestimenta personal desde comienzos del siglo V.

Fig. 215. Nivel IV (desde finales del siglo VI y a lo largo del VII). Elementos de vestimenta personal hallados en necrópolis de la meseta central en contexto estratigráfico (BARROSO CABRERA-LÓPEZ QUIROGA-MORÍN DE PABLOS, 2006).

Fig. 216. Elementos de vestimenta personal correspondientes a la tumba 45 de la necrópolis de ‘El Carpio del Tajo’ (Toledo), nivel IV de Ripoll pertenecientes al ‘horizonte hispano-godo’ (RIPOLL, 1991, 130, Fig. 11).

El Nivel V (600-711), marcado en su final, una vez más, por un acontecimiento político externo como es la invasión árabo-beréber del 711, estaría caracterizado por un ‘bizantinismo’ muy marcado (RIPOLL, 1991). Ciertas piezas son consideradas como ‘fósiles directores’ para este Nivel V: los broches de cinturón de tipo ‘liriforme’ y los broches de cinturón de forma cruciforme. El primero de ellos es un tipo derivado de los broches ‘bizantinos’, aunque fabricado por artesanos locales y de amplia difusión en toda la Península Ibérica (Fig. 222). Se plantea incluso, por parte de algunos autores, la posibilidad de que existiese un taller ubicado cerca de Sevilla que distribuiría este tipo de piezas en todo el conjunto de Hispania (RIPOLL, 1998).

En prácticamente todas las necrópolis hispanas del siglo VII, e incluso del VIII, se documenta la existencia de los denominados broches de cinturón ‘liriformes’ (Fig. 218: tumba 171 y 177; 219: tumba 196; 220 y 221). En no pocas ocasiones este tipo de broches constituye el único y singular elemento de vestimenta personal en el interior de las tumbas, como es el caso de pequeñas necrópolis pertenecientes a pequeños asentamientos rurales evidenciadas en ‘La Indiana’ y ‘La Cabrera’ (Madrid) (Fig. 221). En el caso de ‘La Indiana’ se excavaron 48 inhumaciones pertenecientes a lo que debió de ser un área funeraria de mayor tamaño, documentándose tan sólo en una de ellas elementos de vestimenta personal conformados por una hebilla de cinturón de tipo ‘liriforme’ (Fig. 221) (MORÍN DE PABLOS et al., 1997). En el mismo sector geográfico, pero en un área de montaña, en la necrópolis de ‘La Cabrera’ se halló igualmente tan sólo en una tumba un fragmento de hebilla de cinturón de tipo ‘liriforme’ (Fig. 221) (BARROSO CABRERA-MORÍN DE PABLOS, 2005). La coexistencia con elementos de clara tradición romana sigue siendo una constante (Fig. 223), como en los siglos V y VI, en la mayoría de las inhumaciones del siglo VII en las que se evidencia este tipo de materiales (Fig. 217 y 220). Por lo tanto, cuando se habla de ‘influencia bizantina’ para caracterizar el mundo funerario de los siglos VII y VIII, en lo que respecta a la presencia de depósitos funerarios y elementos de vestimenta en el interior de los enterramientos de este período, se está subrayando el carácter mayoritariamente ‘romano’ e hispano-romano de las inhumaciones frente a lo que se puede definir como los epígonos de la inhumation habillée en Hispania. La presencia de esos elementos de vestimenta en el mundo funerario de los siglos V y VI en la Península Ibérica constituye un ‘fósil director’ que permite detectar la presencia de poblaciones de origen ‘gemano-oriental’ en el solar hispano, mientras que su rarefacción y final desaparición en los siglos VII y VIII marca un punto de inflexión, que no de ruptura, en la arqueología funeraria en un contexto en el que la tradición local hispano-romana se conforma como el vector explicativo fundamental que anuncia el paso a la alta Edad Media.

Fig. 217. Elementos de vestimenta y depósitos funerarios de la necrópolis de ‘El Carpio del Tajo’ (Toledo) (RIPOLL, 1985).

Fig. 218. Elementos de vestimenta de la necrópolis de ‘El Carpio del Tajo’ (Toledo) (RIPOLL, 1985).

Fig. 219. Elementos de vestimenta de la necrópolis de ‘El Carpio del Tajo’ (Toledo) (RIPOLL, 1985).

Fig. 220. Elementos de vestimenta personal y ajuar funerario correspondientes a la tumba 24 de la necrópolis de de Gerena (Sevilla), nivel V de Ripoll, pertenecientes en el ‘horizonte hispano-godo’ (RIPOLL, 1991, 132, Fig. 13).

Fig. 221. Arriba: necrópolis de ‘La Indiana’ (Pinto, Madrid); Abajo: necrópolis de ‘La Cabrera’ (Colmenar Viejo, Madrid) (BARROSO CABRERA-MORÍN DE PABLOS, 2005).

Fig. 222. Nivel V (siglos VII-VIII). Elementos de vestimenta personal hallados en necrópolis de la meseta central castellana (BARROSO CABRERA-LÓPEZ QUIROGAMORÍN DE PABLOS, 2006b).

Fig. 223. Nivel V (siglos VII-VIII). Elementos de vestimenta personal hallados en necrópolis de la meseta central castellana (BARROSO CABRERA-LÓPEZ QUIROGAMORÍN DE PABLOS, 2006b).

1. 2. La introducción del rito de inhumación islámico.

A partir del siglo VIII una de las novedades en lo que respecta al mundo funerario peninsular es la introducción de rituales funerarios islámicos en consonancia con la presencia de poblaciones musulmanas en la Península Ibérica, como se documenta en una de las tumbas de la madrileña necrópolis de ‘Fuente de la Mora’ (Leganés) (Fig. 227) (MARTÍN RIPOLL-PÉREZ VICENTE-VEGA MIGUEL, 2007). Los cementerios musulmanes son denominados con el término makbara y tanto en su tipología y organización espacial, excepto en el ritual funerario, no difieren básicamente de los usos y costumbres conocidos en el mundo romano. De hecho en ámbito urbano su ubicación es extramuros, fuera de la madina1, próximos a las puertas y en torno a los caminos de acceso a la ciudad, superponiéndose a las áreas funerarias hispanas tardo-antiguas. Las áreas funerarias musulmanas conforman generalmente espacios abiertos, sin muros delimitadores, extendiéndose, en ámbito urbano, en los espacios no construidos de los arrabales y en torno a las mezquitas. La disposición de las tumbas, conocidas como qbar, ofrece una disposición regular manteniendo un espacio de circulación entre ellas, aunque las superposiciones de enterramientos son bastante frecuentes, dando lugar a varios niveles de enterramientos. En ocasiones se han documentado tumbas de carácter monumental, denominadas qubbas, reservadas para personajes destacados por su santidad o vida piadosa, en torno a los cuales se inhumaban el resto de individuos en lo que es un fenómeno muy similar material y simbólicamente a lo que en ámbito cristiano hemos descrito como la tumulatio ad sanctos (vid. supra: capítulo II). Un ejemplo de este tipo de qubbas se ha documentado en Medina Elvira (Fig. 224), conformando una estructura con cierta monumentalidad que albergaría a un personaje considerado un santón, que jugaría en cierta medida un rol de protector y patrono de la necrópolis, como ocurre en el mundo cristiano con los martyria y monumenta.

                                                                                                                        1

En el interior de la madina sólo podían ser enterrados los califas, miembros de la familia real y altos dignatarios de la corte y la administración, disponiéndose en áreas funerarias conocidas como rawdas.

Fig. 224. Inhumación privilegiada de un ‘santón’ en la necrópolis islámica de Medina Elvira: http://www.medinaelvira.org).

El rito funerario característico en las necrópolis musulmanas es la inhumación en fosas generalmente excavadas en el suelo natural. El cadáver es objeto de un tratamiento ritual característico consistente en el lavado, amortajamiento, traslado, banquete funerario y oraciones fúnebres posteriores. Se deposita el cadáver directamente en la fosa sin ataúd, envuelto en un sudario y orientado en ángulo recto con la gibla de La Meca (en al-Andalus se documenta una orientación generalmente en el eje NE-SO). El individuo se coloca en posición de decúbito lateral derecho, con las piernas flexionadas, brazos recogidos hacia delante, sobre la región púbica y rostro orientado al SE (Fig.).

Fig. 224 Bis. Enterramientos en decúbito lateral derecho con las piernas flexionadas, brazos recogidos hacia delante y rostro mirando al sureste de la necrópolis islámica de Quez.

Los elementos de ajuar, prohibidos terminantemente por el Islam, es prácticamente inexistente, evidenciándose en ocasiones elementos de adorno personal como anillos (Fig. 225) y pendientes o de depósito funerario como candiles (como en Gibralfaro _Málaga_ en Santa Eulalia, en Granada, en Alcarias da Torre_Silves, Portugal_, en Córdoba: Fig. 226) vinculados a la oraciones realizadas durante siete noches tras la inhumación del cadáver y, sin duda, una tradición heredada del mundo romano y común a todo el mediterráneo occidental.

Fig. 225. Anillo localizado en la tumba 013 del sector meridional de la necrópolis de Córdoba (PIZARRO ALTUZARRA-SIERRA MONTESINOS, 2007, 184, Fig. 5 y 186, Lámina 7).

Fig. 226. Candil (PIZARRO ALTUZARRA-SIERRA MONTESINOS, 2007, 186, Lámina 8; 187, Lámina 9).

En cuanto a la tipología de enterramientos, la variedad es grande en lo que respecta a las fosas, diferenciándose, esencialmente, por el tipo de cubierta de la sepultura. Predominan las de fosa simple sin cubierta (Fig. 227: derecha y 228) o con cubrición de tejas dispuestas transversalmente (Fig. 227: izquierda).

Fig. 227. Necrópolis musulmana de Cercadilla (Córdoba). Izquierda: enterramiento musulmán con cubrición de tegulae; Derecha: enterramiento musulmán en fosa simple con individuo en decúbito lateral supino y cabeza mirando al oeste (http://www.arqueocordoba.com).

Las tumbas estarían señalizadas mediante pequeños túmulos de tierra, además de contar con una pequeña lápida, con una inscripción en la que consta la identidad del difunto, en la cabecera o en los pies, o en ambos, conocida como sahid o testigo.

Fig. 228. Enterramientos musulmanes del sector meridional de la necrópolis de Córdoba (PIZARRO ALTUZARRA-SIERRA MONTESINOS, 2007, 186, Fig. 3 y 4).

La coexistencia de ritos es fiel reflejo de una sociedad en la que conviven perfectamente determinadas minorías (judíos y musulmanes) con la mayoría hispano-romana. La mencionada necrópolis de ‘Fuente de la Mora’ es un buen ejemplo de ello, puesto que la única inhumación que presenta un individuo inhumado según el ‘rito islámico’ (Fig. 229), correspondiente a las primeras fases de ocupación en época emiral, en torno a mediados del siglo VIII, en este asentamiento, se inscribe en una pequeña área funeraria conformada por siete fosas rectangulares excavadas en el terreno natural, en la que la mayoría de la población se entierra según los usos y costumbres característicos del mundo tardo-romano y tardo-antiguo, documentándose en algunas inhumaciones la presencia de elementos de vestimenta de clara tradición romana como anillos y alfileres de bronce.

Fig. 229. Necrópolis de ‘Fuente de la Mora’ (Leganés, Madrid): individuo inhumado en posición de decúbito lateral supino con la cabeza mirando al oeste (MARTÍN RIPOLL-PÉREZ VICENTE-VEGA MIGUEL, 2007, 656).

Es necesario tener en cuenta, sin embargo, que la presencia de una inhumación, o de varias, que evidencia un rito islámico no implica necesariamente que el individuo enterrado de esta forma sea musulmán; puesto que, como ya hemos visto en páginas anteriores, las cuestiones de etnicidad son muy complejas de determinar a partir de la arqueología y los

procesos de aculturación e interrelación entre usos y costumbres funerarios locales y foráneos son una constante en toda la tardo-antigüedad hispana. Un buen ejemplo de la superposición y coexistencia de ritos y costumbres funerarios de tradición hispano-romana e islámicos se evidencia en la necrópolis musulmana de la basílica de ‘Rossio do Carmo’, la gran necrópolis de la ciudad de Mértola, en el Alemtejo portugués (MACIAS, 2005) (Fig. 230).

Fig. 230. Maqbara de ‘Rossio do Carmo’ (Mértola): Vista de conjunto de la necrópolis islámica con las excavaciones realizadas en 2003 (MACIAS, 2005, 126, Fig. II. 94).

La necrópolis islámica ocupará parcialmente y a partir del siglo VIII un sector del cementerio tardo-antiguo (vid. supra), situándose el límite norte de la maqbara al norte de los muros de la basílica paleocristiana, prolongándose, a su vez, las inhumaciones hacia el sur, a lo largo de la vía que discurre hasta las murallas de Mértola (Fig. 231).

Fig. 231. Sepulturas islámicas de la basílica paleocristiana de ‘Rossio do Carmo’ (Mértola) (MACIAS, 2005, 130, Fig. II. 99).

Como en Medina Elvira, también en el caso de Mértola se ha planteado la hipótesis de la existencia de un área funeraria privilegiada organizada en torno al sepulcro de un santo, evidenciándose por la gran densidad de superposiciones de tumbas en este sector de la necrópolis, mientras que en otras zonas del área funeraria, y conforme a la tradición islámica, hay un porcentaje más elevado de inhumaciones individuales (MACIAS, 2005, 302320). No es posible determinar con exactitud el comienzo de la necrópolis islámica de ‘Rossio do Carmo’, aunque algunas tumbas se asientan directamente sobre el techo derruido de la basílica paleocristiana, cortando en ocasiones otras inhumaciones de época tardo-antigua (Fig. 232).

Fig. 232. Tumbas islámicas cortando los muros de la basílica paleocristiana de ‘Rossio do Carmo’ (Mértola) (MACIAS, 2205, 129, Fig. II. 98).

En Mértola se han hallado algunos epígrafes funerarios, de los cuales el más antiguo es uno fechado en el año 957 (346 de la hégira), conservado en el museo de esta localidad, siendo los demás de los siglos XII y XIII, fechas tardías en consonancia con lo que se constata en otras áreas del al-Andalus. La tipología de las inhumaciones en la necrópolis de ‘Rossio do Carmo’, mayoritariamente conformada por fosas simples excavadas en la tierra, muestra, una vez más, esa coexistencia e interrelación con el mundo romano, como lo evidencian las tres sepulturas excavadas directamente en la roca y correspondientes a la fase islámica de esta área funeraria (Fig. 233) (MACIAS, 2005, 302-320).

Fig. 233. Sepultura nº 30 de la Maqbara de Mértola (MACIAS, 2005, 131, Fig. II. 100, II. 101).

1. 3. El mundo funerario judaico. En lo que respecta al ritual funerario judío es preciso subrayar de entrada la escasez y la ambigüedad de las informaciones con las que contamos al respecto, desde el punto de vista exclusivamente del registro material, para el período tardo-antiguo e incluso la alta Edad Media (CASANOVAS MIRÓ, 1993). Son bien conocidas, a través de los textos, evidencias de tipo cultual y diversas inscripciones en griego o antropónimos de origen judío (aunque generalmente mal conocidas y de difícil interpretación) la presencia de numerosas comunidades judías en la Península Ibérica, conformando siempre una minoría social respecto a la mayoría hispano-romana (GARCÍA IGLESIAS, 1978; GARCÍA MORENO, 1993, 2002). Desde el punto de vista estrictamente arqueológico, se han realizado intervenciones parciales en cementerios judíos, generalmente no anteriores a la alta Edad Media o como muy temprano del siglo IX, en Montjuic (Barcelona) (Fig. 234), León, Soria, Deza (Soria), Tàrrega (Lérida), Teruel, Toledo, Córdoba, Lucena (Córdoba), entre otros.

Fig. 234. Tumba excavada en la roca perteneciente al cementerio judío de Montjuic (Barcelona) (PERMANYER, 2005).

Precisamente en Lucena, en la Ronda Sur de la ciudad, se ha documentado en 2007 un área funeraria de época tardo-romana, fechada en el siglo IV, con un ritual de enterramiento judío, sin ajuar, con los individuos inhumados en posición de decúbito lateral supino, orientación del cuerpo en sentido EsteOeste, cabeza mirando al Este, y posición mayoritaria de uno de los brazos flexionado sobre el cuerpo, con la mano sobre la cadera opuesta o el pubis. Las fosas son excavadas directamente en la tierra y los individuos enterrados a gran profundidad y en nichos laterales 2 . De confirmarse esta cronología, pendiente de las dataciones por C14, estaríamos ante la necrópolis judaica más antigua de la Península Ibérica. En el Portus Ilicitanus, núcleo portuario de Ilici, se ha interpretado como una placa funeraria de los siglos V y VI una losa de pizarra gris que mostraba una decoración en su parte inferior de lo que sería un ave estilizada que se identifica con un pavón o pavo real mirando hacia la derecha, por encima se configura un elemento indeterminado, conformando un pequeño tramo de doble círculo inciso relleno de una serie de losanges, de los que se conservan cinco. Aunque, como ya ha sido señalado, su vinculación con el ámbito cristiano es más plausible que su lectura como un elemento funerario asociado al mundo judaico (POVEDA NAVARRO, 2005). Lo mismo podría decirse de la inscripción y anillo hallados en Saetabi; la primera hace referencia a una mujer llamada Chaldaea y se relaciona con una judía; el segundo, se documentó en una tumba de la necrópolis de esa localidad (POVEDA NAVARRO, 2005). En ambos casos, las evidencias no son lo suficientemente claras y determinantes para atestiguar la presencia de comunidades judías en época tardo-antigua, lo que, insistimos, no excluye la realidad de su existencia y presencia en el solar hispano. Es, precisamente, en las inmediaciones de las juderías donde encontramos las áreas funerarias. A diferencia de las necrópolis musulmanas, las judías se configuran como un espacio delimitado por un muro. La tipología de inhumaciones documentada en la Península es también muy variada, siempre teniendo en cuenta que nuestras informaciones son fundamentalmente de la plena y baja Edad Media, aunque no diferirían prácticamente de lo que serían                                                                                                                         2

Recordemos que en Mérida se ha documentado también un importante conjunto de inhumaciones en nicho lateral que por su cronología se interpretan como un área funeraria cristiana de época emiral, aunque, en nuestra opinión, no habría que excluir la posibilidad de estar en presencia de una pequeña comunidad judía (vid. supra: capítulo III).

los ritos y costumbres funerarios de las comunidades judías hispanas durante la tardo-antigüedad y la alta Edad Media. Esta tipología de enterramientos va desde las tumbas en fosa con nicho lateral, a las que ya hemos hecho referencia anteriormente (vid. supra., capítulo III), inhumaciones en cuevas, de tipo antropomorfo, fosas trapezoidales, delimitadas lateralmente con cantos rodados y sepulturas con ataúdes de madera en fosas trapezoidales. El empleó del ataúd debió de ser muy frecuente, puesto que en la mayoría de las necrópolis documentadas se hallan numerosos clavos en el interior de las fosas3. La tumba se señalizaba con una lápida inscrita que, normalmente, se colocaba transcurrido un año del sepelio (Fig. 235).

Fig. 235. Ladrillos bajo-medievales, probablemente de carácter funerario, con inscripciones hebraicas localizados en Navacepeda de Tormes (Ávila) (CASTAÑO, 2007, 227).

La orientación más frecuente en las necrópolis judías es la que muestra el cadáver en posición de decúbito supino con los brazos extendidos o doblados sobre las distintas partes del cuerpo y excepcionalmente cruzados, la cabeza hacia el Oeste y los pies hacia el Este, aunque existen, lógicamente, variaciones. La presencia de elementos de vestimenta, puesto que los ajuares                                                                                                                         3

Un hecho singular es el hallazgo en la necrópolis hebraica de Córdoba, en los años 30 del pasado siglo, de tres tumbas en las que aparecían clavos incrustados en la tercera costilla del lado derecho, en la rótula de la pierna izquierda y en la primera falange del dedo índice. La interpretación de estas evidencias es todo un enigma, máxime teniendo en cuenta que la legislación hebraica prohibía terminantemente la manipulación de los cadáveres.

son escasos o inexistentes, se limita o objetos de adorno como anillos de oro y plata con o sin inscripción decorados con elementos vegetales, figurativos o simples motivos en zigzag; pulseras, colgantes, pendientes y alfileres, no diferenciándose, en este sentido, de lo que era habitual en el mundo romano.

1. 4. Los enterramientos en silos en el siglo VII: ¿pervivencia o innovación?

Un fenómeno recientemente constatado, al menos en lo que respecta a evidencias materiales bien documentadas, es el de los enterramientos en el interior de silos, amortizando su uso previo como estructuras de almacenamiento. Se ha constatado, hasta la fecha, este rito o costumbre funeraria en el centro de la Península, concretamente en la Comunidad de Madrid, en los asentamientos rurales de ‘Las Charcas’ (Barajas) (Fig. 236), en el yacimiento B, sector A, de ‘Arroyo Culebro’ (Leganés) (Fig. 237), en Gózquez de Arriba (San Martín de la Vega) (Fig. 238), en el Yacimiento 1 de la M 50 en Boadilla del Monte, e Buzanca (Leganés), en Torrejón de la Calzada (Madrid) o en Griñón (Madrid); además de en el este de la Península, en Vilans de Reig, en Cataluña (Fig. 239 y 240). En el caso de ‘Las Charcas’, hay tres inhumaciones, sin depósito funerario asociado, efectuadas en el interior de silos; los dos adultos (estructuras 1380 y 1450: Fig. 236) no evidencian cuidado alguno en el depósito de los individuos, mientras que el enterramiento infantil (estructura 1240 y UE 1242), presenta una posición fetal del cadáver que denota alguna preocupación, aunque no en cuanto a la orientación. Este tipo de inhumaciones se asocian a un momento de ‘abandono’, en torno al siglo VII, del asentamiento de ‘época visigoda’ ligado a algún evento excepcional que obligaría a efectuar los enterramientos de forma apresurada aprovechando estructuras de uso originario completamente diferente, como los silos-basureros, o en fosas simples excavadas en la tierra y realizadas ad hoc sin relación con un tipo de ritual funerario específico (RODRÍGUEZ CIFUENTES-DOMINGO PUERTAS, 2006).

Fig. 236. Individuo enterrado en un silo en el asentamiento de ‘Las Charcas’ (Madrid) (RODRÍGUEZ CIFUENTES-DOMINGO PUERTAS, 2006, 438, Fig. 7).

En lo que respecta al asentamiento de ‘Arroyo Culebro’ (Leganés) (Fig. 237), en lo que se conoce como el ‘campo de silos’ (yacimiento B), se evidencian enterramientos en algunos silos correspondientes a una ‘fase de abandono’ en la segunda mitad del siglo VII, que se vinculan, igualmente, con algún acontecimiento ‘traumático’ y, en todo caso, denotarían una premura en la ejecución de este tipo de inhumaciones (PENEDO COBO-OÑATE BAZTÁNSANGUINO VÁZQUEZ, 2006).

Fig. 237. Enterramiento en silo documentado en el asentamiento de ‘Arroyo Culebro’ (Leganés, Madrid) (PENEDO COBO-OÑATE BAZTÁN-SANGUINO VÁZQUEZ, 2006, 589, Fig. 8).

En Gózquez de Arriba (San Martín de la Vega) (Fig. 238), se documentan asimismo enterramientos múltiples de carácter coyuntural aprovechando silos abandonados para depositar en su interior los cadáveres. Este hecho se relaciona, como en todos estos yacimientos, con un momento de ‘crisis’ en la segunda mitad del siglo VII y un contexto de extrema inmediatez en la realización de este tipo de prácticas funerarias que se alejan completamente de las prácticas habituales en la sociedad tardo-antigua peninsular (VIGIL ESCALERA, 2006a). Este tipo de enterramientos en silos, constatado en numerosos yacimientos de la meseta central castellana, van acompañados en ocasiones de esqueletos de perros o animales domésticos, así como de vajillas cerámicas completas, relacionándose esta práctica con una mínima preocupación higiénico-sanitaria por parte de los habitantes de estos asentamientos (VIGIL ESCALERA, 2006a).

Fig. 238. Restos óseos de cinco individuos inhumados en un silo amortizado de Gózquez (San Martín de la Vega, Madrid) (VIGIL ESCALERA, 2006a, 106, Fig. 8).

En el yacimiento catalán de Vilans de Reig (Els Torms, Les Garriges) (Fig. 239 y 240) (NIETO-ESCALA, 2004), se ha excavado recientemente un asentamiento rural del siglo VII, que presenta la singularidad de una total ausencia de materiales cerámicos o de otro tipo, pero para el que se cuentan con varias dataciones de C14 efectuadas a partir de los abundantes restos óseos y aqueofaunísticos documentados y que permiten adscribir

cronológicamente el yacimiento al período señalado. Entre las estructuras evidenciadas a lo largo de la excavación se han identificado cinco silos, dos estructuras de combustión y una fosa circular. Los silos han sido, posteriormente, reutilizados como lugar de enterramiento. En el caso de la estructura FC-7 (UE 1048), el silo es amortizado por una inhumación infantil con el individuo en posición fetal y sin ningún tipo de depósito funerario asociado. En lo que respecta a la estructura SJ-2 (UE 1013), el silo es empleado de nuevo para realizar un enterramiento doble de forma simultánea, a la que están asociados elementos de ofrenda funeraria consistentes en restos de animales identificados mayoritariamente con Capra hircus. Los dos individuos inhumados, probablemente de sexo diferente, (UE 1041 y 142) (Fig. 239) presentaban un excelente estado de conservación, encontrándose el primero de ellos en posición de decúbito lateral izquierdo, y el segundo en la misma posición, pero con las piernas sobre el primero (Fig. 240).

Fig. 239. Enterramiento doble amortizando un silo de Vilans de Reig (Els Torms, Les Garrigues) (NIETO-ESCALA, 2004).

La estructura identificada como SJ-2 (UE 1013) evidencia cuatro niveles de ocupación y de enterramiento (Fig. 240). En el primer nivel se localizan las dos inhumaciones; en el segundo se hallaron los dos esqueletos de Capra hircus; en el tercer nivel se identificaron otros dos individuos y gran cantidad de restos aislados; en el cuarto nivel se documentaron otros tres individuos, además de una pelvis con las extremidades posteriores y una extremidad anterior (Fig. 240). Como indicábamos, la cronología de este yacimiento se ha obtenido a través de dataciones de C14 efectuadas sobre los restos óseos de una de las cabras localizadas en el silo que conforma la estructura SJ-2 (UE 1013), dando unas probabilidades del 79,5% para los años 645-720 y del 95,1% para el período entre el 599-782, proponiéndose una datación estimada en torno al año 690 (NIETO-ESCALA, 2004, 280).

Fig. 240. Distribución de los restos contenidos en el silo por fases cronológicos (Els Torms, Les Garrigues) (NIETO-ESCALA, 2004).

Este ritual de enterramiento evidenciado en el yacimiento de Vilans de Reig es, como en el caso de los localizados en la meseta central (Comunidad de Madrid), completamente ajeno a la tradición hispano-romana y que denota más que la perduración de ritos ancestrales, característicos por ejemplo del calcolítico 4 , asociados a un supuesto ‘aislamiento geográfico’ de estas poblaciones (NIETO-ESCALA, 2004, 280), una necesidad imperiosa de efectuar las inhumaciones aprovechando estructuras preexistentes, con una función originaria completamente diferente, en un contexto cronológico, el siglo VII y especialmente en su segunda mitad, en el que se están produciendo importantes cambios y transformaciones en todos los órdenes para el conjunto de Hispania. La excepcionalidad de este tipo de enterramientos en silos debe, no obstante, prevenirnos ante la tentación de considerar este ritual como un síntoma de una ‘regresión’ o ‘vuelta atrás’, a ‘tiempos prehistóricos’, en lo que al mundo funerario se refiere. Su finalidad, eminentemente práctica, evidencia, precisamente, el pragmatismo y lo puntual de este tipo de inhumaciones en la arqueología funeraria tardo-antigua hispana.    

                                                                                                                        4

Como en el poblado calcolítico del ‘Camino de las Yeseras’ (San Fernando de Henares, Madrid) (LIESAU et al., 2008, 97-120).

Lihat lebih banyak...

Comentarios

Copyright © 2017 DATOSPDF Inc.