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Descripción

I TÁLICA

1912-2012

Centenario de la Declaración como Monumento Nacional

Edición preparada por:

Fernando Amores Carredano José Beltrán Fortes

I

T Á L I C A

1 9 1 2 - 2 0 1 2

Centenario de la Declaración como Monumento Nacional

Edición preparada por: Fernando Amores Carredano José Beltrán Fortes

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de los titulares del copyright, salvo excepción prevista por la Ley.

© de la Edición: Fundación Itálica de Estudios Clásicos © los autores © de las fotográfias: J. Morón

Edita: Fundación Itálica de Estudios Clásicos Patrocina: Parlamento de Andalucía Colabora: Junta de Andalucía. Consejería de Cultura

ISBN: 978-84-695-2694-1 Maquetación e impresión: Proyecto Sur Industrias Gráficas, S.L. C/ San Juan, 10. 18100 Armilla - Granada Telf.: 958 573 743 - Fax 958 573 774 industriagrafi[email protected]

Impreso en España – Printed in Spain

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Índice

Prólogo

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Capítulo I. LA CONMEMORACIÓN DE UN CENTENARIO

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Capítulo I.I.

ITÁLICA, HITO ARQUEOLÓGICO DE LA BÉTICA ROMANA Pilar León-Castro Alonso

Capítulo I.II.

ITÁLICA 1912-2012. UNA PERSPECTIVA CENTENARIA Fernando Amores Carredano

Capítulo I.III.

11

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LA PROTECCIÓN LEGAL DE ITÁLICA. DE MONUMENTO NACIONAL A BIEN DE INTERÉS CULTURAL Rocío Izquierdo de Montes

Capítulo I.IV.

39

EL PAPEL DE LAS INSTITUCIONES EN EL RESCATE DE ITÁLICA Javier Verdugo Santos

Capítulo I.V.

51

NUEVOS INSTRUMENTOS DE GESTIÓN: EL PLAN DIRECTOR DE ITÁLICA Sandra Rodríguez de Guzmán y Joaquín Hernández de la Obra

Capítulo II. EL RESCATE GRÁFICO DE ITÁLICA POR DEMETRIO DE LOS RÍOS Capítulo II.I.

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PERFIL BIOGRÁFICO DE DEMETRIO DE LOS RÍOS Y SU INTERVENCIÓN EN ITÁLICA José Manuel Rodríguez Hidalgo

Capítulo II.II.

75

EL LIBRO MANUSCRITO E INACABADO DE DEMETRIO DE LOS RÍOS SOBRE ITÁLICA José Beltrán Fortes

Capítulo II.III.

93

LA COLECCIÓN “DEMETRIO DE LOS RÍOS” EN EL ARCHIVO DEL MUSEO ARQUEOLÓGICO DE SEVILLA Concha San Martín Montilla

Capítulo II.IV.

PLANO TOPOGRÁFICO DE ITÁLICA José María Luzón Nogué

Capítulo II.V.

107

117

EL FORO DE ITÁLICA José Beltrán Fortes

123

3

Capítulo II.VI.

VISTA PANORÁMICA DEL ANFITEATRO DE ITÁLICA José María Luzón Nogué

Capítulo II.VII.

DEMETRIO DE LOS RÍOS Y LA EPIGRAFÍA ITALICENSE Antonio Caballos Rufino

Capítulo II.VIII.

265

LUCERNAS Mercedes Oria Segura

Bibliografía

261

LAS MONEDAS EMITIDAS POR LA CIUDAD DE ITÁLICA Francisca Chaves Tristán

Capítulo II.XVI.

237

PLACAS DE LOS TRABAJOS DE HÉRCULES Mercedes Oria Segura

Capítulo II.XV.

233

LAS ESCULTURAS DE ITÁLICA José Beltrán Fortes

Capítulo II.XIV.

227

CAPITELES Carlos Márquez Moreno

Capítulo II.XIII.

213

PINTURA MURAL DEL ANFITEATRO José Beltrán Fortes

Capítulo II.XII.

173

ARQUITECTURA, DIBUJO Y ARQUEOLOGÍA Alfonso Jiménez Martín

Capítulo II.XI.

159

CASAS Y MOSAICOS Irene Mañas Romero

Capítulo II.X.

135

TERMAS Oliva Rodríguez Gutiérrez

Capítulo II.IX.

131

271

275

Pilar León-Castro

Capítulo I. I ITÁLICA, HITO ARQUEOLÓGICO DE LA BÉTICA Pilar León-Castro Alonso1

Otorgar a Itálica un nuevo título es un serio compromiso, habida cuenta de los que ya ostenta. El de hito arqueológico de la Bética le hace justicia en cuanto yacimiento y conjunto arqueológico, lo que no significa que necesariamente fuera la ciudad más monumental o espectacular de la provincia, por más que mucho de eso tuvo Itálica en época adrianea. Este matiz resulta obligado no sólo para hacer honor a la realidad histórica, sino para hacer valer la importancia de la Bética, provincia en la que proliferaron las ciudades notables, como la Arqueología demuestra a cada paso. Desde esta perspectiva hemos de considerar, en primer lugar, en qué consiste o qué se quiere dar a entender con hito arqueológico; en segundo lugar, cuáles son los fundamentos de esa categoría; en tercer lugar, si Itálica se ajusta a ella. Examinemos cada uno de estos presupuestos. Todo hito es una referencia fija, permanente, un alto en el camino que proporciona orientación y que permite fijar la vista en algo. Itálica lo es, porque sus ruinas y monumentos son un referente que permanece y actúa como tal a la hora de sopesar la romanidad de la provincia Bética. Ya su origen va enlazado a un hito histórico decisivo para el futuro de Hispania, el triunfo de Roma sobre Cartago en la batalla de Ilipa (206 a.C.). Tras la victoria se establece por primera vez en suelo hispano un pequeño contingente poblacional asentado por Publio Cornelio Escipión, el triunfador de Ilipa, en el solar de la que llegaría a ser Itálica (Caballos, 2010a: 1ss.). La trayectoria de la ciudad se inicia como la de tantas otras ciudades hispanorromanas, pero queda marcada por la gloria de aquel origen, prerrogativa que la ciudad retiene. Hacia mediados del siglo II a.C. sucedió algo más que los italicenses no quisieron olvidar y que al cabo de dos siglos conmemoraron como un hito. Hay poca información sobre él y la que existe, epigráfica, es fragmentaria y parca; pero celebra la donación hecha por el cónsul Lucio Mummio tras el saqueo de Corinto en 146 a.C. No sabemos en qué consistió la donación, tal vez objetos artísticos, pero fue Itálica la única ciudad de la Bética que resultó agraciada. De la estima de los italicenses por esta nueva prerrogativa da idea el hecho de que todavía en el siglo II d.C., en época adrianea, una inscripción conmemorativa recordara a Mummio y la donación hecha en aquellos días, en los que Itálica carecía de prendas artísticas que ostentar (Caballos, 2010a: fig. 1.1.; cfr., capítulo de Epigrafía en este mismo volumen: lám. 4ª, nº 12). Ahora bien, hitos en toda regla fueron los que proporcionaron dos noticias, ambas con la feliz nueva de la proclamación imperial de dos hijos de la tierra, Marco Ulpio Trajano en 98 d.C. y Publio Aelio Adriano en 117 d.C. Una espiral de euforia recorre Itálica a causa de un hito que supera el de los orígenes, pues significa ver enlazado su nombre al de dos de los más grandes emperadores de Roma. Las consecuencias de aquella euforia engrandecieron la Historia y la Historiografía de Itálica, sustanciaron su Arqueología y pusieron las bases sobre las que hoy alzamos la designación de hito arqueológico de la Bética. Antes de proseguir debe quedar claro que estos comentarios no pretenden ser un elogio desmesurado y acrítico,

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Universidad de Sevilla. Departamento de Prehistoria y Arqueología. Grupo de Investigación HUM 402 (PAI).

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Capítulo I.I. Itálica, Hito Arqueológico de la Bética

que Itálica no necesita, sino una reflexión ponderada sobre las causas que han hecho cristalizar la idea de hito arqueológico. Pasemos a preguntarnos en qué se basa esa designación o, más concretamente, qué es Itálica en cuanto yacimiento arqueológico, qué contiene, qué ofrece al visitante. Ante todo hay que advertir que se trata de una realidad cambiante, evolutiva y en transformación desde los días de su abandono y olvido hasta el momento actual; pero si procuramos hacer abstracción del tiempo y escudriñamos la imagen tradicional de Itálica, encontraremos algunas constantes sobre las que fundamentar la visión de hito arqueológico de la Bética. In situ ofrece ruinas arquitectónicas monumentales, mosaicos y calles pavimentadas con grandes losas de piedra, poligonales e irregulares. Fuera de contexto ofrece hallazgos arqueológicos sensacionales de toda clase, provenientes de su suelo: piezas arquitectónicas, esculturas, mosaicos, pedestales de estatuas, inscripciones, monedas y abundante material menudo. Hallazgos que por lo general se prodigan en cantidad y calidad, algo que contribuye en gran medida a destacar a Itálica en el panorama de ciudades de la Bética y que debe ser resaltado como mérito a causa de la riqueza de esta provincia en hallazgos arqueológicos sorprendentes. A estos factores se añade uno más que se puede pensar subjetivo, pero que debe ser evaluado, cuando se trata de examinar el contenido de Itálica como yacimiento. Me refiero al encanto del lugar, que nada tiene de extraordinario en lo que se refiere a paisaje o a escenario natural, pero que envuelve a Itálica en un aura singular. Probablemente ésta se nutre de los efluvios de un prestigio añejo, histórico y arqueológico, reforzado por la literatura y el arte, todo lo cual capta el ánimo del espectador y lo hace vibrar. Esta serie de sumandos arroja un balance claro a favor de lo que en una ocasión anterior he designado estampa arqueológica de prestigio (León, 1993: 29ss.). El desglose de sumandos es útil para mostrar la posición que ocupan Itálica y sus monumentos respecto a otras ciudades de la Bética. Las que conservan un anfiteatro tienen en él un referente monumental de primera magnitud por la fuerza y el volumen de este tipo de edificio. Así ocurre en Itálica con la particularidad de una escala impresionante y de una conservación aceptable. De hecho, el Anfiteatro de Itálica es uno de esos edificios que a nadie deja indiferente. Ha sido siempre así, entre otras razones, porque siempre ha estado a la vista, lo que explica el protagonismo que continuamente se le ha dado en la iconografía de la ciudad, así como en la tradición literaria y artística. Cualquiera que lo haya visto sabe que sobrecoge. Sobrecogen las bóvedas de hormigón que se sostienen como moles descoyuntadas, las galerías en penumbra, el núcleo de la fábrica de ladrillos. Impone verse inmerso en la espaciosidad de la arena y percibir el eco de una historia de siglos, que parece resonar en su concavidad. El Anfiteatro es, pues, parte activa en el carácter de hito arqueológico de Itálica no sólo por la elevada posición que le conceden sus dimensiones en el catálogo de anfiteatros romanos –así, Antonio García Bellido (1960: 110) le asigna la tercera posición tras el Coliseo de Roma y el Anfiteatro de Capua–, sino porque la literatura y el arte le otorgan fama merecida. En atención a ella contó ya en 1862 con una monografía exclusiva, muy bien ilustrada, obra del arquitecto y arqueólogo Demetrio de los Ríos (Ríos, 1862; cfr. el capítulo de J. M. Rodríguez Hidalgo en este mismo volumen). Siglo y medio sin ser revisada ni superada es tiempo suficiente para que se produzca un nuevo estudio monográfico que haga honor y al mismo tiempo actualice el anterior. Una puesta al día llevada a cabo hace poco tiempo por Rafael Hidalgo demuestra con argumentos científicos y arqueológicos actuales la excepcionalidad de este edificio soberbio, un hito de la arquitectura adrianea, decisivo en la plasmación del hito arqueológico italicense (Hidalgo, 2008a: 222ss.).

Ni el Teatro ni los dos edificios termales, que posee Itálica, son comparables al Anfiteatro, aunque son valiosos especímenes enriquecedores de su patrimonio arquitectónico monumental. En ellos hace acto de presencia un elemento decisivo en la magnificencia de la ciudad, el mármol banco y de color. Quien 12

Pilar León-Castro

haya visto las series de columnas marmóreas polícromas yacentes en el pórtico del Teatro habrá podido hacerse idea de su esplendor y del que consecuentemente aportan a la ornamentación de un edificio. El Teatro de Itálica fue el primer aldabonazo en el proceso de monumentalización que Itálica empezó a experimentar a comienzos de época imperial, en tiempos del emperador Augusto. El estudio que Ángel Ventura le ha dedicado no sólo ha significado una renovación y puesta al día de conocimientos, sino que ha desvelado el valor simbólico que el Teatro alcanzó en la ciudad, hasta el punto de haber sido salvaguardado, mejorado y embellecido a lo largo de tres siglos (Ventura, 2008: 192ss.; cfr. Pinto y otros, 2011: 77ss.). Las excavaciones últimas de Álvaro Jiménez y Juan Carlos Pecero han permitido constatarlo con información y datos fehacientes (Jiménez y Pecero, 2011: 373ss.). Lo mismo sucedía con las Termas, construcciones magnas, sólidas y espaciosas, que ponían en la imagen de la ciudad la nota peculiar de la redondez de sus cubiertas, además del volumen de su fábrica. Durante siglos dos complejos termales dispersos y distantes en medio del solar de Itálica ofrecían sus ruinas impresionantes como signos de la grandeza que llegó a tener la ciudad. Sus enormes dimensiones, poderosas bóvedas y muros recios favorecieron en siglos pasados la fantasía interpretativa de quienes las contemplaban, de donde los juicios carentes de fundamento desde el punto de vista científico actual, pero aleccionadores por la admiración y consideración que demostraban, al reconocer que nada comparable había en la Bética o en Hispania y que las referencias remitían a la misma Roma. No tuvieron las Termas la fortuna del Anfiteatro en cuanto a estudio y publicación se refiere, por más que el mismo Demetrio de los Ríos enviara informes sobre ellas al Istituto di Corrispondenza Archeologica en 1861 (Ríos, 1861; cfr. el capítulo de J. M. Rodríguez Hidalgo en este mismo volumen). A partir de ahí estudios arqueológicos rigurosos y actuales, debidos a Rafael Hidalgo, ponen de manifiesto el potencial arquitectónico de los complejos termales italicenses y los relacionan lógicamente con los modelos más vanguardistas de la arquitectura termal del siglo II d.C., tanto de Roma como de Villa Adriana (Hidalgo, 2008b: 244ss.). En medio de este panorama de ruinas grandiosas las casas, reducidas a cimientos a ras del suelo o a simples huellas de ellos, pasarían inadvertidas de no ser por los mosaicos. Bien es verdad que cuando se toman en consideración factores arqueológicos y arquitectónicos tan sobresalientes como la amplitud del espacio ocupado por cada casa, las dimensiones de las estancias, el número de éstas, la orientación a favor de los condicionantes climáticos, los espacios ajardinados e incluso a veces los espacios termales de uso privado, se comprende que se trata de mansiones sin parangón en cuanto a lujo y confort dentro de la tipología de casa urbana hispanorromana. A pesar de ello las casas de Itálica, en cuanto claro exponente del lujo y del confort alcanzado a nivel privado, siguen a la espera de una indagación minuciosa. De momento Rafael Hidalgo ha renovado considerablemente el estado de la cuestión, haciendo ver la singularidad tipológica y arquitectónica de estas mansiones italicenses y, lo que es aún más importante, relacionándolas con elementos y aspectos de corte y gusto típicamente adrianeos, provenientes de la villa residencial del emperador Adriano en Tívoli (Hidalgo, 2008c: 304ss.). Ese elevado rango tiene su más firme apoyo curiosamente en los suelos y pavimentos, un elemento ornamental en apariencia humilde pero capaz de reclamar la atención del espectador como si contemplara la alfombra más caprichosa o el tapiz más selecto. Los mosaicos de Itálica son un lujo, se miren como se miren. Para el visitante son el principal atractivo e incluso la mayor distracción en la visita al yacimiento. Porque hay que tener en cuenta, ante todo, que siguen in situ, están donde y como estuvieron en la Antigüedad, inmersos en su propio contexto, aunque privados de cuantos elementos de mobiliario y ornato los acompañaban. Pero allí están resistiendo las inclemencias del tiempo y el paso de los siglos, proclamando el buen gusto de sus dueños y la destreza de sus creadores, como han hecho ver Guadalupe López Monteagudo y Luz Neira (2010) e Irene Mañas (2010 y 2011). Tanto si representan cuadros mitológicos como 13

Capítulo I.I. Itálica, Hito Arqueológico de la Bética

elementos florales o motivos geométricos, los mosaicos italicenses son un derroche de colorido, de formas y de diseños bellísimos. Su abundancia es llamativa y su calidad alta en líneas generales, de modo que una de las imágenes más llamativas, cuando se visitan las casas de Itálica, es la que ofrecen determinados sectores domésticos ricamente pavimentados. Una vez más es necesario resaltar que no existen conjuntos así, tan abundantes, ricos y mantenidos in situ en otras ciudades béticas; singularidad acrecentada si se cuentan los mosaicos italicenses conservados en el Museo Arqueológico de Sevilla y en colecciones particulares. Todavía se podría añadir el lote extraordinario de mosaicos desaparecidos, de los que sólo quedan noticias escritas y dibujos. Los de Demetrio de los Ríos son los que mejor nos aproximan a unos ejemplares maravillosos y sorprendentes, hitos de la musivaria hispanorromana (cfr. capítulo de Irene Mañas en este volumen). No van a la zaga los pavimentos sectiles, hechos a base de plaquitas marmóreas y de materiales lapídeos raros, a las que se dan formas geométricas. En ellos triunfan tanto la riqueza cromática como la sabiduría en cálculo y diseño de los artesanos responsables. Para valorar debidamente la categoría artística de los mosaicos y de los pavimentos sectiles de Itálica, lo mejor es confrontar sus composiciones, esquemas, motivos y juego cromático con los de Villa Adriana. Es la manera de descubrir la cercanía y de reconocer en ella las influencias y el transvase de elementos recibidos en círculos privados a partir de los modelos implantados en la residencia imperial adrianea (Adembri y Cinque, 2006). En la valoración de Itálica como hito arqueológico entra otro sumando importante disociado hoy del yacimiento, pero imagen señera de su rango arqueológico. La escultura. Ya en época islámica era fama que en Itálica había obras escultóricas extraordinarias y maravillosas y que entre ellas sobresalía –cuenta Al-Himyarî– una estatua femenina de mármol con un niño en el regazo, obra apreciadísima, que trajeron a Sevilla a unos baños:

“Se podía posar la mirada para contemplarla durante un día sin aburrirse ni cansarse, por lo acabado de su factura y lo sorprendente de su arte”.

Con estas palabras pondera el cronista la belleza de una obra que causaba el delirio de los que la contemplaban (cfr. Cortines, 2010: 219ss.). Desgraciadamente se perdió tal maravilla, aunque de la descripción de Al-Himyarî se deduce, que posiblemente se trataba de una representación de la diosa Isis. Nada tienen de extraños ni de exagerados los elogios que se le dedican, a la vista de las creaciones de la gran estatuaria italicense. Pedro Rodríguez Oliva ha dado recientemente una visión nítida, brillante y exacta de ella, gracias a la que podemos valorar con pleno conocimiento de causa el valor artístico, la originalidad y la relación de las esculturas italicenses con modelos y talleres de Roma y de otros círculos artísticos de renombre. La problemática afrontada y resuelta por Pedro Rodríguez Oliva concede especial atención a la gran estatuaria italicense, que es la que desde el siglo XVIII mejor explicita las claves en las que reside la personalidad artística de Itálica (Rodríguez Oliva, 2009: 66ss.). Mantener ese nivel durante tiempo, como demuestra la producción escultórica italicense incluso en pequeño formato y en ambiente privado, es prueba de una voluntad competitiva y de un nivel económico tras los que se intuye la potencia de la élite y de la burguesía local, siempre dinámicas y emprendedoras a estos efectos. Posemos ahora la vista en el marco ambiental y espacial del yacimiento, o sea, en su apariencia paisajística natural y sencilla pero dotada de un atractivo especial. Que el paisaje arqueológico conmueve al espectador es cosa sabida y conocida a causa del dramatismo y del pintoresquismo de las ruinas. Ahí reside el interés del fenómeno asimismo conocido como paisaje con ruinas, al que luego haré nueva alusión. Ahora nos interesa centrarnos en los elementos singulares o definidores del paisaje de Itálica, que 14

Pilar León-Castro

son pocos aunque efectivos. Lo primero que atrae la atención de quien penetra en el yacimiento son sus calles inusualmente amplias, pavimentadas con grandes losas, defendidas por aceras asimismo espaciosas. Longitud y rectitud de las calles llevan a pensar en la ortogonalidad ideal del viario romano, signo de funcionalidad, como en buena medida se observa en el mundo antiguo. Naturalmente hay ciudades hispanorromanas, béticas, cuyas calles conocemos y en las se reconocen las mismas señas de identidad que podemos atribuir a las de Itálica en los comienzos de época imperial. Lo extraordinario en las calles italicenses de época adrianea es el espacio concedido tanto a las calzadas como a las aceras, recorridas aquéllas en su interior por una red de cloacas admirable, adornadas éstas con pórticos y fuentecillas en las esquinas, hoy sólo reconocibles en cimientos. No es éste el viario habitual de ciudades provinciales de Hispania, sino más bien el patrón utilizado por las grandes urbes o metrópolis de Oriente (Hidalgo, 2008d: 82ss.). Ajenas a la imagen antigua de la ciudad romana, por más que decisivas en la configuración paisajística moderna del yacimiento, son las hileras de cipreses que flanquean las calles e intercalan verticalidad en la extensa horizontal del campo de ruinas. No fue siempre así, pero hace un siglo que éste se vio invadido por el cementerio de Santiponce (Sevilla). El visitante se sorprende al encontrarlo precisamente a la subida de una calle importante, el cardo principal cuyo trazado intercepta. Tampoco esto es habitual, si bien la fuerza de la costumbre ha llegado a paliar el efecto penoso de su presencia. Un sumando más, el color, entra a formar parte del marco ambiental del yacimiento. Itálica tiene su propio cromatismo, homogéneo y discreto, definido por la tonalidad parda y terrosa que desde el suelo asciende a las masas de opus caementicium, se difumina en ellas y se funde a veces con esa otra tonalidad entre amarillenta y anaranjada del opus latericium, el ladrillo romano. Unas manchas de olivo y los toques leves de una vegetación espontánea intensifican el colorido inmerso en una naturaleza suave, de contornos limados. Lo ha captado bellamente Jacobo Cortines en el poema En las ruinas, resumen lírico del cromatismo de Itálica: “No vano horror, ni rota pesadumbre, sino feliz memoria en estos campos donde el azul del lirio Abril combina con jaramagos, cardos y amapolas. ……………… Ejemplo no de muerte este collado, sembrado de cipreses y de rosas, más bien vestigio que proclama la eternidad efímera del gozo” . (Cortines, 2010: 204ss.).

La poesía, tan presente en Itálica, es un escenario en el que el hito arqueológico alcanza cotas únicas por originales y sublimes. Es sabido que el motivo literario de las ruinas se hace presente con frecuencia y éxito entre los grandes escritores de nuestro Siglo de Oro, poetas especialmente. El más conocido de ellos es Rodrigo Caro (1573-1647), cuya célebre Canción a las ruinas de Itálica es recordada a menudo en la visita al yacimiento, homenaje merecido al creador de una composición poética admirable (Cortines, 2010: 204ss.), piedra de toque en la creación del hito arqueológico. Precisamente por conocida no hace falta detenerse en ella, mientras por el contrario no está de más recordar que también en prosa dedicó Rodrigo Caro páginas sabias a Itálica, hasta el punto de que con él se inicia la literatura arqueológica italicense, ampliamente cultivada durante los siglos XVIII y XIX, antes de que se inicie la Arqueología científica (León, 1993: 15

Capítulo I.I. Itálica, Hito Arqueológico de la Bética

36ss.). Para la poesía del Siglo de Oro más que un hito Itálica es un paradigma, circunstancia que merece ser resaltada no con vanos fines laudatorios sino con intención de probar que ése es un privilegio reservado a ciudades antiguas elevadas a la categoría de símbolo. Evidentemente Itálica lo fue y el parangón que establece Rodrigo Caro entre ella, Troya, Atenas y Roma, aunque ideal y retórico, da idea del rango que se le atribuía (Cortines, 2010: 204ss.). El ejercicio literario ha sido factor clave en la consagración de Itálica como hito arqueológico de la Bética, porque al acaparar la inspiración de autores tan afamados, impulsaban éstos la difusión y la repercusión del nombre y de la fama de aquélla. La lectura de esos textos literarios en prosa y verso es del máximo interés para quienes quieran valorar a fondo la esencia o el fundamento del carácter de hito o paradigma atribuido a Itálica. La pesquisa literaria podía resultar antes tarea tediosa, pero ahora está facilitada al máximo, ya que Jacobo Cortines ha elaborado un compendio culto y selecto de poemas y textos sobre Itálica, que se inicia con las fuentes antiguas y llega a la actualidad, además de contar con estudio crítico esclarecedor sobre la poética de las ruinas (Cortines, 2010: 11ss.). Su lectura confirma el carácter de hito que venimos atribuyendo a Itálica, porque es mucho y de muy alta calidad lo que Itálica ha dado de sí como materia literaria. El recorrido por ella es interesante para reconocer el modo docto y antiquizante con que la observa la poesía del siglo XVI, la grandilocuencia sonora del XVII, la disquisición ilustrada del XVIII, la exaltación visionaria del XIX. A lo largo de los siglos se mantienen dos constantes introducidas por los clásicos: el diálogo con algún personaje o con la misma Itálica y la consecuencia moral, el exemplum. Por ese surco avanza también la poesía del siglo XX, pero enarbolada la bandera del subjetivismo, del erotismo, de las emociones instantáneas. Otro tanto se puede decir de la prosa, sean crónicas, ensayos, digresiones o relatos; el interés por Itálica, el entusiasmo por su pasado, la admiración por sus ruinas, incluso la crítica por el perjuicio del abandono y del descuido se hacen presentes a lo largo de los siglos. Nos encontramos una vez más ante el hecho consumado de ver en Itálica un tema literario permanente, que ha inspirado páginas inolvidables, a través de las cuales la singularidad del hito arqueológico queda envuelta en la objetividad de la grandeza literaria. El estudio de Rogelio Reyes sobre el paradigma poético de las ruinas y su reflejo en la literatura andaluza así viene a demostrarlo con argumentación muy fundada (Reyes, 2008: 109ss.). De la literatura al arte, porque esta es otra faceta rica en manifestaciones centradas en Itálica. Dibujos, fotografías, grabados, litografías integran una serie abundantísima de vistas y estampas, que ilustraban en el pasado los libros de viaje y los estudios científicos, lo que equivalía a proyectar a gran escala la imagen de Itálica dentro y fuera de España. El principal reclamo artístico es el Anfiteatro, seguido de los mosaicos. Pruebas conocidas, que este libro ofrece multiplicadas, se pueden aducir al respecto, por lo que remito a ellas para cuanto se refiere a este aspecto de la cuestión. No obstante, es obligado resaltar la riqueza iconográfica de Itálica en general, muy por encima de cualquier otra ciudad de la Bética, y la del Anfiteatro en particular. José María Luzón ha reunido testimonios documentales valiosos, que no dejan lugar a dudas acerca de la potencia inherente a la imagen del Anfiteatro ni de la frecuencia con que ha sido reproducida para exaltar la grandeza de Itálica (Luzón, 1999: 18ss.). Sólo las grandes urbes representativas de la quintaesencia de la Antigüedad superan a Itálica en la carga y fuerza de su mensaje icónico y desde luego ninguna otra ciudad bética o hispanorromana se halla en posesión de una carga simbólica comparable. Nombres como los Brambilla, Clifford, Kirkall, Laborde, Roberts, Wyngaerde, entre otros, han quedado unidos a ella y la han difundido en su autenticidad genuina. Volveremos a ocuparnos más delante de las consecuencias emanadas de la presencia de Itálica en la vertiente de la creación artística, pero ahora entra en liza la Arqueología y con ella cuantos saberes se afanan por recobrar las huellas del pasado de Itálica. Como es natural, la Arqueología adquiere en este 16

Pilar León-Castro

sentido una dimensión profunda, consecuencia lógica del hecho de ser ella la que se ocupa de corporeizar el hito por medio de descubrimientos y hallazgos. Más que entrar en juicios sobre los aciertos o desaciertos que la actividad arqueológica haya podido tener a lo largo de siglos, es importante destacar la defensa que han hecho siempre los arqueólogos del legado fabuloso que nos ha transmitido Itálica. El esfuerzo por acompasar en todo momento la indagación arqueológica a la que imperaba en excavaciones y yacimientos príncipes de la gran Arqueología europea ha sido ímprobo y ha producido unos resultados en cuya continuidad y superación reside la evolución del conocimiento. En lucha a veces titánica con la incomprensión de toda índole la Arqueología ha perseverado en sus objetivos científicos, ha superado trabas y ha abierto nuevos cauces. Ella y junto con ella cuantas ciencias tienen a Itálica en el punto de mira han contribuido a cincelar ese epígrafe de hito arqueológico de la Bética, que hoy podemos colocar a Itálica. Las consideraciones vertidas hasta aquí no deben llevar a la conclusión de que Itálica origina un eclipse total sobre las restantes ciudades de la Bética; sí deben llevar a admitir que su devenir histórico y circunstancias singulares permiten anteponerla. Para conseguir un juicio ecuánime en este punto es útil el parangón con ciudades béticas relevantes que, ante la necesidad de seleccionar, podemos reducir a la capital provincial, Colonia Patricia, y al reducto urbano más ancestral de la provincia, la fenicia Gadir. De Colonia Patricia, la antigua Corduba, las fuentes escritas en el pasado y, sobre todo, la Arqueología en el presente testimonian una monumentalidad de ciudad eminente (puesta al día de candente actualidad en el catálogo de la exposición Córdoba espejo de Roma (Córdoba, 2012): cfr. AA.VV., 2011), en posesión de voz y eco propios en Roma ostentados al más alto nivel por ilustres patricienses, de los que los Annaei -la familia de los Séneca- son el paradigma por antonomasia. Por lo que se refiere a la vetustez insigne de Gades, la antigua Gadir, no hay discusión en cuanto fundación fenicia de hacia finales del segundo milenio, fijada por la tradición historiográfica en torno al año 1100 a.C. No tuvo Gades una monumentalidad comparable a la de Colonia Patricia, pero desde mucho antes tuvo un santuario célebre, el Herakleion, que atraía a visitantes de todo el orbe (Marín y Jiménez, 2004, con amplísima bibliografía); y tenía, sobre todo, un halo de cosmopolitismo bien ganado, ya que hasta ella fluían las rutas marítimas y terrestres de Oriente y de Occidente (Bernal y Arévalo, 2011, sobre la monumentalización de Gades en época romana; y, especialmente, Rodríguez Neila, 2011). Itálica no tenía el rango institucional de Colonia Patricia ni la vetustez de Gades. Ostentaba, sin embargo, la gloria de ser el más viejo reducto de la romanidad en la Bética y en Hispania y, en consecuencia, la de albergar familias de rancia raigambre itálica, élite poderosa consciente de su papel. Ese caldo de cultivo produjo el fenómeno insospechado de los emperadores provinciales, de los cuales los dos primeros, Trajano y Adriano, eran oriundos de Itálica, enraizados en ilustres familias italicenses. Este es el vuelco histórico a favor de Itálica, que la destaca de ciudades hermanas en la Bética, pues ese vuelco disparó la euforia y generó magnificencia, modernización, embellecimiento, emulación de las grandes metrópolis del Imperio y culto a la dinastía imperial salida de aquellos lares (Caballos, 2010b: 265ss.). Es decir, ese es el punto de inflexión que marca la génesis del hito. Sin exageración se puede afirmar, que el carácter de hito arqueológico de la Bética es una prerrogativa ganada por Itálica a lo largo de toda su trayectoria. Cada época lo ha expresado y reflejado con testimonios acuñados para la posteridad, en los que se reconoce el espíritu de cada tiempo. El nuestro los ha dado también con una finura intelectual y estética que a mi modo de ver lleva el toque sutil de lo clásico. Si las expresiones artísticas de siglos pasados rindieron homenaje a Itálica y con él la engrandecieron, las de nuestro tiempo no van a la zaga. Merecen ser recordadas, porque en ellas hay claves importantes para comprender, que el hito arqueológico sigue vivo, atrae e inspira a los creadores hoy, a los pintores especialmente. 17

Capítulo I.I. Itálica, Hito Arqueológico de la Bética

La Galería sevillana Haurie tiene el mérito de habérnoslo mostrado en ocasiones sucesivas y de haberlo hecho con el acierto de quien conoce a fondo el Arte y el Arte Contemporáneo. Es el caso de Magdalena Haurie, gracias a cuya valentía y vanguardismo hemos podido conocer y admirar formas nuevas de recrear las creaciones más sublimes de la Antigüedad Clásica. No podía faltar Itálica en el programa y, efectivamente, una exposición monográfica de Javier Montes, celebrada en 1995, analizaba con recursos pictóricos de hoy los componentes arqueológicos del paisaje italicense. El Anfiteatro (Fig. 1), las calles, las ruinas de edificios estudiados con distintas luces, vistos desde otras perspectivas, protagonizaban una visión nueva que, sin dejar de ser fiel a la realidad arqueológica, se mostraba independiente y suelta de vínculos expresivos pretéritos. Por su parte Carmen Márquez en una exposición monográfica de hace poco tiempo, celebrada en 2011, se ha sentido identificada con esa forma peculiar de dibujar en piedra que es el relieve y ha extraído de los maravillosos bajorrelieves de época griega clásica su más pura esencia plástica. Ella nos la devuelve florida en el sentido literal del término, porque las flores que Carmen Márquez hace brotar bajo las esculturas clásicas no se sabe a qué hermenéutica responden, pero está claro que se compenetra con la de aquéllas (Márquez, 2011). La idea venía de antes, lograda ya en 2001 y expresada en otra exposición, cuyo lema era Baco como pretexto. Y allí estaba Itálica representada por una lastra relivaria (Fig. 2), que la artista ha convertido en Ofrenda y a la que la pintura ha dado una calidad matérica superior en delicadeza y matices al original marmóreo (Márquez, 2001: 10ss.). Mucho más se podría decir de todo esto, pero por el momento me limito a señalar la vitalidad de un fenómeno, cuyo fondo es el fluido creativo que desprende Itálica, que espolea al artista de todo tiempo y que hace competir en valores artísticos a las creaciones del pasado con las del presente. Las dos muestras presentadas lo demuestran con brillantez y lo mismo ocurre con otras dos especialmente significativas, una en cuanto preludio de la celebración centenaria que conmemora este libro, otra en cuanto premonición del hito arqueológico de la Bética. En 1994 Juan Fernández Lacomba creaba el cartel conmemorativo del MMCC Aniversario de la Fundación de Itálica (Fig. 3). Es una obra lúcida y luminosa, en la que el pintor ha sublimado los tópicos, les ha imbuido belleza y los ha convertido en símbolos. El primero que se identifica es “el amarillo jaramago” plasmado en una nube suave de aquel mismo color, salpicada de motas oscuras evocadoras de las “cenizas desdichadas” que “leves vuelan” en la Canción de Rodrigo Caro. Unos trazos arquitectónicos truncados recuerdan los “mármoles y arcos destrozados”, ruinas y despojos del citado poema. No faltan los cipreses ni la alambrada espinosa de otro tiempo, protectora de unos restos arqueológicos diseminados por las “vastas soledades” que se desvanecen entre tonalidades serenas, celestes. Es la alegoría del “mustio collado”, maravillosamente captada y expresada por el artista, que en su intención de ser claro pone nombre a la alegoría –Itálica– con letras de tipo capital cuadrada elegante –elegantísimas en el pincel de Juan Fernández Lacomba– , encolumnadas, como corresponde a un tratamiento arqueológico. El cartel de Juan Fernández Lacomba es ya parte de los privilegios atesorados por Itálica que comprensiblemente la distinguen. La última muestra, deslumbrante, está apenas salida del taller. Desde comienzos de este año 2012 la Galería de pinturas de la Universidad de Sevilla se honra con un cuadro de la gran artista Carmen Laffon (Fig. 4). No es cosa nueva en ella ni en su pintura, pero el cuadro es un dechado de belleza, sensibilidad e intuición. Con sencillez lo ha titulado Bodegón con libros, motivo muy a propósito para el ambiente que lo acoge. Pero el cuadro es más. Desde el punto de vista adoptado en estas páginas lo prodigioso es el ensamblaje logrado con toda naturalidad entre la hermenéutica del cuadro y la del tema que nos ocupa. Lo hace posible una idea fascinante presente en el cuadro de Carmen Laffon, de la que es fácil percatarse. Libros, letras, unas flores, la musa Urania e Itálica. A grandes rasgos esos son los elementos principales de la composición, sumida en un fondo sobrio, austero, consustancial al silencio y al sosiego compañeros de 18

Pilar León-Castro

la reflexión, del estudio y de la lectura. Los nombres propios tienen la clave de esta interpretación, pues la cabeza de la musa Urania es la portada de un libro, cuya protagonista es la Bética –sus creaciones escultóricas–, así como Itálica viene por sí misma a primer plano en la representación del libro Itálica Famosa. Hay más aspectos maravillosos en el cuadro, en los que no es posible entrar ahora. Lo que aquí es imprescindible resaltar es que si quisiéramos expresar en forma pictórica la idea de Itálica hito arqueológico de la Bética, nada mejor que esta metáfora de los libros creada con sutileza exquisita y realismo plástico por Carmen Laffon, trasunto ideal del contenido guardado en aquella idea. El cuadro es, por tanto, un signo, una plasmación excepcional de ese don raro que posee Itálica, para mover la fibra creativa del gran arte. Pasado y presente entretejen en Itálica con grandeza los hilos del hito arqueológico de la Bética. El futuro no debe quedarse atrás.

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Capítulo I.I. Itálica, Hito Arqueológico de la Bética

Fig. 1. El Anfiteatro de Itálica. Javier Montes, 1995.

Fig. 2. Ofrenda. Carmen Márquez, 2001.

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FIGURAS

FIGURAS

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Fig. 3. Cartel conmemorativo del MMCC Aniversario de la Fundación de Itálica. Juan Fernández Lacomba, 1994.

Fig. 4. Bodegón con libros. Carmen Laffon, 2012. Galería de pinturas de la Universidad de Sevilla.

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CONSEJERÍA DE CULTURA

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